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Este sábado 20 de marzo, nuestro país se unió en oración para agradecer por la vida de nuestro hermano y pastor, Monseñor Luis Bambarén Gastelumendi SJ., en una Misa de Funeral presidida por el Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, y concelebrada por el Superior Provincial, Padre Víctor Hugo Miranda.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú.

Queridos hermanos y hermanas, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma, pero con un amigo como nuestro querido Lucho también algo resucita en el alma, porque nos deja una huella imperecedera del amor de Dios.

Cuando fue ordenado Obispo, después de trajinar por las aulas de los jesuitas, en los colegios, Monseñor Bambarén recibió la intuición, porque le dio la misión el Señor Cardenal Landázuri de encargarse de las barriadas de Lima. Y él dice que en la oración, a solas, en la Iglesia, en el Sagrario, ante la presencia del Señor, escuchó: “evangeliza a los pobres”. Y ese fue su lema, el de “evangelizar a los pobres, anunciarles la Buena Noticia.

Y desde esa vez, todo su testimonio fue un intento de obedecer al Señor en esta misión y en el corazón de su Evangelio, la opción preferencial por los pobres que asumió en su propia carne, a través de toda la misión que realizó, tanto en todos los ‘pueblos jóvenes’ como él les llamó como signo de esperanza, para que no se usara más el término despectivo de ‘barriadas’, sino para que se usara el nombre digno de ‘pueblo joven’ que se va a ser maduro y va a crecer como hoy día tenemos, en toda la ciudad de Lima, otras ciudades constituidas también por el esfuerzo imperecedero, pujante, emprendedor y solidario de los pobres que comenzaron ya hace varias décadas.

¿Puede a los pueblos jóvenes de Lima venir el profeta?, ¿Puede de Galilea, de la “Galilea de Chimbote” salir algo bueno? Nos dirían los fariseos: “estudia y verás que de Chimbote no sale ningún profeta. Estudia los libros y verás que tampoco sale de los barrios populares de Lima”. Y, sin embargo, el “entroparse” como diría José María Arguedas de Chimbote, entroparse con los pobres, nos hizo ver que los verdaderos profetas vienen de allí, cuando nos confundimos con la gente, la acompañamos y somos uno de ellos.

Por eso, hermanos y hermanas, hoy día el texto del Evangelio nos ilumina, porque nos dice que el Mesías, Jesús, tiene que estar constantemente en la historia y en diversos momentos de esta historia testimoniado con la vida. Jesús, entregó su vida para que nosotros nos asemejáramos a Dios, porque ese es el destino para el cual hemos sido creados a su imagen, pero para ser semejantes a Dios.

Ser semejantes a Dios no es ‘endiosarse’, no es creerse lo máximo y despreciar a los demás. Ser católico, ser cristiano, ser sacerdote, ser obispo no es mirar por encima del hombro a los demás, es abajarse como Jesús que, para mostrarnos el verdadero rostro del ser humano que ha de ser semejante a Dios, se inclina sencillamente, comparte con los pobres, sufre su sufrimiento y pasa por sus desdichas.

Y así, también pasa por la persecución de maltrato, la incomprensión, cosas de las cuales también nuestro querido Lucho supo vivir y experimentar con dolor, pero la alegría marcaba su vida, la confianza de que el Mesías, justamente, porque viene de David es el último, el último de los hermanos que no pertenece a un gran linaje, sino de un gran linaje del pueblo.

Todos los aristócratas, sacerdotes del tiempo de Jesús creían que venían del linaje de David como si fuera sangre azul, y la misma Biblia nos dice que la bisabuela de David era una moabita, una mujer pagana, despreciado pueblo por los hebreos y que de sangre azul no existe nada, que eso es una simple ‘huachafería’, ese deseo de creerse por encima de los demás, es simple y llanamente una negación de Dios.

Nuestro camino es ese, es estar siempre al servicio de la gente y morir como la gente. Y así como la gente en este tiempo ha muerto y muere de Coronavirus, también, en medio de la desgracia, podemos considerar esto una gracia de solidaridad que Dios ha querido tener con nosotros por medio de Monseñor Lucho. Él toda la vida vivió apegado a los pobres, también en su muerte está él muriendo para resucitar con ellos, con lo cual, nos da siempre esperanza.

Hay una cosa fundamental que siempre fue la adoración de Monseñor Bambarén y que me he recordaba, sobre todo, cuando el Santo Padre me llamó para ser el  Pastor de mi Pueblo. Monseñor Bambarén me decía: “Todos los días, Carlos, reza profundamente: Hágase tu voluntad Señor, hágase  tu voluntad, hágase tu voluntad”.

La verdadera fe cristiana está en eso, no en armarnos un conjunto de esquemas y de formas religiosas  que pretenden ser la sustitución de la voluntad del Señor, sino la de aceptar la que el Señor nos propone en las circunstancias históricas, en los desafíos del mundo, metidos y ‘entropados’ con los pobres, y también con todos los sectores, porque Lucho tenía una enorme capacidad de acercarse a todos los sectores ricos, pobres, clase media, mujeres,  hombres, sectores despreciados y maltratados, pero sobre todo, los niños, por eso su gran obra al final de su vida  ha sido el Puericultorio Pérez Araníbar, al cual dedicó especial énfasis en su vida, para que esos niños del futuro – que ya son muchos de ellos hombres y que están anunciando el Evangelio con su vida, porque han sido acogidos y amados – hoy día nos pueden ver como la semillita con la cual renacerá nuestro país y nuestro pueblo de Dios.

