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En el XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia de vivir un cristianismo abierto, dialogante y lúcido, capaz de comprender qué mensaje nos dice el Señor en cada signo esperanzador, pero sobre todo, a testimoniar y compartir a Jesús a través de nuestra vida: «El Señor quiere que nuestra fe sea una fe inteligente, profundamente amorosa y comprometida con los que más necesitan y con los más frágiles», dijo el prelado. (leer homilía)

El Primado de la Iglesia peruana invocó a que acudamos a los vacunatorios para evitar la propagación de la reciente variante delta del Covid-19: «El virus delta tiene una capacidad mucho más grande de contagio. Si nos vacunamos, el efecto de un eventual contagio será mucho menor. Por eso acudamos a los vacunatorios, organicémonos para vivir de manera armónica en el camino del Señor y evitar que otras personas puedan afectarse».

Transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo

Comentando el Evangelio de Juan (6,41-51), el Arzobispo de Lima explicó que Jesús nos ha dado el signo del pan que es Él mismo entregado a nosotros, para mostrarnos que Dios siempre nos acompaña y atiende nuestras necesidades: «Pero no solamente quiere atender nuestras necesidades con milagros, también quiere que nosotros estemos alimentados de Él para nosotros ser milagro. Para eso, necesitamos un pan no solamente más grande, sino más profundo. Dios quiere que la humanidad sea una humanidad divinizada, no en sentido de que se endiose y se crea la ‘divina pomada’, sino de que pueda irradiar, dentro de sí, el mismo amor de Dios», reflexionó.

Por eso es que San Pablo nos dice, en la Carta a los Efesios (4,30–5,2), que seamos imitadores de Dios. Y para eso necesitamos de la fe que hemos recibido a través de nuestros padres y tantos otros testimonios de vida que hemos visto, porque detrás de cada signo esperanzador se esconde el rostro del Señor .

«Sin que el Señor nos llame a nosotros no hay fe, por eso es que Jesús inspira a sus discípulos, éstos la comunican a nosotros y siempre dependemos de quién se ha revelado. ¿Y quién se ha revelado? Dios a través de Jesús. Y así recibimos poco a poco todos la fe», expresó el prelado.

Como señala el Evangelio de hoy, un grupo de judíos convencido de que la única manera de adorar a Dios era temiéndole y obedeciendo la ley a rajatabla, no duda en cuestionar que Jesús sea el Pan bajado del cielo. Según explica Monseñor Castillo, lo hacen porque, en el fondo, «estaban amarrados a la tradición que tenían y no querían salir de ella. Eso nos pasa a todos los humanos cuando adquirimos algo y ya no queremos cambiar. Pero como todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y nuestro Dios cambia, entonces nosotros nos dinamizamos y buscamos nuevas formas de vivir, nuevos retos y respondemos con apertura así sean muy difíciles».

Y para tener la fuerza de resistir los males y la fuerza de crear algo nuevo en medio de los males, necesitamos una fuerza super-humana: «Ya uno de nuestros autores peruanos decía: “No se puede vivir sin una esperanza super-humana”. Pues bien, el Señor es la respuesta a nuestra ‘esperanza super-humana’ para que nos alimentemos de Él, podamos caminar en medio del sufrimiento y encontrar soluciones creativas e inteligentes para dar vida», indicó el Arzobispo de Lima.

¿Y dónde podemos encontrar esa esperanza? En los miles de rostros escondidos de nuestra historia, especialmente en los más desafortunados y marginados. Aquí está la voluntad de Dios escondida, como bien lo supo expresar en su momento el poeta César Vallejo:

«El suertero que grita «La de a mil»,
contiene no sé qué fondo de Dios(…)
Yo le miro al andrajo
Y él pudiera darnos el corazón(…)
por qué se habrá vestido de suertero la voluntad de Dios!”.

Finalmente, Monseñor Carlos resaltó algunos gestos de esperanza que hemos visto en los últimos días y nos recuerdan que todos estamos llamados a compartir con los demás. Este es el caso de un conocido empresario que pagó una importante deuda tributaria. Pero también está el caso de un grupo de campesinos ayacuchanos que llevaron entre hombros – y por varias horas – las cajas frigoríficas con las dosis de vacunas contra el Covid-19 a sus pueblos más remotos: «Ése es un signo que nos alimenta hermanos (…) Hoy podemos ser cristianos resucitados, compartiendo el pan y el pan del cielo; felizmente que ahora podemos abrir los templos para “comer al Señor”, como dice el texto para “masticar” el pan, para saborearlo. Y una segunda cosa muy importante es que ese pan de vida que comemos, lo podemos testimoniar. Y también son pan todos los que son como Jesús, compartidores de su vida», destacó el Primado del Perú.

El Señor ha llenado de sentido nuestra vida y no se puede actuar ni vivir sin sentido. No basta hacer las cosas, hay que hacerlas con el sentido que Dios quiere que es la felicidad de todos, del bien común.

Desde la Parroquia Natividad de María, en el distrito del Rímac, Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración Eucarística en memoria de nuestro querido hermano Miguel Ángel Simón Manrique, a un año de su partida a la Casa del Padre.

En su homilía, el Arzobispo de Lima recordó los inicios del Padre Miguel en el seminario, en época del Cardenal Augusto Vargas Alzamora: «organizábamos con los seminaristas unos encuentros juveniles a partir del año 96 del siglo pasado. Miguel siempre se dispuso a estar muy cercano a la gente y se formó, justamente, para aceptar ir a los lugares más lejanos», expresó el prelado.

El Padre Miguel Ángel, recordado en la comunidad rimense por su compromiso con los más pobres, trabajó incansablemente por hacer de la Parroquia Natividad de María una ‘partecita del cielo’, como decía Santa Rosa de Lima, así lo manifestó Monseñor Carlos: «eso es lo que uno siente cada vez que viene aquí, estar en una partecita del cielo en la tierra, como ocurre en todo nuestro Rímac, donde hemos aprendido a cultivar el ser un solo pueblo de hermanos diferentes que se aprecian y se quieren”.

En compañía de Monseñor Guillermo Cornejo, Obispo Auxiliar de Lima, y el Párroco de la comunidad, Jean Lozano, el Arzobispo de Lima dijo sentirse dichoso de haber trabajado «tan cerca de un santo, un santo actual, viviente, como lo fue siempre en vida Miguel, inclusive ustedes recordarán imágenes de él en mangas de camisa que estaba ‘llenando techo’, ayudando en las construcciones del barrio como uno más. Por eso, lo más semejante que quiso hacer en su vida es ser como Jesús, porque llevaba a Jesús en su corazón y lo comunicaba siempre”, señaló.

