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En el Segundo Domingo de Pascua y de la Divina Misericordia, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a ‘tocar’ y ‘ver’ las heridas de los que más sufren en esta Pandemia: «uno de los problemas más grandes que tenemos es la insensibilidad ante la herida ajena. Ahora que viene un periodo nuevo para nuestra historia, que ese periodo sea prometedor, y que con la contribución de la sensibilidad humana, mostrada por el Señor que nos dice: ‘Acércate Tomás y toca’, nosotros también podamos creer sin haber visto directamente, por el testimonio de los apóstoles, pero aprendiendo a ver con esos criterios, las heridas de Jesús en el mundo actual», reflexionó durante su homilía (leer homilía completa).

Leer transcripción de homilía – II Domingo de Pascua

Comentando el Evangelio de Juan (20, 19-31), que narra la incredulidad de Tomás, el Arzobispo de Lima explicó que Jesús toma la iniciativa de acercarse a sus discípulos para ayudarlos a vivir lo que significa el amor gratuito de Dios: «es eso lo que ocasionó que la Iglesia se reuniera, no el esfuerzo de todos los cristianos por hacer como una especie de confederación o asociación, sino el escuchar desde su corazón, profundamente, el llamado del Señor que los convoca nuevamente. Y eso se da por medio del Espíritu Santo», agregó.

El Espíritu es el que nos guía hacia la verdad. Y hoy día, que es un domingo muy importante para todos nosotros como peruanos, es necesario que nos dejemos inspirar por el Señor para tener la sensibilidad suficiente y la reflexión suficiente para hacer una decisión buena.

Monseñor Castillo señaló que, así como el Señor se aparece en medio del miedo de sus discípulos, también lo viene haciendo en medio de nuestras incertidumbres y dudas: «el Señor está en la herida, está allí donde estamos más débiles, más vulnerables, en todas las contrariedades y dificultades que se ocasionan a consecuencia de la Pandemia. No dudemos que el Señor está en medio de nuestras heridas y nuestros miedos, y desde ese reconocimiento de los miedos, el poder intentar apreciar al Señor, acogerlo por medio del Espíritu», acotó.

Una de las tareas más importantes de la fe cristiana de la Iglesia es contribuir a la unidad, de tal manera que los distintos puntos de vista sean compatibles, gracias a que hay una predisposición a dialogar y a ver qué hacer y qué es lo más adecuado y justo que necesitamos.

«El Señor sopla sobre sus discípulos y también sobre toda la Iglesia para que recibamos el Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo está ligado al perdón: ‘Reciban el Espíritu Santo y a quienes ustedes perdonen sus pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengan les quedan retenidos’. No dice ‘a quienes no perdone’, sino dice retener – prosiguió el Arzobispo – y retener es una forma de educar, pero por un tiempo, de tal manera que así nosotros corregimos también. Son maneras que tenía la Iglesia para que, a través de la inspiración del Espíritu, todos crezcamos en la fe».

El Arzobispo de Lima indicó que la corrección es siempre temporal para ir logrando que crezcamos: «corregirnos y ayudarnos mutuamente como peruanos es lo que necesitamos en un momento difícil en que todos somos vulnerables, y tenemos que contribuir a la mejora de nuestra situación para ser un país lindo, un país donde reímos, cantamos, nos alegramos. Pero todavía tenemos que convertir en alegría el conjunto de la organización de nuestro país, y eso requiere mucha imaginación, la contribución de todos, unidos, el poder dialogar, entendernos entre nosotros y poder constituir una nación que se ama. Ésa es la visión cristiana de lo que deberíamos ser, pero la proponemos, no la imponemos, tratamos de que todos podamos ir, poco a poco, y comprendiendo este sentido profundo de la fe», precisó Carlos Castillo.

Actuar con el mismo amor con que actuó Jesús.

Por último, Monseñor Carlos reflexionó a partir de la figura de Tomás: «él también quería alegrarse como los que habían visto al Señor, por eso le costaba creer. Al igual que Tomás, nosotros también somos de los que no estuvimos, y somos llamados, entonces, a aprender a creer de otra manera».

Pero el Señor, quien está lejos, lo invita misericordiosamente a tocar sus heridas de amor, a entrar en la dinámica interna de su entrega generosa: «El Papa decía a los muchachos estos días que, cuando subió Jesús al cielo y ascendió, llevó un regalo. Los chicos se quedaron espantados. ¿Un regalo? Sí, sus heridas, sus heridas son su regalo. Tú me mandaste a amar, acá están los signos del amor», declaró el Monseñor.

Hemos de actuar siempre en las situaciones, con el mismo amor con que actuó Jesús, dando nuestra vida y ofreciéndola a los demás.

El Arzobispo de Lima reiteró que debemos aprender a creer y ver al Señor desde las experiencias que se derivan en su amor, como lo son nuestros mártires, nuestras madres que salen a trabajar y se exponen al contagio, nuestros canillitas, nuestros lustrabotas y personas que trabajan en la calle: «tenemos que tocar y ver esas heridas también. ‘Bienaventurados los que creen sin haber visto’ significa ‘sin haber visto la primera experiencia’, pero sí ver las otras experiencias de las heridas de la gente».

Que en esta jornada tomemos la decisión más oportuna y adecuada según nuestra conciencia. Y que nadie diga que ustedes, por hacer esa decisión, se merecen la excomunión o merecen el infierno, no es justo decir eso. Nosotros hacemos las decisiones de acuerdo a la voluntad de Dios, siempre inspirados, pero siempre en libertad. Si la libertad no existe, no hay ninguna manera de ser creyente, se tiene que ser libre para creer. Y la fe inspira y alienta la libertad de la persona.

¡Cristo ha resucitado! La Iglesia de Lima celebró este domingo la Pascua de Resurrección que presidió Monseñor Carlos Castillo: «la ayuda mutua, la hermandad que constituimos en la Iglesia, nos va sacando adelante, porque somos una comunidad, no somos un funcionariado ni somos una institución caduca, somos una institución flexible que va caminando juntos y que se ayuda en la hermandad y ayuda a la humanidad», reflexionó durante su homilía (leer homilía completa).

Homilía de Monseñor Carlos Castillo (descargar transcripción)

“¿Qué has visto de camino María en la mañana? ¡A mi Señor glorioso, la tumba abandonada!”. Esta afirmación que tenemos en la secuencia es un resultado de un largo camino de hondamiento que la Iglesia va a proclamar después de un cierto tiempo, cuando intente profundizar y comprender este misterio.

Nuestra fe en la resurrección demora, como demoró la primera Iglesia. Y no solamente demora desde los inicios de la fe, sino en la renovación permanente de nuestra fe en circunstancias distintas. Nos hemos debido habituar, justamente, a esta dinámica interna de la fe que requiere todo un proceso de profundización. Por eso, la primera Iglesia no nos dejó un conjunto de reglas para ser cristianos, no nos dejó un catecismo con todas las definiciones de todo lo que había ocurrido. Eso lo fuimos elaborando poco a poco, e inclusive, tiene que modificarse, porque son cosas que adaptan a cada tiempo el sentido que hemos vivido.

