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Unidos en espíritu y solidaridad a los familiares de las 49 víctimas fallecidas durante las protestas sociales en el país, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía en la Basílica Catedral de Lima.

Desde el Altar, rodeado con las fotografías de nuestros compatriotas muertos, el prelado ha hecho eco de las palabras del Papa Francisco en su paso por el Perú: «No se dejen robar la esperanza», y afirmó que la «sangre derramada» de nuestros hermanos «no clama venganza, sino misericordia y paz, rectificación de comportamientos y conversión, para que termine esta tenebrosa y oscura espiral de violencia absurda e inaudita», expresó en su homilía dominical.

Leer homilía de Monseñor Carlos Castillo.

El arzobispo de Lima ha manifestado su consternación y dolor por la injusticia cometida contra los muertos y heridos que vienen dejando los conflictos sociales en el Perú. «A la Iglesia nos corresponde una reflexión fundamental, espiritual», entatizó el monseñor, precisando que «las investigaciones, las interpretaciones políticas, económicas y sociales, corresponden a otros ámbitos; nosotros no vamos ni a derecha ni a izquierda, ni a centro, vamos al fondo. ¡Y esa es nuestra misión!… todo puede perfeccionarse si se va al fondo de las cosas».

El obispo de Lima fue enfático al señalar que estas 49 muertes también han sido intentos de «matar al Señor Jesús, porque Jesús está en el rostro de cada víctima, y cada víctima representa también el rostro del Dios de los humillados, de los aniquilados, que en sus rostros dormidos pronuncian su palabra: ¡Paz!». Carlos Castillo denunció la actitud egoísta y ambiciosa de quienes «juegan con nuestra identidad, generosidad, sencillez e inocencia, y también pretenden burlarse para usarla por algún juego de interés y de poder».

Esta Misa la hacemos unidos a todas las iglesias de la nación y a los sufrientes con los cuales quisiéramos compartir su sufrimiento: familiares, hermanos policías, médicos y, sobre todo, la enorme cantidad de jóvenes que han sufrido la muerte. Nuestra Iglesia está unida a nuestro pueblo, porque el Señor la denominó “Pueblo de Dios”

Comentando el Evangelio Juan (1, 29-34) – leído esta mañana en quechua y en español – Monseñor Carlos explicó que el testimonio de Juan el Bautista, que distingue al Señor como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, debe inspirarnos para encontrar un camino de esperanza en medio de las situaciones urgentes: «Juan puso toda su fuerza y su iniciativa para ayudar a encontrar una salvación, y por eso, introdujo el bautismo de agua. Juan quiso colaborar con Jesús poniéndose a su servicio y, aunque no lo conocía, aceptó la novedad, la sorpresa de que, en una persona pobre y sencilla de Israel, Dios se iba manifestar», reflexionó.

«Esta mañana, el Papa Francisco ha dicho que Juan no manipulaba a sus discípulos, él invitaba a que fueran por su camino, reconocieran dónde tendrían que ir. Este el camino de la libertad, el camino de una educación que no se impone, sino que se suscita, que intenta comprender al alumno e intenta ponerse en su situación», puntualizó.

El Primado del Perú reiteró su llamado a no caer en la desesperación y comprender las cosas con hondura, a «mirar más ampliamente en medio de la adversidad y la dificultad» para conseguir la paz, el amor y la solidaridad universal».

Escuchar la voz del Señor en los silenciados.

Monseñor Carlos ha indicado que la actitud de espera y paciencia de Juan el Bautista debe ayudarnos a comprender que nuestra espera no puede ser violenta ni ajena al sufrimiento de los demás. Y agregó estas preguntas a su meditación:

¿Estamos esperando todos a Jesús, que está viniendo en los que vienen, viven y mueren? ¿Leemos su mensaje en la muerte de nuestros hermanos? ¿Cómo, nosotros, respetamos la presencia del Señor y escuchamos su voz en los que han sido silenciados? ¿Reconocemos la presencia en nuestra historia de la inmensidad de siervos sufrientes, que nos llaman, nos interpelan en cada acontecimiento, en cada muerte? ¿Consideramos realmente que todos los muertos son nuestros y que nadie nos libera de esta hermandad? ¿Estamos convencidos de que no hay muerto ajeno?

Jesús está presente en esta tragedia peruana.

En otro momento, el prelado aseguró que, en medio de la tragedia peruana que nos ha tocado vivir, Jesús está presente porque, a pesar de todos los males, el Señor nos muestra «que viene en todos los muertos por los que realizamos esta misa hoy día, porque ellos son similares al cordero degollado, ensangrentado, abaleado y calcinado. Y esos corderos hablan, nos interpelan, nos invitan a abandonar el camino violento, a proceder con inteligencia y verdad, a detectar a los que dan órdenes o consignas equivocadas propagadoras de la muerte, y a quienes han tomado decisiones equivocadas y están obligados a corregirlas».

En medio de nuestro dolor por la muerte de nuestros 49 hermanos asesinados estos días de diversas formas, ni ellos ni nosotros estamos solos, Dios está allí. 

Dirigiéndose a los responsables y cómplices de los sucesos violentos que enlutan a nuestro país, el arzobispo de Lima dijo: «A esos hermanos que han matado y se mueven perdidos como alma en pena irradiando más muerte, les decimos y los llamamos con el corazón estremecido de dolor, que la sangre derramada no clama venganza, su sangre clama misericordia y paz, rectificación de comportamientos y conversión, para que termine esta tenebrosa y oscura espiral de violencia absurda e inaudita», sentenció.

Dejémonos interpelar por las muertes injustas.

Monseñor Carlos recalcó que debe persistir la búsqueda de modos pacíficos de organizarnos para resolver las grandes demandas de cada región pobre del Perú. «No necesitamos liquidar el Estado que tanto ha costado construir y, al cual, siempre y actualmente se opusieron los intereses mezquinos y egoístas. El Estado peruano se formó a pulso con mártires fundadores de cada una de las instituciones y, por eso, están bien cimentadas», exhortó.

