Iglesia de Lima participó en Misa de Exequias por el Papa Francisco

El Pueblo de Dios de la Arquidiócesis de Lima, se congregó en la Basílica Catedral de Lima para participar de la Misa de Exequias oficiada por Monseñor Juan José Salaverry. También estuvo presente el Nuncio Apostólico de Su Santidad, Monseñor Paolo Rocco.

A continuación, compartimos la homilía de Monseñor Juan José Salaverry, obispo auxiliar de Lima:

Hoy, viernes de la Octava de Pascua, seguimos celebrando el gran Domingo de Pascua que no es solo un día: ¡Es el día! Es el día -por excelencia- en que actuó el Señor.
El Dios que actuó creando en el origen de todo por medio de su Palabra, es el mismo Dios que interviene directamente en la historia: en la concepción del Verbo en el seno de María y en el día de la resurrección de Jesús, el Cristo. ¿Interviene Dios más veces? Por supuesto que sí; El no deja de intervenir, pues lo suyo es trabajar –“Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” (Jn 5,17): ahí tenemos a los profetas, a tantos hombres y mujeres que han sido con sus vidas presencia amorosa de un Dios que vive y actúa. Damos especiales gracias a Dios porque ha intervenido a través del Santo Padre Francisco que nos ha trasmitido la alegría y la esperanza que brotan de Dios.

Por eso, mientras, con toda la Iglesia, contemplamos al Resucitado, oramos por nuestro querido Papa Francisco, fiel discípulo, hermano en la fe que fue llamado a ser sacerdote, obispo y Padre de todos, y que, después de estar unido a Jesús en un prolongado Viernes Santo de sufrimiento, se ha incorporado definitivamente a él con la esperanza de la Resurrección.

Él nos ha dado a conocer a ese Dios que llevaba en las entrañas. Un Dios que es Abba, Padre querido y amigo. Un Dios que nos desinstala, por medio de su Espíritu, y nos lanza a ser presencia de buena noticia curadora y liberadora entre la gente.
Al encuentro definitivo con ese Dios Padre es donde ha ido Francisco, el Papa de las sorpresas.

Sorpresa nos dio cuando lo vimos por primera vez en el balcón de San Pedro, y, con un gesto profético pidió a la multitud que lo vitoreaba y que esperaba la primera bendición papal, recibió primero la encomienda que orara por él.

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Sorpresa nos dio cuando lo vimos por última vez el Domingo de Resurrección, en el mismo balcón de San Pedro, bendiciendo Urbi et Orbi –a la ciudad y al mundo– a la multitud que desde entonces lo ha seguido vitoreando y de dirigirnos unas palabras, con el leve hilo de voz, bendiciéndonos a todos. Ahí tras el tenue susurro de su voz, nos enseñó a todos que para amar no se necesita fuerza y poder, sino solo entrega y fidelidad tierna y audaz.

Francisco se ha ido dándonos una nueva sorpresa: el desenlace de su vida entre nosotros, porque no estaba bien de salud, pero no pensábamos que se desencadenara tan rápidamente todo.

La familia se reúne en acontecimientos importantes, en momentos buenos o en momentos malos, así nos reunimos nosotros hoy con dolor, pero también con muchísima esperanza, a celebrar la Eucaristía. Una Eucaristía que, ante todo, es de acción de gracias a Dios por la vida del Papa y por la Iglesia, y para pedir al Señor que abra las puertas del descanso eterno, al Sucesor de Pedro que no se ha cansado de pedirnos que abramos puertas de nuestros corazones, de la Iglesia y de la Misericordia.

El que ha sido Pedro durante doce años, dijo muchas veces, a unos y otros: “No se olviden de rezar por mí”. Eso mismo es lo que nos ha reunido hoy. En su tránsito a la plenitud de la vida cumplimos fielmente lo que nos pidió desde su primera aparición en público. Eso es lo que hacemos esta noche, como Iglesia de Lima, orar por Él.
Nuestra Eucaristía, si cabe, es todavía una acción de gracias más grande porque en la resurrección de Jesucristo descubrimos que estamos llamados a resucitar todos y sabemos -y eso es lo que queremos decir hoy, dándole la mano al Papa Francisco-, que la muerte no tiene la última palabra sobre nadie, tampoco sobre la vida de nuestro querido Papa Francisco.

