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En la Solemnidad del Señor de los Milagros, el arzobispo de Lima afirmó que «tenemos la procesión más misionera del mundo», un signo que debe recordarnos que «Jesús está en los lugares más recónditos», en medio de nuestro sufrimiento, acompañándonos. «Cada vez que es levantado el Señor, nosotros somos animados también a levantarnos y a caminar. El Señor camina con nosotros, es nuestro aliento, nuestra fuerza, nuestro gran libertador», indicó el prelado en su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

El Señor de los Milagros vuelve a «callejear» por todo el Perú. Este viernes 28 de octubre, Fiesta del Cristo Moreno, cientos de miles de personas acudieron a los exteriores del Santuario de Las Nazarenas para acompañar al Señor en su cuarto recorrido procesional.

En una misa multitudinaria, Monseñor Carlos Castillo inició su homilía recordando que Dios nos creó por amor, y fue ese mismo amor con el que entregó a su Hijo para mostrarnos el rostro misericordioso del Padre, para ser una comunidad y no un pueblo disperso.

Este principio fundamental de nuestra fe, muchas veces, es difícil de comprender, inclusive dentro de la propia Iglesia. Y, así como los sacerdotes de Israel habían «seperado» a Dios de la gente con sus costumbres y ritos, en la actualidad, se piensa que para llegar a Dios es necesario «hacer mucha penitencia» y adorarlo solo en el templo para «subir a las escaleras donde nos vigilan los ángeles, los arcángeles y los querubines».

Sin embargo, meditando el Evangelio de Juan (3, 11-16), el Señor nos recuerda, a través de Nicodemo, que el camino para acercar el Reino de Dios a este mundo, implica entregar la vida por amor. El camino «no implica una serie de prácticas para poder conseguir la salvación, implica un dejarse llevar por el Espíritu para ser como Jesús todos», afirmó el prelado.

Adorar al Señor con nuestra vida, con nuestro testimonio.

En ese sentido, Monseñor Castillo explicó que Nicodemo, siendo fariseo, logró entender «una chispita» de apertura a Dios, reconociendo los signos y los milagros de Jesús. Ante ello, el Señor le responde con dos mensajes que también están dirigidos a nosotros:

Primero nos dice: “El que no es engendrado de lo alto, no puede ver el Reino de Dios”. Es decir, tenemos que mirar al que atravesaron, al Cristo en la Cruz, que se elevó para dar su vida por amor. «Este es el único camino para llegar a Dios, para ver el Reino de Dios en esta vida», precisó el arzobispo de Lima.

Estamos llamados a adorar al Señor en espíritu y en verdad con nuestra vida. Él se encarnó, se hizo uno de nosotros y se anonadó.

Pero el Señor utiliza palabras más hondas: «el que no es engendrado», es decir, está refiriéndose a la fecundación, no al nacimiento. Por lo tanto, tenemos que «recibir la semilla del Señor y cultivarla en nuestro ser, en el ser de cada uno y en el ser de toda la sociedad peruana, en el ser de todo el mundo, porque está derramada en todo el mundo», reiteró Carlos Castillo.

Como segundo aspecto, el Señor le dice a Nicodemo: “En verdad te digo que el que no esté engendrado del agua y del espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”. ¿De qué agua y de qué espíritu? Del Señor clavado en la Cruz por la fuerza de su amor, del que brotó el agua y el espíritu de la sangre del Señor.

¿Por qué es esto tan importante? Monseñor Carlos aseguró que, al igual que Nicodemo, podemos permanecer «ciegos» y no ver el Reino de Dios. «Este Evangelio está dirigido, sobre todo, a una Iglesia “ciega” y desalojada (en la época del Evangelista Juan, el templo de Jerusalén era el referente para llegar a Dios y había desaparecido), es un Evangelio para “ciegos” y para migrantes. Y qué difícil, porque uno tiene que ser migrante y está ciego, no sabe dónde ir, no puede ver por dónde caminar. Para ello, necesitamos de la ayuda del Señor que nos conduce».

En un mundo donde todo parece mecánico y todo es cálculo, la procesión del Señor de los Milagros es una muestra de que, como peruanos, podemos inundar la esperanza. Todos «carguemos» unos con otros los problemas de la vida diaria, los problemas del país, pero siempre con la esperanza de que se puedan solucionar y de que encontraremos la salida.

Finalmente, el arzobispo Castillo hizo un llamado a identificar aquellos signos milagrosos del Señor que nos acompañan en la vida: nuestros hijos, nuestros hermanos, la amistad entre nosotros. Y también, todos los signos milagrosos de nuestra historia Patria: los héroes nacionales, en su mayoría, mártires que dieron su vida por nosotros, como Jesús.

Llegado el domingo XXX del Tiempo Ordinario, Monseñor Castillo hizo un llamado a rectificar las ambiciones que nos impiden anticipar el Reino de Dios en esta vida y dejarnos llenar por la Gracia del Espíritu del Señor, que es «una fuerza de aliento» para «levantar la moral de nuestro pueblo» y cambiar nuestro país: «El Señor nos ama a todos, nos llama siempre a entrar en un camino de conversión, de recapacitación, de reconocer nuestros límites, de aceptar que hemos errado», reflexionó el prelado en su homilía.

Esta mañana, Monseñor Castillo meditó sobre el Evangelio de hoy (Lc 18, 9-14), que narra la Parábola del fariseo y el cobrador de impuestos, es decir, un religioso y un pecador declarado, respectivamente. En ese sentido, el prelado explicó que los fariseos solían conservar una actitud de exclusivismo y pretensión por sentirse superior al resto: «Ellos despreciaban a la demás gente, y mucho más a este hombre que es un publicano».

Por su parte, el publicano era una persona considerada traidor, porque, siendo hebreo, cobraba impuestos para Roma. Sin embargo, de estos dos hombres, es el publicano quien se muestra humilde y avergonzado en su oración. Esta disposición de cambiar, este hombre «malo» y arrepentido, nos enseña que todos podemos convertirnos si dejamos que el Señor entre a nuestra vida: «El solo hecho de acercarnos al Señor, nos cambia, nos transforma», como lo hizo con este publicano o con el propio Zaqueo, acotó el arzobispo.

