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Cuando escucho estas palabras de Jesús en la Cruz, inmediatamente se vienen a la mente la imagen de muchas mujeres que, a causa de la Pandemia que hemos estado viviendo, han perdido a sus hijos.

Es desgarrador ver esta escena e imposible no conmoverse. El dolor de perdr a un hijo es quizás, uno de los más grandes que existe en la vida.

María estaba junto a la Cruz de Jesús, estaba viendo estaba viviendo uno de los momentos más difíciles de su vida: ver morir a su Hijo e incluso de la peor forma, así se lo había anunciado el anciano Simeón: “Y a ti, una espada te atravesará el corazón”.

Qué importante es el papel de nuestras madres en medio de la vida. Para comenzar, es precisamente ella, nuestra madre, la que nos ha dado vida, la que nos ha dado a luz, después de habernos cuidado durante largos 9 meses dentro de su vientre. Ella ha cargado todo ese tiempo con nosotros aguantando todo tipo de dolores. Ya al darnos vida, ha dado también su vida por nosotros, ha entregado su propia vida en favor de nosotros. Es por eso que el dolor de perder un hijo, el dolor de verlo padecer, el dolor de verlo sufrir, es mucho más fuerte para una madre.

Madre, cómo pudiste soportar estar ahí, viendo todo lo que le hacían a tu hijo. ¿De dónde tanta fuerza y coraje? ¿De dónde le viene a esas mamás al pie de la cama de sus hijos enfermos y moribundos, la fuerza para permanecer sin romperse? No hay para mí otra respuesta que la del amor.

Santa Madre, no sólo tu amor de madre, era además también, sentir su amor de Dios. Verlo amando es lo que te daba la fuerza, para tú amarlo también, aún en la hora extrema del dolor. Ninguno de nosotros puede amar a la medida de Dios sin Él. sólo Él nos puede dar lo que necesitamos para amar así. Y Él, tu hijo, no sólo por ser su madre, sino por ser la primera creyente, te amó, y viendo tú te llenas de amor y dolor.

Sí Madre, eres co-redentora. En ese momento uniste tus dolores a los de tu hijo, mientras Él moría en cuerpo, tú morías en espírit. ¡Qué dolor tan terrible ha de ser la pérdida de un hijo! No hay ni nombre para madre que pierde un hijo. Y para ti Jesús, tener ahí a tu madre, no sé si haya significado más dolor o consuelo, ambos seguramente. Por un lado como hijo, pienso en mi madre, hubieras querido evitarle el verte así, hubieras querido evitarle el dolor que causaba verte sufrir y morir. Por otro lado, como hombre, qué consuelo saber que la persona que más amas sobre la tierra, está contigo en el momento más difícil de tu vida. Si en la Cruz experimentaste como hombre la sensación de abandono del Padre, jamás sentiste el abandono de la Madre.

Señor, al contemplar esta escena, sólo puede venir a mi mente un intercambio tan profundo de miradas entre Tú y tu madre, que Juan debe haber quedado perplejo siendo testigo de ella. Como si ella mirándote en silencio te preguntará: “por qué de esa forma”. Y tú en silencio le respondieras: “porque lo acepté”. Y ella te dijera: “Hasta cuándo hijo soportarás todo esto. Acaba ya, mi Jesús, con tanto dolor”. Y tú le dijeras: “hasta el extremo, hasta que no pueda más, hasta que ellos vean cuánto los ama mi Padre. Y ella en silencio aceptaría y te amaría tratando de consolarte, queriendo compartir tu dolor y tú el suyo. 

Qué intercambio de miradas, qué diálogo de amor puro, extremo. Jesús, desde la Cruz, se une al dolor de su Madre y le da sentido a ese dolor. Definitivamente María era, para Jesús, la persona más importante de su vida. Y por eso, no puede dejarla sola, y en un acto de libertad y de amor, le entrega una nueva vida: un hijo. 

Es al pie la Cruz donde empieza a dar frutos el amor, es al pie de la Cruz donde empieza la vida, es al pie de la Cruz donde podemos realmente encontrarnos con María, porque es ahí, en la Cruz, en donde nos diste el más precioso regalo después de la salvación: nos has dado a tu propia madre como madre nuestra.

Ahí podemos ver la imagen de muchas mujeres que, en medio de las adversidades, de las circunstancias difíciles o no tan favorables, han luchado para salir adelante, han luchado para para poder mantener a sus hijos. Y es ahí, al pie de la Cruz, de las luchas, al pie de la Cruz de las dificultades, al pie de la Cruz de las contrariedades, donde han podido dar más vida a sus hijos. 

