488° Aniversario de Lima. Diálogo y paz para una ciudad al servicio de todos

La Ciudad de Lima celebró el 488° Aniversario de su Fundación con una Solemne Misa y Te Deum que contó con la participación de las máximas autoridades gubernamentales del país. En su Homilía, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a «dejarnos interpelar por el Evangelio» para pensar en nuestra ciudad como una «ciudad de la paz», retomando el diálogo, el buen trato, saliendo de las mezquindades y costumbres malsanas para «intentar formas distintas de reorganizar nuestra vida como ciudad al servicio de todos».

La Eucaristía en la Basílica Catedral de Lima contó con la presencia de la Presidente de la República, Dina Boluarte; el Presidente del Congreso de la República, José Williams Zapata; y el Alcalde Metropolitano de Lima, Rafael López Aliaga.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Inspirado en las lecturas de hoy, el arzobispo de Lima inició su reflexión recordando que todos podemos «dejarnos llevar por los principios que el Señor siempre nos orienta, con su sabiduría, en cada una de sus palabras expresadas en la Liturgia». En ese sentido, el prelado argumento que la Lectura de la carta a los Hebreos (7, 1-3. 15-17), nos permite entender por qué Melquisedec es considerado «rey de la paz» y de Salem (ciudad que luego llevaría por nombre: Jerusalén, que significa «la ciudad de la paz»).

Melquisedec, explica Monseñor Castillo, es presentado en las lecturas como un hombre sencillo sin genealogía ni antepasados y, sin embargo, es la figura del Hijo de Dios, y como él, permanece sacerdote para siempre. Este rey entendió, a través del testimonio de Abraham, que es necesario vivir la vida siempre en función de la voluntad de Dios de pacificar a la humanidad y no únicamente en función de la ley carnal. «Por eso, en señal de agradecimiento por haber actuado benditamente, Melquisedec le ofrece a Abraham su bendición, y en contraparte, Abraham entrega el primer diezmo de la historia”, narró el arzobispo.

Jesús descentra a quien cree que lo importante es la ley y no la persona.

Por otra parte, el texto del Evangelio (Mc 3, 1-6), nos muestra cómo se comporta Jesús como Rey y Sacerdote Eterno, estableciendo una serie de principios por encima de la ley del mundo religioso hebreo y colocando en el centro de la sinagoga a un hombre con la mano paralizada. «Jesús descentra a quien cree que lo importante es la ley y no la persona. Por eso, hace uso de su autoridad para cambiarnos el centro de atención y ayudarnos», indicó.

Ante las prohibiciones que regían el día sábado (por los sacerdotes del templo de Jerusalén), Jesús rechaza todo intento de idolatría construida como ley y revestida de «divina» que, simultáneamente, no tiene en cuenta a la persona humana.

«Pero el Señor también pregunta, interpela y nos hace ponderar las cosas», resaltó el Primado del Perú. Esto se evidencia con las siguientes preguntas: “¿Qué está permitido hacer en sábado?, ¿hacer lo bueno o hacer lo malo?, ¿salvarle la vida a este hombre o dejarlo morir?”. De esta manera, «Jesús ve el problema de fondo, salta la trama y llama al hombre de la mano paralizada a extender su mano… y el hombre queda curado», precisó el prelado.

Jesús es el Sacerdote Eterno que ofrece su Cuerpo y su Sangre para alimentar nuestra capacidad de amar, de servir, de crear y de imaginar soluciones, inclusive, en los momentos más difíciles.

Finalmente, al cumplirse cinco años de la visita del Papa Francisco a nuestro Perú, Monseñor Carlos recordó la preocupación de Francisco por dos puntos esenciales: fortalecer la esperanza y el asunto de la corrupción.

Dijo el Santo Padre sobre la corrupción:

“Cuánto mal le hace a nuestros pueblos latinoamericanos y a las democracias de este bendito continente ese “virus” social, un fenómeno que lo infecta todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados. Lo que se haga para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las ponderaciones y ayudas… y esta lucha nos compete a todos (…) la corrupción es evitable y exige el compromiso de todos.”

Y sobre la esperanza, Francisco nos dejó el siguiente mensaje:

“Perú es un espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos y no para unos pocos; para que todo peruano, toda peruana pueda sentir que este país es suyo, en el que puede establecer relaciones de fraternidad y equidad con su prójimo y ayudar al otro cuando lo necesita; una tierra en la que pueda hacer realidad su propio futuro. Y así forjar un Perú que tenga espacio para «todas las sangres», en el que pueda realizarse «la promesa de la vida peruana»”.