Mons. Castillo: El cálculo y la ambición por el poder nos impiden leer los nuevos signos de los tiempos

En la Santa Misa celebrada en Catedral de Lima, Monseñor Carlos Castillo habló sobre la importancia de tener una actitud de apertura dispuesta a leer los nuevos signos de los tiempos. El Primado de la Iglesia peruana explicó que el cálculo planificado y destructivo por temor al cambio de una situación, o inclusive, a perder el poder, nos impide abrirnos a la novedad de lo nuevo que nos envía Dios, que se ha encarnado en nuestra historia: «El Señor se ha manifestado en el otro, en el totalmente otro, en el niño pequeño, pobre y dispuesto a morir por nosotros, a sacrificar su vida por nosotros. Y nosotros estamos llamados a adorar al Señor en la vida de los demás. Si adoramos solo nuestros intereses, nuestras previsiones y cálculos, y no adoramos el sentido de la persona, el respeto y el valor del otro, nuestra vida se convierte en una idolatría», expresó. (leer homilía completa).

Leer transcripción de Homilía de Monseñor Castillo.

Tomando el Evangelio de Mateo (2, 1-12), que narra la Adoración de los Reyes Magos, el Arzobispo de Lima explicó que este acontecimiento nos muestra cómo en la humanidad y en todos los pueblos de la tierra, siempre hubo una búsqueda y una actitud de apertura a cosas inéditas, a cosas no previstas: «Esa búsqueda está muy ligada a las búsquedas de las zonas campesinas en donde se “lee” el cielo y las estrellas para ver si se puede sembrar, si se puede cosechar, si habrá frío, lluvia o calor. Y esta tradición antigua de los pueblos tiene una cosa muy importante: es la apertura, la apertura a cosas inéditas, a cosas no previstas. Por eso, los Reyes Magos alzan la mirada, reconocen que hay algo nuevo que está ocurriendo entre las estrellas y deciden seguirla. Ellos no están obcecados ni ciegos, habituados a que siempre suceda lo mismo, sino que leen los signos nuevos que hacen posible que nos movilicemos», indicó el prelado.

Cuando hay signos nuevos, salimos al encuentro de su significado, nos interrogamos, hacemos preguntas sobre nuestra vida, tratamos de modificar las formas de vivir que tenemos, porque tenemos que adaptarnos a la nueva situación que se nos aparece.

Monseñor Castillo aseguró que es necesario estar atentos a los signos, no solamente del cielo, sino también de la tierra, especialmente a los signos de la historia y a los novedades de cosas que ocurren: «Esta Epifanía es la manifestación a todos los pueblos que buscan y al ser humano que siempre está a la expectativa. Y ¿Por qué razón? Porque nuestro Dios, el Dios de nuestra fe, se revela en las situaciones más complicadas, Él ha querido encarnarse en nuestra historia, encarnarse en un niño que es ‘el signo’ fundamental, porque está para ser comido por nosotros, para que adquiramos la sabiduría de caminar con el mismo amor que Él caminó en esta historia, hasta sacrificar su vida plenamente en la Cruz, como ‘el signo’ de esperanza para la humanidad de un Dios que nos ama y que no nos recrimina ni destruye», reflexionó.

El Señor nos corrige, nos llama, nos interpela, pero no quiere nuestra condenación, sino que podamos encontrar toda una vida en este mundo que después se hará plena en el Reino de Dios basada en el amor. Quiere decir que también es posible hoy, a pesar de nuestro pecado y de los males, construir relaciones fraternas que vienen del ser hijos para ser hermanos.

El riesgo de reducir nuestro sentido de apertura a un cálculo planificado y destructivo.

Comentando el Evangelio de hoy, Carlos Castillo explicó que el signo de la estrella y su traducción concreta en el nacimiento de un niño, rey de Judea, conmociona a Israel, pero especialmente a Jerusalén, que se había convertido en un sistema cerrado que ya no esperaba nada y solo repetía sus costumbres:

«El poder de Herodes, los escribas y los sumos sacerdotes ‘ya estaba completo’, ellos no esperan ya nada más. Por eso, el modo en que leen las escrituras es casi de cálculo, como una especie de previsión exacta de lo que va a suceder, sin ver la novedad de lo nuevo que envía Dios. En vez de abrirse a la novedad, calculan si les conviene o no les conviene ese rey que va a venir. Además, tienen una especie de actitud de sospecha y les dicen a los magos que vayan a espiar, intentando desviar su actitud sincera de búsqueda. Son utilitarios, por tanto, porque reducen la apertura a un cálculo planificado y destructivo por temor a que sus poderes y su control de la situación de Jerusalén se vayan a alterar», explicó el Monseñor.

La actitud que estamos llamados a tener el día de hoy y en el camino de nuestra vida como cristianos, es siempre la actitud de adorar. Y adorar significa agacharse para contemplar y acoger al niño Dios que ha nacido, que es la actitud de estos magos, y que antes han alzado la mirada, han detectado esa estrella, la han seguido en un largo camino, y ahora, contemplan al Señor, lo acogen en su vida y comparten con Él todo su ser.

Llamados a adorar al Señor en la vida de los demás.

Finalmente, el Arzobispo de Lima explicó que los signos de regalo y adoración de los magos, nos recuerdan nuestro sentido de amistad y de cariño por el Otro. Por eso, «todos estamos llamados a adorar al Señor en la vida de los demás, en las personas de los demás, porque Dios, encarnándose en Jesús, nos ha hecho a todos hijos y todos también necesitamos respetarnos y querernos mutuamente, en especial a los mas pequeños», reafirmó el prelado.

Si nosotros no adoramos al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro cuerpo y con todo nuestro ser, entonces, nuestra vida se convierte en una idolatría. El Papa decía que una idolatría significa que uno se adora a sí mismo, adora sus intereses, sus previsiones, sus cálculos, la renta que le va a sacar a los demás, y no adora el sentido de la persona, del respeto, del valor del Otro, porque el Señor se ha manifestado en el otro, en el totalmente otro, en el niño pequeño, pobre y dispuesto a morir por nosotros, a sacrificar su vida por nosotros.

«Dios ha querido humillarse en cierto modo, ‘anonadarse’, dice la Carta a los Filipenses, hacerse nada, para que comprendamos cuánto nos ama – prosiguió Monseñor Castillo en su homilía – Dios viene sin crear temor, al contrario, los únicos que le tienen miedo, curiosamente, a un niño pequeño, son los poderosos de Israel, los que tienen algo que es demasiado importante para ellos y poco importante para el bien de los demás, que es el poder. La humanidad quiere y reclama compasión, y nuestro Dios está a la altura de esos deseos más hondos, pero va más allá, nos manda a su Hijo para fortalecer nuestras vidas y aprender a amarnos de verdad».

Nuestros sistemas y costumbres tienen mucho de la fuerza de Dios porque han sido plasmados recogiendo la tradición de esta Iglesia que quiere traducir al lenguaje sencillo lo que Dios ha hecho con nosotros, que es donarse gratuitamente. Pero, evidentemente, no podemos «petrificarlo», no podemos «construirlo» y «detenerlo» en solamente un sistema en donde también necesita participar nuestra acción humana. Permitamos que, dentro de esa tradición y gracias al Espiritu Santo que vivie en el pueblo fiel y en la Iglesia toda, podamos ir descubriendo las nuevas formas de actuar, de identificarnos con los demás y de anunciar el Evangelio.