Monseñor Carlos agregó que, en el Perú, también hay muchos “publicanos”, pero tenemos que ayudar que, a través de la procesión del Señor de los Milagros, eso se cambie. «¡Es necesario rectificar las ambiciones! Las ambiciones nos llevan a la destrucción, tenemos que siempre pensar en el bien de todos, en el bien común», expresó.

Ser cristiano es ser amado, amar a partir de que somos amados por el Señor.

En otro momento, el Primado del Perú afirmó que el comportamiento del fariseo representa un problema muy grave del mundo actual: «solo se mira a sí mismo e, inclusive, considera que la religión lo protege. A veces, también tenemos eso en nuestro país, entre nosotros mismos. Nuestra fe se fundamenta en el amor gratuito que recibimos porque todos somos amados por Dios», recalcó.

Ser cristiano es ser amado, es amar a partir de que somos amados. El Señor nos llama siempre a entrar en un camino de conversión, de recapacitación, de reconocer nuestros límites, de aceptar que hemos errado. Por ahí comienza la fe, cuando uno reconoce y decimos: “Señor, dame tu fuerza para poder superar estas cosas”.

Cuando dejamos que el Señor pase por nuestra vida, cuando salimos a «callejar» y a misericordiar» (como nos recordó el Papa Francisco en su mensaje por el Mes Morado), nos convertimos en otros «Jesús”, en otras «Marías”, que están compartiendo el amor que han recibido.

Si recibimos el amor del Señor y la acogemos, todo lo que somos de negativos, de medio locos, medio chiflados… todo, poquito a poco, se va superando, porque entramos en razón, entramos en relación con los demás, vemos el rostro del Otro, apreciamos a las personas, no prejuzgamos.

En cambio, quien no acepta el amor de Dios, se siente perdido y sustituye ese vacío con el prejuicio ante los demás. Esto también ocurre dentro de la Iglesia, así lo manifestó Monseñor Carlos: «Eso nos pasa, sobre todo, a los católicos y, muchas veces, a los curas, a los obispos que estamos “chanque y chanque” a la gente. Pero el Señor no nos ha mandado a “chancar”, sino a alentar y a pedir perdón si nos hemos equivocado.

Evangelizar para anticipar el Reino de Dios en nuestra vida.

Finalmente, el obispo de Lima pidió superar todos los obstáculos y prejuicios que nos impiden anticipar el Reino de Dios en esta vida: «No vamos a encontrar el Reino de Dios si es que aquí no adelantamos el Reino y hacemos justicia y bien para todos. Por eso, tenemos que evangelizar. Nos ha faltado educar, nos ha faltado explicar, nos ha faltado visitar, acercarnos», precisó.

La mejor manera para recapacitar indivual y socialmente es descubriendo lo bueno que la gente tiene, aseguró el arzobispo Castillo: «¡Tenemos que aprender a apreciar! A apreciar al Otro, a apreciarnos mutuamente».

Antes de despedirse, el prelado recordó una curiosa anécdota…

Yo me acuerdo, cuando era chiquito, salíamos a la calle y nos enseñaban los curas en la parroquia a decir: “¡Protestante!”  Y le sacabamos la lengua…. Eso no puede ser, ellos son nuestros hermanos también. Entonces, nada de sacar la lengua a nadie, sino de unirnos para comprender y apreciar a todos. Hay que levantar la moral del pueblo, y el Señor, viniendo a visitarnos, pasando por nuestros hospitales, nuestros enfermos, después de todo lo que hemos sufrido estos dos años, es una fuerza de aliento que nos da una maravilla de inspiración para cambiar nuestro país ¡Y lo vamos a cambiar! Tengan, con seguridad que todo lo que viene de la Gracia del Espíritu cambia a las personas.

En el marco del onceavo aniversario del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS), Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a reafirmar los valores fundamentales que inspiraron a su creación: «Estamos en un momento álgido de la humanidad en donde es necesario emprender iniciativas creadoras capaces de neutralizar esta tendencia a la polarización y a la injusticia que tenemos en el mundo. Que Dios les llene de imaginación, porque la caridad siempre es una imaginación permanente para resolver los grandes problemas de la humanidad», reflexionó el prelado (leer transcripción).

La Eucaristía, en la Basílica Catedral de Lima, contó con la presencia de la titular del MIDIS, Dina Boluarte. También participaron otros altos funcionarios, ministros de Estado y autoridades gubernamentales.

En la homilía de este miércoles 19 de octubre, el arzobispo de Lima destactó los dos principios fundamentales que caracterizan al MIDIS: el desarrollo humano integral y la inclusión social. Estos principios también se condicen con la misión pastoral y solidaria de la Iglesia por acoger a los más vulnerables.

En ese sentido, Monseñor Castillo explicó que, en la experiencia de la fe, necesitamos «superar las injusticias» y «salir de los exclusivismos» que nos alejan del Otro: «La herencia que Dios ha dejado es para que todos disfrutemos de la maravilla de la Creación y no haya oposiciones, sino siempre una actitud solidaria que, en la fundación de este ministerio, hace 11 años, se planteó como lo fundamental: la labor social y solidaria del Estado», indicó.

El Señor nos ha dejado a los seres humanos, a nuestras manos, toda la Creación, pero eso está para todos y no para algunos.

El Primado del Perú recalcó que debemos dejarnos interpelar por la Palabra de Dios para iniciar un proceso de reconsideración y recapacitación en la solución de los problemas más apremiantes del país: «Lo hemos dicho en la procesión del Señor de los Milagros. Él pasa por nuestras calles diciéndonos: “Amen, sean solidarios, Yo los acompaño. No importa que se equivoquen, sigan avanzando”. Es un símbolo de lo que debe ser el país: avanzar juntos aun siendo todos pecadores. Pero sí, el Señor quiere que ese pecado se vaya superando con el amor», acotó.

La Iglesia «grande» y «chica» están unidas en el amor al pobre.

En el día que se celebra la Fiesta de la Dedicación de la Catedral de Lima, Monseñor Castillo puso acento en la bella relación que existe entre la catedral de la capital (dedicada en sus orígenes a San Juan) y la Iglesia de San Lázaro del Rímac (dedicada en sus orígenes como leprosorio): «Hay una especie de unidad entre San Juan, que es el amigo de Jesús, el Evangelista; y el amigo Lázaro, que es el amigo pobre. ¿Qué importancia tiene eso? Que la iglesia grande, tanto como la iglesia chica, está en función del pobre, están unidas en el amor al pobre».