La Iglesia nos dejó una narración, un conjunto de narraciones, además, polifacético, 4 Evangelios. Y tenemos varias narraciones de lo que ocurrió, y en ellas se expresan los problemas que tuvo la primera Iglesia para comprender. Y en este Evangelio de Juan, del capítulo 20, se nos ayuda a ver cómo hay distintos modos de acercarse al misterio de la fe, y también distintos modos de ver lo que ha ocurrido y de creer.

Primero, María, va muy temprano, ve que la piedra ha sido quitada y echa a correr, desesperada. Aquí, los textos originales que nos dejó la Iglesia del Evangelio de Juan, dice claramente que “ella vio superficialmente”, empleó un verbo que -todos no tenemos porqué saberlo – pero que en griego se dice “Blepo”, que significa mirada superficial, mirada ligera.

Y por eso, María se emociona inmediatamente y se queda como sorprendida, y sale corriendo con una suposición. Cuando llega a los discípulos, les dice: “se han llevado el cadáver del Señor, se lo han robado y no sabemos dónde lo han puesto”. Es la desesperación de toda la Iglesia de no comprender lo que ha ocurrido, que es la primera cosa que la Iglesia vivió, para poder avanzar hacia la fe: dejarse conmocionar por el acontecimiento de la desaparición del cuerpo del Señor. Pero eso es muy importante, porque los miedos tienen algo de interesante: del miedo se puede pasar al misterio y del misterio a la hondura de conocimiento, se puede ir tratando de comprender. Es preferible aceptar nuestros miedos que decir: “no, no, no, ya todo está claro, simple y llanamente hay que aplicarlo y ya, automático, digital”, y no es así. La Iglesia vivió todo un drama de comprender lo que había pasado, y justamente, la Iglesia comprende poco a poco la Resurrección, porque el Señor se va explicando y ahondando, y uno puede, entonces, entender.

Cuando los discípulos corren, Juan no entra al sepulcro, porque él era sacerdote, y si era sacerdote se podía impurificar, y espera que entre otro, en este caso, Pedro. Otros dicen que es por respeto a Pedro, pero lo más importante es que él no quería “impurificarse” entrando a un sepulcro. Lo importante es que se asomó y vio desde lejos sin decir nada al respecto.

Luego llega a Pedro, y Pedro entra en el sepulcro, como anoche hemos visto a las mujeres entrar en el sepulcro. Y hace otra cosa, una mirada distinta: observó todo. El Evangelio emplea una palabra que nosotros usamos en castellano: “teoría”, o sea, Teorem, que significa; analizar las cosas, estudiarlas. ¿Por qué? Porque quiere comprender, evidentemente, pero está sorprendido, y como mayor, prefiere calcular un poco y ponderar un poco la situación. Y dice claramente acá el texto: “entró al sepulcro, observó las vendas en el suelo y el sudario con que habían cubierto la cabeza al Señor, no por el suelo y con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte”. También observar las cosas con ponderación es importante para la fe, es un paso, pero a su vez, no es toda la fe.

La fe, finalmente, no se explica racionalmente, para creer en la Resurrección se necesita un poco más, pero también se necesita comprender los signos que nos deja el Señor, sobre todo, el sudario dobladito, eso es lo que más sorprende. Y esto tiene que ver directamente con signos que hoy día nos permiten también caminar, cuando en la Iglesia vamos avanzando y hay muchos desórdenes, y hay ciertas cosas que están ordenaditas, bonitas, como las lindas comunidades que hoy día en las distintas parroquias y en las distintas casas, están viviendo la fe en forma novedosa, y van ordenando nuevas maneras de hacer y vivir en medio de este caos terrible en el que vivimos, obra de esta situación difícil.

Por último, entra el discípulo amado, conocido por todos nosotros como el discípulo amigo de Jesús, a quien más quería y que sabía “sentir con el Señor”, se había recostado en su pecho y había vivido intensamente todo su camino porque era su amigo del alma. Y así, entonces, dice que: “vio y creyó”. Este ‘vio’ es también distinto. Se dice con las mismas palabras que Jesús al inicio de la Pasión, en la última cena, cuando lavó los pies, dice al inicio: “sabiendo que había de pasar de este mundo al Padre, y sabiendo que todo estaba listo, se levantó y lavó los pies de sus discípulos”.

Sabiendo, comprendiendo, entendiendo, por eso, aquí es un ‘ver’ más profundo. Esa palabra en griego se dice ‘Eidem’, que significa comprender hondamente las cosas: “comprendió y creyó”.

Esto es sumamente importante, porque aquí vemos una evolución, y simultáneamente, tres maneras de tener fe, en donde todos estamos llamados a la más profunda, pero en donde no tenemos que preocuparnos de que tengamos la fe de Juan, apuradamente, porque eso es un largo proceso. Y digo esto porque a veces pensamos que, si soy creyente, debo hacer a, b, c, d, e… y eso está mal, porque no todo se puede hace simultáneamente y en todo momento, sino que es un camino difícil y debemos tratar de comprender que no somos perfectos, que el Señor nos va haciendo perfectos y nos va haciendo sus hijos y sus amigos íntimos.

Por eso, en esta mañana en que celebramos la alegría de la Resurrección, que no sea para nosotros un motivo para no reconocer nuestras diferentes maneras de acercarnos, nuestras debilidades, sino para que el Señor siga entrando en nosotros y pueda ayudarnos a comprender las cosas en lo más profundo, y para que, entonces, nuestra fe sea una fe profunda y fortalecida.

Y allí, entonces, una cosa muy importante. Decía el Papa Benedicto y la ha repetido varias veces el Papa Francisco: “la fe es una relación íntima, no es un conjunto de ideas que se tienen que afirmar”, es la comunicación viva del Señor a nuestra vida, en la cual, se evoluciona poco a poco hasta dar testimonio, como dice hoy día el Libro de los Hechos de los Apóstoles: “la fe se comunica a testigos, para que todos testimoniemos”. Y la fe verdadera es la que, poco a poco, va entendiendo, comprendiendo, calibrando, pero sobre todo, testimoniando, entregando la vida hasta la muerte y muerte de Cruz como el Señor, y como han hecho tantos hermanos nuestros que por su fe, han perdido la vida en este tiempo.

Por eso, hoy día, estamos alegres, la fe cristiana es alegría, pero no es una alegría facilona, es una alegría con razones hondas que no se repite todos los días igual, sino que se va avanzando y se va confrontando, y nos vamos ayudando los que tenemos una fe superficial con los que tienen una fe profunda, los que tienen una fe que se va acercando y va entendiendo algo, con los que no entienden nada y con lo que entienden más hondamente.

La ayuda mutua, la hermandad que constituimos en la Iglesia, nos va sacando adelante, porque somos una comunidad, no somos un funcionariado ni somos una institución caduca, somos una institución flexible que va caminando juntos y que se ayuda en la hermandad y ayuda a la humanidad.

Por esa misma razón, comprende también al no creyente, porque a veces no encuentra razones ni encuentra, en profundidad, las cosas porque son a veces terribles. Y a veces nosotros, los cristianos, por competir con el mundo y querer imponer las cosas, no nos entienden.

Hagamos lo posible porque el testimonio de Cristo Resucitado que resucitó por amor y nos quiere resucitados todos, también en ese mismo amor, pueda permitirnos ya, ahora, la vida eterna.

La palabra vida eterna, para lo cual nos ha llamado el Señor y el Evangelio de Juan subraya, no es ‘la otra vida’, es esta vida, vivida en el amor que se prolonga hasta la otra vida. Ya en esta vida podemos vivir eternamente porque vivimos en su amor y nos dejamos conducir por Él.

