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Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, participó en una ponencia sobre el tema de la pandemia y la juventud, en el marco del ciclo de videoconferencias: «Diálogos con el Padre Eduardo», que dirige Eduardo Humberto Palacios Morey, Párroco de la Parroquia Matriz La Inmaculada, en Talara.

Durante la videoconferencia, se compartió el testimonio de cuatro jóvenes ponentes: Rosa Córdova, Luis Valle, Raquel Ramírez y Manuela Arechaga, quienes reflexionaron, desde sus experiencias y vivencias, cuáles son los problemas más apremiantes de la juventud en medio de esta crisis sanitaria.

«Todos los problemas que expresamos, coinciden con el término de una época que ha llegado a agotarse».

Sobre las experiencias recogidas por los jóvenes en la videoconferencia, Monseñor Castillo explicó que, «cuando se narran experiencias, el papel de alguien que interviene, no es para contar solamente su experiencia, sino para hacer un aporte que recoja los elementos comunes y ver más allá».

«El Papa ha asumido que estamos en una de las mayores crisis de la historia de la humanidad, prosiguió el Arzobispo, y no estamos entonces ante un problema sencillo y fácil, sino que todos los problemas que expresamos, coinciden con el término de una época que ha llegado prácticamente a agotarse».

En ese sentido, Monseñor Carlos señaló que este mundo actual, «gracias a los grandes intereses financieros, ha desarrollado una expansión capitalista que genera, por medio del liberalismo, un proceso de una vida acelerada, donde no hay tiempo para poder ser persona, para vivir, para respirar, entonces, se genera un mundo que conforme se acelera más, va desbaratando todo, y todo se reduce al apetito de ganar, todas las condiciones humanas en las que vivimos son funcionales a la rentabilidad, a la productividad, y finalmente todo se reduce a una sola consigna: cómo ganamos más en menos tiempo».

El problema grave de esto es la desintonía, el hiato que hay, la ruptura que existe entre la vida humana en su calidad más sencilla y diaria, y este vivir con un mínimo de respiro e inmersión, sumergidos todos en una vorágine que no nos permite esa vida humana que hemos recibido.

«El mundo global, engloba, pero no protege».

Es por eso que, para el Arzobispo, vivimos en un constante deseo por ser acogidos: «el ser humano no puede vivir sin acogida, sin comunidad», precisa. «Este mundo global que se ha creado, pretende cumplir las funciones que tuvo la familia o la comunidad, que forman parte de un primer globo, junto a los distritos, los pueblos sencillos que están alrededor de nosotros y nos permiten vivir. Luego se creó el Estado, segundo globo, que intentó cumplir funciones del primer globo familiar y pueblerino; y finalmente un mundo global enorme con una estructura débil, y que en cualquier momento se desbordaba».

«Esta pandemia es el primer signo definitivo de que este mundo global, engloba, pero no protege, subraya el Primado del Perú, es más, los testimonios mencionados por uno de los jóvenes sobre el machismo, muestra que este mundo global no solamente no protege, sino que acentúa ciertas taras coloniales que existían antes, y que las hace pervivir porque mantiene las diferencias, y estas permiten un control destructivo de las relaciones, despreciando a las mujeres, a las personas pobres, a los que no pueden ‘correr’ tan rápido en la lógica del mundo acelerado».

El Santo Padre ha dicho que tenemos migraciones por todas partes del mundo, y por ello, su primer signo fue ir a Lampedusa a acercarse a los migrantes. Pero también tenemos el problema del hambre, la desertificación y la destrucción de la Amazonía, el desbalance entre el crecimiento de las ciudades y la disminución del campo. A esto se refería Francisco cuando dijo: ‘creíamos que nosotros podíamos enfermar al mundo y vivir en él sin enfermarnos’.

Resanar las heridas de la sociedad en el mundo.

«El Papa ha lanzado el gran desafío, un proyecto para resucitar a la humanidad, es decir, asumirnos como seres  humanos concretos que tienen que resolver problemas concretos, pero mirando lejos, sabiendo que cada tarea que estamos haciendo, es una tarea para mancomunar, revalidar, y recomponer los lazos mundiales entre las poblaciones, para asumirla sin necesidad que haya una dirección tirana, ni una dirección que nos use, sino una dirección de anchura participativa y democrática», manifestó Monseñor Castillo.

Está naciendo, por primera vez, la conciencia de que la ciudadanía a nivel mundial, puede ser el factor solidario capaz de controlar el proceso desde abajo, y empezar a ir resanando todas las heridas de la sociedad en el mundo.

El Obispo de Lima explicó que «la Iglesia también tiene esa misma estructura: piramidal, jerárquica, los varones y el clero deciden, los otros están abajo, hay que decirles todo lo que tienen que hacer. La participación se ha convertido hoy, en el eje estructurador, en el eje organizador de todas las esperanzas que hay. Eso es lo que se llama sinodalidad», puntualizó.

El desafío de dinamizar la Iglesia y de la auto-organización.

El Arzobispo de Lima advirtió que también se avecina un periodo de hambre: «después de la parálisis que ha generado la pandemia, viene una dinámica muy lenta que vamos a tener que afrontar: es el periodo del hambre, donde pueden morir muchas personas más».

Por ello, Monseñor Carlos recalcó que la auto-organización es el desafío más importante y preciado que tenemos que pensar: «organizarnos en sus diversas formas, inclusive para que la inversión vaya en aquellas cosas que son necesarias y elementales para la vida de todos. Eso requiere un pensamiento común entre todos los peruanos, que se organicen bajo algunas ideas elementales que todos propiciemos, para que de esas ideas haya posibilidad de otro tipo de política».

Hay que dinamizar la Iglesia, primero para paliar el hambre que viene, pero la Iglesia también tiene que ser lugar de construcción humana y social de nuestro pueblo. La Iglesia no puede decir: ‘nosotros nos dedicamos a la liturgia y que nuestro pueblo se la consiga solo’. Tenemos que ser iglesias en donde la parroquia, como eje estructurador de los barrios, ayuda en la estructuración de las comunidades barriales, en la comida, en la educación, en la producción y en la fe.

Desarrollar la juventud de forma creativa y a través de la solidaridad.

Por otro lado, este tiempo de pandemia ha permitido ver las iniciativas de los jóvenes, así lo destaca Monseñor Castillo, que agradece el apoyo de los voluntarios en las diferentes parroquias de Lima: «ha sido impresionante su salida, inclusive en el peligro, además de otras ideas creativas para la salud, ayuda en asistencia psicológica y espiritual».

«Antes de la pandemia, la juventud ya sentía el obstáculo de no poder desarrollar toda su juventud, porque estaba presionada por la aceleración del sistema. Antes de la pandemia, los jóvenes tomaban las plazas de toda la ciudad para bailar, y en la noche sacaban tiempo para poder vivir su vida de joven. Antes de ser adultos, los jóvenes deben resolver la identidad y la intimidad; y para ello, necesitan vivir las relaciones humanas a fondo. Sin eso un joven no puede ser un adulto», acotó.

El joven no deja de ser joven, y necesita espacios para el deporte, el arte, y el encuentro con los demás. Esta situación que estamos viviendo ahora, ha hecho que los jóvenes desarrollen su juventud en forma creativa, desarrollen su capacidad de ser íntimos y de ser idénticos a través de la solidaridad.

