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Fotografías: Vicaría de la Juventud

Cientos de jóvenes de las diversas parroquias, colegios, universidades y comunidades, se congregaron para celebrar la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. En su homilía, Monseñor Carlos Castillo anunció la publicación de una nueva carta pastoral a los jóvenes y la renovación general en la organización de la Pastoral Juvenil de Lima que, desde ahora, centrará todas sus acciones en la «Vicaría de la Juventud de la Arquidiócesis de Lima».

Haciendo eco a las palabras de Francisco en el Ángelus de hoy, el Prelado hizo un llamado a seguir el camino de Jesús, nuestro Rey, que se ha identificado con los más desheredados de la tierra y que instala su ‘salón real’ en el corazón de los que más sufren y necesitan ayuda. Es un Rey completamente diferente que llama ‘hermanos’ a los pobres, se identifica con los hambrientos, los extranjeros, los enfermos y los encarcelados.

La juventud de Lima se hizo presente este domingo en Catedral de Lima. En compañía de los vicarios pastorales de nuestra Arquidiócesis, Monseñor Carlos presidió una Eucaristía que tuvo muy presente la palabra de Francisco.

Como se sabe, esta mañana el Santo Padre no pudo asomarse a la ventana en la Plaza de San Pedro por aquejar una inflamación en los pulmones. Pero su voz ‘se escuchó’ en todos los rincones del planeta a través de Monseñor Paolo Braida, encargado de los documentos papales en la Secretería de Estado.

En ese mismo espíritu, el arzobispo de Lima ha querido ‘prestar’ su voz para que toda la Iglesia de Lima pueda escuchar el comentario del Papa en alusión al Evangelio de Mateo (25,31-46), que nos habla de la caridad y del juicio final.

Dice el Papa:

La escena que nos presenta es la de una sala real, en la que Jesús, «el Hijo del hombre» (v. 31), está sentado en un trono. Todos los pueblos están reunidos a sus pies y entre ellos están «los bienaventurados» (v. 34), los amigos del Rey.

(…) Según el criterio de Jesús, los amigos del Rey son los que le han servido en las personas más débiles. Eso se debe a que el Hijo del hombre es un Rey completamente diferente, que llama «hermanos» a los pobres, que se identifica con los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los enfermos, los encarcelados.

(…) el Evangelio de hoy nos dice que somos «bienaventurados» si respondemos a estas pobrezas con amor, con servicio: no apartándose, sino dando de comer y de beber, vistiendo, acogiendo, visitando, en una palabra, estando cerca de los necesitados.

Se anuncia la Vicaría de la Juventud de la Arquidiócesis de Lima

En el día que también celebramos la 38ª Jornada Mundial de la Juventud Diocesana, Monseñor Castillo comunicó un «paso decisivo» en la vida de la Iglesia de Lima: la constitución de la Vicaría de la Juventud de la Arquidiócesis de Lima como el «organismo centralizador y promotor de toda la Pastoral Juvenil en sus distintos aspectos».

El Prelado compartió la «Segunda Carta Pastoral del Arzobispo a la Juventud de Lima», documento que recoge los frutos de la II Asamblea Juvenil y II Jornada Arquidiocesana de la Juventud (JAJ). «Ustedes han dicho cosas preciosas que tienen que ver con su solidaridad como muchachos y muchachas, con las necesidades de nuestros pueblos, de nuestra gente sencilla, de los jóvenes que pasan desdichas y dificultades», indicó el arzobispo.

El documento, disponible en formato digital para su libre difusión, aborda una serie de temas relacionados a las dificultades y realidades de los jóvenes, recogiendo una «abundancia de propuestas y aportes sugeridos» para renovar la Iglesia Joven.

La nueva carta pastoral también adelanta la gran tarea de construir, de modo ordenado y sistemático, la Vicaría de la Juventud, establecida mediante Decreto Arzobispal. Por ello, «cesan todos los cargos de Pastoral Juvenil tenidos hasta este momento y comenzamos la estructuración de esta Vicaría de la Juventud, que dará solidez, unidad, y múltiple organización a las Pastorales Juveniles en los próximos años».

Momento en que se lee Decreto Arzobispal y anuncia la constitución de la Vicaría de la Juventud de la Arquidiócesis de Lima

La Santa Misa de este domingo contó con la presencia del Colegio de Biólogos del Perú. También participó con su entusiasmo y alegría el Coro Juvenil Arquidiocesano.

Al término de la Eucaristía, todos los jóvenes de las delegaciones parroquiales se unieron a nuestro arzobispo y sus vicarios pastorales para decir en un efusivo grito: «¡Esta es la juventud de Lima!».

En el día que la Iglesia universal celebra la Jornada Mundial de los Pobres, el arzobispo de Lima recordó que todos hemos sido creados con una vocación común de ser hermanos y solidarios, además de una vocación específica que hemos de cultivar. No hacer caso a ese llamado que sentimos en lo más profundo del ser, nos impide desarrollar el valor que cada uno tiene y supone una negación a la posibilidad de compartir el don que recibimos.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Monseñor Castillo inició su homilía recordando la importancia de estar vigilantes y atentos a la llegada del Señor en las diferentes circunstancias de la vida, especialmente, en este tiempo de «crisis alimentaria» que se vive en el mundo. Ahí está el Señor escondido en la historia de la humanidad.

En ese sentido, el Evangelio de hoy (Mateo 25,14-30) nos plantea la Parábola de los talentos, que cuenta la historia de tres hombres que recibieron una enorme riqueza de manos de su patrón, próximo a partir. Pero este señor volverá un día y llamará a sus siervos con la esperanza de gozar los frutos de sus bienes. El tercero de estos siervos, sin embargo, escondió su dinero bajo tierra por miedo a perderlo.