Hermanos y hermanas, “¿Qué has visto de camino en la mañana María? ¡A mi Señor glorioso, la tumba abandonada!”. Que esta manifestación de testimonio, nos ayude a todos decirlo desde el corazón, al nivel que podamos comprender.

Durante la Vigilia Pascual, Monseñor Carlos Castillo, meditó sobre el camino que hemos llevado en esta Semana Santa a partir de la Pandemia: «así como la muerte de Jesús fue injusta doblemente, hoy día sentimos y comprendemos más la muerte de Jesús, porque nos ha azotado una enfermedad que nosotros no hemos promovido, pero que, probablemente, ciertas fuerzas en el mundo, errores de la humanidad y pecados, han generado estos problemas. Al conducirnos por cierto individualismo, hemos creado del mundo un sepulcro, un panteón, un camposanto», resaltó en su homilía. (leer homilía completa).

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo

El Arzobispo de Lima señaló que en este tiempo tan duro y tan difícil, es necesario revisar nuestras vidas y que entremos en ‘nuestros sepulcros’ para esperar lo más nuevo: «vivamos abiertos para entrar en nosotros mismos, en los problemas de nuestro país, en este sepulcro en que se ha convertido el Perú, en este sepulcro en que se ha convertido el mundo», acotó.

Comentando el Evangelio de Marcos (16, 1-7), Monseñor Carlos remarcó la actitud de las mujeres que fueron a ver a Jesús en el sepulcro: «dice exactamente el texto que se asustaron, porque estamos acostumbrados a que todo es muerte y que no hay nada más que la muerte, y que solo que hacemos los ritos para embalsamar y para terminar».

Dios no nos creó para la muerte, Dios nos creó para Él, y por lo tanto, para la vida. Cuando penetramos nuestros ‘sepulcros’ y nos atrevemos a ‘bajar al sepulcro con las mujeres’, estamos, en cierto modo, con una pizca de apertura a recibir la novedad de Dios.

Una Iglesia que salga de su anquilosamiento.

Carlos Castillo explicó que ‘salir del sepulcro’ significa «una Iglesia que sale de su anquilosamiento, una Iglesia que sale de un concepto cíclico y cerrado de la vida, de una humanidad que ha perdido la fe, no porque no tenga religión, sino porque su religión se basa muchas veces en sus propios intereses y proyecciones que terminan en construir muerte».

Jesús ha venido a reparar nuestro ser con la esperanza, pero también a reparar nuestra fe para que sea un don y no una construcción nuestra.

Finalmente, el prelado hizo un llamado a redescubrir nuestra fe cristiana y renovar nuestra historia después de la experiencia vivida con Jesús: «conocimos a un Dios que no se bajó de la cruz para vengarse de sus enemigos, un Dios que no recrimina, que no maltrata, que no juzga, sino que ama, Él se ofrece para que no nos autocondenemos y aceptemos su amor», agregó.

Hemos de acoger al Señor en ‘nuestras Galileas’, en nuestros caminos distintos, en nuestras historias, en nuestros pueblos, en nuestras provincias, en nuestras zonas de la Selva, de la Sierra y de la Costa, donde hay más pobreza y necesidad, en las contrariedades de nuestras familias, en el dolor que sentimos por la enfermedad, en todos los esfuerzos que hacemos por identificar la Luz en medio de la oscuridad

«Este Dios nos abre caminos y nos hace esperar contra toda esperanza. Y esa esperanza está en la Resurrección, que no solamente es un acto que le tocó a Jesús, si no es la Resurrección de toda la humanidad y de toda la creación, para superar los límites y las trabas creadas por el pecado, por la intolerancia, por la indecencia, por el abuso y por la maldad», concluyó.

Desde la Iglesia de Las Nazarenas, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú presidió el Oficio de la Pasión del Señor de este Viernes Santo: «desde el dolor más extremo de la Cruz, le pedimos al Señor que nos haga beber de su Espíritu, para renacer a una forma de vivir diferente, pacífica, verdaderamente fraterna en la humanidad, en la Iglesia y en nuestro país», reflexionó (leer homilía completa).

Leer homilía de Monseñor Carlos Castillo (transcripción)

Tras escuchar el relato de la Pasión (Juan 18, 1–19, 42), Monseñor Castillo resaltó las palabras con que inicia el Evangelio de Juan:

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba orientada, dirigida hacia Dios. Y la Palabra era Dios y todo se hizo por ella y nada se hizo sin ella. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilló en medio de las tinieblas y las tinieblas no la reconocieron.

Ante esto, el Arzobispo dijo: «Jesús es la Palabra que se encarna en el corazón de la historia humana, de nuestras vidas, pero en especial, en la carne humana débil y en la carne de los débiles, (sarx) carne débil, sencilla, humilde, deshilachada, golpeada, maltratada. Y por eso, en lo más recóndito de todos nuestros sufrimientos, en primer lugar, está Aquel que se encarnó desde el inicio de su vida en la debilidad y en la pobreza».

Monseñor Castillo indicó que la Verdad más grande que Dios nos ha venido a revelar con Jesús, es que Él es el Hijo y existe un Padre que nos ama a todos: «la Verdad es siempre un camino que, inspirados, construimos juntos. En este camino podemos realizar nuestra condición de hijos-hermanos, cuando estamos dispuestos a amarnos como Dios nos ama, a vivir en el Espíritu que Él acaba de entregar, el Espíritu de hijos que nos hace hermanos los unos de los otros y nos revela lo que realmente somos: ser hijos del mismo Padre», agregó.

Una religión que se dedica a los juegos y a los amarres de intereses económicos, políticos, culturales, de fama, de exhibición y de frivolidad, es una religión que niega la Verdad.

El Obispo de Lima recalcó que Jesús ha venido para que todas las religiones aprendamos el camino de dar testimonio de la verdad más trascendente: «todos somos hijos en el Hijo, y hermanos los unos a los otros, y no tenemos derecho, desde nuestra más honda humanidad, a dividirnos estúpidamente, confrontándonos y “comiéndonos” unos a otros, despreciando especialmente a los débiles que nos sufren».

No hay Espíritu nuevo cuando polarizamos nuestra vida con acusaciones y mentiras, los unos contra los otros, y rompemos lo que somos: hermanos. Y si lo hacemos, porque somos pecadores, podemos repararlo abriendo el corazón, dejando que lo más hondo de nuestro ser, en donde mora el Señor, en lo más secreto de nuestras heridas y problemas, el Señor pueda hablar desde allí y convertirnos en testigos de la Verdad.

El Primado del Perú señaló que «el Señor tiene sed de que recurramos a Él, para que nos sacie con el agua viva de su amor y nos limpie la des-hermandad, la enemistad y la convierta en hermandad humana, mucho más en este tiempo en que, la Pandemia, nos ha invadido mundialmente, y a partir de lo cual, el Santo Padre Francisco ha escrito la Encíclica de la hermandad “Fratelli Tutti” (Todos Hermanos)»

Desde el dolor más extremo de la Cruz, desde lo más profundo y difícil que es aceptar que Dios acepta la muerte de su Hijo, nosotros le pedimos al Señor que nos haga beber de su Espíritu, para renacer a una forma de vivir diferente, pacifica, verdaderamente fraterna en la humanidad, en la Iglesia y en nuestro país, y para que ninguna religión y ninguna Iglesia sea testigo de la mentira, de la artimaña, de los enjuagues y de los amarres bajo la mesa, sino que sea una religión que transparente al Señor, que sea hermana y que sufra por y con todos los seres humanos, especialmente los mas maltratados y víctimas.