«No queremos que haya jóvenes que sean adultos sin antes haber sido jóvenes, recordó el Arzobispo, pero sí queremos que la juventud sea vivida con el valor humano, como un lugar de enorme capacidad, de identidad e intimidad, que puede generar, luego, adultos sanos».

«Este tiempo es para muchos el fin de algo, para nosotros es una oportunidad de empezar un tiempo nuevo, la pregunta sería: ¿Qué tipo de mundo deseas y esperas?» – con estas palabras, el padre Luis Sarmiento, Vicario de la Comisión de Vida y Familia, reflexiona acerca de la dura realidad que nos interpela como seres humanos, como cristianos, y como Iglesia:

Volver a lo de antes

Padre Luis Sarmiento – Vicario de la Comisión de Vida y Familia

Esta pandemia, un problema de marca mundial, es oportunidad que ha generado cambios en todos los ámbitos y niveles, y que nos ha hecho descubrir o despertar  lo que estaba escondido: nuestro cielo está más limpio, hemos ejercido nuestra solidaridad con el que la sufre, ahora  somos más sensible a esta realidad, hemos aprendido a ponernos en los zapatos del otro.  Esta emergencia sanitaria es un punto de quiebre para volver a aprender a vivir con los otros, nuestras economías no van a ser las mismas (por lo menos de muchos) y  nuestro apoyo no acaba con el aislamiento. Es cierto, queremos volver a la normalidad, pero la pregunta será: ¿Volver a qué? parece ser una constante interrogante, y fácil sería pensar en volver a lo de siempre. 

Volver a vivir, volver con los otros

Los discípulos  parten de Jerusalén para ir decepcionados, desconcertados y golpeados a Emaús ¿para qué?, parece que cuando las esperanzas se fueron y  el dolor gana espacio; cuando se desvanece la motivación no queda otra cosa que volver a lo mismo. Es cierto que los caminantes a Emaús solo piensan en volver a lo de antes porque tienen un duelo que no les permite reconocer al Resucitado, pero Jesús hace la diferencia, se hace el encontradizo en medio de su rutinaria cotidianidad, para darle a la información que estos discípulos manejan la luz de la Palabra y recuperar lo que perdieron, y lo que les quitaron, para recuperar la fe, para volver a vivir, y sobre todo, volver con los otros. Esto nunca significará volver a lo mismo.

Los discípulos no vuelven a lo de antes porque estén obligados, sino porque es en las situaciones propias del día a día donde se da la presencia del Señor, Él es el compañero de camino, es en la mesa de los amigos donde es reconocido, en el pan que se parte y reparte y  con el corazón ardiendo, y donde los miedos y decepciones son puestos de lado. Los discípulos interrumpen el camino que va a Emaús, para no volver a lo de antes, para contagiar con su experiencia de volver a vivir.

No volveremos a lo mismo, porque esta pandemia, que es una especie de examen de fin de curso, ha puesto en evidencia que en algunas materias hemos reprobado, con la ecología, con los demás, y también con el mismo Dios.

Hemos creído que lo único que importa es ganar más, tener más poder, hemos defendido la vida y a la vez permitido situaciones injustas (que recaían en contra de algunas otras vidas) hemos vivido en familia, pero ahora que muchos físicamente estamos distanciados descubrimos recién su auténtico valor. 

Éste tiempo se ha convertido en un nuevo comienzo para valorar la unión, no de conceptos sino de corazones, de actitudes solidarias, de desprendimientos, de oración en familia, de  salir de la zona de confort; tiempo para empezar a dirigir la mirada a Dios, a lo necesario, y aquello que hemos dejado en el camino, hemos redescubierto que la vida de cada ser humano es de Dios y que se respeta y también se ama. 

No se vuelve a lo mismo desde  que los discípulos llegan a reconocer  a Jesús Resucitado, y por eso, han sido capaces de buscar a los que, por el dolor y la ira, dejaron. Es tiempo de Pascua y estamos aprendiendo que es posible recuperar muchas cosas,  hemos mantenido nuestra fe y hemos entendido que nuestro hogar también es lugar de la Iglesia, tenemos viva la esperanza y una fe que se ha traducido en gestos de amor y solidaridad. Es posible  recuperar y marcar un nuevo tiempo en que el mismo Señor nos ha preparado, en medio de este distanciamiento que todavía se mantiene,  para convertir nuestro mundo en algo mejor. 

El Señor hace las cosas nuevas. Este tiempo es para muchos el fin de algo, para nosotros es un tiempo para empezar uno nuevo, la pregunta sería: ¿qué tipo de mundo deseas y esperas? Solo tienes que dar una respuesta que te ponga en camino.

«Madre, nos haces una falta sin fondo, más ahora que encerrados en casa, no estás», es parte del poema que nos regala el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo, por del Día de la Madre. En este tiempo de distanciamiento social, y a través de la voz de nuestro pastor, queremos recordar a todas las madres presentes humana y espiritualmente.

MADRE

Madre, nos haces una falta sin fondo
más ahora que encerrados en casa, no estás,
y tu voz sigue diciéndonos que
debemos levantarnos temprano,
que la vida se gana cada día,
que vamos a salir de compras,
que es la hora del almuerzo,
que por fin llegaste del colegio,
que es mejor dormir temprano.

Madre, tu ausencia se siente a gritos,
pero aún se escucha que pulula
por los entresijos del barrio
con tu taconeo apurado
cuando morían los amigos
y los velabas en la casa,
servías el amargo café
y con la mano en la espalda
“Ya compadrito”, “tranquila hijita”.

Mamá, la pandemia ha roto tu país,
en toda la ruta de Chiclayo a Lima
los muertos caen sin consuelo,
las familias lloran sin descanso,
se contagian sin medida
y salen a comprar con peligro de sus vidas
migrantes, como cuando tú llegaste,
los nuevos “linces” de aquellos años
se llenan del hambre que pasábamos antes.

Mamá, tu corazón parece aún latir,
tus palmaditas al hombro parecen aún golpear,
tu consuelo parece aún alentar,
y es que te cuento…
los vecinos se están ayudando,
las autoridades están subsidiando,
las iglesias se están movilizando
el Ejército y la Policía sirviendo,
las enfermeras y los médicos se están dando,
los más pobres colaborando,
las pequeñas empresas preparando,
las madres presas con sus niños se van liberando
solo pocos faltan abrir su corazón.

Contágialos mamita de tu amor,
y haz que oren en casa
como cuando rezábamos el Rosario,
y con mis hermanas jugábamos a hacer misa,
cuando no había luz
y reíamos de cosas nimias

Contágianos, mamita linda
y ábrenos el corazón y el puño a todos
y contágianos también tu sonrisa
aquella que me regalaste para dar la vida.
Sigue taconeando mami, sigue hablando
que nos hace falta sin fondo tu palabra,
la que te enseñó Jesús y María,
la que me dijiste esa última vez:
“Enseña siempre que hay un Padre en el cielo
que nos ha ayudado siempre
para que siempre nos ayudemos”.

Este segundo domingo de mayo, Día de la Madre, tal vez no podamos visitar a mamá, pero nuestro corazón y oración están con ella en todo momento. Cuidemos a mamá respetando el aislamiento social para que el reencuentro sea posible y volvamos a compartir el pan en la mesa. ¡Feliz día de la madre!

