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En la Fiesta de la Ascensión del Señor, Monseñor Carlos Castillo aseguró que el Señor no se va para desentenderse de nuestros problemas, sino para estar presente con nosotros a través de su Espíritu suscitador que resucita la vida de las personas y las inspira a un camino de servicio a los demás.

«Todos estamos llamados a ser hermanos en el Señor y, por eso, vamos a pedirle a Dios que nos haga más iguales porque todos somos hijos de Dios, bautizados en el Hijo que suscita en nosotros su amor», reflexionó en su homilía dominical.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

En su breve alocución, el arzobispo de Lima explicó que la Fiesta de la Ascensión nos recuerda que el Señor Resucitado va a encontrarse con el Padre para decirnos que todos iremos a los brazos del Padre que nos ama: «El Señor nos ha creado por amor y para que nos amemos, y no hay nada mejor que encontrarnos con Aquel que nos ha creado para amar», reiteró.

Pero antes de ascender, según narra el Evangelio de Mateo (28,16-20), el Señor ha querido dejar una misión a sus discípulos: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar lo que les he mandado”. 

«Esto es muy importante – afirma Monseñor Carlos – porque el Señor no se va para desentenderse de nuestros problemas, sino para estar presente con nosotros de otra manera: a través del Espíritu de Jesús, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Ese Espíritu es un poder, pero no el de un dictador, es un poder y una fuerza de suscitación. Por eso, es la fuerza del Resucitado, porque resucita la vida de las personas y les hace ir en un camino de alegría a servir a los demás», aseveró.

La misión de anunciar el Evangelio y testimoniarlo con nuestra vida.

El prelado aseguró que el poder del Espíritu Santo «no es para dominar sobre el mundo de forma arbitaria, sino que es un dominio distinto, un dominio a través del Espíritu, que va haciendo que la humanidad sea cada vez más hija y hermana. Esa es la misión que nos dejó a toda la Iglesia: anunciar el Evangelio y testimoniarlo con nuestra vida, aprendiendo a ser hermanos y enseñando la hermandad».

Y, aunque es difícil practicar la hermandad porque vivimos muchos enconos y egoísmos, Monseñor Castillo señaló que el don de Dios y del Espíritu nos hace aprender a amar. «Para eso, tenemos que seguir el camino de Jesús», apuntó.

Otro aspecto a destacar por el arzobispo, fue el hecho que la Ascensión se produzca en Galilea, lugar donde comenzó la historia de Jesús con sus discípulos. «Es como volver al punto de partida – remarcó – para otra vez volver a comenzar la historia, pero esta vez renovados por el Espíritu de Jesús. Y esa es una invitación a todos nosotros a que siempre volvamos y tengamos en consideración a aquel primer amor que tuvimos, en donde nosotros nos hicimos cristianos, desde que la mamita nos decía: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, y nos enseñaba a orar». 

Vivir en relación con el Señor y disipar las dudas en el camino.

El Evangelio de hoy también nos recuerda que al ver a Jesús en un monte de Galilea, algunos discípulos dudaron. ¿Qué significa esto? El obispo de Lima sostuvo que la incredulidad de algunos discípulos nos recuerda que nuestra Iglesia no se compone de gente perfecta y pura que no tiene dudas. «A veces, pensamos que debemos ser expertos totales para anunciar el Evangelio y seguir la misión de Jesús sin tener ninguna duda. Lo que importa es que el Señor nos ha tocado y vivimos en relación con Él, permanentemente, para alimentarnos de su amor».

Se necesita paciencia para comprender y esclarecer lo que ocurre a nuestro alrededor, y la Iglesia tiene que ayudar a ir esclareciendo juntos. Lo importante es que, en lo fundamental, sigan al Señor y se alimenten de Él, porque eso permite que cada uno, y todos en conjunto, nos hermanemos en el amor al Señor, porque es Él quien aclara y el que va llevando las cosas y las guía.

Finalmente, Monseñor Castillo reflexionó sobre las palabras que Jesús deja a sus discípulos y a todo el mundo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. «El Dios con nosostros, el Emmanuel, ha decidido gobernar el mundo desde la suscitación de la hermandad, porque se hermana con nosotros y es nuestro compañero de viaje», agregó.

Ayudémonos mutuamente en este camino, sobre todo, en tantos problemas que estamos viviendo en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Y no nos apresuremos a decir que nosotros tenemos la verdad completa y, entonces, ya todos los demás son unos perdidos y nosotros somos los verdaderos. 

En este camino de aprendizaje y hermandad, el arzobispo de Lima pidió considerar la voz de los jóvenes, tantas veces postergados por la sociedad y la propia Iglesia. «A veces pensamos que ellos tienen que adaptarse porque, de lo contrario, los sacamos de la Iglesia. Nadie tiene derecho a botar de la Iglesia a nadie, todos somos bien acogidos porque somos hijos de Dios y todos tenemos que aprender juntos a corregirnos: los que son más viejos con los que son más jóvenes; los que son de una clase social y los de otra… todos tienen que hermanarse, comprendernos y apoyarnos», concluyó.

«Nos ponemos a los pies de María y de esta devoción tan querida que marca el corazón del pueblo creyente y de todos los peruanos, porque estamos marcados como hijos suyos», con estas palabras, frente a la imagen de la Virgen de Fátima, Monseñor Juan José Salaverry, obispo auxiliar de Lima, presidió la Eucaristía en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, ubicada en el Cercado de Lima.

Al inicio de su homilía, Monseñor Salaverry explicó que el texto del Apocalipsis (Ap 12, 1-9), parece retratar las apariciones de la Virgen en Cova da Iria, Portugal (Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas). Señaló que, aunque podemos quedarnos contemplando la imagen portentosa de María en todo su esplendor, es importante que aterricemos nuestra mirada en la figura de María al pie de la Cruz.

«Mientras el Apocalipsis pone a María muy alto, vestida de sol, el Evangelio según san Juan (Jn 19, 25-27) nos pone a María enraizada en la tierra, plantada en la tierra, al pie de la Cruz», fue la primera reflexión de nuestro obispo auxiliar.

