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En la Fiesta de la Ascensión del Señor, Monseñor Carlos Castillo aseguró que el Señor no se va para desentenderse de nuestros problemas, sino para estar presente con nosotros a través de su Espíritu suscitador que resucita la vida de las personas y las inspira a un camino de servicio a los demás.

«Todos estamos llamados a ser hermanos en el Señor y, por eso, vamos a pedirle a Dios que nos haga más iguales porque todos somos hijos de Dios, bautizados en el Hijo que suscita en nosotros su amor», reflexionó en su homilía dominical.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

En su breve alocución, el arzobispo de Lima explicó que la Fiesta de la Ascensión nos recuerda que el Señor Resucitado va a encontrarse con el Padre para decirnos que todos iremos a los brazos del Padre que nos ama: «El Señor nos ha creado por amor y para que nos amemos, y no hay nada mejor que encontrarnos con Aquel que nos ha creado para amar», reiteró.

Pero antes de ascender, según narra el Evangelio de Mateo (28,16-20), el Señor ha querido dejar una misión a sus discípulos: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar lo que les he mandado”. 

«Esto es muy importante – afirma Monseñor Carlos – porque el Señor no se va para desentenderse de nuestros problemas, sino para estar presente con nosotros de otra manera: a través del Espíritu de Jesús, que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Ese Espíritu es un poder, pero no el de un dictador, es un poder y una fuerza de suscitación. Por eso, es la fuerza del Resucitado, porque resucita la vida de las personas y les hace ir en un camino de alegría a servir a los demás», aseveró.

La misión de anunciar el Evangelio y testimoniarlo con nuestra vida.

El prelado aseguró que el poder del Espíritu Santo «no es para dominar sobre el mundo de forma arbitaria, sino que es un dominio distinto, un dominio a través del Espíritu, que va haciendo que la humanidad sea cada vez más hija y hermana. Esa es la misión que nos dejó a toda la Iglesia: anunciar el Evangelio y testimoniarlo con nuestra vida, aprendiendo a ser hermanos y enseñando la hermandad».

Y, aunque es difícil practicar la hermandad porque vivimos muchos enconos y egoísmos, Monseñor Castillo señaló que el don de Dios y del Espíritu nos hace aprender a amar. «Para eso, tenemos que seguir el camino de Jesús», apuntó.

Otro aspecto a destacar por el arzobispo, fue el hecho que la Ascensión se produzca en Galilea, lugar donde comenzó la historia de Jesús con sus discípulos. «Es como volver al punto de partida – remarcó – para otra vez volver a comenzar la historia, pero esta vez renovados por el Espíritu de Jesús. Y esa es una invitación a todos nosotros a que siempre volvamos y tengamos en consideración a aquel primer amor que tuvimos, en donde nosotros nos hicimos cristianos, desde que la mamita nos decía: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, y nos enseñaba a orar». 

Vivir en relación con el Señor y disipar las dudas en el camino.

El Evangelio de hoy también nos recuerda que al ver a Jesús en un monte de Galilea, algunos discípulos dudaron. ¿Qué significa esto? El obispo de Lima sostuvo que la incredulidad de algunos discípulos nos recuerda que nuestra Iglesia no se compone de gente perfecta y pura que no tiene dudas. «A veces, pensamos que debemos ser expertos totales para anunciar el Evangelio y seguir la misión de Jesús sin tener ninguna duda. Lo que importa es que el Señor nos ha tocado y vivimos en relación con Él, permanentemente, para alimentarnos de su amor».

Se necesita paciencia para comprender y esclarecer lo que ocurre a nuestro alrededor, y la Iglesia tiene que ayudar a ir esclareciendo juntos. Lo importante es que, en lo fundamental, sigan al Señor y se alimenten de Él, porque eso permite que cada uno, y todos en conjunto, nos hermanemos en el amor al Señor, porque es Él quien aclara y el que va llevando las cosas y las guía.

Finalmente, Monseñor Castillo reflexionó sobre las palabras que Jesús deja a sus discípulos y a todo el mundo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. «El Dios con nosostros, el Emmanuel, ha decidido gobernar el mundo desde la suscitación de la hermandad, porque se hermana con nosotros y es nuestro compañero de viaje», agregó.

Ayudémonos mutuamente en este camino, sobre todo, en tantos problemas que estamos viviendo en nuestra sociedad, en nuestro mundo. Y no nos apresuremos a decir que nosotros tenemos la verdad completa y, entonces, ya todos los demás son unos perdidos y nosotros somos los verdaderos. 

En este camino de aprendizaje y hermandad, el arzobispo de Lima pidió considerar la voz de los jóvenes, tantas veces postergados por la sociedad y la propia Iglesia. «A veces pensamos que ellos tienen que adaptarse porque, de lo contrario, los sacamos de la Iglesia. Nadie tiene derecho a botar de la Iglesia a nadie, todos somos bien acogidos porque somos hijos de Dios y todos tenemos que aprender juntos a corregirnos: los que son más viejos con los que son más jóvenes; los que son de una clase social y los de otra… todos tienen que hermanarse, comprendernos y apoyarnos», concluyó.

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