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En este domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia de saber actuar ante las situaciones de crisis sin caer en la desesperación y la cerrazón, apreciando lo bueno que tenemos y desarrollando nuestra capacidad gratuita de amar con entrañas de misericordia: «Todos los seres humanos adquirimos la capacidad de sentir y vivir el don gratuito del amor que, fluida y abundantemente, nos da vida. Ésa es la primera experiencia que todo ser humano ha vivido desde el útero materno y que está en el fondo de nuestro ser para enfrentar cualquier adversidad», dijo durante su homilía. (leer PDF)

Homilía de Monseñor Carlos Castillo – Transcripción.

Comentando el Evangelio de Marcos (13,24-32), que narra la Parábola de la Higuera, el Arzobispo de Lima señaló que Jesús ha venido de forma sencilla entre nosotros para caminar en nuestras vidas y entregarse generosamente a nuestros pueblos: «Jesús muere en unas condiciones tremendas para Israel, que suponían que el cielo se había ‘cerrado’ y no había esperanza. Y Jesús sabe que esa situación continúa antes y después de su muerte, por eso, Él quiere dar aliento a su comunidad, a los discípulos, y a la vez, quiere hacerles una interpelación, un llamado», indicó.

El espíritu de secta nos lleva al endurecimiento del corazón.

Al anunciar que llegará una gran angustia donde el sol se hará tinieblas, la luna no dará resplandor, las estrellas caerán y los astros tambalearán, Jesús está recurriendo a estas imágenes simbólicas para decir que habrá una crisis, así lo explicó Monseñor Castillo: «Todo eso se caerá, dice el Señor, es decir, se caerán todas las ‘estrellas’ que teníamos, tanto las artísticas, las políticas, como las sociales, y el laberinto se apoderará de la gente. ¿Por qué? Porque los seres humanos hemos creado sistemas de vida para favorecer con enormes riquezas a pocos y mantener en pobreza a la gran mayoría del mundo. Este tipo de situaciones llevan a acentuamientos de la crisis y la oscuridad», afirmó.

Oponerse a la vacuna contra el Covid-19, por ejemplo, es una manera de acentuar una crisis, porque puede crear una situación de oscuridad mayor.

El Primado de la Iglesia peruana aseguró que, cuando en el mundo ocurre una crisis, perdemos el sentido y nos desesperamos, endurecemos el corazón: «¿Cómo se acentúan los problemas? Cuando nos volvemos estrechos y no vemos que hay problemas comunes que tenemos que resolver. El espíritu de secta es muy peligroso porque lleva entonces al endurecimiento del corazón, a la desesperación, al acentuamiento de la crisis y a la expansión de la oscuridad».

Aprender a no desesperarnos cuando ocurre una crisis.

En otro momento, el Arzobispo Castillo acotó que el Señor ha querido recordarnos, a través de sus discípulos, que el Hijo del Hombre viene en medio de las tinieblas, es decir, viene a traernos esperanza en medio de la crisis. Y al hablar de reunir a todos sus elegidos, Jesús no se está refiriendo a un grupo de privilegiados, sino a toda la gente que sufre. Por eso es que habla de los cuatro vientos, de norte a sur, de oriente a occidente, desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Y para afrontar las situaciones más complejas, el Señor pone de ejemplo la Parábola de la Higuera. ¿Y qué quiere que aprendamos con esto? A no desesperarnos cuando ocurre una crisis, a contemplar cómo en el corazón de una situación terrible, hay ramas tiernas: «El Señor invita a sus discípulos a observar la ternura, aquella capacidad que tenemos todos los seres humanos, desde lo más profundo de nuestro ser, de amar», recalcó Monseñor Castillo.

La ternura va más allá del empecinamiento y la tozudez de querer hacer las cosas como yo quiero. Tenemos que ir a lo más tierno que tenemos y ayudarnos en las situaciones difíciles, para comprendernos desde lo más profundo del ser.

Todos adquirimos la capacidad de sentir y vivir el don gratuito del amor desde el útero materno.

Este actitud misericordiosa del Señor para enfrentar un camino adverso, nos recuerda al amor materno, generoso, gratuito e incodicional. El Arzobispo de Lima explicó que esta capacidad de ser gratuitos la hemos desarrollado todos desde nuestra primera experiencia en el útero materno: «Desde que estamos en el vientre materno hay una comunicación fluida entre la madre y el niño. Ambos comparten la sangre, el canto y el aire. El niño respira por el aire de la madre, el niño se nutre de la sangre de la madre, y el niño – escuchando del estómago y el corazón de la madre, del exterior – ordena los pensamientos y todos los ruidos en virtud de la palabra y del canto de la mamá», precisó.