La noche de la Cena del Señor, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde una Catedral solitaria, silenciosa y sin fieles, pero acompañada espiritualmente por todas las familias peruanas que se unieron para realizar, desde sus casas, el gesto del lavado de los pies: «Estamos llamados a aceptar el desafío de salir a anunciar el Evangelio en estas situaciones difíciles con una actitud auténtica de servicio», comentó durante su homilía (leer homilía completa).

Cena del Señor – Homilía de Monseñor Carlos Castillo (descargar transcripción)

El Arzobispo de Lima explicó que durante la cena con los discípulos, además de instituir la Eucaristía, Jesús tiene un gesto que sorprende a todos: se levanta de la mesa, se ciñe con una toalla, echa agua en una jofaina y se pone a lavarle los pies a sus discípulos: «este gesto inaugura el sacerdocio de Jesús y el sacerdocio ministerial, del cual depende todo el camino de la Iglesia futura, para promover con los apóstoles y luego con sus sucesores, la orientación de la vida de la Iglesia», añadió.

El gesto del lavado de los pies es un llamado a compartir el pan del cielo, dijo Monseñor Carlos, un llamado a compartir la sangre y el cuerpo del Señor para alimentar la fe del pueblo en su vida concreta, en sus caminos distintos: «Este es el día en que se inaugura el servicio profético de la evangelización de aquel que va caminando por el mundo anunciando el Evangelio, y que necesita, no solamente pastorear, no solamente santificar, sino anunciar sirviendo humildemente la vida de los pueblos».

El prelado indicó que el Señor ha venido a lavarnos los pies para que podamos comprender que este misterio de la autohumillación de Jesús, es el fundamento de nuestra existencia cristiana: «al recibir toda la Iglesia los tres ministerios, los tres carismas que todo cristiano recibe (sacerdote, profeta y rey), los vivamos como dones de Dios para servir y caminar con la gente y ayudarla. No son realidades que hay que monopolizar, sino que hay que compartir y hay que salir», expresó.

La salida de Jesús para el huerto de Getsemaní, y luego, para la Cruz, que también saldrá hacia el Padre en la Gloria, será la salida del servidor que siempre nos acompaña con su Palabra y peregrina con nosotros en la historia.

Carlos Castillo recordó que ser cristiano es dejarnos amar por el Señor, dejarnos lavar por el Señor, para tener la capacidad de lavarnos los unos a los otros para que podamos ser anunciadores del Evangelio: «por eso, se dice en una antigua expresión, que los evangelios se escribieron no con las manos, sino “con los pies”, porque fueron los cristianos caminando por el mundo que se dispersaron para llevar la Buena Noticia de que Dios es amor y solo amor».

Dirigir la Iglesia desde el servicio y no desde la posesión.

El Arzobispo de Lima remarcó el gesto de Jesús de lavar los pies de Pedro, para que no crea que dirigir la Iglesia es poseerla, si no es estar poseído por el amor de Dios: «el Espíritu de Dios es el que nos guía, el servicio es el que nos va conduciendo. Y por eso, nuestro ministerio siempre se renueva, porque como Dios siempre hace nuevas las cosas, en su compañía, nos permite siempre encontrar nuevas respuestas a los distintos problemas», acotó.

Estamos llamados a aceptar el desafío de salir a anunciar el Evangelio en estas situaciones difíciles con una actitud auténtica de servicio.

El Primado del Perú dijo que todos nuestros hermanos que ayudan y sirven humildemente en esta Pandemia son los «nuevos Cristos» que están surgiendo en el mundo: «ellos son de Dios, son de Cristo, porque viven y mueren como Jesús arriesgando la vida», enfatizó.

El acto infinito de amor del Señor por sus discípulos, sabiendo que le había llegado la hora, debe llevarnos a hacer ese signo diario que recuerde nuestra capacidad de amar y de servir, de ayudarnos a caminar, de prepararnos todos y organizarnos, desde nuestras familias, para poder marcar nuestras vidas con los gestos de Jesús.

Antes de culminar, Monseñor Castillo invitó a que todas las familias puedan imitar el gesto del lavado de pies desde sus casas: «Les pido que nos dispongamos con esos pequeños lavatorios de casa y con los niños, los papás, los hermanos, los jóvenes, los mayores, los abuelitos, nos dispongamos a lavarnos mutuamente los pies. Y nosotros todos aquí presentes, los vamos a acompañar a ustedes poniéndonos en la posición de quien lava los pies, de rodillas, para humildemente acompañarlos».

Cumpliendo todos los protocolos, y en compañía de un grupo reducido de sacerdotes y los obispos auxiliares, Monseñor Carlos Castillo presidió la Misa Crismal desde la Basílica Catedral de Lima: «estamos unidos en este ministerio que hemos recibido gracias a la unción en el Espíritu, y este Espíritu es la fuente inagotable de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que vivimos, de lo que esperamos», expresó el prelado al inicio de su homilía. (leer homilía completa)

Descargar Homilía de Monseñor Carlos Castillo (Transcripción)

«No hemos sido ungidos para ser un grupo separado, sino para ser una nación Santa. El gran proyecto de Dios es que todo el pueblo sea un Pueblo de Reyes, un Pueblo Sacerdotal y un Pueblo Profético, y para ello, se necesitan servidores. Nosotros somos consagrados para que podamos constituir a nuestro pueblo», indicó el Arzobispo de Lima.

Monseñor Castillo explicó que, a pesar de ser injustamente apresado y sentenciado, el Señor «no se desquita de los enemigos con una venganza destructiva, sino con la construcción de algo nuevo que los envuelve y los sigue llamando a la conversión. Y, por eso, nuestro sacerdocio, en primer lugar, es espiritual, porque es la comunicación de su amor inefable, irreversible, generoso, generador, generativo y constructor de nuevas formas de vivir, todas llenas de ese amor gratuito del cual brota la justicia».

El Obispo de Lima agradeció el esfuerzo de todos los sacerdotes que, en esta situación de Pandemia, han dado todo lo posible para que la gente sienta que el Señor no los abandona: «lo veo en las obras de servicio y de compartir que han realizado en toda la Arquidiócesis. No solo ha estado presente la ayuda material, sino también la ayuda espiritual del consejo, de los propios sacramentos, inventando nuevas formas para compartirlos, y así, poco a poco, aprender a sostenernos en una situación que podría prolongarse mucho más».

Somos sacerdotes para todas las circunstancias complejas de la vida.

Carlos Castillo señaló que el sacerdocio es un llamado a actuar en todas las circunstancias complejas y extremas de la vida: «La Iglesia siempre leyó los signos de los tiempos y los leyó en forma profunda, no superficial. Y la época que vivimos requiere, de todos nosotros, una mayor visión, una mayor comprensión de las cosas para lo cual nos formamos, a través de la reflexión y la meditación que hacemos. No estamos destinados solamente al pequeño mundo que tenemos. Hemos de sacrificar el propio mundo para abrirnos a las necesidades reales de la gente», reflexionó el Primado del Perú.