De otro lado, Carlos Castillo remarcó que el Rímac es un distrito de todas las sangres: “somos un solo corazón y una sola alma. Y el testimonio en vida de Miguel debe iluminar nuestras vidas para que aprendamos a vivir en ese camino de igualdad, amistad y comprensión”.

Entre otros recuerdos, Monseñor Castillo recordó las palabras que le dijo el Padre Miguel al conocerse su nombramiento como Arzobispo de Lima: “Carlos, preocúpate de hacer una Iglesia que esté al servicio de la gente pobre y sencilla. También de los curas pobres que trabajamos ahí y preocúpate que la economía de la Iglesia de Lima esté a su servicio”.

En su preocupación por cada uno de nosotros, Miguel aprendió a ser un pastor muy especial, a ser como la gente desde la misma gente. Y tenía esa virtud de poner hasta las cosas más elementales al servicio de la comunidad. Un ejemplo de ello fue transformar los salones parroquiales en la maravilla de un colegio para que los chicos vengan a estudiar.

El Primado del Perú destacó las innumerables iniciativas que tuvo el Padre Miguel Ángel en favor de los más invisibilizados de nuestra sociedad: “Siempre estaba viendo cómo vamos a hacer con los niños, con la gente que duerme en la calle y abría posibilidades para todos, porque supo atender cada necesidad. Pensó en los distintos problemas, en los enfermos, se acercó a los pequeños, tenía esa capacidad de apertura para dejarse cuestionar y servir”.

Finalmente, nuestro Arzobispo hizo un llamado a tomar la vida del Padre Simón como un gesto de inspiración para trabajar en unidad por un mejor país, viviendo un espíritu sinodal, es decir, haciendo un camino juntos en el que todos participemos, escuchándonos, comprendiéndonos, repensando las cosas como lo hizo nuestro hermano Miguel.

“Les digo con toda sinceridad. Me he sentido muy impotente y a la vez lleno de esperanza, porque mi hermano Miguel me ha mostrado el camino de cómo se puede ser obispo también. Y quisiera ser fiel a él, por eso, ayudémonos juntos a levantarnos de los errores. Dios bendiga a toda nuestra comunidad, a todo nuestro Rímac”, declaró emocionado Monseñor Castillo.

En la homilía de este XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo explicó que cuando compartimos el Pan del Señor en la Eucaristía, lo hacemos para renovar nuestra capacidad de abrirnos a los demás, compartir e incentivar la capacidad de la sutil solidaridad, abriéndonos a la creatividad del mismo Jesús que supo anunciar su Reino con gestos y signos capaces de penetrarnos: «Que al participar de la experiencia de compartir el Pan, podamos también auxiliar a nuestro pueblo en este momento, suscitando la imaginación, la prudencia, la entereza y la honradez en todos para resucitar nuestro Perú», dijo. (leer transcripción de homilía)

Homilía de Monseñor Carlos Castillo – Transcripción

Junto a la comunidad Salesiana, el Arzobispo de Lima presidió la Celebración Eucarística en acción de gracias por el Centenario de la Basílica María Auxiliadora, ubicada en Breña. La ceremonia contó con la presencia de Monseñor Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico en el Perú; Monseñor Lino Panizza, Obispo de la diócesis hermana de Carabayllo.

«Esta celebración por el el Centenario de la Basílica María Auxiliadora es un acto de retoma del sentido de las cosas, del sentido de  por qué nosotros podemos pensar en vivir nuestra Iglesia como un signo del amor de Dios. Gracias hermanos salesianos y salesianas por haber hecho esta obra que es un signo de amistad tremendo y precioso. Muchas generaciones se han formado en vuestras obras de servicio y hemos podido tener experiencias bellísimas de personas que nos han asistido y nos han acompañado, como  Don Bosco y Santo Domingo Savio, quienes acompañaron a los pobres y a los jóvenes de Turín», expresó el Arzobispo.

Comentando el Evangelio de Juan (6, 24-35), Monseñor Castillo explicó que el signo del Señor de darnos de comer el pan apunta a algo mucho más grande: «El Señor trata de ayudar a su pueblo que lo busca como rey y lo busca ansiosamente. Todos los pueblos necesitan una dirección y buscan ansiosamente tener una estabilidad. Y en esa búsqueda el Señor les hace recapacitar pensando en que las búsquedas desesperadas de comer a cualquier precio, de poseer a cualquier precio algo que dé seguridad, no es suficiente. Somos hijos de Dios creados a su imagen para participar de su amor. Y detrás de nuestros deseos, nuestras ansias, nuestras ambiciones inclusive e intereses, se esconde la búsqueda de Dios que es mucho más grande».

El Primado de la Iglesia peruana afirmó que el sentido de la ayuda y el servicio, el sentido de la caridad, no puede existir si es que no es realmente algo que se comparte: «Si sabemos acoger a Dios en nuestro corazón, podemos encontrar los medios para conseguir el pan en la tierra. Pero si no profundizamos en aquello que deseamos, nos hacemos un ídolo que finalmente nos sumerge en el hambre», indicó.

Monseñor Carlos señaló que los gestos gratuitos de caridad deben realizarse para incentivar en toda la gente la capacidad de la sutil solidaridad: «Digo sutil porque nosotros ahora tenemos un templo en donde compartimos la Eucaristía, pero venimos a compartir la Eucaristía justamente para ser plenamente personas. Y la Iglesia quiere un pueblo lleno de creatividad, de personalidad, de vida, de cariño, de relaciones pacíficas, de tratamiento, de formación, de capacidades desarrolladas a plenitud en toda la gente».

«¿Cómo puede haber pan en el mundo para solucionar el problema del hambre? Acogiendo el amor gratuito de Jesús para irradiarlo en la humanidad y hacer como dice la Virgen María, María Auxiliadora: “Derribó los potentados de sus tronos, encontró a los humildes, a los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los dejó con las manos vacías” – no porque les haya quitado la plata de los bolsillos, sino porque abrieron la mano, porque compartieron su ser con los demás, porque se equilibraron las cosas – Y hoy día, en este momento difícil que vivimos, necesitamos comer el Pan del cielo que es Jesús para adquirir nosotros las características de Él y aprender a tratar las cosas con prudencia, con orden, con capacidad de apertura, de reconocimiento, saliendo de los sectarismos, de los enconos y abriendo el corazón», reflexionó el prelado.

«Somos hechos para lo sutil. Antonio Machado decía: ‘Yo amo a los mundos sutiles, impávidos y gentiles como pompas de jabón’. Esta belleza que tiene este templo nos hace no solamente compartir el pan, sino saber que estamos en un lugar en donde los salesianos y las salesianas quisieron que sintiéramos que somos acogidos, queridos», acotó Monseñor Carlos.

