Santos del Día

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S. PACOMIO, ABAD

Pacomio es un joven del Alto Egipto alistado por la fuerza en el ejército, que pronto es encarcelado en Tebas. Convertido al cristianismo en prisión, una vez libre se puso al servicio de una comunidad, pero luego prefirió la vida de un asceta junto con otros monjes que lo seguiran.

S. ISAÍAS, PROFETA

San Isaías nació en una noble tribu de Israel alrededor del 770 a.C., enviado por Dios para revelar al pueblo infiel y pecador la fidelidad y la salvación del Señor en cumplimiento de la promesa hecha por Dios a David. Un tiempo la tradición decía que habría vivido durante más de un siglo y que sus profecías cubrían unos cincuenta años de la historia de Israel, pero la moderna crítica textual católica afirma que fueron los herederos de su espíritu quienes, por medio de diversas adiciones, dieron la forma final actual al primer texto original.

La llamada de Dios viene en una visión

Los caminos del Señor son infinitos, así como las formas en que nos llama a servirle: en el caso de san Isaías, Dios viene en una visión para confiarle su misión. El futuro profeta ve al Señor sentado en un gran trono en el Templo, rodeado de querubines, uno de los cuales toma un carbón encendido del altar y con él toca la boca de Isaías, «purificándolo» del pecado. Entonces Dios mismo toma la palabra y manda Isaías a predicar la verdad al pueblo elegido. (Is 6,1-13).

El carisma profético

Los oráculos proféticos atribuidos al primer Isaías comienzan alrededor del 740 a.C., bajo el reinado de Ozias: Isaias anuncia la caída de Israel en un período histórico que coincide con el avance del imperio asirio hacia el oeste. (Is 1-5) Los oráculos narrados en la primera parte del libro de Isaías reguardan los reinos de Joatán, Acaz, Ezequías y finalmente Manasés. Cuando Ezequias, por ejemplo, se alía con los egipcios contra el creciente poder de los asirios, Isaías se opone y profetiza la destrucción del reino, exhortando a los gobernantes a que no busquen alianzas entre ellos, sino que se vuelvan sólo a Dios. (Is 28-32) El libro profético de Isaías está formado por 66 capítulos divididos en tres partes. En la segunda parte del libro, llamada «de la consolaciòn», no solo no se nombra nunca a Isaías, sino que los eventos narrados son de dos siglos después. Aunado a esto, la belleza y la claridad de los textos ha hecho pensar a los exégetas que más que predicciones de eventos futuros, se trata de reelaboraciones teologicas ulteriores sobre eventos del pasado. (Is 40-55). En diversas partes del libro también se habla de la venida del Mesías libertador (Is 32,1-5; 61, 1-3), preanunciando su nacimiento y sus obras, (Is 2, 1-5; 7, 10-17, 9, 1-6; 11,1-9; 28, 16-17) y hasta su pasión y muerte. (Is 42,1-4;49, 1-6;52, 13-15).

La muerte como mártir

Cuando el reino de Judá pasa a manos de Manasés, Isaías está preocupado: el nuevo rey es impío y cruel, porque ha caído en la idolatría. El Señor, entonces, envía al profeta para llamarlo a adorar al único Dios verdadero y arrepentirse de sus pecados. Estamos en el año 681 a.C. Manasés, sin embargo, no escucha a Isaías y, según los evangelios apócrifos, lo condena a una muerte atroz: por esta razón el santo profeta es también venerado en muchos lugares como un mártir.

S. LUISA DE MARILLAC, CONFUNDADORA DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD

De muchos «no» a un solo «sí»

La vida de santa Luisa de Marillac puede encerrarse simbólicamente en este camino. «No» porque fue hija natural de un noble francés y, por ser ilegítima, no tenía derecho a títulos nobiliarios; «no» porque aspiraba a una vida consagrada desde joven, pero su petición de entrar en el convento fue rechazada; «no» porque no se casó por libre elección de amor, sino por convención. Y sin embargo, fueron todos estos «no» los que dieron lugar, en el alma de Luisa, a un «sí» lleno de verdadera convicción y de fuerza, un «sí» revolucionario para la época: el de la caridad femenina activa en el mundo, cercana a los pobres y necesitados, ya no encerrada en claustros y conventos.

La llamada vocacional

Nacida en Francia en 1591 de Luigi de Marillac, señor de Ferrières y consejero del Parlamento, la pequeña Luisa nunca conocerá a su verdadera madre. En 1595, su padre se casó en un segundo matrimonio y la niña, de sólo 4 años, fue confiada a las Hermanas Dominicas del Convento de Poissy, donde encontró un ambiente de amor y recibió una buena educación, no sólo humanística, sino también espiritual. De hecho, cuando alcanzó la mayoría de edad, Luisa sintió la llamada vocacional y pidió poder abrazar la vida monástica. Su petición, sin embargo, fue rechazada, debido a que su estado de salud era muy endeble.