Como María, pasar por la tierra y caminar como buenos discípulos

Estas dos maneras de mirar a María, recordó el prelado, son una invitación para que interioricemos el sentido de su misión y la actitud que tuvo como verdadera discípula. «Aquella mujer que se ha aparecido, es la mujer que ha pasado por la tierra, por el sufrimiento y el dolor al pie de la Cruz, acompañando al Hijo, acompañando al Evangelio», remarcó.

Nosotros, con este corazón muy humano, a veces aspiramos a la Gloria directamente, pero la Gloria no se consigue si no es caminando bien en la tierra. Por eso, María es siempre buena maestra, maestra que nos enseña a ser discípulos de Jesús.

Por lo tanto, si nosotros nos consideramos hijos de María, estamos llamados a «pasar por la tierra y caminar con pie seguro, acompañando a Jesús con todo nuestro corazón abierto, para guardar en nuestro pecho los misterios de la salvación».

Tener el corazón de niño para recibir la ternura de la Madre

Como segundo aspecto, Monseñor Juan José hizo hincapié en uno de los aspectos más importantes en las apariciones de Fátima: se presentó, primero, a tres sencillos pastores para poder descubrir el misterio del corazón grande de la Madre. De igual manera, ella nos invita a «tener corazón de niños y corazón sencillo, porque el misterio de Dios se revela cuando la sierva se humilla».

La fe de estos tres niños hizo posible, más adelante, que la Virgen de Fátima se aparezca ante una gran multitud un 13 de octubre de 1917. «Así debe ir creciendo nuestra fe, desde lo más sencillo hasta lo más grande. Así fue ensanchado el corazón de María, y nosotros estamos llamados a vivir este proceso de fe y esperanza», acotó.

«La primera reflexión de hoy es ser buenos discípulos, caminando en esta vida terrena, siguiendo las huellas de María. La segunda reflexión es que debemos de ser humildes, como los pastores, para que encontremos el consuelo y la revelación de María», aseveró el prelado.

Disponernos a la conversión.

Como tercera reflexión, Monseñor Salaverry precisó que la Virgen María nos pide vivir un proceso de conversión. «No por ser miembros de una hermandad ya estamos convertidos. No por ser párrocos estamos convertidos. No por ser obispos ya tenemos la conversión», advirtió. Todos tenemos que pasar por un proceso diario y continuo de conversión, porque «siempre habrá algo que tenemos que pulir en nuestra vida, que mejorar y transformar a través de la Gracia».

María nos invita a la conversión a través del Rosario y el Evangelio.

Como último punto, nuestro obispo auxiliar afirmó que María también nos pide la conversión a través del Rosario, que «representa el Evangelio mismo que debemos meditar. La conversión a la que nos invita la Virgen de Fátima es la meditación del Evangelio».

María se muestra como predicadora, como evangelizadora, mostrándonos el Evangelio. Ella nos dice: “Esta es la herramienta de salvación, recen el Rosario”.

Y dirigiéndose a todos los fieles, párrocos y vicarios del decanato 6, Monseñor Salaverry agregó: «No se trata, entonces, de ir pasando los misterios y recitarlos monótonamente, se trata de hacer nuestro el Evangelio y que el Rosario nos ayude a que ese Evangelio se transforme en nuestra vida, en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestras parroquias y decanatos, en toda nuestra Arquidiócesis».

La Eucaristía por la Festividad de Nuestra Señora de Fátima, se realizó en el marco de la Primera peregrinación mariana del decanato 6, que congregó a los sacerdotes y muchos fieles de todas las parroquias de la zona. Estuvieron presentes delegaciones de todas las parroquias, quienes abarrotaron el templo parroquial de Nuestra Señora de Fátima del Cercado. Contó con la presencia del P. Litman Rodríguez, decano. Además, acudieron diferentes representantes de las parroquias de esta jurisdicción, entre ellos, el P. Jorge Gómez (Parroquia La Virgen Medianera); el P. César Ccolque y el P. Brain de la Cruz (Parroquia Nuestra Señora de los Desamparados y San José); el P. Carlos Hutwalcker ( vicario de la Parroquia La Visitación de nuestra Señora), el P. Sidnei Marco Dornelas (Parroquia Jesús Nazareno); y el P. Héctor Ayala (Parroquia Nuestra Señora de la Merced); y los sacerdotes de Fátima, el P. Jorgé López (párroco) y el P. Roy Cutire (vicario).

En el día que celebramos a todas nuestras madres, Monseñor Carlos Castillo recordó la importancia de tener presente el don de la maternidad en nuestra humanidad, ya que de nuestras madres hemos recibido el legado de la fe y de la vida. «Con entrañas de misericordia y maternidad, ellas nos han legado su vida y la vida del Señor. Nuestras madres son, podríamos decir, una luz del Espíritu Santo que siempre nos acompaña, y en ella encontramos la manera de ser humanos y de ser cristianos», expresó.

En el domingo que también honramos a Nuestra Señora de la Evangelización, Patrona de la Arquidiócesis de Lima, el prelado aseguró que todos tenemos la misión de ser evangelizadores. «Evangelizar es anunciar a todos que somos hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. Por lo tanto, hemos de amarnos y servir a los humanos con el mismo amor que Dios nos ha servido», dijo en su homilía dominical.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

Comentando el Evangelio de Juan (14,15-21), Monseñor Castillo explicó que el Señor ha querido manifestar su amor caminando junto a sus discípulos, acompañándolos, alentándolos y adelantándoles que «dentro de poco, el mundo no me verá». Precisamente, para que no haya un tiempo vacío tras su ausencia, sino completamente lleno de su amor, el Señor nos comunica su Espíritu inspirador y consolador, el mismo que recibirán los discípulos para compartir su belleza y grandeza con el mundo.

Este Espíritu de la verdad que anuncia Jesús, es el que nos permite acercarnos a la comprensión de que todos somos hijos de un mismo Padre y, por lo tanto, estamos llamados a hermanarnos y trasnformar nuestra humanidad. Sin embargo, el arzobispo de Lima advirtió que, muchas veces, nos limitamos a pensar que el Señor solamente vino para que cada quien salve su propia alma y no se preocupe por los demás.

«El Señor ha venido para que toda la humanidad se hermane, y si no se hermana, nuestra alma no llegará tampoco al cielo, porque, o nos salvamos todos juntos o no nos salvamos. Todos somos responsables los unos de los otros y, en cierta actitud cristiana y católica, se ha propiciado la idea de la indiferencia: Yo salvo mi alma, comulgo, confieso mis pecados y ya estoy “lavadito”, soy puro. Pero resulta que los demás son indispensables para nuestra salvación», sostuvo.