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En la mañana del lunes, el cardenal Camarlengo señaló un hermoso epitafio para el Papa Francisco, y emociona el recordarlo. Decía así: «Ha retornado a la casa del Padre”, hemos sido creados desde el amor de Dios y estamos predestinados a volver a él: exitus y reditus como decían los escolásticos. Pero nosotros podemos añadir, con san Pablo, “he peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe” (2 Tim 4.7), al servicio de Dios, de su Reino, caminando con el santo Pueblo de Dios.
La riqueza de la Palabra es extraordinaria para este día.

1. En la primera lectura del libro de Hechos de los apóstoles, contemplamos a dos de los testigos privilegiados de la presencia de Jesús resucitado, como son Pedro y Juan, “hombres del pueblo y sin cultura” (Hch 4,13). Cuando aún estaban hablando en la esplanada del Templo, las autoridades judías echaron mano de los dos discípulos. La brusca interrupción del sermón muestra la hostilidad que despertaba el anuncio cristiano; pero es una ocasión que no desperdician los discípulos para denunciar con parresía la muerte en cruz y proclamar la resurrección de Jesús ante las autoridades judías, y ante el hombre que un rato antes había sido curado, cuya presencia evidenciaba lo que la resurrección de Jesús había realizado en aquellos discípulos.

¿Quiénes van a detenerlos? El texto sugiere que se trata de un contingente semejante al que acudió a Getsemaní para prender a Jesús. Así se cumple la sentencia según la cual el discípulo corre la misma suerte que su Maestro. Los discípulos, perseguidos y encarcelados, se identifican con Jesús en su mismo destino.

En este texto veo reflejado un rasgo fundamental de Francisco. Al igual que los discípulos de la primera hora, el Papa ha mostrado una enorme parresía-valentía para anunciar explícitamente a Jesucristo y temas que de ahí derivan, como el cuidado de la casa común (Laudato sí), la fraternidad y la amistad social (Fratelli tutti) y el amor humano y divino de Jesús (Dilexit nos).

No ha buscado otra cosa que enseñarnos a vivir desde y con lo esencial del Evangelio, al igual que el Pobre de Asís, con los ojos puestos en Jesús, en todas las dimensiones de la vida… Y las críticas, las acusaciones, las falsas noticias y hasta las oraciones pidiendo que Dios se lo llevara, han aflorado en el seno de la misma humanidad y de las instituciones que él con tanto amor sirvió. Pero él ha seguido siempre con sencillez, parresía, fidelidad y amor universal, especialmente por los pobres y los más marginados, los excluidos y rotos por los golpes de la vida.

Así ha vivido Francisco, y así ha muerto. Realmente, ese es un buen final, un final que nos habla de la real configuración con Jesús de Nazaret. Los árboles mueren de pie, por eso un día antes de morir bendice a su Iglesia, por eso al inicio del Triduo Pascual visita a los presos, les deja un donativo pero sobre todo les deja el testimonio del Amor de Cristo que se entrega hasta morir, Francisco no ha cesado de testimoniar el amor de Jesús hasta el ocaso de su propia vida.

Por eso, recordando a Francisco, a lo largo de sus doce años de servicio paternal a la Iglesia, estoy seguro que él no querría que nos centráramos en su persona, alabando su figura, en esta celebración, sino que, al venir aquí, a esta Iglesia madre de la Arquidiócesis, al reunirnos en comunidad celebrante, pusiéramos nuestra mirada allí donde la ponía Jesús y la puso cada día el Papa: la construcción del Reino y el proyecto de Dios para la humanidad.

2. El Evangelio proclamado hoy nos da pistas para revisar el modelo de Iglesia que ha deseado Francisco. No ha querido, de ninguna manera, hacer una revolución. Sencilla y llanamente ha buscado caminar siempre en fidelidad al Evangelio, a las fuentes originarias de la Iglesia y al Concilio Vaticano II y, desde la exhortación Evangelii gaudium, siempre con los ojos fijos en Jesús.