Por eso, hermanos y hermanas, venimos a dar gracias por su vida. Lucho siempre con su sonrisa, con su alegría y cercanía, nos enamoró a todos de Dios, nos permitió sentir que era posible cambiar, inclusive, en situaciones muy difíciles aguantó mucho, inclusive teniendo personas que se habían extraviado o habían pasado por situaciones muy difíciles, nunca retiró su amistad, y uno podía tener la confianza hasta de ‘bronquearse’ con él y gritarse mutuamente como los amigos lo hacen.

Por eso, damos gracias por su vida y vamos a pedirle que desde el cielo, junto a Dios, nos haga construir una Iglesia y un Perú en donde todos nos amemos y apreciemos como él lo hizo. Alegrémonos, porque, testigos de Dios, como Luis Armando Bambarén, han habido  muchos en América Latina que silenciosamente han dado su vida, pero que hoy día nos permiten decir que en el Perú tenemos, en cierto modo, nuestro “Óscar Romero peruano”, que supo decir la Palabra a tiempo y a destiempo, porque era la voluntad de Dios y no se miraba a sí mismo, sino a la misión que el Señor le dio.

Dios nos ayude en este camino y así, como nos duele su separación, nos alegre su resurrección para caminar con él, unidos  siempre en el camino del amor que nos enseñó Landázuri, y que hoy día, todos podemos expresar y nos dejamos llevar por el Espíritu Santo. Amén.

«Es terrible cuando una fe se llena de una serie de costumbres, sacrificios, holocaustos y no hacemos la voluntad de Dios. Ahora que tendremos un retorno gradual a los templos, que esto sea un motivo para que sepamos hacer de las celebraciones, actos de fondo y no de forma, y así encontrarnos con el Señor que es luz para nosotros», ha dicho el Arzobispo de Lima en su reflexión de este IV Domingo de Cuaresma: «Si los sacramentos han sido constituidos en la Iglesia, son para celebrarlos en comunidad y vivirlos intensamente en la vida concreta», recalcó.

Monseñor Carlos Castillo inició su homilía meditando las palabras que Jesús le dijo a Nicodemo: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna’. Ante esto, el Arzobispo de Lima explicó que Dios ama al mundo a pesar de sus contrariedades, maltratos, violencias y guerras: «ése es el principio que Jesús va a manifestar en la Cruz como el don del Hijo de Dios, ese regalo que es un amor gratuito, un amor que no pide nada a cambio, sino el de entrar en relación con nosotros», añadió.

Comentando el Evangelio de Juan (3, 14-21), Monseñor Castillo recordó que «la fe es una relación interpersonal con Aquel que nos declara su amor, un amor generoso que confía en el ser humano a pesar de nuestros males y pecados, un amor que no traiciona ni engaña, sino permite que desarrollemos nuestra capacidad humana de amar».

En ese sentido, el Primado del Perú precisó que no podemos vivir la fe desde el cumplimiento rígido y estricto de normas para agradar a Dios: «cuando se vive la fe así, se deforma el sentido de la voluntad de Dios – agregó el prelado – la voluntad de Dios es de un amor generoso que transforma a la persona con paciencia. Siempre hay la posibilidad de que las personas no comprendan totalmente cuánto se es amado y cuánto se puede amar. En el amor siempre se crece, no es algo que surge de la noche a la mañana, por eso, no se puede establecer en reglas», acotó.

«Muchas veces nos pasa en la experiencia religiosa que inventamos una religión que no obedece a la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios siempre es una aventura, es inspirarse en el amor del Señor para decir: ‘cómo te soy fiel en este momento, en esta circunstancia, con estos problemas’. Y así, asumir la responsabilidad», reflexionó el Arzobispo de Lima.

Si yo invento normas para amar a Dios que no están inspiradas en su amor, es decir, normas que son a mi imagen y semejanza, creo un sistema artificial que no sabe corresponder al Señor. Es terrible cuando una fe se llena de una serie de costumbres, de sacrificios, de holocaustos y, finalmente, no hacemos la voluntad de Dios.

Carlos Castillo reiteró que el amor del Señor debe ser la luz que ilumine nuestro camino para discernir y tomar mejores decisiones: «no debemos tener un cristianismo pelagiano, es decir, un cristianismo que construye cómo debe ser la religión sin pensar absolutamente en el amor. Esto ocurrió con los pelagianos, una herejía del pasado que construía sistemas, modos, holocaustos y costumbres que, en realidad, adornaban al cristianismo con una serie de cosas accesorias», subrayó.

El mundo se salva dando un testimonio de amor, compartiéndolo con los demás y aprendiendo a recoger ese amor como un criterio de discernimiento permanente. Así generamos una forma de vivir que va corrigiéndose en el camino, en la vida misma.

Monseñor Castillo hizo un llamado a no petrificar el sentido de nuestra fe en cosas anecdóticas que nos impiden vivir intensa y correctamente el amor de Dios: «juzgar significa discernir, tensar, recordemos que el pecado original fue un pecado de apresuramiento. Comerse el árbol del bien y del mal es comerse el discernimiento, sustituirlo por nuestras costumbres y cosas banales a nuestra fe».

Si los sacramentos han sido constituidos en la Iglesia, son para celebrarlos en comunidad y vivirlos intensamente en la vida concreta. Por eso, ahora que tendremos un retorno gradual a los templos, que esto sea un motivo para que sepamos hacer de las celebraciones actos de fondo y no de forma, y así encontrarnos con el Señor que es luz para nosotros.

«Que este camino hacia la Semana Santa, nos ayude a entrar hondamente en este camino de la luz para hacer la voluntad del Señor. Para eso requerimos un cristianismo profundo que sabe discernir, hacer lo adecuado y lo justo en cada momento para expresar el amor de Dios», finalizó.