El matrimonio impuesto

La elección del novio, que fue en realidad impuesta por las convenciones sociales de la época, recayó en Antonio Le Gras, secretario de la familia Medici. La boda se celebró en 1613, Luisa tenía sólo 22 años y poco después se convirtió en la madre del pequeño Miguel. A este punto, la joven madre Luisa sintió una profunda crisis en su corazón: la vida matrimonial no era su verdadera vocación y sufrió terriblemente. A pesar de ello, como esposa fiel y madre ejemplar, se dedicó a la familia con abnegación y espíritu de sacrificio. A pesar de haber cuidado siempre con gran atención a su marido, un día fue sorprendido por una grave enfermedad que lo llevaría a la tumba en 1626.

El encuentro iluminante con Vicente de Paúl

El día de Pentecostés de 1623, mientras la futura viuda estaba recogida en oración, Luisa tuvo una especie de clara iluminación: «Comprendí -escribió- que se acercaba el momento en que sí estaría en condiciones de hacer los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Comprendí que tendría que transferirme a otro lugar para poder ayudar a mi prójimo». Al año siguiente, la futura santa conoció a quienes le permitirían poner en práctica su espíritu de ardiente caridad y su entrega total al amor de Dios que la impulsaba: Luisa conoció a Vicente de Paúl. A partir de ese momento, esta «pareja de Dios» permaneció indisolublemente unida por una bella amistad y en nombre del apostolado y del servicio a los últimos , a los excluidos y a los marginados.

El nacimiento de las Hijas de la Caridad

Vicente, un sacerdote dinámico y creativo, organizó en París y en los pueblos de alrededor las «Cofradías de la Caridad», compuestas por voluntarias generosas deseosas de ayudar a los más necesitados. Y Vicente confía estas jóvenes voluntarias precisamente a Luisa, para que fueran formadas y acompañadas por ella en todo lo que se refiriese a los servicios materiales y espirituales de los cuales tenían tanta necesidad. Luisa dice «sí» a este proyecto innovador y el 29 de noviembre de 1633 las «Hijas de la Caridad» cobran vida oficialmente, es decir, religiosas consagradas sin clausura, pero que – en palabras de Vicente – «tienen por monasterio las casas de los enfermos, por celda una habitación de alquiler, por capilla la iglesia parroquial, por claustro las calles de la ciudad». Y que tuvieron también por maestra y ejemplo a Luisa de Marillac, quien se dedicó totalmente a la misión de hacer experimentar a estas jóvenes que servir a los pobres era lo mismo que servir a Cristo, porque los pobres y Cristo eran la misma realidad.

Servicio humilde y compasivo

El estilo de las «Hijas de la Caridad» será, por lo tanto, el de un servicio humilde, cordial y compasivo. Un servicio que llegará a todas partes: con sus mochilas llenas de comida, ropa y medicinas sobre los hombros, las jóvenes caritativas van a las calles de París, a los suburbios, hospitales, prisiones, campos de batalla y escuelas donde los pequeños aprenden no sólo a escribir y hacer cuentas, sino también a conocer y amar a Dios.

«No tengáis ojos ni corazón sino para los pobres.»

Por otra parte, Luisa nunca escatimó esfuerzos: en cada gesto, en cada oración, ponía tanta devoción que Vicente de Paúl exclamó: «¡Sólo Dios sabe qué fuerza de ánimo tenga! Pero los años pasaron y las fuerzas de Marillac, que de por sí ya eran precarias, se fueron extinguiendo. A principios de 1660, Luisa advirtió que el fin estaba cerca, pero aún así no dejó de animar a sus Hijas: «No tengáis ojos ni corazón sino para los pobres», recomendó. Su corazón, agotado por la fatiga, dejó de latir el 15 de marzo de 1660. Sin embargo, su obra apostólica no se detuvo y en la actualidad la Compañía de las «Hijas de la Caridad» cuenta con unas 3.000 casas y más de 27.000 hermanas en los cinco continentes.

Patrona de las obras sociales

Beatificada por Benedicto XV el 9 de mayo de 1920 y canonizada por Pío XI el 11 de marzo de 1934, Luisa de Marillac fue proclamada por Juan XXIII «Patrona de las obras sociales» el 10 de febrero de 1960. Sus restos descansan en la capilla de la Casa Madre de las «Hijas de la Caridad» en París, y una monumental estatua en su memoria se conserva en la Basílica de san Pedro.

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