Pienso, en mi abuela cuando me contaba muchas de sus historias de cómo fue saliendo adelante para poder criar a sus 7 hijos. Y que logró mediante su sacrificio, unir cada vez más a su familia. Y darle una nueva vida de sueños, ilusiones y esperanza.

Tener a María como Madre, es tener a Jesús, porque una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos. Ella sabe, perfectamente, que lo mejor para nosotros, sus hijos, es tener a Jesús. María siempre, en todo momento, busca que nosotros estemos en presencia de su  Hijo Jesús.

Solo en medio del camino de la Cruz es donde mejor podemos encontrar a María nuestra madre. Jesús nos dice que, en medio de las dificultades, de la incomprensión, de la indiferencia del dolor, de la tristeza, tenemos que abrir nuestro corazón a María, tenemos que abrir nuestro corazón al calor de la madre, tenemos que abrir nuestro corazón a la ternura y protección que sólo sabe dar una madre.

María, es la Iglesia, es el lugar donde nos sentimos acogidos, donde nos sentimos seguros, donde podemos experimentar el abrazo tierno y protector de una madre, donde nos sentimos hijos. Junto a María sabemos que no estamos solos, ella nos muestra la Cruz donde está Jesús, para decirnos que ahí no se acaba. 

Ella, desde su corazón, aquel corazón que está unido a su Hijo, sabe que la Cruz es el primer paso para la salvación, para mi salvación, que se entrega viene a darnos la vida, que después de la Cruz viene la luz, luz que ilumina nuestra vida y le da sentido y esperanza a todo lo que estamos viviendo.

Jesús, que mi mirada pueda dirigirla siempre hacia la Cruz, porque es desde allí que me has dado el mayor regalo, que me has entregado lo más importante para ti: me has dado como madre a María. Haz que la reciba como la recibió tu discípulo amado, que abra de par en par las puertas de mi corazón para que pueda cogerla en mi casa, en mi vida. Que una mi corazón al corazón de María, porque en su corazón también está el tuyo Jesús, porque acogiendo a María, es donde comienza la vida, es donde comienza la esperanza, vida y esperanza que Tú nos has entregado por medio de tu madre, por medio de María. Que así sea.

“Si dices que no has sufrido nada aún, entonces no has empezado a ser cristiano” (Comentario a los Salmos, San Agustin de Hipona) Esta frase de San Agustín, me inquieta la conciencia a diario, haciendo que me cuestione si realmente sé sufrir, si soy consciente del sufrimiento de los demás y sobre todo si encuentro a Dios en mi propio sufrimiento. El sufrimiento es un misterio que forma parte, no solo de nuestra vida, sino de la fe misma.

Y por eso hoy estoy aquí, delante del Santo Cristo de los Milagros, Cristo que en su dolor y quietud ha visto pasar generaciones de peruanos, rostros cansados y llantos agradecidos, de creyentes y no creyentes. Delante de este Cristo que mantiene aún los brazos abiertos; quiero meditar con ustedes ese conmovedor relato de los ladrones crucificados con Jesús, relato que tiene por hilo conductor el sufrimiento y donde se entrelazan: el reclamo del ladrón que pasará a la historia como malo, el arrepentimiento del buen ladrón, la súplica del mismo y la promesa generosa de Jesús. Cuatro momentos constantes en nuestra vida: el reclamo, el arrepentimiento, la súplica y la promesa. 

Todo empieza con el reclamo de aquel delincuente, reclamo que, ya sea blasfemo o legítimo, es la reacción ante una realidad que hiere con violencia: “¿No eres tú Dios, el Cristo? ¿no hacías milagros? ¿Por qué no te salvas y nos salvas de todo este dolor? ¿Por qué tenemos que sufrir clavados a esta cruz?

Hoy, bajando la cabeza y auscultando lo profundo de mi corazón, descubro, ahí en lo secreto, este mismo reclamo: ¿Señor porque no haces nada? ¿Por qué permaneces impávido ante la pandemia? ¿Por qué no terminas con este virus? ¿Por qué tanto sufrir?”

Es el grito que tengo hundido en el pecho, es el reclamo que tantas veces he ocultado entre los labios, pero que sigue ahí: irreverente, resentido, dolido por lo “injusto” de la vida.

