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En el II Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística en la Basílica Catedral de Lima: «Ser cristiano es un llamado a la sabiduría profunda, al discernimiento, a actuar según lo que el amor de Dios nos puede indicar en cada situación», comentó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Juan (1, 35-42), el Arzobispo explicó que, detrás de la expresión de Juan Bautista: ‘ese es el Cordero de Dios’, en alusión a Jesús, esconde la histórica promesa de que, de la estirpe de David, nacería un siervo sencillo que pudiera ayudar a la gente desde el corazón de sus sufrimientos:

«Jesús es el Cordero de Dios, esa persona dócil que obedece y actúa según la voluntad de Dios en la historia, y que finalmente entregará su vida y se mantendrá en la cruz, no por la fuerza de los clavos sino por su misericordia, como dijo el Papa Francisco en su Saludo por el Mes Morado», señaló Carlos Castillo.

El Señor nos llama a participar de la experiencia de su amor.

Al ser abordado por los discípulos que lo seguían, Jesús hace una pregunta: ‘¿A quién buscan?’. Estas palabras expresan la preocupación del Señor por nuestras búsquedas, es una pregunta para discernir y esclarecer qué buscamos, especialmente en este camino al Bicentenario: «Es importante que sepamos reconocer que estamos en una situación nueva, en una búsqueda nueva que solo podremos resolver si contemplamos al Señor en el Evangelio, siguiendo no solo sus enseñanzas, sino sus gestos y sus palabras», acotó el Arzobispo de Lima.

Ante la pregunta de los discípulos: ‘¿Dónde vives?’, el Señor invita a sus discípulos a seguirlo para ver cómo actúa: «los invita a ellos y a nosotros, es decir, los invita a participar de su experiencia», añadió Monseñor Carlos.

La fe es la relación personal y comunitaria con el Señor. Ser creyente es encontrar al Señor a pesar de que no notamos su presencia, es aprender a discernir su voluntad y hacerla.

Monseñor Carlos afirmó que una fe madura y responsable es una fe que sabe discernir en medio de las dificultades: «en el Salmo 39 hemos cantado: ‘Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído. Entonces yo digo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad’. El Señor ha entrado en nosotros, pero tenemos que seguir buscándolo y tenemos que ver la manera de discernir y ver dónde está su voluntad en cada situación», reflexionó.

Ser cristiano es un llamado a la sabiduría profunda, al discernimiento, a actuar según lo que el amor de Dios nos puede indicar en cada situación, y eso requiere un pequeño esfuerzo de todos, porque el Señor ha querido que la reflexión sea patrimonio universal de la humanidad, especialmente entre los más pobres.

Finalmente, Monseñor Castillo hizo un llamado a recordar cómo fuimos llamados por primera vez al encuentro personal y comunitario con el Señor: «preparémonos, desde la huella honda que nos dejó el Señor, para encontrar el rostro de Jesús en nuestra realidad», concluyó.

En la Solemnidad del Bautismo del Señor, Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística en la Basílica Catedral de Lima: «al recordar nuestro bautismo, tenemos la alegría de volver a nuestros inicios, donde comenzó algo nuevo en nuestra historia personal, pero también se renovó el deseo de una historia humana y social distinta», expresó al inicio de su homilía.

Refiriéndose al Evangelio de Marcos (1, 7-11), el Arzobispo de Lima explicó que, a través del acontecimiento del Bautismo de Jesús, ocurre un signo de esperanza para la humanidad: «los cielos se rasgan y se ‘abre’ la esperanza, porque Jesús, que viene de parte de Dios, ha asumido nuestra vida y Él es el portador de la esperanza. Por eso, cada vez que uno de nosotros es bautizado, renovamos que también somos portadores de la esperanza de Jesús», resaltó.

El Señor decide bautizarse, no porque tenga pecado, sino por su hermandad con los seres humanos: «Jesús se bautiza para alentar a todos aquellos que, en medio del mundo, reconocen sus límites, y desde esos límites, empiezan a recrear este mundo surcado de locas ilusiones, ambiciones, desconcierto y desesperación», acotó Monseñor Carlos.

La fe cristiana no es solo individual, también es social.

Durante los años previos al Bautizo, Jesús se dedicó a conocer la realidad, haciendo una lectura de los signos de los tiempos. Frente a la fuerte crisis que se vivía en Israel, había un grupo liderado por Juan Bautista que optó por una revisión de la vida y una aceptación del pecado como el punto de partida para mejorar las cosas: «el grupo de Juan Bautista quiere convertirse para reconocer el límite y no contribuir al daño de Israel. Reconocer las faltas es parte de un proceso que denominamos ‘purificación’, y por eso, tenemos que discernir y buscar en qué lugares está apareciendo algo interesante, qué ‘cielos se están abriendo’, dónde se está forjando la esperanza de nuestro pueblo y el ánimo de conversión», expresó el Arzobispo.

Jesús, entonces, decide unirse al grupo de Juan Bautista y hace la fila junto a los pecadores para enseñarnos que la fe cristiana no es solo individual, también es social, requiere de nuestra unidad para salvarnos juntos: «el Señor no quiere que la gente buena se separe, sino que sea semilla fecunda para hacer que el amor se irradie. El Señor no ha venido a crear una Iglesia de ‘puros’ o de separados», indicó Monseñor Castillo.