Nuestras víctimas no son un número anónimo, son los rostros humanos (muchos de ellos juveniles) de vidas cegadas por quienes, desde diferentes ángulos, nos quieren distraer de la esperanza.

Finalmente, haciendo alusión a «Los Heraldos Negros» de César Vallejo, el arzobispo Castillo añadió: «Intentemos concentrarnos en el sentido que tienen estas muertes injustas que nos interpelan para cambiar y procurar un país de hermanos que se comprenden y colaboran los unos con los otros. Que sus sufrimientos nos conduzcan a reconocer que sus caídas son las caídas hondas de los Cristos del alma que, para empozarse en lo hondo de nuestras almas, nos permita que todos volvamos los ojos, y sintamos que sobre nuestro hombro, nos llama una palmada y los podemos ver a los ojos, cara a cara, reconociendo al hermano, al pobre que, con su mirada desesperada, nos pide auxilio».

La Eucaristía de este II Domingo del Tiempo Ordinario contó con la participación de diferentes representantes de la Defensoría del Pueblo, Policía Nacional del Perú y Pastoral Juvenil de Lima.

Al celebrar la Epifanía del Señor en la Basílica Catedral de Lima, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a «redescubrir al Señor pequeño, al Dios pequeño, humilde y sencillo». En su homilía dominical, el prelado afirmó que el mundo «tiene mucha descritianización» y la actitud de los magos que fueron adorar al Señor, nos debe inspirar a recibir los mismos dones: 1) la llamada del Señor en lo profundo de nuestras esperanzas, 2) el discernimiento y reflexión de un cristianismo inteligente, 3) sorprendernos de la marvilla de Dios que se manifiesta en lo pequeño.

«Nosotros, que somos un país católico, tenemos, hoy día, una enorme tendencia a vivir paganamente, porque las invasiones de las ambiciones nos destruyen y nos hacen violentos y nos hacen lejanos al Dios pacífico que murió en la Cruz para darnos vida, amor y esperanza», es la reflexión que nos deja el Primado del Perú.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

La Iglesia de Lima ha celebrado este domingo la Epifanía del Señor, en palabras de nuestro arzobispo Castillo, «un día alegre para toda la humanidad llamada a conocer que Dios es amor». Esta es una premisa que se expresa en al nacimiento del Niño pequeño «que se ha hecho uno de nosotros … ¡y el más pobre de todos nosotros!, dispuesto, inclusive, a morir en una Cruz para anunciarnos la paz».

Comentando el Evangelio de Mateo (2, 1-12), que narra la visita de los Magos al Niño Dios, Monseñor Carlos explicó que todos los seres humanos tenemos búsquedas interesantes, pero debemos saber leer los signos y las circunstancias para tomar decisiones adecuadas. «Estos reyes magos, estos astrólogos, ven aquello que es interesante en el cielo para ellos, pero ven más, buscan más», adelantó.

Inspirado en la homilía del Santo Padre en la Epifanía del Señor, el obispo de Lima destacó los tres regalos que reciben los Magos en su búsqueda al Señor: 1) la llamada del Señor, 2) el don del discernimiento, 3) la capacidad de sorprenderse por el Dios «pequeño».

Primer regalo: la llamada del Señor.

Los Magos se sintieron llamados. Este fue el primer don que recibieron, porque vieron una estrella y trataron de comprender ese misterio. «Siempre, detrás de cualquier pasión que tenemos, debemos ver lo positivo de la pasión, porque Dios nos ha hecho apasionado, sensibles. Nosotros somos seres humanos intuitivos porque somos hechos por amor y para amar. Lo importante es que no vayamos de la fascinación a pasar al fanatismo, sino que, antes, valoremos la fascinación para encontrar el sentido más profundo y hacer, entonces, una respuesta al misterio que está ahí presente», explicó el prelado.

Monseñor Castillo señaló que detrás de toda búsqueda, siempre está la búsqueda a Dios. Por lo tanto, nuestra actitud como cristianos debe ser el acompañamiento y el acercamiento, «no esperar que lleguen, sino irlos a buscar como Jesús, que salió a buscar a sus ovejas». Este sentido misionero es el que, finalmente, está detrás de esta búsqueda.

Segundo regalo: el don del discernimiento.

Como segundo aspecto, el arzobispo de Lima destacó la capacidad de reflexión y discernimietno de los Magos, que empiezan a «ir más allá de las averiguaciones enredadas de Herodes» y se dejan guiar por la meta de encontrar al Niño.

«No basta con que nosotros busquemos, es necesario estar disponibles a encontrarnos con aquello que nos prepara el Señor. Y, para eso, necesitamos ir a la meta, no quedarnos con las tentaciones del camino, como dice el Papa. En nuestro país, actualmente, tenemos la fascinación por algunas cosas que nos han ilusionado durante años. Aparentemente, son grandes ideales, pero yo creo que lo que más nos ha fascinado durante los años 90 y 2000 ha sido… ¡la plata! Y todo el mundo está fascinado por ver la manera de que, a través de ciertos mecanismos, se llenen de plata», indicó el Monseñor.

Hay personas que no aceptan el discernimiento y, entonces, quieren conseguir sus objetivos a como dé lugar. Eso es necesario cambiarlo, porque si no nos vamos a perder todos.  

Y ¿cuál es la meta que nos enseñan los Magos? «Tenemos que llegar a adorar al Niño y, para eso, hay que diferenciar de las tentaciones y de las pasiones que nos pueden venir, recogiendo lo interesante y, simultáneamente, ir al fondo, a la base, es decir, a la meta que es el Señor», precisó el arzobispo.

Tercer regalo: la capacidad de sorprenderse por el Dios «pequeño».

Finalmente, Monseñor Carlos habló sobre el tercer regalo que obtuvieron los Magos: la capacidad de sorprenderse al encontrarse con un «rey chiquitito, pequeño», pero, en realidad, «es el Rey grande que se hace pequeño».