Gracias a esta primera experiencia que recibimos antes de nacer, todos los seres humanos adquirimos la capacidad de sentir y vivir el don gratuito del amor que, fluida y abundantemente, nos da vida: «ésa es la primera experiencia que todo ser humano ha vivido y que está en el fondo de nuestro ser para enfrentar cualquier adversidad», añadió el prelado.

Todos debemos de tener un corazón entrañable, entrañas de misericordia, que son las que ha mostrado Jesús en todo su camino, incluso en el momento más crítico. Pudiendo Él vengarse de sus enemigos, decidió morir en la Cruz por ellos, porque tuvo entrañas de misericordia.

En memoria de Inti y Bryan: jóvenes del Bicentenario.

Finalmente, Monseñor Castillo recordó a los dos jóvenes que murieron durante las manifestaciones del 14 de noviembre de 2020, en medio de una fuerte crisis nacional: «Hace un año los jóvenes, desde el corazón más profundo de su ser, desde sus entrañas de misericordia, dijeron: ‘No podemos permitir que el país se vaya al caos’. Y dos ramas tiernas y muchos heridos estaban presentes ahí, y dos ramas tiernas murieron: Inti y Bryan. Ellos nos recuerdan a nosotros la ternura con la cual hemos de actuar. Valentía también, pero sobre todo ternura, cariño por el país», expresó.

Inti Sotelo y Bryan Pintado fueron jóvenes de la calle, de nuestros hogares, de nuestras plazas, jóvenes de la vida cotidiana que quisieron expresar su sentido patrio en la situación difícil que se vivió hace un año. No podemos olvidarlos.

En este Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Monseñor Guillermo Cornejo, Obispo Auxiliar de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde la Catedral de Lima: “Nada es más grande que dar la vida por los amigos, por los suyos, no hay amor más grande. Y eso es lo que hoy día Jesús nos quiere hacer ver cuando se refiere a la pobre viuda que sabe compartir”.

Comentando el Evangelio según San Marcos (12,38-44) que relata la historia de una pobre viuda que entrega las 2 únicas monedas que tenía para vivir, Monseñor Cornejo remarcó la importancia de compartir: «Jesús resalta que lo que dio la viuda vale mucho, no es superfluo, sino lo necesario. La viuda entrega lo que necesitaba, todo lo que poseía para vivir. A ello nos invita Jesús, a ser solidarios, a ser valientes, no tener miedo, confiar, ser humildes, sencillos, generosos e íntegros”.

El Obispo Auxiliar de Lima saludó el gran gesto solidario de todos los peruanos y los empresarios que sumaron esfuerzos para colaborar con la Teletón: «recuerdo ver que una niñita con síndrome de Down junto a su madre llegaron y dieron 20 soles, dieron lo poquito que tenían, llenos de pobreza y lo entregaron. Qué parecida fue esa situación a la pobre viuda, porque ella no estaba dando lo que le sobraba, sino lo que tenía para vivir”, expresó.

Hoy más que nunca necesitamos ser solidarios. No se trata de un tipo de ayuda que nos humille, sino de un compromiso que nos promueva. Hoy más que nunca necesitamos sentirnos iguales.

Monseñor Cornejo hizo un llamado a seguir el ejemplo de Jesús de ubicarnos estratégicamente para mirar nuestra realidad: “El Señor se posicionó en un lugar estratégico y vio la realidad, vio lo que daban los ricos y lo que daba la pobre viuda. Hoy más que nunca necesitamos ubicarnos estratégicamente, para ver nuestra realidad y para poder dar la vida por los demás, no tengamos miedo de dar, no tengamos miedo de servir”.

Finalmente, Guillermo Cornejo recalcó que el Señor nos invita a salir en misión: “No tengamos miedo de dar de corazón, ser generosos, solidarios, vivir el amor, la caridad. Y qué bueno que una mujer tan humilde como la pobre viuda hoy día nos sirva de ejemplo, porque solo si vamos a nuestra realidad queremos cambiar nuestra patria, nuestro Perú, nuestra Iglesia, hagámoslo”.

En la Fiesta de Todos los Santos, Monseñor Guillermo Elías, Obispo Auxiliar de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde el Santuario Las Nazarenas: «El discípulo es aquel que da de comer al hambriento, beber al sediento, aquel que se compromete con el Otro, ése es el pobre de espíritu, quien conduce su amor a Dios y al hermano».