«Jesús nos enseña pedagógicamente que es insuficiente el Bautismo de Juan. Se necesita ser bautizado en el amor, y por eso, el Señor se mezcla entre los pecadores y se mete al lodo. En esta tragedia mundial que vivimos, tenemos miles de voluntarios anónimos que, silenciosamente, han estado haciendo el Bautismo, enlodándose con los enfermos, e inclusive, muriendo por ellos», reflexionó el Arzobispo de Lima.

Tenemos que apoyar la capacidad de amar que existe en el ser humano, porque Dios es amor, Él hace posible que el mundo se regenere a una nueva vida y renazca, porque cuando la fuerza de su Espíritu mora en cada persona, la inspira y la impulsa, la alegra, la suscita y la resucita.

Monseñor Castillo reiteró que la fe cristiana es una fe que piensa, discierne, se cuestiona como María y reflexiona. La Palabra nos permite razonar, crecer y madurar; y en Jesús está la Palabra viva que nos inspira y nos acompaña, Él ha cambiado el signo de un Bautismo de pureza por uno de servicio y de amor: «el Señor nos ama y nos da la oportunidad de darnos su amor, nos da la misión de hermanar a la humanidad por medio de su amor, dejando que nuestra vida se deje guiar por el Espíritu y vaya creciendo y madurando», añadió.

«Que recordando nuestro Bautismo, caminemos profundamente en el Señor y podamos recoger lo más lindo que tenemos para darlo a los demás», concluyó.

Al celebrarse la Epifanía del Señor, Monseñor Carlos Castillo explicó que, así como los Magos buscaron al Niño Jesús para adorarlo, nosotros también estamos llamados a encontrarlo en el rostro de los pobres y los sencillos, porque la llegada de Cristo al mundo nos enseña que Dios es de los pobres.

«Adoremos hoy al Señor a través del servicio, acompañando a todos los que sufren la Pandemia, pero también a todos los que sufren la pobreza, que tienen ausencia de trabajo, que viven desolados, que viven solos y necesitados, especialmente a nuestros niños y a los más pequeños de este mundo y de esta ciudad de Lima», dijo el Arzobispo.

En ese sentido, el Evangelio de Mateo (2, 1-12), nos da luces de la situación en que nació el Niño Jesús, que además de nacer en el corazón de una ciudad pobre, también se enfrentaba a las ambiciones personales del Rey Herodes, que «temblaba ante la posibilidad de la aparición de alguien que sea una alternativa de búsqueda nueva para renovar la vida de los israelitas, para hacer justicia en la humanidad y llenarla de amor».

Buscar la nueva estrella que guíe nuestras vidas hacia el Señor.

A diferencia de Herodes, los Magos son buscadores de estrellas, intérpretes del cielo con una visión abierta del mundo y de la realidad: «hoy estamos llamados a la búsqueda de algo nuevo en el mundo, de una nueva estrella que sea como la guía de nuestras vidas hacia el Señor y podamos guiar a toda la humanidad en un sentido distinto al egoísmo», reflexionó el Primado del Perú.

Y haciendo alusión a las palabras del Papa Francisco durante la Celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz, Monseñor Carlos recordó que no podemos hablar de paz mientras no cuidemos a los demás, especialmente a los más frágiles: «no habrá verdadera paz mientras en el mundo no se establezcan relaciones de hermandad, capaces de ayudarnos mutuamente con delicadeza», acotó.

La Iglesia ha de recrecer nuevamente y redefinirse.

En otro momento, el Arzobispo de Lima explicó los signos que se esconden en los regalos de los Magos: «en los regalos está incluida la misión que Dios da a Jesús, pero simultáneamente, la misión que estos buscadores sienten que debe tener ese niño para los pueblos de la tierra: el oro que es para el gobernante; el incienso que es para el altar, para Dios; y la mirra que es para el profeta que anuncia el Evangelio y muere por anunciar el Evangelio», indicó.

Jesús toma estos tres signos, y a lo largo de su vida, gobierna anunciando el Evangelio con amor: «Jesús ha venido para todos, no solamente para algunos, inclusive para los más pecadores, los más revoltosos y los más enredados. Él ha venido para ayudarnos a salir adelante y encontrar todo lo bello que tiene nuestra humanidad, ha venido a darnos vida, para reparar las heridas», precisó Carlos Castillo.

La Iglesia ha de recrecer nuevamente y redefinirse para volver a abrirse a los demás pueblos, porque hay cosas que no se pueden predicar si es que no cambiamos también nosotros.

«Que encomendados a los Reyes Magos, estemos dispuestos a poder abrir nuestros brazos a todos los que son lejanos. Que Dios nos bendiga, nos haga anchos de visión y nos haga ver las maravillas que hay en el mundo, porque en la diversidad de culturas, de búsquedas, hay algo bueno en todos los seres humanos», meditó Monseñor Carlos.

Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidió la Celebración Eucarística de este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario desde la Basílica Catedral de Lima: «El Señor quiere que entonemos con Él en todas las formas posibles, porque Él no nos condena, sino nos convoca, nos acompaña y nos convierte», reflexionó.

Comentando el Evangelio de Mateo (22,1-14), el Arzobispo explicó que Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y ancianos a través de una nueva parábola. El Señor nos dice que todos estamos invitados a un camino de conversión para hallar una salida a los problemas juntos: «Jesús persiste en la invitación, persiste en convocar a todos, malos y buenos, para que todos quepamos en este camino del Reino de Dios, para que todos entremos en este camino de conversión», señaló.

«Este tiempo de retiro ha querido ser también, para octubre, en medio de la situación difícil, el equivalente a lo que es nuestra procesión del Señor de los Milagros, en donde todos estamos invitados a esta gran convocatoria de un Señor que acoge a todos, que no discrimina y que nos llama a vivir esta dimensión de alegría», añadió Monseñor Castillo.

