Conoce el caso de Lucero Guillén, una misionera arequipeña que, inspirada en las palabras del Papa Francisco, no tiene miedo a «ensuciarse las manos cuando se acerquen al prójimo», y viene dedicando más 36 años de servicio y amor gratuito a las poblaciones más vulneradas de la Amazonía.
Originaria de Arequipa – Perú, Lucero Guillén Cornejo sintió la voz del Señor desde muy joven llamándola a tener una experiencia distinta, así fue como tomó la decisión de hacerse misionera seglar de la Asociación Misioneros de Jesús con la que llegó a la Amazonía peruana en el año 1983. “No quería entrar en el convento, pero sí tener una experiencia distinta”, comenta.
Discernir la llamada
En el instituto donde estudiaba tuvo la oportunidad de conocer gente que eran misioneras y sintió que la vida de ellas se convertía en invitación. Pudo conversar con algunas y este fue el empujón que necesitaba para que decidiera ponerse en camino.
El inicio del viaje
Lucero llegó en el mes de mayo de 1983 a la Amazonía. Pero, antes de viajar a la selva, tuvo una entrevista con el obispo, Monseñor Miguel Irizar Campos. De ese encuentro fraterno, trae a la memoria este fragmento: recuerda que, durante el encuentro con el obispo, él le dijo:
– “Ustedes son jovencitas. Al lugar donde van a ir hay muchos moscos. Son muy incómodos”.
A esa afirmación, Lucero respondió: “No importa, Monseñor”.
El Obispo insistió: “No van a tener la comida que siempre tienen. La gente es distinta”.
Lucero respondió nuevamente: “No importa, Monseñor”.
El obispo insistió nuevamente: “El lugar al que van está muy lejos de la ciudad y no van a poder tener los gustos que tienen. Ni siquiera hay luz eléctrica”.
Todas contestaron: “No importa, Monseñor. Lo único que pedimos es que no nos falte un poco de comida”.
Finalmente, él nos dijo: “De eso no se preocupen. Van con todas mis bendiciones. Si eso es lo que desean, vayan y hagan esa experiencia”.
Yurimaguas
Relata Lucero: «¡El viaje a Yurimaguas fue extraordinario!»
“Era un avión militar que viajaba hacia la ciudad de Tarapoto: ¡Era un Antonov! Cuando escuché ese nombre, pensé que se trataba de un señor. Pregunté dónde estaba ese señor, pero la gente me empujaba para que subiera en el avión. El aeropuerto no era moderno como los de hoy. Se trataba de una pista de tierra. Realmente era una proeza la que hacían aquellos pilotos al trasladar tanta gente. Pienso que esto no ha cambiado en muchos lugares. Así llegué a Yurimaguas”.
Ella iba por dos años, ilusionada por tener una experiencia misionera. Todavía en 2019 cree que no han pasado esos dos años.
La educación como primera experiencia
La primera comunidad que visitó fue San Gabriel de Varadero, situada en el distrito de Balsapuerto. Territorio de la etnia Shawi. En ese lugar también hay población mestiza. El nombre de Baradero tiene su origen, cuenta Lucero, en un hecho: “Cuando la gente de Jeberos viajaba a Yurimaguas, lo hacían cruzando el bosque. Esto les tomaba dos días de camino y llegaban a un recodo del río Paranapura y es donde se varaban, donde se estacionaban. Por eso le llamaron Varadero: Los Misioneros Pasionistas le llamaron San Gabriel de Varadero”.
Las Misioneras Canonesas de la Cruz habían estado en el lugar antes que llegaran las Misioneras de Jesús, comunidad laical a la que pertenece Lucero Guillén. Cuando ella llegó a San Gabriel de Varadero le asignaron una plaza como profesora de preescolar, atendiendo a niños y niñas de tres a cinco años.
En este tiempo contó con el decidido apoyo de la madre Antonieta. “Ella era un Ángel de la guarda para mí”, afirma Lucero. “Ella estaba en la ciudad y juntaba cosas y me las enviaba para que pudiera tener materiales. Pero igual, siempre faltaban cosas. Que si faltaba un lápiz. Que si el niño se enfermaba. ¡Tantas cosas!”.
Lucero recuerda que las carencias eran muchas. Muchas veces los niños no tenían ni con qué escribir: “Cuando tenía un lápiz, lo partía en pedacitos para que todos pudieran escribir. Cuando faltaban pinturas, entonces, cogíamos el carbón, el achiote, semillas, hojas frutos, todo lo que servía para pintar. Y jugando, jugando, esa fue mi primera experiencia como profesora. Me dejó muy marcada la experiencia con estos pequeños”.
