Mons. Castillo: Una Iglesia con corazón que escucha el clamor de los que sufren

Inspirado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia de vivir un cristianismo atento al clamor de los que más sufren, capaz de escuchar y levantarse a servir. Señaló que el Señor, con sus gestos, nos llama a ser un milagro para nuestro pueblo, a ver la realidad y actuar con la misma misericordia de Dios por la humanidad.

Lamentablemente, nos hemos habituado a un catolicismo de indiferencia en donde se piensa: “Yo me purifico, los demás no importan”. El arzobispo de Lima exhortó a que desarrollemos juntos nuestra capacidad de apertura y diálogo con el mundo para construir «no una Iglesia de puros e impuros, sino una Iglesia de puro corazón» que se incline para ayudar a los demás.

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El Evangelio de hoy (Marcos 10,46-52) narra el encuentro entre Jesús y Bartimeo, un hombre ciego que clama a gritos por la compasión del Señor. Al principio, es rechazado por la gente, pero su insistencia le permite llegar hasta Jesús, que siempre mantiene una actitud de escucha y amistad, especialmente, con los que más sufren.

Los gritos de este ciego – explicó el arzobispo de Lima – no son ignorados por el Señor que, con gestos de ternura y delicadeza, nos recuerda que la verdadera fe se vive con apertura hacia el Otro, asumiendo nuestra misión de acompañar al mundo, no condenarlo. Este también fue el llamado del Papa Francisco en la Misa de clausura por el Sínodo de la Sinodalidad: «una Iglesia sentada se acomoda en el propio malestar (…) Pidamos al Señor que nos dé el Espíritu Santo para que no nos quedemos sentados en nuestra ceguera», ha dicho el Santo Padre.

En sintonía con las palabras del Papa, Monseñor Carlos Castillo recordó que la Iglesia debe ser reflejo del amor de Dios para caminar con los marginados y aprender a valorar el aporte de todos. También recalcó que no podemos continuar con el modelo de una Iglesia de «puros» que excluye al resto y hace separaciones: «Aquí todos somos pecadores y todos nos ayudamos mutuamente en ese pecado, somos solidarios».

El Reino de Dios está aquí. Lo anticipamos con gestos de misericordia

El Prelado sostuvo que nuestra humanidad tiene «muchas cosas lindas para que todos hagamos un anticipo del Reino». Por eso, «no podemos contentarnos y conformarnos con que vamos a estar en el Reino de Dios en el futuro; aquí, en la tierra, hay que hacer justicia, solidaridad, amor, cariño. El Reino lo anticipamos aquí, con gestos», agregó.

Los intentos de callar los gritos del ciego son también un reflejo de nuestra cerrazón ante la realidad. «Hoy día, cuántos estamos gritando también y nadie nos hace caso. Pero hay que seguir gritando porque necesitamos que la compasión se viva en el Perú, se viva entre nosotros. Y se viva, primero, en la Iglesia», manifestó el arzobispo.

Tenemos que ser una Iglesia mucho más compasiva, misericordiosa y atenta a la vida de los demás.

La respuesta de Jesús ante la súplica de Bartimeo también nos deja muchas enseñanzas. Primero, cambia esa actitud de rechazo de la gente que, interpelada por las palabras del Señor, atiende al ciego con disposición. «Este es el primer milagro. Cuando el Señor nos dice las cosas con profundidad, con verdad, le hacemos caso porque Él nos transforma», afirmó.

En segundo lugar, Jesús pregunta y escucha lo que el ciego tiene para decir. «No camina atropellando, Jesús pregunta, conversa. Nosotros también necesitamos preguntarle a las personas, y tiene que instaurarse el diálogo antes de tomar decisiones, no arrasar», advirtió.

Finalmente, el Señor, entendiendo cuál era la necesidad más íntima del ciego, le responde: “Anda, tu fe te ha curado”. Monseñor Castillo hizo hincapié en estas palabras y precisó que el Señor no hace magia, sino que reconoce la fe de Bartimeo y cómo siente la presencia de Dios en su interior.

Ser creyente como este ciego es aprender a dejarnos llevar por el amor de Dios que nos permite, con esa fuerza, hacer todo lo posible. No es magia, es un camino de apertura a Él.

Hoy que el Señor nos convoca a actuar con misericordia ante los problemas y sufrimientos de los demás, el obispo de Lima reiteró que todos podemos ser un milagro para nuestro pueblo, desarrollando nuestra capacidad de servicio y construyendo una Iglesia que siempre esté de pie y caminando, «no una Iglesia de ‘puritos’, sino una Iglesia de puro corazón».