La Parábola hace referencia, explicó el arzobispo, a todo lo que el Señor nos da por amor, siempre con la posibilidad de que podamos crecer y desarrollarnos en la vida. Estos «talentos» nos permiten promover aquellas habilidades, destrezas y cualidades que todas las personas tenemos.

Descubrir, desarrollar y cultivar nuestra vocación

El Monseñor afirmó que aceptar estos dones es un modo de madurar en el camino para hacer en la vida aquello que me nace y me ha sido dado por Dios, para que lo cultive y sea un aporte a los demás. «Dios nos ha creado a cada uno con una identidad que debemos descubrir y comprender, cultivar y servir», agregó.

El problema surge cuando decidimos «guardar» nuestro talento por miedo o especulación, como lo hizo el tercero de los siervos. Cuando no desarrollamos aquello que sentimos en lo más profundo del ser y «apretujamos» el valor que cada uno tiene, estamos anulando la posibilidad de compartir ese don.

Dios no es temor ni terror. Él quiere la promoción humana

El temor, por tanto, es destructivo porque infunde el miedo e impide que podamos actuar con libertad, bajo el acecho de las imágenes que hemos creado de Dios.

«Decir que el Señor es terror o infunde miedo cuando Él nos ha dado todo, es insultar al Señor. Hasta ahora le decimos a nuestros hijos: “Pórtate bien porque si no el Señor te va a castigar y te va a meter al infierno”. Por favor, no insultemos al Señor, que es justo. Dios quiere nuestra promoción humana, y para eso no hay que buscarla denodadamente como locos, sino cultivarla. Y este cultivo requiere que lo vayamos haciendo entre todos, ayudándonos mutuamente a reconocer los dones que tenemos y a que todo florezca», reflexionó el arzobispo.

Lamentablemente, en la vida actual se han «creado condiciones en donde no se promueven las capacidades y las cosas lindas que tenemos los seres humanos», al punto que hemos llegado a despreciarnos: «No es posible que nos estemos matando porque tú eres musulmán y yo soy judío, o porque tú eres católico y yo soy protestante. ¡No es posible! Es verdad que tenemos formas distintas de vivir la fe, pero cada pueblo tiene algo muy positivo que aportar para la vida de todo el mundo».

La ambición es la distorsión de la vocación

Monseñor Carlos recalcó que debemos aprender a vivir y a entendernos en medio de nuestras diferencias, y para ello es necesario desistir de nuestras ambiciones. Y acotó: «La ambición no es vocación, la ambición es la distorsión de la vocación». 

Si no trabajamos en lo que se nos ha dado, corremos el riesgo de auto-condenarnos, como ocurrió con el siervo que perdió toda su riqueza. Para ayudarnos en este camino, todos debemos encontrar la manera de desarrollar nuestras vocaciones al servicio de los demás, porque «eso es lo que hace posible que la vida humana continúe y desemboque, finalmente, en el pleno Reino de Dios que nos tiene prometido».

Antes de finalizar, el arzobispo de Lima citó las palabras del Papa Francisco durante la Eucaristía ofrecida por la VIII Jornada Mundial de los Pobres:

Podemos multiplicar lo que hemos recibido, haciendo de nuestra vida una ofrenda de amor para los demás, o podemos vivir bloqueados por una falsa imagen de Dios y, a causa del miedo, esconder bajo tierra el tesoro que hemos recibido, pensando sólo en nosotros mismos, sin apasionarnos más que por nuestras propias conveniencias e intereses, sin comprometernos. Y, por eso, hago esta pregunta: ¿Me atrevo a arriesgar en mi vida? ¿Con la fuerza de mi fe, me arriesgo? Yo, como cristiana, como cristiano, ¿sé arriesgarme o me refugio en mí mismo por miedo o por cobardía?

La Santa Misa del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, contó con la presencia de las autoridades y representantes de la ONG Luz Ámbar, organización dedicada a contribuir en el cuidado de la vida en las vías, el cumplimiento de las normas de tránsito y el respeto al medio ambiente.

Inspirado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo recordó que la sabiduría y la prudencia nos ayudan a ser testigos de Cristo en cada circunstancia, reconociendo la presencia de Jesús en la vida y en el tiempo. Nuestro arzobispo señaló que el discernimiento nos permite actuar con paciencia en las diferentes situaciones y problemas; en cambio, el apresuramiento y la ambición por el poder obstruyen nuestra capacidad de amar.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Esta mañana, en Catedral de Lima, Monseñor Castillo reflexionó sobre el riesgo que implica tomar decisiones apresuradas, muchas de ellas, motivadas por la tentación de la ambición: «A veces, somos muy atolondrados en la vida y estamos viendo que, en todas partes, la gente está apresurada y decide sin pensar», recalcó.

En ese sentido, la Liturgia nos recuerda que la sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven con facilidad los que la aman, y quienes buscan, la encuentran (libro de la Sabiduría 6,12-16). Mientras que el Evangelio de Mateo (25, 1-13) nos propone la parábola de las diez vírgenes que esperaban la llegada del esposo a una boda. Cinco de ellas fueron prudentes y prepararon sus lámparas, pero las otras cinco fueron necias y no entraron al banquete.

Sobre ello, el arzobispo de Lima explicó que el apresuramiento nos distrae e impide que podamos estar atentos a las señales de la llegada del Señor. «El problema principal es comprender en qué forma está presente y cómo esperamos al Señor para corresponderle y acogerlo. A veces, está ahí presente, pero no lo reconocemos», indicó.

El Señor se presenta en diferentes rostros, en distintas circunstancias y actitudes que debemos aprender a cultivar. Y la sabiduría nos ayuda a conocer, dentro de la experiencia, qué cosa nos dice el Señor.

