Gustavo Gutiérrez, "Tomasito de América Latina"

Así te llamó Casaldáliga, querido Gustavo. Y cabría discutir si debió haber dicho Tomasito o Tomasote. Pero esto es ahora lo de menos. Lo primero es constatar que tu nacimiento a la verdadera vida deja una extraña sensación de alegría y tristeza a la vez. Porque es también tu partida de aquí. Me siento ahora como un lienzo bicolor que, según como lo mires, tiene un color u otro y, a poco que lo dobles, ambos a la vez.

Escribe: José Ignacio González Faus (tomado de Religión Digital)

Recuerdo ahora que nuestro primer encuentro (en aquel encuentro famoso del Escorial de 1972) tuvo algo de choque. Ya no sé con qué palabras, pero sustancialmente creo que fue porque tú hablabas de la fuerza histórica de los pobres y yo decía que los pobres tienen fuerza teológica pero no histórica. Quizá en aquellos años 72 tenías tú más razón; hoy desgraciadamente, creo que tengo más yo.

Pero de aquel congreso me llevé tu recomendación de “hacer una lectura política de Juan de la Cruz” (como místico y político has sido tú), y de que no hay dos historias (una sagrada y otra profana que no nos interesa) sino “una sola historia”. Y que creo me han llevado a intentar leer lo que pasa en la historia, buscando lo que Jesús calificaba como “signos de los tiempos”. Gracias Gustavo.

Luego nos vimos muy poco. Pero dio la casualidad de que Julia, una buena amiga de aquí de Barcelona casada con un norteamericano, pasaba seis meses al año en Estados Unidos, precisamente en el mismo lugar donde vivías tú entonces. Asistía a todas tus charlas y nos mandábamos recuerdos cada vez.

Pero lo que ahora quisiera comentar es otra cosa. Otros estudiarán tu teología y tu pensar tan intuitivo. Yo prefiero cantar y aplaudir tu actitud de total fidelidad a la Iglesia. Pocos sabrán lo que tú has padecido, cómo más de un papa te miró con claro encono: por “comunista” o porque expresiones como esa de “practicar a Dios”, parecían activistas y poco intelectuales. Cómo, en aquel congreso citado de 1972, te preguntaron algunos periodistas qué pasaría si la Iglesia cuestionara la opción por los pobres, y viniste a responder que sería como una manera de estar crucificado: con la fidelidad a unos por un lado, y la fidelidad a la iglesia por el otro. Y cómo esa amenaza te estuvo acompañando un tiempo y cuánto hay que agradecer a los hermanos dominicos que te acogieran en su orden para liberarte de otras jurisdicciones más inquisitoriales. ¡Ya se nota que conservan vivo el recuerdo de lo que le pasó a Tomás de Aquino!

Y ¡qué contraste, para terminar, con la reacción en Bélgica de esas gentes que amenazan con dejar la Iglesia por lo que dijo Francisco sobre el aborto! Dan la sensación de que su eclesialidad es más sociológica (por haber nacido en un país católico) que cristiana: pues parecen pensar que la pertenencia a la Iglesia se justifica porque sus autoridades piensan «como yo», y no por lo que la Iglesia significa.

En fin, esto va escrito a vuelapluma (o a vuelatecla) y no puedo alargarme más. Un Tedeum por ti.