Actividades

Arzobispo: Salir de uno mismo para abrir nuestras manos y compartir con los demás

En este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo explicó que el Señor nos llama a seguir su camino de entrega generosa y gratuita en la Cruz, dejando nuestras mezquindades, tacañerías y egoísmos, dejando nuestra mentalidad de rico para salir en misión al servicio de los demás: «Es difícil que una persona ambiciosa que solamente se mira a sí misma, entre en el Reino, pero es posible entrar al Reino si es que nos dejamos llevar por la gracia de Dios que tiene la capacidad de que abramos los brazos, el corazón y nuestras manos para ayudar al otro. Vivir de acuerdo a esta generosidad gratuita con que Dios nos ha creado es aprender a ser cristianos», reflexionó en su homilía (leer transcripción).

Transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Comentando el Evangelio de Marcos 10,17-30, que narra el diálogo entre Jesús y el hombre rico que buscaba alcanzar la vida eterna, el Arzobispo de Lima indicó que el Señor ha querido caminar con la humanidad para acompañarla, educarla con paciencia y entregarnos una sabiduría que permita cambiar las situaciones para realizar el Reino de Dios en esta tierra: «ésa es nuestra misión, nuestra tarea, pero no es algo que dependa solo de nosotros, sino de cuánto Dios nos ilumine.

Recordando las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo, Monseñor Carlos aseguró que la fe no es un deber, un hacer para tener, entendiendo que para alcanzar la vida eterna hay que hacer muchas cosas y esfuerzos grandes: «el problema grande es que la fe no depende de nosotros, sino que es un regalo que aceptamos y que nos dinamiza de acuerdo al don que recibimos. Es cierto que nuestra fe depende de nuestra participación, pero primero está el don de Dios que nos vuelve a nuestros orígenes, a la imagen que Dios depositó en nosotros: ser consecuencia de un acto de gracia, de bondad infinita que nos vuelve gratuitos y nos permite compartir nuestras vidas», expresó el prelado.

Uno de los grandes problemas humanos es tender a ser tacaños, porque necesitamos existir y nos preocupamos por nosotros mismos. Eso es razonable, pero llega un momento en el que podemos dejar de mirar más allá de nosotros mismos, y eso es imprudente, porque somos una comunidad y los demás tienen necesidades también. Requerimos, más bien, compartir, salir de nosotros mismos y abrirnos porque el Señor nos creó para el otro.

Acompañamos a Dios en procesión diaria con el hermano que viene a nosotros.

El Primado de la Iglesia peruana afirmó que pese a no haber procesiones en este mes morado por la Pandemia, nosotros podemos acompañar a Dios en procesión diaria con el hermano que viene a nosotros: «también acompañemos a los hijos, a los amigos, al barrio, al país, a los problemas que tenemos, y aprendamos a salir de nosotros mismos. No hay mejor manera de salir del egoísmo que uniendo y acogiendo en nosotros el don gratuito del Señor que viene en nuestra ayuda, el que nos ha creado y es nuestro Padre», destacó.

Hermanos y hermanas, no nos distanciemos de los orígenes que hemos tenido. Hagámonos, más bien, solidarios con todos aquellos que necesitan, porque todos nosotros somos también necesitados, y más vale hermanarnos que separarnos. 

«¿Cuánto de nuestra vida quiere depender de nosotros mismos y cuánto estamos dispuestos a que dependa realmente de Dios? ¿Cuánto es posible que, en cada uno de nosotros, podamos re-cuestionar todo el fundamento de una vida basada en el esfuerzo, pero que no es la última palabra de todo? Y por lo tanto, ¿Cuánto estamos dispuestos los que tenemos y los que no tenemos a cambiar nuestra mentalidad? Los que tenemos porque teniendo, lo acumulamos, lo concentramos en nosotros mismos y nos enriquecemos. Y los que no tenemos porque actuamos con mentalidad de rico y aspiramos a lo mismo: a tener y poseer, de tal manera que es un enfrentamiento permanente de todos contra todos por poseer, cuando en realidad todo lo que tenemos viene de un don que se comparte, un regalo», reflexionó el Arzobispo.

Todos estamos buscando la vida eterna, y no solamente para irnos a la otra vida, sino que esta vida tenga sentido. Y la vida eterna en el Evangelio es el amor, el amor sí es eterno, y el amor gratuito mucho más.

El Señor introduce la categoría del otro, la perspectiva del pobre.

La respuesta de Jesús al hombre rico es la propuesta de un camino de servicio y gran desprendimiento: dejar todo y compartirlo con los pobres. Al decir estas palabras, explica Monseñor Castillo, el Señor introduce en la vida de este hombre la categoría del otro, es decir, la percepción, la perspectiva del pobre. Por lo tanto, seguir el camino de Jesús es salir en misión para centrar nuestra vida en el corazón de los que más sufren: «Jesús lo invita al camino de seguirlo, pero que es seguirlo en el camino de su Cruz, de su entrega generosa, de su no mirarse a sí mismo, sino mirar el bien de los demás», acotó.

«Tenemos un país en donde hay abundancia permanente de pobres por siglos y seguimos teniendo mentalidad de rico, y eso es una cosa grave, no pensar que existen otros más allá de nosotros. Lo digo porque en los últimos meses hemos visto todo este clamor por un cambio en el país, y simultáneamente, hemos visto cómo la ciudad de Lima está concentrada más en una especie de distancia del país, pero no solamente esa distancia es de los sectores más ricos de Lima, también de los sectores pobres, porque cuando se tiene algo ya no se quiere dejar, y entonces pensamos que es mejor que otros no vengan porque nos hacen competencia», recalcó el Arzobispo de Lima.

Toda esta mentalidad egoísta y posesiva nos lleva a un problema muy grande: no da felicidad a todos, no da vida eterna, no da amor y alegría. Por eso, una experiencia profunda como la de Jesús, nos llama a la solidaridad antes de seguir al Señor. Esta capacidad de salir de uno mismo y de no ambicionar, sino de tener una visión más amplia, es la que está en las personas que han sido tocadas por la fe cristiana en nuestro país, como nuestras enfermeras, como cientos de personas anónimas y mártires de la Pandemia.

Central telefónica
(511)2037700