Convocados por el Señor a vivir en hermandad y fraternidad.

Esta convocatoria del Señor a aprender a hermanarnos es la misma que el Papa ha reflejado en su encíclica ‘Fratelli Tutti’, y que nuestro Arzobispo ha comentado ampliamente (leer reflexión): «de lo que se trata es que podamos salir juntos de las cosas, viendo más allá de los prejuicios, de las barreras. La fraternidad aprende a apreciar el valor de ser hermanos, el valor de estar juntos y la alegría de festejar», indicó.

El Señor quiere que entonemos con Él en todas las formas posibles, porque Él no nos condena, sino nos convoca, nos acompaña y nos convierte.

En la parábola del banquete nupcial, el Evangelio de Mateo da cuenta de un grupo de personas que decidió no aceptar la gratuidad de la invitación: «es decir, no se dejaron llevar por la gracia – explica el Obispo de Lima – esto indigna al rey, porque siente que éstas personas están bloqueadas y eligen reafirmarse en su bloqueo, se emperrechinan en no acoger la maravilla que se les está presentando, son aguafiestas recalcitrantes», dijo.

Revestirse de la misericordia de Dios, gracia que salva.

En otro momento, el texto de hoy menciona a una persona que no está vestida con el traje de fiesta y es expulsada a las tinieblas. ¿Cómo se explica esto? El Papa Francisco lo explica con claridad en el Ángelus de esta mañana: El rey, que representa a Dios Padre en la parábola, pone, sin embargo, una condición: llevar el traje de boda, que simboliza “la misericordia que Dios nos da gratuitamente, su gracia, pues sin ella no se puede dar un paso en la vida cristiana. Por ese motivo, no basta con aceptar la invitación a seguir al Señor, hay que abrirse a un camino de conversión que cambie el corazón», resaltó Francisco.

Para Monseñor Castillo es importante que sepamos reconocer la invitación del Señor sin distinción, lo que significa que todos tenemos la oportunidad de transformarnos poco a poco: «la invitación del Señor no consiste simplemente en asistir, sino estar en sintonía con Dios, estar a tono con la alegría, la fraternidad y la amistad», reiteró.

Estar en sintonía con la fuerza amorosa del Señor que acoge a todos.

En ese sentido, la apertura del Señor sobrepasa nuestras capacidad de entendimiento, nuestra visión, a veces algo estrecha, sobre el cumplimiento estricto de las reglas sin ningún tipo de discernimiento o criterio de la realidad: «puede ocurrir que no puedes participar de la misa porque tienes necesidad, una dificultad o un pariente en casa que atender, pero en ese servicio estás actuando en sintonía con la fuerza amorosa del Señor que acoge a todos. Desde los distintos lugares en donde estamos, allí también está la gracia presente», acotó el Primado del Perú.

¿Están en falta nuestros hermanos de la selva que navegan en canoas por no asistir a misa cuando no hay sacerdotes? Se preguntó el Arzobispo: «entrar al Reino de Dios es entrar en el amor gratuito de Dios, inventando una forma para siempre estar llenos de su fuerza, unidos festejando y alegrándonos».

«Vamos a pedirle al Señor que nos de la capacidad de buscar a los que no han sido invitados, para que sepamos acoger especialmente a los más pobres y sencillos, de modo tal que nadie se sienta excluido o sienta que no hay tarea que hacer, para que nadie sienta que el Señor lo ha abandonado, sino que suscita en nosotros, con su Espíritu, la esperanza de servir, ayudar a los demás y vivir alegremente todos como hermanos», manifestó el Arzobispo de Lima.

En la Celebración Eucarística de este Domingo XXVI del Tiempo Ordinairo, Monseñor Carlos Castillo explicó que el Evangelio de Mateo (21,28-32) nos coloca ante un diálogo que Jesús tuvo con los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo: «ellos eran los dirigentes de la religión de Israel, que habían organizado el sistema ritual de oraciones, holocaustos y sacrificios, la relación entre las zonas puras e impuras, hasta dónde se tenía que entrar, quiénes podían entrar y quiénes no», comentó al inicio de su homilía.

El problema de este sistema es que decía cumplir la voluntad de Dios, pero en realidad no era así, porque «Dios no cabe en un templo, Dios es más grande, invade todo y está presente en todas las circunstancias de la vida, por lo tanto, no puede restringirse», añadió el Arzobispo.

Si Dios ha querido habitar en algún lugar, es en nosotros, y por esa razón, estamos llamados a retornar a la intuición profunda y fundamental de que Dios vive en nuestro ser y tenemos que dejar que salga, que su imagen crezca en nosotros, para amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

«El anonadamiento de nuestro Dios, que se encarna en nosotros, especialmente en los pobres, es el fundamento de nuestra fe», destacó Monseñor Carlos mientras citaba la Carta de Pablo a los Filipenses (2,1-11), que nos recuerda que Jesucristo no retuvo para sí su categoría de Dios, sino que se hizo nada, tomando la condición de esclavo, de siervo, pasando como uno de tantos, y muriendo en la cruz.

«¿Qué cosa es hacer la voluntad del Padre? Es ir a la viña a cosechar, a ver dónde están los problemas, a solucionar las dificultades. Cosechar no es un trabajo sencillo, implica un dinamismo que no está reglamentado. ¿Cuántos de nosotros, en este tiempo, no hemos ido a la viña de los enfermos? ¿Cuántos no hemos ido a la viña de la solidaridad?», reflexionó el Arzobispo.