Los discípulos, pescadores en el lago de Galilea, que han caminado con Jesús, tienen dificultades para ver al Resucitado en la normalidad con la que se acerca él a sus vidas. Son reflejo de los cristianos, que están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. Pero hay un dato importante: El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Solo hay siete discípulos. ¿Dónde está el resto? ¿Están envueltos en la decepción, en el escándalo por esa muerte, en el miedo…? Lo ignoramos. Pero sí sabemos que los siete han vuelto a las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. A dos de ellos no se les nombra, tal vez para que los lectores de entonces, o nosotros hoy, nos identifiquemos con ellos. ¿Será que todo ha terminado? La realidad es que se sienten solos, como tantos en la Iglesia.

“Era de noche”. Es tiempo de zozobra y dificultad. Jesús se aproxima preguntando, no imponiendo. Se dirige a sus discípulos y les pregunta por aquello que nutre sus vidas. Ellos reconocen su incapacidad: “no habían pescado nada”. Lo descubre primero el que se ha dejado querer más. Con calma, como quien desea reconstruir a las personas y la comunidad, les habla. Luego, les lanza a la misión, les anima a volver a intentarlo, a echar de nuevo las redes por el lado de un amor que no se cansa. Y la pesca es abundante. La escena se transfigura cuando se pone a Jesús cálidamente en el centro con «las brasas y las llamas encendidas». Emociona la sencillez de los gestos de Jesús para preparar el almuerzo con cariño.

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El Papa Francisco con su vida nos ha explicado este evangelio, nos ha querido enseñar, que es en nuestros lugares cotidianos, entre los rostros más cercanos, donde hemos de encontrarnos con el Señor. Y lo ha hecho sin imposiciones, Nos ha insistido que es en lo cotidiano, en nuestra pobreza y fragilidad donde el Señor nos regala su amor y nos confía lo que más quiere. No ha dejado de animarnos a confiar y a lanzarnos en misión, pues la tarea es abundante. He aquí la Iglesia en salida de Francisco.

Un don fundamental del Resucitado es que nos hace capaces de cuidar de las vidas más frágiles, su amor nos capacita para recuperar ese cuidado esencial que hay en nosotros, por eso los discípulos dan lo que tienen, y devuelven el dinamismo de la vida al tullido del Templo. He ahí la Iglesia hospital de campaña de nuestro querido Francisco, devolver a la Iglesia la movilidad y el dinamismo de la vida autentica que solo se consigue con el poder del Resucitado.

3. Francisco, ha dejado siempre claro que él ha sido seguidor de Cristo, su amigo y su Señor. Así nos ha ayudado a descubrirle en la vida de cada día, en las preocupaciones de la humanidad y de la casa común, y escuchar qué es lo que tiene que decir en cada momento de la vida y en este momento de nuestra historia.

Por eso ha querido que este año sea especial: el año del Jubileo de la esperanza. Es la esperanza la que nos ayuda a abrir los ojos y a mirar como Iglesia: juntos caminado hacia la esperanza, porque el Señor resucitado es nuestra esperanza, y como Iglesia caminamos hacia esa esperanza que es Cristo glorioso.

En la Pascua resuena con mayor fuerza lo que el Señor nos ha dicho continuamente a lo largo de la historia: “Ánimo, no tengan miedo”. Es el mensaje de Francisco para la Iglesia y la humanidad de hoy.

Aunque las razones para tener miedo abundan en nuestro mundo y en nuestro Perú, Jesús, el Cristo de la Pasión, y Francisco, el Papa de la Esperanza, nos dicen que no podemos permitirnos sucumbir al miedo. La Pascua es una llamada renovada a no tener miedo. No tengamos miedo para anunciar a Jesús con palabras y gestos, como Francisco; que no se debiliten en nadie la alegría del corazón.

No hay temor en el amor porque ni siquiera la muerte puede causar temor a aquellos que han creído en Aquel que es Amor. La vida nueva, la vida plena, la vida eterna brota de un madero, pero de un madero reverdecido en brotes de esperanza. Esta vida surge de un sepulcro, pero con una losa ha sido corrida. La muerte no tiene la última palabra, como ha dicho Francisco días antes de morir, porque es la antesala de la gloria.