En este cuarto y último episodio del ciclo de videomensajes «Actitudes humanas y cristianas en tiempos de pandemia», Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, reflexiona acerca de la necesidad de educarnos mutuamente como sociedad a partir del diálogo y la escucha, tal y como lo hizo Jesús, maestro y educador que enseñó pedagógicamente a sus discípulos a partir de las experiencias compartidas.

El Arzobispo de Lima se refirió a la ‘viveza’ y ‘criollada’ que tenemos los peruanos para escapar de las normas de aislamiento social obligatorio, y puso como ejemplo lo ocurrido hace pocos días en Piura, donde un grupo de personas hizo una larga fila para comprar cerveza en grandes cantidades: «en una situación tan difícil como la que estamos viviendo, eso es una falta de conciencia social, no hay amor propio ni amor a la comunidad» – manifestó.

Tomemos este tiempo de pandemia como una oportunidad para volver a aprender normas de vida adecuadas y justas

Monseñor Carlos Castillo señaló que debemos tener una «actitud educativa para aprender nuevas maneras de organizarse en la vida, renunciando a ciertas cosas, como por ejemplo, al trato directo sin mascarilla al salir a comprar en los mercados. Debemos escuchar las directivas y reflexionarlas para ver las consecuencias que eso puede tener en nuestras vidas» .- apuntó.

Conocer y escuchar la realidad para entender la situación

Y para explicar la actitud educativa de nuestra fe cristiana, el Arzobispo de Lima recordó el Evangelio de Lucas (24,13-35) del III Domingo de Pascua que narra el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús: «ellos van tristes, salen de Jerusalén y van a su pueblo porque el Señor ha muerto y les ha parecido un fracaso, todas sus esperanzas se cayeron» – comenta.

El Señor al aparecerse entre ellos no toma una actitud de recriminación contra sus discípulos, «primero los educa – precisa Monseñor Castillo – para educar Jesús le pregunta siempre a las personas qué cosa les está pasando, escucha la realidad. Esta expresión de lo que sentimos es importante para encontrar si es razonable o no lo que estamos haciendo, pero primero hay que contar lo que somos. lo que estamos viviendo».

La mejor manera de educarnos es diciendo los problemas y las experiencias que tenemos desde dentro, no vamos nunca a comprender ni a recibir un consejo si antes no sabemos qué tenemos, y por eso debemos decirlo

Después que los discípulos contaron todo su drama, «viene el consejo del Señor y les explica las cosas, les va profundizando, y dentro de eso los discípulos después van a decir: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las escrituras? – porque cuando uno educa requiere de alguien que lo quiere y acompañe para hacerle ver las cosas sin imponer, sino partiendo del drama vivido» – explicó Monseñor Castillo.

Antes de tomar decisiones sin pensar, tenemos que darnos un tiempo para ver nuestro propio drama y para decirnos unos a otros qué nos está pasando, solamente así podremos decir qué consejo nos da el Señor, por qué se hacen las cosas y actuar según la comprensión

«Todos estamos llamados a entrar en un momento de reflexión que nos ayude a poder salir adelante en nuestra sociedad – prosiguió el Obispo de Lima – acompañemos unos a otros a educarnos, especialmente a nuestros hijos que pasan los días en casa y asisten a las clases virtuales. Compartamos y hagamos un diálogo para comprender lo que se dice en clases, tomando como ejemplo el gesto del Señor con sus discípulos».

Y dirigiéndose a los hogares limeños, Monseñor Castillo propuso que, además del desarrollo de las clases virtuales, se generen espacios de «conversación real» con algunos de los miembros del hogar para acompañar a los hijos y hablar sobre lo aprendido en cada jornada.

«Que Dios los bendiga, los acompañe, y que en este camino educativo nos ayudamos unos a otros a educarnos» – concluyó.

En este tercer episodio de «Actitudes humanas y cristianas en tiempos de pandemia», Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, reflexiona sobre los nuevos desafíos que debemos asumir para mejorar el orden de nuestra vida familiar: «Que todos tengamos mejores familias a través de un reordenamiento de nuestras tareas, incorporando sobre todo las que nos protegen más».

Este tiempo de aislamiento social obligatorio ha empezado a introducir en nuestras vidas familiares una serie de hábitos que debemos cumplir con disciplina y sentido responsable para proteger la vida de nuestros seres queridos, así lo asegura Monseñor Castillo: «si queremos realmente a nuestra familia debemos mantener una distancia prudente, lavarnos las manos con agua y jabón para no infectarnos e inventar juntos normas que nos permitan convivir tomando decisiones».

Y aunque somos una cultura de comunidad cercana y expresiva, que «nos encanta tocar las imágenes en las Iglesias y besarlas», nos encontramos en un periodo nuevo donde se necesita, además de mantener la distancia, saludarnos respetuosamente: «eso lo hemos visto en el rito de la paz cuando nos saludamos con una venia – comenta el Arzobispo de Lima – y eso es nuevo, no estamos habituados a eso, pero debemos hacerlo sabiendo que está en juego la vida de la familia».

Superar las actitudes excesivamente afectuosas que recibimos por herencia cultural

El Señor también nos enseña que «tiene varias formas de curar, en algunas toca a las personas, pero en otras es a distancia. Este gesto se puede ver, por ejemplo, en el encuentro con el centurión que le dice: ‘Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará para sanarme’ – Jesús cura a distancia» – expresa el Primado del Perú.

Tenemos que superar aquellas actitudes excesivamente afectuosas que hemos recibido por herencia cultural de siglos, si bien son importantes, debemos recordar que si nos excedemos podemos contagiarnos

En otro momento, Monseñor Carlos Castillo se refirió a los roles y tareas que debemos distribuir en el hogar: «en este tiempo podríamos inventar formas de ser activos todos y superar un poco ciertas normas en donde la mamá siempre tenía que cocinar. La auto-organización es muy importante porque ayuda enormemente a nuestras familias a regenerarse, a recrearse como unidades» – subrayó.

«Ha llegado el momento de cambiar – reitera el Arzobispo de Lima – tenemos que trabajar todos y compartir las cosas, porque un buen ordenamiento nos puede permitir a todos participar para el bien de la comunidad familiar»

«También es muy importante que en la vida familiar esté presente la oración, y les pido que esa oración sea de aliento y de fuerza para poder caminar juntos. Ahora que estamos en casa, antes de dormir, nos reunimos un ratito, escuchamos la Palabra de Dios, meditamos cómo nos ha ido en el día, le pedimos perdón al Señor por las faltas que hemos podido tener los unos hacia los otros, y damos gracias por lo bonito que ha sido el día» – precisó Monseñor Castillo.

En esta segunda reflexión, el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo, aborda uno de los temas que más acongoja a muchas familias durante este tiempo de crisis sanitaria: la muerte y la pérdida de un ser querido a causa del coronavirus: «La actitud fundamental ante el fallecimiento y la separación con alguien que ha muerto en ésta o cualquier otra condición, es retomar la huella que nos ha dejado. Todos tenemos un legado dejado por nuestros hermanos, y desde el primer momento en que nos dejan, en medio del dolor y el llanto, podemos tomarnos el tiempo suficiente, en el silencio respetuoso, para recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo», señaló.

La dolorosa partida de nuestros seres amados en las condiciones y restricciones del aislamiento social, agudizan los sentimientos de dolor y abandono que podemos experimentar, y por eso, conviene reflexionar juntos para enfrentar esta trágica realidad de separación:

«Cuando nos deja un familiar y no podemos estar ni siquiera cerca de él, es normal que suframos y pasemos un tiempo de duelo, abandono y soledad – explica Monseñor Castillo – pero es importante que no entremos en desesperación y tengamos un tiempo de despedida verdadera con aquel que fue un regalo para nosotros».

Recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo

«La muerte suscita en nosotros una solidaridad con la persona que amamos, al no poder olvidarla, al sentir la dependencia del amor que le tenemos, al sentir el cariño profundo de hermandad que nos comunica – dijo el Arzobispo de Lima – si bien nos sentimos abandonados porque la persona ya no está, nos sentimos también profundamente unidos porque significó algo para nosotros».

Cuando hay muerte, nos sentimos completamente rotos y abandonados, sin embargo, toda soledad es también un encuentro con aquellos que nos dieron la vida y nos acompañaron

En la ausencia física de la persona sentimos que hay una presencia real en nosotros, explica Monseñor Castillo, «porque se ha encarnado en nosotros y cada uno tiene ya sus propios sentimientos, parte de nosotros es el que se fue, y por eso, quisiéramos tenerlo más cerca para que siga alimentando las cosas que nos dio».

Quizás sea este el secreto de la fe cristiana, Jesús impregnó de tal manera con su Espíritu a los discípulos que jamás pudieron olvidarlo, y a pesar de estar tristes, reconocieron que habían fuentes de resurrección que atravesaron sus vidas, de tal manera que ya estaba vivo en ellos a pesar de haber muerto

«Todos tenemos un legado dejado por nuestros hermanos, y desde el primer momento en que nos dejan, en medio del dolor y el llanto, podemos tomarnos el tiempo suficiente, en el silencio respetuoso, para recoger aquello que nos dejaron, interiorizarlo, imitarlo y compartirlo», subrayó Monseñor Castillo.

Todos somos un mosaico de solidaridad y colores diferentes

Por otro lado, los gestos de servicio gratuito de los médicos y enfermeros nos muestran que «aún cuando no estamos cerca de nuestras familias, siempre hay alguien que es hermano nuestro, y a través de esa entrega gratuita la humanidad se extiende en su mayor nobleza, porque llevamos la hermandad en las venas y no nos resistimos a vivir egoístamente cuando otro sufre. Ésa es la actitud del testigo de Dios, del testigo que ama y entrega su vida hasta el punto de no pensar en sí mismo».

«Tenemos la esperanza de que todo pueda resolverse siempre con la solidaridad y el amor, y esta es nuestra gran crítica como peruanos a este mundo basado en el poder, en el afán de ganancia y en el uso de las personas, un poder indiferente ante el sufrimiento y la muerte», precisó el Arzobispo de Lima

Todas las personas somos un mosaico de solidaridad y colores diferentes, que en conjunto hacemos el cuadro maravilloso del Perú que vivimos, nadie es despreciable, todos somos importantes para el mosaico del Perú que estamos construyendo

Finalmente, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a pensar juntos en las bases nuevos del renacimiento de nuestro país: «como dice el Papa Francisco, venzamos juntos el virus del egoísmo, el virus del desprecio, del choleo, del negreo, del gringueo, del chineo, para ser los peruanos que reconocen las huellas que el otro dejó en la propia vida de cada uno. Si recordamos hondamente lo lindo que han sido nuestros seres amados, siempre los llevaremos vivientes en nosotros mismos y difundiremos los valores que nos enseñaron y nos enaltecen».

La Oficina de Prensa del Arzobispado de Lima ofrece un nuevo ciclo de videomensajes de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, orientados a profundizar nuestras actitudes humanas y cristianas en tiempos de pandemia.

En este primer episodio, Monseñor Castillo reflexiona sobre la necesidad de cultivar y alentar la dignidad de cada persona y de todos: «todos hemos nacido para ser personas benditas, para vivir la bendición y la alegría de ser una persona humana digna. Por lo tanto, toda persona es digna de respeto, sean creyentes o no creyentes, sean pobres o sean ricos, especialmente son dignos los que son maltratados, los enfermos, las mujeres maltratadas, y los niños recién nacidos»– expresa en su mensaje.

El Arzobispo de Lima nos recuerda que «Dios nos ha creado a su imagen y para ser semejantes a Él, y ser creados a su imagen es ser creados para amar a imagen del amor de Dios, y por lo tanto, todos hemos nacido para ser personas benditas».

Si todas las personas son dignas, debemos intentar cultivar entre nosotros una actitud humana de respeto, de consideración por el otro, de servicio, evitando la desesperación y razonando las cosas con inteligencia para ver lo más adecuado y justo

Monseñor Castillo explicó que la fe cristiana «siempre ha tratado de formar el criterio a partir de lo que sentimos – sabiduría viene de saber y saber viene de sabor – qué sentimos, qué saboreamos, qué intuimos, qué es mejor hacer por respeto a la persona, no salimos con la primera desesperación loca que irrumpe y dice cualquier cosa. Eso es lo que vamos a tratar de educar en nosotros y vamos a hacerlo juntos, educar nuestras actitudes y aprovechar esta situación extrema para domesticar nuestras relaciones y crecer como sociedad, como pueblo».

El Primado del Perú hizo un llamado a que nuestra actitud frente a las personas enfermas de coronavirus sea de respeto y dignidad, evitando abandonarlas o llenarnos de prejuicios: «si conoces a alguien que tiene el COVID 19, en tu trabajo, en tu barrio, en tu familia, sigue las medidas de salud indicadas, con respeto y dignidad hacia el otro. Tenemos que aprender ponerse en el lugar del otro y ser recíproco en nuestras acciones» – apuntó.

Como Iglesia suscitemos madurez, comprensión seria de las cosas. Todos somos necesarios en esta vida, todos somos importantes, nadie sobra en este mundo. La verdadera humanidad considera que todos somos importantes y todos cabemos

«Que la dignidad de la persona humana que Jesucristo quiso defender entregando su vida por todos los seres humanos para que no hubiera muertes injustas como la de Él, ilumine estos días de reflexión y nuestro camino en este momento extremo. Que el esfuerzo de este aislamiento sea también la esperanza de que tendremos la recompensa en un abrazo fraterno y futuro entre todos» – concluyó.

Artículo tomado de Vatican News

El P. Francisco de Roux* es un jesuita que ha trabajado incansablemente por la consecución de la paz en Colombia. Actualmente es el presidente de la Comisión de la Verdad. Compartimos con ustedes un texto que fue publicado el pasado 29 de marzo por el portal Semana de Colombia y que nos invita a una reflexión en profundidad sobre nuestro modo de estar en el mundo y de relacionarnos con todo lo que nos rodea.

Como una contribución al pensamiento y el debate sobre lo que vendrá después de superar el actual momento de crisis sanitaria, ofrecemos a ustedes este artículo del padre Francisco de Roux, publicado en el portal Semana. A continuación, el artículo completo.

Nos creíamos invencibles. Íbamos a cuadruplicar la producción mundial en las tres décadas siguientes. En 2021 tendríamos el mayor crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2.000 especies por año haciendo alarde de brutalidad. Habíamos establecido como moral que bueno es todo lo que aumenta el capital y malo lo que lo disminuye, y gobiernos y ejércitos cuidaban la plata, pero no la felicidad.