En el Tercer Domingo de Cuaresma, el Arzobispo de Lima Carlos Castillo, hizo un importante llamado a superar los límites humanos que nos están destruyendo: «dejemos que el Señor nos ayude para entendernos, recapacitar y desterrar de nosotros todo aquello que es ambición, poder, intereses propios y locuras. Estamos en un momento muy duro en nuestra sociedad y en el mundo como para dividirnos y acentuar las contradicciones», expresó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Juan (2, 13-25), que narra la Expulsión de los mercaderes del Templo, Monseñor Castillo explicó que el Señor encontró en el templo un gran sistema de mercado, un emporio basado en el privilegio y la riqueza que acentuaba la frivolidad de la clase y la casta sacerdotal.

Por eso, cuando Jesús dice: ‘No hagan de la casa de mi Padre una casa de emporio’, hace un llamado a no usar al pueblo y el sudor de su trabajo, para gozar a espaldas de la gente que sufre: «Jesús se indigna y tiene estos gestos porque encuentra un sistema religioso a espaldas de la gente. El Señor no quiere sacrificios ni holocaustos, sino misericordia, es decir, que no se negocie o se haga una utilización vil de la religión para lucrar y encubrir intereses», agregó el Arzobispo.

La verdadera experiencia religiosa es una experiencia de amor. Jesús, en medio de las actitudes destructivas, reconstruye desde el amor hasta entregar su vida y su Espíritu.

Este Tiempo de Cuaresma, por lo tanto, es una oportunidad para identificarnos con Jesús, comprender el sentido de nuestra humanidad y salir del esquema de ver la vida como una fuente de negocio: «Es terrible que, en el camino que estamos viviendo, en nuestro país y en nuestra experiencia humana, todo se haya petrificado en el dinero, en el poder. Dios no quiere que ésa sea la fuente para que vivamos», recalcó Carlos Castillo.

El Señor reconstruye desde la esperanza.

A través de estos signos, el Arzobispo de Lima explicó que el Señor reconstruye la propia experiencia religiosa de nuestro pueblo desde la esperanza, por eso, «nosotros vivimos el camino de la Cruz como un camino de amor, porque el Dios que nos ha salvado, nos ha salvado metiéndose en nuestros problemas, para recoger de ellos lo mejor de nosotros y levantarnos», señaló.

El Señor nos llama a desterrar de nosotros todo aquello que es ambición, poder, intereses propios y locuras. Estamos en un momento muy duro en nuestra sociedad y en el mundo como para dividirnos y acentuar las contradicciones.

Monseñor Carlos reiteró que nuestro país necesita una actitud de paz para salir adelante y enfrentar la Pandemia, acogiendo con responsabilidad el camino de inmunización que se ha iniciado: «todo lo bueno que tenemos, debemos unirlo y, por lo tanto, adecuarnos a este proceso en el cual necesitamos curarnos y protegernos. Respetemos las normas que están habiendo para poder cuidarnos, siguiendo las normas que son importantes en este momento», añadió.

Una Iglesia solidaria que no se basa en el dinero.

Antes de finalizar, el Arzobispo citó las palabras del Santo Padre durante su encuentro con las autoridades y el cuerpo diplomático de Iraq: ‘Que callen las armas, que se evite su proliferación, aquí y en todas partes. Que cesen los intereses particulares, esos intereses externos que son indiferentes a la población local. Que se dé voz a los constructores, a los artesanos de la paz, a los pequeños, a los pobres, a la gente sencilla, que quiere vivir, trabajar y rezar en paz. No más violencia, extremismos, facciones, intolerancias; que se dé espacio a todos los ciudadanos que quieren construir juntos este país, desde el diálogo, desde la discusión franca y sincera, constructiva; a quienes se comprometen por la reconciliación y están dispuestos a dejar de lado, por el bien común, los propios intereses’.

Estas palabras, explicó Monseñor Castillo, «nos sacan de la mentalidad de emporio que se ha depositado en estos treinta años en nosotros, con la moda de la ganancia fácil, especulativa o destructiva de la humanidad, y más bien, nos inducen a la sana competencia, a la inversión justa, a la ganancia justa, al bien común, al compartir y crear formas nuevas de solidaridad entre nosotros para ser una Patria justa y hermosa, una Iglesia solidaria y no basada en el dinero», subrayó.

Comentando el Evangelio de Marcos (9, 2-10), que narra la Transfiguración de Jesús, Monseñor Carlos Castillo explicó que la Cuaresma es un camino de meditación de encuentro profundo con el Señor: «gracias a esta nueva experiencia que se da en lo alto de una montaña, Jesús quiere mostrar que lo más profundo de su ser, no solamente se debe saber, sino experimentar y vivir. El Señor alienta todas las experiencias de transparencia humana que vivimos para ayudarnos», reflexionó en este II Domingo de Cuaresma.

A través de la Transfiguración, el Señor nos recuerda la importancia de las experiencias profundas para vivir, de lo contrario, «la vida se transforma en una rutina anónima, apresurada, que no permite resistir a muchas situaciones difíciles desde lo más profundo de nuestra vida. Tenemos razones hondas para seguir luchando en medio de la adversidad», añadió el Arzobispo.

El Señor se transparenta totalmente, muestra lo más profundo de sí y lo comparte con sus discípulos. Jesús alienta todas las experiencias de transparencia humana que vivimos para ayudarnos. Él nos llama a vivir un mundo y una sociedad transparente.

En el Evangelio de Marcos, aparecen también dos personas importantes en la historia de Israel, «Moisés, que había buscado ver el rostro de Dios, pero solo le muestra las espaldas, porque Dios aparecía ‘como demasiado grande’. Y también Elías, que había buscado el rostro del Señor y creía que estaba en el poder, en la tormenta, en el huracán, pero Dios apareció en la suave brisa», comentó el prelado.

Dios, es posible ser visto a partir de la carne humana que Él representa, que es carne humana solidaria, identificada con la gente, con los sencillos.