Necesitamos aprender de la belleza del amor de Cristo que en toda su desnudez y hondura, en toda su tragedia, nos mostró la belleza de su amor renunciando a presentarnos a un Dios que se venga de sus enemigos, quedándose en la Cruz por decisión libre, no por la fuerza de los clavos, sino por la infinita misericordia del Padre que Él nos quiso comunicar, para que no tuviéramos dudas de que, incluso en la peor adversidad, en la peor situación injusta y mortífera, Dios nunca nos abandona y siempre hay una esperanza que debemos buscar juntos y abrirnos a ella.

Por último, el Arzobispo de Lima pidió que nos unamos como peruanos para trabajar en los grandes desafíos de nuestro país: «demos gracias al Señor que nos pide que siempre trabajemos, no por el pan que perece, sino por el Pan que da la vida eterna, la vida sutil, la belleza y la apertura  al mismo Señor que nos ama».

Monseñor Juan José Salaverry, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Lima, presidió la Celebración Eucarística de acción de gracias por el Aniversario de Fiestas Patrias en el Bicentenario de la Independencia del Perú, organizado por la Provincia Mercedaria del Perú.

A continuación compartimos la homilía de Monseñor Juan José Salaverry:

Muy queridos hermanos de la Orden Mercedaria

Nos sentimos honrados de celebrar esta fiesta del Bicentenario de la Independencia Nacional a los pies de Nuestra Señora de la Merced, advocación que ha marcado el encarnado corazón del creyente peruano con el amparo de la Madre de la Misericordia y una devoción que se ha convertido un símbolo patrio de nuestra identidad.

A lo largo de toda nuestra historia, desde la llegada del Evangelio a nuestras tierras, llegó la Orden de la Merced con el “Cristo de la Conquista” que más que conquistar al pueblo con un afán político lo sedujo con la solidaridad divina de quien asumió el sufrimiento humano para luego redimirlo. Y junto al Cristo de la Redención, la Orden trajo al Perú a la Madre de Dios, que vestida de hábito blanco y con los brazos abiertos acogió a sus nuevos hijos para ser sus hijos.

Desde el arribo de La Merced, el pueblo creyente sintió la maternal protección de la Santísima Virgen, cuánta razón tuvo el Papa Francisco cuando al llegar a nuestras tierras dijo: “Lo primero que me gustaría transmitirles es que esta no es una tierra huérfana, es la tierra de la Madre». Ciertamente, la Madre de Dios ha estado presente a lo largo de la historia de la salvación y a lo largo de la historia de nuestro país.

La heroicidad de Judit y la Madre liberadora.

La liturgia de la palabra ha empezado con el veterotestamentario relato de Judit, la heroína redentora del pueblo de Israel que, confiando en la misericordia, con fe ardiente y valentía épica encara al generalísimo Holofernes para liberar a su pueblo.

El Papa Francisco en la audiencia del 25 de enero del 2017 decía que las palabras de aliento que Judit dio a su pueblo: “Es un lenguaje de la esperanza. Llamemos a las puertas del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. ¡Esta mujer, viuda, corre el riesgo también de quedar mal delante de los otros! ¡Pero es valiente! ¡Va adelante!

Con la fuerza de un profeta, Judit llama a los hombres de su pueblo para llevarlos de nuevo a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y que el miedo hace todavía más limitado”.

La teología nos ha enseñado que en Judit podemos ver un antecedente de la misión de María: como intercesora por la liberación del pueblo y porque a través de ella se consiguió la ansiada liberación de Israel. De esta manera lo entendió el pueblo peruano que confió desde el primer momento en María, especial protectora que abogó por su pueblo, por eso fue reconocida en 1730: “Patrona de los Campos del Perú” y en los albores de la República, en 1823: “Patrona de las Armas de la República”. Es que Nuestra Madre compadecida por la opresión de nuestro pueblo, como dice el Santo Padre, elevó su voz de esperanza para llenarnos de confianza en Dios y para decirnos que tras puerta estrecha está el verdadero reino de justicia y de paz.

Que actual se hace este mensaje. Hoy como hace doscientos años nuestro país necesita escuchar la voz valiente de la Madre, que nos una y nos devuelva la confianza para poder construir justos un horizonte de promisión.

Nacido de mujer, la maternidad de María.

San Pablo en la segunda lectura nos regala el texto clásico y fundamental para entender la maternidad divina de María: “nacido de mujer, nacido bajo la ley”. Verdad dogmática definida por los padres conciliares de Éfeso (431), y que la Iglesia ha creído vivamente porque siendo hermanos de Cristo por el bautismo, hemos sentido que no solo hemos sido adoptados como hijos por el Padre, sino que la Theotocos nos ha recibido con ternura sinigual como madre. Por eso, desde siglos hemos invocado el auxilio de Nuestra Señora diciendo:

Sub tuum praesidium
confugimus,
Sancta Dei Genitrix.
Nostras deprecationes ne despicias
in necessitatibus nostris,
sed a periculis cunctis
libera nos semper,
Virgo gloriosa et benedicta.

La Orden de la Merced, al igual que otras religiones, nos ha enseñado a ponernos bajo el amparo de “Nuestra Madre”, con cuanta ternura podemos escuchar tanto a frailes ancianos como a imberbes jóvenes dirigirse a Nuestra Señora como verdadera Madre piadosa y amantísima. Nuestro pueblo ha grabado en su corazón este título y, desde pequeños, los que hemos bebido la sabia mercedaria en sus colegios, misiones y parroquias, la hemos invocado diciéndole: “Virgen Madre de Mercedes, reina de cielos y tierras, en la vida y en la muerte, ampáranos madre Nuestra”.

Hoy nuestro país necesita de la calidez de la madre que cuide nuestros sueños, nos consuele en medio de las aflicciones y nos sostenga en las debilidades, por que con la ayuda de María como Madre podrá hacerse realidad no solo “el sueño de la republica peruana” de la que hablaba Basadre sino el sueño de la nueva humanidad que estamos llamados a edificar, como nos lo pide el Papa Francisco en Fratelli tutti.

La herencia de una Madre y la solidaridad de los hijos.

Finalmente, la profunda lección del Evangelio de San Juan, que hemos leído, nos sitúa como herederos del precioso regalo que Jesús redentor nos concede desde lo alto de la cruz confiándonos a la custodia de María. Muchas cosas podemos decir de este pasaje: el dolor de nuestra Madre, su perseverancia hasta la cruz, la valentía de mantenerse de pie ante la muerte, su maternidad espiritual sobre la Iglesia…

Pero en este día, quisiera que nos fijemos en la solicitud del discípulo amado, que es hecho hijo de María y que la recibe en su casa. Los Padres de la Iglesia nos han enseñado que en San Juan se hace presente todo el colegio apostólico que acoge a la Madre del Señor. Compartiendo la esperanza de María, haciendo suyo su proyecto, pero al mismo tiempo Nuestra Señora acoge el proyecto de esa Iglesia naciente y lo acompaña.