Y Cristo calla. Siente, pero calla. Va más de dos horas, desnudo y clavado, tiene el cuerpo destrozado, lleno de heridas, la sangre y el sudor se mezclan en su piel desgarrada. Aun así, imagino cómo con esos ojos cansados, pero ardientes de amor, miró al ladrón con paciente ternura; y le mostró que también tenía clavos, que también estaba colgado en esa cruz, que también estaba solo y abandonado, que iba a morir por falta de aire, que estaba pasando por lo mismo.

Y es que el ladrón crucificado se ha encerrado en su dolor, se ha olvidado que le está reclamando a otro crucificado, quizá en peor estado. Es la cerrazón egoísta que mata, que sigue robando vidas, que mira solo en provecho propio.

Hoy, el Señor crucificado nos mira desde su cruz y nos pregunta con la mirada tierna y dolida: ¿Quieres seguir reclamándome, hundido en tu propia angustia? ¿No ves que, como tú, tampoco puedo con mi dolor? Hijo mío, hija mía, mírame aquí clavado no estoy lejos de ti, estoy contigo, en medio de tu angustia, en medio de tu dolor insoportable, en tus hambres y carencias estoy contigo.

Después del reclamo viene el arrepentimiento.

A veces parece que necesito reclamarle a Dios, para luego darme cuenta de la verdad de mi drama, y reconocer mi pecado arrojándome a los brazos de Cristo.

“Nosotros sufrimos condena justamente, porque pagamos nuestras culpas” dijo el ladrón reflexionando sobre su propia vida.

Aceptar y reconocer esa es la actitud que cambia todo. Abrazar mi vida entera, con todo lo que implica una vida, con esas espinas que mezclan mi sangre con el rojo de la Rosa. Saber amar la vida, con sus cruces y crucifixiones, con sus humillaciones inacabables, con su pasado doloroso, con sus rupturas y resurgimientos.

Y saber reconocer mi pecado, mis búsquedas egoístas, mi cerrazón ante el sufrimiento del otro. Saber reconocer que innumerables veces le doy la espalda a Dios, que me cierro a su amor transformador, que huyo de su misericordia.

Aquel ladrón, el del grito desesperado, se quedó solamente en el reclamo, este ladrón en cambio, reconoce su falta, se arrepiente, y suplica un sentido a su vida. Y ya no tiene más peros, ni excusas, ya no tiene dudas, simplemente abraza la cruz porque sabe que es lo mejor para él. Lo más justo. Lo más adecuado.

Ya no se siente solo en su dolor, ahora está acompañado, hay alguien que sufre lo mismo, hay alguien que comparte su dolor.

Y yo ¿Sé reconocer mi pecado y abrazar en mi vida el esignio de mi Padre Dios?

La súplica.

Solo cuando un corazón ha reconocido su debilidad y se deja a abrazar por la misericordia de Dios, brota como una flor la súplica viva que llega a los oídos de nuestro Dios: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.

Jesús, acuérdate de mi
No me dejes en el olvido señor
Acuérdate de mí, porque no tengo quien me recuerde.
Acuérdate de mí, porque no tengo historia, ni familia, ni amigos.
Acuérdate de mí, porque necesito que alguien mire por mi vida.
No quiero morir solo Señor
Sé que no he sido el mejor
Sé que me he portado mal por mucho tiempo
Me alejé tontamente de tu amor
Me escondí de tu presencia
Delinquí tantas veces
Pero no quiero morir así
Tan solo grábame en tus ojos
No permitas que desaparezca en la nada
Que mi vida acabe en el vacío
Que me pierda en el sinsentido
Guárdame en tu corazón abierto
Y cuando llegues a tu reino
Recuérdame como quien sufrió a tu lado
Como tu indigno compañero de dolores
Como el que te hizo más llevadera la muerte en esa cruz desde otra cruz.
Y sálvame junto a ti
Llévame al paraíso,
al lugar donde se hace realidad tu reino
Ese reino de justicia y de verdad
Ese reino donde no hay marginados, porque todos somos hermanos
Ese reino donde no hay más cruces, porque la deuda está saldada.
Señor Jesús
Acuérdate de mi
Cuando llegues a tu reino.

Finalmente, todo se cierra con una promesa:

Quisiera que al final de nuestras vidas siempre haya una promesa. Más allá del vértigo de elegir entre las múltiples posibilidades que te da la vida, quisiera que todos los caminos terminaran en esta promesa:

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Hoy, no después, no mañana, para Dios es hoy, para Dios es ahora.
Siento como si me dijera:
Hijo te quiero hoy conmigo,
Hoy quiero hacer de tu infierno un paraíso.
Me pides que me acuerde de ti, pero cómo se me va a olvidar
Si te vi al lado mío sufriendo, si tus gritos se mezclaron con mis gemidos.
Hijo mío, no me puedo olvidar de ti, porque el mismo dolor nos atraviesa.
Por eso hoy quiero llevarte conmigo, hoy quiero tenerte a mi lado.

