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Iglesia Sinodal: afrontar los nuevos problemas que nos propone la humanidad desde el amor gratuito de Jesús.

“Pablo Neruda escribió ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’ en 1924. Ahora en el mundo vivimos la situación contraria. Se escuchan muchas ‘canciones desesperadas’, pero también hay un poema de amor, es el Evangelio que pide penetrar hondamente en el mundo». Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, junto al ejercicio de su ministerio episcopal, continúa con su reflexión teológica bien conocida en Italia desde hace tiempo y, en particular, desde que se publicó, hace unos veinte años, un volumen que presenta lo que él llama “Teología de la Regeneración”. Es una clave para acceder al anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo, más aún, en un tiempo particular como el que estamos viviendo, marcado por la crisis generalizada, la guerra, las pandemias y tantas situaciones críticas, que han puesto de cabeza al mundo y siguen haciéndolo en el continente latinoamericano, de manera particularmente impactante, por la desigualdad crónica y el avance del narcotráfico.

La entrevista es el resultado de una larga charla con Monseñor Castillo, durante su reciente estancia en Italia. Una entrevista que identifica el actual camino sinodal, si se toma en serio, como una oportunidad para la Iglesia y el mundo de hoy. Y que resume algunos de los temas tratados en la conferencia, ya publicada, que pronunció el pasado octubre en un seminario de la Academia para la Vida, cuyas actas se publican ahora en el volumen “Ética y teología de la vida”. Escritura, tradición, desafíos prácticos”. Siempre en busca de respuestas “radicales”, en el sentido de ir a la raíz, y no obvias.

(Traducción al español de entrevista de Bruno Desidera, publicada por SettimanaNews; Unisinos, SIR)

Monseñor Castillo, ¿qué lectura hace de la actual situación mundial?

Me parece que es la etapa más reciente, de una crisis global, la que nos arroja a una época de gran incertidumbre. En 2001 tuvimos la crisis del terrorismo, con el ataque a las Torres Gemelas, en 2008 estalló la crisis económica, causada por el liberalismo desenfrenado y el desarrollo de la finanza. En esta visión, lo que prevalece es un mundo tecnológico sin sentido, que no tiene en cuenta la pobreza del mundo, y la crisis medioambiental, el calentamiento global. En esta visión, se pierde la posibilidad de la participación humana activa, la tecnología ocupa el lugar de la sabiduría. Y luego viene la tercera crisis global, la crisis pandémica, que lleva a la desesperanza y a una mayor mecanización de las relaciones humanas. Y justo cuando, a causa de la pandemia, se hacía evidente la necesidad de fraternidad, de solidaridad, de replanteamiento de nuestro sistema económico, aquí en cambio se acentúa la tendencia divisoria. Y tropezamos con la guerra actual. En este marco, que puede parecer pesimista, entra la propuesta del Evangelio, siempre y cuando no queramos retroceder, echar una mano de pintura para fingir que este escenario no existe. Por eso digo que esta época me recuerda, por el contrario, a la obra de Neruda: hay un poema de amor, el Evangelio que pide entrar en el mundo desesperado.

¿Y cómo puede entonces la Iglesia tener una respuesta en este escenario?

Debe retomar su lugar, sin caer en las polarizaciones que afectan actualmente a las sociedades de todo el mundo, y debe evitar escapar al pasado, como reacción a este mundo. El gran historiador Fernand Braudel explicaba que a lo largo de la historia se acumulan las crisis anteriores, y se presenta el fenómeno de la crisis de “larga duración”, en la que los humanos vivimos todas esas crisis juntas como si fuera una “coyuntura”, pero en realidad nos estamos jugando el destino de la humanidad toda, y se requiere de una visión más amplia, afrontando problemas históricos de muy amplio alcance y sentido. Aquí y ahora, todas las crisis que se han acumulado en las últimos siglos y décadas están re-emergiendo. Pero lo que ocurre a nivel social, como explica Freud, también ocurre a nivel personal, con una «historia de traumas».