Lucero también evoca un momento particular en que tuvo la experiencia de exclusión vivida por uno de sus alumnos. Se trataba de un niño que al correr cojeaba. Por esto no lo dejaban salir. “Lo tenían escondido, porque para la gente ese niño no servía y así no podía ir a la escuela. Me comprometí a irlo a recoger para que viniera a la escuela. Hoy es un joven con familia”.
Una anécdota que ella trae a la memoria es cuando “Después de muchos años, volví y me encontré una señorita, y me dijo: Señorita, todavía tengo el cuaderno de mi jardín. Me emociona mucho que todavía tenga el cuaderno en que trabajaban para que pudieran hacer los trazos y pudieran tener una escritura fina”. Para Lucero, las situaciones tan duras de pobreza hicieron que se comprometiera cada vez más: “Esta fue la razón por la que me fui quedando”.
La urgencia de la salud
El trabajo misionero de Lucero Guillén no se redujo a la educación. También participa en las campañas de salud. Ella recuerda a don Tito, un técnico sanitario del Puesto de Salud, quien además era animador de la comunidad y era responsable de la Celebración de la Palabra de Dios.
Ella afirma: “Tenía un ojo clínico. Él, apenas veía al paciente, decía este tiene tuberculosos. Eso lo sabía por los años y experiencia de estar viendo a la gente. El día que salimos en campaña de vacunación, me quedé impactada por la situación de salud de la gente, de los adultos, pero sobre todo de los niños. Era deprimente. Se me encogía el alma cuando regresaba a casa. Contaba a las hermanas lo que había visto y de allí toda la preparación para poder atender a los enfermos. Nunca me había imaginado haciendo de enfermera, poniendo una inyección, pero las circunstancias lo obligaban”.
El Señor siempre ha estado presente
Lucero recuerda que, desde su llegada a la Amazonía, el Señor siempre ha estado presente: “Siento que me ha ido empujando, a ir comprometiéndome más porque lo he ido descubriendo a través de esas conversaciones, charlas, retiros (..). Comenzamos un grupo de seis personas, hoy ya somos más, pero las que empezamos no nos hemos ido, estamos aquí, eso significa que fue una etapa maravillosa que nos dejó prendados aquí en la Amazonía”.
La violencia en el Perú
El territorio amazónico del Perú no fue ajeno a los años en que proliferó la violencia de grupos como Sendero Luminoso y el Movimiento Túpac Amaru, como también la violencia que venía del Estado. Lucero Guillén hace memoria de esos años: “En 1992, el papá del padre Mario murió y cuando salió por casi 4 meses, fue una experiencia fuerte, porque entendí lo que San Pablo decía: -Soy fuerte en mi debilidad. La gente venía a consultarme, pero me decía, ¿qué puede decirles una jovencita sobre estos temas? Pero, sentía la mano de Dios para decir palabras sabias y reconfortar a la comunidad y les decía: esto es un mal temporal y vamos a superarlo”.
Resistir ante la dificultad
En estos años difíciles, Lucero le escribía al P. Pío Zarrabe consultándole sobre la situación y él me decía: “Si la gente está aquí y resiste, por eso yo tengo que resistir. Pero, en este clima tan adverso, Dios me ha dado la fuerza para resistir y para sostener a mi hermana y a la comunidad. En estos casi treinta años, siento que he vivido mucho”.
Para Lucero Guillén la amenaza de la violencia no era el único problema: “Las comunidades sufrían mucho el tema de salud. Una de las cosas fuertes que a mí me impresionó bastante tanto en el Paranapura, en san Gabriel de Varadero y las comunidades del entorno como en esta parte de Barranquita era el hecho de ¿cómo era posible que los niños se murieran? Había mucha desnutrición, parasitosis, neumonías, enfermedades de la piel. Aquello era tremendo”.
Lucero ha acompañado al equipo de salud del vicariato y “logramos con los promotores de salud y con una organización muy fuerte y capacitados, derrotar la desnutrición, la malaria, el cólera, las enfermedades diarreicas”. Para lograrlo, implementaron la construcción de botiquines con medicina básica. Alguno había logrado crear un pequeño banco comunal con las pequeñas ganancias que reportaba el botiquín.