«Esa sorpresa – asegura el Primado del Perú – les permite hacer un segundo discernimiento en sueños, y se retiran por otro camino para no caer en las garras de la maldición de Herodes. Y así, entonces, hacen posible que todos los pueblos se abran al Señor y aprendan ellos mismos a abrirse al Señor, para que todos tengamos la misma actitud, inclusive, si no somos creyentes, si no somos cristianos».

La Eucaristía de este domingo 8 de enero, contó con la participación de la Pastoral Juvenil del decanato 7 de nuestra Arquidiócesis de Lima.

Desde la Catedral de Lima, y en comunión con la Iglesia universal, Monseñor Carlos Castillo honró la memoria del Papa Benedicto XVI en una Eucaristía presidida por el Nuncio Apostólico, Monseñor Paolo Rocco Gualtieri. En su homilía, el arzobispo de Lima recordó la grandeza de espíritu y el testimonio de vida de Joseph Ratzinger, quien tuvo la capacidad de ir a los problemas más álgidos de nuestra época, criticando hondamente el relativismo y afrontando el gravísimo problema del abuso de personas dentro de la Iglesia.

«Demos gracias a Dios por la vida de este hombre ilustre y, simultáneamente, humilde. Estamos muy agradecidos por el paso de Benedicto en nuestra historia, paso sencillo, paso discreto, pero paso que ha marcado nuestra vida eclesial», señaló.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

Comentando el Evangelio de Lucas (23:33-56), Monseñor Castillo recordó que la vida del Papa Benedicto siempre fue una entrega a las manos del Espíritu de Dios (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”), porque «supo comprender la compleja realidad del mundo» e intentó ayudar a que la humanidad «pudiera encauzar un nuevo camino».

El prelado también citó las palabras del Papa Francisco en la Misa de Exequias celebrada en la Plaza de San Pedro:

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» – dice el Santo Padre – es la invitación y el programa de vida que inspira y quiere moldear como un alfarero (cf. Is 29,16) el corazón del pastor, hasta que latan en él los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5).

«Estas palabras – explica el obispo de Lima – muestran cuánto ha considerado el Papa Francisco el ministerio movido por el don gratuito del amor que el Papa Benedicto nos supo brindar, no solamente como Papa, sino como laico, como sacerdote, como obispo y como teólogo». 

Dejar que el don gratuito guíe nuestra vida y nos cambie.

El arzobispo Castillo reiteró que «el mundo moderno que Benedicto criticó tan fuertemente, viene de la auto-referencialidad de una manera de actuar y de vivir en donde todo lo pone la ambición, los propios proyectos, el individualismo, la relativización de todo en función del interés particular». Por ello, es necesario «reconocer que todo lo que tenemos ha sido dado y, por lo tanto, hemos de vivir compartiendo el regalo del amor y dejar que el don gratuito guíe nuestra vida, nos cambie».

El Papa Ratzinger reveló que la verdad de la fe es el amor, y que no hay manera de ser creyente sin experimentar el amor y compartirlo. El amor recibido se comparte.

«Si nosotros no somos la Iglesia que comparte el amor que se nos ha dado – reflexiona Monseñor Carlos – nuestra Iglesia se vuelve infecunda, es una Iglesia que se encierra en sí misma y se vuelve tan egoísta como el mundo», advirtió.

Grandeza de espíritu para ir a los problemas más álgidos.

En otro momento, el Primado del Perú afirmó que «solamente una persona que se deja llevar por el amor gratuito» y con «grandeza de espíritu», tiene la autoridad de «ir a los problemas más álgidos». Ese fue Benedicto XVI, quien no sólo criticó hondamente el relativismo, sino afrontó «el gravísimo problema de la violación de personas inocentes realizadas por el clero. Y tuvo la valentía de sacar del estado sacerdotal a más de 400 sacerdotes e, inclusive, obispos y cardenales».

«El Papa Benedicto, como presidente y prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo que examinar y evaluar las doctrinas en América Latina, especialmente, en la Iglesia peruana. Él tuvo la grandeza de escuchar, de separar el grano de la paja, de pedir cambios y rectificaciones y, simultáneamente, de consolidar la grandeza de una opción preferencial por el pobre que, además, en la reunión de Aparecida, logró reafirmar públicamente diciendo que la opción preferencial por los pobres está enraizada en la más antigua cristología del Nuevo Testamento», aseguró el prelado.

Aprender a renunciar a las ambiciones y reconocer los límites.

Finalmente, Monseñor Castillo destacó la capacidad del Papa Benedicto de reconocer que la complejidad de la época era incompatible con la edad que tenía. «Por esa razón, decidió hacer un acto de humildad y fue capaz de hacer una cosa totalmente novedosa. La palabra “renuncia” es una palabra cristiana, profundamente católica: el aprender a renunciar a mis ambiciones, el reconocer mis límites, el estar dispuesto, si no se es capaz, a dejar paso a otro», apuntó.

Nuncio Apostólico: «Benedicto nos enseñó una fe pensada, en diálogo con la razón».

Monseñor Paolo Rocco Gualtieri también dirigió unas palabras de gratitud por la vida del Papa emérito, Benedicto XVI:

«Estamos en comunión con el Santo Padre Francisco, con su dolor. De sus palabras de estos días se desprende la estima y la amistad que sentía por Benedicto. Estamos en un clima de fe, una fe que Benedicto XVI nos ha ayudado a fortalecer; una fe no superficial, sino una fe pensada, una fe que está siempre en diálogo con la razón, la fe en Jesucristo, Luz y Verdad, a quien, hasta su muerte, nos enseñó a conocer y amar», precisó.

Elevamos nuestra súplica para que el alma de su gran y fiel siervo, Benedicto XVI, sea acogida en las moradas eternas.