Quiero terminar esta meditación orando con un texto de Dom Pedro del Araguaia (Las siete palabras de Cristo en la Cruz, Pedro Casaldáliga).

Tu corazón sin puertas, siempre abierto,
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre…
Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama.
Tu corazón reclama, impaciente,
a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!
Amén.

La noche de la pasión ha debilitado la humanidad de Jesús al extremo de sangrar en la intimidad de la oración del Huerto, El Padre ha podido ver en ese momento cómo el Verbo asumió la naturaleza humana incluso hasta temblar ante el episodio de la muerte, pero también el Padre ha podido contemplar la fuerza de la divinidad que quiere entregarse para dar vida. ¡La humanidad desnudada ante el sufrimiento y el dolor!

Pero la oscuridad se ha hecho más intensa durante toda la noche y la mañana siguiente. Sus amigos también han puesto al desnudo su naturaleza: primero el beso de la traición, luego las negaciones de Pedro. Aquellos que eran los defensores del culto, del templo y de la ley antigua: han dejado ver su humanidad corroída por el egoísmo y la ambición. El representante del emperador romano, también ha mostrado su lado más humano: le interesó más la popularidad que su conciencia, sentenció al inocente y se liberó del problema sin comprometerse haciendo gala de indiferencia, pero también de complicidad. El proceso, los latigazos, las burlas y escupitajos fueron más de lo mismo…

El ascenso a la Cruz por la Calle de la Amargura, fue el camino de la humanidad sufriente. Por eso, cuando los evangelistas narran que al medio día la faz de la tierra se llenó de oscuridad, ya la humanidad misma se había oscurecido por completo.

Hoy, como en aquel momento, la humanidad está anegada de dolor y sufrimiento. Se repite el drama del Viernes Santo. Todo parece ennegrecido por los contagios, la enfermedad, las muertes, nos sentimos inseguros ante el visitante invisible. Estas tinieblas se hacen más densas porque hay traiciones como las que sufrió Jesús, porque hemos visto algunas autoridades que se han enmohecido por sus propios intereses y su pasmosa y complice despreocupación.

Sin embargo, el Varón de Dolores, cumple su misión hasta el final y desde el madero de la cruz despeja las tinieblas, para mostrar la misericordia de Dios que devuelve la vida. El que está desgarrado y como dice Isaias: “no tenía apariencia humana”,  ofrece rehacer la humanidad con esta primera palabra de gracia y perdón. Que esta palabra aliente nuestra vida y nos abra el camino de la luz.

1. Una Palabra regeneradora.

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” no es solo la palabra con la que empieza este sermón. Es la mejor muestra de la generosidad de Dios. Dios que lo ha dado todo hasta subir a la cruz, quiere seguir dándose por nosotros, regalándonos un amor que regenera la humanidad.

En realidad, esta palabra es la rúbrica final sobre todo lo que ha hecho en su vida pública: dar vida, devolver la vista, abrir los oídos, restituir la movilidad a los paralíticos, perdonar a los pecadores… no ha sido otra cosa que resucitar a los que estaban hundidos en las tinieblas de la muerte.

Las palabras del perdón del Crucificado no hacen sino repetir el bello episodio de “misericordia et misera”, como tan bellamente explicó el Papa Francisco al inicio del pasado año de la Misericordia, evocando las palabras del gran Agustín. En la cruz se encontró nuevamente la humanidad en su peor miseria y la magnánima y generosa misericordia de Dios.

2. Jesús predica el Evangelio del Amor.

Cuando el Evangelio nos habla del mandamiento del amor, nos podemos dejar envolver por el idílico mensaje de la caridad fraterna, llevarnos bien con todos, vivir en un estado de paz ideal… pero la realidad de las relaciones humanas no solo tiene estos registros románticos. Las relaciones humanas son, en no pocas ocasiones, difíciles y tensas. Hemos aprendido de Dios a darnos totalmente a los demás, pero nuestro egoísmo, superficialidad e individualismo, nos ha afianzado en el arte de hacer el mal, de actuar en contra del hermano (el arte del mal hacer), hablar mal del prójimo (mal decirlo) cuando nos sentimos heridos por el otro.