La transparencia del amor de Dios inunda y cubre nuestro mundo para actuar en generosidad y solidaridad, especialmente en este tiempo de Pandemia: «todos tenemos un pedacito de amor dado por Dios a nosotros, porque somos a su imagen y lo que quiere el Señor es que esa imagen la desarrollemos», acotó Carlos Castillo.

Llamados a profundizar las experiencias de amor para comunicar la transparencia de Dios.

Monseñor Castillo hizo un llamado a dejarnos inspirar por la experiencia del encuentro íntimo de Dios para dar esperanza y comunicar la transparencia de su amor, ésa transfiguración de la belleza de Jesús que está en su amor: «Todos necesitamos una palabra de aliento, un gesto fundamental, una relación de intimidad que nos permita vivir. Sin eso, no nos enamoramos y vivimos la vida como a la defensiva», precisó.

El paso en la vida se da cuando uno ha recibido una experiencia de amor o profundiza las experiencias de amor que ha recibido, y entonces comprende, no se maltrata, no se hunde en la depresión, ni hace cosas que pueden llevarnos a la muerte.

Pero no basta con recibir una experiencia de amor, también debemos saber compartirla con hondura. Por eso, después de la Transfiguración, el Señor quiere que sus discípulos comuniquen esta experiencia con la humanidad conservando la hondura: «la salvación consiste en disponernos a la Palabra del Señor, a la experiencia de su intimidad, a la liturgia de nuestra Iglesia que nos hace sentir y vivir lo que Jesús vivió. Y así también nosotros ir poco a poco recobrando la esperanza», expresó el Arzobispo de Lima.

Hoy estamos muy necesitados de una palabra de aliento, porque la depresión nos puede hundir, y a pesar de eso, el Señor asumió el hundimiento para poder levantarnos y sacarnos a flote.

Cumpleaños de Monseñor Carlos Castillo.

Antes de concluir, Monseñor Carlos Castillo agradeció todos los gestos de cariño que ha recibido en el día de su cumpleaños:

«En este día, quiero agradecer a todos por sus saludos, especialmente, a mi madre, a mi padre y a mi hermana, que estuvo en mi nacimiento y me contó cómo nací. Siento que esta experiencia es una cosa que me ha marcado notablemente, porque yo soy hijo después de una película de Tin Tan que mis papás vieron la noche anterior (27 de febrero) y no paraban de reír. ¡Y le vinieron las contracciones a mi madre! Quizás, por eso es que siempre sonrío. Tal vez me debí llamar Isaac, ‘hijo de la risa’, porque producto de la risa vinieron las convulsiones», recordó emocionado.

«Quiero agradecer a todos los que hoy nos permiten sonreír, nos permiten esperar, especialmente a los jóvenes que nos están llenando de dicha, de alegría y de poesía para salvar a nuestro país y darle vida. Que Dios nos bendiga a todos y cuando venga la pequeña muerte, la asumamos con delicadeza también y digamos al Señor: Hemos cumplido nuestra tarea, ahora puedes hacer tu voluntad», comentó.

En la homilía de este I Domingo de Cuaresma, los dos nuevos obispos auxiliares de Lima, Monseñor Cornejo y Monseñor Salaverry, hicieron un llamado a vivir un tiempo de conversión y perdón para rehacer la vida de nuestro país y de nuestra Iglesia.

Monseñor Salaverry: el Espíritu del Señor nos conduce incluso en medio de la dificultad.

Monseñor Juan José Salaverry inició la homilía recordando que la Cuaresma es un tiempo fuerte de preparación para nuestra vida: «esta Cuaresma es muy especial porque, en lugar de tener solamente el sentido penitencial y cultural, también es un tiempo rico para fortalecernos en la fe, para beber de la fuente de la esperanza y que nosotros sepamos prodigar en la caridad, tres virtudes que el Papa Francisco ha señalado en su Carta sobre la Cuaresma«, precisó.

Comentando el Evangelio de Marcos (1, 12-15), Salaverry explicó que, en estos tiempos de sufrimiento y abandono, necesitamos dejarnos llevar por el mismo Espíritu que impulsó a Jesús a retirarse cuarenta días en el desierto: «ese Espíritu mueve nuestra fe y nos conduce, incluso a la dificultad, al diluvio y al desierto, para poder fortalecer nuestra vida y nuestra experiencia de Dios», resaltó.

Aún en la experiencia del desierto, que representa a un lugar de sequedad e infecundidad, se encuentra la voluntad de Dios de rehacer y regenerar la humanidad, reflexionó el obispo auxiliar de Lima:

Necesitamos volver a la experiencia del desierto para crecer en la fe, para crecer en esa experiencia de Dios que nos ayuda a fortalecer nuestra vida y nos ayuda a decir no a las tentaciones.

Monseñor Juan José exhortó a que no perdamos el horizonte y seamos fuertes ante la tentación: «si en algún momento caemos, pidamos perdón y levantémonos para rehacer nuestra vida frente a esas caídas, abiertos a la misericordia de Dios que quiere ‘llevarnos al desierto’ para poder acercarnos al misterio de la vida que es el misterio del amor de Dios», reflexionó.

Monseñor Cornejo: Saber levantarnos de la tentación y pedir perdón.

Por su parte, Monseñor Guillermo Cornejo indicó que, a través del Evangelio de hoy, Jesús nos invita a vivir un proceso de conversión y a saber vivir con la tentación: «qué cercano nos viene el tema de la tentación en estos momentos, porque Jesucristo siendo Dios, recibió la tentación – prosiguió el obispo – renunciar a la tentación se nos hace muy difícil, pero también debemos tener la fortaleza para saber levantarnos de la tentación y pedir perdón».