En la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y con motivo del fin de año, Monseñor Castillo señaló que María «es la primera pastora que nos acompaña siempre y no nos abandona». Este fue el punto de partida del prelado para recordar que «nuestra misión es la paz en el mundo», esa que vino a traer Jesús desde el pesebre. «Tenemos que hermanar al Perú, tenemos que pacificar al Perú reconociendo todo lo lindo que tenemos, todo lo bueno que Dios nos ha dado y, sobre todo, al Niño Jesús que mora en cada uno de nosotros y quiere crecer en nuestras vidas», puntualizó en su homilía.

Inspirado en el testimonio de vida y el legado intelectual del Papa Emérito Benedicto XVI, el arzobispo de Lima hizo un llamado a imitar su ejemplo y aprender a renunciar a las ambiciones individualistas y las ideologías que nos alejan del Bien Común: «No somos una Iglesia, en primer lugar, de “jerarcas”; no somos, en primer lugar, una Iglesia de “mandamases”; no somos una Iglesia de “élite”, educada y brillante, pero separada del mundo; somos pastores que se identifican con su pueblo y caminan con él», precisó.

Leer transcripción de la homilía de Monseñor Castillo.

En el inicio de su homilía, el arzobispo de Lima afirmó que reunirse «en el rincón final de un año», es una oportunidad para tener un «momento de recogimiento, hacer un poco de memoria y reconocer el paso del Señor por nuestras vidas, agradecidos inmensamente porque todavía vivimos, existimos, y el Señor quiere bendecirnos».

En alusión a la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, Monseñor Carlos explicó que María «desarrolla su misión en la historia como pastora, como integrante del pueblo de pastores». En su seno, continuó el obispo, se concreta esa bendición de Dios a la humanidad, como ocurrió con Abraham, otro «pastor peregrinante que recibió la bendición del Señor en el corazón de su vida».

«Esta bendición se realiza por medio de la entrada de Jesús como Hijo de Dios, que se hace Niño y que introduce en el ser humano la capacidad de vivir divinamente, de vivir en el amor y, por lo tanto, de perdurar en la historia», reflexionó el prelado.

Dios ha querido revelarse a un pueblo de pastores.

Comentando el Evangelio de Lucas (2, 16-21), que narra la visita de los pastores al Niño Jesús, el Primado del Perú apuntó que, a través de esta manifestación, Dios ha querido «revelarse a un pueblo de pastores que está caminando y cuidando al rebaño». Este es el modelo de la Iglesia que quiere implantar el Papa Francisco, siguiendo el legado de los Papas anteriores:

«Venimos del famoso Concilio Vaticano II que incentivó, con acierto, que la Iglesia, si no se dinamizaba al servicio del mundo y no ayudaba a comprender el mensaje evangélico educando a las poblaciones del mundo, lo que iba a suceder es que la Iglesia se volvía irrelevante y el mundo andaba por cualquier parte», dijo el arzobispo.

Por ello, el obispo de Lima recalcó la importancia de «volver al pesebre» de Belén y reconocer que la paz es posible cuando nos dejamos pacificar por Dios y recibimos su Gracia para solucionar los diferentes problemas que se nos presentan, superar los enfrentamientos, las mentiras, los petardeos, las ambiciones individualistas y los prejuicios.

Agentes pastorales en las situaciones complejas.

Monseñor Castillo aseguró que es urgente procurar que «todos seamos pastores del pueblo que sufre y del mundo que vive en situaciones complejas de decadencia». Para ello, el Señor ha sembrado esa semilla que nos hace a todos como Jesús y nos vuelve agentes pastorales:

Todos tenemos que ser agentes pastorales, mucho más los que tenemos la misión de pastores como responsabilidad (seminaristas, obispos, religiosos). Somos pastores que se identifican con su pueblo y caminan con él.

Papa Benedicto XVI: ejemplo de lucidez, sabiduría y humildad.

En otro momento, el arzobispo de Lima habló sobre la lucidez y sabiduría del Papa Emérito Benedicto XVI, quien partió al Padre en la mañana del 31 de diciembre. Monseñor Castillo destacó su gran humildad para renunciar y permitir que la Iglesia «siga caminando en y con la historia», saliendo de su propio estancamiento y descentrándose de una especie de «letargo».

Renunciar no es solamente a un cargo, renunciar es renunciar a las ambiciones, a las locuras, a la ideología, a los prejuicios, a las mentiras, al armado de cosas completamente ajenas al Bien Común.

«Que el Papa Benedicto, que ya está en el cielo, nos ayude a seguir siendo lúcidos de las situaciones con toda la genialidad y estudio que él tuvo; y nos haga a todos capaces de seguir su camino con abundancia de amor, con presteza, con el intento de siempre acompañar y nunca abandonar», acotó.

Al llegar la Solemnidad de la Natividad, Monseñor Carlos Castillo recordó que la Navidad es un tiempo para que, inspirados en la Palabra que nos genera, seamos trabajadores de la paz y de la esperanza en nuestro país, introduciendo en nuestras vidas un modo de relacionarnos que pondere las cosas antes de actuar:

«La Palabra es vida, dice el Evangelio, porque cuando conversamos, empezamos a entender la vida de otra manera y nos vivificamos. El futuro se necesita construir a partir de escuchar la Palabra de este “pequeño” que se va a hacer grande, pero que siempre vivirá y morirá como pequeño, sin olvidar nunca su pobreza. El Señor nos dice que estamos necesitados de ser engendrados de la Palabra», añadió.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

Al inicio de la homilía, Monseñor Castillo expresó que la Fiesta de la Navidad nos toca hondamente por el Dios que se hace Niño para hacernos renacer a formas de vivir diferentes. Por ello, «nadie puede vivir indiferente a pesar de que nuestras indiferencias existen y están llamadas a superarse».

Abrirnos a una época solidaria y hermana.

El prelado aseveró que en un mundo centrado en el dinero, los deseos del propio placer y las ambiciones, la Iglesia está llamada a comunicar y anunciar la Palabra del Evangelio, a hablar con la humanidad y ser misionera: «Estos días turbios que hemos vivido, están vividos todavía con la idea de que podemos vivir sin palabras, que podemos encerrarnos en nosotros mismos sin decir palabra y destruir al otro. Esa actitud sectaria, solipsista, solitaria, incapaz de salir de sí, es el estilo, el modo, en que nos ha habituado el mundo actual individualista: a encerrarnos sin ver más allá de nosotros mismos», acotó.

