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Mons. Castillo: Vivir una religión inteligente y alegre, no una «aguada»

En el II Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo habló sobre la importancia de poner en práctica una religión sabia y madura que valore el sentido profundo de la vida y de la alegría de Dios, que se manifesta en muchas acciones y situaciones que vivimos: «La primera tarea para todos nosotros es no hacer una “religión aguada”, sino una religión sabrosa, linda, llena de emoción, llena de alegría y llena de inteligencia; y que despierte vivamente la conciencia de todos los que tenemos responsabilidades(…) ¡Estemos atentos! Porque el Señor está escondido, detrás, transformando el ‘agua de la tristeza’ en el ‘vino de la alegría y de la esperanza'», reflexionó el prelado durante su homilía en la Catedral de Lima.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Comentando el Evangelio de Juan (2, 1-11), que narra el primer milagro de Jesús en las Bodas de Caná, el Arzobispo de Lima explicó que Jesús ha querido traer la alegría y la gracia al pueblo de Israel para realizar un cambio fundamental en la concepción de una «religión de purificación en las aguas y de costumbre», para «pasar a una religión del sentido profundo de la vida y de la alegría de Dios, que se manifiesta en muchas acciones y situaciones en que vivimos».

Todo el camino de Jesús es la muestra de que Dios quiere “contraer matrimonio” con el conjunto de la humanidad, a través del pueblo de Israel y, concretamente, a través de la comunidad cristiana y de la Iglesia.

Monseñor Castillo recordó que ser creyente es estar en permanente atención a los problemas de la gente, para podernos ayudar a introducir a Dios en medio de cada situación distinta. Esto fue lo que ocurrió en el pueblo de Caná de Galilea, un sector muy marginado del país que decide celebrar una fiesta de bodas, y para ello, invitan a María, a Jesús y a sus discípulos: «Ya Galilea era una zona marginada, pero a la vez, en lo marginado de lo marginado, hay una cosa linda, hay una fiesta de bodas. Esto nos recuerda que, quienes aprendieron en el camino de la fe a reconocer el amor del Señor, fueron los más marginados, los últimos, para los cuales, Jesús, dedicó toda su vida», señaló.

Y es precisamente María quien se percata de lo que ocurre en medio de la fiesta, porque presta atención a los detalles y se mantiene atenta a las necesidades más pequeñas. Sin embargo, al hablar con su Hijo y decirle que falta el vino, Jesús responde con cautela y sabiduría: “¡Mujer!, qué tengo contigo, todavía no ha llegado mi hora”, dice el Señor.

¿Qué quieren decir estas palabras? Monseñor Castillo indicó que Jesús se muestra más cauto, ya no es el muchacho «aventado» de 12 años que se escapa de casa para ir al templo: «Jesús sabe que va a vivir todo un drama y empieza a darse cuenta que hay problemas, y entonces, es necesario anunciar el Evangelio con claridad, con fuerza, pero también con inteligencia y prudencia. Y también hay que saber en qué hora estamos, no en un sentido cuantitativo, sino si es un momento adecuado y justo, un momento oportuno. Esto es muy importante, porque, para Jesús, el tiempo es, sobre todo, un tiempo cualitativo, no cuantitativo, no es cuestión de cantidad de tiempo, es, qué calidad de tiempo vivimos, qué está pasando, cuál es el problema por resolver hoy día», dijo el Primado del Perú.

En otro momento, Monseñor Carlos recordó las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo: «La alegría que Jesús deja en el corazón es alegría plena y desinteresada. No es una alegría ‘aguada'». Sobre esto, el prelado aseguró que el signo sencillo y discreto en las Bodas de Caná nos recuerda que «el rol y la misión que tiene la comunidad cristiana, en medio de la humanidad, es alegrar el corazón del ser humano».

Por eso en la Eucaristía, el Señor que hizo el sacrificio único de su vida, lo representó bajo los signos del pan y del vino: “Este es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, sangre que está “derramada en favor de” todos nosotros para que nos alegremos, para que nuestra vida se alegre. Es el signo de un amor gratuito, no de una tortura, porque Él toma la decisión de aceptar ese sacrificio como un signo de esperanza para la humanidad, introduciendo la alegría de Dios, la gracia de Dios.

El Arzobispo Castillo reiteró que, como cristianos, debemos aprender a colocarnos ante las situaciones difíciles en donde hay detalles que resolver: «Si los sabemos percibir, entonces, las cosas pueden marchar mejor. Tenemos que hacer lo mismo que María: observar, discernir y estar atenta a los problemas de la gente para acertar con nuestras decisiones».

El cristiano tiene que ser inteligente, profundo, perceptivo, contemplativo; y esa contemplación no debe ser para escaparse del mundo, sino al contrario, para comprender cómo Dios está presente en el mundo.

Finalmente, el Obispo de Lima destacó el gesto del Señor de hacer el milagro un poco apartado de la fiesta: «Él hace las cosas, dice el Papa hoy día, “de una manera discreta” que casi es imperceptible, y que, sin embargo, coloca en las situaciones algo nuevo que poquito a poco se va a notar: con cada copa que tome la gente, todo el mundo va a darse cuenta de que es un buen vino, y no uno aguado. Por lo tanto, se trata de que, como cristianos, no solamente actuemos y ayudemos en una situación a la ligera, sino que ofrezcamos lo mejor de nosotros en cada situación», apuntó.

El Señor está haciendo su camino. ¡Estemos atentos! Porque está escondidito, detrás, transformando el “agua de la tristeza” en el “vino de la alegría y de la esperanza”. Esta es la tarea tan importante para todos nosotros: hacer posible que todo el mundo crea, porque los signos del Señor se representan en cosas bien concretas en donde están presentes sus esperanzas.

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