Se nos hizo normal que el diez por ciento más rico del mundo, Colombia incluida, se quedara cada año con el 90 por ciento del crecimiento del ingreso. Habíamos excluido a los pueblos indígenas y a los negros como inferiores. Los jóvenes se habían ido del campo porque era vergüenza ser campesinos. Estábamos pagando investigaciones para arrinconar la muerte más allá del cumpleaños 150.

Había preguntas incómodas. Para acallarlas inventamos que podíamos prescindir de la realidad. Con Baudrillard y otros filósofos nos alienamos en un mundo “des-realizado” y escogimos líderes poderosos que dejaron de lado la verdad; y nos dimos a consumir cachivaches y fantasías y emociones que encontrábamos en Netflix, YouTube, Facebook, las celebridades y hasta pornografía de redes, donde metimos la cabeza como avestruces.

Quedaban los pueblos indígenas y los jóvenes y grupos de mujeres y de hombres que nos decían que habíamos perdido la ruta de la realidad y del misterio. Que las condiciones estaban dadas para una fraternidad planetaria. Les decíamos atrasados y enemigos del progreso. El declararse ateo, que puede ser una decisión intelectual honesta, se convirtió en no pocos muestra de suficiencia. El Homo Deus, Hombre Dios, fue el título del libro de Noah Harari que devoramos.

Pero de pronto la realidad llegó. El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados mirando subir las cifras reales de infestados y muertos. Y no sabemos qué hacer. Ante la realidad Harari llamó estos días al espíritu de solidaridad que antes no vio.

La vulnerabilidad

No estamos definitivamente seguros nunca. En pocas décadas, todos nos habremos ido con o sin covid-19. La aplanadora de la muerte empareja nuestras estúpidas apariencias. “Pallida mors aequo pulsat pede”. La pálida muerte pone su pie igual sobre todos. Y el día que llegue nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin carro, sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión, y con lo que hemos sido en mentira, egoísmo, deshonestidad. Así enfrentaremos el misterio y nos recordará o rechazará la historia.

Y sin embargo, vivir con grandeza la vulnerabilidad es vivir auténticamente, solidarios e interdependientes, porque allí entendemos que todos somos llevados los unos por los otros, protegidos los unos por los otros. No importa la raza, ni el género, ni el país de origen, ni las clases sociales, ni el dinero, ni la religión. Es el mensaje del covid-19.

La vulnerabilidad nos lleva a incluir a los demás sin creernos superiores. Nos permite celebrar cada día como si fuera el último. Nos da el coraje ante el riesgo y la audacia de anunciar con alegría la esperanza en medio de las incertidumbres.

La vulnerabilidad llega para que los gobiernos entiendan qué es el Estado. La única institución que tenemos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual, en las buenas y en las malas, las condiciones de la dignidad. Para eso están los presidentes y los ministros y la Policía y el Ejército, y los jueces y el Congreso. Todos vulnerables.

La verdad dura

En la Comisión de la Verdad de Colombia oímos con frecuencia que es un error buscar la verdad de lo que pasó en el conflicto. “Dejen eso así”, es la expresión proveniente muchas veces de un temor auténtico. Pero la realidad de la pandemia muestra que no podemos escapar de la verdad. Que tenemos la responsabilidad de esclarecerla. Por eso la pregunta mundial hoy es sobre la verdad del covid-19, ¿qué elementos lo componen, ¿cómo se expande? ¿cómo se puede detener? No aceptamos que nos digan que posiblemente es el montaje de un susto, que a lo mejor en un mes habremos salidos, que con el rezo de una novena se cura. No nos sirven suposiciones, ni ilusiones, ni creencias. Necesitamos saber la verdad.

Quizás ahora se comprenda por qué seguimos buscando la verdad del conflicto armado interno colombiano para encarar realidades que nos destruyen. No podemos abandonar la obligación de esclarecer el asesinato de más de 300.000 civiles y de 9 millones de víctimas sobrevivientes. Y mientras no conozcamos las causas estructurales y asumamos las obligaciones que surgen de esa verdad, continuaremos lo que hoy sigue, con 10.000 personas armadas entre el ELN, las disidencias y los grupos del narcotráfico, el asesinato de líderes y la ruptura de las comunidades.

Estamos de acuerdo con las medidas extraordinarias tomadas por el gobierno y los alcaldes ante el coronavirus. Son decisiones de poder de Estado que muestran que sí es posible lo extraordinario ante una realidad mortal cuando hay voluntad política. ¿Cuándo tomaremos medidas extraordinarias contra la violencia política unida al narcotráfico que ha sido mucho más letal que la pandemia entre los colombianos?

El mensaje de los Kogui

Hace tres semanas los mama Kogui nos recibieron en La Sierra por una invitación de Juan Mayr. Nos compartieron el dolor de la destrucción de su hábitat y la dificultad para preservar los sitios sagrados. Estaban enterados de la pandemia y el mensaje que nos dieron fue sencillo y claro:

Las fuerzas espirituales que originaron la naturaleza pusieron el conocimiento en cada ser. Hay un conocimiento en la tortuga, en el árbol, en la piedra, en el agua… Los seres humanos tenemos que aprender de ese conocimiento. Pero hemos ido matando a esos seres, y al matarlos, matamos el conocimiento. Por eso cada vez conocemos menos, y por eso pasamos a matarnos a nosotros mismos, y puede ser que la naturaleza termine por matarnos a todos.

El mensaje no es para dejar lo ganado con la ampliación de la expectativa de vida al nacer, la educación y la tecnología que nos comunica. Es para invitarnos a cambiar todas las locuras que nos distanciaron de la naturaleza y de nosotros mismos y nos precipitaron en el egoísmo, la injusticia, la inequidad, la violencia y la mentira.

La gente primero

Estamos recluidos. Trabajamos por las redes. En la Comisión de la Verdad escuchamos las grabaciones de 12.000 víctimas. Leemos. Contrastamos opiniones. Como nosotros, millones en Colombia trabajan en sus casas y reciben ingresos. Pero hay otros millones que comen de lo que ganan en el día, que no pueden comprar un bulto de papa porque pagan cada noche por la libra de arroz y el cuarto de aceite.

¿Qué va a ser de ellos? ¿Cómo van a sobrevivir encerrados cuando pasen tres semanas, o 20? Son las preguntas de madres solteras populares, de miles de pequeñas iniciativas familiares que venden en la calle, de millones de hogares donde la casa es un hacinamiento de dos cuartos donde viven del rebusque cinco o siete personas. Estas preguntas ponen a prueba al Estado y a la solidaridad de todos nosotros. Si todos dependemos de todos y no respondemos, esa multitud va salir a llevarse lo que haya en tiendas y supermercados, porque nadie puede dejar morir a su familia. En necesidad extrema todas las cosas son comunes, escribió el teólogo Tomás de Aquino. Si esa multitud sale a la calle nos invadirá el virus.

El Gobierno nacional y los alcaldes han de ir más lejos para estar a la altura de las exigencias de la crisis. Las empresas privadas y los bancos tienen que actuar. Y es una obligación personal de cada uno de nosotros, ciudadanos. Parece desproporcionado decirlo, pero es un asunto de vida o muerte. De todos en la cama o todos en el suelo. ¿Seremos capaces esta vez de comportarnos como seres humanos?

