El Sermón de las 7 Palabras, pronunciado en el Santuario Las Nazarenas, ha congregado a cientos de fieles de nuestra ciudad, quienes llegaron hasta el corazón de nuestra capital para acompañar al Cristo Crucificado representado en la histórica imagen del Señor de los Milagros.
A continuación, compartimos las reflexiones más destacadas de los siete predicadores del Sermón:
Primera palabra:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
Monseñor Ricardo Rodríguez, administrador apostólico de Caravelí y obispo auxiliar de Lima

El amor, tantas veces predicado por Jesús, se mezcla esta tarde con el perdón que brota de su corazón sincero, de su corazón herido. En Jesús, el amor es el motor que da sentido a todas sus acciones. Por amor se hizo hombre, por amor predicaba, por amor hacía milagros y perdonaba hasta en la Cruz.
Desde la cruz, Cristo sigue revelando el amor del Padre. La Cruz es el momento de la fe y la misericordia, es el momento de la verdad más profunda para Cristo. “Padre, perdónalos”. Para eso he venido Jesús: para reconciliar a los hombres contigo, Padre.
No se ama si no se es capaz de perdonar. Esa frase que hemos escuchado: “perdono, pero no olvido”, nos puede jugar malas pasadas. Ahora, Jesús, en los últimos momentos de su vida, apela al corazón de Dios; ese corazón que Él conocía más que nadie.
Esta oración en lo alto de la cruz nos revela, a la vez, el amor de Jesús por todos nosotros y el amor de su padre. Los dos maderos que forman la cruz expresarán, desde aquel día, para los cristianos, el encuentro de los dos amores en el amor a Dios (vertical), y el amor al prójimo (horizontal). En medio de estos dos amores está Cristo, el hombre verdadero, el Dios verdadero.
Estamos invitados, en cada Semana Santa, no solo a mirar la cruz, sino a vivir del amor que brota de la Cruz; salir al encuentro de ese amor único y total.
Segunda Palabra:
“Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Monseñor Guillermo Cornejo, obispo auxiliar de Lima


Jesús, desde su infierno, hizo un paraíso para el buen ladrón, para el colega. El buen ladrón manifiesta su fe en que Jesús es el Mesías. Mientras los discípulos dudaban de Jesús porque, para ellos, la crucifixión fue un escándalo, este ladrón reconocía en Jesús al Mesías.
La conversión de este hombre parece haber comenzado mucho antes, sabe de la inocencia de Jesús, reconoce que es un pecador, conoce la predicación
de Jesús, tiene fe y esperanza en Él. Del mismo modo, para nuestra vida, debemos tener una gran confianza en la misericordia del Señor, porque cuando nos ve verdaderamente arrepentidos, nos concede el perdón.
Con Dios siempre se puede volver a empezar. Nunca es tarde, siempre es tiempo para la salvación. La puerta de la casa de la misericordia divina está siempre abierta para nosotros, día y noche. No lo desaprovechemos como el padre del hijo pródigo que esperaba a su hijo con los brazos abiertos.
Tercera Palabra:
«Mujer, he aquí a tu hijo. He aquí a tu madre»
Monseñor Juan José Salaverry, obispo auxiliar de Lima


La presencia de la Madre del Señor en el Gólgota no es cualquier presencia, ella “estaba” un término que evoca la esperanza de los anawin, los pobres del Señor que esperaban la venida del Mesías, por eso, ella “estaba” en las Bodas de Caná esperando que llegase el esposo, es decir Jesús. San Juan coloca a María dentro del resto de Israel que anhela al Salvador, que esperan en el cumplimiento de las profecías mesiánicas, porque sabe y cree que Dios siempre cumple sus promesas. Este verbo denota no solo la presencia en el Calvario, sino que María es el prototipo de la esperanza y la fidelidad hasta en el momento mas duro de la prueba.
Cada vez que los discípulos de Jesús se encuentran en el drama de la muerte y de la cruz, en la pasión triste y desolada de una historia sin rumbo y una realidad sinuosa, compleja e insegura, no se puede olvidar a esta mujer creyente, la Madre del Señor, de pie ante el sufrimiento, con el corazón transido de dolor, pero con la esperanza erguida.
Pero la estampa de María al pie de la Cruz no solo nos alienta en la esperanza, sino que también es una lección de fidelidad. En el monte de la crucifixión hay varios ausentes: No están todos los apóstoles, solo Juan; no está la multitud que sentía hambre y que andaba como ovejas sin pastor, saciaron su apetito y se marcharon; tampoco aquellos que apretujaban a Jesús y que impedían el acceso a la hemorroisa y Zaqueo. Muchos eran los que faltaban, pero estaban los que tenían que estar: el discípulo amado y las discípulas amadas: Su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María la mujer de Magdala.
La presencia de María es central en la hora de Jesús, tanto en Caná como en el Gólgota. Por eso, no es solo la preocupación por el desamparo de la Madre, es la participación de María en la obra de la redención.
En este Viernes Santo, subidos al calvario con María, debemos decirle al Señor que queremos no solo ser testigos de su entrega, sino que nos comprometemos como bautizados a dar razón de esa entrega con nuestras propias vidas, haciendo vida el proyecto del Evangelio, porque hemos sido llamados predicar con nuestras vidas “la hora de Jesús” para que el mundo crea.
Cuarta Palabra:
«Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?»
Cardenal Carlos Castillo


