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Los sistemas de salud en América Latina, cuántas veces marginados por la austeridad e indiferencia del Estado, son en la actualidad causa de gran alarma por la pandemia del coronavirus, dejando al descubierto la necesidad de crear políticas de salud más dignas y justas, pensando siempre en los más pobres y descartados de la sociedad.

Artículo de Juan José Dioses

A medida que las cifras de infectados aumentan, América Latina se aproxima al colapso sanitario. La precaridad de sus sistemas de salud es el común denominador en la región, y la vida de cientos de miles de personas se encuentra amparada hoy a la noble dedicación de un grupo minoritario de enfermeros y médicos que cumplen horas extras de servicio por amor a su vocación.

Según la OMS, Chile, Argentina y Brasil invierten por debajo del 5% del PIB en salud pública, en comparación con el 8% de España y el casi 10% de Francia y Alemania. En tanto, Venezuela, Haití, Bolivia y Guatemala se ubican por debajo del 2% del gasto público, mientras que Honduras y República Dominicana no superan el 3%.

Distribución equitativa de los recursos para una salud universal

Pero la solución no consiste únicamente en elevar la inversión, también hay que considerar la falta de una distribución de recursos equitativa y descentralizada en la región, puntualmente en las zonas menos rurales. Como ejemplo tenemos el caso de Chile, segundo país de Latinoamérica, después de Cuba, con el mayor gasto pér cápita, pero en el puesto 15 en materia de cobertura universal.

A ello se suman los elevados costos de seguros privados, la primera alternativa de muchos ciudadanos para contrarrestar la baja de calidad que ofrece la sanidad pública. En consecuencia, se entiende por qué la Organización Panamericana de la Salud alerta que un 30% de la población de América Latina no cuenta con acceso a los servicios básicos de salud por razones económicas.

Vivir en uno de los continentes con más desigualdad ya nos está pasando factura: los despidos arbitrarios, la interrupción de los comercios y la concentración de la riqueza en los segmentos más pudientes ocasionarán una grave crisis que, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, alterará el actual modelo de globalización. Al término de este año, se estima que habremos alcanzado la mayor contracción de la actividad económica en la historia de la región (-5,3%). Entonces, los pobres serán más pobres que antes (hasta 220 millones), sin empleos, endeudados, y probablemente enfermos.

Pocas camas y ventiladores artificiales

En América Latina hay un promedio global de 27 camas por cada 10 mil habitantes, cifra superada solo por Cuba y Argentina (alrededor de 50 camas). La situación es más compleja en países como Bolivia (11), Nicaragua (9), Haití (7), Honduras (7), y Guatemala (6).

Por otro lado, hay una tarea titánica por fabricar más ventiladores artificiales, pues cada uno representa la última esperanza de vida para los pacientes más graves. Sin embargo, ni en los sistemas de salud de los países más ricos hay tantos respiradores como para atender a las miles de personas hospitalizadas, una realidad que ha forzado a que muchos médicos deban tomar la difícil decisión de elegir sobre la vida de algunos.

En América Latina las cosas no son muy alentadoras: según cifras de la Asociación Latinoamericana del Tórax, Brasil es el país más equipado de la región con 66.000 ventiladores para una población de 210 millones de habitantes. Le siguen Argentina (8500), Colombia (5300), México (5000), y Chile (1600).

Desde hace semanas, la mayoría de países viene solicitando más respiradores artificiales, pero con todo el mundo haciendo lo mismo, urge pensar en otras vías un tanto innovadoras. Esto viene ocurriendo en Perú, que de tener 276 respiradores mecánicos a inicio de su cuarentena obligatoria, y adquirir 500 más que llegarán en mayo, anunció la construcción de sus propios ventiladores mecánicos con ayuda de la Marina de Guerra y la gestión de las universidades públicas y privadas del país. Con ello, se espera obtener 100 equipos ‘caseros’ en un lapso de 40 días.

El desafío: políticas de salud que beneficien a las mayorías

Es cierto, las capacidades insuficientes del sistema de salud nos acercan al evento traumático de la pérdida y el duelo colectivo, del dolor y la desolación, y para salir del agujero vamos a necesitar de la creatividad de todos, teniendo como prioridad el replanteamiento serio de las políticas públicas en salud, investigación científica e innovación tecnológica. Tenemos que aprender la lección.

La mejor inversión en salud siempre será la preventiva, empezando desde casa con el mínimo gesto de lavarnos las manos, algo sencillo y elemental pero que tristemente no se encuentra al alcance de todos en América Latina. Tal vez, si recomenzamos el futuro pensando en quienes menos tienen, podríamos cambiar el mundo, verdaderamente.

¿Hemos sabido en estas semanas “apagar el ruido que hay en nosotros” para ir al encuentro de quien está a nuestro lado y preguntarle por aquello que embarga su corazón?

Artículo escrito por Carmen Lora, Directora del Centro de Estudios y Publicaciones y de la revista Páginas.

Estamos viviendo un tiempo duro, muy difícil para la humanidad, que a la vez nos obliga a preguntarnos por cómo estamos viviendo como sociedades, como comunidad de creyentes, como personas y sobre cuál es el sentido de nuestras vidas en un horizonte de tanta incertidumbre.

Frente a esta situación la Iglesia universal viene acompañando a través del papa Francisco y las diversas iglesias locales, el dolor y la enorme conmoción que la pandemia está produciendo en términos planetarios. En nuestro país igualmente, de diferentes maneras, la comunidad eclesial está presente.

El Arzobispado de Lima ha puesto en marcha diversas acciones. La más inmediata, el apoyo de Cáritas Lima mediante la distribución de víveres a las familias más necesitadas en su ámbito de acción buscando paliar el problema de alimentación que golpea y puede incrementar aún más la vulnerabilidad de muchas personas.

Pero sabemos que “no sólo de pan vive el hombre”; el aislamiento, la incertidumbre, el temor requieren ser escuchados para encontrar acogida, consuelo, orientación espiritual, aliento. Es por ello que la Iglesia de Lima también ha puesto en marcha un Servicio de Acompañamiento Espiritual que permita escuchar el sufrimiento, la tristeza y desorientación que hoy sienten muchas personas. La Iglesia podrá apoyar desde una actitud de profunda acogida, orientando espiritualmente a quien acuda a este servicio.

Asimismo, está prevista una Pastoral orientada a proporcionar un acompañamiento espiritual al personal de salud, especialmente del sector público, que está trabajando arduamente en las labores de atención a las personas contagiadas por el COVD-19. Así como promover campañas de oración promovida en las familias católicas y feligreses en favor de los médicos, enfermeras, enfermeros y técnicos que trabajan en situación de riesgo atendiendo a personas infectadas.

En este artículo me detendré a reflexionar sobre la iniciativa de dar un Servicio de Acompañamiento Espiritual mediante un servicio de escucha telefónica.

Acercarse para conocer, escuchar y actuar

Desde su fundación, la Iglesia tiene como parte de su misión, escuchar. Lo aprendió del testimonio de Jesús que durante su predicación combinaba el anuncio del Mensaje con su insistencia en escuchar, aunque podía parecer que Él ya sabía de antemano la respuesta. Por el contexto del relato, era claro el pedido de quien estaba delante de Él: ver, oír, curarse. Numerosos son los pasajes donde Jesús pregunta: ¿Qué quieres que haga? Lo que Jesús nos enseña en sus preguntas es la importancia de establecer una relación entre dos personas que tienen ambas capacidad y libertad. Hecha la curación, Jesús reitera: tu fe te ha salvado, grande es tu fe. No sólo importa lo que Él ha hecho, es fundamental la actitud de quien recibe la curación.