En ese sentido, el texto de Mateo nos permite entender la enorme sensibilidad del Señor hacia los más humillados y pequeños, hacia los despreciados y maltratados, pero que son capaces de recapacitar y retomar el camino: «el Señor decidió reconocer que, en ellos, hay más capacidad de conversión que quien se afianza a un sistema y se petrifica, se anquilosa, se esclerotiza», indicó el Primado del Perú.

Encontrar al Señor que nos habla en el fondo de nosotros.

Monseñor Castillo reiteró que el Señor llama a la Iglesia a un proceso de conversión, para habituarnos a comprender los nuevos problemas del mundo, acercarnos a las nuevas periferias existenciales y sus relatos: «este mes de octubre será diferente, pero será también un retiro espiritual para encontrar al Señor que nos habla en el fondo de nosotros, para que nuestra ciudad de Lima, que muchas veces olvidó a las provincias y a las periferias, a los migrantes, a los awajunes, a los shipibos, y a todas las personas de la Sierra, pueda convertirse y ser solidaria, pueda cargar en el corazón al Señor, y así entrar en un proceso de apertura para la creación de la Lima nueva, en el Perú nuevo», agregó.

El Arzobispo invitó a que en este tiempo de retiro, nos miremos a la cara, nos acompañemos reconociendo nuestros límites y dificultades, nuestros dolores y tragedias, convirtiéndonos al Señor, inspirados por su Palabra y por su Espíritu: «Que a partir del día primero de octubre, todos nos revistamos de morado en el corazón, porque todos estamos unidos en este mismo camino», concluyó.

En este domingo XXV del Tiempo Ordinario, Monseñor Castillo inició su homilía destacando las palabras del profeta Isaías (55, 6-9), quien nos recuerda que los caminos de Dios no son nuestros caminos: «el Padre se ha revelado en Jesucristo para que podamos, con alegría y esperanza, vivir sus caminos en los nuestros, y hacer posible que nuestra humanidad pueda crecer y hacerse grande, sobre todo grande de corazón, grande de misericordia, amor y justicia», añadió.

En ese sentido, el Evangelio de Mateo (20,1-16), expresa la intención del Señor de enseñar a sus discípulos cómo es el Reino de los Cielos a través de parábolas: «a veces pensamos que el Reino es el cielo o algo para el futuro, nos olvidamos que el Reino de los Cielos lo ha revelado Dios para ser un anticipo de ello aquí en la tierra».

Dios no está encerrado en sí mismo, es abierto y suscita la relación con la gente.

El Arzobispo señaló que estamos llamados a seguir el camino, el aliento y la propuesta del Señor, que nos inspira para poder actuar aquí y ahora: «Jesús irrumpe en nuestro camino, nos abre la mente y el corazón. En el Evangelio de hoy, Dios aparece en la figura de un contratista que busca gente para trabajar, Dios aparece como Aquel que sale, no un Dios que está encerrado en sí mismo, sino un Dios abierto que se comunica, suscita la relación con la gente, la busca en sus situaciones concretas».

En esta búsqueda se encuentra distinto tipo de gente; los agraciados que encuentran trabajo inmediatamente, los que no tienen trabajo, y los marginados. El dueño de la viña pacta un acuerdo con todos los grupos y los llama para darles trabajo y pagarles lo justo: «lo interesante es que no todos trabajan la misma cantidad de tiempo, y sin embargo, el contratista les paga a todos igual. Esto nos cuesta entenderlo, porque nosotros decimos: ‘a cada uno según su esfuerzo’, y por lo tanto, para recibir una paga tienes que merecértelo. Aquí es ‘a cada uno según su necesidad’, y no se merece, simple y llanamente se dona», agregó Monseñor Carlos.

El Don de Dios es gratuito, y en la Iglesia tenemos que habituarnos a vivir de la gratuidad y no del merecimiento. Por eso, Dios sale a caminar y a buscar a la gente, para integrarla a una experiencia definitiva del Reino de los Cielos aquí en la tierra, y eso es posible si es que vivimos, observamos y contemplamos lo generoso, lo misericordioso, lo gratuito que es nuestro Dios.

La Iglesia se coloca en el mundo como signo de la gratuitad de Dios.

«El signo más hondo de la gratuitad de Dios es la muerte de Jesús en la cruz por todos, manifestó el Arzobispo, y por eso, la Iglesia se coloca en el mundo como signo de la gratuidad de Dios, y tenemos que resolver el problema de ponerle precio a todo lo que hacemos. O somos signo de gratuidad y de generosidad de Dios, o entonces no alentamos a la gente».

Dios es gratis. Dios no cuesta, y por eso, la Iglesia está llamada a acoger, especialmente a los que nadie cuenta, a los que este mundo considera «sobra», hay que irlos a buscar, llamarlos a integrarse a un camino generoso y gratuito, porque todos podemos ser signos de la gratuidad de Dios.

Este camino es también un aprendizaje, una oportunidad para resolver las situaciones límites que vivimos como país, dejando de lado los intereses, las mezquindades y las tacañerías: «quizás nos demoramos demasiado en resolver las cosas porque siempre estamos pensando en cuánto cuesta o qué ventaja puedo sacar, pero recordemos que el Señor está trabajando en lo escondido, nuestros caminos no son sus caminos, Él va haciendo sus caminos en nosotros», afirmó el Arzobispo.

En memoria de Alicia Maguiña.