El Primado del Perú aseguró que, cuando desarrollamos nuestra capacidad de discernimiento, podemos ser mejores cristianos y testigos de Cristo en medio de la vida. Y dirigiéndose a todos los jóvenes que se preparan para la Confirmación, el Prelado agregó: «Necesitamos jóvenes sabios que sepan poder guiarse en la vida y ayudar a guiar a toda la juventud de un modo interesante».

Otro aspecto a destacar es la prudencia en nuestras acciones y decisiones. Cuenta la parábola que cinco vírgenes prudentes llevaron reserva de aceite para sus lámparas, mientras que las necias no lo hicieron y, en consecuencia, no pudieron recibir al esposo. Monseñor Carlos afirmó que la preparación del cristiano es paciente y perdura en el tiempo para «calmar las situaciones y seguir haciendo discernimientos y pensamientos».

El obispo de Lima llamó a «dejarnos llenar por una mayor sabiduría» en todas las relaciones humanas, en nuestras comunidades, familias, instituciones del Estado y en la propia Iglesia. Solo así podemos desechar la ambición del poder y el dinero que «vuelven a las personas locas» y genera la guerra en el mundo.

Como cristianos y humanos, necesitamos darle ese «sabor» nuevo a la vida, que significa la esperanza y la alegría. Para eso estamos, para llenar de felicidad a la humanidad. Y para eso el Señor nos ha dado la capacidad de amar.

Y encomendándose a la Virgen de la Sabiduría, nuestro arzobispo pidió que la sabiduría ilumine todos los hogares de nuestro país para disponernos a acoger al Señor en cada situación difícil que tengamos.

En la Eucaristía de hoy, celebrada en Catedral de Lima, Monseñor Carlos Castillo recordó que el Señor quiere que sigamos un «camino de fe testimonial que siempre vaya por el lado de la igualdad entre cristianos». Solo así podremos decir que vivimos auténticamente nuestra fe, ayudándonos mutuamente, educando y acompañando con cariño a nuestra humanidad.

Leer transcripción del arzobispo de Lima

El Evangelio de hoy ( Mateo 23,1-12) nos recuerda el mensaje de Jesús sobre los escribas y fariseos, habituados a hacer obras para ser admirados por la gente: «les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestro».

La Liturgia de hoy supone una fuerte exhortación a todos aquellos que son responsables en la dirección de la sociedad y la Iglesia: «muchas veces, en vez de servir, lo que hacen es servirse de la gente», acotó el Monseñor. Y nuestro pueblo está llamado a no caer en la tentación de esa «actitud separatista y arrogante» que nos conduce a dar un «anti-testimonio» de Dios.

«Nuestra labor como cristianos, como Iglesia (no solamente la de los sacerdotes, sino de todo el Pueblo de Dios), es la de seguir este camino de fe y delicadeza, donde seamos capaces de sintetizar unos con otros las cosas que decimos, y avancemos hacia una Iglesia que genere armonía entre los distintos pueblos, de tal manera que la vida sea llevadera y pacífica», ha señalado el obispo.

El Primado del Perú precisó que una de nuestras tareas fundamentales como cristianos es «seguir la médula de la solución de los problemas, educando y acompañando con cariño a nuestra humanidad». Y recalcó: «Nosotros no estamos ni para solucionar los problemas sociales, políticos y económicos; no estamos tampoco para solucionar todos los problemas que existen en el mundo. Nosotros estamos para acompañar e incentivar el amor con delicadeza, para que la persona que está abajo de toda esa estructura, de todo ese andamiaje de fariseo y escriba, empiece a salir», acotó.

Vivir nuestro cristianismo en comunidad

Hoy, el Señor nos deja un mensaje en alusión a los fariseos y escribas: “Hagan ustedes lo que ellos les dicen, pero no vivan como ellos. No los escuchen en ese punto, no los imiten”. Estas palabras, explicó Monseñor Carlos, nos revelan que la vida no es un adoctrinamiento, sino «una experiencia viva en donde el Espíritu Santo se manifiesta en el corazón del santo Pueblo de Dios».

Jesús nos invita a vivir nuestro cristianismo en comunidad porque, en la vida del pueblo, la experiencia sencilla brota y se aprende mucho más. «Vamos a pedirle al Señor que nos dé la capacidad de esforzarnos por tener claras las cosas, pero saber que muchas cosas en la vida se aprenden ayudándonos, no poniéndonos cargas que no podemos cargar. Y, sobre todo, lo más importante: no caer en la apariencia, porque quien tiene apariencia de bueno y no lo es, siempre trata de esconderse detrás de muchas cosas», reflexionó nuestro arzobispo.

En memoria de Juana La Rosa

La Eucaristía de este domingo fue ofrecida en especial intención por la memoria de Juana La Rosa, exdirectora del coro de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). En una breve remembranza, Monseñor Castillo afirmó que el paso de Juana por la vida fue una experiencia de delicadeza y cariño, de compañía y aprendizaje.

El testimonio de ella y su legado artístico han de recordarnos que la música «ayuda a sacar las cosas más profundas que están en el corazón», porque expresan lo más hondo del ser humano:

«La experiencia genera nuevos conceptos, nuevas maneras, nuevos estilos. La experiencia de ustedes con Juanita los ha marcado tanto que no necesitan mucha doctrina, porque brota del trato, de la síntesis de amor», expresó el Prelado.

Dejémonos inspirar por el ejemplo de Juana La Rosa, una mujer concreta, creativa y sencilla. Siempre la vamos a recordar porque es como una “prenda” de nuestra alma, un broche de oro en nuestra vida.