Acoger el Espíritu de la verdad y anunciar el amor.

En otro momento, Monseñor Carlos afirmó que, al igual que los discípulos, todos podemos acoger el Espíritu de la verdad y anunciar que el amor sostiene la vida y nos puede salvar de las situaciones más difíciles. Pese a ello, el ser humano parece decidido a inventar nuevas maneras de inteligencia artificial y tecnologías que nos alejan de Dios, porque al olvidar que todos somos hermanos, nos olvidamos también del Dios Creador. «Hoy día, con la inteligencia artificial, ya existen unos robots que, si integraran en ellos una mecánica para resolver problemas matando gente, lo harían. Y ese es uno de los peligros, porque los robots piensan con su propia “cabeza”, pero es una cabeza basada en el cálculo, no en el amor, no tienen alma y, por lo tanto, hemos creado un monstruo que nos podría destruir», subrayó.

Cuando uno vive en el Espíritu de la verdad, crea sabiamente muchas cosas interesantes, crea obras que multiplican el amor que el Señor nos ha dado.

El Primado del Perú recordó que, cuando el Espíritu Santo mora en nosotros, junto al Hijo y el Padre, no estamos huérfanos. «Todo lo que nos ha dado el Señor en su vida, su Espíritu, permanece en nosotros y puede crecer en nosotros para compartirlo con los demás», reflexionó.

Y, aunque no podemos «ver» a Jesús, debemos saber que su Espíritu se manifiesta en forma de amor, «en forma viva de amor divino y humano». Por eso, el Señor anuncia que viene a habitar en nosotros, «no para quedárnoslo, sino para comunicarlo y hacer comprender eso al mundo. Y para eso, necesitamos amar como Él ha amado», precisó el arzobispo Castillo.

Amar misioneramente, caminando y sirviendo.

«El Señor nos ha amado misioneramente, siempre caminando y sirviendo», señaló el obispo de Lima. Y, ¿cómo ha amado María a la humanidad? Entregando a su Hijo, saliendo y corriendo para ayudar a Isabel, acompañando a Jesús en todo su camino y, hasta en el último tiempo, recibiendo la responsabilidad de ser Madre de la Iglesia.

Vamos a dar gracias al Señor que siempre nos acompaña y nos perdona, jamás nos abandona. Eso permite que superemos el miedo, superemos las angustias, veamos cara a cara los problemas y tengamos inteligencia e inspiración para solucionarlos de manera creativa, porque su Espíritu creativo habita en nosotros.

Monseñor Castillo indicó que los problemas se solucionan con sabiduría y amor profundo, ese amor gratuito que recibimos desde que fuimos fecundados, siempre acompañados y acobijados por el calor maternal. Por ello, es indispensable que redescubramos el sentido de la maternidad que tenemos arraigado, para que, iluminados con el Espíritu Santo, aprendamos a vivir con entrañas de misericordia.

Frente a la imagen de Nuestra Señor de la Evangelización, Patrona de la Iglesia de Lima, el prelado hizo un llamado a propagar el anuncio del Evangelio en todas nuestras comunidades, barrios y parroquias, siguiendo el testimonio de entrega de nuestros primeros pastores, como Santo Toribio de Mogrovejo.

Nuestro Obispo Auxiliar de Lima, Monseñor Guillermo Elías, visitó a la Parroquia La Preciosísima Sangre, en el distrito de Cieneguilla, para compartir la Eucaristía con toda la comunidad presente. En su homilía, el prelado recordó que el camino para llegar al Padre, es a través del estilo y las obras que Jesús nos dejó: «amando gratuitamente como Dios nos ama, poniéndonos al servicio unos de otros».

Monseñor Elías, para dar inicio al desarrollo de su prédica, consultó a los laicos en Misa las siguientes preguntas ¿dónde está Dios? y ¿cómo es Dios?, a través de las cuales, irá develando el mensaje del Evangelio.

En ese sentido, comentando el Evangelio de San Juan (14,1-12), que narra un diálogo de Jesús con sus discípulos, donde, dos de ellos, Tomás y Felipe, parecen no haber comprendido la unión de Jesús con el Padre, nuestro obispo auxiliar recordó que Tomás era un discípulo inquieto al que le costaba reconocer el camino.

“Tomás era un hombre inquieto como nosotros, le dice a Jesús: “Señor no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. A lo que Jesús le responde: “Yo soy el camino, yo soy la verdad y yo soy la vida, Tomás, nadie va al Padre si no por Mí. Si me conocieras a Mí, conocerías también a mi Padre. Ahora, ya lo conoces y lo has visto”, remarcó el obispo.

Asimismo, monseñor Elías citó textualmente las palabras de Felipe, el segundo apóstol que tampoco comprendió la esencia de Cristo en sus vidas: “Ahora, interviene Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le contesta: “Hace tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces, Felipe”.

«Entonces, ¿dónde está Dios?, ¿en quién está Dios?, en Jesús. Entonces, ¿cuál es el camino para encontrar a Dios?, Jesús”, reflexionó el prelado, quien recordó que Jesús es el camino, la verdad y la vida, y que «Él nos ha revelado el amor de Dios como Padre incondicional».

El Padre del cielo ama gratuitamente, nos ama si nos portamos bien o mal. El Padre del cielo ama siempre. Por tanto, el camino para llegar al Padre es Jesús, y Jesús nos enseñó un camino, una forma de vivir en amor entre nosotros, poniéndonos al servicio unos de otros. Ese es el estilo de vida que nos dejó Jesús.

Finalmente, nuestro obispo auxiliar de Lima, felicitó a la comunidad parroquial de La Preciosísima Sangre por «su excelente disposición para darse la mano durante la difícil situación que vivieron a causa del desastre natural causado por los huaicos».

En esta Parroquia, cuando vinieron los huaicos, muchos se organizaron para ver cómo ayudar a todos. Esa es una comunidad cristiana, como la de ustedes, que siguen haciendo las obras del Señor.