Dios es un Dios que se comparte, es el Dios que entregó a su Hijo para compartir su Espíritu y vivir en ese amor. Que Dios les llene de imaginación, porque la caridad siempre es una imaginación permanente porque es una aventura, la aventura de resolver los grandes problemas de la humanidad.

Cientos de miles de personas se congregaron en los exteriores del Santuario Las Nazarenas para participar de la Eucaristía que presidió Monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima: «Este paso firme, este camino que vamos a hacer con el Señor de los Milagros, significa, para todos nosotros, el reafirmar que hemos de construir un país sólido por dónde caminar, un país sin tropiezos, sin piedras en el camino que destruyen nuestra vida y no nos permiten salir adelante», ha dicho el prelado en su homilía (leer transcripción).

Este año, el Anda del Cristo de Pachacamilla se mostró revestido con los más de 300 cordones de los cargadores de la Hermandad del Señor de los Milagros que murieron durante la Pandemia.

Por segunda vez, el Señor de los Milagros sale a recorrer las calles de nuestro pueblo. En todas partes del país, fieles acuden masivamente para acompañar al Cristo Moreno, que pasa «callejeando» y «misericordiando», como hace poco nos recordó el Papa Francisco.

Amar a Dios y rechazar al dinero como principio de vida.

Meditando sobre el Evangelio (Juan 3, 13-17), Monseñor Castillo señaló que Dios ha bajado del cielo como una gracia y un regalo a la humanidad para recordarnos que no se hizo hombre para endiosarse o sentirse superior a los demás: «Es un Señor que hace la voluntad del Padre, que viene de parte del Padre Dios para hacernos hermanos a todos, siendo Él plenamente Hijo, Hijo obediente».

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Esta obediencia del Señor es una actitud que debemos aprender a revisar en nuestra fe, así lo indicó el arzobispo de Lima: «A veces, pensamos que la fe es algo que nosotros tenemos porque somos seres religiosos. El ser humano busca a Dios, pero también inventa dioses. Ahora hay un “dios” que anda caminando por ahí que todo el mundo conoce, “el dios dinero”, y todos, de alguna manera, le rendimos culto, especialmente, algunas personas que viven todo el tiempo buscándolo», acotó.

Es verdad que necesitamos el dinero para sobrevivir, pero hay quienes lo usan para especular, para convertirlo en un dios. Hay que amar a Dios y rechazar al dinero como principio de vida. Todo tiene su fundamento en el amor, todo crece, vive y existe por amor.

El Primado del Perú afirmó que el Señor nos ama y nos hace personas libres, inspiradas en su amor para generar una nueva humanidad hermanada, y no una que se esté mirando el ombligo, ajena a las necesidades de los demás. «Lo que hace posible nuestra fe es la inspiración de un Dios que nos hace libres y quiere que maduremos, que reflexionemos y decidamos e inventemos formas nuevas de amar».

Dejarnos engendrar por el Señor para entrar al Reino de Dios.

Retomando la liturgia de hoy, Monseñor Carlos explicó que el evangelista Juan ha puesto acento en las siguientes palabras: “Hay que ser engendrado de lo alto”. Y lo hace para afirmar que estamos llamados a dejarnos «engendrar por el Señor» para entrar al Reino de Dios, que es «una fuerza de amor que inunda a las personas».

La Iglesia es para anunciar el Evangelio de la alegría, de la esperanza. Y siendo que celebramos a un Cristo crucificado que se pasea por nuestras calles, Él introduce la inspiración en todo el pueblo, porque nos visita y viene a acompañarnos en nuestro dolor.

Pese a las vicisitudes de los últimos tiempos, el Señor no nos abandona, reflexionó el obispo de Lima: «En medio de la Pandemia, el Señor siempre vivía y sufría con nosotros en esos momentos. Y, por eso, también, tenemos la esperanza, no solamente en el reencuentro final, sino en la resurrección de todos. Algún día todos nos encontraremos y viviremos en paz y en alegría», agregó.

Seamos caminantes y misericordiosos como el Señor que recorre nuestras calles.

Monseñor Castillo exhortó a vivir este largo camino acompañando al Señor de los Milagros con madurez, claridad y capacidad de reflexión, reconociendo que Dios es amor y no tiene ira. «Dios es amor gratuito, generoso, entregado, inspirador, alentador con su pueblo. Todo lo que es vida está llamado a ser pleno, grande y, sobre todo, tiene la virtud y la maravilla de ser ancho como el corazón de Dios», recalcó.

El Señor quiere inocularnos con el amor de Jesús en la Cruz, mediante el “callejeo”, mediante el “misericordeo”, como dice el Papa, para que todos seamos misericordiosos y seamos caminantes, no estáticos, no encerrados en nosotros mismos.

Finalmente, el arzobispo de Lima precisó que, cuando contemplamos al Señor elevarse y caminar por nuestras calles, estamos profundizando y dejando que el Señor nos «vaya trabajando por dentro» para actuar misericordiosamente: «Este es un tiempo de contemplación, pero mirar significa profundizar, dejar que mis venas, que mi sangre, que mi corazón, mis manos, todo, se vaya transformando. Y luego, también, es un llamado a todo el pueblo para ser Pueblo de Dios, haciendo que todas nuestras relaciones mejoren. Por eso, ahora que caminamos juntos, que sea como una Parábola de cómo debe ser el Perú, un Perú unido por su Señor».

Homenaje a hermanos cargadores que murieron durante la Pandemia.

Este año, la Hermandad del Señor de los Milagros ha querido rendir un sentido homenaje a los hermanos cargadores que murieron durante la Pandemia. Es por eso que se colocaron, alrededor del Anda, cientos de cordones en representación de ellos y sus familias. Este gesto, destacó el arzobispo Castillo, «nos permite recordar, volver a meter en el corazón, la huella que nos dejaron durante su paso por este mundo».

Del Perú tienen que nacer los evangelizadores que anuncien al Señor de los Milagros y generen el gran milagro de la paz y de la nueva humanidad.

En el domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Monseñor Guillermo Elías, hizo un llamado a mantener viva nuestra fe en el Señor de los Milagros a través de una actitud de constante oración: «¡La oración es el camino firme para mantener viva la fe!», ha expresado en su homilía en el Santuario de Las Nazarenas.

