Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas? Palabras que pertenecen al salmo 21. Canto de audacia y humildad, de tragedia y confianza profunda, ya que ahí donde Dios nos parece más lejano, está más presente.
Todo judío piadoso conocía este salmo, pensando en la aflicción de sus antepasados, la larga y dolorosa travesía del éxodo. Su esperanza será ver la luz del Mesías. Aquella Luz del niño de Belén que Simeón al contemplarla dice: Ahora Señor puedes dejar que tu sirviente muera en paz.
Pero, como dice el filósofo y poeta C. Péguy: lo más difícil es esperar: con voz baja y vergonzosa. Lo más fácil es la desesperación y caer en la tentación.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?
No te alcanzan mis clamores ni el rugido de mis palabras;
Estas palabras son paradigmas de todo sufriente. Hermanos, cuantas veces la lucha y esfuerzo nos parece inútil, no digamos el sentimiento de impotencia que vivimos, de no poder hacer nada ante un horizonte vacío y oscuro.
En el Nuevo Testamento estas palabras no son anónimas, tienen voz, tonalidad y aliento. Salen del corazón de Jesús de Nazaret. Como dice Heb 5,7: Cristo, durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con lágrimas, al que podía librarlo de la muerte, y por esa cautela fue escuchado. Y aunque era Hijo de Dios, aprendió sufriendo a obedecer…
Decía el teólogo Leonardo Boff: “Tan humano como Jesús, sólo Dios mismo”. El centro del cristianismo no es lo trascendente, sino lo humano, un hombre que nos revela, que nos da a conocer y nos explica lo divino. El centro de nuestra fe es este Jesús de Nazaret que nació, vivió y es crucificado bajo Poncio Pilato. Es este niño de Belén que envuelto en pañales por frío será envuelto en una síndone para ser depositado en el sepulcro.
Dice San Juan 1,18: Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él no lo dio a conocer.
Significa que en lo humano es donde podemos encontrar a Dios y podemos relacionarnos con Él. Por eso es importante cuidar de lo humano. ¡Aceptemos la carne de Cristo!
Recordemos que la gran tentación es apetecer más lo divino que lo humano. “Querer ser como dioses y avergonzarnos de nuestra desnudes” Y como los sacerdotes del templo no toleramos las agresiones a lo divino, al tiempo que a lo humano lo estamos destrozando sin piedad.
Recordemos ¿Quién es el mentiroso, sino quien niega que Jesús es el Cristo?
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?
Por eso nos resultan escandalosas estas palabras. Difícilmente los evangelistas habrían puesto semejantes palabras en los labios de Jesús. Realmente salieron del corazón de crucificado, probablemente, al recodar que en el Getsemaní, aquellos discípulos que junto al mar de Galilea inmediatamente lo siguieron, ahora al instante lo abandonan y huyen. La tentación de los discípulos, ávidos de poder y riqueza, ha persistido más allá de Jesús, a pesar de su pasión. Buscan los primeros puestos y discuten por el camino quién era el más importante. Cuántas veces hemos deseado la sombra del poder para evangelizar, olvidándonos que Jesús fue víctima de los poderosos por: dar a Dios los que es de Dios y al César lo que es del César.
Y así, por no orar, Pedro emplea la espada para defenderse y Judas transforma el beso respetuoso al maestro en signo de traición. Les decepciona un maestro que no usa la violencia, que no toma la espada para que el Reino llegue, sino que pone en práctica aquello que les enseñó: amar a sus enemigos y orar por quienes nos persiguen.
Para Judas, calculador y frío, quien había criticado a la mujer por comprar un perfume costoso para el Señor, la amistad con Jesús tiene un precio 30 monedas de plata. Monedas tomadas de las alcancías del Templo.
La elección entre Jesús y Barrabas revela lo que muchas veces elegimos en nuestra vida, cuales son nuestras preferencias: Dt 30,15: “Mira hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha”.
En esa tarde negra y amarilla, donde la multitud pide que lo crucifiquen, aunque no pueden responder a la pregunta de Pilato ¿qué mal ha hecho?, no hay mención alguna de los discípulos. Solo a lo lejos ve aquellas mujeres venidas de la Galilea, incluyendo su madre y al discípulo que tanto amaba, según Marcos, Jesús en la cruz observa y escucha:
los que pasaban lo insultaban moviendo la cabeza y decían: el que derriba el templo y lo reconstruye en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
A su vez los sumos sacerdotes, burlándose entre sí, comentaban: Ha salvado a otros pero a sí mismo no se puede salvar. El Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos. Y también lo insultaban los que estaban crucificados con él. Es la soledad total.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?
¿Es posible afirmar a Dios en la soledad, el abandono y la injusticia, causada por la fidelidad al mismo Dios? Es todo lo contrario a una religión utilitarista, que busca a Dios solo por beneficios y protección.
El versículo 8 del salmo 21 dice: Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere”.
Los Sumos Sacerdotes, representantes de dios, eran gente religiosa que pensaban que asesinando a Jesús cumplía la voluntad de Dios. Jesús se metió con el Templo, y les recordó: saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado. Pero, nadie puede tocar el Templo y quedar vivo. Les acusó de convertir la relación con Dios en puro interés. Olvidando que Dios es amor, y el amor no se compra. Dios quiere amor y no sacrificios. La riqueza puede enfermar la religión. La novedad de Jesús es que desplaza lo sagrado del Templo a la vida cotidiana. Hace a Dios presente en lo diario y sacraliza la relación con los hombres.
El cristianismo no rodea el mal, no lo esquiva, LO ENFRENTA. La cuestión no es por qué lo permite Dios, sino por qué nosotros no hicimos nada. Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los pobres y los pecadores, sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno. En la cruz de Cristo no hay una ascética ni una espiritualidad individualista, sino compromiso. No se trata de disciplinarse ni de atormentarse, sino de asumir las consecuencias de la fidelidad a Dios y a las propias convicciones. Evitar que hayan más crucificados en la historia.
El apóstol dirá: Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz.
Pero esta respuesta en la cruz no elimina el misterio del mal, lo sana pero no lo elimina. Sin embargo, de la cruz de Cristo ha brotado nuestra salvación.
Besamos hoy el rostro del crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras, como su corazón colapsa por falta de oxígeno en la cruz. Mira la Cruz:
Para atreverte a ser humano hasta el final.
Para no ahogar tu deseo de vida hasta el infinito.
Para defender tu verdadera libertad sin rendir tu ser a cualquier ídolo esclavizador.
Para permanecer abierto a todo el amor y la verdad.
Para seguir trabajando tu propia conversión con fe. Para no perder la esperanza en el hombre y en la vida.
Jesús recitaría esta otra parte del salmo 21 que dice: En ti confiaban nuestros padres, confiaban y los ponías a salvo, a ti gritaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudaste.
Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos,… Fieles del Señor, alábenlo, descendientes de Jacob, glorifíquenlo… porque no ha rechazado la desgracia del abatido, ni le ha escondido su rostro; cuando le pidió auxilio, lo escuchó.
Hermano que me escuchas: vive con Dios los momentos oscuros de tu vida, también los momentos en que sientes que todos te abandonan y que también Dios calla. Usa tu voz para gritarle a Dios las situaciones de noche que vive hoy nuestro mundo.
Termina tu oración con la alabanza de quien espera y sabe que Dios va con el que sufre y está a oscuras.
No ocultemos nuestra fragilidad, pero es importante que dejemos entrever en medio de la noche la luz de la fe, esa luz que es Cristo y que no conoce el Ocaso.