En el domingo V de Pascua, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a profundizar nuestra relación con Jesús y con el Padre, reconociendo que, para llegar a Dios, tenemos que pasar por el camino y las obras que nos dejó Jesús como testimonio. «Quien olvida que vamos todos hacia el Padre, pierde el sentido de las cosas y se fanatiza con todo, inclusive, puede hacer del catolicismo un fanatismo», advirtió.

El prelado habló sobre la importancia de madurar en la fe para no caer en la desesperación cada vez que se suscite un problema. También pidió superar el individualismo y el endiosamiento, para abrir juntos un camino nuevo de esperanza en nuestro país y nuestra Iglesia.

Comentando el Evangelio de Juan (14,1-12), el arzobispo de Lima reflexionó sobre las palabras que Jesús le dijo a sus discípulos: «No se anguestien. Si creen en Dios, crean también en mí». Monseñor Castillo explicó que Jesús viene a revelarnos el verdadero rostro de Dios. «Él nos revela que Dios es un Padre, no una alucinación hecha por nosotros ni una construcción humana en donde nos creemos dioses y hacemos con las personas cualquier cosa», aseveró.

El prelado señaló que el mensaje de Jesús es comprendido de modo distinto por dos de sus discípulos: Tomás y Felipe. Los cuestionamientos que ellos sugieren, nos ayudan a que nosotros también nos interroguemos en nuestra vida para profundizar nuestra relación con Jesús y con el Padre.

La fe de Tomás: una fe en Jesús, pero sin el Padre.

En primer lugar está Tomás, un hombre muy fiel y seguidor de Jesús, pero incrédulo de la Resurrección (quiere tocar para creer). Por eso, no sorprende su respuesta: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?” La fe de Tomás, asegura el Monseñor Carlos, «está totalmente oculta de la dimensión más grande para la cual viene Jesús. Tomás se facina en Jesús, pero no va al Padre. No entiende que Él es el camino al Padre, porque ha roto el horizonte fundamental, es una fe en Jesús sin Padre«.

En ese sentido, el obispo de Lima advirtió que, cuando separamos a Jesús, camino hacia Dios verdadero, nosotros nos atosigamos con varias cosas inmediatas. «Cuando el Señor nos dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre, sino por Mí”, está abriéndose a una dimensión interesante, verdadera: el sentido último. Y, hoy día, el Papa ha dicho en el Ángelus, que nunca olvidemos la meta última, porque quien olvida que vamos todos hacia el Padre, pierde el sentido de las cosas y se fanatiza con todo, inclusive, puede hacer del catolicismo un fanatismo».

La fe Felipe: una fe en el Padre, pero sin Jesús.

En segundo lugar, está Felipe, que está más preocupado en conocer al Padre (“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”). En este caso, resaltó Monseñor Castillo, se trata de una persona que cree en Dios, pero no en la mediación que el Padre ha establecido para llegar a Él, es decir, Jesús.

La expresión “muéstranos al Padre”, es como decir “abracadabra pata de cabra”. Y no comprendemos que el camino hacia el Padre es como el de Jesús: todo su testimonio, todo su sufrimiento, todo su amor, su alegría y su Resurrección.

Por lo tanto, la Liturgia de hoy es una invitación a «unir y no separar», un llamado a entregarnos vivamente a lo que nos propone Jesús para llegar al Padre. «Todos tenemos que hacer una revisión, porque hay personas o maneras de creer distintas en donde tenemos que ayudarnos a tener una unidad en medio de las diferencias, pero siempre en la unidad. Eso implica que, si creemos en Jesús, creemos también que vamos al Padre y que Él, entonces, abre un camino nuevo de esperanza. Y esto tenemos que aplicarlo para nuestras realidades, para nuestros problemas», precisó el prelado.

La respuesta de Jesús a Felipe es muy profunda: “¿Hace tanto que estoy con ustedes y todavía no me conoces?”. Esto va dirigido para la Iglesia de Lima, que es la Iglesia más antigua, la Iglesia matriz, la Iglesia primada: ¿Lima, hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces?

De este modo, el Señor deja un mensaje claro: la mejor manera de transparentar al Padre es haciendo sus obras. «Si no separamos al Padre de Jesús y Jesús del Padre, si sabemos que Jesús es el camino para llegar al Padre amoroso que nos tiene preparada una estancia, nos quitamos el miedo, nos sentimos acompañados y, simultáneamente, nos dejamos llevar por esa inspiración para actuar», reflexionó el Primado del Perú.

Y, ¿de qué manera podemos hacer las obras del Señor? Recientemente, nuestras parroquias limeñas han dado ejemplo que es posible dar testimonio del Señor sirviendo a los demás, especialmente, nuestras parroquias más pobres, que son las que más han compartido (junto a otras más de 60 iglesias de la Arquidiócesis).

Finalmente, Monseñor Castillo afirmó que es posible superar los problemas y entrampamientos de nuestro país si aprendemos a llegar a Dios a través de Jesús, a través del amor que nos acompaña y nos inspira a dar las iniciativas más interesantes para afrontar las dificultades, para aprender a servir y ser solidarios.

La Eucaristía de este V domingo de Pascua, celebrada en la Basílica Catedral de Lima, contó con la participación de las hermanas voluntarias del Puericultorio Pérez Araníbar.

En el día que celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía del IV domingo de Pascua junto a los más de 200 representantes de pastorales juveniles de nuestras parroquias de Lima. En su homilía, el prelado recordó que Jesús es el Buen Pastor que nos invita a entrar por la gran puerta, que es Él, para que tengamos vida y ofrezcamos nuestra vocación al servicio de los demás: «Jesús es el Pastor que da la vida por sus ovejas, y con esa vida y muerte amorosa, resucita y levanta a las personas, porque se introduce como un Espíritu en todos nosotros y suscita el llamado a que cada uno realice su misión», comentó durante su homilía.

«Construyamos la “sinfonía de las vocaciones” que dice el Papa Francisco, es decir, una Iglesia en donde todas las vocaciones se armonizan y cantan juntas en la pluralidad y unidad», acotó.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

En alusión al Evangelio de hoy (Jn 10, 1-10), Monseñor Castillo centró su homilía en la imagen del Buen Pastor y en dos acciones que Él realiza: primero, nos llama a entrar por la puerta; segundo, nos recuerda que Él es la puerta.

El pastor es como una puerta y Jesús es el Pastor por el cual se entra y se sale. Él siempre tiene cuidado de que todos puedan entrar, no la cierra para nadie.