Monseñor Elías meditó el Evangelio de san Lucas (18, 1-8), que narra la historia de una viuda que se acerca a pedir justicia a un juez corrupto. Tras la insistencia de la mujer, el juez le concede su solicitud. Al respecto, el prelado propuso la siguiente reflexión:

“Imaginémonos que el Señor llega hoy a la Tierra. ¿Qué pasaría? Lamentablemente, encontraría muchas guerras, pobreza, desigualdades y, al mismo tiempo, grandes conquistas de la técnica, medios modernos y gente que va siempre de prisa, sin detenerse nunca. ¿Qué encontraría en mí si el Señor hoy viniera? ¿Qué encontraría en mi vida, en mi corazón? ¿Qué prioridades de mi vida el Señor vería? ¿Cuáles son tus prioridades?”, señaló.

La oración profunda es la medicina de la fe.

En ese sentido, Guillermo Elías afirmó que muchas veces vamos por la vida preocupados por diferentes situaciones, «olvidando nuestra fe y dejando en segundo plano a Dios». Por ello, debemos recordar siempre que «la oración es el camino firme para mantener viva la fe».

“A menudo nos preocupamos de muchas realidades secundarias. Sin darnos cuenta, descuidamos lo que más cuenta y dejamos que nuestro amor por Dios se vaya enfriando o solo aparezca en este tiempo del Señor de los Milagros. Hoy, Jesús nos ofrece un remedio para calentar esa «fe tibia», a través de la oración profunda, la cual es la medicina de la fe y el reconstituyente del alma que el Señor nos regala, pero es necesario que seamos constantes”, indicó Elías.

Tener una fe constante y dedicar tiempo a Dios.

De igual manera, Monseñor Guillermo alentó a los fieles devotos del Señor de los Milagros a mantenerse firmes y constantes en la fe a través de la oración, de «una conversación de tú a tú, en intimidad con Dios».

La oración es un instrumento que necesita tiempo dedicado a Dios, de forma que Él pueda entrar en nuestro tiempo y en nuestra historia. Es necesario abrir el corazón para que derrame en nosotros su amor, su paz, su gloria, su fuerza, su esperanza.

Finalmente, nuestro obispo auxiliar remarcó la importancia de profundizar en la oración, porque Dios nos escucha y conoce nuestro surfimiento: «Dios te conoce, ¿tú crees que no va a obrar? No siempre nos da lo que le pedimos, pero siempre nos dará lo que nos conviene», enfatizó.

Más de dos mil jóvenes se congregaron en el Colegio Salesiano de Breña para vivir la Jornada Arquidiocesana de la Juventud. Música en vivo, momentos de reflexión, debates, plenarios y una Eucaristía presidida por nuestro arzobispo Carlos Castillo, quien afirmó que «los jóvenes nos evangelizan» con el testimonio de sus vidas. ¡Así se vivió la JAJ 2022!

«¡Esta es la juventud de Lima!», es el grito que coreaban miles de jóvenes en la mañana del sábado 24 de septiembre, día central de todo un mes dedicado a la juventud. La Pastoral Juvenil de nuestra Arquidiócesis, bajo el acompañamiento de su asesor, el Padre Víctor Chávez, asumió la organización de este evento que convocó a jóvenes de diferentes sectores: parroquias de Lima, comunidad universitaria, escolares y jóvenes en general. Todos reunidos bajo el lema: «Levántate, te hago testigo de lo que has visto».

La gran jornada de la juventud inició con un momento de acogida y animación gracias al apoyo de cientos de jóvenes voluntarios. Posteriormente, los coordinadores juveniles de cada decanato llevaron en procesión la cruz de la Pastoral Juvenil y las claves pastorales.

El día continuó con una catequesis juvenil y un trabajo en equipos divididos en colores. Los jóvenes discutieron y presentaron sus aportes en grupos, luego eligieron a un representante de cada equipo para intervenir en el momento del plenario.

La Eucaristía, celebrada con toda la comunidad juvenil, sacerdotes y seminaristas, fue presidida por Monseñor Carlos Castillo. En su homilía, el prelado escuchó las intervenciones de los jóvenes que lideraban cada equipo.

«Con la ayuda de Jesús Palabra, los jóvenes hemos podido levantarnos».

Durante el plenario, los jóvenes manifestaron haber «sufrido diferentes caídas» por la crisis que ha generado la Pandemia (enfermedad, depresión, soledad, falta de trabajo), «pero con la ayuda del Señor, con la ayuda de Jesús Palabra, los jóvenes hemos podido levantarnos».

En otro momento, la comunidad juvenil expresó la dificultad que atraviesan muchos jóvenes al no recibir el apoyo de la sociedad y en sus propios hogares, especialmente, al momento de buscar oportunidades laborales: «Sentimos que hay falta de afecto y atención, pero el tener fe en Dios nos da la fortaleza para continuar este camino con esperanza».

Dios actúa en los jóvenes de forma indirecta, mediante personas y situaciones cotidianas, desde toda acción solidaria que nace de forma desinteresada.

PLENARIO DE LOS JÓVENES EN LA JAJ 2022.

Los jóvenes han hablado de la importancia de construir una Iglesia sinodal, «aprendiendo a escuchar a todos y respetar la opinión de todos». Ellos reiteraron que debe haber mayores iniciativas en la Iglesia y en la sociedad que promuevan el bien común. «Los jóvenes no debemos tener miedo a los desafíos de la vida, debemos afrontarlos y aprender de ellos, porque tenemos un Dios infinito que nos ama», comentaron.

El espíritu de fuerza y esperanza de los jóvenes, puede impulsar el gran cambio en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad. ¡Pero necesitamos el compromiso de todos!

PLENARIO DE LOS JÓVENES EN LA JAJ 2022.

Arzobispo de Lima: «Los jóvenes nos evangelizan».

En su homilía, Monseñor Castillo expresó que el testimonio y las vivencias de los jóvenes «nos evangelizan», porque así es la vida de la Iglesia: experiencia de amor gratuito inspirada en la entrega del Señor, que no se bajó de la cruz. «En Dios no hay revanchismo, no hay venganza, solo hay amor y nada más que amor. Jesús vino para que conozcamos al verdadero Dios, que no se amarga, sino que nos acompaña en el sufrimiento y en nuestras caídas», indicó.

