Al llegar el Día de la Madre, compartimos la oración de nuestro arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, pidiendo a nuestra Santísima Virgen María por todas nuestras madres.
Oración a la Madre de todas las madres
Madre de nuestras madres,
inspiración de todas sus ternuras
y de todas sus reciedumbres.
Fuente inagotable y fecunda de todos sus amores
Madre de Jesús y de la humanidad
Madre de todos tus hijos del Perú:
Recurrimos a ti, como pueblo creyente,
en este día y este mes en que te recordamos.
Patrona de Lima, Nuestra Señora de la Evangelización.
En el lento caminar hacia, no se sabe dónde,
en la incertidumbre de nuestro presente y futuro,
solo la fe que aprendimos de ti,
nos dice que Jesús,
engendrado del Espíritu en tu seno,
cuidado sin medida por ti y de ti nacido,
lo guía todo hacia el Padre
sin abandonarnos jamás.
Para caminar así, Madre, solo tenemos
las pocas palabras y cantos de las nuestras
y la fuerza y cuidado incontenible de las tuyas,
cuando tú, Jesús y el Padre
consolaron al pueblo de Israel,
el pequeño pueblo de Israel,
hace 2023 ensangrentados años,
pero iluminados del gratuito y fiel amor
que nos envolvió.
El Perú nos sigue doliendo inmensamente, Madre Santa.
El caos sin freno nos amenaza,
las manos de siniestros caudillos
derruyen, poco a poco, lo logrado
con nuestro esfuerzo y solidaridad.
Empañan la promesa que somos.
Y si tu pueblo sufría cuando nos diste a Jesús,
hoy sentimos algo parecido a su sufrimiento
“Si salgo al campo, muertos a espada;
y si entro en la ciudad, enfermos de hambre
tanto el profeta y como el sacerdote vagan sin sentido por el país”.
Entre nosotros escasea, Madre,
la unidad y el aprecio,
el consenso y la educación,
la responsabilidad y la rectificación,
la libertad de decir nuestra palabra
y la libertad que entonamos en nuestro himno.
Y, escasea más aún, la escucha al clamor de los humildes,
que intentaron expresarse como pueden,
pero sin remecer los oídos ni en el corazón
de los bandidos sordos e insensibles.
Muchos de tus hijos, Madre, han muerto.
Muchos aún están heridos
y la mayoría afectados por el desmontaje del bien común.
Pero, también, muchos actores,
personales e institucionales,
andan impunes y de espaldas al dolor ajeno.
Y tras piedras, palos, balas, bombas…
huaicos y nefasta corrupción,
han dejado a tus hijos sin techo ni pan.
Y a tus hijas, Madre, las siguen asesinando,
porque nuestras costumbres
no las hemos corregido.
Machismos y racismos nos siguen azotando.
Injusticia, violencia,
maltrato, desprecio,
indiferencia, frivolidad,
argucia artera, negligencia,
ambiciones de poder y dinero,
mentira, vaciedad,
testarudez, ambición supina
deseo de venganza y destrucción,
agresión y muerte…
se nos han venido encima.
Y siguen siendo, Madre,
nuestros pecados capitales.
La esperanza parece disminuir conforme
en todos los rincones,
incluso en nuestra Iglesia,
en especial, los dirigentes,
estamos «ciegos» y no queremos ver
el círculo vicioso en que andamos.
Y todos somos tentados,
una y otra vez,
de caer en el pozo ciego
de burlar la dignidad de los humildes.
Sin embargo, Madre debo reconocerlo:
crece una esperanza cuando te seguimos,
cuando sentimos tu consuelo alentador
al escuchar el llamado y el clamor de Jesucito que llora,
así como escuchaste las alentadoras palabras de Gabriel:
“¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo”
Y al levantarnos, corremos, sin demora y de prisa
a servir y ayudar con alegría,
como tú a Isabel,
sobre todo, ahora, que desfallecemos.
Te cuento… ¡qué paradoja, mamá!
En desolación nacional,
con los huaicos y todo encima,
tu consuelo no ha dejado de dar fruto,
tu mano sigue entregándonos a Jesús
como principio generoso de tu presencia,
para generar nuevas y multitud de ollas comunes,
madres como tú, la Madre de esas madres,
actívamente solidarias, regeneran el Perú que viene.
Y con ellas, también,
de todos los rincones de los barrios, parroquias,
edificios y casas de todo color.
Del mundo de los jóvenes, surgieron
toneladas de amor y de ternura
para perdonarnos mutuamente y,
hermanados, superar esta fatalidad.
Sentimos el gran desafío del Perú
y nos da miedo.
Pero esta Palabra de Gabriel:
“El Señor esta contigo”, nos lo hace superar.
Y las primeras que lo superan son las madres como tú,
unidas, organizadas, creativas, solidarias,
esperanzadas y dignas que, inspiradas,
se convierten en inspiración espiritual
para inventar hermanamientos similares
hasta llegar a la más díficil unidad a conseguir.
María, Madre, mamacha de misericordia,
vida, dulzura, esperanza nuestra.
A ti seguimos clamando, gimiendo y llorando
los desterrados hijos del Perú,
en este valle de lágrimas.
Madre de nuestras madres,
señora, abogada y regeneradora nuestra,
vuelve a nosotros, tus ojos misericordiosos,
para que durante este destierro,
sin ápice de violencia, y después…
nos muestres a Jesús,
fruto bendito de tu vientre
¡Oh, clemente!
¡Oh, Piadosa!
¡Oh, dulce, Mamita María!
Y ruega por nosotros, Madre Santa de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar a ver,
aquí, en el Perú, realizadas,
las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.