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Monseñor Carlos Castillo se reencontró con la comunidad de San Lázaro, en el distrito del Rímac, para presidir la Toma de posesión del Padre Frederic Comalat, quien llega al Perú tras su experiencia como responsable de la Comunidad de Sant’Egidio en Cuba.

Acompañado del Padre Carlos Valderrama, el Arzobispo de Lima se mostró emocionado de volver a la Parroquia San Lázaro, que estuvo bajo su tutela durante el periodo 2010 – 2015: «Nos reunimos para transmitir, al nuevo párroco, todo lo que hemos ido haciendo en estos años; todo lo que significa nuestra vida en este pueblo del Rímac y en esta Parroquia que es fuente inagotable de una tradición que es viva, que no está muerta, y que es la comunidad que ha sostenido por más de 400 años la fe del conjunto de esta parte de la capital», expresó.

Reflexionando sobre el Evangelio de Lucas (12, 13-21), que narra la Parábola de un hombre rico y necio que no quería compartir sus bienes, Monseñor Castillo explicó que la codicia nos lleva a la desesperación, a la ambición y al sinsentido, alejándonos de nuestra misión de anunciar el Evangelio y amar gratuitamente:

«Jesús ha venido para recordarnos las cosas centrales en cada hecho y acontecimiento de la vida, porque el sentido de la vida y los valores se viven diariamente, aunque no los veamos. Cada vez que tenemos un problema, una depresión o una necesidad, están en juego siempre esos valores latentes que necesitan ser rescatados por los cristianos: anunciar el Evangelio y ayudar a ver que una situación se pueda resolver, realmente, si vamos al fondo de las cosas y no a la superficie», destacó.

Para ir al fondo de las cosas, reflexionó el arzobispo, es necesario que enfrentemos los males que impiden orientar nuestras decisiones hacia el bien común, como es la corrupción: «La corrupción es un virus que se nos ha metido a todos, y todos tenemos que reconocer nuestra parte de culpa en esa ambición desmedida para poder superarlo», exhortó.

Saber compartir nuestros bienes y resolver los problemas con discernimiento.

En otro momento, Monseñor Carlos habló sobre la importancia del discernimiento y la actitud crítica para solucionar las cosas. El apresuramiento, en cambio, nos impulsa a soluciones inmediatas sin capacidad de reconocimiento de nuestros límites, buscando el conflicto y juzgando sin haber profundizado.

«Muchas veces existen, entre nosotros, problemas de este tipo, y pensamos que el Señor tiene que resolverlo y no nosotros, sin discernimiento de las cosas que están en juego. Por eso, el Señor se coloca distante, no de nosotros, sino de las soluciones que inventamos nosotros. Cuando dice “¿Quién me ha nombrado juez entre ustedes?”, lo hace para ir al fondo de las cosas», indicó el prelado.

Tenemos la necesidad de un mundo a inventar a partir de los principios básicos de la fe, que son los de la humanidad. Los bienes, hermanos y hermanas, son para compartirse.

Nuestro arzobispo recordó que Jesús entregó su vida a la humanidad como un don generoso para compartirlo con nosotros: «Por eso no se bajó de la Cruz – resaltó – para que este don gratuito sea el punto de partida de una manera de hacer la historia y la vida que pueda hacernos recrearla completamente con ese amor misericordioso, absolutamente gratuito, que hace posible que entendamos que algún día la humanidad tiene que vivir de lo gratuito», puntualizó.

San Lázaro: 400 años de experiencia como comunidad.

Dirigiéndose al nuevo Párroco, el Padre Frederic Comalat, el arzobispo afirmó que la comunidad de San Lázaro atesora «más de 400 años de experiencia como comunidad vieja de Lima». El prelado insistió en la necesidad de aprender a dialogar y caminar juntos para solucionar nuestros problemas más apremiantes:

«La Iglesia siempre creció cuando supo sumergirse en el sentir de los pueblos, cuando no mantuvo rigideces que llevaban, finalmente, a excluir a los demás; sino que aprendió a compartir con la gente en su lengua, en su sentir, en su música, y así, fue haciendo una vida distinta», acotó.

Hemos querido continuar el camino de la comunidad de San Lázaro con el apoyo de la comunidad Sant’egidio, que nació en la ciudad de Roma, en los barrios más pobres de esa ciudad, en Trastévere.

«Que nuestra comunidad de San Lázaro, que tiene tantos siglos, pueda seguir reverdeciendo, refloreciendo, como ya en todos estos años se ha hecho en toda situación adversa, en toda situación difícil, pero siempre con la imaginación que el Señor nos da cuando nos cuenta sus parábolas», se despidió Monseñor Castillo entre aplausos.

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