El Padre Juan Bytton Arellano S.J. nos adentra en las lecturas de este cuarto domingo de Adviento y hoy nos invita a fijar nuestra atención y reflexión en los personajes, en los protagonistas de los relatos bíblicos.
Estamos ya en este Cuarto Domingo de Adviento, y nos reunimos para reflexionar sobre la Palabra de Dios a puertas de celebrar ese gran acontecimiento que cambia definitivamente el rumbo de la historia, que es el Nacimiento de Jesús.
En este cuarto domingo de Adviento se nos propone lecturas muy fuertes, muy potentes y vamos a detenernos, básicamente, en los personajes, porque en la Primera Lectura que es del Segundo Libro de Samuel, nos vamos a ver la historia del Rey David, y una actitud particular que él tiene en esta lectura, en este momento de su vida, él quiere construirle una casa a Dios, tiene toda la buena intensión, tiene el buen deseo de hacerlo, pero el diálogo que el profeta Natán – porque Dios se lo pide así – va a tener con David, nos ayuda a entender también cuál es nuestra relación con Dios, y cómo podemos entender nuestra relación con Dios.
David dice que le quiere construir una casa a Dios porque él, el rey, vive bien. ¡Y cómo no su Dios! Tiene que vivir bien también. Sin embargo, Dios le responde a través del profeta: “David no es que tú debas saber dónde construirme una casa, yo sé dónde vives tú, el mundo es tu casa. Y por eso no hay un espacio donde yo pueda habitar ni dónde me pueda sentir bien, sino es que soy yo el que produce bienestar y paz, justicia y fraternidad en el mundo entero”. Y eso es curioso porque también a nosotros, muchas veces nos nace, el hecho de poner a Dios aquellas características o aquellos intereses que a nosotros nos parece que están bien.
Y por eso en la Segunda Lectura, San Pablo a los Romanos, lo dice de manera muy clara: “el Evangelio revela el misterio”. Quien vive el Evangelio, quien vive los criterios del Evangelio conoce a Dios, como bien lo dirá Juan también.
Y de la realidad de David y de la realidad de Pablo nos habla el Evangelio, uno de los Evangelios más bonitos que es la Anunciación, cuya protagonista es María. El Espíritu Santo, a través del Ángel, anuncia de que va ser madre de nuestro Salvador, y no nos presenta a igual que a David, un personaje un poco tímido, sino una mujer consciente, una mujer capaz de saber qué misión le va a venir. Y por eso la primera pregunta de María es “¿Cómo esto va a ser posible?”. Frente al Espíritu Santo, María nos enseña a tener espíritu crítico, saber cuestionarnos. La acción de Dios nunca va contra el ser humano, al contrario, es capaz de entrar al misterio más hondo del ser humano porque ahí encontramos a Dios que habita en todas las cosas. Y este diálogo entre María y el Ángel, de alguna manera, es el diálogo de todo ser cristiano “¿Cómo será esto?” Y dice el Ángel “Mira a tu prima Isabel” – En este momento lo imposible se hace posible, y este hermoso Evangelio se hace en el marco, al inicio y al final, de las palabras del Ángel: “¡Alégrate María! ¡Alégrate!”. Cuando uno está en gracia de Dios, surge la alegría más honda que conversamos justamente el domingo pasado. Y digo al inicio y al final, porque el signo de la alegría en la fe es el servicio.
Dice el Evangelio de Lucas que el Ángel la dejó y María salió inmediatamente a servir, justamente a la que fue protagonista de lo posible de Dios, a su prima Isabel. Que estas actitudes de estos personajes bíblicos en este Cuarto Domingo de Adviento, nos ayude a nosotros, a cada uno de nosotros también a poder preparar el corazón, que estemos atentos en dónde nos está invitando el Señor a estar, con quiénes compartir la vida, cuáles son esos pesebres de hoy, esos “Nazareth” de hoy. Esta Pandemia nos permite reformularnos y cuestionarnos como María: ¿Cuál es nuestra fe? ¿En quién Dios creemos capaz de darnos la posibilidad y la misión de salir al servicio de los demás? Y que así podamos prepararnos en este año complejo a renovarnos en la esperanza, a renovarnos en la fe, y a vivir en definitiva los valores del Evangelio, aquellos valores que siempre buscarán el bien común y siempre llegarán a los que el Señor tiene en el corazón: los últimos, los pobres, los marginados, los descartados del mundo, porque ellos son, en esta historia de Dios, los protagonistas.
Buen Cuarto Domingo de Adviento y que el Señor les bendiga en familia.