Cornejo explicó que una forma de superar la tentación es aprendiendo a compartir, a ‘orar en el desierto’ como lo hizo Jesús: «es tiempo de conversión, es tiempo de cambiar, es tiempo de mejorar nuestra Iglesia, es tiempo de mejorar nuestra sociedad, es tiempo de mejorar nuestra patria, nuestro Perú», señaló.

Si no hemos superado la tentación, acerquémonos a todo el pueblo y seamos sinceros. Pidamos perdón con toda honestidad, ésa es la forma de cómo podemos vivir el Reino.

En otro momento, el obispo auxiliar dijo que la Pandemia nos ha interpelado profundamente, experimentando como Iglesia y como país una conversión total y permanente, una conversión personal, social y pastoral: «este es el momento de pedir perdón por nuestros errores y comenzar una nueva vida en el nombre del Señor», agregó.

En la Celebración del Miércoles de Ceniza, el Arzobispo de Lima hizo un llamado a superar nuestros intereses y ambiciones personales, actitudes no cristianas que sustituyen el bien común por el bien individual. Monseñor Carlos Castillo también pidió que, como Iglesia, evitemos centrarnos únicamente en los ritos y las formas exteriores que generan «una religión que es pura cáscara».

En el inicio del Tiempo de Cuaresma, las familias peruanas participaron desde casa preparando sus propias cenizas para impartirlas entre todos sus miembros: «unidos a todas las familias en sus casas, empecemos este camino de conversión partiendo del amor de Dios que nos transforma, nos hace semejantes a Él y limpia nuestros pecados. Solo cuando reconocemos nuestro pecado y le pedimos perdón al Señor como a nuestro pueblo, puede comenzar un tiempo de esperanza», comentó Monseñor Castillo al inicio de su homilía.

El prelado explicó que este Tiempo de Cuaresma es un camino de conversión eclesial, personal y social para recuperar la esperanza en medio de la desilusión, especialmente en estos momentos de indignación nacional al conocerse que cientos de altos funcionarios y sus familiares se adelantaron en secreto al proceso de inmunización: «hoy el Evangelio nos advierte que debemos cuidarnos de practicar nuestra propia justicia delante de los hombres. Practicar nuestra propia justicia es lo que hacemos cuando reaccionamos de forma inmediata a las cosas y sustituimos el bien de los demás por el nuestro», añadió.

En una Iglesia y en un pueblo peruano mayoritariamente creyente, es duro sentir que todavía persiste actitudes no cristianas, pensando en el interés y la ambición personal.

En ese sentido, el Evangelio de Mateo (6, 1-6. 16-18), nos propone actuar con prudencia y humildad, aprendiendo a vivir en lo secreto, porque Dios está presente en los escondidos de la historia: los que más sufren.

Nuestra caridad silenciosa, nuestra oración secreta, nuestro ayuno discreto y sencillo, sin muchos enredos ni ritos enredados, nos remite al Dios escondido en lo secreto, que se revela entonces con esperanza a la humanidad, porque está identificado con los que son silenciados en este mundo, con los que están escondidos, con los que no queremos ver o les quitamos bienes para enriquecernos.

El Tiempo de Cuaresma es una oportunidad para reconocer nuestros límites e identificarnos con los ‘escondidos de esta historia’, con los que sufren en silencio y en secreto: «hoy hay tantas personas que nos interpelan con un clamor impresionante en el país, como una campana que no queremos escuchar y que la llenamos del estruendo de los gritos de las ventas y las posesiones, la posesión del oxígeno, la posición del poder político», expresó el Arzobispo.

Monseñor Castillo indicó que el Señor nos invita a actuar en secreto para orar y asumir «nuestra condición solidaria con la humanidad sufriente», no para «tener privilegios, hacer cosas indebidas o burlarse de la gente. Tenemos que compartir nuestras fragilidades humanas y dar una mano», subrayó.

La Cuaresma es un tiempo para identificarnos con Aquel que murió en silencio y en el secreto de un pueblo perdido. A partir de lo secreto y lo profundo, el Señor anuncia a la humanidad que la esperanza está en ese don de vida sencilla que viene de los que más sufren como Él.

Finalmente, el Arzobispo exhortó a todas las personas vacunadas en secreto antes que las poblaciones en riesgo y grupos prioritarios, que reconozcan el mal hecho por el bienestar del país: «necesitamos rehacernos de tanta insolidaridad y falta de humanidad. Tenemos que desarrollar en nosotros entrañas de misericordia, no podemos pisotear a nuestro pueblo», acotó el prelado.

No hay nada más grande para el ser humano que, reconociendo sus límites y sus faltas, empieza a entender que el Otro también es alguien necesitado.


Comentando el Evangelio de Marcos (1, 40-45), que narra la sanación de un leproso de la enfermedad y la exclusión, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, destacó la actitud que tiene el Señor para acogernos y compartir el milagro de su amor: «los milagros son signo del amor de Dios, un amor que suscita en nosotros la capacidad de ser un milagro para los demás. La voluntad irreversible de Dios es que nosotros nos amemos, por eso, Dios no ha mandado la Pandemia, Él sufre con nosotros y quiere que la superemos haciendo de nosotros, fuente inagotable de milagros», dijo durante la homilía de este VI Domingo del Tiempo Ordinario.

El primer milagro: la sanación del enfermo.

El Arzobispo también hizo hincapié en la actitud del enfermo, quien decide acercarse a Jesús humilde y sencillamente para apelar a su libertad de decisión: «no le dice – ¡Tienes que limpiarme! – le dice – Si tú deseas, si es posible para ti, límpiame – Y el Señor responde con varios gestos, porque quiere darnos sus dones y formas de actuar para transformar nuestras vidas y hacer cosas totalmente novedosas y distintas», explicó.