Sin embargo, creo que la fe tiene un origen prenatal, en que la primera experiencia es la de recibir una relación de amor en forma “fluida”, radicalmente gratuita. Filósofos como Sloterdijk, o teólogos como Sequeri, me ayudan a vislumbrar esta experiencia original. El ser humano siempre lleva en su ser y recuerda intuitivamente estos elementos originales de comunión gratuita. Ellos guían el sentido de sus decisiones. Incluso cuando deberá medir su quehacer dentro del espacio y el tiempo, siempre está presente la intuición de sentido, la cual podría no ser escuchada en su avatar, pero está allí, siempre acompañandolo. De este modo no es solo, que, como dice Heidegger, “nacemos para morir” -siempre “arrojados”-, más bien hay un fundamento previo que los modernos han excluido de su reflexión: somos engendrados para nacer. Este es el principio raíz de nuestra existencia. Simultáneamente en el evangelio de Juan, Jesús es el que genera o mejor engendra desde lo alto de una cruz, con una misericordia infinita, como nos recuerda el Papa.

De alguna manera, la fortísima devoción que tenemos en el Perú por el Señor de los Milagros también responde a este misterio. La Iglesia está llamada, hoy como siempre, a tomar esta forma de Cristo. Incluso en la época de Jesús había una sociedad polarizada producto de una crisis también de larga duración, y Jesús muestra una forma amorosa y gratuita, de entrar en la historia y de vivir así situaciones que parecen extremadamente difíciles y desesperadas. La Iglesia no debe abandonar a la gente en situaciones tan extremadamente desesperadas, sino sacar a relucir los orígenes de lo humano, retomando el amor gratuito y entrañable de Jesús que entronca con la base fluida y sin medida del engendramiento natural; la Iglesia ha de volver a ser una “comunidad-reino”, salir de la actual “jaula” que la tiende a encerrar y ofrecerse para reengendrar la humanidad del “costado” de Jesús en la cruz levantada, y a la vez gloriosa, de donde “brotó sangre y agua”, signo del bautismo engendrador del amor gratuito y generoso de Dios.

Concretamente, ¿qué significa esto desde el punto de vista pastoral?

En el pasaje de la barca en la tormenta, citado por el Papa Francisco en aquel memorable 27 de marzo de 2020, los apóstoles se dirigen a Jesús dormido y lo despiertan preguntándole desesperados: “¿No te importa que perezcamos?”. (Mc. 4,38). De hecho, el Papa subraya que no se dan cuenta de que Jesús está en la popa, es decir, en la parte trasera de la barca, por donde normalmente comienzan las barcas a hundirse. Jesús está en el lugar más peligroso y, en general, siempre se colocó allí donde están las heridas más profundas de los humanos. Y allí es donde debe estar también la Iglesia. Hay que volver a los elementos constitutivos de la vida de Jesús, a su muerte que es la “pre-natalidad” de la Resurrección. Y con estos elementos, de manera sutil, debemos volver a actuar en la historia. Creo que en esto consiste la tarea de la pastoral, partir de las heridas humanas para afirmar al pueblo de Dios, en primer lugar a los laicos, a partir de las heridas de su vida cotidiana, creando y redescubriendo vínculos profundos al servicio de humanizar en Jesús a la humanidad.

¿Se encuentra aquí también el sentido de la sinodalidad?

Sin duda, hemos de hacernos las preguntas principales entre todos los que vamos caminando juntos. Dar centralidad a la amplia comunidad peregrina del pueblo de Dios en todos sus sectores, nos llevará a nuevas formas de entender la Iglesia y de reformarla. Esto no va en contra del largo camino de la tradición, que a lo largo de la historia no ha sido un camino de conservación. La Iglesia no debe limitarse a perpetuar los rituales, sino que debe abrirse a abordar los nuevos problemas. La Iglesia no se hace de una vez por todas, se va haciendo. Una Iglesia sinodal da centralidad a la voz de los enfermos, de los pobres, de las mujeres, de los últimos, de los jóvenes, de los movimientos populares, pero también de aquellos a los que habitualmente no se les pregunta, los ancianos que suelen callar,  incluso los niños, los migrantes, por ejemplo.