Hoy, la Iglesia siguiendo el ejemplo de Jesús, se pone en disposición de escucha para la persona que sufre, que está temerosa y angustiada por lo que está viviendo, por lo que puede deparar un futuro absolutamente desconocido e incierto. Mediante este Servicio de Acompañamiento Espiritual, la Iglesia nos anima a dejar una actitud que se queda en el padecimiento, para más bien, buscar consuelo y orientación para fortalecernos espiritualmente.

Disponerse a escuchar significa para la comunidad eclesial en primer lugar acercarse para conocer a quien necesita compartir su dolor, su inquietud, sus miedos, sus carencias. Y así como la Arquidiócesis de Lima ha organizado esta plataforma que permite entablar la comunicación telefónica con quienes buscan ser escuchados o escuchadas, estamos nosotros mismos, como parte de esa comunidad, convocados a esa disponibilidad de escuchar acercándonos a quienes pueden necesitar de nosotros. En algunos casos podremos hacerlo físicamente con quienes hoy conviven en nuestro propio hogar en el confinamiento y aislamiento social. Es momento de preguntarnos ¿hemos sabido en estas semanas “apagar el ruido que hay en nosotros” para ir al encuentro de quien está a nuestro lado y preguntarle por aquello que embarga su corazón? y saber guardar silencio para esperar que se anime a hablar. Y más allá de las paredes de nuestras casas, ¿nos hemos “acercado” escuchando y conociendo a través de diversos medios, el sufrimiento de los que viven más indefensos frente a la pandemia por su situación de pobreza, de lejanía o carencia de los servicios del Estado, por su invisibilidad en los padrones de beneficiarios, por no estar bancarizados, por el estigma que los acompaña porque son migrantes, o porque habiendo delinquido, están presos en condiciones inhumanas?

El aislamiento social ¿no ha implicado sobre todo en una época de tanta comunicación mediática y virtual, estar aislados de la realidad circundante que de diversas formas toca a nuestras puertas?

Esta cuarentena comenzó en medio de la Cuaresma, tiempo litúrgico que nos invitaba a meditar y valorar la significación de la presencia de Jesús entre nosotros y su llamado a convertirnos. ¿Hemos sacado las consecuencias de esa conversión a la que nos invitó la Cuaresma?

Si buscamos seguir a Jesús, es fundamental hacernos estas preguntas sobre nuestra capacidad de escucha. La Iglesia de Lima se ha hecho estas preguntas y está buscando, en lo que está a su alcance, acercarse, escuchar y dar respuesta.

La Palabra que da vida

Junto a la escucha, la Iglesia anuncia en la Resurrección de Jesús, el triunfo de la vida sobre la muerte. Esta es la otra dimensión de la misión de la Iglesia que se conmueve, actúa y consuela anunciando el Mensaje de amor radical del Señor para con toda la humanidad. Jesús dio su vida por nosotros y nos convoca a participar de su misión anunciándola a todo el mundo: “enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y estén seguros que yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos” Mt.28, 20.

El acto de entrega de Jesús, de profunda coherencia entre su mensaje y su conducta, acto decidido en entera libertad y lucidez, nos interpela como comunidad eclesial a esa misma coherencia. Anunciar la palabra en esa actitud de Iglesia en salida que nos reclama Francisco, supone coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, sin ello somos sepulcros blanqueados como nos lo recuerda el Evangelio.

Hoy en medio de una situación dolorosa, especialmente para los olvidados de nuestra sociedad, el Señor nos llama como personas y como comunidad eclesial a “acercarnos” quizás no físicamente pero sí de otras maneras, para además de escuchar, conocer y actuar anunciar la Buena Nueva. En esta Semana Santa, Monseñor Castillo ha recitado una hermosa poesía de autor anónimo que parafrasea el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, recordando que Cristo está en las calles, en los que luchan contra la pandemia, en los que sufren, en lo que animan.

¡Levántate!

Recibir aliento da fuerzas. Jesús reiteradamente dice a los que estaban tullidos, dormidos y muertos. ¡Levántate! Invita a un cambio que, a su vez, implica confianza en ese cambio y confianza en que es posible seguir. Seguir caminando, seguir despiertos, seguir viviendo. Esa suerte de orden, a la vez firme y cariñosa, del Señor fortalece en nosotros la esperanza.

Esta pandemia y las secuelas que deje, es también para la Iglesia y para todos los que la integramos un tiempo privilegiado de comprender el corazón del Mensaje de Jesús. El encuentro con el Señor se da en ese gesto concreto de amor que se conmueve y responde al que pide ayuda, apoyo, aliento y esa Palabra que nos anuncia ese amor, alimenta nuestra esperanza en una sociedad fraterna.

Como lo ha sido la Semana Santa, esta Pascua tiene un significado especial para la humanidad.   Contribuyamos a dar testimonio de conversión en este tiempo de Pascua. Levantarse hoy es cobrar ánimo, no rendirse ante el dolor, el sufrimiento y la muerte.La Iglesia de Lima está dando cuenta de su misión, con las iniciativas que ha puesto en marcha. Colaboremos con ellas difundiéndolas y apoyándolas.

La Oficina de Prensa del Arzobispado de Lima ofrece un nuevo ciclo de videomensajes de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, orientados a profundizar nuestras actitudes humanas y cristianas en tiempos de pandemia.

En este primer episodio, Monseñor Castillo reflexiona sobre la necesidad de cultivar y alentar la dignidad de cada persona y de todos: «todos hemos nacido para ser personas benditas, para vivir la bendición y la alegría de ser una persona humana digna. Por lo tanto, toda persona es digna de respeto, sean creyentes o no creyentes, sean pobres o sean ricos, especialmente son dignos los que son maltratados, los enfermos, las mujeres maltratadas, y los niños recién nacidos»– expresa en su mensaje.

El Arzobispo de Lima nos recuerda que «Dios nos ha creado a su imagen y para ser semejantes a Él, y ser creados a su imagen es ser creados para amar a imagen del amor de Dios, y por lo tanto, todos hemos nacido para ser personas benditas».

Si todas las personas son dignas, debemos intentar cultivar entre nosotros una actitud humana de respeto, de consideración por el otro, de servicio, evitando la desesperación y razonando las cosas con inteligencia para ver lo más adecuado y justo

Monseñor Castillo explicó que la fe cristiana «siempre ha tratado de formar el criterio a partir de lo que sentimos – sabiduría viene de saber y saber viene de sabor – qué sentimos, qué saboreamos, qué intuimos, qué es mejor hacer por respeto a la persona, no salimos con la primera desesperación loca que irrumpe y dice cualquier cosa. Eso es lo que vamos a tratar de educar en nosotros y vamos a hacerlo juntos, educar nuestras actitudes y aprovechar esta situación extrema para domesticar nuestras relaciones y crecer como sociedad, como pueblo».