La Eucaristía del domingo XXXI del Tiempo Ordinario, contó con la participación del Coro y la Orquesta de Cámara de la PUCP.

En el día de Todos los Santos, el Pueblo de Dios se congregó para acompañar al Señor de los Milagros en su último recorrido procesional. Durante la Eucaristía, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a vivir un cristianismo en movimiento, como nuestra procesión, que sea signo de esperanza para toda nuestra Patria y humanidad.

Frente a la imagen del Cristo Crucificado y acompañado de una multitud inmensa, el Primado del Perú entonó algunas líneas del vals criollo «El Plebeyo», cuya letra es una expresión de cómo la fe de nuestro pueblo puede ayudarnos a vivir un camino de santidad y amor universal en medio de la gran diversidad cultural que somos como país.

Leer transcripción de Monseñor Carlos Castillo

«Una muchedumbre inmensa que no se podía contar» llegó hasta los exteriores del Santuario de Las Nazarenas para caminar junto al Señor de los Milagros por las calles de la capital peruana. En su último recorrido procesional del año, el arzobispo de Lima meditó sobre el camino a la santidad que debemos seguir como cristianos.

Ciertamente, la santidad es un don y un camino dado por el Señor, y en esa libertad que nos da, corremos el riesgo de enredarnos y confundirnos cuando «no vemos lejos, no vemos al Crucificado que va guiándonos». Por ello, el Monseñor Carlos explicó que caminar firmemente, como en la procesión, significa seguir el camino y mirar al Señor que nos acompaña y está en nuestro fundamento porque somos hechos a su imagen.

En este camino es necesario «ir haciendo un discernimiento» y «una reflexión», de manera tal que cada día decidamos ser cristianos y vivir la santidad. «El camino de santidad siempre es un camino de iniciativas, de apertura, de discernimiento y de perdón si nos equivocamos. Y qué bonito es aprender a pedir perdón y rectificarse de una cosa que hizo uno mal. Por eso, la Iglesia, siempre ha querido ser un signo de una Iglesia de pecadores y de santos», afirmó el Prelado.

Crecer y aprender a amar como Dios nos ama

Comentando el Evangelio de hoy (Mateo 5,1-12), el arzobispo de Lima aseguró que el Señor quiere salvarnos a todos, sin excepción. «Él quiere que todos crezcamos y aprendamos a amar como Él nos ama. Por eso ha mandado a su Hijo, a Jesús, al Señor de los Milagros, para que nuestra vida progrese en amor y nos dé la sabiduría para lograr acertar en el amor», recalcó.

El Señor nos ha dado el don de la santidad, pero hay que realizarlo ayudándonos unos a otros, aconsejarnos, conversar, discernir. La vida de santidad es preciosa porque es una aventura a la que estamos llamados a vivir todos juntos.

Monseñor Carlos indicó que cada cosa que sea producto de nuestra humanidad se hace con un objetivo o una búsqueda. Nuestra misión, como cristianos, es hacer un discernimiento para tomar todo lo bueno que tiene nuestra humanidad. En ese sentido, el obispo recordó que la música criolla es una de esas expresiones humanas bellas que también pueden transmitirnos algo de fe. Y puso como ejemplo la obra de Felipe Pinglo, quien supo reflejar cómo la fe de nuestro pueblo ha quedado marcada en nuestras historias y enamoramientos.

Dice la letra de «El Plebeyo»:

Trémulo de emoción, dice así, en su canción:
El amor, siendo humano, tiene algo de divino
Amar no es un delito porque hasta Dios amó
Y si el cariño es puro, y el deseo es sincero
Por qué robarme quieren la fe del corazón.

Inspirado en este vals criollo, el arzobispo de Lima aseveró que podemos «rescatar toda la médula de lo lindo que tenemos». El camino de la fe implica formar comunidad, conversar, ayudarnos y vivir «un cristianismo en movimiento, no estancado».

Vivir el amor universal en nuestra diversidad cultural

En otro momento, Monseños Castillo precisó que nuestra diversidad cultural es síntesis de todo lo que somos y todo el amor que el Señor nos tiene. Por ello, debemos vivir el amor universal y relacionarnos con todos por el cariño que Dios nos tiene. «Nosotros tenemos a Jesús que nos acompaña en el corazón de nuestra fe, y podemos irradiar algo nuevo. ¡Esa es nuestra misión! El Perú debe tener una Iglesia completamente creyente y fiel, una Iglesia en salida misionera hacia todos los pueblos de la tierra, y todos seamos discípulos y misioneros, seguidores del Señor», acotó.

«Quien cree que la fe cristiana es solamente contemplar y no amar, entonces, no es verdadero cristiano. Y quien cree que puede amar y compartir sin contemplar al Señor, entonces, no es creyente», fueron las palabras de Monseñor Carlos Castillo en alusión al mayor de los mandamientos que Jesús nos ha dado: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo.

Ante cientos de fieles congregados en el Santuario de las Nazarenas, el arzobispo de Lima sostuvo que el fundamento de nuestra fe consiste en acoger el amor del Señor y, enriquecidos por ese Espíritu, «llenarnos de imaginación e iniciativa para mejorar todo». En cambio, «cuando nos llenamos de pasión y nos desesperamos, insultamos, agredimos, hacemos guerras y maltratos. Cuando esto ocurre es porque no nos dejamos llevar por el amor de Dios», advirtió.

Leer transcripción de homilía del arzobispo Carlos Castillo

En su comentario del Evangelio de hoy (Mateo 22,34-40), que nos recuerda cuál es el mayor de los mandamientos: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [… y] a tu prójimo como a ti mismo», el Monseñor Carlos explicó que el Señor quiere invitarnos a ir a los aspectos más fundamentales de nuestra fe, sin distraernos en las cosas secundarias (como los ritos y las leyes).