Y eso el crucificado no solo lo sabe, sino que lo ha predicado tantas veces cuando nos ha hablado del perdón, hasta el extremo (setenta veces siete), cuando ha perdonado, y cuando nos ha dicho que hay que amar hasta a los enemigos.

Siendo víctima pascual, el crucificado no se victimiza. Es fácil victimizarse para causar pena y despertar lástima en los demás. Pero eso no es digno de Dios, tampoco el crucificado aplica la ley del Talión, no tiene sed de venganza, ni desea el mal a quienes le llevaron a la cruz… solo tiene palabras de perdón.

Jesús implora el perdón sobre aquellos, que no saben lo que hacen…

Pero, hay muchos que saben lo que hacen y siguen crucificando a la humanidad: los que impunemente matan a inocentes a través del aborto, los que roban en las calles quitando las pertenencias del otro hasta arrebatarles la vida, los que se aprovechan de la confianza del pueblo y hacen mal uso de su autoridad que la ciudadanía les ha conferido, los que se aprovechan de la pandemia para dejar a la intemperie a los vulnerables, los grandes que maltratan a sus trabajadores….

Hoy en día todos hablan y saben lo que deben hacer para remediar la situación del país, todos saben lo que hay que hacer, y lo han dicho de varias formas en estos últimos días, hasta enfrentándose con argumentos ad hominem, pero, Dicen lo que hay que hacer.. habrá que preguntarnos: ¿sabrán realmente cómo deben actuar buscando la unidad para salvar a la humanidad, para salvar al país, para salvar a los cristos crucificados por la pandemia mientras ellos discuten luchando por el poder?

Algunos actúan como mercenarios, solo cumpliendo órdenes como los centuriones y los verdugos romanos, otros para favorecer su seguridad e intereses como los sumos sacerdotes y el Sanedrín, y otros, vacilantes e inseguros, detrás de sus escritorios tomando decisiones sobre los demás y lavándose las manos como Pilato.

Sin embargo, Jesús perdona a todos, y quiere perdonar a todos para promover la conversión, la vuelta a Dios. Quiere devolver a todos la dignidad de ser reflejo de Dios.

3.   La generosidad del Crucificado.

Jesús, perdónanos también a nosotros y ponnos al servicio de tu reino, reino de paz y de justicia, de amor y misericordia. Aunque ponernos a tu servicio signifique marcar nuestras vidas por las heridas de la cruz.

Porque servir a Jesús significa no solo aceptar la cruz, sino cargarla y subir con Él al Gólgota de la pasión para vivir la reconciliación con Dios y con nuestros hermanos.

Con tanta razón la Santa Teresa de Jesús, afanada en expandir la renovación de la Iglesia y de su Orden, fundando monasterios encontró mil trabas y en el colmo de la desesperación reclama al Señor diciéndole “¿Así tratas a tus amigos?” y el Señor le responde “así trato a mis amigos por que los amo” y la gran Teresa, reconociendo con humildad la nueva ley del amor, con rendida obediencia le confiesa: “Ahora entiendo por qué tienes tan pocos amigos,  por que a los que te crucificaron los perdonas, pero a los que amas, tú los crucificas”. Que así sea.

Hoy Viernes Santo, es el día de la Cruz. Por ello, nos disponemos desde nuestras pequeñas comunidades (casas ), a participar del Sermón de las Siete Palabras. Desde el mediodía, a través de la señal del Canal del Estado, meditaremos sobre las últimas palabras que nuestro Señor Jesucristo, estando en la cruz, nos dejó.

A continuación compartimos la relación de los predicadores que nos acompañarán y reflexionarán durante el Sermón de las Siete Palabras:

Primera Palabra
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
A cargo de: Mons. Juan José Salaverry Villareal OP, Obispo Auxiliar de Lima

Segunda Palabra
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»
Jesús Choy, jovenseminarista del Seminario de Santo Toribio

Tercera Palabra
«Mujer, ahí tienes a tu hijo», y al discípulo: «ahí tienes a tu madre»
Luis Alberto Mora, Diácono de la Arquidiócesis de lima.

Cuarta Palabra
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Padre Alejandro Adolfo Wiesse León, Ministro provincial OFM

Quinta Palabra
«Tengo sed»
Carmen Toledano Sánchez, Priora del Monasterio de las Agustinas en Lima

Sexta Palabra.
«Todo está consumado»
Padre Jan Lozano, Párroco de la Parroquia Natividad de María

Séptima Palabra.
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
Mons. Guillermo Antonio Cornejo Monzón, Obispo Auxiliar de Lima

Toque de campanas a las 3 de la tarde.