En estos meses, hemos aprendido que la constancia de los problemas que están ocurriendo con la enfermedad, se unen al calentamiento global, a la producción de accidentes geográficos gravísimos, a la confusión en la dirección de las sociedades, y también, a la crisis de la Iglesia y del sacerdocio.

Monseñor Carlos pidió una mirada más amplia y un corazón más ancho para salir de «nuestros munditos pequeños y egoístas», creyendo que las soluciones «están a la puerta de lo que más me gusta o de lo que yo creo que es la doctrina». Y añadió: «Los sacerdotes no actuamos por nuestra opinión, sino por cumplir las escrituras como Jesús, cumplir la voluntad de Dios. Y para eso, hay que hacer un arduo trabajo de profundización».

Recordando las palabras del Santo Padre: ‘Sin un futuro solidario de hermanos, no es posible un mundo nuevo’, el Arzobispo reiteró que es necesario intentar salir a construir nuestras parroquias misioneras y solidarias: «si perdemos de vista eso, que es lo fundamental, nos distraemos y renunciamos a nuestro sacerdocio. Una religión que no tiene como fundamento y enseñanza el amor, está condenada a perecer», puntualizó.

Nuestra condición de sacerdotes no es un elitismo clerical, es un servicio que requiere, de nosotros, estar atentos a la voluntad de Dios en su Palabra para hacer el ejercicio permanente de discernir. Estamos en buen camino para reformar nuestra Iglesia, para superar algunas costumbres que, quizás, en otras condiciones, pudieron haber funcionado para iluminar la historia, pero que ahora son totalmente deficientes. 

«Nuestra gente está ávida de sentido, ávida de Palabra y necesita sacerdotes no distraídos, pensando en cosas infantiles que no valen la pena – prosiguió el Obispo – tenemos que ayudarnos y acompañarnos en este proceso de madurez de nuestro sacerdocio».

Estar asistidos por el Espíritu Santo, nos permite la posibilidad de encontrarnos claramente ante nuestra debilidad, y agradecer a Dios, porque en medio de esa debilidad, Él nos recoge, nos alienta y nos ayuda a sanar las heridas.

Monseñor Castillo precisó que los obispos y los sacerdotes deben saber gobernar con amor, traduciendo cada signo en algo significativo, para que el rito no se convierta en una mera repetición, sino que sea «palpitación profunda de la vida del Espíritu. No somos repartidores de sacramentos, sino compartidores del amor de Dios. Hoy se nos exige eso, porque necesitamos responder al clamor general  de nuestro pueblo, darle aliento, vida y esperanza».

«Le pedimos a Dios, que sepamos seguir nuestro camino de pastores con humildad, porque no se trata aquí de poderes ni de privilegios, ni de ensañamientos, ni de desprecio. Se trata de ser fiel al Señor, y para eso, no podemos confiar en nuestras fuerzas, sino en su misericordia», acotó.

Garanticemos la limpieza y claridad del Evangelio.

A propósito de la difícil situación coyuntural que vive nuestro país, Monseñor Carlos Castillo evocó el llamado de los obispos de los Estados Unidos a la responsabilidad política (leer documento completo):

«58. La Iglesia está involucrada en el proceso político, pero no es partidaria de ningún partido. La Iglesia no puede abogar por un candidato o partido político sobre los demás. Nuestra causa es la defensa de la vida y dignidad humanas, y la protección de los débiles y vulnerables.

59. La Iglesia participa en el proceso político, pero no debería ser utilizada por él. Damos la bienvenida al diálogo con líderes políticos y candidatos; buscamos encontrar y persuadir a quienes ejercen cargos públicos. Los eventos político-sociales y las oportunidades de fotografiarse no pueden sustituir a un diálogo serio».

Sobre el tema, el Arzobispo de Lima citó también las palabras del Cardenal Pietro Parolín, Secretario de Estado de la Santa Sede:

“Creo que al usar los símbolos religiosos para manifestaciones de parte como son los partidos se corre el riesgo de abusar de estos símbolos. Por nuestra parte no podemos permanecer indiferentes ante esta realidad” (5/19)

“Creo que la política partidaria divide, en cambio Dios es de todos. Invocar a Dios en favor de sí mismos es siempre muy peligroso. (5/19)»

Carlos Castillo invocó a que los decanos, vicarios y obispos compartan estas orientaciones en las comunidades parroquiales de nuestra Arquidiócesis. Finalmente, hizo un llamado importante: «no mezclemos las cosas y garanticemos la limpieza y claridad del Evangelio enseñado con la profundidad con que nos ha dicho Jesús, para formar las consciencias y de ahí cada uno decida en libertad».

Aislados socialmente, pero unidos espiritualmente, las familias de nuestro país participaron desde sus hogares y en comunidad de la Misa de Domingo de Ramos que presidió nuestro Arzobispo de Lima: «El Señor no nos abandona, Él ha sufrido como nosotros, es la Palabra sencilla y humilde que nos sostiene para disipar las tinieblas de la agresión de la variante brasileña y de la variante peruana de la indiferencia y las ambiciones que nos dividen, en vez de unirnos», reflexionó durante su homilía.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo (descargar transcripción en PDF)

En una Celebración Eucarística con un 20% del aforo permitido y concelebrada con los obispos auxiliares, Monseñor Carlos recordó que el Señor tiene para nosotros una Palabra de aliento para nuestro pueblo abatido: «solo así, desde su compañía delicada, sencilla y tierna, en la médula de nuestra crisis, la Iglesia igual que Jesús, nos ayuda a conducirnos con su amor a nuestra resurrección como Perú», añadió.

Jesús, la Palabra de aliento al afligido, comienza esta Vía Crucis sentenciado por la decisión de una religión que renegaba de Dios en los hechos, aunque lo alababa con los labios.

«Los sumos sacerdotes, los escribas y la religión oficial que impera en Jerusalén, quiere eliminarlo, les estorba, les repugna, pero quieren hacerlo a escondidas, intrigando por lo bajo para evitar que el pueblo se amotine.  Mientras ellos intrigan, sin embargo, Jesús, la Palabra de aliento, comparte la mesa en Betania, en la casa del ex leproso Simón, como nosotros, en esta Semana Santa reunidos en casa y con Jesús apenas entronizado», expresó el prelado.

En este compartir gratuito, aparece una mujer que ha juntado todos sus ahorros para regalarle al Señor un perfume de nardo muy caro: «El Señor siente lo que siente la gente. El pulular del amor gratuito en medio de la intriga y la maldición. Ella le ha llevado a Jesús el aroma del amor para afrontar su momento más difícil y lo ha derramado sobre su cabeza. Jesús no la desprecia, la valora y defiende. El traidor es el mismo que mide todo por medio del dinero y se acuerda de los pobres solo por conveniencia, por ello, no comprende que allí el pobre concreto es Jesús. También nosotros ante la posible el momento decisivo y difícil que vivimos hoy y el peor que se nos puede venir, nos vamos preparando con actos gratuitos de amor, para afrontarlo unidos», indicó el Arzobispo.

Jesús se ofrece por amor en una Jerusalén que se había convertido en una «cueva de bandidos».