El Primado del Perú hizo un llamado a que nuestra actitud frente a las personas enfermas de coronavirus sea de respeto y dignidad, evitando abandonarlas o llenarnos de prejuicios: «si conoces a alguien que tiene el COVID 19, en tu trabajo, en tu barrio, en tu familia, sigue las medidas de salud indicadas, con respeto y dignidad hacia el otro. Tenemos que aprender ponerse en el lugar del otro y ser recíproco en nuestras acciones» – apuntó.

Como Iglesia suscitemos madurez, comprensión seria de las cosas. Todos somos necesarios en esta vida, todos somos importantes, nadie sobra en este mundo. La verdadera humanidad considera que todos somos importantes y todos cabemos

«Que la dignidad de la persona humana que Jesucristo quiso defender entregando su vida por todos los seres humanos para que no hubiera muertes injustas como la de Él, ilumine estos días de reflexión y nuestro camino en este momento extremo. Que el esfuerzo de este aislamiento sea también la esperanza de que tendremos la recompensa en un abrazo fraterno y futuro entre todos» – concluyó.

Artículo tomado de Vatican News

El P. Francisco de Roux* es un jesuita que ha trabajado incansablemente por la consecución de la paz en Colombia. Actualmente es el presidente de la Comisión de la Verdad. Compartimos con ustedes un texto que fue publicado el pasado 29 de marzo por el portal Semana de Colombia y que nos invita a una reflexión en profundidad sobre nuestro modo de estar en el mundo y de relacionarnos con todo lo que nos rodea.

Como una contribución al pensamiento y el debate sobre lo que vendrá después de superar el actual momento de crisis sanitaria, ofrecemos a ustedes este artículo del padre Francisco de Roux, publicado en el portal Semana. A continuación, el artículo completo.

Nos creíamos invencibles. Íbamos a cuadruplicar la producción mundial en las tres décadas siguientes. En 2021 tendríamos el mayor crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2.000 especies por año haciendo alarde de brutalidad. Habíamos establecido como moral que bueno es todo lo que aumenta el capital y malo lo que lo disminuye, y gobiernos y ejércitos cuidaban la plata, pero no la felicidad.

Se nos hizo normal que el diez por ciento más rico del mundo, Colombia incluida, se quedara cada año con el 90 por ciento del crecimiento del ingreso. Habíamos excluido a los pueblos indígenas y a los negros como inferiores. Los jóvenes se habían ido del campo porque era vergüenza ser campesinos. Estábamos pagando investigaciones para arrinconar la muerte más allá del cumpleaños 150.

Había preguntas incómodas. Para acallarlas inventamos que podíamos prescindir de la realidad. Con Baudrillard y otros filósofos nos alienamos en un mundo “des-realizado” y escogimos líderes poderosos que dejaron de lado la verdad; y nos dimos a consumir cachivaches y fantasías y emociones que encontrábamos en Netflix, YouTube, Facebook, las celebridades y hasta pornografía de redes, donde metimos la cabeza como avestruces.

Quedaban los pueblos indígenas y los jóvenes y grupos de mujeres y de hombres que nos decían que habíamos perdido la ruta de la realidad y del misterio. Que las condiciones estaban dadas para una fraternidad planetaria. Les decíamos atrasados y enemigos del progreso. El declararse ateo, que puede ser una decisión intelectual honesta, se convirtió en no pocos muestra de suficiencia. El Homo Deus, Hombre Dios, fue el título del libro de Noah Harari que devoramos.

Pero de pronto la realidad llegó. El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados mirando subir las cifras reales de infestados y muertos. Y no sabemos qué hacer. Ante la realidad Harari llamó estos días al espíritu de solidaridad que antes no vio.

La vulnerabilidad

No estamos definitivamente seguros nunca. En pocas décadas, todos nos habremos ido con o sin covid-19. La aplanadora de la muerte empareja nuestras estúpidas apariencias. “Pallida mors aequo pulsat pede”. La pálida muerte pone su pie igual sobre todos. Y el día que llegue nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin carro, sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión, y con lo que hemos sido en mentira, egoísmo, deshonestidad. Así enfrentaremos el misterio y nos recordará o rechazará la historia.

Y sin embargo, vivir con grandeza la vulnerabilidad es vivir auténticamente, solidarios e interdependientes, porque allí entendemos que todos somos llevados los unos por los otros, protegidos los unos por los otros. No importa la raza, ni el género, ni el país de origen, ni las clases sociales, ni el dinero, ni la religión. Es el mensaje del covid-19.

La vulnerabilidad nos lleva a incluir a los demás sin creernos superiores. Nos permite celebrar cada día como si fuera el último. Nos da el coraje ante el riesgo y la audacia de anunciar con alegría la esperanza en medio de las incertidumbres.

La vulnerabilidad llega para que los gobiernos entiendan qué es el Estado. La única institución que tenemos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual, en las buenas y en las malas, las condiciones de la dignidad. Para eso están los presidentes y los ministros y la Policía y el Ejército, y los jueces y el Congreso. Todos vulnerables.

La verdad dura

En la Comisión de la Verdad de Colombia oímos con frecuencia que es un error buscar la verdad de lo que pasó en el conflicto. “Dejen eso así”, es la expresión proveniente muchas veces de un temor auténtico. Pero la realidad de la pandemia muestra que no podemos escapar de la verdad. Que tenemos la responsabilidad de esclarecerla. Por eso la pregunta mundial hoy es sobre la verdad del covid-19, ¿qué elementos lo componen, ¿cómo se expande? ¿cómo se puede detener? No aceptamos que nos digan que posiblemente es el montaje de un susto, que a lo mejor en un mes habremos salidos, que con el rezo de una novena se cura. No nos sirven suposiciones, ni ilusiones, ni creencias. Necesitamos saber la verdad.

Quizás ahora se comprenda por qué seguimos buscando la verdad del conflicto armado interno colombiano para encarar realidades que nos destruyen. No podemos abandonar la obligación de esclarecer el asesinato de más de 300.000 civiles y de 9 millones de víctimas sobrevivientes. Y mientras no conozcamos las causas estructurales y asumamos las obligaciones que surgen de esa verdad, continuaremos lo que hoy sigue, con 10.000 personas armadas entre el ELN, las disidencias y los grupos del narcotráfico, el asesinato de líderes y la ruptura de las comunidades.

Estamos de acuerdo con las medidas extraordinarias tomadas por el gobierno y los alcaldes ante el coronavirus. Son decisiones de poder de Estado que muestran que sí es posible lo extraordinario ante una realidad mortal cuando hay voluntad política. ¿Cuándo tomaremos medidas extraordinarias contra la violencia política unida al narcotráfico que ha sido mucho más letal que la pandemia entre los colombianos?

El mensaje de los Kogui

Hace tres semanas los mama Kogui nos recibieron en La Sierra por una invitación de Juan Mayr. Nos compartieron el dolor de la destrucción de su hábitat y la dificultad para preservar los sitios sagrados. Estaban enterados de la pandemia y el mensaje que nos dieron fue sencillo y claro:

Las fuerzas espirituales que originaron la naturaleza pusieron el conocimiento en cada ser. Hay un conocimiento en la tortuga, en el árbol, en la piedra, en el agua… Los seres humanos tenemos que aprender de ese conocimiento. Pero hemos ido matando a esos seres, y al matarlos, matamos el conocimiento. Por eso cada vez conocemos menos, y por eso pasamos a matarnos a nosotros mismos, y puede ser que la naturaleza termine por matarnos a todos.