Bajo el lema: ‘Con el Señor de los Milagros, salgamos en misión’, Guillermo Elías recordó todos los gestos que se han puesto en práctica durante el mes de octubre: “El primer domingo los invitábamos a que pudieran entronizar al Señor en sus templos y hogares. El segundo, visitar los hospitales, las cárceles y aplicar la unción a los enfermos. El tercer domingo, celebramos la Eucaristía por nuestra nación, y finalmente, el cuarto domingo, recolectamos víveres para compartirlo con los más necesitados”.

Comentando el Evangelio de San Mateo (5,1-12 a), que relata las Bienaventuranzas, nuestro Obispo Auxiliar hizo un llamado a profundizar en nuestra misión como discípulos de Cristo: “Ser discípulo de Jesús implica buscar la santidad como estilo de vida. Como el Padre de ustedes es Santo, así tendríamos que aspirar también nosotros a la santidad”, indicó.

En ese sentido, el Evangelio de hoy nos coloca entre dos afirmaciones fundamentales: la pobreza espiritual, es decir, que sin Dios no somos nada; y la pobreza material, que toma expresiones, actitudes y voluntades que afecta nuestra vida como creyentes.

Monseor Elías remarcó las actitudes que debemos considerar para poner en práctica las Bienaventuranzas: “Las Bienaventuranzas nos hablan de actitudes fundamentales del discípulo de Jesús y de todo cristiano. El discípulo debe confiar plenamente en Dios, ése es el pobre de espíritu, capaz de compartir el sufrimiento con el Otro, debe tener un trato amable con los demás, querer ardientemente que el reino de justicia se suscite en medio nuestro. El discípulo debe ser misericordioso, es decir, debe tener coherencia, integridad. Este es un camino viable para todos nosotros”, reflexionó.

Al culminar el mes del Señor de los Milagros, el prelado nos invita a meditar sobre las acciones que hemos tomado para mejorar nuestras vida como cristianos: “¿Qué cambios y qué actitudes tendríamos que recordar que son fundamentales? El Reino nos pide seguir esas opciones y convicciones por parte nuestra, los cristianos, en este país, en medio de esta Pandemia que nos viene reportando lo frágiles que somos, pero también lo capaces que somos de provocar vida a nuestro alrededor”.

Finalmente, Guillermo Elías pidió hacer eco y poner en práctica las bienaventuranzas en nuestras vidas: “Las bienaventuranzas nos señalan actitudes básicas e imprescindibles para entrar en la plenitud de Dios. Ellas constituyen nuestra Carta Magna como discípulo. El Señor ha entrado en todos los hogares, ha estado en todos los hospitales, Él nunca falla, somos nosotros los que tendríamos que plantearnos, de verdad, qué ha producido y si soy un bienaventurado, una bienaventurada, de saber que mi vida está en esperanza, porque el Señor está con nosotros”, remarcó.

«Los invito a seguir en misión y permitirle al Señor que siga transformando nuestras vidas y la de nuestro país. Que la fiesta no termine el día de hoy, sino que siga estando en misión, transformando nuestra vida y que el Señor de los Milagros atraiga y siga dando al Perú, la alegría de tener una devoción que ha transformado su historia que hoy, transciende a la nación”.

En este XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Ricardo Rodríguez, Obispo Auxiliar de nuestra Arquidiócesis de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde el Santuario de las Nazarenas: “Amar al otro es aprender a descubrir a Dios en el rostro del Otro, ésa es la gran tarea que tenemos: amar a aquel que nos es inoportuno, amar al que no piensa como yo», reflexionó.

Al incio de su homilía, Monseñor Rodríguez explicó que el Evangelio de Marcos (12,28b-34) nos recuerda que el fundamento de todo es el amor: «Si tan solo nos detuviésemos a pensar en estas 2 líneas – Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo – muchas cosas serían distintas en nuestra vida y en la vida de las personas que nos rodean. Cristo nos viene a decir que el tema del amor es el gran tema de nuestra vida diaria”, expresó.

Cuando venimos aquí al Santuario de las Nazarenas, venimos a ver al Señor, pero yo los invito también a que den un paso más, y no solo vengan a ver la imagen, sino también a escuchar al Señor para saber qué nos quiere decir.

De esta forma, el Obispo Auxiliar, destacó cuatro aspectos para compartir con nosotros: En primer lugar, nos señala que “Jesús tiene al frente a un hombre que busca la verdad en su pregunta. El saber preguntar es fuente de sabiduría y preguntar a Jesús es preguntar para buscar la verdad. Y la respuesta de Jesús que hoy nos dirige, es una respuesta magistral, profunda, que nace de su corazón”.

