Señor de los Milagros: Una Iglesia fecunda que camina en verdadera amistad

En la homilía por la Solemnidad del Señor de los Milagros, Monseñor Carlos Castillo recordó que el gesto de caminar en procesión nos acerca al camino sinodal de la Iglesia, siempre dispuesta a servir con amistad y generosidad, pero sin perder la dignidad. «Jesús quiere que tengamos una vida fecunda, no una vida estéril. Y salimos de la esterilidad cuando amamos con el mismo amor del Señor y aprendemos de Él», expresó.

Leer transcripción de homilía del Arzobispo de Lima

La imagen del Señor de los Milagros ya se encuentra recorriendo las calles de nuestra ciudad. En el día de su solemnidad, cientos de miles de personas se congregaron en los exteriores del Santuario de Las Nazarenas para acompañar en procesión al Cristo Moreno. Este gesto significativo de caminar junto al Señor, explicó el arzobispo de Lima en su homilía, es lo más parecido a un acto litúrgico porque avanzamos en comunión y en comunidad con la presencia de Dios en nuestras vidas.

Sin embargo, muchas veces hemos condicionado nuestra fe cristiana a partir de lógicas humanas y ajenas al amor gratuito del Señor que, en el Evangelio de hoy (Juan 3,11-16), nos recuerda que «somos sus amigos». Pensar la fe cristiana como un negocio de un «toma» y «dame», en donde acumulo méritos por mis buenas obras, es una tentación humana que debemos aprender a superar.

En su alocución, el Primado del Perú resaltó que Jesús siempre está presente en los procesos de la gente, caminando y acompañando en sus problemas distintos. Y fue «respondiendo sin indiferencia, sino con preocupación a las dificultades del Otro, a sus esperanzas y sus alegrías».

La fe no es estática, está en movimiento, como la procesión

El obispo de Lima sostuvo que todos estamos embarcados en la gran tarea de «regenerar nuestra sociedad desde lo alto de la Cruz para que en la sociedad haya compasión y el mundo pueda vivir en amistad». Eso requiere una actitud constante de servicio y alerta a las necesidades más urgentes, involucrándonos, activamente, en un camino compartido que nos empuja hacia adelante. En eso consiste la procesión del Señor de los Milagros: “A veces, pensamos que estamos en la procesión y que nosotros estamos haciéndola, pero la procesión es la que nos lleva, somos conducidos por ella y nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios.”

El Papa Francisco, nos recuerda en su Encíclica «Nos Amó», que al mundo le falta corazón, le falta esa hondura de visión y de experiencia; el mundo necesita saber tratarse, el ser humano necesita ser regenerado en el amor de Dios

En otro momento del Evangelio, el Señor le dice a sus discípulos: “Ya no los llamo siervos, los he llamado amigos”. Estas palabras – apuntó el Prelado – marcan una ruptura con aquella imagen de miedo o sumisión que podemos tener de Dios. El Señor ha venido a promovernos y quiere que nuestra fe se viva desde la amistad, en la confianza y cercanía. «El Señor nos llama “patas”, somos sus “patas del alma”, es un amor muy grande. Pero hay que tener cuidado de formar una religión de “amigotes ” , en el sentido de que somos cómplices y no amigos entrañables», refirió.

Servir y amar con dignidad

Monseñor Castillo hizo hincapié en que el servicio cristiano debe ser digno y nunca degradante. «Servir es amar dignamente con entrega generosa, inclusive, hasta la muerte, pero nunca perdiendo la dignidad. Por eso, el Señor nos llama “amigos”, porque no quiere que perdamos la dignidad en nuestra actitud de servicio».

Servir es amar dignamente con entrega generosa, inclusive, hasta la muerte, pero nunca perdiendo la dignidad. A Jesús lo iban a matar, y Él sabía que su misión era perdonar por parte de Dios, y aceptó la muerte libremente, dignamente, como todo hijo obediente del Padre.

Finalmente, dirigiéndose a los miles de fieles, el arzobispo Carlos Castillo hizo un llamado a continuar este camino sinodal que hemos venido recorriendo en la procesión del Señor de los Milagros.

Que esta procesión sea realmente el culmen, la plenitud de un camino que anticipamos, en cierto modo, la plenitud del Reino de Dios.