"De plagas y castigo de Dios" – Juan Bytton

Artículo escrito por el Padre Juan Bytton (Blog: La Palabra Encarnada)

Es cada vez menos frecuente, pero lo sigue siendo, escuchar que lo que estamos viviendo con esta pandemia del COVID 19 es un castigo de Dios. En la historia humana se constata infinidad de veces la relación entre tragedia y voluntad divina. Es algo muy marcado en el imaginario social, independientemente de las culturas y/o la diversidad de confesiones religiosas.

Haciendo un recorrido por la Biblia podemos pensar que esta idea de “maldición colectiva” tiene su origen en el relato conocido como las “10 plagas de Egipto” narrado en el libro del Éxodo capítulos del 7 al 12. Se trata del castigo de Dios que cae sobre un pueblo opresor (Egipto) el cual no deja en libertad a un pueblo sometido (Israel). Dios que ha prometido ser el protector de Israel decide castigar al Faraón de Egipto enviando estas plagas. Es tan fuerte este “juicio de Dios” que las tradiciones históricas (1 Samuel 5-6) y proféticas (Isaías 19; Jeremías 44; Ezequiel 29-32; Amós 4, 6-12) las recogen también.

Recordemos cuales son estas 10 plagas: el agua del Nilo se convierte en sangre; las ranas invaden el pueblo; los mosquitos en la ciudad; la invasión de moscas; la peste que mata a los animales; las úlceras en el pueblo; la feroz granizada; la invasión de langostas; las tinieblas; y la muerte de los primogénitos. La reacción del Faraón es diversa frente a cada una de ellas, pero finalmente su “corazón obstinado” impide dejar al pueblo de Israel irse. La décima plaga, la muerte del primogénito, es la más radical, porque pone en juego la vida de los inocentes y el futuro, y porque con ella no hay distinción de título ni de clase, morirá desde el hijo del Faraón hasta el hijo del preso en la cárcel. Frente a esta realidad el pueblo de Israel no sólo es dejado en libertad sino expulsado de Egipto. El reflejo de la realidad histórica y las prácticas rituales de la época han sido muy estudiados y difícilmente determinados con exactitud.

Este relato, solemne y armónicamente escrito, cuenta con tres estribillos cuya frecuente repetición nos muestra cuáles son las principales ideas que el autor quiere transmitir: “deja ir a mi pueblo para que me de culto”; “el corazón del Faraón se endureció”; y “en esto conocerás que yo soy el Señor”. Tres ideas que hablan de intención, actitud y resultado. El autor quiere evidenciar que todo acto humano tiene consecuencias y que la acción divina se interpreta estando atenta a éstas. Se trata de conocer el lenguaje de Dios a través de los acontecimientos humanos. El personaje del Faraón es un “tema” bíblico clásico: el mal. Esta realidad toma muchas formas a lo largo de las Escrituras, desde la serpiente (Génesis 3,1) pasando por “el príncipe de este mundo” (Juan 10, 11) hasta el Anticristo (1 Juan 2, 18). Su derrota es la victoria de Dios, es decir, la salvación del pueblo. La interpretación teológica de este drama toma en cuenta el lenguaje simbólico por el cual un pueblo quiere transmitir la presencia de Dios en su historia y dejar una lección capaz de ser interpretada y celebrada por las generaciones futuras.

El arte narrativo de las “10 plagas” logra que el mensaje prevalezca sobre la preocupación de reconstruir el pasado y por ello nos podemos ubicar en dos escenarios: 1. Se trató de desastres para el pueblo egipcio queriendo culpar a la presencia extranjera; 2. Se trató de hazañas de victoria del pueblo israelita que superó la adversidad. En definitiva, lo que está en juego es la libertad de un pueblo, no para volver a ser esclavo de algo o de alguien, sino para que sea totalmente libre y ponerse a disposición de aquellos por los que Dios los liberó: el sufriente, el vulnerable, el olvidado. “No oprimirás ni maltratarás al emigrante, porque ustedes fueron emigrantes en Egipto” (Éxodo 22, 20). Ser un pueblo “elegido” significa disponerse y confiar para construir un futuro que haga de la memoria, las lecciones aprendidas y la superación pilares de esperanza inquebrantables.

Digámoslo claro. Dios actúa en la historia, y cuando se vive una inesperada crisis letal no se puede hablar de un castigo divino, sino de asumir el momento como prueba de nuestra capacidad de reflejar las características del Dios que nos protege, un Dios de la vida, de la solidaridad, de la superación comunitaria del mal. Esto es evidente en la “décima plaga” asociada a la Pascua, es decir, al recuerdo del paso de Dios que salva al pueblo encerrado por el miedo en una noche inhóspita. Al igual que dicha plaga, estamos ante una realidad que pone en evidencia nuestra fragilidad humana y nuestras profundas brechas sociales, por ello pone a prueba nuestra capacidad de salir adelante juntos y la conciencia de actuar por el bien común, lo verdaderamente esencial en la vida. En estos días, nos confrontamos con esa soledad que se convierte en solidaridad cuando salimos de los lugares que nos encierran en el más puro egoísmo y mirada estrecha, y nos afincamos en la unión de un mismo sentir: la construcción de una sociedad que garantice el derecho a la vida, a la salud, a la justicia y a la paz.

Hoy estamos ante una pandemia y en tiempo de prueba. La solución está en la misma raíz de la palabra griega que define este momento: pan = todo – demos = pueblo. Es tarea de “todo el pueblo” hacer historia por su capacidad científica y empática de sentirse como tal cuando hace de la crisis oportunidad de nueva humanidad. La solución está en nuestras manos y nosotros en las manos del Dios de la historia que “ha vencido a la muerte y sacó a la luz la vida” (2 Tim 1, 10).