No está aquí ¡Ha resucitado! La Iglesia de Lima participó de la Santa Misa del Domingo de Resurrección presidida por Monseñor Carlos Castillo. En su homilía, el prelado aseguró que nuestra vida es un permanente compartir para resucitar, recuperar en nosotros mejores dimensiones de fe y generar la hermandad en nuestro país.
«Ser un cristiano resucitado es tener una esperanza viva, abierta, que siempre está buscando lo nuevo para compartirlo y seguir creciendo. Esa es la esperanza que nos ha dado el Señor: una esperanza que no muere, una esperanza esperante, que siempre espera y nos da la fuerza para encontrarla en las situaciones más difíciles», reflexionó.
Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.
Monseñor Castillo inició su alocución explicando que la actitud de María Magdalena (levantarse para ir al sepulcro cuando todavía estaba oscuro), representa «la imagen de toda la Iglesia que sufre la incertidumbre de la paradójica entrega a muerte del Señor que, sentenciado injustamente, no se bajó de la Cruz, sino que la asumió junto a todos nuestros dolores, sufrimientos, injusticias y maltratos, todos los horrores que los humanos hacemos en esta vida y aquellos que sufrimos por causas naturales».
Jesús quiso pasar por la oscuridad, y lo quiso porque sabe que los humanos pasamos por muchas oscuridades también. Y el primer atrevimiento de la Iglesia, representada, hoy día, por María Magdalena, es la de atreverse a ir al sepulcro.
La sorpresa que se llevó María Magdalena al encontrar que alguien había movido la piedra del sepulcro, nos deja una importante lección: cada vez que nos disponemos a ver la realidad cara a cara, especialmente, en momentos oscuros, se produce una sorpresa, el atisbo de algo interesante que puede ocurrir y nos ayuda a pensar, a profundizar nuestra fe.
Siempre que afrontamos la oscuridad, el sepulcro y nuestros sepulcros, encontraremos una novedad.
Inspirado en el Evangelio de hoy (Jn 20, 1-9), el arzobispo de Lima detalló que podemos hacer una lectura sobre los modos de ver que tienen María Magdalena, Juan (el discípulo amado) y Simón Pedro, frente a la novedad de la Resurrección.
Una primera mirada sincera, pero aún superficial.
En primer lugar, María Magdalena se desespera, echa a correr y va a contar a los discípulos que “se han llevado del sepulcro a nuestro Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Monseñor Castillo precisó que la mirada de María Magdalena «es un intento sincero de buscar al Señor, pero no deja de ser una mirada superficial». También, nosotros, «reaccionamos ante los problemas apuradamente y muchas veces nos equivocamos, pero en la desesperación afirmamos cosas que no son tan ciertas. Siempre hay algo más profundo y se necesita una mirada mayor para poder comprenderlo».
El obispo de Lima también afirmó que, dentro de la desesperación de María Magdalena, hay algo que logra invitar y contagiar a los discípulos. Hay un primer llamado a la novedad, en medio de la adversidad, que requiere una respuesta solidaria de nuestra parte. «Somos creyentes y tratamos de ser verdaderamente humanos, solidarios con los que sufren. En este caso concreto, los discípulos corren con diferentes velocidades, porque en la Iglesia todos somos distintos, todos tienen algo propio que aportar y corremos, pero a distintas velocidades», resaltó.
Necesitamos en la Iglesia y en el mundo, que cada uno corra a su ritmo, pero que todos lleguemos a la meta.
Observar con detalle, pero sin mayor profundidad.
Juan fue el primero en adelantarse y asomarse en el sepulcro. A diferencia de María Magdalena, Monseñor Castillo señaló que el discípulo amado observa que las vendas estaban en el suelo, más no decide entrar: «Hace una primera mirada, que no es tan profunda, pero que le permite ver un detalle: existen vendas en el suelo».
Mirar con profundidad, contemplar las cosas y creer en el Señor.
Finalmente, llega Simón y sí entra. Ya este gesto representa un paso importante en la madurez de su fe. «Qué importante es que Simón intente entrar. Y luego ve todos los detalles, sabe ponderar las cosas y analizar lo que sucede. Él tiene la importancia de las personas mayores que son más maduras y analíticas», dijo el arzobispo.
Sin embargo, el prelado también advirtió el riesgo que corremos si nos estancamos en tanto análisis y detalle, pero no creemos. «Podemos perdernos un poco», indicó. Al entrar, ahora sí, el discípulo amado, dicen las Escrituras que Juan vio y creyó. «Ese tercer ver es un ver distinto, un ver contemplativo, profundo, íntimo. Está ahí su amigo del alma, están las huellas de su amigo del alma y, por eso, inmediatamente, sin mucho análisis, cree».
En estos tres modos está contenida nuestra diversidad de creyentes. Por eso, debemos acompañarnos mutuamente para apoyarnos a aprender a creer, porque la fe siempre se hace con la ayuda de todos, no es una fe individual solamente, es también comunitaria, es la fe de la Iglesia.
Frente a las imágenes de la Virgen de la Alegría (del convento del Carmen) y el Cristo Resucitado (de la Catedral de Lima), el Primado del Perú hizo un llamado a «recuperar en nosotros nuestras mejores dimensiones de fe, sobre todo, nuestra misión de ser hermanos y generar la hermandad en nuestro país tan dividido».
La gran esperanza que nos ha dado el Señor es que la muerte no es la última palabra de nuestras vidas.
«Que Dios los bendiga para seguir caminando en nuestro país y volver a nuestro país “la Galilea” de estos tiempos, y que esto nos permita reconstruir todo lo perdido, sanar todo el herido y, sobre todo, unificar todo lo dividido», fue la reflexión final de Monseñor Castillo.