Es esa fijación en los ritos y las leyes la principal motivación de los fariseos, quienes, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se organizaron para poner en aprietos al Señor y tenderle una trampa. «¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?», cuestionaron.

Monseñor Castillo explicó que la intención detrás de esta pregunta era desprestigiar a Jesús, distrayéndolo con los mandamientos y leyes de su tradición. Cuando regimos nuestra vida en base a tantas reglas, corremos el riesgo de dispersarnos y no centrarnos en lo más importante: el Señor. «Jesús es el centro, Él vino de parte del Padre a decirnos que Dios es amor. Por lo tanto, la consecuencia de eso es que tenemos que aprender a amar, basado siempre en el Señor que contemplamos», recordó.

El obispo de Lima afirmó que también nos dispersamos cuando nuestra devoción se centra en una serie de adornos y elementos secundarios que repetimos por la costumbre (y a veces, sin sentido). Pero el Señor ha venido a mostrarnos que nuestro amor y fidelidad a Dios debe ir acompañado de otro mandamiento semejante al primero y que no se puede separar: amar al prójimo, acompañarlo y ayudarlo.

«El Señor ayuda al prójimo, a los pobres, a los pequeños y no solamente al “prójimo” como «mi cercano”, sino se acerca a los lejanos, a los cojos, a los ciegos, a los mudos, a las personas en problemas, a los migrantes, a las personas, inclusive, enemigas», reflexionó.

Jesús es la imagen fundamental que hemos de seguir

En otro momento, el Primado del Perú reiteró que el Señor es «la única imagen fundamental que hemos de seguir, mirar, acoger y vivir en nuestra vida». Por eso, debemos cuidarnos de «construir idolatrías» a partir de imágenes que no son coherentes con el amor gratuito de Dios: «Toda nuestra vida es concentrarnos en el Padre Dios. Y como es Padre, reconocernos como hijos y amarnos como hermanos. En eso se resume todo», aseveró.

Si nos concentramos en contemplar a Dios, inspirados por su Espíritu, podemos transparentar su amor a los demás. Es una experiencia de fe basada fundamentalmente en la práctica del amor.

Acoger el amor del Señor y ponerlo en práctica con los demás implica una actitud de apertura y escucha, sobre todo, a quienes piensan distinto. Por ello, Monseñor Carlos habló sobre la importancia que ha tenido este mes del Sínodo de la Sinodalidad, convocado por el Papa Francisco, y cuyos primeros frutos se dieron a conocer en el informe de síntesis publicado por la Santa Sede:

«Este documento recoge todas las sugerencias de la Iglesia mundial para ver cómo hacemos una Iglesia que realmente ame a su Señor, adore a su Señor y ame al prójimo como signo de esperanza para la humanidad», señaló.

Como cristianos tenemos que aprender a traducir el mismo amor que hizo el Señor, que se entregó hasta la muerte y muerte de Cruz por nosotros.

En una misa multitudinaria celebrada en exteriores del Santuario de Las Nazarenas, el pueblo sencillo de Dios acompañó en procesión al Señor de los Milagros en el día de su Solemnidad. El arzobispo de Lima presidió la Eucaristía junto al Nuncio Apostólico en el Perú, Monseñor Paolo Rocco Gualtieri.

En su homilía, Monseñor Carlos Castillo explicó que la procesión nos acerca a Dios porque «todos caminamos en forma igual», sintiendo el peso del camino y acompañándonos en nuestros sufrimientos y dolores. «La procesión es para igualarse, no para jerarquizarse y separarse de los demás. Solo organizándonos codo a codo, entre iguales, entre hermanos y autoridades serviciales, podemos transparentar al Señor en nuestra vida y ser un milagro para nuestro país», reflexionó.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

El arzobispo de Lima inició su homilía recordando que el gesto de levantar al Señor y acompañarlo multitudinariamente en procesión es «para ayudarnos a todos a mirarlo y dejar que su Espíritu venga a nosotros», para reconocer que somos hijos de Dios y Jesús es nuestro hermano mayor.

Por lo tanto, todos estamos llamados a vivir la hermandad en medio de la diversidad de nuestros pueblos y culturas. Lamentablemente, durante muchos años, el desprecio por el Otro ha predominado en la historia de nuestro país y en las relaciones humanas: «Somos el país del ‘choleo’, del ‘negreo’, del ‘gringueo’ y todos los ‘eos’, pero todos hemos venido al mundo sin grandes ropajes ni ambiciones, sino pequeños y pobres», señaló el prelado.

Comentando el Evangelio de San Juan (3, 11-16), Monseñor Castillo explicó que la palabra ‘Nicodemo’ significa ‘victorioso pueblo’. En alusión a ello, refirió que, aunque el Perú no es un pueblo muy victorioso, «nos gusta decir que tenemos victorias», de tal manera que asumimos una condición triunfalista y elitista y rechazamos cualquier posibilidad de conversión «porque somos de la ‘high’, pero nosotros somos un pueblo sencillo y pobre, como todos los que hemos venido acá», aseveró.

Todos caminamos en forma igual. La procesión nos hermana.

La procesión nos recuerda que «todos caminamos en forma igual». Si bien no todos cargamos, sí sentimos el peso del camino y nos unimos en nuestros sufrimientos y dolores. El Primado del Perú aseguró que la procesión «es para igualarse, no para jerarquizarse y separarse y despreciar al Otro. La procesión nos iguala, nos hermana».

Vivir en hermandad supone reconocer el valor del Otro, y eso requiere – adelantó el Monseñor – aprender a identificar el rostro del Señor y su Palabra sobre las cosas de la tierra, aprender a escucharlo en los hechos simples y no complicarnos las cosas.