El mensaje no es para dejar lo ganado con la ampliación de la expectativa de vida al nacer, la educación y la tecnología que nos comunica. Es para invitarnos a cambiar todas las locuras que nos distanciaron de la naturaleza y de nosotros mismos y nos precipitaron en el egoísmo, la injusticia, la inequidad, la violencia y la mentira.

La gente primero

Estamos recluidos. Trabajamos por las redes. En la Comisión de la Verdad escuchamos las grabaciones de 12.000 víctimas. Leemos. Contrastamos opiniones. Como nosotros, millones en Colombia trabajan en sus casas y reciben ingresos. Pero hay otros millones que comen de lo que ganan en el día, que no pueden comprar un bulto de papa porque pagan cada noche por la libra de arroz y el cuarto de aceite.

¿Qué va a ser de ellos? ¿Cómo van a sobrevivir encerrados cuando pasen tres semanas, o 20? Son las preguntas de madres solteras populares, de miles de pequeñas iniciativas familiares que venden en la calle, de millones de hogares donde la casa es un hacinamiento de dos cuartos donde viven del rebusque cinco o siete personas. Estas preguntas ponen a prueba al Estado y a la solidaridad de todos nosotros. Si todos dependemos de todos y no respondemos, esa multitud va salir a llevarse lo que haya en tiendas y supermercados, porque nadie puede dejar morir a su familia. En necesidad extrema todas las cosas son comunes, escribió el teólogo Tomás de Aquino. Si esa multitud sale a la calle nos invadirá el virus.

El Gobierno nacional y los alcaldes han de ir más lejos para estar a la altura de las exigencias de la crisis. Las empresas privadas y los bancos tienen que actuar. Y es una obligación personal de cada uno de nosotros, ciudadanos. Parece desproporcionado decirlo, pero es un asunto de vida o muerte. De todos en la cama o todos en el suelo. ¿Seremos capaces esta vez de comportarnos como seres humanos?

El silencio

Las calles están vacías. La locura de correr para llegar puntuales se ha detenido. La ansiedad del tráfico insoportable no nos atrapa. Si queremos, por fin podemos hacer silencio. Si lo hacemos tenemos la oportunidad de acceder a lo profundo de nosotros mismos, conectarnos y comprender. Podemos hacerlo en familia. Es el momento de dosificar el tiempo ante la televisión y el celular para abrir espacio a la realidad del misterio que se deja sentir cuando nos abandonamos en quietud a lo que llega desde nuestra experiencia interior. Allí accedemos a la sabiduría que hace clara la razón de vivir, y lúcida la conciencia y las responsabilidades personales y públicas.

Allí cobra sentido la determinación de avanzar a sabiendas de nuestra propia fragilidad. La necesidad que tenemos los unos de los otros. El significado de la dignidad auténtica que solo existe si las condiciones de la misma están dadas para todos y todas. La viabilidad de lo que nos parecía imposible: la generosidad, la solidaridad y, más allá de la justicia, la reconciliación y el perdón. El coraje de vivir en medio de la vulnerabilidad. 

*Francisco de Roux es padre Jesuita, filósofo, economista y presidente de la Comisión de la Verdad.

El Santo Padre concede su primera entrevista sobre la crisis mundial causada por el coronavirus al escritor y periodista británico Austen Ivereigh. La entrevista, dirigida al mundo, se publica en cuatro medios: «The Tablet» (Londres), «Commonweal» (Nueva York) y «La Civiltà Cattolica» (Roma). ABC ofrece la conversación original que el periodista envía por escrito y el Pontífice contesta en español

El Papa Francisco ha concedido su primera entrevista extensa sobre la crisis mundial causada por la pandemia de coronavirus al escritor y periodista británico Austen Ivereigh, autor de la biografía de referencia, «El Gran Reformador» (Ediciones B, Madrid, 2015), y del mejor libro sobre el pontificado, «Wounded Sepherd («Pastor herido» (Holt, Nueva York, 2019).

La entrevista, dirigida al mundo anglosajón, se publica hoy simultáneamente en «The Tablet» (Londres) y «Commonweal» (Nueva York). Por gentileza de Austen Ivereigh y del Papa Francisco, ABC ofrece en exclusiva el texto original en español.

Hacia finales de marzo le sugerí al Papa Francisco que quizá era un buen momento para dirigirse al mundo. La pandemia que tanto había afectado a Italia y España llegaba también al Reino Unido, Estados Unidos y Australia. Sin prometer nada, me pidió que le enviara las preguntas. Elegí seis temas: cada uno incluía una serie de preguntas que él podía contestar (o no) como le pareciera mejor. Después de una semana recibí una comunicación de que había grabado unas reflexiones en torno a mis preguntas. La entrevista fue en español.

Santo Padre, ¿cómo está viviendo la pandemia y encierro, tanto en la Casa Santa Marta como el Vaticano en general, en lo práctico y en lo espiritual?

La Curia trata de sacar adelante el trabajo, de vivir normalmente, organizándose por turnos para que no toda la gente esté junta en el mismo momento. Una cosa bien pensada. Mantenemos las medidas establecidas por las autoridades sanitarias. Aquí en Casa Santa Marta se han hecho dos turnos de comida, que ayudan bastante a aliviar el impacto. Cada uno trabaja en su oficina o desde su habitación con medios digitales. Todo el mundo está trabajando; aquí no hay ociosos.

¿Cómo lo vivo yo espiritualmente? Rezo más, porque creo que debo hacerlo, y pienso en la gente. Es algo que me preocup–a: la gente. Pensar en la gente a mí me unge, me hace bien, me saca del egoísmo. Por supuesto tengo mis egoísmos: el martes viene el confesor, o sea que ahí arreglo las otras cosas. Pienso en mis responsabilidades de ahora y ya para el después. ¿Cuál va a ser mi servicio como obispo de Roma, como cabeza de la iglesia, en el después? Este después ya empezó a mostrar que va a ser un después trágico, un después doloroso, por eso conviene pensar desde ahora. Se ha organizado a través del Dicasterio del Desarrollo Humano Integral una comisión que trabaja en esto y se reúne conmigo.

La gran preocupación mía –al menos la que siento en la oración– es cómo acompañar al pueblo de Dios y estar más cercano a él. Este es el significado de la misa de las siete de la mañana en «streaming» (o retransmitida en directo), que mucha gente sigue y se siente acompañada; de algunas intervenciones mías, y del acto del 27 de marzo en la plaza de San Pedro. Y de un trabajo bastante intenso a través de la Limosnería Apostólica, de presencia para acompañar las situaciones de hambre y enfermedad. Estoy viviendo este momento con mucha incertidumbre. Es un momento de mucha inventiva, de creatividad.

Hay una novela italiana del siglo XIX muy querida por usted, que ha mencionado varias veces recientemente: «I Promessi Sposi» («Los novios») de Alessandro Manzoni. El drama de la novela se centra en la peste de Milán de 1630. Hay varios personajes del clero: el cura cobarde Don Abundio, el santo cardenal arzobispo Borromeo, y los frailes capuchinos que sirven en el «lazareto», una especie de hospital de campaña donde los contagiados son rigurosamente separados de los sanos. A la luz de la novela, ¿cómo ve el Papa la misión de la Iglesia en el contexto de la enfermedad Covid-19?

