En su visita por el pueblo de Chipre, el Papa Francisco celebró la Santa Eucaristía en en el Estadio GSP, donde reflexionó sobre los tres pasos que en este Adviento “pueden ayudarnos a acoger al Señor que viene”. El punto de partida fue el Evangelio de Mateo que habla de la curación de los ciegos que van hacia Jesús, juntos le llevan sus sufrimientos y anuncian con alegría su curación. Lo hacen porque “perciben que, en la oscuridad de la historia, Él es la luz que ilumina el mundo».
En la memoria de San Francisco Javier el Papa celebró la Santa Misa en el Estadio Neo GSP de Chipre. Del Evangelio de Mateo, que narra de los ciegos que expresaban a gritos a Jesús su miseria y esperanza, el Papa Francisco desarrolló su reflexión, deteniéndose en tres pasos del encuentro que, en este camino de Adviento, “pueden ayudarnos a acoger al Señor que viene.”
«¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!»
Los ciegos que gritaban a Jesús mientras lo seguían, llamándolo “Hijo de David” – título que era atribuido al Mesías, que las profecías anunciaban como proveniente de la estirpe de David – no lo “veían”, pero “escuchaban su voz y seguían sus pasos”. Buscaban en Cristo “lo que habían preanunciado los profetas, es decir, los signos de curación y de compasión de Dios en medio de su pueblo”. Los dos ciegos del Evangelio – dijo el Santo Padre – “se fían” de Jesús y lo siguen en busca de luz para sus ojos. Y lo hacen porque “perciben que, en la oscuridad de la historia, Él es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que derrota las tinieblas y vence toda ceguera”.
También nosotros, como los dos ciegos, tenemos cegueras en el corazón. También nosotros, como los dos ciegos, somos viajeros a menudo inmersos en la oscuridad de la vida. Lo primero que hay que hacer es acudir a Jesús, como Él mismo dijo: «Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar» (Mt 11,28). ¿Quién de nosotros no está de alguna manera cansado y abrumado? Pero nos resistimos a ir hacia Jesús; muchas veces preferimos quedarnos encerrados en nosotros mismos, estar solos con nuestras oscuridades, autocompadecernos, aceptando la mala compañía de la tristeza. Jesús es el médico, sólo Él, la luz verdadera que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9), nos da luz, calor y amor en abundancia. Sólo Él libera el corazón del mal.
El “primer paso” indicado por el Papa es, pues, “ir hacia Jesús”: darle la posibilidad de curarnos el corazón.
Si cada uno piensa en sí mismo, no podrá curarse la ceguera.
Tal como reza el relato evangélico, en este caso no se cura a un solo ciego, sino dos: “se encuentran – dijo el Papa – juntos en el camino”. Lo significativo, tal como indicó el Santo Padre, es que dicen a Cristo “ten piedad de nosotros”. No piensa “cada uno en su propia ceguera, sino que piden ayuda juntos”. Se trata del “signo elocuente de la vida cristiana, el rasgo distintivo del espíritu eclesial” que es “pensar, hablar y actuar como un ‘nosotros’, saliendo del individualismo y de la pretensión de la autosuficiencia que enferman el corazón”.
Los dos ciegos, al compartir sus sufrimientos y con su amistad fraterna, nos enseñan mucho. Cada uno de nosotros de algún modo está ciego a causa del pecado, que nos impide “ver” a Dios como Padre y a los otros como hermanos. Esto es lo que hace el pecado: distorsiona la realidad, nos hace ver a Dios como el amo y a los otros como problemas. Es la obra del tentador, que falsifica las cosas y tiende a mostrárnoslas bajo una luz negativa para arrojarnos en el desánimo y la amargura. Y la horrible tristeza, que es peligrosa y no viene de Dios, anida bien en la soledad. Por tanto, no se puede afrontar la oscuridad estando solos. Si llevamos solos nuestras cegueras interiores, nos vemos abrumados. Necesitamos ponernos uno junto al otro, compartir las heridas y afrontar el camino juntos.