El arzobispo Castillo afirmó que se está abriendo una época nueva, solidaria y hermana, capaz de tratar las cosas con profundidad. Esto se evidenció en el Encuentro por la Paz que la Iglesia de Lima convocó junto a los grupos interreligiosos y organizaciones de base para abordar el tema de la pacificación en el país: «En esta reunión salió el deseo y la necesidad de entendernos, de tomar iniciativas para dialogar y comprender dónde están las raíces de nuestros problemas», señaló.

En la reunión que hemos tenido, uno de los interventores dijo que el alma peruana está sumamente golpeada. Tenemos que reparar el alma del Perú, tenemos que hacerla un alma de esperanza, no un alma que infunda la agresión, la violencia, las respuestas calculadoras y previsoras de intereses propios.

«En el Encuentro por la Paz no todo fue alegría y dicha – contó el arzobispo – algunos decían cosas en oposición a otros, pero fue interesante que cada uno empezó a entender que parte de lo que se decía de la posición contraria, tenía algo de razón. Y fue muy interesante porque, al final, todo el mundo salió muy satisfecho a pesar de que no habíamos podido solucionar todavía nada».

Llamados a ponderar las cosas antes de actuar.

Comentando el Evangelio de Juan (1, 1-18), que nos recuerda: En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios, el Primado del Perú recalcó que el tiempo de Navidad se prolonga como un tiempo de llamado al diálogo, introduciendo en nuestras vidas un modo de relacionarnos que siempre trate las cosas y las pondere antes de actuar, tratar de ver más allá de los intereses inmediatos y buscar cuál es aquello que es conveniente hacer.

En otro momento, Monseñor Carlos explicó que recibir a Jesús «es entrar en nuestra vida en las mismas categorías con las cuales Dios piensa; es, en cierto modo, una forma de divinizarse, de poder ser hijos de Dios. Pero hay personas que creen que divinizar es endiosarse, y creen que por ser creyentes están por encima de los demás».

«El Evangelio nos está diciendo que, dejándonos engendrar por la Palabra, somos hijos de Dios como Dios es el Dios que se hace niño. La divinización en el ser humano pasa por considerarse hijo, e hijo que se encarna en los pobres, en los últimos. De hecho, cuando dice el texto: … “y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, se está diciendo con un término: “carne”, es decir, lo más débil del ser humano, la carne en el aspecto más débil. Y la Palabra se hizo “debilidad”, se hizo la debilidad de un niño. El Señor se hizo pobre, la Palabra se hizo pobre y habitó entre nosotros. Y así, todos somos cogidos en la salvación, todos somos invitados a salvarnos. «, reflexionó el prelado.

La Navidad no se puede vivir a espaldas de los pobres, como dijo el Santo Padre. La Navidad no debe ser pensada en términos de una gran fiesta que exalta el poder y no ve lo más importante: la misericordia y la caridad del Señor para con la humanidad.

«¿Quién de aquí o del mundo puede decir que nació poderoso?», preguntó el arzobispo de Lima y agregó:

«Todos nacimos como Jesús: fuimos engendrados y acogidos por una madre, nos pusieron un vestido y, simultáneamente, cada uno de nosotros aprendió a vivir siempre desde lo pequeño. Lo que pasa es que, cuando nos hacemos grandes, creemos que ya lo pequeño no interesa. Y lo que interesa, permanentemente, es la actitud pequeña de Dios que tiene en cuenta a los que más sufren, a los pequeños, a los niños del mundo que están sufriendo la guerra, a los niños que hace poco, algunos de ellos, han muerto en condiciones terribles por esas trifulcas que hemos tenido».

En la Misa de Nochebuena, celebrada en la Basílica Catedral de Lima, Monseñor Guillermo Cornejo aseguró que Dios se ha encarnado en el corazón de nuestro pueblo y nuestros problemas, en el corazón de todos, especialmente los pobres y los que más sufren. «La encarnación del Hijo de Dios es el corazón de un mensaje de solidaridad con todos, especialmente, con los que más sufren. Captemos lo que significa la verdadera Navidad: la conversión personal, social y pastoral de todos», acotó.

En su homilía, Monseñor Cornejo explicó que la Navidad es una fiesta de alegría y esperanza, aún en tiempos de dificultad: «Estamos celebrando el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Hoy, más que nunca, necesitamos hacer vida porque “un niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado. En sus hombros descansa el poder y su nombre es consejero admirable, Dios fuerte”. Esas palabras de Isaías nos deben invitar a reconocer ese gran amor de Dios Padre a todos nosotros, que nos envió a su Hijo», indicó.

Que en esta Navidad que nos ha venido en un momento difícil, en un momento duro, hagamos la verdadera conversión persona, pastoral y social.

En su alocución al Evangelio de Lucas (2:1-24), nuestro obispo auxiliar resaltó que Dios ha querido nacer entre los más humildes y sencillos del mundo para revelarnos que el Mesías nos llama a ir a lo más profundo, no a quedarnos en las cosas materiales. Por eso, necesitamos identificar y ver a Dios en cada hermano, porque «cada hermano es un regalo de Dios y tengo que ser solidario con el Otro».

Hoy, más que nunca, necesitamos vivir la auténtica Navidad. Ya no desunión, ya no racismo, ya no injusticias. Necesitamos paz y reconciliación, necesitamos comenzar una nueva vida.

El prelado afirmó que la Navidad nos invita a vivir verdaramente la fe, la esperanza y la caridad. «Tenemos que captar la presencia de Dios que nos ama, perdona, que nos transforma. Algunos creen que la Navidad solo es un «niño de barro» que se coloca en el pesebre. La Navidad es amor, es perdón, es reconciliación, es querernos; es tratar a los demás como quisiéramos que nos traten a nosotros». reflexionó.