“Debemos preguntar y preguntarle a Jesús con el riesgo de escuchar cosas que quizás no nos guste, porque el preguntar y el responder va exigir apertura. El que pregunta tiene que tener una actitud de apertura donde sacrifique los argumentos; y el que responde, debe responder con generosidad, con amor”, remarcó.

La Iglesia siempre ha tenido la capacidad de escuchar.

Como segundo aspecto, Monseñor Rodríguez comentó la respuesta esperada que recibe el escriba: “Jesucristo no le inventa, no le dice algo novedoso, Cristo le explica y lo va conduciendo como quien toma de la mano a alguien que aprende a caminar, pero también escucha al Señor. Esto es lo fundamental, escuchar, y la Iglesia está insistiendo en eso, porque siempre ha tenido la capacidad de escuchar”.

El Obispo Auxiliar hizo un llamado a conversar con Dios y contarle lo que nos pasa: “Cuando uno busca un sacerdote, no sólo quiere oírlo, quiere ser escuchado también, y eso es interesante, porque Dios siempre nos escucha aunque parezca que guarda silencio. Cuando percibas que Dios guarda silencio, es porque está esperando que tú hables. El silencio de Dios no es un silencio que ignore, sino aquel que te invita a que tú hables”.

Como tercer aspecto, Monseñor Ricardo recordó la respuesta de Jesús: ¡Escucha Israel! Palabras que nos lleva a hacernos muchos cuestionamientos sobre cómo escuchar amando y amar escuchando:

“Cristo te dice que amas a Dios amando a tu hermano y amas al hermano amando a Dios, no hay otra manera. Hay mucha gente que pregunta: ¿Cómo se conoce a Dios? San Juan te dice “¿quieres conocer a Dios? comiencen por amarlo, porque se conoce amando”. No se puede amar sin conocer, las dos cosas van juntas. Si yo amo a Dios es porque he conocido a Dios», recalcó.

Para amar al Otro, es importante amarnos a nosotros mismos, amar al Otro como te amas a ti.

Finalmente, en el cuarto y último término, nuestro Obispo Auxiliar aseguró que nosotros tenemos las llaves para estar cerca del Reino de Dios: «Cristo le dice al hombre: ¡Ya tienes la llave! La llave es el conocimiento, es decir, ya conoces lo que Dios te pide, ahora ponlo en práctica, no es fácil, pero es posible, no sólo con Dios y con el Espíritu que nos conduce, también es posible con el Otro”.

En la Solemnidad del Señor de los Milagros, nuestra Arquidiócesis de Lima recibió la grata visita de Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y Presidente del CELAM, quien presidió la Celebración Eucarística desde el Santuario Las Nazarenas: «El Señor de los Milagros está en el corazón de la Iglesia, y por eso la Iglesia es el corazón del Perú. Él se ha convertido para nosotros en el ‘faro’ que nos guía», expresó el prelado durante su homilía.

Monseñor Cabrejos envío un fraterno saludo a todos los peruanos que residen en el exterior, y que desde distintas partes del mundo, «llevan en su corazón, en su alma y en su existencia, su inquebrantable devoción al Señor de los Milagros, a Jesús de Nazaret».

El Arzobispo de Trujillo pidió que centremos nuestra mirada en la imagen del Crucificado para recordar que hemos recibido el amor gratuito y generoso de Dios, y por lo tanto, no podemos vivir apartados de ese amor que nos vuelve solidarios: «ay del hombre que vive en soledad, en el vacío y silencio de la existencia humana(…) ay de nosotros si vivimos sin Dios, sin la conexión que nos ha dado y nos da el aliento vital», agregó el representante de la Iglesia peruana.

Separémonos de aquel primer trágico árbol, del árbol del Edén, del orgullo, de la soberbia y del mal, para entrelazarnos al árbol de la salvación, porque “no tiene sentido permanecer solo”, sin Dios, en el vacío y en la nada de la existencia. Sin esta raíz divina no se tiene alimento para vivir.

En otro momento, Miguel Cabrejos explicó que el significado de la cruz, además de ser una expresión del suplicio atroz que padeció Jesús, es también un signo del amor divino, porque en ella se manifiesta «la voluntad divina de no abandonar al hombre a sí mismo, abandonado a su miseria y a su locura pecadora. El amor del Padre se manifiesta con un don, el del Hijo Jesucristo», que no ha venido para juzgar al mundo, puesto que Dios «no desea hacer estallar el juicio sobre el mal de la humanidad; no es un emperador inexorable que quiere aplicar con rigor la justicia», afirmó.

