En la Eucaristía del domingo XX del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo pidió que superemos todos los prejuicios que nos impiden vivir la universalidad del amor gratuito de Dios. «Dejémonos curar por el Señor que nos ama. Ser católico significa vivir en apertura universal a todos los seres humanos, a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a todos los que sufren, a todos los migrantes. Ésa es nuestra gran tarea en el corazón y en la sociedad», manifestó.
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En la homilía de hoy, Monseñor Castillo explicó que, mucho tiempo antes de Jesús, el pueblo de Israel había recibido la gracia y el don de conocer que Dios los ama, acompaña y alienta. «Era algo tan grande ser amados gratuitamente por Dios que esto no podía ser solamente para ellos, sino que debería ser universal», comentó.
Por eso, el Evangelio de Mateo (15,21-28) nos recuerda la misión de apertura a los demás pueblos, que también es la misión universal de la Iglesia, que no excluye a nadie del amor gratuito del Señor. La liturgia de hoy, en ese sentido, nos ayuda a comprender la importancia de ese amor universal.
Resulta que la mujer cananea proviene de los pueblos de Tiro y Sidón, región de gente muy acaudalada dedicada a la pesca y el comercio. Los galileos, en cambio, eran marginados muchas veces por su condición de campesinos y pescadores. Toda esta rivalidad histórica generó resistencias en los discípulos que, ante la insistencia de la mujer cananea por salvar a su hija, piden una respuesta del Señor. Pero Él responde agregando un elemento cultural: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel… No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»
¿A qué se refiere el Señor? Monseñor Carlos explicó que, debido a su maltrato con los campesinos de Galilea, los sirofenicios habían sido apodados «perros». Por eso, la respuesta de la mujer cananea esconde un reconocimiento de sus malas costumbres y tratos despreciativos: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Aquí se produce, sostiene nuestro arzobispo, una primera curación en la mujer cananea. Ella se arrepiente de las costumbres negativas y manifiesta su humildad al reconocer que la primera en falta a la universalidad del amor es ella misma. Frente a esta actitud, el Señor la acoge y la incluye, siendo pagana, dentro de los salvados. «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas», dice Jesús.
Esta mujer, poseída por la necesidad urgente de salvar a su hija y por la grandeza de Jesús, expresa su fe desde lo más profundo. Es una fe que implica renunciar a ciertas costumbres que impiden esa relación buena con Dios.
A la luz del Evangelio, el Primado del Perú hizo un llamado a que todos podamos curarnos de nuestras malas costumbres, especialmente, aquellas que marginan a los más humildes, muchos de ellos provenientes de pueblos provincianos. «Aquí todos valemos, en la Iglesia nadie sobra, todos están convocados, todos somos hermanos», recalcó el prelado.
La fe es relación íntima y personal con el Señor, es aprender a hacer una relación que nos permita dejar que nos vaya trabajando por dentro y creciendo en nosotros.
Finalmente, al conmemorarse el Día del Niño en nuestro país, el arzobispo Castillo recordó la gran convocatoria de las «Semillas de Santa Rosa», una campaña solidaria para abastecer las ollas comunes de nuestra ciudad de menestras y alimentos nutritivos. «De este modo podemos mejorar las ollas comunes que llegarán, sobre todo, a los niños. Ellos deben ser nuestra prioridad, y estamos muy agradecidos con todas las madres de distintas partes que se esfuerzan para que ellos se alimenten bien», refirió.
Siguiendo el ejemplo de Rosa de Lima, quien se entregó con el mismo amor universal de Jesús a los más pobres y despreciados, el Monseñor Carlos pidió que todas las donaciones de menestras sean entregadas a las parroquias más cercanas o a los almacenes de Cáritas Lima (jr. Chancay 282 – Cercado de Lima).