El arzobispo de Lima recordó a los jóvenes que el «contacto directo con la Palabra es fundamental», porque es «la narración que nos dejó la Iglesia para escuchar el consejo del Señor de vida a vida».

Siempre encontraremos, en la Palabra del Señor, el mensaje: «Joven, a ti te digo ¡Levántate». El Señor nos da su ánimo para recordarnos que está con los jóvenes, los acompaña.

El obispo de Lima afirmó que es importante levantarse de las dificultades porque «los jóvenes están llamados a crecer y aportar en este mundo con todo lo que son y con todo lo que valen. Los comentarios que ustedes han reflexionado nos hacen ver que la nueva juventud limeña es sumamente inteligente, profunda y creyente.», resaltó.

Servidores y testigos de una Iglesia en salida.

Monseñor Carlos hizo un llamado a asumir la confianza que el Señor tiene en los jóvenes para «abrir nuevas puertas, nuevos caminos», porque «nuestro pueblo está sufriendo mucho» después de la Pandemia. «El joven, dejándose llevar por el Espíritu del Señor, se siente animado, alentado y puede ser una luz para Lima», reflexionó.

Cuando el Señor nos interroga, nos hace que despertemos, que busquemos una buena dirección. El Señor llama al joven para que pueda discernir su camino de vida.

Recordando la conversión de Pablo, el arzobispo Castillo explicó que el «Señor entra en nosotros por un flechazo, un enamoramiento que se empalma con lo que somos, porque reconoce nuestro valor y nos ama sin medida». Ese enamoramiento, sostuvo el prelado, nos inspira a salir a buscar al Señor en las diferentes situaciones de la vida, siendo servidores y testigos, compartiendo esa experiencia vivida con los demás, especialmente con aquellos jóvenes donde la Iglesia no ha podido llegar.

El país y nuestra Iglesia necesita de los jóvenes, para que el futuro esté en manos de la vida y de la esperanza, no de la muerte.

Al término de la Eucaristía, tuvo lugar un concierto musical de clausura. Los coordinadores de la Pastoral Juvenil, Izumy Kanashiro y Ángel Gómez, anunciaron que todas las conclusiones de la Jornada Arquidiocesana de la Juventud, se recopilarán en un documento final que recoja el aporte de todos los jóvenes.

El «Encuentro de Familias 2022» acogió a cientos de parejas, matrimonios y familias que participaron de la Eucaristía presidida por Monseñor Carlos Castillo. En su homilía dominical, el prelado señaló que las familias son fuente inagotable de la belleza del amor de Dios; por eso, «todos estamos llamados a vivir la sinodalidad en comunión…¡y en comunión de comunidad! La Iglesia está para comprender, no para juzgar», ha dicho el arzobispo.

La misa con las familias, celebrada en la Villa Deportiva Nacional, contó con la participación de los agentes pastorales de la Comisión de Vida y Familia de nuestra Arquidiócesis, así como su principal asesor, Monseñor Guillermo Elías.

Leer la transcripción de la homilía de este domingo XXVI del Tiempo Ordinario.

El arzobispo de Lima meditó sobre el texto del Evangelio de Lucas (16, 19-31), que narra la parábola que presenta, por un lado, al rico que hace alarde de opulencia y festeja profusamente; y por otro lado, al pobre, Lázaro, que cubierto de llagas yace a la puerta esperando que caigan algunas migajas de la mesa para alimentarse.

El relato del Evangelio, explica Monseñor Carlos, muestra un aspecto relevante: El señor rico, al ver su sufrimiento en el infierno, le pide a Abraham que Lázaro, resucitado, advierta de su situación a su familia para que no cometan el mismo error. «Esto quiere decir que no era solamente el “rico epulón”, sino era la “familia epulona”. Y, ¿cuántas familias epulonas hay, hoy día, en el mundo? Pensemos en todas las familias de todas las señoras que trabajan en las ollas comunes, en nuestros barrios más populares del Rímac, de El Agustino, en todos los barrios populares del sur y del norte, en la gente y las partes más altas de Lima, en donde la pobreza es terrible», reflexionó.

Este señor epulón piensa solo en sí mismo, no comparte, no habla, no acompaña, no conversa. Él decide no acoger y se cierra a la posibilidad del otro.

Pese a la indiferencia de nuestra sociedad y sus gobernantes (y muchas veces la propia Iglesia) en dar solución a las necesidades más apremiantes, el arzobispo de Lima recordó que todavía hay «chispazos de solidaridad» y desprendimiento, como el que muchas familias tuvieron durante la Pandemia. «¡Ha brotado una solidaridad impresionante!», exclamó.

Esta actitud desinteresada y solidaria con los que más sufren, nos acerca al «cielo y la eternidad donde está Lázaro, resucitado», pero, para ello, tenemos que «hacer un poco de ese cielo en la tierra». Solo así, «podremos ir, en la eternidad, a la vida y a la resurrección del Reino de Dios», afirmó el Primado del Perú.

La Iglesia está para comprender a las familias, no para juzgarlas.

En relación al Encuentro de Familias y todas las actividades dedicadas en septiembre a las familias, Monseñor Castillo indicó que hay situaciones complejas que impiden el desarrollo de la vocación en la familia (tensiones, separaciones, crisis económica), pero, a pesar de ello, es necesario «construir familia» acercando la Iglesia a estas realidades. «Todos necesitamos ser acogidos, nadie debe ser despreciado. La Iglesia está para comprender, no para juzgar. La Iglesia está para acompañar como el Señor acompañó a su pueblo», recalcó.

El obispo de Lima habló sobre la importancia del trabajo pastoral en la vida de la Iglesia, una misión permanente que debe consolidarse con el paso del tiempo: «La Iglesia tiene que ir cultivando su acompañamiento y reflexión sobre nuestras vidas, a partir de situaciones concretas en que cada uno vive. La Iglesia no solo es la unidad de todos, es también unidad en relación a los problemas y necesidades que vivimos».

Las familias católicas no son un grupo exclusivo, son familias misioneras.