El cardenal Federico Borromeo realmente es un héroe de esa peste de Milán. Pero en uno de los capítulos se dice que pasó a saludar a un pueblo pero con la ventanilla del carruaje cerrada, quizá para protegerse. A la gente no le cayó muy bien. El pueblo de Dios necesita que el pastor esté cerca, que no se cuide demasiado. Hoy el pueblo de Dios necesita el pastor muy cerca, con la abnegación que tenían los capuchinos, que estaban cerca. La creatividad del cristiano se tiene que manifestar en abrir horizontes nuevos, en abrir ventanas, abrir transcendencia hacia Dios y hacia los hombres, y redimensionarse en la casa.

No es fácil estar encerrado en casa. Me viene a la mente un verso de la Eneida en medio de la derrota: el consejo de no bajar los brazos. Resérvense para mejores tiempos, porque en esos tiempos recordar esto que ha pasado nos ayudará. Cuídense para un futuro que va a venir. Y cuando llegue ese futuro, recordar lo que ha pasado les va a hacer bien. Cuidar el ahora, pero para el mañana. Todo esto con la creatividad. Una creatividad sencilla, que todos los días inventa. Dentro del hogar no es difícil descubrirla. Pero no huir, escaparse en alienaciones, que en este momento no sirven.

En relación a las políticas del estado en respuesta a la crisis, mientras la cuarentena masiva ha sido una señal de que algunos gobiernos están dispuestos a sacrificar el bienestar económico para beneficio de los más vulnerables, igualmente pone al descubierto el nivel de exclusión que antes se consideraba normal y aceptable.

Es cierto, algunos gobiernos han tomado medidas ejemplares con prioridades bien señaladas para defender a la población. Pero nos vamos dando cuenta de que todo nuestro pensamiento, nos guste o no nos guste, está estructurado en torno a la economía. En el mundo de las finanzas parece que es normal sacrificar. Una política de la cultura del descarte. Desde el principio al fin. Pienso, por ejemplo, en la selectividad prenatal. Hoy día es muy difícil encontrar personas con síndrome de Down por la calle. Cuando la tomografía los ve, los mandan al remitente. Una cultura de la eutanasia, legal o encubierta, en que al anciano se le dan las medicinas hasta un cierto punto.

Me viene a la mente la encíclica del Papa Pablo VI, la Humanae Vitae. La gran queja de los pastoralistas de la época se centraba en la píldora. Y no se dieron cuenta de la fuerza profética de esa encíclica, que era adelantarse al neomaltusianismo que se venía preparando para todo el mundo. Es una alerta de Pablo VI ante esa onda de neomaltusianismo. Lo vemos en la selección de la gente según la posibilidad de producir, de ser útil: la cultura del descarte. Los sin techo siguen siendo sin techo. Salió una fotografía el otro día de Las Vegas donde eran puestos en cuarentena en una plaza de estacionamiento. Y los hoteles estaban vacíos. Pero un sin techo no puede ir a un hotel. Ahí se ve ya en funcionamiento la teoría del descarte.

¿Se puede entender la crisis y su impacto económico como una oportunidad de una conversión ecológica, de revisar prioridades y nuestros modos de vivir?¿Ve posibilidad de una sociedad y economía menos líquidas y más humanas?

Hay un dicho español: Dios perdona siempre, nosotros de vez en cuando, la naturaleza nunca. Las catástrofes parciales no fueron atendidas. Hoy día, ¿quién habla de los incendios de Australia? ¿De que hace un año y medio un barco cruzó el Polo Norte porque se podía navegar porque se habían disuelto los glaciares? ¿Quién habla de inundaciones? No sé si es la venganza, pero es la respuesta de la naturaleza.

Tenemos una memoria selectiva. Sobre esto quisiera insistir. Me impresionó cuando se celebró el 70 aniversario del desembarco en Normandía. Había gente de primer nivel de la política y la cultura internacional. Y festejaban. Es verdad que fue el comienzo del fin de la dictadura, pero ninguno se acordaba de los 10.000 muchachos que quedaron en esa playa. Cuando fui a Redipuglia en el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial se veía un bonito monumento y nombres en la piedra, nada más. Yo lloré pensando en Benedicto XV (que se refirió a la Primera Guerra Mundial como «una matanza inútil») y lo mismo en Anzio el día de los difuntos; en todos los soldados norteamericanos allí sepultados. Cada uno tenía una familia, cada uno podía ser yo. Hoy aquí en Europa cuando se comienza a escuchar discursos populistas o decisiones políticas de ese tipo selectivo no es difícil recordar los discursos de Hitler de 1933, que eran más o menos lo mismo que los discursos de algún político europeo de hoy.

Me viene otra vez a la mente un verso de Virgilio: «Meminisce iuvavit». Recuperar la memoria, porque la memoria nos va a ayudar. Este es un tiempo para recuperar memoria. No es la primera peste de la humanidad. Las otras pasaron a ser anécdotas. Debemos recuperar la memoria de las raíces, de la tradición, que es memoriosa. En los Ejercicios de San Ignacio, la primera semana, y la contemplación para alcanzar el amor en la cuarta semana, están totalmente signadas por la memoria. Es una conversión con la memoria.

Esta crisis nos afecta a todos: a ricos y a pobres. Es una llamada de atención contra la hipocresía. A mí me preocupa la hipocresía de ciertos personajes políticos que hablan de sumarse a la crisis, que hablan del hambre en el mundo, y mientras hablan de eso fabrican armas. Es el momento de convertirnos de esa hipocresía funcional. Este es un tiempo de coherencia. O somos coherentes o perdimos todo.

Usted me pregunta sobre la conversión. Toda crisis es un peligro pero también una oportunidad. Y es la oportunidad de salir del peligro. Hoy creo que tenemos que desacelerar un determinado ritmo de consumo y de producción (Laudato si, 191) y aprender a comprender y a contemplar la naturaleza. Y reconectarnos con nuestro entorno real. Esta es una oportunidad de conversión. Sí, veo signos iniciales de conversión a una economía menos líquida, más humana. Pero que no perdamos la memoria una vez que pasó esto, no archivarlo y volver a donde estábamos.

Este es el momento de dar el paso. Es pasar del uso y el mal uso de la naturaleza, a la contemplación. Los hombres hemos perdido la dimensión de la contemplación; tenemos que recuperarla.

El momento del pobre

Y hablando de contemplación, quisiera detenerme en un punto: es el momento de ver al pobre. Jesús nos dice que «a los pobres los tendréis siempre con vosotros». Y es verdad. Es una realidad, no podemos negarlo. Están ocultos, porque la pobreza es pudorosa. En Roma, en medio de esta cuarentena, un policía le dijo a un hombre: «No puede estar en la calle, tiene que ir a su casa». La respuesta fue: «No tengo casa. Yo vivo en la calle». Descubrir esa cantidad de gente que se margina… y cómo la pobreza es pudorosa, no la vemos. Están ahí, pasamos al lado pero no los vemos. Son parte del paisaje, son cosas. Santa Teresa de Calcuta los vio y se animó a empezar un camino de conversión.