A lo largo de la historia de la Iglesia peruana, esta simbiosis se ha repetido. La esperanza que María ha infundido en su pueblo, el proyecto de un futuro superior para el país, la promesa de tiempos nuevos y mejores, no solo ha movido los corazones de los devotos de Nuestra Madre, sino que ha implicado a los hijos de esta venerable Orden de la Merced.

Cuando se forjaba la independencia del Perú, los hijos de la “Patrona de las Armas” entendieron que “las ideas son tan potentes como las armas” y por eso la Orden de la Merced dio a nuestra patria frailes ilustrados, de gran cultura humanista, comprometidos con el evangelio y con el ideal de patria, como.

• El célebre “ciego de la Merced”, Fray Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (1716 – 1770).

• Fr. Melchor de Talamantes (1765 – 1809). Ideólogo y prócer de la independencia americana.

• Fr. Cipriano Jerónimo Calatayud (1735 – 1814). Miembro de la “Sociedad Académica de Amantes del país”, y colaborador del “Mercurio Peruano”.

Sin embargo, también entendieron que no solo la fe y las ideas podían forjar la nueva república, sino sobre todo a través del compromiso de toda la Orden con la causa. Por eso, un día como hoy hace doscientos años, la Provincia Mercedaria del Perú, se hizo una con la independencia, cuando el Padre Provincial congrega a los frailes residentes en los conventos de Lima y en el Salón Capitular de este Convento Máximo de San Miguel de Lima, celebran la “Junta de Comunidad para jurar la Independencia del Perú” adhiriéndose a la causa libertaria y haciéndose ciudadanos de la nueva nación. 

Al iniciar los días de las celebraciones del Bicentenario, nos volvemos a poner a los pies de Nuestra Madre, para pedir su intervención liberadora sobre su pueblo, para invocar su protección de Madre pero también y sobre todo para pedirle que sus hijos de la familia mercedaria sigan fortaleciendo la fe, como lo hicieron los primeros frailes misioneros,  que Ustedes queridos hermanos iluminen la discusión teológica, humanista y patriota como lo han hecho aquellos frailes que gestaron la independencia, y sobre todo que Ustedes hermanos y hermanas de la Orden de la Merced sigan cuidando un auténtico y serio compromiso con el Evangelio y con este pueblo en el cual se sigue encarnando el Verbo.

Laus Deo

La Celebración Eucarística por el Bicentenario de nuestra Independencia contó con la presencia del Presidente de la República, Francisco Sagasti, así como las máximas autoridades de nuestro país.

La Misa y Te Deum fue presidida por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo. Acudieron como concelebrantes: Monseñor Bruno Musaró, enviado apostólico en representación de Su Santidad, el Papa Francisco. También estuvo el Nuncio Apostólico en Perú, Monseñor Nicola Girasoli; el Arzobispo de Huancayo, Cardenal Pedro Barreto; el Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Monseñor Miguel Cabrejos; y los Obispos Auxiliares de Lima.

A continuación compartimos la homilía de Monseñor Carlos Castillo, en el marco de la Tradicional Misa y Te Deum por el 200º Aniversario Patrio de nuestra Independencia.

Homilía de Misa y Te Deum

¿Celebrar?

Celebrar en medio de los prolongados días oscuros de la Pandemia que aún sufrimos, las dificultades económicas, la falta de empleo, y la tensión social y política que hemos vivido. Es venir a celebrar esta Eucaristía del Bicentenario como acción de gracias.

-Acción de gracias al Dios de Jacob por la Patria que nos ha dado.

-A los héroes y heroínas de nuestra historia, excepcionales, significativos, ejemplos, y de todos los días también, héroes cotidianos que siguen fortaleciendo nuestra identidad.

-Gracias a todos los gobernantes y dirigentes que atendieron al bien común de todos los peruanos.

-Gracias por fin, a todo nuestro pueblo que sufre, cree y espera en la promesa peruana.

También oramos hoy por todos los peruanos, sin exclusión de nadie, llamados todos a salir de nuestro mundo pequeño para para pedirle al Señor que nos abra y hermane. Todos sabemos nuestras responsabilidades y nuestros pecados, nuestras virtudes y defectos para con toda la nación. En esta oración por la Patria buscamos aliento y conversión.

¿Celebrar?

Para los cristianos celebrar no es arrebato pasajero, ni superficial, no es una formalidad, tampoco un tiempo para evadir y olvidar, ni recuerdo anecdótico. Celebrar es “memorial”, [1] es decir, participación en la viva actualización, en una nueva circunstancia de la misma realidad que nos generó y nos regenera: el misterio de Jesús como sacrificio de amor gratuito presente en la historia del Perú de cada época, y por tanto, hoy, inicio de nuestro tercer centenario independiente.

Sentimos más adecuado celebrar también así este Bicentenario, movidos por el Espíritu discreto y profundo, sutil y encantador, sencillo y escondido, y a la vez, revelador desde su discreción, como discreto es el Dios de Jacob que se revela cuando bendice a Jacob y al que cantamos en nuestro himno.

Dos mujeres celebran al Dios cumplidor de su promesa.

La celebración, por tanto, es un encuentro de alegría por un motivo fundamental: Isaías la ve en la luz que brilla al pueblo en su camino de oscuridad, y la compara con una cosecha, con un tesoro encontrado, con la liberación del yugo tirano.

En el Evangelio, María encuentra a Isabel y ambas celebran con cantos el compartir sus pequeñas, y sin embargo, grandes alegrías. Ellas, tocadas por el Espíritu de Dios, reconocen las semillas del cumplimiento de la promesa que Dios hizo a David, y que renueva la promesa a Abraham: la bendición mediante un niño salvador. Todavía no han visto toda la realización de la promesa, pero ya se alegran por anticipado. Se alegran por la semilla depositada en su ser, en medio del ser de su pueblo sencillo y pobre. Así son todos nuestros pueblos humildes, esperan en las promesas, identifican los pequeños signos de su llegada, se estremecen de alegría y se disponen a ayudar en su cumplimiento.

Pero esta promesa se cumplió finalmente con un hecho también sorpresivo pero esperanzador, ver a Jesús por los pueblos marginados de Galilea anunciando la cercanía de Dios que ya reina, y mostrándola con signos de amor desbordante.