Antes de dar la bendición final, Monseñor Castillo recordó uno de los poemas de nuestra compositora criolla Alicia Maguiña, quien falleció el pasado 14 de septiembre a los 81 años. Y dice así:

Todo me habla de ti:
la noche, el sol, el mar
la rosa, el alhelí
y el viento al canturrear

Aquellas calles que
contigo recorrí,
y el rosario de cuentas…
todo me habla de ti

Los peces para el mar,
para el jardín la flor,
la miel para la abeja
y para mi tu amor

Ay, ay, ay, pero,
la campana y su tañer,
el cielo con su color;
todo, mi dulce querer,
todo repite tu amor.

El lirio con su candor,
la paloma, el colibrí,
el rio con su rumor…
todo me habla de ti.

«A este Dios que está metido en nuestra vida, y que a veces no lo encontramos, no lo reconocemos, pero está presente, le pedimos que nos de su bendición para que podamos reconocerlo y alegrarnos como nos alegró el corazón nuestra hermana Alicia Maguiña, maravillosa como tantas mujeres lindas que tenemos en nuestro país», resaltó Monseñor Castillo.

Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidió la Celebración Eucarística de este XXIV Domingo del Tiempo Ordinario: «El Señor nos pone ante una situación límite que requiere una enorme capacidad de repensar todo lo que somos, especialmente en los momentos difíciles en que estamos, en donde el perdón es una manera de ayudarnos mutuamente, no solamente a perdonar, sino a saber perdonar para educar, para poder construirnos como país, como personas, como pueblo que sabe hacer las cosas con proporción y justicia», reflexionó.

«En estas semanas, los evangelios de Mateo nos han ayudado a reflexionar sobre cómo la vida interna de la comunidad tiene que ser una vida basada en la corrección mutua, en el perdón, en el amor misericordioso de Dios», expresó Monseñor Castillo al inicio de su homilía.

En ese sentido, el discípulo Pedro ha sido parte de este proceso, madurando en el camino. Por eso, el Evangelio de Mateo (18,21-35) plantea, a través de Pedro, un tema difícil como el perdón: «muchas veces no perdonamos porque hemos sido maltratados, sentimos un deseo de justicia que puede convertirse luego en un deseo de venganza, y podemos quitarle la proporción a nuestro comportamiento y desesperarnos», señaló el Arzobispo.

El Señor persiste en perdonar, promover y recrear.

Ante la pregunta del discípulo: ‘Si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces le tengo que perdonar?’, Jesús ofrece una respuesta que supera las expectativas de Pedro, porque quiere ensanchar su fe, enseñarle a no vivir estrecha ni mezquinamente. La expresión ‘hasta setenta veces siete’, es un símbolo para comprender que debemos perdonar incansable y extremadamente.

Ciertamente esto resulta muy difícil para nosotros, pero Monseñor Castillo recuerda que «el fundamento de todo está en que tenemos un Dios que nos creó por amor, y cuando nos recrea por Jesús, persiste en el don».

El perdón es persistir en donarse, persistir en promovernos, persistir en recrearnos, porque cuando hay perdón todos nos recreamos, renacemos, porque somos liberados de un peso, y entonces podemos caminar tranquilos.

Es tan difícil caminar por la vida cargando el peso de nuestras culpas, y por ello, el Señor viene a enseñarnos que el Reino de los Cielos no está en la estratosfera, manifiesta el Arzobispo de Lima: «el Reino de Dios se precipita en la tierra, para que al final nos reencontremos plenamente con Dios mismo, mientras tanto, en esta tierra estamos llamados a vivir profundamente con un corazón ensanchado».

Considerar al otro y tener comprensión de la situación para perdonar.

En la Parábola del rey misericordioso, Monseñor Castillo explicó que la deuda es perdonada debido a dos actitudes importantes: «en primer lugar, el rey se compadece al ver el dolor del deudor; pero también hay una cuestión de realismo, pues era imposible que una persona pueda pagar esa cantidad», agregó.

Pero la compasión no es un mero sentimiento, es una afección, aclara el Primado del Perú: «la compasión es tener comprensión de la situación, tener consideración del otro, tener consideración de dónde estamos, para resolver las cosas con cordura, con capacidad de ver qué es lo más conveniente, lo más adecuado, lo más justo».

Todos podemos aprender a perdonarnos, eso pertenece a toda la sociedad, y cuando hay errores o delitos tienen que investigarse y juzgarse, pero podemos también tener el ancho corazón de comprender las cosas de otra manera, y no azuzar las aguas para finalmente destruirnos.

En ese modo de comprender la compasión es posible tener «comprensión profunda de las cosas, para ver dónde hay que ayudar, y ésa es la actitud de este rey, que siendo una deuda grandísima es capaz de desprenderse, capaz de generar algo nuevo para este hombre», resaltó Carlos Castillo.

Todos hemos sido creados y reafirmados en el perdón.

A pesar de la actitud misericordiosa del rey, el deudor eligió actuar con mezquindad, sintiéndose ahora acreedor, juzgando y maltratando a quien le debía un monto insignificante en comparación con la deuda que le fue perdonada: «permanece como un niño caprichoso que no ha aprendido del don recibido», actitud con la que se niega a comprender la situación del otro, algo que nos ocurre muy a menudo: «¡Qué niños nos quedamos! ¡Qué egoístas aprendemos a ser muchas veces! Es hora de restañar heridas, comprendiendo que las situaciones no pueden resolverse con locura, sino con visión grande, con visión ancha», dijo el Arzobispo.

