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Francisco: “Donde hay demasiado yo, hay poco Dios”

Antes del rezo del Ángelus el Santo Padre reflexiona sobre la parábola del fariseo y el publicano, con sus dos movimientos “subir” y “bajar” que ayudan a lograr el “humilde” encuentro con Dios en la oración.

Fuente: Ciudad del Vaticano.

«Dos hombres subieron al templo a orar» (Lc 18, 10) pero solo uno de ellos lo hace con humildad, recuerda el Papa Francisco en el Ángelus del XXX domingo del Tiempo Ordinario, en la reflexión antes del rezo del Ángelus junto a los peregrinos de la Plaza San Pedro en el Vaticano.

“El Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta una parábola que tiene dos protagonistas, un fariseo y un publicano (cf. Lc 18,9-14), es decir, un religioso y un pecador declarado”, dice Francisco en su meditación dominical. Y destaca los dos movimientos del pasaje bíblico, “expresados por dos verbos: subir y bajar».

Subir al encuentro con Dios.

Sobre la acción de quien sube a orar, explica el Santo Padre que “este aspecto recuerda muchos episodios de la Biblia, en los que para encontrar al Señor se sube a la montaña de su presencia: Abraham sube a la montaña para ofrecer el sacrificio; Moisés sube al Sinaí para recibir los mandamientos; Jesús sube a la montaña, donde se transfigura”.

Por tanto, resalta que “subir”, dice: “expresa la necesidad del corazón de desprenderse de una vida plana para encontrarse con el Señor; de levantarse de las llanuras de nuestro ego para ascender hacia Dios; de recoger lo que vivimos en el valle para llevarlo ante el Señor”.

Bajar al encuentro con Dios.

Y luego el Papa Francisco reflexiona sobre el segundo movimiento de la parábola: “bajar”. Indicando que para experimentar en la oración el encuentro con Dios, también es necesario “descender dentro de nosotros mismos: cultivar la sinceridad y la humildad de corazón, que nos permiten mirar con honestidad nuestras fragilidades y nuestra pobreza”.

Insiste el Papa en que “la humildad nos hacemos capaces de llevar a Dios, sin fingir, lo que somos, las limitaciones y las heridas, los pecados y las miserias que pesan en nuestro corazón, y de invocar su misericordia para que nos cure y nos levante. Cuanto más descendemos en humildad, más nos eleva Dios”, afirma.

El fariseo y el publicano.

Contrastando el comportamiento de los dos personajes de la parábola resalta como el publicano “se pone humildemente a distancia (cf. v. 13), pide perdón y el Señor lo levanta”. En cambio, el fariseo “se exalta a sí mismo, seguro de sí mismo, convencido de que está bien: de pie, se pone a hablar con el Señor sólo de sí mismo, alabándose, enumerando todas sus buenas obras religiosas, y desprecia a los demás”.

La actitud del fariseo, el Papa Francisco la denomina “soberbia espiritual: te lleva a creerte bueno y a juzgar a los demás. Y así, sin darte cuenta, adoras a tu propio yo y borras a tu Dios”, dice.

El Pontífice invitó a los fieles a examinar de manera personal «la presunción interior de ser justos» (Lc 18, 9) que como el fariseo “lleva a despreciar a los demás”.

“Ocurre, por ejemplo, cuando buscamos cumplidos y enumeramos siempre nuestros méritos y buenas obras, cuando nos preocupamos por aparentar en lugar de ser, cuando nos dejamos atrapar por el narcisismo y el exhibicionismo”, dijo el Papa.

La vanagloria del narcisismo y exhibicionismo.

Y finalmente exhortó a cuidarse del narcisismo y del exhibicionismo, “basado en la vanagloria, que también nos lleva a nosotros los cristianos, a nosotros los sacerdotes, a nosotros los obispos, a tener siempre la palabra «yo» en los labios: yo hice esto, yo escribí aquello, yo dije aquello, yo entendí aquello, etc. Donde hay demasiado yo, hay poco Dios”.

El Papa rezó la oración del Ángelus pidiendo la María Santísima su intercesión: “la humilde esclava del Señor, imagen viva de lo que el Señor ama realizar, derrocando a los poderosos de sus tronos y levantando a los humildes (cf. Lc 1,52)”.

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