Paradójicamente, el mayor signo de ese amor fue notorio, público y a cielo abierto: la muerte de Jesús inocente, crucificado por manos de los poderosos, pero aceptada por Él, como dijo el Papa Francisco en el mes de octubre a nosotros: “no por la fuerza de los clavos sino por su infinita misericordia”, [2] colocándose para siempre en la herida de la humanidad y resucitando para revelarnos que su Padre es un Dios que no se venga de sus enemigos, sino que se coloca en la humanidad herida de muerte, para resucitarla desde cada grieta y cada adversidad.

El Papa Francisco y la promesa peruana.

Por ello, el Papa Francisco en el 2018 que nos visitó, nos recordó que somos el país de la “promesa peruana” que ha de cumplirse siendo espacio de esperanza para “todas las sangres”, recordando a Jorge Basadre y a José María Arguedas.

Hoy, sobre todo, celebramos esa esperanza porque aún somos promesa que puede desarrollar y crecer hacia su cumplimiento, el cual está en nuestras manos, pero primero, ha de estar en nuestra conciencia y en nuestro corazón.

Pero es seguro que será un cumplimiento abierto, sorpresivo, novedoso, capaz de interpelarnos y despertar nuestra imaginación y creatividad. No un cumplimiento predeterminado, prefijado, estrecho, como el que proviene de la espera desesperada de lograr nuestros planes obsesivos, nuestras ambiciones de poder y de dinero. No una espera de lo previsible, más bien una esperanza  esperante siempre fresca y sensible a los desafíos de la realidad, de las hondas necesidades del Otro, especialmente del más frágil, vulnerable y marginado.

Esta esperanza permite rectificar nuestros errores y salir de nuestra cerrazón y empecinamiento. Es la mejor ruta a una felicidad nueva que no solo soñamos, sino que adecuamos al sueño que Dios Padre tiene sobre nuestro Perú.

Ese sueño, la esperanza de Dios y su promesa, es la bendición para todos, la felicidad, que se expresa en el cántico de María que proclama con toda el alma la grandeza del Señor. Porque Él ha mirado su humillación y la hará bienaventurada por las grandes obras de santidad misericordiosa, que vendrá de acoger a Jesús en su seno. Ante todo obrará la justicia, derribando a los potentados, y encumbrando a  los humillados, el bienestar, llenando de bienes a los hambrientos y haciendo que los ricos queden con los bolsillos vacíos. Es decir, los volverá solidarios a todos, siempre acordándose de su misericordia y de la promesa hecha a Abraham, de que todos los pueblos serán bendecidos gracias a su amistad con YHWH.

Esta promesa peruana que nos recordó Francisco tiene inmensidad de héroes anónimos, que día a día construyen el Perú, aún a costa de sus vidas, tanto por ayudar en la lucha contra la Pandemia como por violencias injustificables de otros peruanos. De otro lado, son millones de hombres y mujeres, amas de casa, campesinos, trabajadores, empresarios, todos creativos y dinámicos.

Sin embargo, la disposición a la entrega generosa aún no se extiende totalmente como es necesario al quehacer de nuestra dirigencia.

Queremos honrar en esta misa, la memoria de todos nuestros muertos peruanos durante el tiempo de la Pandemia, los miles que se enfermaron por ella, y los que murieron por diversas agresiones violentas. En especial, queremos hacerlo por el personal de salud, el personal militar y policial, el personal de servicio, que perdieron la vida a cambio de cuidar la nuestra. A ellos estamos agradecidos eternamente como peruanos.

Por eso nos ilumina esta palabra del Papa Francisco a quienes hemos llegado a tener una mayor responsabilidad como dirigentes. Decía el Papa: “A quienes ocupan algún cargo de responsabilidad, sea en el área que sea, los animo y exhorto a empeñarse en este sentido para brindarle, a su pueblo y a su tierra, la seguridad que nace de sentir que Perú es un espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos, no para unos pocos; para que todo peruano, toda peruana, pueda sentir que este país es suyo, no de otro, en el que puede establecer relaciones de fraternidad y equidad con su prójimo y ayudar al otro cuando lo necesita”.[3]

El país y la Patria democratica participativa.

Hermanos y hermanas, compatriotas, una gran oportunidad histórica se nos abre cada vez más. El sentido solidario de la fe nos invita a una enorme creatividad social y política, más allá de las ideologías y programas de parte. Debemos estar atentos a la realidad, y ayudar a resolver los problemas a través del aporte de todos, buscando las más justas y oportunas soluciones. La fe nos invita a soñar juntos, dejémonos inspirar por los mejores anhelos del pueblo sencillo que espera en la promesa peruana.

La fe también nos invita a comprender con lucidez ese complejo proceso de realizar, poco a poco, una Patria solidaria, ensanchando la democracia en forma participativa, que se caracterice por escuchar el clamor provinciano y regional. La Patria es un proceso de amor solidario entre pueblos.

En el próximo quinquenio del nuevo régimen político, las autoridades todas estamos llamadas a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para el fortalecimiento del Perú en su economía y en su democracia, en la salud y en la educación. Superemos divisiones bipolares enfrentadas donde desaparece la confianza, dispongamos nuestras voluntades a afrontar dialogando la concreta realidad social. Ella reclama unidad ante la adversidad, puntos de acuerdo lo más amplios posibles – aunque fuesen provisorios – respecto a los grandes problemas nacionales.

Ninguna entidad política puede sustituir la voluntad ciudadana, sino que está obligada a servirla con fidelidad, y llegar acuerdos teniendo en cuenta como principio orientador el bien común. Estamos llamados a dejar de lado los dos absolutos simplificadores que más nos han afectado en estos 200 años: la ambición desmedida de poder y de dinero. En nuestro himno, no rendimos gran juramento ni a la idolatría del poder, ni a la idolatría del dinero, solo lo hacemos “al Dios de Jacob”, misericordioso y solidario. Él, Padre de todos, nos hace hijos y hermanos. Por ello desde la Biblia podríamos decir que “salvo la fraternidad, todo es ilusión”.

Estamos convocados a la vigilancia ciudadana por el bien común. Ella requiere la participación organizada de todos que garantice nuestra felicidad. Aprendamos a tener paciencia los unos con los otros, y a rectificarnos no sólo de nuestros errores, sino también de nuestros delitos.

Nuestra misión como Iglesia en reforma ofrecida al Perú.

Como Iglesia hemos querido entrar también en un proceso de reforma. Unidos al Papa Francisco, estas reformas implican una conversión de nuestra Iglesia al servicio de las necesidades humanas y espirituales de todos en el Perú.

Nuestra mejor contribución como creyentes es el diseño de una Iglesia sinodal, que consiste en una Iglesia comunitaria abierta, que escucha, cuya forma de gobierno es participativo y dialogante entre todos los creyentes. Ella mora en cada rincón de nuestros barrios y pueblos, abriendo paso a la alegría del Evangelio.