Por otro lado, la Iglesia de Lima se unirá en esta Semana Santa a través de un gesto especial: al llegar las 3 de la tarde, hora de la Misericordia, las campanas de las Parroquias de nuestra Arquidiócesis resonarán en toda la ciudad.

Este gesto sencillo nos une en la fe y en la oración por todos nuestros enfermos a causa de la Covid-19, por todos los ‘Cristos sufrientes’ que hacen hacen largas filas a diario en busca de oxígeno, por nuestros enfermeros, policías, militares, jóvenes voluntarios, sacerdotes y religiosas.

En este Viernes Santo, Monseñor Guillermo Elías, nos invita a reflexionar en familia a través de una serie de gestos complementarios.

«Este Viernes Santo meditamos la vida del Señor, sus palabras, que tanto edifican», comentó el Obispo Auxiliar al inicio de su meditación.

Monseñor Elías recordó que la injusta condena de Cristo nos debe interpelar hondamente para recordar tantas situaciones de muerte en la ciudad como la injusticia, la mentira, la corrupción, el hambre, ésa falta de transparencia de las políticas del Estado, un sistema de oxígeno tan carente que provoca la muerte de tantos hermanos.

El Crucificado que tengamos en el centro de nuestra mesa será el que presidirá este Viernes Santo en familia.

A través de los gestos de hoy, recuerda Monseñor Guillermo, intentemos reflexionar sobre todos los ‘Cristos sufrientes y crucificados’ de nuestra sociedad, de nuestra familia y de nuestro país.

Compartimos los gestos complementarios que podemos realizar desde el hogar en este Viernes Santo. Al llegar el mediodía, los invitamos a participar del tradicional Sermón de las Siete Palabras que transmitirá el Canal del Estado y las redes sociales del Arzobispado.

Este día, la Iglesia venera a Jesús Crucificado, reflexiona sobre el sentido de su muerte y el sentido de tantas muertes de hoy y en la historia, también eleva su oración universal y tendremos con las familias este siguiente gesto significativo.

Luego de la adoración a la cruz, invitamos a que las familias se reúnan y coloquen un crucifijo en la mesa. En seguida, leeremos el texto del relato de la Pasión del Señor según el relato en Marcos (14, 1-15,47) y haremos un silencio meditativo.

Gestos complementarios:

Cada familia debe poner alrededor del crucifijo que tiene algunas fotos con crucificados de hoy (enfermos consecuencia de la Pandemia, situaciones sociales, personas de la calle, incluso gente de su propia familia).

Luego, agradecer a Jesús su sacrificio y rezar por las personas que están en las fotos y en esas situaciones.

También recordar algunos momentos que en familia nos hemos crucificado unos a otros en el interior de nuestra casa. Cuando no nos hablamos, discutimos sin razón, nos ofendemos con gestos o palabras duras o nos agredimos verbal o físicamente.

Uno de los integrantes de la familia colocará un clavo al lado de la cruz (este clavo representa todo aquello que nos mata, que nos crucifica, egoísmos, mentiras, actos no fraternos). Dejar el clavo hasta el día Domingo de Resurrección para el gesto de ese día.

Damos gracias a Dios por este día santo en familia en el que conmemoramos su muerte y la muerte entre nosotros cuando no somos hermanos fraternos, solidarios unos con otros, pero confiamos en que nuestra conversión producirá frutos de sanación y salvación.

La noche de la Cena del Señor, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde una Catedral solitaria, silenciosa y sin fieles, pero acompañada espiritualmente por todas las familias peruanas que se unieron para realizar, desde sus casas, el gesto del lavado de los pies: «Estamos llamados a aceptar el desafío de salir a anunciar el Evangelio en estas situaciones difíciles con una actitud auténtica de servicio», comentó durante su homilía (leer homilía completa).

Cena del Señor – Homilía de Monseñor Carlos Castillo (descargar transcripción)

El Arzobispo de Lima explicó que durante la cena con los discípulos, además de instituir la Eucaristía, Jesús tiene un gesto que sorprende a todos: se levanta de la mesa, se ciñe con una toalla, echa agua en una jofaina y se pone a lavarle los pies a sus discípulos: «este gesto inaugura el sacerdocio de Jesús y el sacerdocio ministerial, del cual depende todo el camino de la Iglesia futura, para promover con los apóstoles y luego con sus sucesores, la orientación de la vida de la Iglesia», añadió.