Ver a los pobres significa devolverles la humanidad. No son cosas, no son descarte, son personas. No podemos hacer una política asistencialista como hacemos con los animales abandonados. Y muchas veces se trata a los pobres como animales abandonados. No podemos hacer una política asistencialista parcial. Me atrevo a dar un consejo. Es la hora de descender al subsuelo. Es conocida la novela corta de Dostoievski, «Memorias del subsuelo». En otro relato más breve, «Memorias de la casa muerta», los guardias de un hospital carcelario trataban a los presos pobres como cosas. Y viendo cómo trataban a uno que acababa de morir, otro de los presos les dijo: «¡Basta! ¡Ese hombre también tenía madre!». Decirnos muchas veces: ese pobre tuvo una madre que lo crio con amor. Después, en la vida no sabemos lo que pasó. Pero pensar en ese amor que recibió, en la ilusión de una madre, ayuda. Nosotros a los pobres no les damos derecho a soñar con su madre. No saben lo que es cariño, muchos viven drogados. Y ver eso nos puede ayudar a descubrir la piedad, la pietas que es una dimensión hacia Dios y hacia el prójimo. Descender al subsuelo, y pasar de la sociedad hipervirtualizada, sin carne, a la carne sufriente del pobre. Es una conversión que tenemos que hacer. Y si no empezamos por ahí, la conversión no va a andar.

Servidores esenciales

Pienso en los santos de la puerta de al lado en este momento difícil. ¡Son héroes! Médicos, religiosas, sacerdotes, operarios que cumplen con los deberes para que la sociedad funcione. ¡Cuántos médicos y enfermeros han muerto! ¡Cuántos sacerdotes, cuántas religiosas han muerto! Sirviendo. Me viene a la mente una frase que decía el sastre, a mi juicio una de las personas mas simples pero coherentes de «I promessi sposi». Decía: «Non ho mai trovato que il Signore abbia cominciato un miracolo senza finirlo bene» («No he visto nunca que Dios comience un milagro y no lo termine bien»). Si reconocemos este milagro de los santos de al lado, de estos hombres y mujeres héroes, si sabemos seguir estas huellas, este milagro terminará bien, para bien de todos. Dios no deja las cosas a mitad de camino. Somos nosotros los que las dejamos y nos vamos. Es un lugar de metanoia (conversión) lo que estamos viviendo, y es la oportunidad de hacerlo. Hagámonos cargo y sigamos adelante.

¿Veremos una Iglesia aferrada a las instituciones, más «home Church», como se dice en el mundo anglosajón?

¿Menos aferrada a las instituciones? Yo diría a los esquemas. Porque la Iglesia es institución. La tentación consiste en soñar en una Iglesia desinstitucionalizada, por ejemplo, una Iglesia gnóstica sin instituciones, o sujeta a instituciones fijas, que la protejan, que es una Iglesia pelagiana.

Quien hace la Iglesia institución es el Espíritu Santo. Que no es ni gnóstico ni pelagiano. Él institucionaliza la Iglesia. Es una dinámica alternativa y complementaria, porque el Espíritu Santo provoca desorden con los carismas, pero en ese desorden crea armonía. Iglesia libre no quiere decir una Iglesia anárquica, porque la libertad es don de Dios. Iglesia institucionalizada quiere decir Iglesia institucionalizada por el Espíritu Santo. Una tensión entre desorden y armonía: esa es la Iglesia que debe salir de la crisis. Tenemos que aprender a vivir en una Iglesia tensionante entre el desorden y la armonía que provoca el Espíritu Santo. Si usted me pregunta qué libro de teología más le puede ayudar a entender esto son los Hechos de los Apóstoles. Ahí va a encontrar la manera en que el Espíritu Santo desinstitucionaliza lo que ya no sirve e institucionaliza el futuro de la Iglesia. Esta es la Iglesia que debe salir de la crisis.

Absolvió a todos

Me llamó por teléfono hace una semana un obispo italiano un poco angustiado que me decía que estaba recorriendo todos los hospitales queriendo dar la absolución a todos los que están adentro, desde el vestíbulo del hospital, pero había llamado a unos canonistas que le dijeron que no, que la absolución sólo se permite en un contacto directo.

—«¿Qué me dice usted, padre?», me preguntó el obispo.

—Le dije: «Monseñor, cumpla su deber sacerdotal».

—Y el obispo me dice: «Grazie, ho capito» («Gracias, he entendido»). Después supe que repartía absoluciones por todos lados.

O sea, es la libertad del Espíritu en ese momento frente a una crisis, y no una Iglesia cerrada en instituciones. Eso no quiere decir que no sea útil el derecho canónico: sí sirve, ayuda, y por favor usémoslo bien, que nos hace bien. Pero el último canon dice que todo el derecho canónico tiene sentido para la salvación de las almas.

Usted me pregunta sobre la «home Church». Tenemos que enfrentar el encierro con toda nuestra creatividad. O nos deprimimos, o nos alienamos –por ejemplo, con medios de comunicación que nos pueden llevar a realidades que nos sacan del momento–, o creamos. En casa necesitamos creatividad apostólica, creatividad purificada de tantas cosas inútiles, pero con añoranza de poder expresar la fe en comunidad y como pueblo de Dios. O sea: encierro con añoranza, esa memoria que hace añoranza y provoca la esperanza nos tiene que ayudar a salir del encierro nuestro.

¿Cómo es vivir esta Cuaresma y Pascua tan extraordinarias? ¿Tiene algún mensaje particular para los ancianos aislados, los jóvenes encerrados, y los empobrecidos por la crisis?

Usted me habla de ancianos aislados. Soledad y distancia. ¡Cuántos ancianos hay que los hijos no los van a ver en tiempos normales! Recuerdo que en Buenos Aires cuando visitaba los geriátricos yo les preguntaba: ¿Y qué tal la familia? «Ah, sí, muy bien, muy bien». «¿Vienen?» «Sí, ¡vienen siempre!». Luego la enfermera me decía que hace seis meses que no iban los hijos a verlos. La soledad y el abandono, la distancia. Sin embargo los ancianos siguen siendo raíces. Y deben hablar con los jóvenes. Esa tensión entre viejos y jóvenes tiene que resolverse siempre en el encuentro. Porque el joven es brote, follaje, pero necesita la raíz; si no, no puede dar fruto. El anciano es como raíz. Yo les diría a los ancianos de hoy: «Sé que sienten la muerte cerca y tienen miedo, pero miren para otro lado, recuerden a los nietos, y no dejen de soñar». Es lo que Dios les pide: soñar (Joel,3,1). ¿Qué les digo a los jóvenes? Anímense a mirar más adelante y sean profetas. Que el sueño de los ancianos corresponda a la profecía de ustedes. También Joel 3,1. Los empobrecidos por la crisis son los despojados de hoy, que se suman a tantos despojados de siempre, hombres y mujeres cuyo estado civil es «despojado». Lo han perdido todo o van a perder todo. ¿Qué sentido tiene hoy el despojo para mí a la luz del Evangelio?