Jesús preparó, conscientemente, otro gesto gratuito, sencillo, generoso: En medio del recuerdo de la salida liberadora de la opresión egipcia, en la fiesta de pascua judía, Jesús actualiza en una casa su sentido liberador: «se ofrece como cordero por amor, en una fiesta en que lo habían decidido asesinar. Es decir, en una Jerusalén que había convertido la pascua judía en un rito que obligado para a llenar las arcas de los sacerdotes, y en  el que se planeaba la muerte de un inocente, Jesús prefiere donarse sin matar a nadie», explicó el Monseñor Carlos.

Así, nuestra Eucaristía, quedó para siempre como el gesto del regalo vivo de su Cuerpo y de su Sangre para fortalecernos mediante el signo del compartir el Pan y del Vino.

En este compartir del Señor, también surgió la mezquindad ambiciosa de quien se resiste a entrar en el Espíritu de la gratuidad, «el mismo que lo calcula todo para ganar y lucrar, quiere ambicionar más. Jesús sabe que ese lo entregará, pero extrema sus gestos de amor, y lleno de la misma gratuidad, brinda y espera beber el vino nuevo en el reino de su Padre. Vive el peligro de la muerte con dolor, pero esperanzado y generoso, comunica alegría y esperanza a su comunidad».

Jesús, descubriendo, además, el plan de sus enemigos de dispersar a las ovejas hiriendo al Pastor, educa a su comunidad y le enseña que todos somos débiles, que no hay que hacerse ilusiones, que todos nos dispersaremos porque somos humanos, es una enseñanza realista no ilusa. La comunidad no lo entiende todavía y hace sus promesas de firmeza, pero Jesús no quiere promesas inimaginables, sacrificios, holocaustos y demás ceremonias que escondían, en el fondo, una religión que alaba con los labios, pero que está apartada de corazón del Señor. Jesús quiere de su comunidad una fe que ore para que Dios le de la fuerza de ser fiel. Pedro no quiso aceptar su debilidad, se creía fuerte, y junto a los otros, lo negó.

Sin embargo, Jesús es Palabra que alienta a ser realistas y no dejarnos guiar por locas ilusiones, por ello, débil y golpeado por la intriga que lo va a matar, decide orar e invita a sus discípulos a orar: «Jesús no es un masoquista que busca el sufrimiento y la muerte. Jesús es un ser humano responsable que, en el Espíritu, reconoce su flaqueza, su deseo humano de no morir y sufrir, pero que se dispone y abre a asumir la misión de mostrar y transparentar el rostro amoroso de Dios», comentó el Arzobispo.

Esta misión debía esclarecer las ambigüedades que los sacerdotes habían creado de una imagen de Dios que era amor, pero también temor y venganza: «Jesús tenía la misión de retomar la promesa de bendición hecha a Abraham y a David. Los sacerdotes la habían oscurecido mezclándola con los miedos, propiciados por los dioses paganos, por la riqueza, por la ambición de poder y por su separación como una élite oscura que no sabe reconocer el sentimiento de la gente», precisó Carlos Castillo.

Entregando toda su debilidad al Padre, Jesús recibe el Espíritu en la oración, y esa fuerza espiritual lo lleva a tomar la iniciativa responsable y amorosa de afrontar la herida clave de Israel y de la humanidad, el pecado como auto-endiosamiento, arrogancia y autosuficiencia, común a los sacerdotes, al traidor, al poder romano, y a los propios discípulos, cuando confiamos únicamente en nuestro pretendido poder.

Ante la llegada al huerto, todos los representantes de la intriga y el poder sacerdotal, nos consterna que un gesto tan hermoso de amistad y cariño gratuito como es el beso, sea usado para entregar y traicionar a Jesús: «En quien esta poseído de la ambición, en quien planifica una intriga asesina, en quien todo esta fríamente calculado para hacerse del poder, no hay gesto delicado, todo es desfachatez y uso de lo delicado para obtener prebendas y réditos de todo tipo.  Disfraza en bien de mal y el mal de bien, todo lo tiene calculado con la mentira», añadió el Primado del Perú.

Jesús no está para responder en los mismos términos mezquinos, por eso, al Señor solo le queda la Palabra: «Al apresarlo como a un bandido, Jesús les recuerda su artera maniobra porque pudieron haberlo apresado en el templo. Pero Jesús ve que así está realizando la promesa del Padre, cumpliendo las escritura y actuando con fidelidad al Padre».

Apresado, Jesús seguirá derramando su Palabra de aliento sobre todos, Palabra que, inclusive, está en su silencio. Jesús es juez, pero es un juez desde su pobreza, desde lo inerme y desvalido que está en ese momento, desde su inocencia sufriente, ese es el que nos interpela y nos juzga, sobre todo, al sistema religioso corrompido y cómplice de la maldad. El Señor anuncia que toda religión mezclada con el dinero y el poder, será juzgada y desaparecerá.

Injustamente, a Jesús le ponen la pena de los subversivos políticos.

Los píos y religiosos sacerdotes buscan ahora la ayuda de Pilatos. Y aquí vemos cómo esa religión corrompida tiene cantidad de infiltrados que soliviantan al pueblo sencillo para pedir que salven a Barrabás y crucifiquen a Jesús: «Le ponen la pena de los subversivos políticos, lo que era una verdadera mentira. Jesús anunció el Reino del amor, pero los sacerdotes no lo pudieron soportar. El amor liquida a una religión de negocio», subrayó Monseñor Castillo.

¡Bájate de la cruz! Es la última tentación, la del egoísmo y la venganza: «si Jesús hubiera cedido ante ella, todos solo tendríamos la misma historia siempre, repetida, y Jesús hubiera sido presentado como un revolucionario más, pero Jesús es el regenerador de la humanidad. Y así, vejado y abatido, no cae en la tentación y no se baja de la Cruz, no por la fuerza de los clavos, sino por el entrañable amor que nos tiene. Jesús no buscaba la muerte, Jesús acepta la muerte como signo de obediencia al Padre para mostrar que Dios es amor y no venganza».

Monseñor Castillo hizo un llamado a que en esta Semana Santa, podamos redescubrir el misterio del amor de Dios, para dejar que la Palabra que nos da aliento y fuerza cuando estamos abatidos, trajine por nuestro país, por nuestros corazones y por nuestras familias.

Y citando las palabras de la gran poetisa Violeta Parra:

El amor es torbellino
De pureza original
Hasta el feroz animal
Susurra su dulce trino
Detiene a los peregrinos
Libera a los prisioneros
El amor con sus esmeros
Al viejo lo vuelve niño
Y al malo solo el cariño,
Lo vuelve puro y sincero.

– el Arzobispo agregó: «Vivamos la Semana Santa con este amor de Jesús que nos va a regenerar como personas, como familias, como pueblo, como Nación y como mundo».

En este V Domingo de Cuaresma, Monseñor Carlos Castillo recordó que Jesús ha venido para sellar una nueva alianza con el hombre que se inscribe en el corazón, sin ningún tipo de condicionamiento, sin holocaustos ni sacrificios: «simplemente tenemos que dejarnos llevar por su amor, el sentido y el Espíritu del perdón, de tal manera que, dejándonos llevar por ese Espíritu y dejándolo entrar, nuestra vida se convertirá en una comprensión y conocimiento de Dios. A través de la Cruz del amor, podemos aprender, pedagógicamente, a salir adelante, deponiendo los intereses y las ambiciones para que surja una solidaridad verdadera y un servicio verdadero», reflexionó durante su homilía.