Y ¿cuándo complicamos las cosas? Cuando colocamos la ambición por el dinero en todo lo que hacemos, incluso, nos valemos del culto religioso para crear ritos y volverlo ‘sagrado’. «Esas cosas existen en nuestra fe y tenemos que revisar eso entre todos», advirtió el arzobispo.

Ese es el fundamento de la Paz: considerar al Otro hermano mío, hermana mía, estando dispuestos a vivir según esa hermandad, renunciando a los enredos y las decoraciones.

Para des-complicarnos de tantos enredos, el Papa Francisco nos invita a vivir la sinodalidad, para que, conversando y ayudándonos juntos, se puedan abrir posibles caminos de Paz en todo el mundo. Y para hacer énfasis a este llamado, Monseñor Castillo hizo eco de las palabras del Santo Padre en la 18ª Congregación General de la asamblea sinodal:

Jesús, para su Iglesia, no asumió ninguno de los esquemas políticos de su tiempo: ni fariseos, ni saduceos, ni esenios, ni zelotes. Ninguna “corporación cerrada”, simplemente retoma la tradición de Israel: “tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios. Me gusta pensar la Iglesia como este pueblo sencillo y humilde que camina en la presencia del Señor (el pueblo fiel de Dios)”.

Una de las características de este pueblo fiel es su infalibilidad; sí, es infalible in credendo. Y lo explico así: cuando quieras saber lo que cree la Santa Madre Iglesia, andá al Magisterio, porque él es encargado de enseñártelo, pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia, andá al pueblo fiel.

El arzobispo de Lima recordó que la Iglesia no es una «corporación cerrada», la Iglesia es abierta porque todos caben y, sobre todo, se caracteriza por la fe de las mujeres, como bien lo señala el Papa:

Los miembros de la Jerarquía venimos de ese pueblo y hemos recibido la fe de ese pueblo, generalmente de nuestras madres y abuelas (…) una fe transmitida en dialecto femenino, como la Madre de los Macabeos que les hablaba “en dialecto” a sus hijos (…) La mujer del santo pueblo fiel de Dios es reflejo de la Iglesia. La Iglesia es femenina, es esposa, es madre.

En la misma línea, Carlos Castillo explicó que no debemos olvidar que el fundamento de la Iglesia es femenino y, por lo tanto, tenemos que superar el machismo desde su jerarquía y dirección.

Es por eso que el Papa precisa que el clericalismo es un látigo y una forma de mundanidad que ensucia y daña el rostro de la esposa del Señor; esclaviza al santo pueblo fiel de Dios. Y el pueblo de Dios, el santo pueblo fiel de Dios, sigue adelante con paciencia y humildad soportando los desprecios, maltratos, marginaciones de parte del clericalismo institucionalizado.

Hacia una Iglesia sinodal y sencilla

El Monseñor Carlos reiteró que todos debemos asumir el compromiso de superar aquellas cosas que nos separan de la gente, del pueblo fiel de Dios. Y esta es una exhortación dirigida especialmente a los sacerdotes y obispos, quienes, a veces, «pensamos más en la función y en el cargo que en la misión y la vocación».

El obispo de Lima afirmó que nuestra Iglesia debe tener más apertura hacia lo novedoso y no mantener ciertos esquemas que se han repetido por mucho tiempo: «Yo creo que uno de los problemas más grandes de ser curas y obispos es que hay un esquema al cual uno se adapta: “¡ya está hecho!”, se piensa. Pasa también en la procesión: “¡siempre se hizo así!”, pero puede ser distinto, depende de que, racionalmente y con comprensión, revisemos las cosas y las cambiemos manteniendo el mismo espíritu», acotó.

El Santo Padre quiere que la Iglesia sea del pueblo sencillo de Dios, es la única alternativa para predicar el Evangelio con el corazón y pacificar el mundo.

Además de la presencia del Nuncio Apostólico en el Perú, Monseñor Paolo Rocco Gualtieri, la Eucaristía por la Solemnidad del Señor de los Milagros contó con la asistencia de Monseñor Juan José Salaverry, obispo auxiliar de Lima.

También se hizo presente un grupo representativo del clero de Lima, jóvenes seminaristas y miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros.

«Dios es primero, siempre. Y ese es el principio que nos permite reestructurar toda la sociedad en el mundo», son las palabras del arzobispo de Lima en la Eucaristía de este domingo celebrada en el Santuario Las Nazarenas.

Cuando olvidamos que Dios es el centro de nuestra vida y colocamos como centro la ambición y el poder, se desata el egoísmo espiritual, la guerra y todas las tragedias que estamos viendo. Para no quedar entrampados en mezquindades e intereses propios que afectan el bien de todos, Monseñor Carlos Castillo recordó que el Señor nos llama a ver con hondura la vida y reconocer que somos pecadores en conversión.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Comentando el pasaje del Evangelio de Mateo (22,15-21), Monseñor Castillo reflexionó sobre la actitud de los fariseos, quienes, acostumbrados a interpretar la ley a su medida, le preguntan al Señor: “Maestro. ¿Debemos pagar el impuesto al César o no?”

Esta pregunta, afirmó el prelado, esconde una «trampa» para que la respuesta de Jesús lo coloque como subversivo o cómplice del imperio romano. «Están sometiendo al Señor a sus propios intereses, y no ven más lejos, no ven con hondura la vida, porque, para ellos, la vida es un juego de pagar o no pagar», aseveró.

No hay trampa peor que la mezquindad, que las preguntas mal planteadas. Y es necesario que todos nosotros nos preguntemos hondamente: ¿qué sentido tienen nuestras vidas? ¿a dónde estamos yendo? ¿El centro de nuestra vida es el dinero o Dios?