El silencio

Las calles están vacías. La locura de correr para llegar puntuales se ha detenido. La ansiedad del tráfico insoportable no nos atrapa. Si queremos, por fin podemos hacer silencio. Si lo hacemos tenemos la oportunidad de acceder a lo profundo de nosotros mismos, conectarnos y comprender. Podemos hacerlo en familia. Es el momento de dosificar el tiempo ante la televisión y el celular para abrir espacio a la realidad del misterio que se deja sentir cuando nos abandonamos en quietud a lo que llega desde nuestra experiencia interior. Allí accedemos a la sabiduría que hace clara la razón de vivir, y lúcida la conciencia y las responsabilidades personales y públicas.

Allí cobra sentido la determinación de avanzar a sabiendas de nuestra propia fragilidad. La necesidad que tenemos los unos de los otros. El significado de la dignidad auténtica que solo existe si las condiciones de la misma están dadas para todos y todas. La viabilidad de lo que nos parecía imposible: la generosidad, la solidaridad y, más allá de la justicia, la reconciliación y el perdón. El coraje de vivir en medio de la vulnerabilidad. 

*Francisco de Roux es padre Jesuita, filósofo, economista y presidente de la Comisión de la Verdad.

El Santo Padre concede su primera entrevista sobre la crisis mundial causada por el coronavirus al escritor y periodista británico Austen Ivereigh. La entrevista, dirigida al mundo, se publica en cuatro medios: «The Tablet» (Londres), «Commonweal» (Nueva York) y «La Civiltà Cattolica» (Roma). ABC ofrece la conversación original que el periodista envía por escrito y el Pontífice contesta en español

El Papa Francisco ha concedido su primera entrevista extensa sobre la crisis mundial causada por la pandemia de coronavirus al escritor y periodista británico Austen Ivereigh, autor de la biografía de referencia, «El Gran Reformador» (Ediciones B, Madrid, 2015), y del mejor libro sobre el pontificado, «Wounded Sepherd («Pastor herido» (Holt, Nueva York, 2019).

La entrevista, dirigida al mundo anglosajón, se publica hoy simultáneamente en «The Tablet» (Londres) y «Commonweal» (Nueva York). Por gentileza de Austen Ivereigh y del Papa Francisco, ABC ofrece en exclusiva el texto original en español.

Hacia finales de marzo le sugerí al Papa Francisco que quizá era un buen momento para dirigirse al mundo. La pandemia que tanto había afectado a Italia y España llegaba también al Reino Unido, Estados Unidos y Australia. Sin prometer nada, me pidió que le enviara las preguntas. Elegí seis temas: cada uno incluía una serie de preguntas que él podía contestar (o no) como le pareciera mejor. Después de una semana recibí una comunicación de que había grabado unas reflexiones en torno a mis preguntas. La entrevista fue en español.

Santo Padre, ¿cómo está viviendo la pandemia y encierro, tanto en la Casa Santa Marta como el Vaticano en general, en lo práctico y en lo espiritual?

La Curia trata de sacar adelante el trabajo, de vivir normalmente, organizándose por turnos para que no toda la gente esté junta en el mismo momento. Una cosa bien pensada. Mantenemos las medidas establecidas por las autoridades sanitarias. Aquí en Casa Santa Marta se han hecho dos turnos de comida, que ayudan bastante a aliviar el impacto. Cada uno trabaja en su oficina o desde su habitación con medios digitales. Todo el mundo está trabajando; aquí no hay ociosos.

¿Cómo lo vivo yo espiritualmente? Rezo más, porque creo que debo hacerlo, y pienso en la gente. Es algo que me preocup–a: la gente. Pensar en la gente a mí me unge, me hace bien, me saca del egoísmo. Por supuesto tengo mis egoísmos: el martes viene el confesor, o sea que ahí arreglo las otras cosas. Pienso en mis responsabilidades de ahora y ya para el después. ¿Cuál va a ser mi servicio como obispo de Roma, como cabeza de la iglesia, en el después? Este después ya empezó a mostrar que va a ser un después trágico, un después doloroso, por eso conviene pensar desde ahora. Se ha organizado a través del Dicasterio del Desarrollo Humano Integral una comisión que trabaja en esto y se reúne conmigo.

La gran preocupación mía –al menos la que siento en la oración– es cómo acompañar al pueblo de Dios y estar más cercano a él. Este es el significado de la misa de las siete de la mañana en «streaming» (o retransmitida en directo), que mucha gente sigue y se siente acompañada; de algunas intervenciones mías, y del acto del 27 de marzo en la plaza de San Pedro. Y de un trabajo bastante intenso a través de la Limosnería Apostólica, de presencia para acompañar las situaciones de hambre y enfermedad. Estoy viviendo este momento con mucha incertidumbre. Es un momento de mucha inventiva, de creatividad.

Hay una novela italiana del siglo XIX muy querida por usted, que ha mencionado varias veces recientemente: «I Promessi Sposi» («Los novios») de Alessandro Manzoni. El drama de la novela se centra en la peste de Milán de 1630. Hay varios personajes del clero: el cura cobarde Don Abundio, el santo cardenal arzobispo Borromeo, y los frailes capuchinos que sirven en el «lazareto», una especie de hospital de campaña donde los contagiados son rigurosamente separados de los sanos. A la luz de la novela, ¿cómo ve el Papa la misión de la Iglesia en el contexto de la enfermedad Covid-19?

El cardenal Federico Borromeo realmente es un héroe de esa peste de Milán. Pero en uno de los capítulos se dice que pasó a saludar a un pueblo pero con la ventanilla del carruaje cerrada, quizá para protegerse. A la gente no le cayó muy bien. El pueblo de Dios necesita que el pastor esté cerca, que no se cuide demasiado. Hoy el pueblo de Dios necesita el pastor muy cerca, con la abnegación que tenían los capuchinos, que estaban cerca. La creatividad del cristiano se tiene que manifestar en abrir horizontes nuevos, en abrir ventanas, abrir transcendencia hacia Dios y hacia los hombres, y redimensionarse en la casa.

No es fácil estar encerrado en casa. Me viene a la mente un verso de la Eneida en medio de la derrota: el consejo de no bajar los brazos. Resérvense para mejores tiempos, porque en esos tiempos recordar esto que ha pasado nos ayudará. Cuídense para un futuro que va a venir. Y cuando llegue ese futuro, recordar lo que ha pasado les va a hacer bien. Cuidar el ahora, pero para el mañana. Todo esto con la creatividad. Una creatividad sencilla, que todos los días inventa. Dentro del hogar no es difícil descubrirla. Pero no huir, escaparse en alienaciones, que en este momento no sirven.

En relación a las políticas del estado en respuesta a la crisis, mientras la cuarentena masiva ha sido una señal de que algunos gobiernos están dispuestos a sacrificar el bienestar económico para beneficio de los más vulnerables, igualmente pone al descubierto el nivel de exclusión que antes se consideraba normal y aceptable.

Es cierto, algunos gobiernos han tomado medidas ejemplares con prioridades bien señaladas para defender a la población. Pero nos vamos dando cuenta de que todo nuestro pensamiento, nos guste o no nos guste, está estructurado en torno a la economía. En el mundo de las finanzas parece que es normal sacrificar. Una política de la cultura del descarte. Desde el principio al fin. Pienso, por ejemplo, en la selectividad prenatal. Hoy día es muy difícil encontrar personas con síndrome de Down por la calle. Cuando la tomografía los ve, los mandan al remitente. Una cultura de la eutanasia, legal o encubierta, en que al anciano se le dan las medicinas hasta un cierto punto.