Entrar en el mundo de los despojados, entender que aquel que tenía, hoy ya no tiene. Lo que pido a la gente es que se hagan cargo de los ancianos y los jóvenes. Que se hagan cargo de la historia y de los despojados. Y me viene a la mente otro verso de Virgilio cuando Eneas, derrotado en Troya, había perdido todo, y le quedaban dos caminos. O quedarse allí a llorar y terminar su vida, o aquello que tenía en el corazón de ir más adelante, subir al monte para salir de la guerra. Es un verso precioso: «Cessi, et sublato montem genitore petivi». «Cedí a la resistencia, y cargando a mi papá a la espalda, subí al monte». Eso es lo que tenemos que hacer hoy en día: tomar las raíces de nuestras tradiciones y subir al monte.

En el inicio de esta Semana Santa, compartimos las palabras de meditación de nuestro Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo: «los invito cada día a hacer una pequeña meditación para iniciar cada día de la Semana Santa con los criterios de Jesús, dejándonos guiar por la mirada que Dios tiene de nuestra vida» – expresó.

«Nos preparamos para un camino profundo, nuevo, en medio de una situación terrible – dijo el Arzobispo de Lima – un camino a esa sobriedad inicial con que comenzó la fe cristiana hace más de dos mil años».

Refiriéndose al Domingo de Ramos, Monseñor Castillo explicó que Jesús entró a Jerusalén montado en un burro: «no lo hizo como un rey poderoso, sino como un rey servidor, anunciado por los profetas como rey pobre y sencillo que alienta la vida de su pueblo».

También leyó el texto del profeta Isaías, del Tercer Cántico del Siervo: “el Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento, cada mañana me abría el oído, para que escuche como los discípulos, el Señor me abrió el oído, yo no resistí ni me eché atrás”.

Hoy todo cristiano es un discípulo que escucha a su Señor para decir al abatido una palabra de aliento

El Obispo de Lima meditó sobre las nuevas maneras de actuar que debe tomar el cristiano ante los nuevos signos de los tiempos: «nos hemos acostumbrado a sacar una imagen en procesión para resolver las cosas. Es verdad que la imagen nos dice mucho y es algo importante, pero en este tiempo nuevo, adverso, difícil, necesitamos decir una palabra de aliento al abatido».

Nuestra fe está siendo desafiada, no una fe que repite costumbres sino una fe que transmite el mensaje del Señor por medio de nuestro testimonio ¿Cuántas palabras de aliento requieren hoy todos los abatidos de nuestra patria y el mundo?

«Eso significa la Palabra de Dios – recuerda Monseñor Castillo – decir palabras verdaderas que reanimen y consuelen a las personas. Por eso Dios mandó a Jesús, porque Él era su Palabra, y esa Palabra está para decirnos: ‘yo no los abandono, yo siempre estoy con ustedes’« – resaltó.

Nuestra fe cristiana tiene un fundamento inamovible: nuestro Dios es Padre, y escogió a María como madre de Jesús para ser madre de la humanidad, porque Él quiere vivir  siempre como un Padre que nos genera, nos bendice y nos alienta

«Dios nos ha mandado a Jesús para ir superando nuestras imágenes de Dios temeroso o vengativo que podemos expresar en un momento de vacilación. El propio Jesús vivió momentos de dudas, como leemos en la lectura de Domingo de Ramos, ‘Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?’, porque Jesús asumió la propia duda humana, el propio sentir difícil de la humanidad, pero para mostrarnos que Él está con nosotros y pasa por nuestros problemas, introduciendo el ánimo y la esperanza» – comentó el Arzobispo de Lima.

La experiencia de nuestra fe cristiana, en este nuevo signo del tiempo, nos invita a vivirla con la intensidad del testigo que, creyendo en el Señor, escucha su Palabra y promueve la fuerza del Espíritu para levantar a los que están desalentados y regenerarnos en el amor

Finalmente, el Primado del Perú se unió al llamado del Papa Francisco a aprovechar este tiempo de pandemia para mirar y pensar cómo será el futuro adverso que nos espera: «tengamos fuerzas en el amor de Dios para imaginar cómo vamos a hacer para solucionar los problemas que vienen, con creatividad, con constancia y con fidelidad».

Artículo escrito por el Padre Juan Bytton (Blog: La Palabra Encarnada)

Es cada vez menos frecuente, pero lo sigue siendo, escuchar que lo que estamos viviendo con esta pandemia del COVID 19 es un castigo de Dios. En la historia humana se constata infinidad de veces la relación entre tragedia y voluntad divina. Es algo muy marcado en el imaginario social, independientemente de las culturas y/o la diversidad de confesiones religiosas.

Haciendo un recorrido por la Biblia podemos pensar que esta idea de “maldición colectiva” tiene su origen en el relato conocido como las “10 plagas de Egipto” narrado en el libro del Éxodo capítulos del 7 al 12. Se trata del castigo de Dios que cae sobre un pueblo opresor (Egipto) el cual no deja en libertad a un pueblo sometido (Israel). Dios que ha prometido ser el protector de Israel decide castigar al Faraón de Egipto enviando estas plagas. Es tan fuerte este “juicio de Dios” que las tradiciones históricas (1 Samuel 5-6) y proféticas (Isaías 19; Jeremías 44; Ezequiel 29-32; Amós 4, 6-12) las recogen también.

Recordemos cuales son estas 10 plagas: el agua del Nilo se convierte en sangre; las ranas invaden el pueblo; los mosquitos en la ciudad; la invasión de moscas; la peste que mata a los animales; las úlceras en el pueblo; la feroz granizada; la invasión de langostas; las tinieblas; y la muerte de los primogénitos. La reacción del Faraón es diversa frente a cada una de ellas, pero finalmente su “corazón obstinado” impide dejar al pueblo de Israel irse. La décima plaga, la muerte del primogénito, es la más radical, porque pone en juego la vida de los inocentes y el futuro, y porque con ella no hay distinción de título ni de clase, morirá desde el hijo del Faraón hasta el hijo del preso en la cárcel. Frente a esta realidad el pueblo de Israel no sólo es dejado en libertad sino expulsado de Egipto. El reflejo de la realidad histórica y las prácticas rituales de la época han sido muy estudiados y difícilmente determinados con exactitud.

Este relato, solemne y armónicamente escrito, cuenta con tres estribillos cuya frecuente repetición nos muestra cuáles son las principales ideas que el autor quiere transmitir: “deja ir a mi pueblo para que me de culto”; “el corazón del Faraón se endureció”; y “en esto conocerás que yo soy el Señor”. Tres ideas que hablan de intención, actitud y resultado. El autor quiere evidenciar que todo acto humano tiene consecuencias y que la acción divina se interpreta estando atenta a éstas. Se trata de conocer el lenguaje de Dios a través de los acontecimientos humanos. El personaje del Faraón es un “tema” bíblico clásico: el mal. Esta realidad toma muchas formas a lo largo de las Escrituras, desde la serpiente (Génesis 3,1) pasando por “el príncipe de este mundo” (Juan 10, 11) hasta el Anticristo (1 Juan 2, 18). Su derrota es la victoria de Dios, es decir, la salvación del pueblo. La interpretación teológica de este drama toma en cuenta el lenguaje simbólico por el cual un pueblo quiere transmitir la presencia de Dios en su historia y dejar una lección capaz de ser interpretada y celebrada por las generaciones futuras.

