Cuando escucho estas palabras de Jesús en la Cruz, inmediatamente se vienen a la mente la imagen de muchas mujeres que, a causa de la Pandemia que hemos estado viviendo, han perdido a sus hijos.
Es desgarrador ver esta escena e imposible no conmoverse. El dolor de perdr a un hijo es quizás, uno de los más grandes que existe en la vida.
María estaba junto a la Cruz de Jesús, estaba viendo estaba viviendo uno de los momentos más difíciles de su vida: ver morir a su Hijo e incluso de la peor forma, así se lo había anunciado el anciano Simeón: “Y a ti, una espada te atravesará el corazón”.
Qué importante es el papel de nuestras madres en medio de la vida. Para comenzar, es precisamente ella, nuestra madre, la que nos ha dado vida, la que nos ha dado a luz, después de habernos cuidado durante largos 9 meses dentro de su vientre. Ella ha cargado todo ese tiempo con nosotros aguantando todo tipo de dolores. Ya al darnos vida, ha dado también su vida por nosotros, ha entregado su propia vida en favor de nosotros. Es por eso que el dolor de perder un hijo, el dolor de verlo padecer, el dolor de verlo sufrir, es mucho más fuerte para una madre.
Madre, cómo pudiste soportar estar ahí, viendo todo lo que le hacían a tu hijo. ¿De dónde tanta fuerza y coraje? ¿De dónde le viene a esas mamás al pie de la cama de sus hijos enfermos y moribundos, la fuerza para permanecer sin romperse? No hay para mí otra respuesta que la del amor.
Santa Madre, no sólo tu amor de madre, era además también, sentir su amor de Dios. Verlo amando es lo que te daba la fuerza, para tú amarlo también, aún en la hora extrema del dolor. Ninguno de nosotros puede amar a la medida de Dios sin Él. sólo Él nos puede dar lo que necesitamos para amar así. Y Él, tu hijo, no sólo por ser su madre, sino por ser la primera creyente, te amó, y viendo tú te llenas de amor y dolor.
Sí Madre, eres co-redentora. En ese momento uniste tus dolores a los de tu hijo, mientras Él moría en cuerpo, tú morías en espírit. ¡Qué dolor tan terrible ha de ser la pérdida de un hijo! No hay ni nombre para madre que pierde un hijo. Y para ti Jesús, tener ahí a tu madre, no sé si haya significado más dolor o consuelo, ambos seguramente. Por un lado como hijo, pienso en mi madre, hubieras querido evitarle el verte así, hubieras querido evitarle el dolor que causaba verte sufrir y morir. Por otro lado, como hombre, qué consuelo saber que la persona que más amas sobre la tierra, está contigo en el momento más difícil de tu vida. Si en la Cruz experimentaste como hombre la sensación de abandono del Padre, jamás sentiste el abandono de la Madre.
Señor, al contemplar esta escena, sólo puede venir a mi mente un intercambio tan profundo de miradas entre Tú y tu madre, que Juan debe haber quedado perplejo siendo testigo de ella. Como si ella mirándote en silencio te preguntará: “por qué de esa forma”. Y tú en silencio le respondieras: “porque lo acepté”. Y ella te dijera: “Hasta cuándo hijo soportarás todo esto. Acaba ya, mi Jesús, con tanto dolor”. Y tú le dijeras: “hasta el extremo, hasta que no pueda más, hasta que ellos vean cuánto los ama mi Padre. Y ella en silencio aceptaría y te amaría tratando de consolarte, queriendo compartir tu dolor y tú el suyo.
Qué intercambio de miradas, qué diálogo de amor puro, extremo. Jesús, desde la Cruz, se une al dolor de su Madre y le da sentido a ese dolor. Definitivamente María era, para Jesús, la persona más importante de su vida. Y por eso, no puede dejarla sola, y en un acto de libertad y de amor, le entrega una nueva vida: un hijo.
Es al pie la Cruz donde empieza a dar frutos el amor, es al pie de la Cruz donde empieza la vida, es al pie de la Cruz donde podemos realmente encontrarnos con María, porque es ahí, en la Cruz, en donde nos diste el más precioso regalo después de la salvación: nos has dado a tu propia madre como madre nuestra.
Ahí podemos ver la imagen de muchas mujeres que, en medio de las adversidades, de las circunstancias difíciles o no tan favorables, han luchado para salir adelante, han luchado para para poder mantener a sus hijos. Y es ahí, al pie de la Cruz, de las luchas, al pie de la Cruz de las dificultades, al pie de la Cruz de las contrariedades, donde han podido dar más vida a sus hijos.
Pienso, en mi abuela cuando me contaba muchas de sus historias de cómo fue saliendo adelante para poder criar a sus 7 hijos. Y que logró mediante su sacrificio, unir cada vez más a su familia. Y darle una nueva vida de sueños, ilusiones y esperanza.
Tener a María como Madre, es tener a Jesús, porque una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Ella sabe, perfectamente, que lo mejor para nosotros, sus hijos, es tener a Jesús. María siempre, en todo momento, busca que nosotros estemos en presencia de su Hijo Jesús.
Solo en medio del camino de la Cruz es donde mejor podemos encontrar a María nuestra madre. Jesús nos dice que, en medio de las dificultades, de la incomprensión, de la indiferencia del dolor, de la tristeza, tenemos que abrir nuestro corazón a María, tenemos que abrir nuestro corazón al calor de la madre, tenemos que abrir nuestro corazón a la ternura y protección que sólo sabe dar una madre.
María, es la Iglesia, es el lugar donde nos sentimos acogidos, donde nos sentimos seguros, donde podemos experimentar el abrazo tierno y protector de una madre, donde nos sentimos hijos. Junto a María sabemos que no estamos solos, ella nos muestra la Cruz donde está Jesús, para decirnos que ahí no se acaba.
Ella, desde su corazón, aquel corazón que está unido a su Hijo, sabe que la Cruz es el primer paso para la salvación, para mi salvación, que se entrega viene a darnos la vida, que después de la Cruz viene la luz, luz que ilumina nuestra vida y le da sentido y esperanza a todo lo que estamos viviendo.
Jesús, que mi mirada pueda dirigirla siempre hacia la Cruz, porque es desde allí que me has dado el mayor regalo, que me has entregado lo más importante para ti: me has dado como madre a María. Haz que la reciba como la recibió tu discípulo amado, que abra de par en par las puertas de mi corazón para que pueda cogerla en mi casa, en mi vida. Que una mi corazón al corazón de María, porque en su corazón también está el tuyo Jesús, porque acogiendo a María, es donde comienza la vida, es donde comienza la esperanza, vida y esperanza que Tú nos has entregado por medio de tu madre, por medio de María. Que así sea.