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La Basílica Catedral de Lima congregó un gran número de fieles que se reunieron para participar de la Misa de la Cena del Señor, presidida por Monseñor Carlos Castillo. Nuestro arzobispo de Lima, a ejemplo de Jesús, lavó los pies a doce laicos representantes de los decanatos de nuestra Arquidiócesis. El prelado hizo un llamado «a ponernos en el lugar preferencial de Dios, en el último lugar, en el lugar del más desdichado y el que más sufre. Si todos somos creados a imagen y para ser semejantes a Dios, no es para endiosarnos, sino para ser como el Dios que nos ama y que se humilla para dar vida al Otro», dijo en su homilía.

Monseñor Castillo inició su alocución asegurando que los días de la Semana Santa nos permiten «entrar en el misterio de Cristo» y «hacer que la historia vuelva a tener sentido», es decir, que se diriga hacia algo nuevo y feliz, hacia algo que supere todas las contradicciones, sufrimientos y desdichas humanas.

En ese sentido, el paso de Jesús por la humanidad nos permite comprender la gran novedad de que «Dios nos ama infinita, gratuita y definitivamente». El Señor se mete en nuestras vidas para que, interpelados e interrogados profundamente por su amor, empecemos a darnos cuenta que necesitamos irradiar ese amor».

En medio del dolor que sufrimos, el Señor nos manifiesta que nos ama y nos pide que no perdamos esperanza. Y para poder mostrarnos su amor, el Señor se pone en el último lugar, en el lugar del más desdichado y el que más sufre.

Este rebajamiento voluntario de Dios para servir a la humanidad, es el modo que tiene para decirnos que si es todopoderoso, es porque es todoamoroso y, por lo tanto, se sumerge en lo más profundo del ser humano para, desde allí, potenciar toda la belleza de amor que tiene y todas esas formas que tenemos los humanos de ser. «No vivimos en la desgracia porque Dios nos creó para Él, y nos creó abiertos para abrazar al Otro, no para vivir encerrados», resaltó el prelado.

«Ese encerramiento, esas crisis, esas ambiciones, ese deseo de poder que llega, inclusive, a matar a las personas… nos vuelve locos. Pero todo eso puede ser corregido, y si lo señalamos no es para acusar a nadie, sino para que reparemos que hemos hecho cosas graves y tenemos que recapacitarlas. ¡No podemos seguir peleando y solucionando los problemas a golpes!», reflexionó Monseñor Carlos.

Tenemos que desarrollar nuestra capacidad de dialogar y, por eso, el Señor nos lava los pies a todos, en especial, a aquellos que sufren más y están contrariados.

El obispo de Lima explicó que si el Señor eligió aceptar una condena injusta, fue para ayudar a comprender, inclusive, a los que lo atravesaron y mataron, «que todos tenemos una oportunidad de recapacitar. Y desde allí, Jesús nos anunció que todos estamos llamados a ser hermanos».

Construir un país pensando en el bien de todos y no de unos pocos.

En otro momento, el Primado del Perú recordó que nuestra sociedad y estado «nació con el aporte de la Iglesia y gracias a la iniciativa de sacerdotes presentes en los congresos constituyentes». El prelado hizo una mención especial al aporte histórico de su antecesor en el Arzobispado de Lima, Francisco Xavier de Luna Pizarro, quien introdujo el sentido del bien común para todos.

«Necesitamos un país que se construya siempre pensando en el bien de todos y no el bien de algunos. Eso que es doctrina social de la Iglesia (y algunos olvidan), es fuente inagotable para perdonarnos, para conversar y rectificar errores graves, para que el estado peruano y muchas de sus instituciones fundadas en gente noble que entregó su vida como mártir, pueda servir al bien de todos y no solo para la vanidad, el orgullo y la ambición de pocos», remarcó el arzobispo.

El verdadero camino de la humildad de Jesús, es el camino del amor gratuito para aprender a ser todos gratuitos.

Monseñor Castillo afirmó que la actitud generosa de Jesús «también la tiene nuestro pueblo sencillo que todos los días trabaja, sin medida, por sus familias, y que contribuye a la vida de la sociedad peruana como una sociedad verdaderamente cristiana y católica. «Esa actitud generosa es la que nos vuelve gratuitos y nos enseña a compartir», aseveró.

Que este tiempo sea un tiempo de pastoral, donde nuestras parroquias reflorezcan como comunidades vivas, anunciadoras de la esperanza. Renunciemos a una Iglesia triste, a una Iglesia cansona que repite y repite sin anunciar nada nuevo. Construyamos una Iglesia que se inserte en nuestra historia y se mueva con el corazón de Cristo, que es un corazón alegre.

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