Son esos los motivos por los que el Papa señala el segundo paso: el de llevar “juntos” a Jesús nuestras heridas. Y es el motivo por el que “frente a cada oscuridad personal y a los desafíos que se nos presentan en la Iglesia y en la sociedad” somos llamados “a renovar la fraternidad”, puesto que, “si permanecemos divididos entre nosotros, si cada uno piensa sólo en sí mismo o en su grupo, si no nos juntamos, si no dialogamos, si no caminamos unidos, no podremos – aseguró Francisco – curar la ceguera plenamente”.
Se necesitan cristianos “luminosos”.
Aunque Jesús había recomendado a los ciegos, tras haberlos curado, que no dijeran nada a nadie, ellos, sin embargo, hicieron lo contrario. No fue para “desobedecer al Señor”, sino simplemente porque “no lograron contener el entusiasmo” del encuentro y de su curación. De ahí que el tercer y último paso indicado por el Papa haya sido el de “anunciar el Evangelio con alegría”, signo distintivo del cristiano:
La alegría del Evangelio, que es incontenible, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1), libera del riesgo de una fe intimista, distante y quejumbrosa, e introduce en el dinamismo del testimonio.
Vivir con alegría el anuncio liberador del Evangelio, aseguró Francisco, “no se trata de proselitismo, sino de testimonio; no es moralismo que juzga, sino misericordia que abraza; no se trata de culto exterior, sino de amor vivido”. He aquí que animó a los chipriotas, tras haber manifestado su alegría por ver cómo viven el Evangelio, a seguir adelante y a renovar el encuentro con Jesús, saliendo “sin miedo” para testimoniarlo, llevando “la luz” recibida para “iluminar la noche que a menudo nos rodea”.
Se necesitan cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos, que con gestos y palabras de consuelo enciendan luces de esperanza en la oscuridad; cristianos que siembren brotes de Evangelio en los áridos campos de la cotidianidad, que lleven caricias a las soledades del sufrimiento y de la pobreza.
Renovar la confianza en Jesús, que “escucha el grito de nuestras cegueras” y que “quiere tocar nuestros ojos y nuestro corazón”, “atraernos hacia la luz, hacernos renacer y reanimarnos interiormente” es la recomendación final del Papa que invoca, al final de su homilía al Hijo de Dios: “¡Ven, Señor Jesús!”
Agradecimiento de Mons. Selim Sfeir y saludo final del Papa: «pienso en los migrantes».
Al final de la Santa Misa el agradecimiento de Monseñor Selim Sfeir, Arzobispo de Chipre de los Maronitas, al Papa por su visita. Un agradecimiento que se convierte en Acción de gracias a Dios, por Su amor incondicional por cada uno de nosotros, por “permitirnos ser responsables los unos de los otros”, por representar Su presencia “vivificante” para los demás. También a la Santísima Trinidad, por su “obra de salvación” en Su Iglesia “en nombre de todos los pueblos, lenguas y civilizaciones” que se encuentran en tierra chipriota. Las alabanzas a Dios Padre, a Jesús, al Espíritu y la expresa voluntad dirigida a María de ir con ella “hacia los demás” y hacia su Hijo Jesús, hecha ante el Sucesor de Pedro, culmina con los aplausos de los presentes y con el saludo final del Papa Francisco que, previa entrega de un cáliz al Arzobispo de Chipre de los Maronitas y al Patriarca Latino de Jerusalén, demuestra su gratitud por la acogida y el afecto brindado, y dice:
Aquí en Chipre estoy respirando un poco de esa atmósfera típica de Tierra Santa, donde la antigüedad y la variedad de las tradiciones cristianas enriquecen al peregrino. Esto me hace bien, y hace bien encontrar comunidades de creyentes que viven el presente con esperanza, abiertas al futuro, y que comparten este horizonte con los más necesitados. Pienso particularmente en los migrantes que buscan una vida mejor, con los que tendré mi último encuentro en esta isla, junto a los hermanos y hermanas de diversas confesiones cristianas.
Gracias a todos los que han colaborado en esta visita. Recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los proteja. Efcharistó! [¡Gracias!]