Pero el Señor también pone énfasis en aquellos que no entran por la puerta o saltan por otro lado, calificándolos de bandidos y ladrones. Jesús, explica nuestro arzobispo, hace esta precisión para «poner el dedo sobre la llaga de Israel, que tenía como pastores a ladrones y sinvergüenzas que habían usurpado el templo de Jerusalén».

Por lo tanto, Israel se había convertido «en un pueblo sufrido y esclavo en nombre de Dios y de la religión», pero Jesús «viene a reparar esa mala pastoralidad, y viene a ser el pastor que, inclusive, muere y da la vida por sus ovejas», reflexionó el prelado.

El obsispo de Lima explicó que, a veces, «uno se comporta como asaltante o ladron si, en vez de promover y suscitar el Espíritu en las personas, usurpa, hace callar y se impone.

«El Papa ha recordado la imagen de la puerta en este domingo, en Hungría, y ha dicho que Jesús jamás cierra la puerta, Él nos deja entrar y nos llama a que no hagamos una Iglesia cerrada. El Señor se llama a sí mismo «la puerta», porque Él es la puerta para vivir, para tener vida en abundancia», comentó el Monseñor.

Vocación para ser testigo de Cristo de diferentes maneras.

Al celebrar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Monseñor Carlos Castillo hizo eco a las palabras de Francisco, quien describió el sentido de este día como una «sinfonía vocacional de la Iglesia», es decir, que todas las vocaciones deben promoverse para que la Iglesia florezca. Ante ello, el prelado agregó: «No solamente oramos por la vocación para los sacerdotes y monjas, porque también es para ser creyente, testigo de Cristo de diferentes maneras, en diversos ambientes, en diversas situaciones», aseveró.

Construyamos la “sinfonía de las vocaciones”, una Iglesia en donde todas las vocaciones se armonizan y cantan juntas en la pluralidad y la unidad.

En este contexto, nuestro arzobispo recordó el legado de Toribio de Mogrovejo, Pastor de la Iglesia peruana y latinoamericana, a quien esta semana celebramos su Solemnidad. «Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima, tomó la misión que se le encomendó y fue a pie a todos los pueblos que pudo, asumiendo su vocación en el corazón de su servicio, siempre en movimiento… ¡nunca se detuvo!», expresó.

El prelado precisó que la figura de Toribio debe inspirarnos a que todos podamos ser pastores y acompañemos a nuestro pueblo, ya sea como sacerdotes, monjas, religiosos, seminaristas o catequistas. «El Papa está exaltando mucho en la figura de los pastores catequistas que sepan servir y no servirse de los niños y de los jóvenes, sino promover, escuchar, hacer que se expresen y que sean personas, que sean cristianos testigos», indicó.

Una Iglesia pastoril que cuide a nuestros hermanos migrantes.

En otro momento, Monseñor Castillo se pronunció por la dramática situación que viven muchos de nuestros hermanos migrantes en las fronteras de Perú y Chile, muchos de ellos impedidos de ingresar por falta de documentos: «En nuestro pueblo tenemos una situación grave porque algunos migrantes que están viniendo del país vecino del sur, están siendo arrinconados. Justamente, porque todos somos una Iglesia pastoril que cuida de las ovejas, tenemos que pedirle al Señor por nuestros hermanos migrantes, para que se pueda encontrar una solución a este problema en forma pacífica, pero nadie se puede permitir expulsar a unos, ni nadie se puede permitir no dejar entrar a otros.

«Estamos demorando mucho en encontrar soluciones, y no podemos seguir escuchando las cosas que se han dicho esta semana por algunas personas, como por ejemplo, “que les metan bala”. Eso es gravísimo, ¡gravísimo!», exigió el obispo de Lima.

Nosotros no podemos solucionar problemas humanitarios si es que no se hacen con humanidad. Estamos deshumanizándonos y el Señor nos dice: “Seamos pastores, no burócratas”.

El arzobispo de Lima manifestó que todas las crisis sociales que vivimos, son un reflejo de la gran ausencia de una educación humana, porque es necesario enseñar con el corazón, especialmente, «quienes somos pastores, quienes somos catequistas, quienes somos acompañantes de grupos, quienes tenemos grupos juveniles».

Debemos ayudarnos, unos a otros, a promover toda la grandeza humana que tenemos. El conocimiento que se impone y se deposita como una cuenta bancaria, no se suscita y, por lo tanto, no se comparte.

Finalmente, dirigiéndose a los más de 200 representantes de las pastorales juveniles de nuestras parroquias, Monseñor Carlos hizo un llamado a vivir en espíritu solidario y sinodal, proponiendo un lema en comunión al lema de la Jornada Mundial de la Juventud – Lisboa 2023: “María se levantó y partió sin demora”.

«Hoy, han sido convocados por la Comisión Central de Juventud, para elaborar juntos el lema de nuestra solidaridad con la Jornada Mundial de la Juventud. Vamos a reflexionar juntos con los lemas que han traído para elegir cinco lemas fundamentales y, después, votar decididamente por ellos. Detrás de esos lemas está su vida, chicos, y eso no se bota a la basura, eso se recoge, se archiva y se empieza a escuchar y a ver qué otras iniciativas interesantes hay», explicó el prelado.

Al celebrarse la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrón de nuestra Arquidiócesis, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía junto a sus obispos auxiliares, Clero de Lima y jóvenes seminaristas: «Que Toribio de Mogrovejo nos siga inspirando, animándonos y dando la fuerza para tener una vocación a su altura», comentó el prelado.

«La Fiesta de Santo Toribio es motivo para retomar la vocación a la cual hemos sido convocados, la vocación del presbiterio en nuestro continente y en el Perú que fue bendecido por la vocación del segundo arzobispo de Lima, y que permitió una recomprensión de cómo se vive el sacerdocio en este continente nuevo», con estas palabras, el arzobispo de Lima dio inicio a su homilía, reconociendo el testimonio de servicio de Toribio y su misión con todos los pueblos del Perú, legado que nos debe interpelar para «plantearnos juntos la cuestión indeleble de la vocación que tenemos como diócesis».

