Discurso de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, en homenaje al R.P. Jorge Dintilhac, fundador de la Pontificia Universidad Católica del Perú y rector de la institución educativa durante 30 años.
El tercer domingo de cuaresma, el llamado a la conversión propio de este tiempo, se dirigía al cambio de la mentalidad, del modo de pensar, que en tiempos de Jesús estuvo marcado por la justificación divina de los males del inocente, cuestionada duramente por Jesús: “si no cambian de mentalidad perecerán de la misma manera”, refiriéndose a tragedias ocurridas a inocentes, perpetradas por el pretor romano o por la casualidad, y atribuidas a Dios como castigo de una culpa.
En esta línea quisiera meditar hoy en esta semblanza, sobre el catolicismo reflexivo y abierto del P. Jorge Dintilhac, que fundamenta nuestro manera de vivir el catolicismo en la PUCP, y que propició el laicado católico formado y lúcido del siglo XX que heredamos.
En plenos años de la Primera Guerra Mundial y de Revolución Rusa en que surge nuestra universidad, Cesar Arrospide cuenta cómo era el clima vital eclesial de los años fundadores donde la congregación de los sagrados corazones abre camino:
“Sin embargo, entre los jóvenes seglares del 20, ha surgido ya, como resonancia espiritual del cambio, una clara reacción contra el catolicismo tradicional, configurado éste por un insalvable clericalismo y un medroso retraimiento hacia la “sacristía”. Catolicismo eminentemente ritual, devoto y a media voz, Se siente ardorosamente la necesidad de dar testimonio de fe al aire libre y en voz alta, con un nuevo rostro, jubiloso, dinámico, juvenil. Coadyuvó a este movimiento el paso por Lima de un religioso de los Sagrados Corazones, el Padre Calazans, que impactó a la ciudad con sus prédicas y concentraciones públicas inspiradas en esta nueva actitud religiosa. Explicablemente, los católicos de la nueva mentalidad, y sin proponérselo conscientemente, quedaron ubicados, índole de su quehacer proselitista, a mayor distancia del clero que los católicos tradicionales. Además, hay que confesar que los sacerdotes -clérigos y religiosos- en actitud de identificarse con la nueva línea eran tan escasos y andaban tan absorbidos por sus habituales menesteres, que daba la impresión de que era impracticable recurrir al apoyo clerical”
El P. Jorge Dintilhac, nuestro fundador, fue así, parte de este nuevo pensamiento renovador y uno de los precursores de la Acción Católica, dirigió el Centro de Estudios Católicos (1930), que, si bien era para todas las universidades, en su mayoría la conformaban los estudiantes de la Católica, porque en el fondo él tenía una preocupación, la formación de los jóvenes para construir un país con los valores cristianos.
Prueba de ello es que “hizo un informe sobre la situación del Perú y de la necesidad de formar un movimiento de católicos que no tuviera carácter de Partido, en el que todos estuvieran agrupados y de esa manera pudiesen trabajar por el país. Este informe que quedó en proyecto, fue presentado a la Asamblea Episcopal de 1923”.
Con toda razón podemos llamar a Jorge Dintilhac, precursor y visionario de un laicado juvenil con identidad y sentid crítico. Su preocupación y amor al Perú, país que hizo suyo, fue su gran motivación para buscar y apostar con eficacia y creatividad por la educación cristiana y académica de los jóvenes.
Observador perspicaz y acucioso de la realidad peruana, se percató de la necesidad de proponer la formación universitaria en valores del evangelio para los jóvenes de su tiempo, porque, frente al ideal individualista y narcisista que se enseñoreaba, y frente a un catolicismo de costumbre que ahorraba el pensar, era menester proponer el ideal cristiano reflexivo, así lo manifestó en su Discurso Inaugural de apertura de la Universidad Católica:
Dos ideales antagónicos: frente al ideal mundano que promueve la satisfacción del placer personal, la educación de la universidad católica debe ser la de motivar a conquistar las regiones del infinito, que encamina su espíritu a vivir en sociedad.
Su sueño de alcanzar la formación católica de los jóvenes de su tiempo, no fue fácil de alcanzar. Se empeñó en lograr la fundación de esta universidad católica y contra viento y marea, persistió en la tarea que se impuso hasta cumplirla.
Tuvo el apoyo de muchos, es cierto, pero muchos más fueron los detractores y opositores que, desde diversos frentes, se opusieron a la creación de esta universidad, unos porque consideraban que retrasaría el desarrollo de las nuevas ideas, el progreso del país. Y otros porque lo consideraban que era demasiado moderno y atrevido para el catolicismo.
Según Castillo Freyre, “la nueva universidad católica era un peligro nacional, pues iba a dividir a la juventud, a formar estudiantes en un espíritu opuesto al progreso y a la futura grandeza del país, a aumentar todavía el número de abogados…”
La gran oposición y el menosprecio hacia la “Academia Dintilhac”, como despectivamente titulaban los diarios limeños, fue persistente, tanto que forzaban a los padres de familia a “no hacer experimentos con los hijos”. Y cuanto más eran los ataques, Dintilhac más crecía su convencimiento de que estaba cumpliendo una misión.
Por eso, es bastante ilustrativo recordar la aprensión del P. Jorge por las campañas que se urdían en contra de la nueva universidad, pero él estaba dispuesto a todo, así lo expresó en una carta a su superior:
“Muchos son los proyectos que urden contra la Religión y mucho se ha de temer por parte de las Cámaras. Pero si morimos víctimas de la tiranía anticatólica, gloriosa será nuestra muerte”.
Su convicción por proponer a los jóvenes otro espacio de formación alternativo al monocorde pensamiento existente fue, sin duda, un desafío provocador, pero su fe era más grande que su miedo a la derrota.
En su discurso inaugural ofrece su visión sobre la educación cristiana y los pilares que deben cimentarla: ciencia, filosofía e ideal cristiano.
Para Dintilhac “ciencia y religión son hijas de un mismo padre y destellos de una misma luz, que al juntar sus rayos en el espíritu del joven disiparán incertidumbres y dudas y lo introducirán en la región de la luz, de la verdad y de la vida”.
Por eso dirá, una filosofía así llevará a los jóvenes a una vida siempre más plena y fecunda, lejos del negro escepticismo.
Para Raúl Porras Barrenechea el P. Dintilhac enseñaba la más dulce y santa de las lecciones: “enseñaba a creer”. Efectivamente fue siempre muy activo en la promoción de la fe católica.
Su confianza en la providencia divina era impresionante, ante las dificultades económicas que atravesaba la universidad, su frase favorita era, “Dios proveerá”. No fue fácil erigir la primera universidad privada del Perú, sobre todo porque debía competir con las universidades públicas que contaban con el respaldo del Estado. Fue un hombre de fe, de profunda fe.
Esto evidencia que era un hombre confiado a la providencia divina, el motor de su esfuerzo y tenacidad. Tal como él mismo lo decía:
“Ha nacido de la nada, por un favor especial de la Divina Providencia, y ha podido mantenerse a pesar de su pobreza y de muchos ataques repetidos y enconados. Se ha desarrollado en la vida intelectual y social del país de un modo sorprendente, y con fuerzas que cada día han de afianzarse y levantar cada vez más alto el prestigio de la religión y de la ciencia cristiana. Para este fin debemos trabajar con eficiencia y entusiasmo siempre creciente”.