Al igual que los jefes de Israel, nosotros también podemos caer en este tipo de distracciones que nos alejan de las cosas principales de la vida. Cuando esto sucede, explicó el arzobispo de Lima, terminamos actuando en base a la desesperación y el cálculo, y no por la inspiración del Señor que nos habla a través del Espíritu Santo.

Mientras que los fariseos buscan limitar al Señor y pelarse por minucias, Él nos llama a ver las cosas, a recordar cuál es el centro de nuestra vida. Por eso, el obispo de Lima hizo un llamado a superar las leguleyadas y ambiciones que corroen nuestro espíritu, especialmente, en aquellas personas que están a cargo de la dirección del país y de la Iglesia. «Cuando estamos pensando cómo hacemos para  hacer triquiñuelas y sacarle ventaja a las cosas, entonces, el país se empieza a hundir, la sociedad y la Iglesia también», aseguró.

Tenemos que hacernos las preguntas profundas porque, de lo contrario, estamos entrampados en mezquindades e intereses propios y afectamos el bien de todos, que es el bien de Dios.

En otro momento, el Primado del Perú señaló que la vida cristiana «es la vida del reconocimiento de ser pecador, para que el Señor, con su amor, nos vaya haciendo suyos, hijos y hermanos, y nuestro pecado se vaya superando».

El reconocer que todos somos pecadores en conversión nos ayuda a vivir un cristianismo con los pies en la tierra, no en la «estratósfera» ni alejados de la realidad. Monseñor Castillo recalcó que el egoísmo espiritual nos impide vivir la verdadera salvación basada en el amor gratuito y generoso.

«Nosotros no queremos solamente la felicidad en el más allá. El Señor nos creó y llamó a Abraham a caminar en medio de nosotros para todos ser benditos: “Sal de tu tierra y ve a la tierra que yo te mostraré. En ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”, dice Dios. Y ser bendito significa vivir en la bendición, en el amor de Dios, en esta tierra, y aprender a ser hermanos, que es lo que más nos cuesta, pero es nuestra misión y la misión de la Iglesia», dijo el prelado.

Este miércoles 18 de octubre, una marea humana acompañó al Señor de los Milagros en su segundo recorrido procesional por las calles de nuestra ciudad. Durante la Eucaristía presidida por Monseñor Carlos Castillo en exteriores del Santuario de Las Nazarenas, se compartió el saludo y la bendición del Papa Francisco dirigido a todo el pueblo peruano: «Los bendigo, estoy cerca de ustedes. Y no se olviden: Caminando con Cristo hacia una Iglesia sinodal».

En su homilía, el arzobispo de Lima explicó que el gesto de la procesión es una oportunidad para mirar al Señor y dejarnos fecundar por su amor. «Todos recordemos que el Señor va todos los días en nuestro camino. Aprendamos a reconocerlo en nuestras vidas y en las relaciones humanas, en nuestras liturgias y misas en comunidades, pero, sobre todo, en la vida de todos».

Aún no amanecía y miles de personas ya estaban congregadas en la Avenida Tacna para aguardar la salida de la Imagen del Cristo Moreno. Al promediar las 6 de la mañana, la histórica efigie del Señor de los Milagros se asomó por las puertas del Santuario de Las Nazarenas y fue llevada por los miembros de la Hermandad entre vítores, cánticos y aplausos.

En ese clima de gran fervor, Monseñor Castillo ofició la Santa Misa acompañado de sus obispos auxiliares, clero de Lima, seminaristas y Pueblo de Dios. «Un año más venimos a unirnos en el Señor, el Señor de los Milagros, que nos acompaña en nuestra historia y al que le agradecemos siempre el llamarnos, el permitirnos mirarlo para poder ser engendrados», fueron las primeras palabras del prelado.

Jesús es una persona normal, como nosotros.

Recordando las palabras que Francisco nos dedicó hace un año, el arzobispo de Lima afirmó que «lo que más sorprende de Jesús es que es una persona normal» que «ha vivido como nosotros». Esta revelación supuso un cambio importante en la historia de la religión de Israel, habituada a vivir separados por las jerarquías y élites de pequeños grupos dominantes:

«Jesús remece completamente el orden tan jerárquico y puntilloso que se había creado entre los hebreos. Es verdad que todos necesitamos vivir con autoridad y respeto, pero eso no significa que convirtamos el mundo en una especie de tiranía de pocos», agregó.

Este sentido de cercanía y compañía que tiene Jesús con la humanidad es algo que aún no hemos terminado de comprender, señaló el Primado del Perú, sobre todo, cuando exageramos las cosas y nos volvemos «leguleyos y legalistas», alejando a la gente de Dios y alejándonos también de Él con «una serie de trabas y normas» que nos impiden vivir a Cristo en la vida cotidiana.

Elevar al Señor, mirarlo y dejarnos flechar por su amor

Cuando miramos al Señor somos engendrados, por eso, hacemos el gesto de levantarlo y acompañarlo en procesión, para que todos podamos mirarlo, contemplarlo, dejarlo pasar por nuestras calles y dejarnos flechar por su amor.

«Cuando el Señor pasa por nuestras calles, hay una atmósfera impresionante, sentimos que nos mira, sentimos que realmente Él se comunica con nosotros, y nosotros abrimos nuestro corazón para dejarnos fecundar por Él», reflexionó el Monseñor Carlos.

Por lo tanto, todos estamos llamados a «generar una vida cristiana renovadora de la humanidad», especialmente, en estos momentos en que la guerra se encrudece y los odios, las amenazas, «están destruyendo a todos los pueblos de la tierra».