Desde la Basílica Catedral de Lima, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a abandonar las reacciones desesperadas que nos impiden actuar con sabiduría y entrar a un camino pacificador y afianzador de nuestra democracia. En la Eucaristía, el prelado oró por los más de 20 muertos y cientos de heridos que ha dejado las últimas manifestaciones en nuestro país.

«No es posible afianzar un orden democrático y pacífico si no se renuncia a la violencia en cualquiera de sus formas y si no obramos con sabiduría buscando, prioritariamente, el bien común», comentó en su homilía.

Al llegar IV Domingo de Adviento, nos unimos a la convocatoria de la Conferencia Episcopal Peruana para celebrar la Jornada Nacional de oración por la Paz. En ese sentido, el arzobispo de Lima inició su homilía recordando que es importante estar atento y mirar «cómo está surgiendo la salvación desde los pequeños», especialmente, cada vez que hay problemas y situaciones difíciles. Y puso como ejemplo el desafío que afrontó José, después de enterarse que María estaba encinta por obra del Espíritu Santo:

«¿Por qué es violenta esta situación? Porque a las novias infieles se les condenaba en Israel a ser lapidadas, es decir, apedreadas hasta morir como traidoras. Pero se nos dice, en el Evangelio de hoy (Mt 1, 18-24), que José era justo. Uno puede pensar que si era justo, debería haber aplicado la ley pura y dura, sin embargo, no fue así, porque José se había ido educando en algo más hondo: en otra manera de ser justo, sabiendo comprender el sentido de las cosas con hondura, no por las apariencias, no dejando que se desencadene una rabia que destruiría a María, sino una comprensión tranquila y serena para esperar más allá de lo inmediato», explicó el prelado.

La justicia de José es ancha, completamente novedosa, es una justicia que está orientada por el amor profundo que le tenía a María y por la infinita misericordia que aprendió, como creyente en Yahvé, que no abandona.

Un ancho corazón como el de José, reflexionó el Primado del Perú, hace del justo «una persona capaz de disolver toda rigidez y toda mezquindad, e incluso, morir por su Patria como todos los héroes mártires que nos fundaron como Perú».

La sabiduría fina de José. No se apresuró movido por sus miedos.

En otro momento, el obispo de Lima meditó sobre la sabiduría fina y lejana de todo apuro y frivolidad que asisten a José: «El amor de José por María, lo lleva a esperar, y en sueños recibe el anuncio de que ese Hijo es de Dios, y recibe su nueva y extraordinaria misión y vocación de padre adoptivo de Jesús. Pudo haberse apresurado, sin embargo, esperó y no se apresuró movido por sus miedos y sus rabias», reiteró.

Si Dios se da como el Emmanuel, no temamos a las situaciones difíciles actuales. Invitemos a todos a proceder con una profundidad de amor que impida que caigamos en la ruina para superar el mal que estamos viviendo. Leamos con sabiduría, fineza e inteligencia los acontecimientos.

Retomar el camino pacifico que nos lleve a salir airosos.

Monseñor Carlos precisó que la corrosión de todas nuestras instituciones (ministerios, poderes, barrios, regiones, alcaldías, medios de comunicación, comercio, inversiones e incluso las iglesias) , ha disminuido en todos los peruanos «la sabiduría necesaria para retomar el camino pacifico que nos lleve a salir airosos. A más corrupción, se ha generado más violencia; a más ambición, menos bien común y más caos. Y así, aparece el virus malsano de la vileza y de la agresión de todos los violentos, que muchas veces somos nosotros mismos que extremamos los primeros sentimientos sin meditar», indicó.

Es nuestro deber, como Iglesia, llamar a una actitud autocrítica para reconocer que muchos graves errores se están cometiendo. Demasiada sangre ha corrido ya entre nuestros compatriotas y en nuestro país como para seguir derramándola y haciéndonos indiferentes al mal que se ha propiciado, obedeciendo a consignas con absoluta ceguera ambiciosa, prejuiciosa o ideológica.

El arzobispo Castillo aseguró que si queremos entrar, verdaderamente, en un camino pacificador y afianzador de nuestra democracia, es necesario que «procedamos con el espíritu nuevo del bien común, por una parte, usando métodos inteligentes y sabios, y por otro, recurriendo siempre al diálogo ante los justos reclamos que necesitamos para vivir. Es preciso que se proceda con sabiduría más que con armas de combate».

Todos los muertos y heridos son nuestros, son nuestros hermanos, peruanos y peruanas. En nuestro país nadie sobra, y quien elimina o pretende eliminar a otro, o a cualquier institución de nuestro estado democrático, debe recibir una pena regenerativa para que reoriente su vida y su pensamiento en función del bien de todos. Tenemos que reeducarnos mutuamente.

Finalmente, Monseñor Castillo afirmó que, en todas las decisiones de la vida, es necesaria la sabiduría para «detectar y diferenciar al malhechor del bienhechor, las justas demandas de la gente de las demandas forzadas que agitan en contra de la democracia y buscan la dictadura, diferenciar las actitudes del buen soldado que busca defender la Patria de los que compraron sus ascensos, y por mantener su posición adquirida, se sienten con derecho a matar a mansalva».

En el nombre de Dios, rectifiquemos, una vez más, nuestra manera de actuar. Dejémonos reconciliar por Él en bien de todos los peruanos como hermanas y hermanos.

Al llegar el III Domingo de Adviento, Domenica Gaudete (Domingo de la Alegría), el arzobispo de Lima hizo una exhortación a «dejarnos inspirar en el Espíritu del Señor» y «ser renacidos del amor de Dios» para proponer las soluciones que necesitamos en nuestro país y nuestra Iglesia.

«Es el año del hermanamiento nacional. Si no hay soluciones inspiradas, el ser humano tiende a construir construcciones desesperadas, y la única manera de salir de la desesperación es calmarnos en la Paz del Señor que, entregado en la Cruz y desde Niño, nació siempre en la pobreza y no temió a asumir la pobreza, el despojo, el horror, las dificultades, porque viene de parte de Dios a decirnos que Dios está con nosotros y no nos abandona», comentó en la homilía dominical.