El prelado inspiró su alocución en las palabras que el propio Toribio de Mogrovejo dirigió al rey Felipe II, en una carta que le envió desde Trujillo, en 1594:

“He estado visitando mis ovejas, y confirmando y ejerciendo el oficio pontifical por caminos muy trabajosos y fragosos, con fríos y calores, ríos y aguas, no perdonando ningún trabajo, habiendo andado tres mil leguas y confirmado 500 mil ánimas y distribuyendo mi renta a pobres, con ánimo de hacer lo mismo si mucho tuviera, aborreciendo en atesorar hacienda”.

Monseñor Castillo reiteró que la vida de Toribio estuvo marcada por un constante caminar, recorriendo y visitando los pueblos más remotos para evangelizar, hospedándose por varios días, bautizando y confirmando a cientos de miles, pero, sobre todo, escuchando a la gente y los problemas que sufrían en la vida social.

«Santo Toribio siempre andaba, de ida, con diccionarios en quechua, para que los curas aprendieran la lengua. Luego, a su retorno, volvía con legajos enormes en una caravana de acémilas para mandarlas al rey y ver cuestiones de justicia que se establecían por el maltrato de la colonia a los indios y a los pueblos lejanos», señaló.

Siguiendo el ejemplo de Toribio, el arzobispo Carlos Castillo exhortó a que nuestros sacerdotes y jóvenes seminaristas estén presentes en la vida de la gente permanentemente: «Que no haya duda que, cuando ustedes, los sacerdotes, los diáconos, están con la gente, la gente ve a Jesús. Sin embargo, sin testimonio concreto de cercanía, no pasa Jesús», afirmó.

Una Iglesia en salida y misionera que supere las ambiciones de poder y de dinero.

El obispo de Lima advirtió que las prácticas de especulación y negociación con el dinero son dañinas para la Iglesia, porque prima el interés por ganar y obtener una serie de comodidades. «Este es un problema que sucede en todo el mundo, también en la Iglesia», precisó.

Contrario a esta realidad fue la actitud de Santo Toribio, siempre dispuesto a entregar sus bienes a los pobres: «Esa herencia que nos ha dejado, debe recordarnos que nuestra vocación es Dios y solo Dios. Si nos amparamos en el dinero, nuestra Iglesia se hunde y va muriendo. Por eso, el proyecto de una Iglesia en salida implica superar la frivolidad ontológica que viene con el dinero y su enraizamiento en el ser», aseveró el prelado.

Dar testimonio del amor de Dios solidario.

En otro momento, el Primado del Perú resaltó el trabajo y la acción solidaria ejecutada por muchas de nuestras Parroquias, quienes se organizaron con sus comunidades para compartir y ayudar a nuestros hermanos damnificados por las lluvias, huaicos y el deslizamiento de cerros.

Monseñor Castillo manifestó que es necesaria una lectura evangélica de lo que vivimos en la realidad de nuestros barrios y comunidades para superar los problemas sinodalmente: «Nuestro pueblo empieza a intuir que la vida del dinero no es la mejor vía para vivir, porque genera ambiciones, odios, peleas por ganar más. Estamos llamados a dar testimonio del amor de Dios solidario y que es capaz de compartir efectiva y transparentemente con la gente», exhortó.

Al concluir la Eucaristía, los jóvenes del seminario Santo Toribio de Mogrovejo, llevaron en procesión las reliquias de nuestro santo patrón.

La Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo, celebrada en nuestro seminario arquidiocesano, contó con la presencia de nuestros obispos auxiliares, Monseñor Guillermo Elías y Monseñor Juan José Salaverry. También participó el rector del seminario, el Padre Luis Sarmiento, el clero de Lima y nuestros jóvenes seminaristas.

Monseñor Carlos Castillo se reencontró con la comunidad de San Lázaro, en el distrito del Rímac, esta vez, en el marco del 460 aniversario de la Parroquia. El arzobispo de Lima estuvo acompañado del Padre Frederic Comalat (párroco), la Comunidad de Sant’Egidio, la Hermandad del Cristo Crucificado y el Pueblo de Dios.

«Que nuestra comunidad de San Lázaro, que tiene tantos siglos, pueda seguir reverdeciendo, refloreciendo, como ya en todos estos años se ha hecho en toda situación adversa, en toda situación difícil. Ustedes son la comunidad que está llamada a acompañar de por vida a la Iglesia del Perú y a la Iglesia de Lima», manifestó el prelado, emocionado.

Inspirado en el Evangelio del III Domingo de Pascua (Lc 24, 13-35), Monseñor Castillo reflexionó por la dolorosa experiencia que pasó la primera Iglesia después de la muerte del Señor, y todo el proceso de comprensión y acompañamiento que tuvo Jesús con sus discípulos para entender el significado de la Resurrección.

Con la muerte de Jesús, explicó el arzobispo, la pequeña comunidad de Emaús experimentó una fuerte decepción, sin embargo, el Señor decide presentarse en medio de ellos, pero escondido, como un desconocido ajeno a todo lo que ocurría. ¿Qué está haciendo? Los acompaña, camino con ellos y escucha el relato de toda la crisis que están viviendo.

Este es un primer signo que nos revela cómo deben actuar nuestras comunidades. El valor de la palabra nos permite comunicarnos, pero una «Iglesia sin palabra, es una Iglesia que muere», aseveró el Monseñor Carlos.

«Estos signos los hemos visto aquí, en la comunidad de San Lázaro, cuya primera construcción fue un leprosario al que venían personas de todas partes. Este gesto de reparar las heridas y curar las enfermedades no solo es cristiano, es hecho por alguien que sabe quién es Jesús. Ese fue Arturo Sánchez Vega», comentó.

Así como la comunidad de Emaús, la tragedia vivida hace muchos años en el Rímac, pudo ocasionar que perdieran la fe… «¡pero no lo hicieron!», remarcó el prelado. «Nuestros primeros progenitores fueron los indios del leprosorio, y la tragedia que se vivió inicialmente se convirtió en un milagro, porque, después, Santo Toribio de Mogrovejo, durante la disputa de la creación del barrio limeño, protegió a una cofrafía de indios para otorgarles un espacio junto a la imagen de la Virgen de Copacabana, a quien se le atribuyó algunos milagros».

Ante todos estos signos, el Primado del Perú afirmó que estamos llamados a un gran hermanamiento, a mantener el legado histórico de los primeros cristianos que combatieron la maleza y la lepra, para que todos podamos vivir en paz, sanando nuestras heridas.

