En el día que la Iglesia universal celebra el Domingo de la Palabra de Dios, instituido por el Papa Francisco, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre el anuncio del Señor: «ya está cerca el Reino de los cielos», y la actitud que tuvo para «insertarse en el corazón de su pueblo», en sus dolores y su historia; y desde allí, abrir un camino nuevo de conversión de manera pedagógica, con paciencia y actitud de servicio. «Dios está presente en nuestra historia. Hay que empezar a rastrearlo, a identificarlo y acogerlo», dijo en su homilía.
El Primado del Perú compartió el llamado del Santo Padre al cese de la violencia en nuestro país: «Animo a todas las partes implicadas a emprender el camino del diálogo entre hermanos de la misma nación, en el pleno respeto de los derechos humanos y del estado de derecho. Me uno a los obispos peruanos en el decir: ¡No a la violencia, venga de donde venga, no mas muertes!», afirmó el Santo Padre en el Ángelus de hoy.
Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.
El arzobispo de Lima inició su homilía recordando el sufrimiento de las tribus de Zabulón y Neftalí, mencionados por el profeta Isaías en la Primera Lectura (8, 23b–9, 3). No solo fueron invadidos por los asirios, tampoco eran considerados hebreos «de pura raza» por pertenecer a la zona marginal del norte de Israel. En ese contexto, el Evangelio de hoy (Mt 4, 12-23) nos revela que Jesús, al conocer la muerte de Juan el Bautista, decide ir y habitar en esta tierra (como lo prometieron las escrituras) para «comprender los dolores de su pueblo y de su historia».
«El Señor se insertó en el corazón del sur siendo Él de origen judío. Y, a partir de allí, empieza su camino sabiendo que ese pueblo tiene muchas tinieblas, muchas oscuridades, heridas, traumas, desesperaciones y violencias». Pese a ello, explica el Monseñor Carlos, Jesús quiere anunciarles que el Reino de Dios está cerca. Esta actitud muestra una «primera semillita» del Señor: su interés de «insertarse en la vida del pueblo y ayudarlo, pegagógicamente, a comprender que, en medio de todos los males, siempre hay cosas interesantes que Dios nos presenta».
Dios, con toda su fuerza de reinar y actuar, que es el amor, está presente en medio de todos los odios. Hay que empezar a rastrearlo, a identificarlo y acogerlo. Eso es la conversión.
El prelado indicó que el mensaje del Señor: “Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca”, nos permite entender que necesitamos «acoger el Reino presente en las acciones divinas que ya están en la historia», siempre en «sintonía con el Espíritu que está presente en el mundo y en las dificultades».
Inspirarnos en la Palabra para actuar y servir a los demás.
Haciendo eco de las palabras de Francisco en el Ángelus de hoy (la violencia apaga la esperanza de poder encontrar soluciones), Monseñor Castillo aseguró que debemos dejarnos inspirar por la Palabra para convertirnos, actuar y servir a los demás, siendo capaces de comprender los dolores y las heridas detrás de toda la violencia que se ha desatado en nuestro país.
El obispo de Lima puso especial énfasis en el gesto que tuvo el Señor de elegir como discípulos a un grupo de pescadores. «Los pescadores siempre tienen que arriesgar, nunca saben lo que hay abajo y, entonces, echan las redes y esperan. De igual manera, el Señor quiere que todos nos pongamos en la piel de un pescador, porque está llamado a arriesgar y a tener paciencia». Y, posteriormente, Jesús eleva su condición a pescadores de hombres, para que salgan en misión a anunciar que el Reino de Dios está cerca.
Superar los problemas históricos de cultura y no despreciar.
En otro momento, el arzobispo de Lima aseveró que estamos llamados a superar nuestros «problemas históricos de cultura» para no despreciar a los demás, sino apreciar, entender y sentir las heridas de quienes sufren. Esta buena voluntad debe primar en todos los ámbitos de la vida, buscando el diálogo y «la exigencia profunda» para «tratar de que las cosas se puedan resolver con un ánimo distinto».
Que Dios nos bendiga y procure, para nosotros, un ensanchamiento de nuestra democracia y nuestro amor a los demás. Que podamos, sin falsas bondades, sino con claridad, pero también con sencillez y con humildad, hacer posible que vivamos como hermanos.