El gesto del lavado de los pies es un llamado a compartir el pan del cielo, dijo Monseñor Carlos, un llamado a compartir la sangre y el cuerpo del Señor para alimentar la fe del pueblo en su vida concreta, en sus caminos distintos: «Este es el día en que se inaugura el servicio profético de la evangelización de aquel que va caminando por el mundo anunciando el Evangelio, y que necesita, no solamente pastorear, no solamente santificar, sino anunciar sirviendo humildemente la vida de los pueblos».

El prelado indicó que el Señor ha venido a lavarnos los pies para que podamos comprender que este misterio de la autohumillación de Jesús, es el fundamento de nuestra existencia cristiana: «al recibir toda la Iglesia los tres ministerios, los tres carismas que todo cristiano recibe (sacerdote, profeta y rey), los vivamos como dones de Dios para servir y caminar con la gente y ayudarla. No son realidades que hay que monopolizar, sino que hay que compartir y hay que salir», expresó.

La salida de Jesús para el huerto de Getsemaní, y luego, para la Cruz, que también saldrá hacia el Padre en la Gloria, será la salida del servidor que siempre nos acompaña con su Palabra y peregrina con nosotros en la historia.

Carlos Castillo recordó que ser cristiano es dejarnos amar por el Señor, dejarnos lavar por el Señor, para tener la capacidad de lavarnos los unos a los otros para que podamos ser anunciadores del Evangelio: «por eso, se dice en una antigua expresión, que los evangelios se escribieron no con las manos, sino “con los pies”, porque fueron los cristianos caminando por el mundo que se dispersaron para llevar la Buena Noticia de que Dios es amor y solo amor».

Dirigir la Iglesia desde el servicio y no desde la posesión.

El Arzobispo de Lima remarcó el gesto de Jesús de lavar los pies de Pedro, para que no crea que dirigir la Iglesia es poseerla, si no es estar poseído por el amor de Dios: «el Espíritu de Dios es el que nos guía, el servicio es el que nos va conduciendo. Y por eso, nuestro ministerio siempre se renueva, porque como Dios siempre hace nuevas las cosas, en su compañía, nos permite siempre encontrar nuevas respuestas a los distintos problemas», acotó.

Estamos llamados a aceptar el desafío de salir a anunciar el Evangelio en estas situaciones difíciles con una actitud auténtica de servicio.

El Primado del Perú dijo que todos nuestros hermanos que ayudan y sirven humildemente en esta Pandemia son los «nuevos Cristos» que están surgiendo en el mundo: «ellos son de Dios, son de Cristo, porque viven y mueren como Jesús arriesgando la vida», enfatizó.

El acto infinito de amor del Señor por sus discípulos, sabiendo que le había llegado la hora, debe llevarnos a hacer ese signo diario que recuerde nuestra capacidad de amar y de servir, de ayudarnos a caminar, de prepararnos todos y organizarnos, desde nuestras familias, para poder marcar nuestras vidas con los gestos de Jesús.

Antes de culminar, Monseñor Castillo invitó a que todas las familias puedan imitar el gesto del lavado de pies desde sus casas: «Les pido que nos dispongamos con esos pequeños lavatorios de casa y con los niños, los papás, los hermanos, los jóvenes, los mayores, los abuelitos, nos dispongamos a lavarnos mutuamente los pies. Y nosotros todos aquí presentes, los vamos a acompañar a ustedes poniéndonos en la posición de quien lava los pies, de rodillas, para humildemente acompañarlos».

Hace más de un año, jóvenes enfermeros y médicos voluntarios, ofrecen su tiempo gratuita y generosamente para acompañar a los enfermos de nuestra ciudad. Y desde el Arzobispado de Lima queremos enviar un fraterno saludo y agradecer a todos nuestros héroes anónimos que dan testimonio de Jesús Resucitado con sus vidas.

La Unidad de Control de Emergencias de la Arquidiócesis de Lima (UCE) cumple su primer año de atenciones médicas gratuitas ininterrumpidas en las instalaciones de la Parroquia Santa Rosa de Lima, desde el inicio de la Pandemia Covid-19.

En ese sentido, conversamos con Eduardo Albarracín Ugarte, Director de UCE, quien nos comenta que a la fecha ya han realizado más de 9000 atenciones  y un promedio de 30 pacientes a diario.

“Muchos pacientes vienen de diferentes distritos de Lima, en su mayoría adultos mayores con enfermedades mórbidas que se han agravado, ya que muchos de ellos no han recibido atención en los hospitales desde hace un año a causa del Covid-19. De esta forma, nosotros los recibimos, les brindamos la atención gratuitamente y los ayudamos a mejorar progresivamente”, señaló Eduardo Albarracín.