Servir al Perú desde nuestra identidad espiritual, sabemos tiene repercusiones políticas pero en sentido amplio, y no al servicio de ninguna posición particular. La Iglesia también quiere unirse a la causa de la promesa nacional como lo hizo en todos los bastos movimientos regionales y provinciales que por fin terminaron llegando a Lima, que se culminó en Ayacucho y que fueron logrando la Independencia, como cuando Jesús desde Galilea llegó a Jerusalén.

Un amplio proceso se está generando en los pueblos de la tierra y una nueva narración brota desde los sencillos de ella que llaman a regenerar, refundar las bases del mundo en el amor. Estemos atentos a escuchar ese clamor. Actuemos todos con sabiduría, reflexión, prudencia y fidelidad, que ello nos lleva seguramente a la paz. Por eso, nuevamente repitamos con San Pablo: “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable y de honorable; todo cuanto sea virtud o valor, ténganlo en aprecio. Pongan por obra todo cuanto han aprendido y recibido y oído y visto… y el Dios de la paz estará con Ustedes.”[4]


[1] CIC: 1362-1372. Cfr Éxodo 12, 14.

[2] Papa Francisco, mensaje por el Señor de los Milagros octubre 2020.

[3] Discurso de Francisco en el patio del Palacio de gobierno, enero 2018.

[4] (Cf Filipenses 4,8)

En el XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo afirmó que el Señor nos invita a «mirar profundamente los problemas de nuestra realidad» para atender las necesidades de nuestro pueblo, teniendo «la misma mirada y sensibilidad del Señor por lo que sufre la gente». El Primado del Perú hizo un llamado a «desistir de nuestras durezas y de las cosas que no permiten que se comprenda que Dios es amor y solamente amor(…) La paz se consigue con la actitud de Jesús: estando dispuesto a ceder por el bien de los demás» (leer homilía completa).

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Después de aceptar la misión de acudir a las casas de dos en dos para anunciar el Evangelio (ver homilía anterior), los discípulos regresan a Jesús para contarles todo lo que han hecho y enseñado. Según explica el Arzobispo de Lima, este detalle que narra el Evangelio de Marcos (6, 30-34) refleja que nuestra Iglesia, desde sus inicios, se construyó en salida hacia la gente, profundizando las cosas y dedicando espacios para la reflexión. Por eso el Señor llama a sus discípulos a un lugar apartado, para encontrarse con Dios mismo que es la fuente que nos enriquece en el amor y nos permite volver nuevamente a la acción, al servicio: «La Iglesia está en una constante sístole y diástole, se reúne y luego sale. Si solamente hacemos una Iglesia de sístole, entonces nos encerramos y hacemos una Iglesia a la intemperie que no profundiza, que hace muchas cosas pero no está inspirada en el Señor», añadió el prelado.

En ese sentido, Monseñor Castillo señaló que, en un mundo lleno de problemas y contradicciones, el Señor nos llama a reunirnos para erradicar el mal a través de vivir el bien del amor: «La firmeza en el anuncio de Jesús no está en la agresión, en la imposición o en la violencia. La firmeza de Jesús está en la fidelidad al amor, aceptando las situaciones difíciles. Inclusive cuando los violentos se organizan para matarlo, es preferible mostrar el signo más grande del amor, que es la entrega, para que todos sean y la paz se reproduzca».

El Obispo de Lima manifestó que no estamos en una época para construir muros sino puentes, para acercarnos y ser hermanos: «El Papa Francisco ha escrito la ‘Fratelli Tutti’ porque quiere la paz de todos. Por eso ha dicho claramente que toda América Latina está convulsionada y todos los sistemas están crujiendo. Esta semana el hermano pueblo de Cuba está sufriendo el embate de esta situación crítica y formas organizativas de la sociedad que ya ‘crujen’, que no pueden seguir vigentes, hay que hacer reformas. Y tenemos que hacerlas en todas partes, en Perú y en Colombia. Lo están haciendo en Chile actualmente».

En diversas partes de América Latina, nuestro pueblo es como este pueblo sencillo que narra el Evangelio, que cuando ve una pizca de solidaridad, sensibilidad, sigue a los discípulos y acude masivamente. Y todo nuestro pueblo en diversas partes y en distintas formas, está clamando por una reforma. Y eso va dirigido especialmente a quienes dirigimos, a quienes orientamos la vida de este continente, tanto a las autoridades de la Iglesia como a las autoridades civiles. Y eso implica una cosa nueva: tener la misma mirada del Señor y tener sensibilidad por lo que sufre la gente.

Al desembarcar y encontrarse con la multitud, el Evangelio de Marcos nos dice que Jesús tuvo el gesto de mirar profundamente (en griego: eiden). Es decir, no solo vio a la multitud, sino que la apreció y comprendió lo que estaba sucediendo: «Y justamente porque mira profundamente a los problemas de la gente, se le remecieron las entrañas (en griego: esplagniste). O sea, le dolió profundamente que la gente sufriera de esa manera. A eso le decimos en castellano: sintió compasión, sintió misericordia. Y eso es lo que no encontramos en nuestros dirigentes e inclusive en la propia Iglesia, porque somos indiferentes a los problemas de la gente y vamos por nuestro camino», recalcó el Primado del Perú.

Somos amorales cuando hacemos lo que nos da la gana y no pensamos en los demás, cuando no sentimos ni vemos el dolor humano. Y necesitamos urgentemente ver con misericordia, porque cuando se tiene misericordia, cuando se pone atención a los problemas y se responde a los problemas, se atiende a las necesidades y uno sale de sus locuras, de sus pasiones, de sus ambiciones, acepta la realidad y se convierte.

Carlos Castillo aseguró que podemos empezar a perder la fe «cuando creemos que ser cristiano es ‘conquistar el mundo’ para Cristo. Y entonces, sacamos armas inclusive para conquistarlo – Es como ese chiste de Mafalda en donde está una señora con su hijita que llora, le manda un bofetazo y le dice: ¡Paz! Y Mafalda le dice: ¡Alegórica la señora! – Así no se obtiene la paz, la paz se obtiene educando, como hace el Señor»

Alegórica, la señora. Autor: Joaquín Salvador Lavado (Quino)

El Evangelio de Marcos también cuenta que el Señor sintió compasión por la multitud porque estaban como ovejas sin pastor. Ante esto, Jesús se puso a enseñarles largamente, es decir, empleando largo tiempo para acompañarlos, para explicarles los problemas, para comprender las situaciones: «Jesús los educaba, por eso le llamamos maestro, porque nos educa, Él no hace que nos enredemos en nuestras ambiciones, en nuestros sentimientos primarios y nos volvamos todos ciegos. Es un Dios que nos abre los ojos y despierta nuestro corazón, nuestra capacidad de amar», precisó.