Todos podemos perdonarnos porque todos hemos sido creados perdonados, reafirmados en el perdón por medio de Jesús, que no se bajó de la cruz, sino que persistió en su amor, dándose a manos llenas a nosotros, incluso mediante su propia muerte, no se vengó, porque es un Dios que no está fijándose permanentemente en nuestras culpas, no está acusando, sino que tiene apertura, ancho corazón, ancha visión de las cosas, no mezquina, es un Dios generoso, magnánimo, longánimo, abierto, capaz de comprender y de promover.  

«El Señor pone a Pedro ante el Reino de Dios, ante el camino grande que tenemos que seguir todos, ante el bien común, ante ese país rumbo al bicentenario que soñamos, y que nos necesita para contribuir a hacerlo humanamente grande», subrayó Monseñor Castillo.

«Hermanos y hermanas, que la anchura de corazón de Dios, que sabe reconocer que todos podemos tener una oportunidad, nos llene a nosotros, y que la razón para actuar sea proporcionalmente y sin locuras, sin desesperación», concluyó Monseñor Castillo.

Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística de este domingo 30 de agosto, Solemnidad de Santa Rosa de Lima. El Arzobispo presentó las intenciones de las cuatro mil cartas que se enviaron en la última semana, y al término de la Misa Televisada, arrojó las cartas al Pozo de los deseos de Santa Rosa: “Le pido a todos los peruanos con el ejemplo y la fuerza de Rosa, con su espíritu, todos seamos partícipes del valor que llevamos adentro, ese tesoro escondido que hay en cada uno de nosotros, lo compartamos y empecemos a romper todas las cosas que nos impiden», reflexionó el Arzobispo.

Monseñor Castillo inició su homilía expresando que, en Rosa de Lima, el Señor sembró en nuestra historia nacional un árbol frondoso que fue creciendo como el grano de mostaza, para luego acogernos a todos en sus ramas y sentir su presencia en medio de nuestra vida, de nuestra sociedad y del mundo.

«Se ha hecho tan grande este árbol llamado Rosa de Lima que, siendo una semilla insignificante, se abrió al camino del Señor desde muy pequeña, y ahora es tan grande que en todas partes del mundo es conocida, apreciada», resaltó el Obispo de Lima.

Rosa brilla de esperanza para una humanidad que necesita ser solidaria

El Arzobispo puso mucho énfasis en el contexto histórico de Rosa de Lima, quien vivió entre los siglos XVI y XVII: «durante este tiempo, el Perú empezó a crecer de forma económica, de tal manera que los minerales de Potosí, de Cerro de Pasco y de Quives se conocían en el mundo. En medio de toda esta riqueza y la fascinación de los bienes, Rosa nos ha mostrado que los pobres del Perú son el verdadero oro del Perú, porque ella irradió, con su sencillez y entrega generosa, el verdadero valor en el mundo de los pobres».

En una sociedad donde la riqueza fascinó y desarrolló un mundo global enormemente depredador, que olvidó la salud de las personas, hoy también Rosa de Lima vibra y brilla de esperanza para una humanidad que necesita ser solidaria como ella lo fue.

Rosa se identificó en lo más hondo y duro que vivió Jesús.

Monseñor Carlos explicó que Rosa, desde muy pequeña, «sintió la presencia de Jesús gracias a los relatos de su abuela Isabel. Rosa comprendió lo más hondo que puede tener un ser humano: ser hijo de Dios, y eso significa que tenemos a Cristo crucificado dentro. En todas nuestras desdichas y dolores, en nuestros enredos y locas ilusiones, está Jesús escondido. Es por eso que Santa Rosa supo identificarse en Cristo, en el Jesús que vivió Santa Catalina de Siena, y quiso ser como ella», añadió.

El Arzobispo recalcó que Rosa se identificó con la cruz del Señor, a tal punto que los sacrificios que hacía venían de «un enamoramiento profundo de lo que significa el amor de Jesús, que siendo Hijo de Dios, comprendió sensiblemente el dolor humano y entregó su vida por nosotros».

Rosa aprendió a reconocer a Jesús en la historia.

Fue en Quives donde Rosa conoció de cerca el sufrimiento de la gente, y por eso, en los sueños de ella hay una sombra recóndita del amado, de Jesús, quien esta vez aparece como un cantero, como un trabajador minero. Lo mismo sucedió con las costuras y origamis que realizaba, retratando una vida ‘atravesada’ por el amor generoso de Jesús, además de otros signos del mundo campesino y minero.

«A los 12 años, después de ser confirmada, Rosa decide: o Dios o el dinero, y elige a Dios por encima de la riqueza, por eso se dedicó a cultivar las virtudes que permiten hacer crecer al ser humano», acotó Carlos Castillo.

Rosa se recogió profundamente para entender el sentido de este mundo, se concentró en vivir como Jesús, aprendiendo a reconocerlo en la historia.

En ese sentido, son muchos los gestos que enaltecen a Rosa, ya sea porque le pidió a su papá hacer de la sala de su casa un pequeño centro hospitalario para atender a los enfermos de la ciudad, atender a indios y negros, atender a mujeres de origen africano que no tenían dónde dar a luz, y muchos otros casos más.

Monseñor Castillo hizo un llamado a dejarnos inspirar por la vida de Rosa de Lima, para que renazca nuestro país, para que el Perú sea una partecita del cielo, de tal manera que ya el Reino de Dios lo vivamos acá: «eso es posible si nos dejamos llevar por el Espíritu del Señor, por Jesús que vibra, mora, alienta y arde en nosotros de amor».