Me viene a la mente la encíclica del Papa Pablo VI, la Humanae Vitae. La gran queja de los pastoralistas de la época se centraba en la píldora. Y no se dieron cuenta de la fuerza profética de esa encíclica, que era adelantarse al neomaltusianismo que se venía preparando para todo el mundo. Es una alerta de Pablo VI ante esa onda de neomaltusianismo. Lo vemos en la selección de la gente según la posibilidad de producir, de ser útil: la cultura del descarte. Los sin techo siguen siendo sin techo. Salió una fotografía el otro día de Las Vegas donde eran puestos en cuarentena en una plaza de estacionamiento. Y los hoteles estaban vacíos. Pero un sin techo no puede ir a un hotel. Ahí se ve ya en funcionamiento la teoría del descarte.

¿Se puede entender la crisis y su impacto económico como una oportunidad de una conversión ecológica, de revisar prioridades y nuestros modos de vivir?¿Ve posibilidad de una sociedad y economía menos líquidas y más humanas?

Hay un dicho español: Dios perdona siempre, nosotros de vez en cuando, la naturaleza nunca. Las catástrofes parciales no fueron atendidas. Hoy día, ¿quién habla de los incendios de Australia? ¿De que hace un año y medio un barco cruzó el Polo Norte porque se podía navegar porque se habían disuelto los glaciares? ¿Quién habla de inundaciones? No sé si es la venganza, pero es la respuesta de la naturaleza.

Tenemos una memoria selectiva. Sobre esto quisiera insistir. Me impresionó cuando se celebró el 70 aniversario del desembarco en Normandía. Había gente de primer nivel de la política y la cultura internacional. Y festejaban. Es verdad que fue el comienzo del fin de la dictadura, pero ninguno se acordaba de los 10.000 muchachos que quedaron en esa playa. Cuando fui a Redipuglia en el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial se veía un bonito monumento y nombres en la piedra, nada más. Yo lloré pensando en Benedicto XV (que se refirió a la Primera Guerra Mundial como «una matanza inútil») y lo mismo en Anzio el día de los difuntos; en todos los soldados norteamericanos allí sepultados. Cada uno tenía una familia, cada uno podía ser yo. Hoy aquí en Europa cuando se comienza a escuchar discursos populistas o decisiones políticas de ese tipo selectivo no es difícil recordar los discursos de Hitler de 1933, que eran más o menos lo mismo que los discursos de algún político europeo de hoy.

Me viene otra vez a la mente un verso de Virgilio: «Meminisce iuvavit». Recuperar la memoria, porque la memoria nos va a ayudar. Este es un tiempo para recuperar memoria. No es la primera peste de la humanidad. Las otras pasaron a ser anécdotas. Debemos recuperar la memoria de las raíces, de la tradición, que es memoriosa. En los Ejercicios de San Ignacio, la primera semana, y la contemplación para alcanzar el amor en la cuarta semana, están totalmente signadas por la memoria. Es una conversión con la memoria.

Esta crisis nos afecta a todos: a ricos y a pobres. Es una llamada de atención contra la hipocresía. A mí me preocupa la hipocresía de ciertos personajes políticos que hablan de sumarse a la crisis, que hablan del hambre en el mundo, y mientras hablan de eso fabrican armas. Es el momento de convertirnos de esa hipocresía funcional. Este es un tiempo de coherencia. O somos coherentes o perdimos todo.

Usted me pregunta sobre la conversión. Toda crisis es un peligro pero también una oportunidad. Y es la oportunidad de salir del peligro. Hoy creo que tenemos que desacelerar un determinado ritmo de consumo y de producción (Laudato si, 191) y aprender a comprender y a contemplar la naturaleza. Y reconectarnos con nuestro entorno real. Esta es una oportunidad de conversión. Sí, veo signos iniciales de conversión a una economía menos líquida, más humana. Pero que no perdamos la memoria una vez que pasó esto, no archivarlo y volver a donde estábamos.

Este es el momento de dar el paso. Es pasar del uso y el mal uso de la naturaleza, a la contemplación. Los hombres hemos perdido la dimensión de la contemplación; tenemos que recuperarla.

El momento del pobre

Y hablando de contemplación, quisiera detenerme en un punto: es el momento de ver al pobre. Jesús nos dice que «a los pobres los tendréis siempre con vosotros». Y es verdad. Es una realidad, no podemos negarlo. Están ocultos, porque la pobreza es pudorosa. En Roma, en medio de esta cuarentena, un policía le dijo a un hombre: «No puede estar en la calle, tiene que ir a su casa». La respuesta fue: «No tengo casa. Yo vivo en la calle». Descubrir esa cantidad de gente que se margina… y cómo la pobreza es pudorosa, no la vemos. Están ahí, pasamos al lado pero no los vemos. Son parte del paisaje, son cosas. Santa Teresa de Calcuta los vio y se animó a empezar un camino de conversión.

Ver a los pobres significa devolverles la humanidad. No son cosas, no son descarte, son personas. No podemos hacer una política asistencialista como hacemos con los animales abandonados. Y muchas veces se trata a los pobres como animales abandonados. No podemos hacer una política asistencialista parcial. Me atrevo a dar un consejo. Es la hora de descender al subsuelo. Es conocida la novela corta de Dostoievski, «Memorias del subsuelo». En otro relato más breve, «Memorias de la casa muerta», los guardias de un hospital carcelario trataban a los presos pobres como cosas. Y viendo cómo trataban a uno que acababa de morir, otro de los presos les dijo: «¡Basta! ¡Ese hombre también tenía madre!». Decirnos muchas veces: ese pobre tuvo una madre que lo crio con amor. Después, en la vida no sabemos lo que pasó. Pero pensar en ese amor que recibió, en la ilusión de una madre, ayuda. Nosotros a los pobres no les damos derecho a soñar con su madre. No saben lo que es cariño, muchos viven drogados. Y ver eso nos puede ayudar a descubrir la piedad, la pietas que es una dimensión hacia Dios y hacia el prójimo. Descender al subsuelo, y pasar de la sociedad hipervirtualizada, sin carne, a la carne sufriente del pobre. Es una conversión que tenemos que hacer. Y si no empezamos por ahí, la conversión no va a andar.

Servidores esenciales

Pienso en los santos de la puerta de al lado en este momento difícil. ¡Son héroes! Médicos, religiosas, sacerdotes, operarios que cumplen con los deberes para que la sociedad funcione. ¡Cuántos médicos y enfermeros han muerto! ¡Cuántos sacerdotes, cuántas religiosas han muerto! Sirviendo. Me viene a la mente una frase que decía el sastre, a mi juicio una de las personas mas simples pero coherentes de «I promessi sposi». Decía: «Non ho mai trovato que il Signore abbia cominciato un miracolo senza finirlo bene» («No he visto nunca que Dios comience un milagro y no lo termine bien»). Si reconocemos este milagro de los santos de al lado, de estos hombres y mujeres héroes, si sabemos seguir estas huellas, este milagro terminará bien, para bien de todos. Dios no deja las cosas a mitad de camino. Somos nosotros los que las dejamos y nos vamos. Es un lugar de metanoia (conversión) lo que estamos viviendo, y es la oportunidad de hacerlo. Hagámonos cargo y sigamos adelante.

¿Veremos una Iglesia aferrada a las instituciones, más «home Church», como se dice en el mundo anglosajón?