En este momento histórico en que toda la humanidad está un poco enloquecida, nosotros estamos llamados a anunciar el Evangelio con sencillez, sin imposición, con pedagogía, con paciencia. Nos dirigimos a todos los seres humanos, inclusive aquellos que discrepan o tienen críticas a nosotros, a todos nos dirigimos para poder construir una Iglesia pacificadora, que incentive el cariño por la gente, la comprensión de nuestro pueblo.

En la homilía de este XV Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, recordó que el Señor nos invita a quedarnos en la casa de los que más sufren, para profundizar en nuestra misión de «hospedarnos en la vida de los problemas de la gente». También dijo que la Iglesia «está para servir, no para imponerse (…) Solamente sirviendo sencillamente, sin estruendos, sin poderes, sin violencias, podemos ir suscitando una capacidad muy grande para acercarnos y espantar nuestros demonios». (leer homilía completa)

El prelado hizo hincapié en la importancia de acudir a los vacunatorios para la pronta recuperación de toda la sociedad: «Por favor, no temamos, la vacuna es algo importante. La gente ha hecho esfuerzos en elaborar algo que sirva realmente para la salud de la gente».

Leer transcripción de homilía – Monseñor Carlos Castillo

Comentando sobre el Evangelio de Marcos (6,7-13), Monseñor Castillo explicó que el Señor quiere que sus discípulos sigan un camino profético en comunidad. Al enviarlos de dos en dos, Jesús les encomienda la misión de situarse en cada casa para acompañar a las personas y levantarlas de sus problemas: «Dios quiso que los profetas salieran del corazón de la vida del pueblo sin necesidad de que tuvieran dinastía, sino que fueran gente del común, porque en la palabra sencilla de nuestro pueblo mora el Señor», acotó.

En ese sentido, el Primado del Perú reiteró la importancia de ser profetas y pastores capaces de recoger el sentir de la vida, especialmente en las situaciones de sufrimiento, en las búsquedas y los sueños de nuestro pueblo: «Nunca el Señor evade las situaciones difíciles, sino que sabe afrontarlas», añadió en su reflexión.

Recapitular en Cristo para suscitar la capacidad de amar en la gente.

El Arzobispo de Lima precisó que estamos llamados a ‘recapitular en Cristo’, es decir, poner a Dios como cabeza para que el mundo se reordene: «Cristo ha venido a contarnos y a vivir con nosotros el amor, para que nosotros también, como prolongación de su Cuerpo, podamos suscitar en la gente la capacidad de amar para que todo pueda recapitularse y unirse».

Hoy el Papa Francisco recordaba que el Sacramento de la Unción a los enfermos tiene su raíz en esta misión que encarga el Señor a los doce discípulos. En esa Unción de los enfermos no está solamente el óleo santo, está también la cercanía, el acompañamiento.

En otro momento, Monseñor Carlos afirmó que Jesús pone prioridad a la misión de espantar espíritus inmundos porque se vivía en una sociedad poseída por la enfermedad y el sufrimiento: «Si bien Dios no nos abandona y el Espíritu del Señor mora en las personas, existen en las sociedades modos de vivir donde se inculca la indiferencia y se abandona a la gente. Acabamos de ver cómo se puede cometer la vileza de entrar traicioneramente y matar a un presidente en Haití, o vemos esos asesinatos horribles que han ocurrido en Canadá por años. Esas cosas son los espíritus diabólicos que nos inundan a los seres humanos a pesar de que Dios nos ha creado a su imagen».

Nos endemoniamos cuando creamos organizaciones, estructuras, modos de actuar, modos de proceder violentos, destructivos, pesimistas, en donde todo aparece perdido y donde no hay ya ninguna esperanza.

Carlos Castillo manifestó que Jesús mandó a sus discípulos en comunidad para recuperar en nosotros la capacidad de ir a la hondura de lo que somos, para aprender a amar inclusive en las situaciones difíciles: «Es verdad que en nuestro país tenemos muchísima hambre, pero como decía Berdaiev: ‘Cuando yo tengo hambre es un problema material, cuando el Otro tiene hambre es un problema espiritual’. Y estamos llenos de millones de problemas espirituales porque todavía no se instala la justicia en nuestro pueblo», aseguró el obispo.

Monseñor Castillo recordó que la misión encomendada por el Señor consiste en hospedarnos en la casa de los desvalidos y llevando poco equipaje: «Los discípulos van solamente con un bastón para no caerse cuando suben a los cerros. Esto es muy importante porque nos recuerda que la Iglesia misionera no se basaba en el dinero, ni estaba viendo cómo hacer para ir a la mejor casa y comer rico».

Finalmente, el Arzobispo de Lima recalcó que la misión de anunciar el Evangelio debe realizarse de manera sencilla y sin imponerse: «No hay que estar, podríamos decir, imponiendo el Evangelio, no somos proselitistas. La Iglesia está para servir, ayudando a que los demonios se espanten. Y no se van a espantar los demonios si agarramos y nos metemos a la casa e imponemos las cosas».

Todos somos a imagen del Señor, nuestra mirada todavía es para adelante, nuestros brazos todavía son para abrazar. Y hechos a imagen del Señor, nosotros hemos de caminar hacia allí.

Monseñor Juan José Salaverry presidió la Celebración Eucarística en honor a los maestros peruanos. El Obispo Auxiliar de Lima encomendó en sus intenciones a los profesores de la Oficina de Educación Católica de Lima (ODEC) y la Asociación de Instituciones Educativas Católicas (AIEC).

Comentando el Evangelio de San Marcos (6,30-34), Monseñor Salaverry señaló que la misión de enseñar de Jesús y que comprendía la explicación de la ley de los profetas en la sinagoga, la explicación del reino a través del lenguaje sencillo con el cual él predicaba y la explicación que él hacía desde su propia vida.

Luego, dirigiéndose a los maestros, el Obispo Auxiliar les recordó la importante misión que ellos cumplen en favor de la educación de los niños y jóvenes: “Esta misión que el Señor les ha ofrecido es una misión sumamente delicada, porque lo más preciado que tiene la sociedad, la Iglesia y las familias, son nuestros niños y jóvenes que ponemos en sus manos”.

En esa misma línea, Monseñor Salaverry remarcó que gracias al desempeño de los docentes es que se puede forjar un mejor futuropara los estudiantes de nuestro país: “Ojalá que estos niños y estos jóvenes que están en las manos de ustedes, aprendan muy bien de ustedes, de esa enseñanza larga con la palabra y con la vida, para que el futuro del Perú no sea un futuro incierto, sino un futuro promisorio”.