Leer transcricpción de homilía del arzobispo de Lima.

Monseñor Carlos Castillo inició su homilía recordando que se acerca el día en que el Señor se hizo carne en María y nace para todos nosotros para llenarnos de alegría y de esperanza. «Toda la humanidad está llamada a ser salvada en el Señor porque Dios nos creó a su imagen, nos creó para ser semejantes a Él, y nos creó, entonces, para gozar de la alegría de su Reino a toda la humanidad: creyentes y no creyentes, extraños de otras religiones, personas que no conocen al Señor e, inclusive, todos los que cometen delitos y males. Todos somos llamados a ser renacidos del amor de Dios», afirmó.

El Primado del Perú explicó que, en este Tiempo de Adviento, debemos adorar al Señor y recibirlo a través de cada acontecimiento de nuestra sociedad, porque «el Señor está escondido dentro de nuestra historia, nace pequeño e insignificante. Hay signos que se realizan en donde el Señor está adelantando su Reino, haciendo posible que, en los gestos de solidaridad, de apertura de las personas, en la atención a los problemas fundamentales de su vida, esté ya presente Dios… ¡Y es por dónde hay que comenzar!», resaltó.

El arzobispo Castillo hizo un llamado a centrar nuestra vida en los momentos difíciles, en la solidaridad, en la unidad, en el servicio a las personas que más sufren. «El Señor ha venido para dinamizar nuestro catolicismo, para salir a servir en todas las circunstancias en que vivimos y vivir la alegría por anticipado», señaló.

Dejarnos penetrar por el Espíritu del Señor.

Monseñor Carlos meditó sobre el Evangelio de Mateo (11, 2-11), que nos habla de Juan Bautista y la situación convulsionada que se vivía. Mientras estaba en la cárcel, Juan envió a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?».

¿Por qué dudaba Juan? «Porque todo ser humano que es trejo, que es sincero y que es a carta cabal, es decir, una persona ética, siempre corre el riesgo de construir todo sobre la base de su propia decisión. Esto es importante, pero no es suficiente. Tenemos que dejarnos penetrar por el Espíritu del Señor que permite ir saliendo adelante en las situaciones difíciles, y que es el que necesitamos para inspirarnos en diversidad de soluciones», reflexionó.

Reconocer nuestros límites y purificarnos de todos los males que tenemos.

El arzobispo reiteró que Dios suscita en Juan al precursor de su Hijo, al precursor del Mesías. «Juan el Bautista se dedica a decir que, en medio de la situación difícil, primero, es necesario que todo el mundo reconozca el límite que tiene. Y esto es lo que todos tratamos de hacer en la situación difícil que vivimos hoy: reconocer la culpa que tenemos de los problemas que hay, empezar a purificarnos de todas las cosas y males que tenemos. Esto necesita hacerse porque es una condición importante para, verdaderamente, recibir al verdadero Mesías», indicó.

Personas trejas en la Iglesia para evitar un «catolicismo flojito».

El obispo de Lima destacó la actitud responsable de Juan Bautista, «un ser humano trejo capaz de enfrentar las cosas con lucidez». De igual manera, «necesitamos esas personas trejas en la Iglesia para sacarnos de encima un catolicismo flojito, un catolicismo permanentemente miedoso de afrontar los problemas. Ese catolicismo que nos dice: “Sí, yo soy católico, pero mejor no confieso mis pecados porque no quiero que se enteren”. Y tapa, tapa, tapa… tú me tapas, yo te tapo. También los católicos somos así. Y eso, ¿qué cosas genera cuando yo me tapo y tú me tapas? Corrupción, esconder las cosas y no enfrentarlas, no mirar cara a cara nuestros problemas», precisó.

Como católicos, tenemos la primera tarea de invitar a reconocer los límites que tiene nuestra vida humana para aprender a ser sinceros. Nos hemos habituado, enormemente, a un catolicismo de encubrimiento porque nos hemos acostumbrado a un catolicismo en que falta la reflexión, en que falta la sabiduría.

El prelado aseguró que «el verdadero catolicismo se vive a rostro abierto, a corazón abierto. Por eso, Juan Bautista fue muy importante para la Iglesia, y la Iglesia lo hizo santo católico, santo cristiano».

A los Misioneros Identes y la Hermandad de la Virgen de Guadalupe (Rímac).

En la Apertura del Centenario del Nacimiento de Fernando Rielo Pardal, Monseñor Castillo se dirigió a los Misioneros Identes para agradecerles por su testimonio de servicio. «Ustedes son testigos de Cristo. Que Dios los bendiga, los acompañe y los haga también “misioneros vayantes”, para que vayan por el mundo y por el país anunciando el Evangelio», dijo.

Dirigiéndose a la Hermandad de la Virgen de Guadalupe, formada en la Iglesia San Lázaro, el arzobispo remarcó la importancia de practicar una hermandad comunitaria. «En eso hay que avanzar, porque no basta ser cargador una vez al año. Es necesario ser comunidad para acoger al Señor, testimoniarlo y vivirlo intensamente», declaró.

Alrededor de 80 niños y niñas acudieron a la Basílica Catedral de Lima para recibir el Sacramento de la Comunión. En el día que celebramos la Inmaculada Concepción de María, Monseñor Carlos Castillo aseguró que «todos podemos sentirnos partícipes de la Gracia abundante, exorbitante y enorme del amor de Dios en nosotros».

«Dios siempre nos ama y nos quiere perdonar. Si nosotros, que hemos sido amados por Dios y, además del Bautismo, recibimos la Primera Comunión, lo hacemos para alimentar nuestra capacidad de escuchar al Señor, de sintonizar con Él. El Señor nos comprende porque Él no nos retira su amor. Ese es el Dios de María», meditó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Lucas (1, 26-38), que narra la Anunciación del Ángel Gabriel, Monseñor Castillo explicó que este relato nos recuerda la delicadeza que tiene el Señor para dirigirse a María: ¡Llena de gracia!, dice el Ángel. «Es decir, la abundante de gracia, porque es amada por Dios», indicó.