El Señor responde con signos de misericordia y compasión, «se le remecieron las entrañas porque nos ama», manifestó Carlos Castillo, «Él está permanentemente y es el Dios en la historia, en los sufrimientos, en las dificultades. Por eso, hoy también está en medio de nosotros, en medio de la Pandemia».

Aunque hoy no podemos acercarnos y tocarnos como el Señor para expresar nuestro afecto, estamos llamados a mantener la misma disposición hacia el Otro, así lo aseguró Monseñor Carlos: «nuestra cultura está marcada por esa actitud de cercanía porque Jesús ha ‘tocado’ nuestras vidas para resucitarnos, levantarnos y darnos ánimo. La voluntad irreversible de Dios es que nosotros nos amemos, por eso, Dios no ha mandado la Pandemia, Él sufre con nosotros y quiere que la superemos haciendo de nosotros, fuente inagotable de milagros», recalcó.

¿Y cómo podemos ser un milagro para los demás? Imitando los gestos del Señor, que se mete en nosotros para suscitar la capacidad de ser un milagro para otros: «esto es lo que ha ocurrido con este precioso milagro que han tenido nuestros hermanos de Chile, donando 40 toneladas de oxígeno. Díganme si eso no es un lindo milagro», reflexionó el Arzobispo.

El segundo milagro: ser restaurado ante la sociedad.

Al primer milagro de la curación, le sigue un segundo: el Señor está preocupado por la salud social del leproso, quiere que se restaure ante la sociedad y deje de ser visto como ‘impuro’. Esta es una actitud que debe primar, sobre todo, en nuestra Iglesia, enfatizó Monseñor Castillo: «es necesario acoger y acompañar a las personas para que no vivan en la desesperación, acercarnos para afrontar las nuevas ‘lepras’ que hay en el mundo e impedir esta cadena tremenda de muertes que estamos viviendo», puntualizó.

Y una manera de acercarse es pensando en todas las personas que se encuentran en primera línea en la lucha contra la Pandemia, preocupándonos porque reciban la vacuna y puedan sentirse restauradas: «gracias a la vacuna, todos vamos a ser incluidos poco a poco. Tenemos que respetar, moral y éticamente, que primero deben ser los de primera línea y no los privilegiados», subrayó el prelado.

Por lo tanto, la actitud restauradora del Señor se concentra en la restauración de las relaciones humanas y en la inclusión de las personas.

El tercer milagro: «salió y se puso a pregonarlo».

Pese a las indicaciones del Señor, el leproso tiene una alegría profunda que lo inspira a anunciar al Señor en todas partes. Sin saberlo, este hombre fue uno de los primeros en salir a evangelizar desde la base del pueblo, en el corazón de la gente sencilla, demostrando que Dios promueve la vida en todos sus niveles.

«Jesús ha generado, a partir de este nuevo milagro, un hombre libre, que salió a anunciar la alegría del Evangelio y la grandeza de los signos del amor de Dios por todo el mundo. Y el Señor ha venido para que nos sanemos y nos limpiemos por su amor, para que nos integremos a la sociedad y vivamos en paz y en amistad», expresó Monseñor Carlos.

Finalmente, el testimonio del leproso provocó que las personas acudan al Señor desde todas partes. Ante ello, el Señor asume el riesgo de la fama antes que juzgar, reprochar o impedir el actuar libre del leproso. Jesús decide quedarse en lugares aislados para convertirse, de algún modo, en un ‘leproso’ solitario y apartado. He aquí la grandeza del amor de Dios hasta en el mínimo gesto de sus decisiones.

Las lecturas de este V Domingo del Tiempo Ordinario nos recuerdan cómo nació la primera Iglesia: en las casas. Por eso, Monseñor Carlos Castillo nos invita a hacer de nuestras casas los ‘hospitales de campaña’ que eviten la propagación del coronavirus, asumiendo una actitud misionera y en salida para atender a las personas, como lo hizo el Señor.

El Arzobispo de Lima también se mostró optimista ante la llegada del primer lote de vacunas contra el Covid-19 a nuestro país: «esas vacunas son producto de inteligencia, del estudio, de la ciencia, y la ciencia no es incompatible con la vida del ser humano.

Al inicio de su homilía, Monseñor Castillo recordó las palabras de Job (7, 1-4. 6-7): ‘¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días se acercan a su fin, sin esperanza, con la rapidez de una lanza de telar. Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la dicha’.

«Esta situación extrema de Job, la viven nuestros enfermos el día de hoy, y por eso, nos unimos en oración solidariamente, porque todos sentimos el paso de esta enfermedad que afecta al mundo y a nuestras familias diariamente», expresó el Arzobispo.

En ese sentido, el Evangelio de Marcos (1, 29-39), nos ayuda a comprender la actitud misionera y solidaria de Jesús en medio de las dificultades: después de salir de la Sinagoga, el Señor acude a la casa de Simón y Andrés para curar a los enfermos, incluyendo la suegra de Simón: «Jesús no quiere petrificarse en una ley establecida – añade Monseñor Carlos – el Señor nos enseña la libertad respecto a la ley para hacer las cosas de acuerdo a las exigencias profundas de la vida».

Las petrificaciones espantan a la persona, porque la hunden en la legalización, en costumbres que no permiten que la persona se exprese, fluya y desarrolle todas sus potencialidades.

Por otro lado, toma gran importancia que Jesús llegue a una casa pequeña del pueblo campesino de Cafarnaúm, un signo que nos recuerda cómo nació la primera Iglesia, saliendo de las formalidades religiosas para vivirse en las casas y en la calles: «hoy también estamos en las casas curando a mucha gente, porque nuestras casas son los pre-hospitales que necesitamos para cuidarnos unos a otros y ayudarnos», indicó el prelado.

El Señor no cura por magia, cura por amor.