Monseñor Castillo reiteró que, aquellos principios de vida que se suscistan en el corazón de nuestras familias, deben desarrollarse en las familias católicas cristianas, «no para ser un grupo exclusivo, sino una vocación, un grupo que, inspirado en el Señor, se compromete a un camino misionero. Ese es el verdadero camino de santidad».

El arzobispo Carlos hizo hincapié en que la santidad no significa «estar petrificado» como las imágenes hechas de yeso; la santidad «es la misión, porque Jesús se hizo santo entregándose a la gente, ayudando, caminando… Por eso, el Evangelio de Lucas subraya que Jesús caminaba, y camina hacia Jerusalén donde, también, va a entregar su vida. Nada lo detiene, eso es ser santo», precisó.

Vivir la sinodalidad en comunión… ¡y en comunión de comunidad!

Finalmente, Carlos Castillo advirtió sobre el peligro de «cerrarnos» y pelear los unos con los otros, dejándonos llevar por ideologías totalitarias que nos impiden ver al Otro. «Empezamos a creer que el Otro no es persona y no lo llamamos, nos sectarizamos y acusamos. Pero el Otro es persona humana como yo», puntualizó.

Para evitar que el egoísmo y la indiferencia nos invadan, es necesario aprender a resolver las cosas juntos, en comunión… ¡y en comunión de comunidad! «La mejor manera de resolver una tensión mundial es acordando, discutiendo y decidiendo juntos cómo hacer las cosas. El Papa quiere que la Iglesia sea ejemplo de eso a través de la sinodalidad, es decir, el caminar juntos conversando y decidiendo con las autoridades de la Iglesia, pero con la opinión de todos, con la escucha de todos», acotó.

Al presidir la Eucaristía por el Bicentenario del Congreso de la República, Monseñor Carlos Castillo, arzobispo de Lima, llamó a la representación nacional a encontrar un equilibrio en «cosas elementales» para construir juntos un futuro en favor del interés general, «que es el bien común de la Patria».

En esta Misa que dedicamos al Espíritu Santo para que nos inspire y lo invoquemos de corazón, nos hemos reunido hoy, unidos a nuestro Congreso, para que los sabios intereses, que son los intereses de la Nación y no nuestros propios intereses, prevalezcan en la vida de nuestro país y en toda nuestra dirigencia.

La Celebración Eucarística contó con la presencia de la vicepresidente de la República, Dina Boluarte; el presidente del Congreso de la República, José Williams Zapata; ministros de Estado; congresistas; entre otras autoridades civiles, políticas y policiales

Homilía de Monseñor Castillo en el Bicentenario del Congreso de la República

Según las actas del Congreso, el 20 de septiembre de 1822, a las 10:00 de la mañana, se reunieron los elegidos para conformar el Congreso de la República en el Palacio de Gobierno y, desde allí, se dirigieron a la Catedral de Lima a solicitar la asistencia divina mediante la misa votiva del Espíritu Santo que celebró el deán gobernador eclesiástico del Arzobispado de Lima, doctor Francisco Javier de Echagüe. Concluida esta, se entonó el himno Veni Creator Spiritus, después de lo cual, el deán hizo una exhortación a los diputados sobre la protestación de la fe y el juramento que deberían prestar.

Por eso, estamos en una mañana, hermanos y hermanas, una mañana de recuerdo, no solo de memoria, sino de recuerdo, porque recordar es volver a poner una experiencia pasada en el corazón de nuestro sentir, en la voluntad que nosotros ejercemos y en la orientación que hemos de vivir hacia el futuro.

Por eso es que, cuando recordamos, también, a los que nos han dejado, especialmente, en esta Pandemia, los llevamos en el corazón y queremos actuar en favor de todos los que sufren. Por eso, hoy día, vamos a entonar, también, el Te Deum que se entonó aquel día, 20 de septiembre de 1822, y también se va a volver a reunir el congreso para recordar este acontecimiento.

Dentro de los elegidos en este día, hace 200 años, uno de ellos fue Francisco Javier de Luna Pizarro, que fue, en tres oportunidades, presidente del Congreso Constituyente y, por eso, nada mejor para recordar que escuchar las palabras de quien después fue arzobispo de Lima, el número 20, mi antecesor. Y, con sus palabras, meditemos y pongamos en nuestro corazón el sentido por el cual se ejerce el rol de representantes y se hace este trabajo tan importante para la vida del país que San Martín quiso dejar como legado para que el país sea realmente independiente.

Decía Francisco Javier de Luna Pizarro:

“Para ver si una nación es feliz o desgraciada; si la masa de sus individuos participa del bienestar, no hay más que examinar el estado de sus trabajos, su agricultura, sus manufacturas, su comercio; reconocer la vida privada de las diversas clases de ciudadanos; ponerse en el lugar del padre de familia en las diferentes condiciones de la sociedad, y, viéndole dar una carrera a cada uno de sus hijos, preguntarse qué posibilidades de suceso ve delante de ellos….”

Decía Luna Pizarro:

“¡Ah, cuánta angustia sufre el corazón al contemplar la Patria por esta faz! Males sobre males se han aglomerado sobre nuestras cabezas. La agricultura desfalleciendo. La pequeña industria destruida. El comercio reducido a la nulidad por falta de capitales, de crédito, de relaciones. La clase más numerosa y la más necesitada, envuelta en la mendicidad por defecto de ocupación, porque sus talleres desaparecieron y no encontraron compensativo sus labores, y no se ha dado protección bastante al desenvolvimiento de sus facultades».

Continuaba con este segundo tema: qué es construir una República. Decía Francisco Javier de Luna Pizarro:

“El constituir una república es una obra altamente difícil: hay que poner en concierto los elementos heterogéneos que componen el cuerpo político; es forzoso acordar opiniones que luchan entre sí; combatir intereses indignos de protección, que osan presentarse bajo las formas de bien público; obligarlos a sacrificarse en la aras del verdadero bien nacional. El más profundo conocimiento, la más fina sagacidad, la mayor circunspección y tino, deben dirigir tan sublime empresa”.