De igual manera, el prelado señaló que los docentes han recibido la confianza de Dios para que sean partícipes de su misión profética: “No defrauden la confianza de Dios, de los padres de familia, de la Iglesia, pero tampoco defrauden su propia vocación, porque tal vez el docente en nuestro país no es el más valorado o remunerado, pero el docente que cumple a plenitud largamente su vocación, se siente feliz de hacer lo que le gusta, lo que llena su vida por el bien de los demás”, expreso el Obispo Auxiliar.

Asimismo, Monseñor Salaverry indicó que junto a los maestros, todos los demás miembros de las instituciones educativas, debemos esforzarnos por brindar una educación de calidad: “tenemos que esforzarnos todos, los pastores, los promotores, los padres de familia, los alumnos y los maestros, porque la misión de construir el Reino no la podemos ejercer solitariamente, sino desde la comunión y desde la solidaridad”.

Finalmente, nuestro Obispo Auxiliar, agradeció a los docentes peruanos en nombre de nuestro Arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo. Y deseándoles un feliz día, los alentó a mantenerse “siempre alegres”, porque han recibido el don de la docencia.

En el XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Guillermo Elías, Obispo Auxiliar de Lima, presidió la Celebración Eucarística y reflexionó sobre la dimensión del verdadero profeta: “El verdadero profeta es el que recibe el Espíritu de Dios, por eso, no se vende a nadie, siendo siempre perseguido. Vivir la verdad y vivir de la verdad a la que él está abierto, cuesta de verdad, por eso es dura la misión del verdadero profeta.”

De igual manera, reflexionando sobre la Primera Lectura, tomada del Libro de Ezequiel que narra la llamada profética, Monseñor Elías recordó que en nuestro “se nos ha conferido ser profetas, sacerdotes y reyes, es una experiencia que, a veces, parte en 1000 pedazos a este hombre o a esta mujer de Dios”.

El Obispo Auxiliar reiteró la misión de los profetas y las consecuencias que viven a causa de proclamar la Buena Nueva: “El profeta aviva la Palabra de Dios y es por ello, que son perseguidos, porque no hablan por hablar ni a causa de sus propias ideas, sino por la fuerza misteriosa del Espíritu que los impulsa más allá de lo que es una tradición y costumbre, incluso de lo que debe hacerse”.

Por otro lado, Guillermo Elías profundizó sobre la figura de Pablo, citada en la Segunda Lectura, en la cual relata el Obispo, se aprecia la confesión más humana de Pablo, donde habla de un aguijón punzante, que según los estudiosos del texto bíblico, alude a que podría ser una enfermedad o a los adversarios que Pablo tenía.

Y continuando con Pablo, el prelado comentó que el profeta se muestra en su misión con sus debilidades: “Pablo aparece débil, quiere combatir por el Evangelio que anuncia y por el mismo, su experiencia la percibe en debilidad y los que lo escucharon, también la percibieron. Por ello, Pablo recurre a la gracia de Dios, porque lo hace fuerte en la debilidad, lo hace autoafirmarse, no en la destrucción ni en la vanagloria, sino en aceptarse como es y lo que Dios le pide, construir una pequeña y hermosa teología de la cruz”.

De otro lado, comentando el Evangelio de Marcos (6,1-6) que relata el regreso de Jesús a su pueblo de origen, Nazareth, y donde recibe el desprecio de sus familiares y vecinos, por lo cual no realizó ningún milagro, Monseñor Elías señala que ese momento de crisis entre Jesús y su pueblo se pone de manifiesto por la falta de fe.

“Cuántas veces en nuestra propia vida tendríamos que replantearnos sí estamos en la apertura a las sorpresas, de un Dios que actúa a través de ellas. Sin la apertura, nos decía el Santo Padre, sin ese asombro que produce y requiere la fe, nuestra fe se convertirá en una letanía cansada que, lamentablemente se apaga ante el misterio de Dios que actúa en lo cotidiano y muchas veces en personas sencillas que están a nuestro alrededor, tendríamos que tener los ojos abiertos y el corazón libre de prejuicios para abrirnos a esa novedad”, señaló.

Finalmente, Monseñor Elías, reflexionando sobre la misión profética que Dios le pide a Ezequiel, Pablo y Jesús, nos recuerda que en la fragilidad, Dios nos muestra su Espíritu y nos motiva a ser profetas hoy: “el bautismo nos ha configurado esta dimensión profética, y hoy más que nunca, debemos ser profetas, anunciar la Buena Nueva en casa, en el trabajo, en nuestra vida cotidiana. Recordar que el profeta no debe tener miedo y que costará, porque nadie es profeta fácilmente en el lugar donde viva” como dice Jesús”.

En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, nuestra Arquidiócesis de Lima participó de la Santa Misa celebrada por nuestros cuatro obispos auxiliares: Monseñor Guillermo Cornejo, Monseñor Juan José Salaverry, Monseñor Guillermo Elías y Monseñor Ricardo Rodríguez.

Monseñor Guillermo Elías reflexionó en su homilía sobre la vida de San Pedro: a través de él, vemos en San Pedro al primer Papa, instituido por el mismo Jesucristo dándole las llaves del reino del cielo. Y hoy, al recordar la imagen de Pedro, celebramos la fiesta del Papa y como Iglesia de Lima nos unimos para orar por nuestro Santo Padre que nos pide orar por su pontificado”.

Comentando el Evangelio según San Mateo (16,13-19), Monseñor Elías explicó las características de San Pedro: «un humilde pescador que, con determinación, empezó la edificación de nuestra Iglesia, la cual hoy nuestro Santo Padre también nos llama a seguir construyendo».

Nuestra Iglesia de Lima se une a esta propuesta del Santo Padre y está llamada a vivir con humildad, reconocer en nuestra realidad, las fortalezas y debilidades, para juntos afrontar desde este presente que nos ha tocado vivir.

Guillermo Elías afirmó que la fe de San Pedro, a pesar de sus miedos y dudas, lo llevan a creer ciegamente en Jesús y reconocerlo como Mesías, Hijo de Dios. El prelado indicó que tanto Pedro como Pablo cumplieron su misión en este mundo y ayudaron a levantar los pilares de la Iglesia: «ambos tienen en común el amor radical a Jesucristo, con estilos completamente diferentes, pero con una fe esperanzadora. Comprendamos la autoridad de Pedro y sus sucesores, pero también la libertad de Pablo, ambas necesarias para mantener una Iglesia en novedad, guiada por el Espíritu Santo, aliento imprevisible en un mundo en movimiento”.

Finalmente, el Obispo Auxiliar hizo un llamado a imitar la fidelidad de ambos santos en nuestras vidas: “Qué la fe ciega de San Pedro y San Pablo en Jesús, su entrega total a la palabra, pueda lograr en nosotros, una vida mucho más profunda”.

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