En este momento, el mundo necesita amar con todo el corazón y desarrollar toda la capacidad que la humanidad tiene de amar. Y nuestra tarea como cristianos es ser signos del amor de nuestro Señor, imperecedero, irrenunciable, irrerversible, un amor que no es desigual, siempre es el mismo, a manos llenas.

El arzobispo de Lima aseveró que las guerras y ambiciones pretenden formar una nueva ideología en la que se piensa que solo luchando se puede obtener algo. Pero la experiencia humana sabe perfectamente que las guerras traen destrucción, no construyen nada.

Para buscar «modos de ayudarnos mutuamente», necesitamos el amor del Señor que suscita en nosotros la razonabilidad, la sabiduría, la capacidad de pensar bien las cosas para actuar como un pueblo inteligente y reflexivo, capaz de medir bien y ver lo adecuado y lo justo.

El arzobispo de Lima hizo un llamado a compartir nuestras experiencias e historias de vida como una manera de reconocer toda la maravilla de Dios y su presencia a lo largo de nuestro camino. Y desde ese testimonio personal, salgamos todos a compartir nuestra vida con los demás, identificando al Señor de los Milagros que se hace milagro en cada uno, en cada vida.

Al concluir la Eucaristía en los exteriores del Santuario de Las Nazarenas, se dio inicio al segundo recorrido procesional del Señor de los Milagros, que este año volvió a pasar por la Plaza Mayor de Lima.

En la Eucaristía de hoy celebrada en el Santuario de Las Nazarenas, el arzobispo de Lima recordó que Dios ha creado este mundo para que sea una extensión de su Reino, y todos estamos invitados a ese «gran banquete» si nos dejamos interpelar por su amor gratuito y generoso, compartiendo la alegría del Evangelio con todos, sin excluir a nadie.

«Dios nos invita a vivir la hermandad con alegría y sencillez, entrando en la dinámica profunda de la sinodalidad. Por eso nos mandó a Jesús, que entregó su vida por nosotros en esta tierra para ser signo de que solo el amor y el perdón hace posible que seamos felices», comentó en la homilía.

Frente a la imagen del Señor de los Milagros, el Primado del Perú hizo hincapié en la importancia de caminar juntos no solo en la procesión, sino en la vida diaria del país, en la vida del mundo y en medio de las tragedias que nos sacuden, como la guerra.

Monseñor Castillo inició su homilía reflexionando sobre el Evangelio de Mateo (22, 1-14), que cuenta la parábola de un rey que prepara un banquete de bodas para su hijo. El Señor afirma hoy que el Reino de Dios se parece a este banquete lleno de comidas y alegrías, donde nos sentamos a la mesa para compartir y vivir felices. Ello nos recuerda, indicó el prelado, que nuestra fe, nuestra religión, «es una religión encarnada en la humanidad para hacer feliz a la humanidad como humanidad, no solamente a las almas, también a los cuerpos; y para que un día resucitemos todos».

Sin embargo, en este banquete, hay quienes se resisten y auto-excluyen de la invitación. Ellos son los «aguafiestas», es decir, los que «no son dignos», pero porque se muestran indiferentes y responden con crueldad a la invitación.

Una Iglesia formada por pecadores en conversión, sin excluir a nadie

El ejemplo de este rey alude a la capacidad amorosa de Dios para compartir su inmensa alegría con nosotros, sin obligar a nadie, incluso, exponiéndose a ser rechazado. Esta actitud es la misma que debemos tener como cristianos, recalcó el Primado del Perú, y evitar cualquier intento de polarizar o crear enemistas:

«La Iglesia está formada por pecadores que se convierten poco a poco para comprender y acompañar, para anunciar y evangelizar, no para acusar a nadie. Todos somos pecadores en conversión, hasta el arzobispo, todos. No estamos para “sobrarnos” o pensar que nosotros, los puros, nos vamos al cielo y ellos al infierno», reflexionó.

El Monseñor advirtió sobre el riesgo de «exagerar las cosas» y percibir la Iglesia como el espacio de un «club exclusivo» donde solo generamos más separación: «Eso tiene que cambiar entre nosotros. Somos pecadores y el Señor ha venido para salvarnos y sacarnos del pecado poco a poco, comprendiéndonos y teniendo paciencia con nosotros», reiteró.

En ese sentido, la procesión del Señor de los Milagros es una expresión honda de nuestra fe que nos inspira a aprender a ser hermanos, a «caminar juntos» hacia la sinodalidad que el Papa insiste. «Eso es lo que hacemos en las procesiones: caminar juntos. Pero lo que falta es caminar juntos en la vida del país diaria, en la vida del mundo diario, en donde ocurren cosas terribles como la guerra, las ambiciones y los poderes», acotó el arzobispo.

Un signo de esperanza y hermanamiento para la humanidad

Es precisamente, en momentos de incertidumbre y emergencia, donde la Iglesia hace sentir su presencia y acompañamiento. Por ello, Monseñor Castillo resaltó el gesto que ha tenido la iglesia católica y la iglesia ortodoxa griega, que en pleno epicentro de la guerra, en Gaza, abrió sus puertas para refugiar a cientos de civiles.

«Cuando estamos en emergencia, las cosas tienen que cambiar, y toda la Iglesia tiene que disponerse a ser un signo de esperanza y hermanamiento para la humanidad. Hoy, el Señor nos invita a todos a vivir esa hermandad con alegría, con sencillez, entrando en la dinámica profunda de la sinodalidad», aseveró el obispo de Lima.

Teresa de Jesús: vida sencilla y humilde

En la Fiesta de Santa Teresa de Jesús, Monseñor Carlos recordó los gestos de humildad y sencillez que caracterizaron a la santa española. «Con gran humildad, ella construyó una reforma en la Iglesia para que los conventos fueran lugares de acogida, de alegría, de compartir».

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