Asímismo, seguía en sus discursos durante su presidencia en los tres congresos que presidió:

“Es necesario elegir hombres ilustrados y experimentados. Pero siempre ha habido sabios cobardes que han sostenido el despotismo, que en lugar de trabajar por la paz y el bienestar de los pueblos, los han conducido a su ruina; así es cuando al saber no lo acompaña la probidad, puede sostenerse que esa es la condición más esencial de un representante, porque un corazón recto tiene abierto el pecho al amor a la Patria, la justicia, el orden, el reposo y la felicidad pública. El que carece de probidad no sabe reglar sus deseos ni moderar sus esperanzas. Entregado a las pasiones que le dominan, pospondrá los intereses de la Patria a sus intereses privados(…) Instrumento de algún partido, aguijado de la animosidad, emponzoñará las discusiones; alejará la calma sin la que no es posible encontrar el bien; retardará el triunfo de la verdad; o contribuirá a que prevalezca el error en las materias que tienen por objeto la fortuna de la Patria».

Por eso, aconsejaba a todos los congresistas de aquella época:

“Examinen la conducta que hayan seguido en sus negocios particulares y en otros cargos que hayan tenido. Las pruebas de honor e integridad que ofrezca su vida y el desempeño de sus destinos anteriores serán la norma segura para juzgar su capacidad y aptitudes morales. «El que no sabe gobernar su casa ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” dice San Pablo».

Además, deba todo representante tener:

“La nobleza de carácter, la firme adhesión a los principios universales de equidad, de justicia, de moral del Evangelio en el amor de Dios y de los hombres, es el fondo y sumario de la ley; en que el espíritu de sacrificio y el amor a nuestros semejantes combate el desastroso principio del interés personal. La observancia rígida de esos deberes será el fundamento y la garantía más sólida de que sabrán sostener los derechos y libertades. Solo de hombres de esa clase puede esperarse que se consagren a contribuir de modo directo al bien de la humanidad, la prosperidad de la Patria, a la mejora y consolidación del edificio social y de las buenas instituciones”.

En esta Misa que dedicamos al Espíritu Santo para que nos inspire y lo invoquemos de corazón, nos hemos reunido hoy, hermanos, unidos a nuestro Congreso, para que los sabios intereses, que son los intereses de la Nación y no nuestros propios intereses, prevalezcan en la vida de nuestro país en todas nuestras dirigencias.

Hace unos días, también desde este púlpito, dedicamos una especial reflexión sobre la capacidad de generar generosamente la Patria. Y es una tarea en la que todos los que tenemos un cargo de responsabilidad, estamos obligados a vivir intensamente como un servicio, especialmente, en estos días en que vemos una enorme deslealtad institucional, una tendencia a usar las instituciones en favor particular y no en favor del interés general que es el bien común de la Patria. Y esto no solamente lo digo – e intensamente lo quiero reafirmar – no solamente ocurre en las instituciones del Estado o en diversas instituciones públicas, también existe en la Iglesia, también existe en las instituciones privadas donde se liquida vivamente, sin esperanza, la posibilidad de construir juntos un futuro. Por eso, el Santo Padre, Francisco, nos exhorta a la amistad social, al trabajo en el bien común y a deponer aquellas cosas que puedan impedirlo.

Saludo a la vicepresidenta de la República, Dina Boluarte.

Que Dios los bendiga, queridos hermanos congresistas, señor presidente; que pueden todos ustedes conseguir la posibilidad de un equilibrio que permita ver y unirnos en los problemas fundamentales. Y quisiera proponer, desde ya, el que empecemos todos juntos a pensar un programa común de puntos fundamentales a resolver en donde todos estemos de acuerdo y, de esta manera, la Iglesia, las instituciones, los grupos, las universidades, los congresistas, el poder ejecutivo, el poder judicial, todos, colaboramos para resolverlos, sobre todo, el hambre, que es una de las cosas más serias que estamos viviendo. Por esa razón, en esas condiciones, unidos en cosas elementales podemos mejor entendernos en cosas que tienen que ver directamente con el tema y las dificultades de la dirección nacional.

Que Dios los bendiga y los acompañe y que el Espíritu Santo los inspire y los aliente en todo este camino para que juntos saquemos adelante a nuestra Patria.

Saludo al presidente del Congreso de la República, José Williams Zapata.

En su homilía dominical, Carlos Castillo, arzobispo de Lima, hizo un llamado a erradicar de nuestra vida la ambición desmedida por el ‘dios dinero’. El prelado pidió «luchar contra los intereses individualistas» que nos impiden ver el norte y compartir los signos de la gratuidad con quienes más sufren.

«El dinero ha creado una sociedad mecánica en donde todo se mide y se calcula. Tenemos que invertir todo lo que tengamos en la amistad y la amistad social, en velar por los pequeños, por los que no tienen nada y necesitan que nosotros compartamos nuestra vida, nuestros bienes con ellos. Ese es el centro de la reconstrucción del mundo», reflexionó.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Con la Eucaristía de este domingo XXV del Tiempo Ordinario, ha dado inicio la semana central de la Jornada Arquidiocesana de la Juventud (JAJ), encuentro que congregará a las pastorales juveniles de nuestra jurisdicción eclesiástica, el próximo sábado 24 de septiembre en el Colegio Salesiano de Breña.

El Evangelio de hoy (Lc. 16, 1-13), narra la Parábola de un administrador injusto que, para evitar ser despedido por su señor, condona algunas de sus deudas. A pesar de su conducta inicial, bastó una «mínima pizca de cambio» en el administrador infiel para que su señor lo felicite. Con este cambio de actitud, explica Monseñor Castillo, «el administrador puede empezar, por lo menos, adorando algo más interesante: la amistad».

Servir a Dios y al dinero es incompatible con la fe.

Carlos Castillo indicó que, ante la posibilidad de una caída, es importante levantarnos con la ayuda del Señor para cambiar nuestra actitud de ambición y ganancia por una de servicio y generosidad:

«Todos tenemos esa experiencia de caerse y de levantarse, mucho más en un país en donde la corrupción nos agarra por cualquier lado. Aquí, en el Perú, se “respira” corrupción, y nosotros tenemos que ver la manera de cambiar los objetivos de nuestro país, las orientaciones a las cuales estamos yendo, casi, inconcientemente. Nos hemos acostumbrado a una manera de ganar dinero fácil, en donde se especula y se roba de mil formas, se consiguen influencias, se amarra aquí, se amarra allá… y quienes podrían ser una esperanza para el país porque dicen que aman a los pobres, empiezan a ver la manera de decir: “bueno, si los otros robaron, por qué yo no voy a robar”. ¡Eso tenemos que cambiarlo!, porque ahí hay una pérdida de norte absoluta, y estamos adorando a un dios que no es el Dios de nuestra fe, es el “dios mamona”, el dios dinero», precisó.

