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Pedro Hidalgo: Las oportunidades de la vivencia de la fe en tiempos de pandemia

¿Puede una pandemia impedirnos la vivencia de la fe, apartarnos del amor de Dios mostrado en Cristo?

Pbro. Pedro Hidalgo (Rector de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima)

La indiscutible y fehaciente situación crítica que atravesamos estos últimos meses, a causa de la pandemia, la sintetizó magistralmente el papa Francisco en la memorable oración que presidió la tarde del 27 de marzo en la Plaza de San Pedro: «Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados (…) La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.».

La crisis actual ayuda a percibir una inadecuada elección e insuficiente agudeza para fundamentar la vida en lo que realmente la sostiene y fortaleza. Por eso, dirigiéndose en plegaria al Señor dijo: «nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas…Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo».

Y en este mundo enfermo, zambullido en lo material, que requiere conversión, los creyentes hemos de revisar también si acaso hay elementos importantes y fundamentales de nuestra fe a los que no les hemos prestado la suficiente atención. Esta policrisis (sanitaria, social, económica, etc.,) provocada por un virus de fácil contagio y que puede causar hasta la muerte, para el que no hay vacuna, ni terapia probada, requiere de prevención del contagio, lo que supone evitar el contacto físico. Las medidas tomadas por la mayor parte de gobiernos alcanzaron el ámbito de lo religioso, sin pretensión de atacar a la Iglesia, como alguno postula. De hecho, el período de la inmovilización social en muchos países ha coincidido con la pascua judía, la pascua cristiana y el ramadán musulmán, viéndose impedidas las celebraciones comunitarias respectivas.

Al no poder participar de la Misa ni acceder a los sacramentos, ha crecido la nostalgia por lo litúrgico, el vivo deseo de vivir la dimensión litúrgico-ritual de la fe. Si bien ese sentir muestra el aprecio por los medios ordinarios de salvación que el Señor ha entregado a la Iglesia, es también importante recordar que la fe no se identifica sin más con los sacramentos. Los sacramentos son mediaciones que suponen la fe, la robustecen, la nutren y «su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad (CONCILIO VATICANO II; Constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum concilium, 59). Pero no agotan ni la actividad de la Iglesia (Sacrosanctum concilium,9) ni la vida del creyente.

La fe es, ante todo, amor que se recibe de Dios, encuentro con una Persona (Jesús) que se convierte en sentido de vida, como enseñan los dos últimos papas. ¿Puede una pandemia impedirnos la vivencia de la fe, apartarnos del amor de Dios mostrado en Cristo? Conviene citar al apóstol Pablo: ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? (…) En todas esas circunstancias salimos más que vencedores gracias al que nos amó (Rm 8, 35.37) La pandemia no es impedimento para vivir la fe sino oportunidad, en la convicción de que «Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman» (Rm 8, 28).

Si Dios dispone todo para el bien de los llamados, ¿no nos estará invitando a buscar otros medios –además de los sacramentos– que alimentan, sostienen y dan fuerza a nuestra vida de fe y ayuden a optimizar la vivencia sacramental?

Es importante superar el malestar por no poder reunirnos litúrgicamente y discernir, es decir, comprender el lenguaje de Dios en los acontecimientos del mundo. Es necesario reconocer otros ámbitos en los que nutrir hoy la experiencia del amor del Señor para reforzar la fe y testimoniarla. Quedando a salvo y afirmando de corazón y con la inteligencia la centralidad de la Eucaristía para la Iglesia y para la vida cristiana, es importante hoy revalorizar otros modos de presencia del Señor, afirmados por el Magisterio (Mediator Dei, Sacrosanctum concilium, Mysterium fidei).

Vivir la fe en tiempo de pandemia y en cuarentena, puede ser oportunidad de intensificar el acercamiento a la Palabra de Dios y la vivencia de la caridad fraterna, componentes de la vivencia de la fe, junto a la vida sacramental.

Es bueno destacar –entre otras– dos oportunidades para la vivencia de la fe en este tiempo: el acercamiento a la Palabra y la vivencia de la Iglesia doméstica.

Intensificar el acercamiento a la Palabra.

La experiencia del pueblo de Israel en el exilio puede ser aleccionadora. La nostalgia de la patria, del Templo y del culto sacrificial, no debilitó su fe, sino que le permitió escuchar mejor a Dios y obedecerle, acrisolando la fe. En esa época surgió la liturgia sinagogal (permitía oír la Palabra) y se entendió que la mejor ofrenda es la vida según la voluntad del Señor.