“Hagamos un proceso de recapacitación muy profundo porque a veces banalizamos las cosas, eso que llamamos las locas ilusiones, y a lo que renunció Rosa desde el primer momento de su vida. Separarnos de las cosas del mundo no significa destruir lo bueno, sino aquello que nos destruye. Esa es la frivolidad, el tomar las cosas superficialmente, pasajeramente cuando está la responsabilidad por el otro y uno mismo. Ya han visto en esta desgracia que ocurrió, ha sido tan difícil. Nosotros debemos rechazar lo absurdo y reconocer lo bueno”, expresó Monseñor.

«La Iglesia se cimienta sobre una persona débil y humana como Pedro, que se deja llevar por el Espíritu, porque en medio de nuestro pecado, el Señor aviva el ser más profundo que Él ha creado», es la reflexión que nos deja el Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, en este XXI Domingo del Tiempo Ordinario.

Durante su homilía, Monseñor Castillo explicó que, ante tanta tragedia vivida, es comprensible que nos preguntemos ‘¿Dónde estás Señor?’, pero Él siempre está con nosotros, porque es Yahvé, «el Dios viviente, y por lo tanto, no nos abandona jamás, siempre está presente y hace posible que cada uno de nosotros estemos atentos al camino del Señor», indicó.

«Hemos visto cómo la loca ilusión hace crear tragedias como la que hemos vivido anoche», manifestó el prelado en alusión al lamentable fallecimiento de 13 jóvenes en una fiesta clandestina en una discoteca y durante el Toque de Queda, «hoy estamos muy tristes porque a la muerte de tanta gente, se agregan muertes absurdas. Tenemos que ayudarnos a entendernos y a salir de nosotros mismos, pero a curar todos esos maquillajes y desesperaciones, esos apuros que impiden que lo más profundo de nuestro ser salga», precisó.

La fe es una relación íntima entre la Trinidad y nosotros.

El Arzobispo recordó que, aunque el Señor nos acompaña siempre, a veces «nos es difícil expresarlo, y además vivir de acuerdo a lo que expresamos, por eso, las reacciones inmediatas hacen posible que nosotros podamos desesperarnos, hay una serie de barreras y de tapas, de maquillajes que se han colocado en nuestro ser que no permiten que se pueda expresar con sencillez y claridad nuestra relación con el Señor, pero la fe es sobre todo, una relación íntima entre personas, entre la persona de Dios y la persona de nosotros, entre la Trinidad y nosotros, entre la comunidad que se llama Dios , que es una comunidad de vida, de alegría y de esperanza».

En ese sentido, en el Evangelio de Mateo (16, 13-20), se muestra la intención de Jesús de dialogar con sus discípulos, y que ellos puedan expresarse para sacar lo mejor que tienen: «cuando Dios dice que quiere nuestra salvación, cuando Jesús viene para salvarnos, quiere decir que en nosotros hay algo que ha sembrado Él, que viene desde nuestro ser mismo y es revalorado, cultivado, gracias a los Sacramentos y a la Palabra de Dios», agregó el Primado del Perú.

El Señor quiere que nosotros salgamos y seamos nosotros mismos, no una ficción de nosotros mismos. Madurar es expresar lo más profundo de nosotros, aprender a hacer las cosas de acuerdo a la voluntad de Dios, ese ser que es amor también porque somos producto del amor, somos consecuencia de un Dios que nos ama. 

Llamados a sentirnos hijos amados de Dios.

Jesús está alegre, dice el Arzobispo, porque finalmente Pedro ha dicho las palabras correctas, ya no ve un fantasma, ahora ha respondido claramente: ‘Tú eres el Hijo del Dios viviente, tú eres el Cristo, el Mesías, Aquel que tiene el Espíritu de Dios y que nosotros estamos conociendo vivamente, y estamos contentos de estar contigo’.

¿Por qué ha dicho eso Pedro? Porque Jesús «se ha mostrado como hermano, y así ha mostrado ser el Hijo de Dios, que nos llama a todos también a sentirnos hijos, no a sentirnos anónimos, no a sentirnos cosas, sino a sentirnos hermanos de los demás, solidarios con los demás, eso es lo que significa afirmar que Jesucristo es Hijo de Dios, que hay un solo Padre y que todos somos hermanos», subrayó Monseñor Carlos.

La fe es una comunicación vivencial con nuestro Señor.

Las palabras de Pedro, por lo tanto, son expresiones que salen del corazón, y del mismo modo, el Arzobispo recuerda que estamos llamados a «tener una religión que salga del corazón, que salga de las entrañas, que salga de los riñones, de lo más profundo de nuestro ser, no una fe superficial en donde lo único que hay son leyes, ritos, afirmaciones conceptuales, no, la fe es una comunicación vivencial, existencial, total con Jesús, y por nuestra fe el Señor alienta nuestra humanidad, no la destruye, no la desprecia, al contrario, la enriquece, la alienta».

Pedro se ha dejado llevar por el Espíritu, y la Iglesia se cimienta sobre una persona débil y humana que se deja llevar por el Espíritu, porque en medio de nuestro pecado, el Señor aviva el ser más profundo que Él ha creado.

Por último, Monseñor Castillo hizo un llamado a descubrir cómo está Dios presente en nosotros: «en silencio, profundicemos qué le decimos nosotros a ese Dios que nos ha mandado a su Hijo, qué le decimos sobre quién es. Que Jesús crezca en nosotros y podamos hacer una sociedad de hermanos que se aman, porque estamos llamados a vivir de la profunda realidad del amor que Dios nos ha dado, somos sus hijos, seamos hijos, hermanos, porque un solo Padre nos ha mandado ese Hijo para alentarnos, para estar escondido en medio de nosotros, revelándose poco a poco en medio de nuestras tragedias».

