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En este Segundo Domingo de Adviento, Monseñor Castillo dijo que el Señor sitúa la esperanza en diversas situaciones, anunciando su presencia y su llegada en medio de las realidades complejas: «en la época de Jesús y Juan Bautista, Israel estaba en una situación dramática, porque tenían que caminar en la sinuosidad de la historia y en sus problemas. Hoy también nos encontramos en una situación honda de contrariedades y de dificultades, y todos los peruanos tenemos que tratar de encontrar soluciones justas a través de un camino de conversión personal y social», indicó.

Para preparar ese camino, lo primero que nos dice el Señor es que debemos reconocer la parte de pecado que tenemos: «reconocer el pecado es reconocer que no somos dioses, tenemos nuestros límites. Dios es único, grande, amoroso y Padre del bien, de la paz y de la justicia. Por eso, nuestros intereses necesitan modificarse para ceder mutuamente, especialmente cuando hay un amplio sufrimiento», agregó el Arzobispo.

Y refiriéndose a la precaria condición en la que viven muchos campesinos del Perú, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a superar las «contradicciones coloniales» que hemos heredado para la vida de nuestro pueblo: «los grandes cambios vienen si los seres humanos cambiamos y anchamos nuestra capacidad de ir a lo profundo de las cosas. Todos tenemos la moral inscrita en nuestro ser porque somos hechos para amar, y siempre debemos tener en cuenta al Otro para poder desarrollar nuestra vida», precisó.

En ese sentido, el Arzobispo saludó la buena voluntad de Monseñor Héctor Vera y Monseñor Pedro Barreto para participar en la mesa de diálogo que mantuvieron representantes del Ejecutivo con un grupo de trabajadores de empresas agroexportadoras en la región Ica. 

Pensar en el Otro y reconocer nuestro límite humano.

Comentando el Evangelio de Marcos (1,1-8), el Arzobispo de Lima explicó que Juan Bautista se presenta como una persona discreta y sencilla que no alardea de nada, sino que reconoce el límite humano.

Todos somos hermanos, y por tanto, debemos respetar los derechos de los demás y ver el límite de nuestra libertad.

Juan anuncia un bautismo en el espíritu de alguien más fuerte que él. ¿De qué está hablando? De esa fuerza inagotable que nos da el Espíritu de Dios para guiarnos en el camino: «los peruanos tenemos esa fuerza y esa delicadeza en todos los niveles, pero necesitamos que llegue también a las estructuras económicas, sociales y políticas, a la forma de tratarnos. La fuerza que nos da la fe no es para dominar el mundo, sino para suscitar la capacidad de entendernos y de ceder ante la necesidad de justicia que nuestro pueblo clama», acotó Carlos Castillo.

Bautizarnos en el espíritu es dejarnos sumergir por el Espíritu de Dios que suscita justicia y es amor.

En otro momento, el Primado del Perú señaló que estamos llamados a «dejarnos enamorar por el espíritu, para que se produzca este beso amoroso entre la justicia y la paz que nos recuerda hoy el Salmo 84. Dejémonos inundar por la fuerza inagotable del Espíritu de Dios para hacer lo correcto y lo adecuado».

Siempre que el Espíritu de Dios nos inunda, suscita en nosotros la capacidad de encontrar nuevos cielos y nueva tierra.

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