La Palabra de Dios es viva, eficaz, actual, capaz de dar sentido y forma a la vida, poniendo al creyente en contacto con la salvación que Dios ofrece en Jesucristo. Los miembros de la Iglesia tenemos la seria responsabilidad de testimoniar, a partir de nuestro encuentro con la Palabra de Dios, su fuerza provocadora capaz de dar sentido a la vida, para luego proponer a los demás el encuentro vital con la Palabra que tiene un rostro y un nombre: Jesús de Nazaret. En el contacto con la Palabra de Dios podemos lograr las mejores posibilidades de nuestro ser, pues, como dijo alguna vez el papa Benedicto, ésta nunca es ataque de la libertad, nunca es impedimento ni agresión, no deforma sino performa. La Palabra transforma, reforma, hace surgir en quien le acoge su ser más noble.

Acercarse a Cristo mediante la Sagrada Escritura es un imperativo para quien quiere ser auténtico discípulo, de allí la urgencia e importancia de suscitar el gusto por la lectura, meditación y oración bíblicas. Este tiempo de pandemia es un tiempo rico para leer la Palabra, meditarla, orar con ella. De modo personal, o en familia, o en comunidad de fe, en parroquia, a través de los medios virtuales. Nos enriqueceremos mucho si nos acercamos más intensamente a la Palabra.

Fortalecer la Iglesia doméstica

Afirma el papa Francisco en Amoris laetitia 15: «Sabemos que en el Nuevo Testamento se habla de “la iglesia que se reúne en la casa” (cf. 1 Co 16,19; Rm 16,5; Col 4,15; Flm 2). El espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica». La familia, en cuanto iglesia de casa (doméstica) es célula vital de la Iglesia. El aislamiento social, el confinamiento al que estamos sujetos, el toque de queda, la inamovilidad dominical, ofrecen la posibilidad de que la familia esté reunida en casa. Lo que la «normalidad» producía es que fuese casi «anormal» que la familia estuviese reunida. Hoy está reunida y eso puede ser oportunidad para la vida de fe, una oportunidad de encontrar al Señor en la vida familiar. La circunstancia actual ayuda a la familia a vivir su responsabilidad cristiana: ser una comunidad en la que se aprende a vivir en comunión de amor y a amar a Dios. La familia es un ámbito privilegiado para orar, para meditar la Palabra divina dejándose inspirar por ella, para celebrar la fe, para vivir la caridad. Desde la vivencia de fe la comunidad familiar se hace un agente transmisor de la fe de primer orden, pues la fe recibida y vivida en el seno familiar perdura más fácilmente.

La familia es, además, el ámbito para vivir el amor en todas sus dimensiones y «en el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura» (Amoris laetitia, 28). En este tiempo en que se está más tiempo juntos, qué importante es ejercitar esa forma de amor que es la ternura. que no es debilidad ni aniñamiento, sino fuerza, signo de madurez y vigor interior, posible solo en un corazón libre, capaz de ofrecer y recibir amor. La ternura brota en quien es amado y ama, en quien disfruta la alegría de ser y vivir, y se siente responsable de los demás. La ternura mueve al respeto al otro, dispone para servir sin invadir. El mundo hoy, la Iglesia hoy, se enriquecerían con la vida de familias en las que se aprende el amor que es compasión y ternura, así se supera la superficialidad, el egocentrismo, la indiferencia ante los demás, pues la ternura es fuerza equilibradora.

La familia sana, que vive el amor y la ternura, genera en sus miembros la compasión que el mundo hoy necesita, sirve así a Dios glorificándolo, se hace escuela de discípulos de Jesús, de testigos del amor cristiano, sirve al Señor y a la Iglesia, se hace espacio vital de la fe.

El tiempo de pandemia ofrece también otras oportunidades a la vida de fe: la vivencia del sacerdocio bautismal haciendo de la vida una ofrenda, la posibilidad de interceder por los necesitados, la compasión que se hace solidaridad activa y se convierte en ofrenda a Dios, la caridad fraterna que se muestra como prevención de contagios, etc. En todo caso, lo importante es descubrir que hay elementos de la vivencia de la fe que ahora pueden ser intensificados para luego mantenerlos enriqueciendo la vivencia sacramental cuando esta sea posible.

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