«Hago un llamado a escuchar el clamor de la fe ancha de nuestro pueblo, que quiere una sociedad mejor, una capacidad solidaria más grande, especialmente de todos aquellos que tienen poder y posibilidades, no solamente poder económico, no solamente poder político, sino el poder del conocimiento, el poder de la invención, la fuerza de la juventud», es la reflexión de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, en este XX Domingo del Tiempo Ordinario.

Durante su homilía, Monseñor Castillo dio una importante referencia histórica sobre la región de Tiro y de Sidón que visita Jesús y que narra el Evangelio de Mateo (15,21-28): «estas regiones pertenecen a una zona dedicada básicamente a la pesca y al comercio. La gente de esta región trataba muy mal a los campesinos y los pescadores de Galilea, pagándoles muy poco por sus productos. Por eso los hebreos los llamaban ‘perros’, porque ‘les comían’ sus productos bajándoles los precios», indicó.

El «rechazo» de Jesús a la mujer de Canaán.

Gran parte de la pobreza del norte de Israel se debía a estas malas relaciones comerciales, resalta el Arzobispo, y por eso, la presencia de la mujer cananea que provenía de esta región y seguía Jesús, despertó ciertas resistencias.

«Sin embargo, esta mujer empieza a ver en Jesús lo que es ese Dios, que se fija en los que sufren desdichas, pobreza, vulnerabilidad, estas fragilidades humanas que ahora se nos presentan tan claramente en nuestra situación actual, y por eso, con una actitud muy profunda, ella le pide compasión», explicó el prelado.

El Señor rechaza tres veces la petición de diferentes maneras: primero no la escucha, después rechaza el pedido de sus discípulos que pretendían zafarse de ella, y finalmente, ante el clamor de la mujer cananea, Jesús reitera su rechazo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los perros».

Pero la respuesta de la mujer es muy profunda, afirma el Arzobispo Carlos: «ella acepta que su pueblo ha maltratado a Israel, se pone en una situación sencilla de reconocimiento y va mucho más al fondo».

La anchura de fe nos hace cambiar.

Ante la respuesta de la mujer cananea, Jesús valora su fe, una fe ancha, una fe de calidad y no de cantidad, una fe que no se calcula: «esta mujer tiene una fe capaz de superar las fronteras, como es Dios, como lo hemos leído en el profeta Isaías (56,1.6-7), el Dios que hace justicia abriéndose a todos los pueblos de la tierra, y lo hemos cantado en el Salmo (66,2-3.5.6.8): ‘A Dios den gracias todos los pueblos, que todos los pueblos alaben al Señor’, porque Dios ha venido no solo para Israel sino para toda la humanidad», precisó Monseñor Castillo.

Jesús, sabiendo que una de sus misiones es defender la dignidad de la persona humana, se da cuenta que hay otra persona que está sufriendo, y admirando la fe de la mujer cananea, cambia. Si el Señor cambió ¿Por qué nosotros no podemos cambiar siendo pecadores?

«Esto es muy importante porque, ante las situaciones difíciles que vivimos, difícilmente cambiamos, señala el Arzobispo, tenemos costumbres que se han metido en nuestra tradición de los últimos años. Por ejemplo, si tengo el oligopolio del oxígeno, entonces no cambio nada, al contrario, gano un montón de plata y me enriquezco a costa de los demás, no importa que la gente sufra. Ésa es una costumbre que se ha metido, es una ideología, y la salud se ha convertido en un negocio permanente. No es posible que haya una concentración tan grande entre poca gente de un bien que es para todos, inclusive cuando alguien quiere resolver el problema, hay una serie de impedimentos burocráticos».

Anchar nuestra capacidad solidaria para resucitar al Perú.

El Primado del Perú reiteró su llamado a organizarnos como sociedad y como Iglesia para cambiar la situación que afrontamos: «no basta con que el Estado ‘papá’ haga todo, la sociedad civil, las organizaciones populares, los comedores, la gente de bien, la gente que tiene condiciones económicas, todos tenemos que ayudarnos e invertir. Estamos en un extremo de sufrimiento, y nuestra religión, nuestra fe, es para enfrentar los sufrimientos, para resucitar al Perú y resucitarlo ahora, y eso requiere de todos nosotros inteligencia».

Necesitamos la misma fe de la mujer cananea que reclama que cambiemos, que escuchemos el clamor, que inventemos mil formas de unirnos para solucionar las cosas.

Monseñor Castillo exhortó a que actuemos de forma inteligente, siguiendo el ejemplo y la iniciativa de otros pueblos que han sabido organizarse: «hay que aprovechar todas las cosas que puedan ser útiles para que nosotros podamos responder, y así podamos decirle al Señor que nos ayude, que nos socorra, y Él nos podrá decir: Que se haga como desean los peruanos».

El Señor quiere una fe diferente, una fe cualitativamente diferente, una intimidad profunda de confianza que nos hace recuperar nuestras capacidades, todas esas capacidades que tenemos en nuestra historia que podemos verter hoy para hacer mejor nuestro papel y nuestra tarea como sociedad civil, como católicos y como cristianos. 

«Que las iniciativas que vamos a realizar en este tiempo próximo, puedan ayudar a resucitar al Perú ahora, resucitar, que también significa volver a suscitar las grandes cosas de nuestra historia que hoy necesitamos para salir de los entrampamientos y dificultades de nuestra Nación en formación», expresó.

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