El arte narrativo de las “10 plagas” logra que el mensaje prevalezca sobre la preocupación de reconstruir el pasado y por ello nos podemos ubicar en dos escenarios: 1. Se trató de desastres para el pueblo egipcio queriendo culpar a la presencia extranjera; 2. Se trató de hazañas de victoria del pueblo israelita que superó la adversidad. En definitiva, lo que está en juego es la libertad de un pueblo, no para volver a ser esclavo de algo o de alguien, sino para que sea totalmente libre y ponerse a disposición de aquellos por los que Dios los liberó: el sufriente, el vulnerable, el olvidado. “No oprimirás ni maltratarás al emigrante, porque ustedes fueron emigrantes en Egipto” (Éxodo 22, 20). Ser un pueblo “elegido” significa disponerse y confiar para construir un futuro que haga de la memoria, las lecciones aprendidas y la superación pilares de esperanza inquebrantables.

Digámoslo claro. Dios actúa en la historia, y cuando se vive una inesperada crisis letal no se puede hablar de un castigo divino, sino de asumir el momento como prueba de nuestra capacidad de reflejar las características del Dios que nos protege, un Dios de la vida, de la solidaridad, de la superación comunitaria del mal. Esto es evidente en la “décima plaga” asociada a la Pascua, es decir, al recuerdo del paso de Dios que salva al pueblo encerrado por el miedo en una noche inhóspita. Al igual que dicha plaga, estamos ante una realidad que pone en evidencia nuestra fragilidad humana y nuestras profundas brechas sociales, por ello pone a prueba nuestra capacidad de salir adelante juntos y la conciencia de actuar por el bien común, lo verdaderamente esencial en la vida. En estos días, nos confrontamos con esa soledad que se convierte en solidaridad cuando salimos de los lugares que nos encierran en el más puro egoísmo y mirada estrecha, y nos afincamos en la unión de un mismo sentir: la construcción de una sociedad que garantice el derecho a la vida, a la salud, a la justicia y a la paz.

Hoy estamos ante una pandemia y en tiempo de prueba. La solución está en la misma raíz de la palabra griega que define este momento: pan = todo – demos = pueblo. Es tarea de “todo el pueblo” hacer historia por su capacidad científica y empática de sentirse como tal cuando hace de la crisis oportunidad de nueva humanidad. La solución está en nuestras manos y nosotros en las manos del Dios de la historia que “ha vencido a la muerte y sacó a la luz la vida” (2 Tim 1, 10).

Artículo escrito por el Padre Luis Sarmiento, Vicario de la Comisión de Vida y Familia

Parece que todo está dicho, las redes y todo tipo de medios informan entre auténticos  y desacertados aportes lo que transcurre en nuestra realidad , por otro lado se nos recuerda quiénes somos, qué clase de nación y de lo que podemos ser capaces.

Es cierto que somos un país diferente, que sabemos ser una voz cuando entonamos “Contigo Perú”, que sabemos ser solidarios en diversas tragedias como en la más reciente en Villa El Salvador que nos lleva a pensar que eso podía suceder en cualquier barrio de nuestra ciudad, que no cerramos los ojos antes situaciones desconcertantes, que  nos hemos llenado de miedo ante una calle Tarata explosionada para recién comprender la nefasta ideología terrorista. Es cierto que cada acontecimiento vivido nos da una lectura que nos debe mover a actuar. Somos un país ensantado que quiere creer.

Creer no es solamente saber que hay un Dios providente, que no es indiferente, que es un Dios cercano y próximo que hace un camino en cada historia, como la tuya y la mía, que nos guarda con su misericordia.

Las circunstancias en que vivimos no solamente es noticia, es el escenario de nuestras existencias  porque sí nos toca, nos mueve, nos pone frente ante nuestros miedos, nos obliga a tomar postura. Estamos frente a un enemigo invisible que no se las guarda nada, que ha aprovechado nuestra libre individualidad, que crece geométricamente, que mata a los más vulnerables, que alimenta nuestros temores.

Nuestra postura no se reduce solo a encerrarnos para contribuir con el aislamiento social, no es tan solo cumplir con una obligación, no nos están atando de manos y pies, no nos han quitado nuestras iglesias, no nos pueden  quitar las ganas de vivir. Esta es nuestra oportunidad para darnos cuenta que no vivimos en una cárcel, que nuestra casa es más que eso, es una Iglesia que está por construir, que es una familia, que a pesar de sus circunstancias,  podemos compartir nuestros miedos y esperanzas, que podemos fortalecer nuestras ilusiones, que cada encuentro en la mesa no es solamente para partir el pan, sino para compartir, para crecer, fortalecer el vínculo, para hacer creíble la presencia de Dios en medio de nuestra casa.

Tenemos la oportunidad de no perder tiempo en nuestras cosas sino en invertirlos en los momentos que acrecentamos la unidad, que nosotros mismos nos hemos quitado, para preparar nuestra liturgia en medio de lo cotidiano, en santificar la convivencia en medio de malas noticias. En la Asamblea Sinodal despertamos a una Iglesia que sabe ponerse en camino, que acoge, escucha y acompaña.

Este tiempo de cuaresma es especial para cada uno de nosotros, es tiempo para juntos, como Iglesia, vivamos este desierto con la esperanza puesta en el Señor que se hace compañero de camino, que nos invita a hacer el camino del Triduo Pascual, para morir y sobre todo a resucitar con nuestras familias y nuestras comunidades en unidad con Él.

En una entrevista vía Skype concedida al periodista español Jordi Évole, el Papa Francisco destaca que tiene esperanza en que la crisis por coronavirus «enseñe» a los «pueblos para revisar sus vidas»: «Vamos a salir mejores. Menos, por supuesto, muchos quedan en el camino y será duro, pero tengo fe».

«Yo tengo esperanza en la humanidad, tengo esperanza en los hombres y en las mujeres de esta humanidad, tengo esperanza en los pueblos. Tengo mucha esperanza. Pueblos que van a tomar de esta crisis enseñanza para revisar sus vidas. Vamos a salir mejores. Menos, por supuesto, muchos quedarán en el camino y será duro. Pero tengo fe, vamos a salir mejores», reflexiona el papa Francisco en Lo de Évole sobre el coronavirus.

Jordi Évole cuenta al papa cómo «muchas empresas están despidiendo a muchísimos trabajadores» por la crisis del coronavirus, algo que no gusta nada al pontífice, quien destaca que «las soluciones concretas las tiene que buscar cada uno en cada situación, pero ciertamente, ‘el sálvese quien pueda no es solución’«.

Por ello, el papa pide a los empresarios que no despidan a sus trabajadores: «Una empresa que despide para salvarse no es una solución. En este momento más que despedir, hay que acoger y hacer sentir que hay una sociedad solidaria. Son los grandes gestos que hacen falta ahora».

Por otro lado, en una situación como la crisis por coronavirus, Jordi Évole pregunta al papa si «se pueden tener crisis de fe»; «¿Hasta un papa puede poner en duda la existencia de Dios?».

El Papa confiesa que, aunque en este momento no, en su vida sí recuerda haber tenido sus «dudas de fe»«He tenido mis crisis de fe y las he resuelto por la gracia de Dios. Pero nadie se salva del camino común de la gente, que es el mejor camino, el más seguro, el concreto. Y eso nos hace bien a todos».

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