En el marco de su viaje apostólico a Grecia, el Papa Francisco se reunió con la comunidad católica en la catedral de San Dionisio, en Atenas. En su discurso, el Pontífice recordó que ante magnificencia de los grandes números y el esplendor mundano, los católicos están llamados «a ser como la levadura que fermenta en lo escondido, paciente y silenciosamente», dentro de la masa del mundo. «El ser Iglesia pequeña nos hace signo elocuente del Evangelio», añadió.
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano.
La tarde del sábado 4 de diciembre, primera jornada de su viaje apostólico a Grecia, el Papa Francisco participó en un encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas en la Catedral de San Dionisio de Atenas.
Tras agradecer a Monseñor Rossolatos, Arzobispo emérito de Atenas y Presidente de la Conferencia Episcopal griega por las palabras de bienvenida, el Santo Padre expresó su gratitud a una religiosa argentina del Verbo Encarnado, María del Prado, misionera en tierras griegas; y a Rokos, un laico padre de familia, quienes compartieron con él sus testimonios de fe.
«Gracias, Hermana, por su testimonio. Es importante que los religiosos y las religiosas vivan su servicio con este espíritu, con un amor apasionado que se hace don para la comunidad donde son enviados», dijo el Santo Padre y añadió: «Gracias también a Rokos por el hermoso testimonio de fe vivido en la familia, en la vida cotidiana, junto a los hijos que, como tantos jóvenes, en un cierto momento se hacen preguntas, se interrogan y eso está bien, porque nos ayuda como Iglesia a reflexionar y a cambiar».
En su discurso, el Pontífice expresó su alegría por estar «en una tierra que es un don», un patrimonio de la humanidad sobre el que se han construido los fundamentos de Occidente:
“Todos somos un poco hijos y deudores de su país: sin la poesía, la literatura, la filosofía y el arte que se desarrollaron aquí no podríamos conocer tantas facetas de la existencia humana, ni satisfacer tantas preguntas interiores sobre la vida, el amor, el dolor y la muerte”
Pablo abrió el «taller de la fe» en la cultura griega.
Asimismo, el Papa recordó que al profundizar sobre quién ha inaugurado el vínculo entre el cristianismo de los orígenes y la cultura griega, nuestro pensamiento no puede ir más que al Apóstol Pablo:
«Es él quien abrió el “taller de la fe” que sintetizó esos dos mundos; y lo hizo precisamente aquí, como relatan los Hechos de los Apóstoles. Llegó a Atenas, comenzó a predicar en la plaza y los eruditos de ese tiempo lo llevaron al Areópago (cf. Hch 17,16-34), que era el consejo de los ancianos, de los sabios que juzgaban cuestiones de interés público», dijo Francisco deteniéndose en dos actitudes del Apóstol que pueden orientarnos en nuestro camino como Iglesia, y que son útiles para nuestra actualelaboración de la fe: la confianza y la acogida.
Confianza en una Iglesia pequeña pero elocuente.
La primera actitud es la confianza -puntualizó el Santo Padre- invitando a meditar sobre la historia de Pablo en Atenas, quien a menudo fue tratado por algunos filósofos como un «charlatán» cuando predicaba. «Estaba solo, superado en número y tenía escasas posibilidades de éxito, pero no se dejó vencer por el desánimo, no renunció a la misión ni se dejó atrapar por la tentación de lamentarse».
En este sentido, el Papa alentó a la comunidad católica griega a tener confianza, «porque el ser Iglesia pequeña nos hace signo elocuente del Evangelio, del Dios anunciado por Jesús que elige a los pequeños y a los pobres, que cambia la historia con las proezas sencillas de los humildes».
Llamados a ser levadura en el mundo.
Y ante «la magnificencia de los grandes números, el esplendor mundano y la tentación del triunfalismo», el Pontífice hizo hincapié en que a los católicos se le pide que sigan el ejemplo del granito de mostaza, «que es ínfimo, pero crece humilde y lentamente»; (Mt 13,32), y que sean como la levadura «que fermenta en lo escondido, paciente y silenciosamente», dentro de la masa del mundo, gracias a la obra incesante del Espíritu Santo (cf. v. 33).
Para Francisco, la clave está en no olvidar que el secreto del Reino de Dios «está contenido en las pequeñas cosas, en lo que a menudo no se ve ni hace ruido».
Por otro lado, destacando la segunda actitud de Pablo en el Areópago de Atenas como predicador, el Santo Padre habló sobre la acogida:
“Es la disposición interior necesaria para la evangelización, se trata de no querer ocupar el espacio y la vida de los demás, sino de sembrar la buena noticia en el terreno de su existencia, aprendiendo sobre todo a acoger y reconocer las semillas que Dios ya ha puesto en sus corazones, antes de nuestra llegada”
No evangelizar con proselitismo, sino con mansedumbre.
En este sentido, el Papa subrayó que Dios siempre precede nuestra siembra: «Evangelizar no es llenar un recipiente vacío, es ante todo dar a luz aquello que Dios ya ha empezado a realizar», aseveró Francisco, indicando que esta es la extraordinaria pedagogía que el Apóstol demostró ante los atenienses.
No les dijo “se están equivocando en todo” o “ahora les enseño la verdad”, sino que comenzó acogiendo su espíritu religioso: Pablo acogió el deseo de Dios escondido en el corazón de esas personas y amablemente quiso transmitirles el asombro de la fe. Su estilo no fue impositivo, sino propositivo; no estaba fundado en el proselitismo, sino en la mansedumbre de Jesús.
El desafío de la «mística de la fraternidad».
Antes de finalizar, el Papa quiso señalar que también hoy a nosotros se nos pide la actitud de la acogida, «el estilo de la hospitalidad», un corazón animado por el deseo de crear comunión en medio de las diferencias humanas, culturales y religiosas.
«El desafío -concluyó Francisco- es elaborar la pasión por el conjunto, que nos conduzca -católicos, ortodoxos, hermanos y hermanas de otros credos- a escucharnos recíprocamente, a soñar y trabajar juntos, a cultivar la “mística” de la fraternidad».