«A los discípulos de Emaús, el Señor tuvo que hablarles y compartir el pan ellos para que puedan reconocerlo. Todos estamos llamados a ver al Señor en la vida concreta, a través de sus signos, como Juan, que vio y creyó. No es necesario mucho más», meditó.

Que Jesús Resucitado guíe nuestro camino, porque Él es el que siempre está con nosotros. No temamos a nuestros problemas, pero sí profundicemos las cosas para encontrar una solución justa.

En el III Domingo de Pascua, Monseñor Castillo recordó los gestos de Jesús Resucitado con sus discípulos: se coloca en medio de ellos, los acompaña, los escucha y les enseña que está metido en la realidad, en la vida misma. De igual manera, en medio de los sufrimientos que vivimos, «el Señor quiere suscitar en nosotros una esperanza mayor para levantarnos, profundizar nuestra fe y entrar a nuestros problemas a través de un camino pedagógico, donde todos podamos comunicar lo que sentimos», comentó el prelado en su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Comentando el Evangelio Lucas (24, 13-35), en el tercer domingo de Pascua, el arzobispo de Lima hizo notar que, así como los cristianos estamos necesitados de ver al Señor para poder creer hondamente en que Él ha resucitado, la primera Iglesia también afrontó este problema, al punto que muchos deciden salir de Jerusalen decepcionados de la historia esperanzadora que representó Jesús para ellos.

«Los discípulos no comprenden que el Señor puede acompañarlos, sus ojos están cerrados, hay una ceguera que se produce porque todavía prima, en la vida de las personas, el principio de la muerte», explicó el prelado.

Esta misma frustración es la que impera en muchos de nosotros cuando enfrentamos momentos de adversidad y experimentamos algún tipo de fracaso. Por eso, la Liturgia de hoy nos permite comprender cómo la Iglesia fue encontrando el camino para que todas las generaciones, especialmente, las que no han visto directamente la Resurrección y sintieron dudas, puedan recuperar la esperanza y hacer experiencia del Señor.

Para superar este pesimismo, esta pérdida de la fe de la primera Iglesia, el Señor se pone en medio de la situación de sus discípulos y va caminando con ellos, de tal manera que los acompaña a su ritmo, y desde allí, comienza a escucharlos y hace preguntas.

Los gestos del Resucitado: escuchar, acompañar y suscitar la esperanza.

Ante el cuestionamiento de los discípulos (“¿Eres tú el único que no sabe lo que ha pasado?”), el Señor actúa como si no supiese lo que acaba de acontecer (siendo el protagonista), porque quiere que ellos, en primer lugar, vean la realidad y hablen. «El Señor quiere que recuperemos esa capacidad de ver que la esperanza última de la resurrección, suscita en nosotros una esperanza mayor para levantarnos y volver a enfrentar los problemas, aceptando que somos limitados», acotó el arzobispo.

El prelado indicó que, después de haber escuchado a sus discípulos, el Señor les llama la atención, pero no los recrimina: “Necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas”, dice Jesús. ¿Por qué habían sido tardos y torpes? Porque, en vez de seguir el Espíritu de la Escritura, se dejaron invadir por la tragedia. «A veces nos pasa humanamente que creemos, somos fieles, pero es tan duro lo que vivimos que nos olvidamos de la fe y que Dios siempre procuró la esperanza de la gente», reflexionó el obispo de Lima.

El Señor, entonces, ayuda a sus discípulos a profundizar su fe con una pedadogía que, en vez de juzgarlos, los acompaña a comprender lo que están viviendo. Este camino pedagógico (reflexionar las cosas a partir de la Palabra), es el camino de la Iglesia para acercarse a los problemas y las situaciones. Por eso, Monseñor Carlos hizo un llamado a todos los laicos a comunicar sus necesidades, inquietudes y críticas a los párrocos de sus comunidades, a fin de ayudarnos mutuamente a renovar nuestra Iglesia:

«Digan a sus parroquias, a los sacerdotes: “Siempre que usted hable, padre, por lo menos, que nos caliente un poquito el corazón”. Ayudemos a la Iglesia y a los sacerdotes a predicar mejor, y también díganme a mi las críticas, no hay ningún problema. A mí me encanta la crítica, porque así puedo reparar también los errores que tengo», comentó.

Toda esta renovación que estamos haciendo en la Iglesia de Lima, como el Plan Pastoral, debe ayudarnos a todos para decirnos las cosas: “Padre, predique mejor”; “padre que no nos durmamos cuando nos hable”; “padre, que nos encantemos del Señor cada vez que usted hable”. Ojalá podamos lograrlo todos. 

Finalmente, el arzobispo de Lima destacó la actitud que tuvieron los discípulos al reconocer todos estos gestos del Señor. «Ellos ya no lo ven, pero el Señor sigue presente en lo que han vivido. Eso es una de las cosas más lindas de este Evangelio: nos remite a nuestra vida para ver ahí al Señor. Ver al Señor no es tener alucinaciones o esperar cosas mágicas, porque la fe no es una magia, la fe entra en la realidad porque sabe que su Señor está metido en ella, y es el Espíritu resucitador de los muertos y, por tanto, nos saca de la muerte», recalcó.

Antes de culiminar, el Primado del Perú agradeció los gestos solidarios de laicos y comunidades parroquiales para nuestros hermanos afectados por los huaicos y el deslizamiento de cerros: «Parece que en Lima, el Señor está resucitando, porque están llenísimos todos los almacenes de Cáritas de la gran entrega generosa de bienes que están haciendo ustedes para la gente. Las parroquias se están movilizando y estamos sumamente alegres porque esa es la nueva Iglesia que tenemos, una Iglesia que acompaña en el sufrimiento como el Señor nos acompaña en nuestros dolores en el camino», expresó emocionado.

La Eucaristía de este III Domingo de Pascua contó con la participación de representantes del Archivo Arzobispal de Lima y su directora general, Kelly Montoya, que en esta semana celebrarán el 56 aniversario de su creación. «Al rescatar documentos históricos, los trabajadores del Archivo Arzobispal rescatan el espíritu de la Iglesia, del pasado, porque hacen resucitar a tantos que han pasado y han tenido fe como nosotros. Si no hubiera investigadores o personas que cuidan el archivo, no podríamos tener luz», expresó Monseñor Castillo.