Nos duele la pérdida de nuestro buen Padre Francisco, pero no tenemos miedo y si el miedo se asoma, la Pascua nos hace afrontarlo con la fuerza del amor, la misericordia y la esperanza, con nada más.

Francisco ha sido un discípulo de la Pascua, su mirada transparentaba a un Dios que no excluye a nadie, y, desde ahí, nos ha ayudado a caer en la cuenta de qué es lo importante: no el hacer más y más cosas, sino el mirar con ternura y amor a la vida, mirando siempre hacia delante y dando la mano a todos.

Así ha conducido a la Iglesia hacia el futuro. Creemos que Francisco nos ha enseñado a mirar hacia adelante sin miedos y nos ha inculcado esa confianza esperanzada tan propia del Evangelio, que nos lleva a contemplar la vida sabiendo que estamos en las mejores manos, en las de Dios, que estamos con las mejores herramientas, como son las que nos da el Evangelio: la devoción a María, Salud del Pueblo Romano, la caridad, la misericordia, la fraternidad y la cercanía para caminar juntos.

Ha trabajado sin descanso para que la Iglesia sea lo que es por esencia, es decir, comunidad en la que se refleja el misterio trinitario, siendo la madre que acoge a todos y que está llamada a servir y a amar.

Concluyo.

Francisco ha sido el aire fresco del que habló san Juan XXIII, que la Iglesia necesitaba al convocar el Concilio Vaticano II. Nos ha acercado más a Jesús, nos ha invitado a vivir la alegría del Evangelio en una Iglesia en la que quepamos todos, sin excluidos. No es fácil encontrar a alguien que tenga una sensibilidad tan exquisita para acoger a las personas, dedicarles tiempo, afecto y atención y al mismo tiempo ocuparse de lo macro, de los grandes problemas. A Francisco no sólo le han importado los pobres en general: también le han importado las personas concretas: el niño, la mujer, el anciano, el enfermo, el preso, el diferente…. Su relación persona a persona ha provocado enormes cambios en la percepción que de la Iglesia tienen muchos, incluso en el interior de la misma Iglesia.

Su fuerza apostólica le hacía desear ir hasta el fin del mundo con zapatos desgastados, permitiéndose acudir a donde hiciera falta para llevar consuelo: a Lampedusa, a Mongolia, a la Amazonía peruana, a la cárcel romana… ha cumplido la misión que le encomendó el Señor, viviendo del Espíritu. Desde ahí se ha acercado a las personas y a los problemas sociales, ecológicos, bélicos, económicos… con corazón, con afecto, y ha abierto caminos para buscar soluciones concretas.

¿Se equivocó en ocasiones? Sin duda, pudo equivocarse, pero no hay duda de que actuó en conciencia, con discernimiento y coherencia absoluta ante Dios que ha sido la guía decisiva de su vida y de su conducta. En el Dios compasivo y misericordioso, y en su bendita Madre, la Virgen Desatanudos, ha puesto su confianza. Así ha conducido a la Iglesia.

Francisco, rezamos por tu eterno descanso en Pascua, sabiendo que tú eres Pascua. Sigue animándonos con tus sueños y desvelos. Tú conoces muy bien lo mucho que nos cuesta ser “Iglesia en salida” y caminar juntos, pero sabes que lo deseamos y lo intentamos, porque así lo quiso el Maestro.

Francisco, hermano llamado a ser Padre. que no nos venzan los miedos y sigamos avanzando. Tú nos has recordado la hermosa máxima de dom Helder Cámara: «Cuando sueñas solo, es solo un sueño; pero cuando sueñas con otros, es el comienzo de una nueva realidad»; que no decaigan los sueños en nuestra vida, para llevar la esperanza al mundo.

Dile a Jesús, que lo amamos, y que queremos mantenernos en su seguimiento, como Iglesia que camina en Lima y en el Perú con la fuerza del Espíritu de Amor.
Gracias por tu vida y, por favor, no te olvides de rezar por nosotros, para que mantengamos tu memoria viva y no dejemos de caminar como “peregrinos de esperanza”. Hasta el cielo, desde donde tú nos has de ver y sonreír, Papa de “todos, todos, todos”.