¿Menos aferrada a las instituciones? Yo diría a los esquemas. Porque la Iglesia es institución. La tentación consiste en soñar en una Iglesia desinstitucionalizada, por ejemplo, una Iglesia gnóstica sin instituciones, o sujeta a instituciones fijas, que la protejan, que es una Iglesia pelagiana.

Quien hace la Iglesia institución es el Espíritu Santo. Que no es ni gnóstico ni pelagiano. Él institucionaliza la Iglesia. Es una dinámica alternativa y complementaria, porque el Espíritu Santo provoca desorden con los carismas, pero en ese desorden crea armonía. Iglesia libre no quiere decir una Iglesia anárquica, porque la libertad es don de Dios. Iglesia institucionalizada quiere decir Iglesia institucionalizada por el Espíritu Santo. Una tensión entre desorden y armonía: esa es la Iglesia que debe salir de la crisis. Tenemos que aprender a vivir en una Iglesia tensionante entre el desorden y la armonía que provoca el Espíritu Santo. Si usted me pregunta qué libro de teología más le puede ayudar a entender esto son los Hechos de los Apóstoles. Ahí va a encontrar la manera en que el Espíritu Santo desinstitucionaliza lo que ya no sirve e institucionaliza el futuro de la Iglesia. Esta es la Iglesia que debe salir de la crisis.

Absolvió a todos

Me llamó por teléfono hace una semana un obispo italiano un poco angustiado que me decía que estaba recorriendo todos los hospitales queriendo dar la absolución a todos los que están adentro, desde el vestíbulo del hospital, pero había llamado a unos canonistas que le dijeron que no, que la absolución sólo se permite en un contacto directo.

—«¿Qué me dice usted, padre?», me preguntó el obispo.

—Le dije: «Monseñor, cumpla su deber sacerdotal».

—Y el obispo me dice: «Grazie, ho capito» («Gracias, he entendido»). Después supe que repartía absoluciones por todos lados.

O sea, es la libertad del Espíritu en ese momento frente a una crisis, y no una Iglesia cerrada en instituciones. Eso no quiere decir que no sea útil el derecho canónico: sí sirve, ayuda, y por favor usémoslo bien, que nos hace bien. Pero el último canon dice que todo el derecho canónico tiene sentido para la salvación de las almas.

Usted me pregunta sobre la «home Church». Tenemos que enfrentar el encierro con toda nuestra creatividad. O nos deprimimos, o nos alienamos –por ejemplo, con medios de comunicación que nos pueden llevar a realidades que nos sacan del momento–, o creamos. En casa necesitamos creatividad apostólica, creatividad purificada de tantas cosas inútiles, pero con añoranza de poder expresar la fe en comunidad y como pueblo de Dios. O sea: encierro con añoranza, esa memoria que hace añoranza y provoca la esperanza nos tiene que ayudar a salir del encierro nuestro.

¿Cómo es vivir esta Cuaresma y Pascua tan extraordinarias? ¿Tiene algún mensaje particular para los ancianos aislados, los jóvenes encerrados, y los empobrecidos por la crisis?

Usted me habla de ancianos aislados. Soledad y distancia. ¡Cuántos ancianos hay que los hijos no los van a ver en tiempos normales! Recuerdo que en Buenos Aires cuando visitaba los geriátricos yo les preguntaba: ¿Y qué tal la familia? «Ah, sí, muy bien, muy bien». «¿Vienen?» «Sí, ¡vienen siempre!». Luego la enfermera me decía que hace seis meses que no iban los hijos a verlos. La soledad y el abandono, la distancia. Sin embargo los ancianos siguen siendo raíces. Y deben hablar con los jóvenes. Esa tensión entre viejos y jóvenes tiene que resolverse siempre en el encuentro. Porque el joven es brote, follaje, pero necesita la raíz; si no, no puede dar fruto. El anciano es como raíz. Yo les diría a los ancianos de hoy: «Sé que sienten la muerte cerca y tienen miedo, pero miren para otro lado, recuerden a los nietos, y no dejen de soñar». Es lo que Dios les pide: soñar (Joel,3,1). ¿Qué les digo a los jóvenes? Anímense a mirar más adelante y sean profetas. Que el sueño de los ancianos corresponda a la profecía de ustedes. También Joel 3,1. Los empobrecidos por la crisis son los despojados de hoy, que se suman a tantos despojados de siempre, hombres y mujeres cuyo estado civil es «despojado». Lo han perdido todo o van a perder todo. ¿Qué sentido tiene hoy el despojo para mí a la luz del Evangelio?

Entrar en el mundo de los despojados, entender que aquel que tenía, hoy ya no tiene. Lo que pido a la gente es que se hagan cargo de los ancianos y los jóvenes. Que se hagan cargo de la historia y de los despojados. Y me viene a la mente otro verso de Virgilio cuando Eneas, derrotado en Troya, había perdido todo, y le quedaban dos caminos. O quedarse allí a llorar y terminar su vida, o aquello que tenía en el corazón de ir más adelante, subir al monte para salir de la guerra. Es un verso precioso: «Cessi, et sublato montem genitore petivi». «Cedí a la resistencia, y cargando a mi papá a la espalda, subí al monte». Eso es lo que tenemos que hacer hoy en día: tomar las raíces de nuestras tradiciones y subir al monte.

El Padre Facundo Fernández, de Argentina, nos ayuda a reflexionar sobre la liturgia del Jueves Santo, particularmente, sobre el pasaje en el que Jesús lava los pies a los discípulos:

Hay algunos gestos humanos que nos conmueven profundamente. El evangelio de hoy con el que comenzamos el Triduo Pascual nos narra uno de estos. Jesús se levanta de la mesa y, con la simpleza y la profundidad de los gestos que son proféticos, lava los pies de sus discípulos. Dice el evangelista que Jesús en esta cena los “amó a los suyos hasta el fin”. ¿Qué nos quiere decir esta expresión? Algunos comentadores del texto dicen que hace referencia a un amor hasta el final de su vida, hasta su muerte. Que Jesús los amó de un modo que sobrepasaba todo amor imaginable. Un gesto de amor sin medida, que involucra toda su existencia.

En el gesto profético de Jesús, encontramos un nuevo modo amar. Un amor que no es pasividad ni espera, sino que es acción, iniciativa, “primero” diría Papa Francisco. Un amor que se abaja tomando el último lugar para servir a todos. Es un gesto profético porque nos sigue hablando por sí mismo a pesar de los siglos y las culturas que nos separan.

Al mismo tiempo este modo de amar es apasionado, no se puede contener, y desborda contagiando a aquel que se deja interpelar. Nos presenta un amor que “quema” todo lo que toca, transformando por completo la vida del que se deja amar.

Este modo de amar nos puede hacer recordar el modo de amar de los más jóvenes. Un amor que es apasionado e invita a soñar un mundo nuevo. Un amor que es alegría y que contagia. Algunos pueden pensar que ese amor juvenil es idílico o utópico. Sin embargo, es un amor que se hace acción, entrega, unción que se derrama generosamente, e impregna todo con este perfume.

En este Jueves Santo, recemos por los jóvenes del mundo. Por aquellos que no se les ha permitido soñar, que han perdido la pasión por construir un mundo mejor. Por los que no encuentran sentido a su vida, por los que están tristes, por los que son descartados del mundo. A todos ellos hoy Jesús se les acerca, se abaja y lavando sus pies, quiere animarlos a amar si medida, con gestos proféticos que buscan construir un mundo más justo.

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