La Iglesia universal celebra cada 23 de agosto, la memoria litúrgica de Santa Rosa de Lima, virgen, Terciaria Dominica, la primera Santa canonizada del Nuevo Mundo, declarada la patrona del Perú, de América, de las Indias y de Filipinas.
Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, publicó en 2017 un artículo que nos presenta una honda reflexión teológica acerca de la figura mística de Santa Rosa de Lima, santa peruana que vivió entre los siglos XVI y XVII.
El presente documento, disponible de forma gratuita en PDF, está estructurado en dos partes:
En la primera se explican algunos elementos del contexto social, humano y religioso donde Rosa estaba enraizada, a la luz de valiosas investigaciones históricas y antropológicas de fines del siglo pasado e inicios del presente siglo, que muestran una Lima a inicios de la colonización española: opulenta y frívola, pero carente de sentido humano y «triste».
Descarga aquí el texto completo: Rosa de Lima, entre el enraizamiento y el misticismo
En la segunda parte, se precisa, a partir de estos elementos, algunos escritos de Rosa e investigaciones sobre ella, el tipo de misticismo que vivió: misticismo criollo de servicio, es decir, un criollismo servidor de Jesucristo en los indios.
Lima en tiempos de frivolidad e indiferencia.
¿Qué había ocurrido? Había acontecido una crisis, «una crisis producto de situaciones muy graves que le tocó vivir a Rosa de Lima». Por este tiempo, las ambiciones pecuniarias de los españoles y criollos conllevaron a que se cometan «graves injusticias», sometiendo a pueblos indígenas a «largos males, confiscando sus tierras, y pretendiendo la perpetuidad de la propiedad indígena. Los hicieron trabajar en sus haciendas y los obligaron al trabajo forzado de las minas».
Lima era una sociedad «rica hasta el hartazgo», sin otro propósito de la riqueza por la riqueza, ausente de sentido, «especialmente de sentido humano con las poblaciones indias y negras».
Ante esta dificultad, Rosa decidió hacer experiencia y aceptó vivir su condición de criolla «con ojos y corazón abiertos e interpelados por los pobres indios y negros, en quienes percibió la presencia de su amado Esposo Jesús». Así, Rosa «encarnó una defensa de los indios en su vida cotidiana y en su religiosidad, promoviendo una forma de inculturación del evangelio que dura hasta hoy».
Rosa desarrolló una sensibilidad de mujer laica, criolla y creyente desde su ser, siendo consciente de lo que acontecía en el contexto limeño.
Uno de los sectores limeños más golpeados fueron las mujeres, que ya desde antes, en el siglo XVI «habían sido prohibidas de usar saya y manto –las tapadas– y en varias oportunidades, en el siglo XVII fueron humilladas con muy diversos maltratos».
La santidad profunda de Rosa de Lima.
«Una santa es un don de Dios que emerge mediante la fe y la inspiración espiritual, en medio de circunstancias complejas, es decir, un don enraizado». En ese sentido, Rosa «se dejó interrogar por las circunstancias en medio de las cuales agudiza su vivir en enamoramiento pleno, semejante al artista, al poeta, al músico, al pintor, que expresan su vocación en cada gesto, en cada verso, en cada nota, en cada línea y color».
«Un místico es un sensor de Dios en el mundo complejo. Ese es el caso de Rosa, quien, sin vivir a espaldas de la realidad, sintió sus golpes y sus esperanzas en lo hondo del alma»
Rosa fue servidora para mostrar el rostro servidor en un mundo de injusticia y maltrato hacia los indios y negros. Por eso decimos que se «identificó hondamente con los cristos azotados del Perú».
«En medio de esta difícil y compleja realidad Rosa se atrevió a «sentir a Dios». Dios era para Rosa lo que sugiere en un poema César Vallejo: «mustia un dulce desdén de enamorado, debe dolerle mucho el corazón». En efecto, Rosa sentía a Dios como su amado y a este en los indios»