El arzobispo resaltó la actitud que tuvo María al aceptar el don de Dios: «María no se “comió” la reflexión, ella usó la cabeza. Todos debemos tener un cristianismo inteligente, reflexivo, porque hay mucha gente que nos quiere engañar por desesperación. Y nosotros, también, desesperados, queremos respuestas rápidas», afirmó.

Dios vive en María, en todas sus dimensiones, en todo su ser. Con María comienza la historia de aquellos que salen de la desgracia de vivir influidos por el pecado a la Gracia abundante, exorbitante, enorme, del amor de Dios en nosotros.

El Primado del Perú habló sobre la importancia de aprender a ayudarnos a vivir en la Gracia del Señor, permanentemente. ¿Y cómo se vive en la Gracia? «Primero, rechazando el temor, porque Dios siempre nos ama y nos quiere perdonar. Para eso, necesitamos la misma actitud de sabiduría de María», reflexionó.

Introducirnos en el amor de Dios y vivirlo intensamente.

En otro momento, dirigiéndose a los niños y niñas que participaron en el Sacramento de la Comunión, el obispo de Lima señaló que este camino iniciado nos introduce en el amor de Dios para vivirlo intensamente. «Quien vive de amor, busca el amor para todos en la humanidad y no para intereses egoístas, que son los que nos llevan a que nos “vendan” la Plaza de Armas», acotó.

El prelado también advirtió sobre los riesgos de vivir de forma desesperada, en modo «automático», sometiendo todas las decisiones de nuestra vida al robot, al teléfono inteligente. «¡No se queden en eso! ¡Pregunten más! El mundo está lleno de fake news, de cantidad de noticias falsas, inventos, preguntas mal hechas, problemas y desesperaciones, en donde la gente, por la ambición, va a pecar, se desespera y se “come” el Árbol de la ciencia del bien y del mal», comentó.

Al conmemorarse el 34.° Aniversario del Día de la Policía Nacional del Perú, Monseñor Carlos Castillo afirmó que todos estamos convocados a construir una República participativa por el bien común, capaz de hacernos sujetos de esperanza, sujetos de propuestas. «Tenemos que reconocer que nuestras fuerzas armadas y nuestras instituciones tutelares, especialmente, la Policía Nacional, han contribuido con sus vidas a poder hacer posible la solidaridad, la compañía a la gente», dijo en su homilía.

La Eucaristía celebrada en la Catedral de Lima, contó con la presencia del presidente de la República, Pedro Castillo Terrones; autoridades del Ejército del Perú, Marina de Guerra, Fuerza Aérea, oficiales, suboficiales y personal civil de la Policía.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

Monseñor Castillo destacó el trabajo activo y solidario de la Policía Nacional a lo largo de nuestra historia republicana, especialmente, en estos años de Pandemia. Este testimonio de servicio debe ser una inspiración para solucionar los problemas más apremiantes de nuestra sociedad. «Nos hemos gloriado de tener a nuestra policía, al ejército y la marina, subiendo los cerros a compartir lo que nos llegaba en Cáritas. Hemos podido tener una experiencia de amor verdadero que no tiene por qué desembocar en una lucha eterna destructora de nuestras relaciones, sino que es necesario que empecemos a entender que, más que pelearse, lo que importa es ver cuáles son los problemas principales y atenderlos ya», señaló.

Ustedes, hermanos de la Policía Nacional, son parte de esas instituciones tutelares que siempre procuran y han de procurar la vida común en la Patria.

En esa perspectiva, el arzobispo de Lima aseguró que todos estamos llamados a dar testimonio de que somos hermanos los unos de los otros, para vivir gratuitamente y transformar la historia abriéndola a un horizonte nuevo. «Hay que hacer el esfuerzo permanente de ver cómo salimos de las situaciones difíciles, tratando de comprender y, a través del diálogo, establecer formas de unidad que impliquen la capacidad, la nobleza de abrirse al Otro y dejar lo propio en favor del bien común», reflexionó.

Volver a nuestra vocación, a la vocación del Perú para la humanidad.

El obispo de Lima recalcó la importancia de vivir y amar a nuestra Patria desde las relaciones humanas y la historia común, reconociendo nuestras limitaciones y evitando las históricas tentaciones que han perseguido a nuestro país (la extorsión, la ambición, la corrupción, el interés propio).

«Como dice el himno de la Policía Nacional: “Policía soy, de corazón, por vocación, noble y leal con la tradición de los heroicos policías de ayer. Doy mi juventud, mi abnegación, mi patriotismo y lealtad para servir con fe y honor a la gloriosa Policía Nacional y al Perú”. Hermanos, estamos llamados a volver a nuestra vocación, tenemos que preguntarnos cuál es la vocación del Perú para la humanidad», comentó el Primado del Perú.

Monseñor Carlos precisó que los cimientos que sostienen a nuestro país son la solidaridad y el desprendimiento, «ése es el “oro del Perú”, la solidaridad entre los pobres. Las personas, cuando hay una emergencia, se organizan solidariamente y hacen caso a lo que la primera constitución dice: la participación de toda la sociedad en el bien común».

Intentemos, juntos, buscar un camino unidos sobre una base común, y empecemos a superar los problemas de hambre, de miseria, de crisis, de corrupción, decidiendo abiertamente luchar contra eso.

Dirigiéndose a la generación de jóvenes policías, el prelado indicó que la juventud «es la esperanza de nuestro país» y necesita vivir experiencias de alegría, de solidez, de ejemplo, de parte de todos nosotros. «Es necesario saber desistir de nuestras propias tentaciones y ceder a que las nuevas generaciones limpien nuestro país con una limpieza que viene de un corazón abierto y sano», reiteró.

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