“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” Estas palabras de Jesús nos resultan muy intrigantes porque ¿Cómo es posible que Jesús, siendo el Hijo de Dios, pueda decir algo así?
¿Qué hace Jesús en este momento tan difícil, estando ya crucificado? Nos personifica. Se hace uno de nosotros y habla como nosotros, y siente y duda como nosotros, no porque no conozca que Él es el Hijo del Padre, sino porque identificándose con nosotros, toma nuestro lugar de pecadores.
Jesús, que conoce que Dios es Padre, usa nuestras palabras, nuestras dudas, nuestras preguntas, esas que tenemos cuando sufrimos tantas cosas graves, desde los asesinatos hasta las personas que están muriendo por el suero contaminado, o los niños que están siendo intoxicados por esas esas conservas mal revisadas.
Ante esto, todos decimos siempre ¿Dónde estás Señor? ¿Por qué nos has abandonado? Nos sale espontáneamente, y Jesús ha querido usar nuestras propias palabras para mostrar que la unidad entre el Hijo de Dios y su pueblo es la misma, para ser portavoz nuestro y, simultáneamente, para revelarnos que Dios no nos abandona jamás.
Nosotros, en esa palabra, sentimos como una familiaridad tan profunda con su pueblo y con las esperanzas y búsquedas humanas con las que Jesús se identificó. El Señor se identifica con nosotros para decirnos que al final de esa desesperación hay una esperanza, y no hay que desesperar porque Dios es nuestro Padre.
No vamos a dejarnos llevar por la desesperación, sino que nos abrimos a la esperanza definitiva que Jesús nos trae: somos hijos del mismo Padre y vamos a construir juntos la hermandad que Él comenzó a construir.
Quinta Palabra:
«Tengo sed»
Padre Juan Bytton


Es significativo que Jesús clame por agua en los momentos finales en la cruz. Él, que es el agua viva, ahora tiene sed; Él, que nos dice: “si alguno tiene sed, que venga a mí y beberá” (Jn 7, 37-38); Él, quien alimenta nuestra fe probada y frágil: “el que crea en mí no tendrá sed” (Jn 6, 35). El mismo Jesús que, al morir, de su cuerpo inerte surgirá sangre y agua (Jn 19, 34) dando así origen al sentido verdadero de toda la vida y de todas las vidas: darse gratuita y generosamente por los demás.
La sed de Jesús en la cruz nos enseña que nunca debemos de dejar de tener sed de Dios, de contemplarlo, de orar con él y de reconocerlo en cada ser humano sediento de hoy. Que no hay pecado más grave que saciarnos del agua que no nos pertenece y de ahogarnos en las aguas de nuestro ego, de nuestra autosuficiencia, de nuestras ansiedades y miedos no trabajados, y dejar morir a Dios en nosotros, mientras vemos morir a nuestros hermanos y hermanas sedientos de agua y de Dios.
Con el grito de Jesús en la cruz, nos encontramos con un Dios que tiene sed de nosotros también, no de nuestras ideas, seguridades o dogmas; no, un Dios que tiene sed de ti tal y como eres, con nombre y apellido, sed de tus fragilidades, de tus miedos, de tus frustraciones. El Dios de Jesús, es el Dios sediento por la verdad que salva, no la que se impone o se piensa cerrada o solo para los que se sienten salvados.
Por eso, en este tiempo que estamos soñando y viviendo un proceso irreversible de Iglesia sinodal, guiados y guiadas por el Espíritu Santo, como corriente de agua viva, es un tiempo para reconocer esa sed de Dios que camina con nosotros, porque en este caminar necesitamos tomar del agua que sana y salva, que supera todo temor y parálisis.
Reconocer que todos tenemos sed de la verdadera agua que da vida y que nos hace caminar hacia el bien común, hacia la colaboración entre todos los carismas, vocaciones y ministerios, en la hermosa riqueza de la diversidad. Sinodalidad es saciarse del agua viva del Dios comunidad de amor y fraternidad, y no dejarnos llevar por la sed de los cargos, del ansia de poder, de los privilegios.
. Hoy, el Perú tiene sed de vida y de paz, no de muerte o de conflictos negociados. Por eso, les invito a preguntarnos y luego salir a hacer verdad nuestras respuestas: ¿De qué tiene sed Dios, en mi vida, en mi familia, en mi trabajo, en mi ciudad? ¿Dónde puedo calmar la sed de Dios, hoy? ¿se me remueven las entrañas cuando veo a un hermano o hermana sediento?
Sexta Palabra:
«Todo está consumado»
Monseñor Víctor Solís, Vicario General de la Arquidiócesis de Lima