Comentando el Evangelio de Juan (12, 20-33), el Arzobispo de Lima señaló que Jesús tiene pedagogía y paciencia para explicar la profundidad de las cosas que ocurrirán, como su muerte en la Cruz y la revelación del amor gratuito de Dios: «¿Por qué la cruz puede ser motivo de gloria? – preguntó el obispo – Porque representa un amor absoluto del mismo Dios a la humanidad. Por eso, el Señor dice que ha llegado la hora de que ‘sea glorificado el Hijo del Hombre’, es decir, la persona que Dios había escondido en la vida de Israel».

En ese sentido, Jesús recurre a una Parábola que representa, desde la imagen del mundo campesino, cómo el Reino de Dios crece poco a poco y suscita su reinado desde la fecundidad del amor en la humanidad: «qué importante que el Señor esté diciendo que se trata de una cuestión de fecundidad, como lo es entregar la vida por la causa de los demás, especialmente Jesús, que inclusive perdonó a sus enemigos para que haya fecundidad de amor», comentó Monseñor Carlos.

Tenemos tantos ejemplos de personas que, humanamente, han dado su vida por nosotros en este año del Bicentenario.

Carlos Castillo afirmó que ser fecundos no es lo mismo que ser productivos: «la productividad lleva la ganancia, la ganancia lleva al bolsillo y el bolsillo lleva al egoísmo. En cambio, la fecundidad ayuda a que las condiciones humanas se transformen en personas y en relaciones generativas, capaces de dar vida a los demás y hacer nuevas las cosas», añadió.

Aprender a amar en las circunstancias difíciles.

El Arzobispo de Lima también hizo hincapié en diferenciar nuestros intereses personales y fascinaciones para ver el rostro de Cristo en los demás, especialmente en el hermano que más sufre: «El Señor nos llama a servirlo siendo servidores, a seguir su mismo camino que es el camino del amor, no el camino de la infecundidad, de la esterilidad, de un mundo basado en el dinero, en la pasión absoluta por poseer, en el dominio, en la manipulación, y en el intento de hacer que los demás hagan lo que yo quiero y no lo que es debido, necesario y bueno para toda la humanidad», acotó.

No nos vamos a salvar nosotros por llevar el rótulo de católicos, sino por serlo en el amor, en el servicio y en el reconocimiento de la libertad de los demás.

Monseñor Castillo pidió que sepamos escuchar la voz del Señor para comprender que «la Cruz es un camino de gloria y la gloria no es la vanagloria, sino el amor pleno que nos hace introducirnos en Dios, porque aprendemos a amar en las circunstancias difíciles y mucho más para los católicos que debemos estar dispuestos, justamente, a seguir el mismo camino del Señor».

A través de la Cruz del amor, podemos aprender, pedagógicamente, a salir adelante, deponiendo los intereses y las ambiciones para que surja una solidaridad verdadera y un servicio verdadero.

El Primado del Perú explicó que los cristianos y los católicos estamos para unir, no para dividir: «debemos deponer las divisiones diabólicas, diablo significa ‘el que divide’. Y los cristianos y los católicos, estamos para unir, no para dividir. Y lo más importante, por tanto, es que miremos al que va a ser elevado, porque Él atraerá a todos hacia sí, y nosotros debemos dejarnos atraer por Él para vivir el amor mismo que el Señor ha representado vivamente y realmente en la Cruz».

Este sábado 20 de marzo, nuestro país se unió en oración para agradecer por la vida de nuestro hermano y pastor, Monseñor Luis Bambarén Gastelumendi SJ., en una Misa de Funeral presidida por el Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, y concelebrada por el Superior Provincial, Padre Víctor Hugo Miranda.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú.

Queridos hermanos y hermanas, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma, pero con un amigo como nuestro querido Lucho también algo resucita en el alma, porque nos deja una huella imperecedera del amor de Dios.

Cuando fue ordenado Obispo, después de trajinar por las aulas de los jesuitas, en los colegios, Monseñor Bambarén recibió la intuición, porque le dio la misión el Señor Cardenal Landázuri de encargarse de las barriadas de Lima. Y él dice que en la oración, a solas, en la Iglesia, en el Sagrario, ante la presencia del Señor, escuchó: “evangeliza a los pobres”. Y ese fue su lema, el de “evangelizar a los pobres, anunciarles la Buena Noticia.

Y desde esa vez, todo su testimonio fue un intento de obedecer al Señor en esta misión y en el corazón de su Evangelio, la opción preferencial por los pobres que asumió en su propia carne, a través de toda la misión que realizó, tanto en todos los ‘pueblos jóvenes’ como él les llamó como signo de esperanza, para que no se usara más el término despectivo de ‘barriadas’, sino para que se usara el nombre digno de ‘pueblo joven’ que se va a ser maduro y va a crecer como hoy día tenemos, en toda la ciudad de Lima, otras ciudades constituidas también por el esfuerzo imperecedero, pujante, emprendedor y solidario de los pobres que comenzaron ya hace varias décadas.

¿Puede a los pueblos jóvenes de Lima venir el profeta?, ¿Puede de Galilea, de la “Galilea de Chimbote” salir algo bueno? Nos dirían los fariseos: “estudia y verás que de Chimbote no sale ningún profeta. Estudia los libros y verás que tampoco sale de los barrios populares de Lima”. Y, sin embargo, el “entroparse” como diría José María Arguedas de Chimbote, entroparse con los pobres, nos hizo ver que los verdaderos profetas vienen de allí, cuando nos confundimos con la gente, la acompañamos y somos uno de ellos.

Por eso, hermanos y hermanas, hoy día el texto del Evangelio nos ilumina, porque nos dice que el Mesías, Jesús, tiene que estar constantemente en la historia y en diversos momentos de esta historia testimoniado con la vida. Jesús, entregó su vida para que nosotros nos asemejáramos a Dios, porque ese es el destino para el cual hemos sido creados a su imagen, pero para ser semejantes a Dios.

Ser semejantes a Dios no es ‘endiosarse’, no es creerse lo máximo y despreciar a los demás. Ser católico, ser cristiano, ser sacerdote, ser obispo no es mirar por encima del hombro a los demás, es abajarse como Jesús que, para mostrarnos el verdadero rostro del ser humano que ha de ser semejante a Dios, se inclina sencillamente, comparte con los pobres, sufre su sufrimiento y pasa por sus desdichas.

Y así, también pasa por la persecución de maltrato, la incomprensión, cosas de las cuales también nuestro querido Lucho supo vivir y experimentar con dolor, pero la alegría marcaba su vida, la confianza de que el Mesías, justamente, porque viene de David es el último, el último de los hermanos que no pertenece a un gran linaje, sino de un gran linaje del pueblo.

Todos los aristócratas, sacerdotes del tiempo de Jesús creían que venían del linaje de David como si fuera sangre azul, y la misma Biblia nos dice que la bisabuela de David era una moabita, una mujer pagana, despreciado pueblo por los hebreos y que de sangre azul no existe nada, que eso es una simple ‘huachafería’, ese deseo de creerse por encima de los demás, es simple y llanamente una negación de Dios.

