En el camino cuaresmal estamos llamados a “contemplar”, como Pedro, Santiago y Juan, “la anticipación de luz” de Jesús. Pero debemos tener cuidado que esta contemplación no se convierta “en pereza espiritual”. Jesús mismo, tras haberse mostrado, “devuelve al valle” a los discípulos. Y así, también nosotros debemos volver a nuestra vida cotidiana, entre nuestros hermanos y hermanas, para que, iluminados por su luz, “podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes”. Ser lámparas del Evangelio es la misión del cristiano.
En el segundo domingo de Cuaresma el Papa Francisco reflexionó, antes de rezar el Ángelus, sobre el Evangelio del día (Mc. 9, 2-10) que nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús en el monte. Esa “anticipación de luz”, el rostro radiante de Jesús ante los discípulos asustados, a quienes había anunciado que sufriría mucho, sería rechazado y condenado a muerte, es una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra.
La oscuridad no tiene la última palabra.
El Papa se centró, en primer lugar, en los sentimientos de los discípulos tras el anuncio de Jesús:
Podemos imaginar lo que debió ocurrir en el corazón de sus amigos, esos amigos íntimos, sus discípulos: la imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Y precisamente en ese momento, con esa angustia en el alma, Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo al monte.
Posicionándonos en el lugar de la transfiguración, el monte, ese lugar “elevado, donde el cielo y la tierra se tocan”, y donde Moisés y los profetas “vivieron la extraordinaria experiencia del encuentro con Dios”, el Santo Padre señaló que el episodio de la transfiguración ofrece a los discípulos asustados, «la luz de la esperanza», “la luz para atravesar las tinieblas”, pues anticipa que “la muerte no será el fin de todo, porque se abrirá a la gloria de la Resurrección”. “Vivir esta ‘anticipación’ de luz en el corazón de la Cuaresma”, dijo Francisco, es “una invitación para recordarnos, especialmente cuando atravesamos una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que la oscuridad tenga la última palabra”.
La luz del Resucitado.
Tras centrarse en los sentimientos de los discípulos, ubicó el Evangelio del día en los sentimientos de los fieles: también nosotros pasamos a veces “por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida”. “Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte”. Incluso “en el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide que gastemos nuestra vida en el servicio y la perdamos en el amor, en lugar de conservarla y defenderla”.
Necesitamos, entonces, otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y de los criterios de este mundo.
Atención a la “pereza espiritual”.
Recordando que “también nosotros estamos llamados a subir al monte, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de su victoria pascual”, el Papa Francisco advirtió que, sin embargo, debemos “guardarnos”, de que esa sensación de “es bueno estarnos aquí”, como exclamó Pedro (v.5), no se convierta en “pereza espiritual”. Pues, como hizo con los discípulos, Jesús mismo “nos devuelve al valle”:
No podemos quedarnos en el monte y disfrutar solos de la dicha de este encuentro. Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y a nuestra vida cotidiana. Debemos guardarnos de la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir al monte no es olvidar la realidad; rezar nunca es escapar de las dificultades de la vida; la luz de la fe no es para una bella emoción espiritual. No, este no es el mensaje de Jesús.
Iluminados por la luz de Cristo, llevarla a todas partes.
En definitiva, “estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes”, pues es misión del cristiano “encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza”.
“Recemos a María Santísima para que nos ayude a acoger con asombro la luz de Cristo, a guardarla y a compartirla.”
Ayunar del cotilleo.
Después de la oración mariana el Sumo Pontífice unió su voz a la de los Obispos de Nigeria, para condenar el secuestro de las 317 muchachas en una escuela, el viernes pasado, y llamó a rezar por ellas para que regresen pronto a sus hogares. Además, recordó que hoy es el Día mundial de las Enfermedades Raras, y señaló que la red de solidaridad entre los familiares, fomentada por las asociaciones que trabajan en ese ámbito, “es más importante que nunca”. Finalmente, en el saludar a todos los fieles y peregrinos, deseó a todos un buen camino cuaresmal, y recomendó un ayuno muy particular, que “no hará pasar hambre”:
Les recomiendo un ayuno, un ayuno que no les hará pasar hambre: ayunen de chismes y murmuraciones. Es una forma especial. En esta Cuaresma no hablaré mal de los demás, no cotillearé…. Y esto lo podemos hacer todos, todos. Este es un buen ayuno. Y no olviden que también les será útil leer cada día un pasaje del Evangelio, llevar el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, y tomarlo cuando se pueda, cualquier pasaje. Esto abre el corazón al Señor.