Lo que lleva a Jesús al cumplimiento de esa voluntad no es algo que Él haya hecho solo, sino que es el Padre quien lo ha hecho en Él y a través de Él. Todo lo de Jesús está plenamente asociado a su Padre Sentimos en la voz del Hijo la proclamación de toda la obra que el Padre ha realizado en el mundo, en la historia humana.
El Señor nos ha dado su enseñanza, su Palabra que es viva y eficaz, con la que quiere transformar nuestros corazones para conducirnos a una plena identificación con Él. De allí que otro de sus regalos sea el mandamiento del amor: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Amor que debe brotar de ese amor perdonador de Jesús y, por el cual, podemos orar confiadamente diciendo: “perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Ahora, cuando el Hijo pasa de este mundo al Padre, lo hace amando hasta el extremo, y ese extremo es un don de su propia vida, que no es sólo su Cuerpo y su Sangre, sino, también, su Espíritu Santo.
Jesús en la cruz se despojó de todo y de sí mismo para darnos su amor. Este es el culmen y la plenitud del amor, un amor que es su manifestación más radiante en contraste con la violencia de sus enemigos. El amor es la respuesta a la violencia al mal recibido. La pasión de amor apaga todas las pasiones destructivas.
Nuestras vidas estarán siempre incompletas porque son humanas, pero podremos decir junto a Jesús: he amado, he luchado, he perdonado, he anunciado tu Palabra, he dado testimonio de tu amor. No somos nosotros los que llevamos a cumplimiento ni la vida, ni la vocación, ni la misión. El Señor completará lo que falta, colmará con la plenitud de su amor todo lo que hayamos dejado incompleto y, entonces, nuestra victoria final será la victoria de Él.
Séptima Palabra:
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
Padre Julio Cahuana, sacerdote diocesano


La fe, queridos hermanos, consiste en creer y confiar en nuestro Padre. Hay muchos que llevan años sin encontrar un sentido a su vida por no tener al Padre como referente y como referencia, como punto de apoyo. Qué importante es tener a Dios como nuestro Padre.
Por lo tanto, decirle “Padre” a nuestro Dios expresa tres cosas: confianza, entrega y esperanza. Fijémonos cómo Jesús se entrega completamente a su Padre, entrega su voluntad, incluso, en el momento más duro de la muerte. Esta expresión, por lo tanto, es confianza, es abandono, pero, también, es entrega, porque a pesar del dolor y sufrimiento Jesús no abandona su misión de amor, sino que se entrega completamente a la voluntad de su Padre.
Al encomendar su espíritu al Padre, Jesús nos muestra que la muerte no es el final, sino que es el inicio de una nueva vida en la presencia de Dios. La palabra “Padre” es esperanza. Ese es nuestro lema de nuestra Arquidiócesis: “Caminando con Jesús, somos peregrinos de esperanza”. Y Jesús, entonces, hermanos, mantuvo una profunda intimidad y entrega a su Padre, aún colgado en la sombra de la muerte.