Monseñor Castillo hizo hincapié en el gesto de ternura del Señor para curar a la suegra de Pedro: la tomó de la mano y la levantó, dice el Evangelio. «nosotros también nos levantaremos de la cama y saldremos airosos ante las enfermedades, si practicamos los mismos gestos de amor del Señor, que suscitan sabiduría e inteligencia para encontrar soluciones».

¿De dónde saca Jesús fuerzas para curar? De la oración íntima. El Señor no cura por magia, es el amor el que suscita las curaciones, y todos los seres humanos tenemos la capacidad de entrar en lo profundo, de comprender que el amor nos humaniza y nos ayuda a todos.

Ya de madrugada, narra el Evangelio, Jesús salió a orar a un lugar solitario. Pero un Pedro más interesado en convertir su casa en un centro de atracción, le pide volver. Ante esto, el Señor le recuerda que ha venido para predicar y anunciar el Evangelio a los pueblos, no para permanecer petrificado en un solo lugar: «Jesús quiere una experiencia de fe que cure a la gente. Y esto es muy importante, porque, a veces, en nuestras costumbres religiosas, hemos visto historias en donde los religiosos sirven para alimentar cierta fama de cierta santidad y manipular a los demás. Eso no cura, hermanos, eso enferma», explicó el Monseñor Carlos.

Todos somos un ‘hospital de campaña’.

A través de todos estos signos, el Señor nos llama a volver al fundamento de la primera Iglesia, para hacer de nuestras casas y de nuestra Iglesia, un ‘hospital de campaña’, ligera de equipaje y sin mucho enredo, como dice el Papa Francisco.

«No solamente cada casa, sino el conjunto de la Iglesia, todos somos un ‘hospital de campaña’ que vamos a construir juntos. Tenemos que salir a atender misioneramente a las personas, como lo hizo el Señor. Y finalmente, orar íntimamente, de forma personal y comunitaria», precisó Carlos Castillo.

«Confinados, pero no derrotados», así iniciamos este IV Domingo del Tiempo Ordinario, con el penoso retorno a una cuarentena para frenar la segunda ola de contagios en el Perú. En la Misa Televisada de hoy, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, hizo un llamado a avivar nuestra inteligencia para enfrentar esta situación con diálogo, ánimo y profundidad: «Jesús quiere la vida de la persona, no su muerte. Él no quiere que hayan sinagogas o lugares de culto para petrificar a la gente. La Iglesia, las comunidades religiosas y cristianas, las comunidades de fe, son para promover a las personas, no para llenarlas de reglas o encerrarlas», reflexionó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Marcos (1, 21-28), Monseñor Castillo explicó que el Señor tiene un primer signo importante al acudir a Cafarnaúm, un pueblo campesino muy sencillo de Israel. Como segundo signo, el día sábado Jesús se puso a enseñar en la Sinagoga, un espacio de reunión y encuentro para comentar la Biblia; sin embargo, con el tiempo los escribas comenzaron a interpretar la ley para su beneficio, priorizando el cumplimiento estricto de las normas.

En medio de esta situación ocurre un problema: hay una persona endemoniada, y ni los escribas ni los jefes de la Sinagoga se han dado cuenta: «esto es un problema serio – afirma el Arzobispo – porque a veces tenemos situaciones graves en nuestras Iglesias y no nos damos cuenta, vivimos indiferentes ante ellas, poniendo el acento en cosas nimias y no en lo fundamental».

El Señor viene para liberarnos y regenerarnos.

El ‘espíritu inmundo’ que poseía al hombre es, en realidad, un espíritu encarcelado, una persona encarcelada que está en la Sinagoga cumpliendo las normas, pero permanece inmóvil ni habla. Dice el Evangelio que cuando Jesús llega, el hombre se pone a gritar, en otras palabras, «la presencia sola de Jesús permite que una persona que está encerrada empiece a salir. Por lo tanto, el acto de autoridad del Señor es un acto de liberación, de profundidad», añadió Monseñor Castillo.

Liberar es suscitar en la persona la capacidad de volverse sujeto, de nacer, es un acto generativo. Y Jesús liberaba con autoridad, no como los escribas con sus interpretaciones legalistas y leguleyas, que lo único que hacen es encarcelar más, y por tanto, ‘demonizar’ más a las personas.

En ese sentido, ante las nuevas medidas de confinamiento por el surgimiento de una segunda ola, Monseñor Carlos Castillo señaló que debemos seguir estas reglas y entenderlas de corazón: «la mejor manera de comprender la justeza de una ley es considerar su espíritu, aquello que nos permita surgir, de tal manera que, si una ley es realmente opresora, no puede ser obedecida, pero si una ley se efectúa en favor de la vida humana, tenemos que acogerla», indicó.

Jesús quiere la vida de la persona y no su muerte. Él no quiere que hayan sinagogas o lugares de culto para petrificar a la gente. La Iglesia, las comunidades religiosas y cristianas, las comunidades de fe, son para promover a las personas, no para llenarlas de reglas o encerrarlas.

Jesús sabe identificar dónde está el problema y actúa inmediatamente para liberar al hombre endemoniado: «El Señor ha venido, entonces, para recrearnos, para regenerarnos y reconstruirnos. Todo lo que sea ‘liberar’ es cristiano, y eso significa también que sepamos recoger la tradición más actualizada de nuestra fe que ha realizado el Concilio Vaticano II, para abrir al mundo a una nueva dimensión considerando todo lo positivo que tenemos como humanidad», expresó el prelado.

Jesús nos da su Palabra para promovernos, para avivar nuestra inteligencia. La fe cristiana se situó en el corazón de la vida de los hebreos como un acento en la palabra más que en la ley. La Palabra es más grande que la ley, y por eso, tiene que saberse interpretar y orientar con ánimo, dialogando.