Nuestro camino es ese, es estar siempre al servicio de la gente y morir como la gente. Y así como la gente en este tiempo ha muerto y muere de Coronavirus, también, en medio de la desgracia, podemos considerar esto una gracia de solidaridad que Dios ha querido tener con nosotros por medio de Monseñor Lucho. Él toda la vida vivió apegado a los pobres, también en su muerte está él muriendo para resucitar con ellos, con lo cual, nos da siempre esperanza.

Hay una cosa fundamental que siempre fue la adoración de Monseñor Bambarén y que me he recordaba, sobre todo, cuando el Santo Padre me llamó para ser el  Pastor de mi Pueblo. Monseñor Bambarén me decía: “Todos los días, Carlos, reza profundamente: Hágase tu voluntad Señor, hágase  tu voluntad, hágase tu voluntad”.

La verdadera fe cristiana está en eso, no en armarnos un conjunto de esquemas y de formas religiosas  que pretenden ser la sustitución de la voluntad del Señor, sino la de aceptar la que el Señor nos propone en las circunstancias históricas, en los desafíos del mundo, metidos y ‘entropados’ con los pobres, y también con todos los sectores, porque Lucho tenía una enorme capacidad de acercarse a todos los sectores ricos, pobres, clase media, mujeres,  hombres, sectores despreciados y maltratados, pero sobre todo, los niños, por eso su gran obra al final de su vida  ha sido el Puericultorio Pérez Araníbar, al cual dedicó especial énfasis en su vida, para que esos niños del futuro – que ya son muchos de ellos hombres y que están anunciando el Evangelio con su vida, porque han sido acogidos y amados – hoy día nos pueden ver como la semillita con la cual renacerá nuestro país y nuestro pueblo de Dios.

Por eso, hermanos y hermanas, venimos a dar gracias por su vida. Lucho siempre con su sonrisa, con su alegría y cercanía, nos enamoró a todos de Dios, nos permitió sentir que era posible cambiar, inclusive, en situaciones muy difíciles aguantó mucho, inclusive teniendo personas que se habían extraviado o habían pasado por situaciones muy difíciles, nunca retiró su amistad, y uno podía tener la confianza hasta de ‘bronquearse’ con él y gritarse mutuamente como los amigos lo hacen.

Por eso, damos gracias por su vida y vamos a pedirle que desde el cielo, junto a Dios, nos haga construir una Iglesia y un Perú en donde todos nos amemos y apreciemos como él lo hizo. Alegrémonos, porque, testigos de Dios, como Luis Armando Bambarén, han habido  muchos en América Latina que silenciosamente han dado su vida, pero que hoy día nos permiten decir que en el Perú tenemos, en cierto modo, nuestro “Óscar Romero peruano”, que supo decir la Palabra a tiempo y a destiempo, porque era la voluntad de Dios y no se miraba a sí mismo, sino a la misión que el Señor le dio.

Dios nos ayude en este camino y así, como nos duele su separación, nos alegre su resurrección para caminar con él, unidos  siempre en el camino del amor que nos enseñó Landázuri, y que hoy día, todos podemos expresar y nos dejamos llevar por el Espíritu Santo. Amén.

«Es terrible cuando una fe se llena de una serie de costumbres, sacrificios, holocaustos y no hacemos la voluntad de Dios. Ahora que tendremos un retorno gradual a los templos, que esto sea un motivo para que sepamos hacer de las celebraciones, actos de fondo y no de forma, y así encontrarnos con el Señor que es luz para nosotros», ha dicho el Arzobispo de Lima en su reflexión de este IV Domingo de Cuaresma: «Si los sacramentos han sido constituidos en la Iglesia, son para celebrarlos en comunidad y vivirlos intensamente en la vida concreta», recalcó.

Monseñor Carlos Castillo inició su homilía meditando las palabras que Jesús le dijo a Nicodemo: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna’. Ante esto, el Arzobispo de Lima explicó que Dios ama al mundo a pesar de sus contrariedades, maltratos, violencias y guerras: «ése es el principio que Jesús va a manifestar en la Cruz como el don del Hijo de Dios, ese regalo que es un amor gratuito, un amor que no pide nada a cambio, sino el de entrar en relación con nosotros», añadió.

Comentando el Evangelio de Juan (3, 14-21), Monseñor Castillo recordó que «la fe es una relación interpersonal con Aquel que nos declara su amor, un amor generoso que confía en el ser humano a pesar de nuestros males y pecados, un amor que no traiciona ni engaña, sino permite que desarrollemos nuestra capacidad humana de amar».

En ese sentido, el Primado del Perú precisó que no podemos vivir la fe desde el cumplimiento rígido y estricto de normas para agradar a Dios: «cuando se vive la fe así, se deforma el sentido de la voluntad de Dios – agregó el prelado – la voluntad de Dios es de un amor generoso que transforma a la persona con paciencia. Siempre hay la posibilidad de que las personas no comprendan totalmente cuánto se es amado y cuánto se puede amar. En el amor siempre se crece, no es algo que surge de la noche a la mañana, por eso, no se puede establecer en reglas», acotó.

«Muchas veces nos pasa en la experiencia religiosa que inventamos una religión que no obedece a la voluntad de Dios. Hacer la voluntad de Dios siempre es una aventura, es inspirarse en el amor del Señor para decir: ‘cómo te soy fiel en este momento, en esta circunstancia, con estos problemas’. Y así, asumir la responsabilidad», reflexionó el Arzobispo de Lima.

Si yo invento normas para amar a Dios que no están inspiradas en su amor, es decir, normas que son a mi imagen y semejanza, creo un sistema artificial que no sabe corresponder al Señor. Es terrible cuando una fe se llena de una serie de costumbres, de sacrificios, de holocaustos y, finalmente, no hacemos la voluntad de Dios.

Carlos Castillo reiteró que el amor del Señor debe ser la luz que ilumine nuestro camino para discernir y tomar mejores decisiones: «no debemos tener un cristianismo pelagiano, es decir, un cristianismo que construye cómo debe ser la religión sin pensar absolutamente en el amor. Esto ocurrió con los pelagianos, una herejía del pasado que construía sistemas, modos, holocaustos y costumbres que, en realidad, adornaban al cristianismo con una serie de cosas accesorias», subrayó.

El mundo se salva dando un testimonio de amor, compartiéndolo con los demás y aprendiendo a recoger ese amor como un criterio de discernimiento permanente. Así generamos una forma de vivir que va corrigiéndose en el camino, en la vida misma.

Monseñor Castillo hizo un llamado a no petrificar el sentido de nuestra fe en cosas anecdóticas que nos impiden vivir intensa y correctamente el amor de Dios: «juzgar significa discernir, tensar, recordemos que el pecado original fue un pecado de apresuramiento. Comerse el árbol del bien y del mal es comerse el discernimiento, sustituirlo por nuestras costumbres y cosas banales a nuestra fe».

Si los sacramentos han sido constituidos en la Iglesia, son para celebrarlos en comunidad y vivirlos intensamente en la vida concreta. Por eso, ahora que tendremos un retorno gradual a los templos, que esto sea un motivo para que sepamos hacer de las celebraciones actos de fondo y no de forma, y así encontrarnos con el Señor que es luz para nosotros.

«Que este camino hacia la Semana Santa, nos ayude a entrar hondamente en este camino de la luz para hacer la voluntad del Señor. Para eso requerimos un cristianismo profundo que sabe discernir, hacer lo adecuado y lo justo en cada momento para expresar el amor de Dios», finalizó.

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