El Papa Francisco critica a menudo el clericalismo. Me parece que este fenómeno está relacionado con la “tentación del pináculo” (Lc. 4,9; Mt. 4,5), una de las tres tentaciones y la última de Lucas. La tentación de sentirse “élite” religiosa, a la que no le pasará nada. Se trata de un fenómeno que tiene raíces antiguas. Según algunos estudios recientes, la misma “oligopistia”, es decir, la “poca fe” que Jesús atribuía a los apóstoles, no es tanto, la “poca fe”, sino “la fe de los pocos”, “la fe de la elite”.

En el Evangelio, pues, hay un malentendido entre Juan el Bautista y Jesús. El Bautista piensa en un bautismo de purificación que separa al creyente “puro” de la posibilidad de ser juzgado para si poder salvarse, Jesús , en cambio, toma el camino opuesto, no el de los separados que se purifican, sino el de los pecadores, a quienes acompaña para alentarlos a su conversión, estando dispuesto a morir por ellos, perdonándolos. Jesús se “embarra” o “enloda” en lugar de purificarse. Más bien comparte con ellos la gracia de su amor para que encuentren un camino de esperanza.

La Iglesia sólo tiene una opción: tomar el mismo camino, no sentirse pura y separarse de los hombres. Desde el punto de vista pastoral, por ejemplo, esto significa dirigirse a las personas de forma diversificada, en su situación concreta, no de forma genérica. Debemos recordar que la generatividad es lo contrario de la productividad, la generatividad es fértil y fecunda, llena de sentido, alegría y felicidad, la productividad puede dar ganancias calculadas y apresuradas –“más en menos tiempo”- pero es estéril y seca de sentido, de felicidad y de belleza. Hoy, ser comunidad significa fecundar la historia con profundos actos de amor gratuito, generoso y generador de vida. Y luego hay otro punto, uno fundamental.

Diga.

La sinodalidad es un proceso largo y a veces agotador, en el que todos -en base al “sensus fidelium”-, escuchamos, conversamos, deliberamos, proponemos, acogemos la interpelación y el llamado de la Palabra, reflexionamos a su luz, discernimos, y luego decidimos con la autoridad de quien la ha recibido por el Espíritu “en forma especial”. Así, ese proceso debe llevar a decisiones, conducir a reformas, de lo contrario se corre el riesgo de caer en el parlamentarismo.

Sobre esto, la Exhortación Evangelii Gaudium es muy clara en señalar que “hay estructuras eclesiales -que- pueden llegar a condicionar el dinamismo evangelizador” y que “las buenas estructuras…Sin vida nueva y auténtico espíritu evangélico…se corrompe en poco tiempo”.(EG 26).Es un proceso que va de todos, a algunos y luego quien tiene el carisma de la autoridad por el Espíritu Santo, (el papa, los obispos) hacen un último discernimiento y recogen todo lo propuesto, y deciden con todos unidos en un mismo sentir las reformas convenientes: “nosotros y el Espíritu Santo hemos decidido” (Hec. 15. 28).

En general, en la sociedad humana y en la Iglesia también, la época en la que se piensa que solo “uno” decide, sin contar con todos y por todos, está terminando, ¡vivimos en un nivel de complejidad y crisis tan grande a nivel global, que todos hemos de asumir responsabilidades, participativamente! El riesgo es que en las cuestiones importantes dejemos las conclusiones solo a los técnicos, pero los técnicos no tienen la solución para todo, y los sacerdotes y obispos tampoco.

El propio Jesús lo deja todo en manos de sus discípulos en tanto son “creyentes en sus obras”, y les anuncia que por creer en ellas: “ustedes harán aun cosas mayores que yo”. (Jn 14, 12). El mundo se salvará con la sabiduría de todos, ¡por eso el Papa dice que antes de decidir hay que escuchar al pueblo sencillo y a todos!