En el Domingo de la Palabra, día instituido por el Papa Francisco, Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística desde la Basílica Catedral de Lima: «el mismo culto que se da a la Eucaristía, debe dársele a la Palabra, porque la Eucaristía es el signo de la Palabra encarnada, Jesús instituyó la Eucaristía como expresión de su encuentro, de su presencia entre nosotros», comentó al inicio de su homilía.

La Iglesia está para auxiliar al hermano, ahí están las nuevas ‘catedrales’ del mundo, las nuevas Iglesias preciosas, en los hospitales, en las zonas del Covid, en las camas UCI, allí están los nuevos templos del país y del mundo. Y desde ellos, vamos a reconstruir una Iglesia que, ante todo, es solidaridad, cariño, cercanía, esfuerzo humano de servir.

Dijo en su Homilía.

El Domingo de la Palabra nos recuerda que todo se hizo por medio de la Palabra y nadie se ha hecho sin ella, así lo manifestó el Arzobispo de Lima: «Todo lo que existe es la Palabra de Dios plasmada en la creación, en el ser humano, en el hombre, en la mujer. Por eso, el ser humano es Palabra, necesita expresarse para vivir su fe, para vivir su proceso y el camino de su vocación».

En ese sentido, el Evangelio de Marcos (1, 14-20), nos da luces sobre lo fundamental que es la Palabra en tiempos de incertidumbre: El Señor llamó a sus discípulos después de conocer que Juan Bautista había sido arrestado, es decir, no se amilanó por este hecho trágico, sino que se preparó para anunciar la esperanza: «El Señor nos llama en el tiempo y en el momento oportuno, cuando hay situaciones difíciles, y por eso, lo propio de la fe cristiana es esclarecer las situaciones confusas con la Palabra», indicó el prelado.

«Hoy también afrontamos una situación compleja por la llegada de una segunda ola – prosiguió el Arzobispo – y tenemos que hacer un esfuerzo para redoblar, entre nosotros, nuestra unidad y colaboración mutua para encontrar soluciones».

Escuchar la voz del Señor para empezar nuestra conversión.

En el Evangelio de hoy, el Señor también anuncia que el Reino de Dios está cerca. Pero ¿Cómo puede estar cerca en medio de la tragedia que vivimos? Monseñor Carlos Castillo responde: «Cuando afloja la vida, cuando la situación es dura, todos empezamos a recapacitar, a reconocer nuestros pecados y límites, a convertirnos. Por eso, para convertirnos no necesitamos tantos esfuerzos, planeando nuestros cambios con muchos arrepentimientos, flagelaciones o gritos. Ante todo, tenemos que escuchar la voz del Señor que nos habla en el tiempo oportuno. Es posible que ahora sea la ocasión, el Kairós, el momento propicio para hermanarnos», subrayó.

Aún viviendo la peor crisis de la historia de la humanidad, a punto de que se quiebre este mundo por el daño ecológico y la enfermedad, estamos desafiados a colaborar juntos con inteligencia, desde la sinodalidad, en diálogo fecundo con el mundo para pensar en una solución:

Cuando se emprende el estilo sinodal, ese estilo comunitario, conversamos, hablamos, permitimos que todo el mundo tenga opinión y participe. Y ¿Quién tiene más palabra cuando todo el mundo participa? Los pobres, las víctimas, los que sufren la situación de exclusión, que saben cómo proceder y cómo salir de situaciones adversas, porque han vivido toda la vida así.

Entonces, cuando el Señor nos dice que el Reino está cerca, se refiere a todos los que se acercan a los que sufren, como los voluntarios, los enfermeros, los servidores: «ellos son el signo que tenemos para que la Iglesia sea distinta. La Iglesia está para auxiliar al hermano, ahí están las nuevas ‘catedrales’ del mundo, las nuevas Iglesias preciosas, en los hospitales, en las zonas del Covid, en las camas UCI, allí están los nuevos templos del país y del mundo. Y desde ellos, vamos a reconstruir una Iglesia que, ante todo, es solidaridad, cariño, cercanía y esfuerzo humano de servir», reflexionó el Arzobispo.

Todos somos discípulos y misioneros en salida.

En otro momento, Monseñor Castillo aseguró que debemos preparar el camino para la próxima Asamblea Eclesial que se celebrará en todo el continente del 21 al 28 de noviembre: «Todos somos discípulos y misioneros en salida, los curas, las monjas, los seminaristas, los diáconos y los laicos. Todos tenemos la Palabra de Dios que, en esta situación difícil, necesita expresarse a través de nuestras iniciativas. La Iglesia Latinoamericana puede aportar a todo el mundo y demostrar que, conversando las cosas se arreglan, porque se recoge todas las iniciativas».

Dice el Evangelio que los discípulos dejaron todo para seguir a Jesús. Ellos se llenaron con las palabras de gracia del Señor, porque su Palabra es aliento y fuerza: «también nosotros dejémonos amar por el Señor, tratemos de vivir inspirados con iniciativas, pensando en el Otro, saliendo de nosotros mismos, organizándonos como pueblo para contrarrestar todos los males que existen ahora», precisó el Monseñor Carlos.

El Reino de Dios, o sea, la fuerza gobernante de Dios, está cerca, no para tomar el poder de un gobierno, sino para suscitar, desde el pueblo, esta cadena de relaciones que permite reconstruir nuestros vínculos a través de la amistad.

El Arzobispo de Lima concluyó su homilía recordando que los católicos «no estamos para condenar al mundo, sino para anunciar el amor, y que desde ese amor sobreabundante, se ahoguen todas las cosas malas que existen. Jesús lo creía firmemente, por eso, cuando llegó el momento culminante, prefirió hacer un acto de amor y no bajarse de la Cruz, para mostrarnos que Dios nos ama y no nos abandona jamás».

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