En el II domingo de Pascua, Monseñor Carlos Castillo recordó que la Iglesia que estamos formando y regenerando juntos, es una Iglesia basada en la misericordia del Señor, que se sabe acercar, escuchar, comprender y alentar. «Todos somos reengendrados por Jesús para nacer a una vida nueva y a una esperanza viva que siempre está esperando y buscando a su Señor», comentó en su homilía.

El prelado se pronunció por los dos casos de feminicidio que ocurrieron en nuestro país: la enfermera Brizz Salcedo Añasco (32), ultrajada por dos sujetos en Puno; y Katherine Gómez (18) quemada viva por su ex pareja. «Nos unimos con ellas, a todas las mujeres que sufren. Necesitamos, urgentemente, repensar cómo podemos superar este problema gravísimo del maltrato de la mujer», manifestó.

Leer transcripción de homilia de Monseñor Castillo.

En su breve alocución, el arzobispo de Lima afirmó que la liturgia de hoy, domingo de la Divina Misericordia, nos permite «retomar el camino de la regeneración». Dice la Carta de Pedro (1 Ped 1, 3-9) que, a través de su Resurrección, Jesús nos ha reengendrado para una esperanza viva, es decir, fecunda otra vez.

En ese sentido, mientras que en el libro de los Hechos de los apóstoles (2, 42-47), se nos presenta la imagen de una comunidad muy unida y cercana a la gente; en el Evangelio de Juan (20, 19-31) nos encontramos con una comunidad divida (falta el discípulo Tomás), escondida, refugiada (por miedo a sus perseguidores) y dolida por la muerte del Señor. En ambos casos, explica Monseñor Castillo, el Señor ha tenido la maravilla de «reengendrar y regenerar la Iglesia» para servir al mundo en todos sus problemas.

Pese a estar en el mismo lugar en que Jesús compartió su cuerpo y sangre, los discípulos parecen estar huyendo del mundo, con la desilusión y duda de que Jesús pueda haber resucitado. El obispo de Lima aseveró que es el Señor quien decide «entrar en lo cerrado», en la comunidad cerrada y huidiza de sus discípulos para pasar a una «comunidad abierta y misionera», capaz de comprender que es posible encontrar al Señor entre la gente sencilla.

Paz en medio de las heridas.

Como segundo gesto, el Señor se pone en el medio de lo cerrado y, desde ahí, dice: ¡Paz a ustedes! «Jesús se mete en el corazón, en la médula, en el centro de lo que está cerrado – reflexionó el prelado – Y, metiéndose en el medio de la situación de huida y miedo, se mete en el medio del miedo y, así, les comunica oralmente a los “encerrados” que esto se puede superar con la paz».

Paz como acción misionera y evangelizadora.

¿De qué paz nos habla el Señor? Monseñor Carlos aseguró que no se trata de la «paz de los cementerios», por el contrario, «Jesús comunica la paz desde dentro de la contrariedad de cada persona, comunidad, pueblo, Iglesia y sociedad. Así contrariados como estamos todos los peruanos, Jesús está escondido y metido y nos dice “paz”», acotó.

El Señor comunica una paz dinámica, una paz que viene de alguien que se movió por nosotros y, ahora, Resucitado, nos da la fuerza para movernos. Su paz no nos aquieta ni vuelve pasmados, nos vuelve dinámicos y alegres.

Al mostrar sus manos y costado, el Señor está mostrando a sus discípulos los signos de su amor misericordioso y la razón de sus heridas. Jesús envía una paz a través de la misión (“como el Padre me envió, así los envío yo”), recordando que la paz no es solo un aspecto espiritual, también requiere de nuestra acción evangelizadora y misionera.

El Señor envía el Espíritu Santo perdonador.

El arzobispo Carlos Castillo destacó un tercer elemento en los gestos del Señor: Sopló sobre sus discípulos y agregó: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Es decir, la Iglesia propicia siempre el Espíritu Santo perdonador que acompaña a la humanidad «con el mismo punto de vista y la manera de ser de Jesús, que acompañó a sus discípulos, los perdonó, los escuchó y les dejó su amor perdonador».

El perdón implica, entonces, también un aspecto de retención, pero la retención no es de por vida, es por un tiempo, para educar. Es una actitud de escucha, de comprensión y de paciencia con la humanidad, especialmente, la humanidad herida.

Monseñor Carlos reiteró que Jesús no solo les desea la paz a sus discípulos, sino que les da su paz: «Y les da el Espíritu para que transforme y acompañe sus personas y, por lo tanto, no los excluye ni refunfuña. Es esto lo que convierte a las personas de miedosas y encerradas, a confiadas y abiertas; y lo que hace posible también, eso que el Papa llama, la Iglesia en salida y la conversión de la Iglesia a la sinodalidad, al caminar juntos en este mundo de hoy».

Contemplar al Señor en nuestra diversidad de experiencias.

Finalmente, el Evangelio narró que Tomás, incrédulo de la Resurrección del Señor, es recibido por la comunidad primera (todavía temerosa). Pero el Señor, ante ello, decide mostrarle los signos de sus heridades, y no recreminarlo. «Él lo invita a contemplaro, a sentirlo y a tocarlo», indicó el Primado del Perú.

De igual manera, hoy estamos invitados a creer en el Señor contemplándolo indirectamente, sin haberlo visto como los discípulos, pero sabiendo que está presente en nuestra diversidad de experiencias. «Tenemos que aprender a ver cómo el Señor está presente en nuestras experiencias, aprender que está con nosotros «sin verlo», pero presente en toda experiencia humana», precisó el arzobispo.

Cuando nuestros hermanos y hermanas sufren en sus tragedias, como los feminicidios que hemos visto, o las personas sepultadas en el deslizamiento de un cerro en Huaral, Dios está ahí clamando, diciéndonos: “Salgan a ayudar, salgan de sí mismos, déjense inspirar por el Espíritu que está metido en todas partes y hay que rescatarlo, hay que escucharlo”.

La Eucaristía del II domingo de Pascua se ofreció en especial intención por el 51 aniversario de la fundación del Colegio de Biólogos del Perú. Participó el Coro «San Antonio Maria Claret», de la Parroquia San Miguel Arcángel.

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