El obispo de Lima aseguró que servir a Dios y al dinero, a la vez, es incompatible con la fe. Eso no quiere decir que no haya un deseo natural de crecimiento económico, sin embargo, el problema se suscita cuando ese deseo se convierte en absoluto, «cuando solamente yo y mi dinero son lo que importa y no importan los demás».

Regenerar el país y acabar con los intereses individualistas.

Monseñor Castillo señaló que los jóvenes están sufriendo las consecuencias de la corrupción en el país. Pese a ello, esta nueva generación de jóvenes tiene la misión de «regenerar el país a través de la lucha indesmayable contra los intereses individualistas, procurando que haya bien para todos y, especialmente, para los más necesitados y los que más sufren».

El bien común es el bien que nos pertenece a todos; por lo tanto, cuando uno recibe una responsabilidad, está llamado a hacer lo correcto y no a jugar con esa responsabilidad.

El dinero ha creado una sociedad mecánica.

La gran cuestión, plantea el Primado del Perú, es cómo construir la amistad en el mundo desde una nueva manera de relacionarse mediante el servicio y la ayuda mutua. «La amistad es gratuita y desinteresada, no se impone, sino que se comparte en libertad. El dinero, en cambio, nunca podrá darnos estas cosas, porque el dinero ha creado una sociedad mecánica en donde todo se mide, todo se calcula y todo se somete a mi cálculo; y se destruye, entonces, lo más grande que tenemos, que es la humanidad; nuestra humanidad que está hecha para amar y para servir, para considerar a las personas, para respetarlas», dijo el arzobispo.

Tenemos que construir una Iglesia donde nos expresemos con libertad, nos acompañemos, nos corrijamos mutuamente  y crezcamos en esa amistad. Hay que expresar lo que sentimos, compartirlo, conversarlo, caminar sinodalmente, como dice el Papa Francisco.

Carlos Castillo reiteró que la humanidad necesita un nuevo camino basado en la experiencia del amor gratuito, puesto que «la crisis económica que estamos viviendo, vivida en los valores individualistas que adoran el dinero, genera desesperación y odio los unos contra los otros».

¡La Iglesia es la casa de los jóvenes!

Finalmente, el arzobispo de Lima se dirigió a las delegaciones juveniles de nuestra arquidiócesis para recordar que la Iglesia debe valorar la experiencia de los jóvenes y abrir sus puertas al mundo: «En la próxima Jornada Arquidiocesana de la Juventud vamos a reunirnos con todos los jóvenes para poder conversar, alegrarnos, celebrar y hacer fiesta de “rompe y raja”… y vivir, así, una experiencia linda, porque nuestra Iglesia tiene que ser la casa de todos, sobre todo… ¡la casa de los jóvenes! Esta Iglesia es para eso», comentó.

Queridos jóvenes:
Despídanse, por favor, de la ambición y el dinero. Saluden siempre a la amistad, al cariño y al amor de Dios que es el amor que nos une a todos los humanos.

En la homilía de este domingo XXIV del Tiempo Ordinario, el arzobispo de Lima aseguró que, para no caer en el extremismo de la violencia y la agresión, «se necesita volver a la sabiduría de Dios»; sabiduría que nuestros hermanos del GEIN quisieron sentir y vivir hace 30 años, cuando se dio inicio al proceso de pacificación en el Perú:

«Ellos se unieron para pensar un camino pacífico e inteligente, profundo y sabio, con pleno respeto de todos los derechos humanos, guiados por una finalidad noble: la paz del Perú», ha dicho el prelado en su reflexión dominical.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Una Eucaristía muy emotiva se vivió este domingo en la Catedral de Lima. La Basílica principal de la capital peruana recibió la visita de los representantes del Grupo Especial de Inteligencia del Perú (GEIN), al cumplirse 30 años de la captura de la cúpula del grupo terrorista Sendero Luminoso. También estuvieron presentes las hermanas de la Congregación de Hospitalarias de Jesús Nazareno Franciscanas, en el marco de su 350º Aniversario; y la Hermandad del Señor del Santuario de Santa Catalina, al celebrarse 100 años de fundación.

Durante la Santa Misa, se leyó el decreto extraordinario que dispone, para nuestra sede arquidiocesana, que cada 12 de septiembre, durante la Fiesta del Santísimo Nombre de María, se celebre la advocación de María Sede de la Sabiduría, «para dar gracias a Dios por los dones de sabiduría pacificadora» que hicieron posible el inicio del proceso de pacificación en el Perú.

«Acogiendo esos dones, todos superemos las polarizaciones y violencias con paciencia, serenidad, humildad, desprendimiento, generosidad, disciplina, inteligencia profunda, comprensión ponderada de las situaciones y la prudencia pacificadora», indica el decreto firmado por nuestro arzobispo.

Dios siempre nos busca, siempre nos espera.

Comentando el Evangelio de Lucas (15, 1-10), Monseñor Carlos Castillo explicó que el Señor ha querido representarse en tres figuras claves: el pastor que busca a la oveja perdida, la mujer que encuentra la moneda perdida, y el padre del hijo pródigo. A través de estos tres casos, Dios quiere recordarnos que «siempre nos busca, siempre nos espera y siempre nos pone en nuestro lugar».

Para dejarnos encontrar por Dios, lo único que tenemos que hacer es dejarnos encontrar y reconocer nuestro límite. Él quiere que regresemos a su amor.

En medio de las dificultades que vivimos, es normal que «andemos medio perdidos», dijo el arzobispo Castillo, pero debemos saber que «el Señor nos está buscando», y podemos volver si encendemos «esa pequeña chispita» que nos impulsa a regresar a Él, «porque hemos sido creados para amar».

Siempre, el Señor, está en el fondo de nuestras heridas para repararlas con su amor.

Monseñor Carlos reiteró que debemos superar los sentimientos de enojo que nos impiden caminar hacia el bien común, de lo contrario, «no podemos tener paz». Para ello, es necesario que sigamos el Espíritu del Señor, que nos inspira la gracia de la sabiduría mediante actitudes e iniciativas de paz en la vida de todos los peruanos.

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