En la Santa Misa celebrada en el Santuario de Las Nazarenas, el Cardenal Carlos Castillo recordó que la salvación no es individual, también es solidaria y comunitaria. Llamó, por eso, a «generar una sociedad de relaciones humanas verdaderas», y exhortó a vivir un catolicismo solidario y coherente que evite cualquier tipo de «instrumentalización de la fe» para causar división o exclusión.
«Dios nos ama porque es nuestro Padre y nos ama gratuitamente. Gratuitamente significa ‘no cobra’. Dios no quita el amor a nadie, porque todos somos sus hijos», comentó en su homilía.
En su alocución al evangelio de Lucas (17, 11-19), que narra la curación de diez leprosos (uno de ellos samaritano y el único que regresa a agradecer a Jesús), el arzobispo de Lima explicó que el Señor “quiere nuestra salud, nuestro bienestar, y eso es parte de la salvación”. Y agregó:
“También nos salvamos si nuestro cuerpo está sano, porque hay unas personas que creen que solamente se salva el alma. El cuerpo es muy importante, hay que salvarlo, sobre todo haciendo que sea un cuerpo generoso, de servicio, y que genere sociedad y relaciones humanas verdaderas, buenas”, expresó.
El Prelado sostuvo que Jesús busca no solo curar físicamente, sino también restaurar la dignidad social de quienes son excluidos: “Jesús no solamente quiere nuestra curación, sino también nuestra participación libre en la sociedad, y por eso le preocupa eso también”, señaló.

La actitud del samaritano agradecido
En ese sentido, el gesto de gratitud del samaritano es muy importante por dos razones: el contexto histórico y el reconocimiento del don gratuito de Dios:
“Entre esos diez leprosos hay nueve hebreos de Jerusalén que se consideraban de ‘pura cepa’; y un provinciano, un samaritano. Un provinciano, además, mestizo, porque los samaritanos se habían mezclado con otros pueblos y no eran tan de ‘pura cepa’ como creían los de Jerusalén», argumentó el Cardenal Castillo.
Considerado a toda vista como un impuro, el arzobispo de Lima indicó que el agradecimiento del samaritano revela una fe más humana y consciente del don recibido: “Cuando uno regresa a agradecer a alguien es porque, si ha recibido un don, no se cree que se lo merece, sino que respeta la característica del don como regalo. Es una cosa fina, además, que deberíamos hacer todos.”
Curar la sociedad: superar los prejuicios y construir hermandad
A partir de esta reflexión teológica, el arzobispo de Lima hizo un llamado a cuestionar cómo se encuentra la realidad actual del país, marcada por prejuicios y exclusiones: “Estos que son de Jerusalén creen que se lo merecen todo. Nos pasa a los limeños, que nos creemos dueños del Perú. Y ese es un problema que tenemos que solucionar”, advirtió.
No es posible que continúen estos desprecios que se han metido en nuestra cultura, creyendo que hay peruanos de «primera clase» y «segunda clase». Eso tiene que ser superado porque destruye a las personas.
En otro momento, haciendo eco de las palabras del Papa León XIV, el Primado del Perú pidió vivir una fe coherente, sin privilegios ni instrumentalizaciones: “El Señor quiere que todos seamos dones gratuitos y, por lo tanto, hermanos los unos de los otros por una sola razón: porque somos hijos e hijas, tenemos no solamente el derecho, sino el deber de apreciar al Otro, hermanarnos y ayudarnos.”
“Dios es puro don, es puro regalo, solo gracia(…) Existen formas de culto que no nos unen a los demás y nos anestesian el corazón”, leyó el Prelado citando al Santo Padre. Y recordó que participar comunitariamente de la Eucaristía debe convertirnos en personas más solidarias con los demás. «¿Para qué vamos a misa si luego vamos a ser igualitos?», cuestionó.
Tenemos la misión de anunciar que Dios es amor para todos, y que tiene paciencia con nosotros y nos invita a ir recapacitando. No teman ser samaritanos, no teman ser provincianos. Todos tenemos que vivir en el corazón de Dios.
En medio de la compleja crisis humana que vive el mundo, en donde los poderosos del mundo buscan imponer el desprecio por los migrantes, el Cardenal Carlos Castillo afirmó que la fe cristiana puede inspirar a que, «por más peleas terribles que haya, podamos volver al corazón de nuestra humanidad y aprender a tratarnos y a respetarnos mutuamente.”