No podemos llamarnos cristianos si el sufrimiento de mi hermano no nos estruja el corazón.

Actualmente, UCE cuenta con 35 voluntarios que, comprometidos con su servicio, vienen atendiendo de lunes a sábado de 9:00 a. m. a 3:00 p. m. e incluso en algunas ocasiones los domingos.

De otro lado, Eduardo señala que él y su equipo están agradecidos con Dios por bendecirlos en su servicio y no haberse contagiado ninguno de ellos de Covid-19, lo cual, reafirma su compromiso de ayudar a más hermanos, especialmente, en estos momentos de Pandemia.

No podemos llamarnos cristianos si el sufrimiento de mi hermano no nos estruja el corazón. Es la frase que a diario nos repetimos y nos sirve de motor para servir con amor y paciencia a los hermanos que más nos necesitan.

Eduardo Albarracín admitió que, todos los meses, la comunidad está en constante tensión para contar con los recursos y materiales necesarios para las atenciones: “Llega el fin de mes y el estrés vuelve, buscamos por todos lados y dejamos en las manos de Dios que provea los materiales y de pronto, llegan las donaciones en materiales o en dinero de hermanos, familias y empresas privadas que nos apoyan para poder realizar nuestro trabajo mes a mes gratuitamente y así, ya hemos cumplido un año”, indicó.

Es por eso que UCE solicita el apoyo de donaciones de materiales tales como: mandilones descartables, guantes de nitrilo, mascarilla kn95, 1 laptop, instrumental para curaciones, medicamentos para diabetes e hipertensión y 2 glucómetros. Los bienhechores interesados en ayudarlos pueden contactarse escribiendo al whatsapp: 984783603.

Compartimos los gestos complementarios que podemos realizar desde el hogar en este Jueves Santo. Recuerda que todas las Parroquias de nuestra Arquidiócesis de Lima celebrarán misas que se compartirán desde sus redes sociales en distintos horarios. Por su parte, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidirá la Celebración de la Cena del Señor, que se transmitirá a las 18:00 horas por el Canal del Estado.

Antes de participar de la misa de Jueves Santo, invitamos a reunirse en familia y responder las siguientes preguntas: ¿Qué nos ayuda a vivir en familia?
¿Cómo y por qué compartimos las alegrías y las tristezas? ¿Qué nos implica comer juntos?

Gesto del lavado de pies en familia.

Durante la celebración Eucarística del Jueves Santo, el sacerdote o el obispo suelen lavar los pies conmemorando el gesto de Jesús a sus discípulos, invitándolos a que fuéramos signos de servicio uno al otro. En esta noche queremos proponerles a las familias un hermoso y profundo gesto de servicio mutuo, realizar el gesto de Jesús en el seno de nuestras propias familias.

Te invitamos a mostrar humildad con tu familia y realizar el lavado de pies donde los esposos lo realizan mutuamente, luego los padres a sus hijos y concluimos con el lavado de pies de los hijos a sus padres.

Cada familia culminará este momento con unos minutos de oración por su amor mutuo y se darán un abrazo de paz entre ellos.

La Pastoral Juvenil de la Arquidiócesis de Lima, nos invita a realizar el recorrido tradicional de la Visita a las Siete Iglesias, en forma virtual y desde casa. Para ello, nuestros jóvenes han preparado un momento de encuentro y oración que podemos seguir desde las 21:00 horas a través de la página de Facebook del Arzobispado de Lima y la Página de Facebook de la Pastoral Juvenil.

El Espíritu creativo y entusiasta de los jóvenes ha hecho posible que podamos vivir una Semana Santa diferente, aislados socialmente pero unidos en la fe, el amor y la solidaridad.

En ese sentido, la Pastoral Juvenil hace extensiva la invitación a todas las familias a sintonizar las redes sociales para «recorrer» siete iglesias representativas de nuestra ciudad, para vivir el camino del peregrinaje desde la fe y la oración.

De esta manera, el Jueves Santo, a las 21:00 horas, sintonicemos las redes sociales del Arzobispado de Lima y la Pastoral Juvenil. Previamente, a las 18:00 horas, Monseñor Carlos Castillo presidirá la Cena del Señor a través del Canal del Estado.

Como se recuerda, en el último tiempo de Cuaresma, de confinamiento y de Pandemia, nuestros jóvenes unieron sus voces para decir: «No Tenemos Miedo», un himno con eco en toda América Latina que expresa nuestra esperanza en la resurrección de nuestro mundo.

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