La Iglesia en América Latina también se enfrenta a diversos problemas, pero parece haber tomado con decisión el camino de la sinodalidad. En su opinión, ¿es así?

La reciente Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe ha sido un ejemplo interesante, ya que están surgiendo muchas propuestas en el proceso. El problema sigue siendo la salida hacia la reforma, que hasta ahora ha sido demasiado lenta, y en algunos lugares inexistente. Además, observo una falta de formación profunda y generalizada.

Mientras tanto, la Iglesia católica sufre la «competencia» de evangélicos y pentecostales…

Por un lado, está la organicidad de la Iglesia, por otro una enorme individualización de la fe, en cuya base está la idea de la salvación individual, una especie de individualismo espiritualista, que da lugar a la llamada teología de la “prosperidad”. Esto no se da solo entre otros grupos cristianos, sino también entre nosotros los católicos. Es la perspectiva de la salvación de la propia alma, o del propio grupo, pero sin mirar a la totalidad del ser humano y al sufrimiento de los pobres.

Esta perspectiva “no genera”, es ahistórica, como si Dios no se hubiera encarnado en ella por medio de su Hijo, la “palabra hecha carne” que “habitó entre nosotros” (Jn 1, 14); además en esta concepción,  la historia, si existe, se convierte en “mi historia”, “mi alma” , “mi mundo”, “mi movimiento”, “mi comunidad”. Ciertamente, esta idea básica se inserta a veces también en fuertes experiencias comunitarias, en las que, sin embargo, no hay ninguna referencia a la comunidad más amplia o más allá de la comunidad de creyentes integrados a dichas comunidades. Se tiende al olvidar la dimensión del “tercero excluido”, es decir, de “él”, “ella”, ellos, “ellas”, más allá de la totalidad del “nosotros”.

Emmanuel Levinas dice que toda “totalidad” está siempre interpelada por el “otro”, que es el “otro” intra-histórico  y el Otro como “Infinito” transhistórico. La realidad más allá, fuera de un “nosotros”, es negada, olvidada, marginada, y también maltratada. Así, la comunidad cerrada puede ser un “egoísmo colectivo” que se mira el ombligo. En cambio, la idea de la sinodalidad es precisamente una comunidad abierta al Otro, a los otros y las otras, a lo otro, a la naturaleza y al futuro. La iglesia no es constitutivamente ensimismada.

Es «Iglesia en salida», pero esto no es una evasión, sino que entra en la realidad, a otro nivel, porque se abre perpetuamente a los demás y camina ampliándose y rehaciéndose abierta al futuro que espera la humanidad y los creyentes, que esperan la llegada de su Señor, sin saber el dia ni la hora. De allí que la sinodalidad es la superación de la cerrazón gracias a la apertura a quien vendrá a juzgar a vivió y muertos.

La sociedad latinoamericana está cada vez más machacada por el narcotráfico. ¿Qué puede decir y hacer la Iglesia?

La Iglesia, o anuncia al Señor de la vida o anuncia la muerte. Las mafias tienen intereses que llegan a la vida cotidiana, con una presencia impresionante de muerte. La posibilidad de construir en base al Evangelio por eso parece derrumbarse, dado que el interés por el dinero fácil corroe la capacidad de amar, todo se vuelve interés privado. Por eso el Papa dice que el corrupto, a diferencia del pecador, no puede encontrar el perdón, porque se justifica a sí mismo y no deja lugar a nada más.

Por lo tanto, una Iglesia que establece, como en algunos casos puede suceder, un modus vivendi en medio de las mafias, y que se contagia de comportamiento similar a ellas en su interior, como ha sucedido, sobre todo con enormes escándalos referentes al dinero, en realidad, logra un modus morendi. La Iglesia debe salir de esta jaula, con su propósito auténtico y diversificado, y con medidas de corrección y prevención. La corrupción debe ser vencida con el Evangelio en su interior, para, con autoridad moral, vencerla junto a todos los perjudicados de nuestro mundo latinoamericano.

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