La cruz de Cristo describe la eterna enseñanza de la salvación, encarna el ingreso de Dios en la historia hasta aquella terrible frontera que es la muerte y el pecado, pero para despedazar el encanto perverso del mal y levantarnos hacia lo infinito, hacia la vida, en comunión con El, hacia la luz.

«No existe otra gloria para el cristiano, sino la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, representada en esta sagrada imagen del Señor de los Milagros, gloria de la Iglesia, alma del pueblo peruano y por ello gloria y esperanza de la Iglesia en el Perú», reflexionó el Presidente del CELAM.

La Celebración Eucarística en la Solemnidad del Señor de los Milagros contó con la presencia del Nuncio Apostólico en el Perú, Monseñor Nicola Girasoli, así como los Obispos Auxiliares de la Arquidiócesis de Lima. Después de la bendición final, todos los celebrantes oraron ante la imagen del anda del Cristo Moreno que solía recorrer nuestras calles.

En este Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Monseñor Guillermo Cornejo, Obispo Auxiliar de Lima, presidió la Celebración Eucarística desde el Santuario de Las Nazarenas en Lima: «Hoy más que nunca necesitamos dejar de «ser ciegos» para ver a Jesús en nuestra realidad, en el hermano que sufre, para convertirnos y comenzar una nueva vida con una nueva actitud «, expresó el prelado en su homilía.

Al inicio su homilía, Guillermo Cornejo remarcó el lema que venimos profundizando en esta semana: “Unidos todos como una fuerza”, una frase inspiradora que nos invita a llevar al Señor de los Milagros en nuestros corazones y salir en misión para acompañar a nuestros médicos, enfermeros, sacerdotes, religiosos, voluntarios, y junto a ellos, compartir con los hermanos que más necesitan de nosotros.

Monseñor Cornejo recalcó la importancia de saber acoger a todos nuestros hermanos, especialmente a quienes sufren una dificultad, algún problema de salud o discapacidad y nos pide tener un corazón abierto para acercarnos al Señor.

Comentando el Evangelio de Marcos (10,46-52), que relata la historia de Bartimeo, curado de la ceguera por su gran fe en el Señor. Al respecto, Monseñor Cornejo explicó que todos tenemos la oportunidad de encontrarnos con Jesús sin darnos cuenta, a través del rostro del hermano que necesita de nosotros: «muchas veces eso nos pasa a nosotros, no queremos salir, nos queremos quedar en el borde del camino, en una vida serena, tranquila, sin problemas e intrascendente”, indicó.

El encuentro con Jesús permitió que Bartimeo sienta un cambio de vida, sostuvo Monseñor Cornejo: “grita porque quiere cambiar, y grita porque quiere ser otra persona. Y cuando grita lo quieren hacer callar, empiezan las murmuraciones y hay muchos que se fastidian. Cuando alguien quiere ser coherente con el Señor, hay muchos que se fastidian. Pero él grita y Jesús lo llama, le va a realizar el gran milagro de su vida, va a poder ver, y la vida de Bartimeo va a ser distinta a partir de ese momento”, resaltó.

«El milagro de Bartimeo no es solo un tema de milagros o de salud, sino va más allá: Jesús cambia toda su vida y quiere seguir al Señor de corazón. Y eso es lo que nos falta a nosotros, podemos ver muchas cosas y nos hacemos los que no vemos. Hoy más que nunca necesitamos dejar de «ser ciegos» para ver nuestra realidad, convertirnos y comenzar una nueva vida con una nueva actitud”.

En este mes del Señor de los Milagros, el Obispo Auxiliar de Lima exhortó a que tengamos la disposición de cambiar, renacer, pedir perdón y reconciliarnos, para estar unidos como una sola fuerza y ayudarnos entre nosotros.

“A veces criticamos ciertas realidades, pero no criticamos otras realidades mucho más crudas. Necesitamos ver y ver de verdad, de corazón, no nos hagamos los que no vimos. Bartimeo ya no se quedó dormido, ya no se quedó en el camino, se volvió apóstol, se volvió un mensajero, un anunciador en el nombre del Señor”, afirmó el Prelado.

Desde el Santuario de Las Nazarenas y junto a la imagen del Señor de los Milagros, nuestra Arquidiócesis de Lima dio inicio a la fase de preparación para el Sínodo de los obispos. Durante la Celebración Eucarística, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, explicó que se ha querido inaugurar el proceso sinodal convocado por el Papa Francisco con el camino «procesional» que nuestro pueblo solía celebrar cada 18 de octubre, aprendiendo a caminar juntos y a ser hermanos de la gente: «La salida procesional que solíamos hacer en este día y que no podemos realizar por razones sanitarias, vamos a trasladarla al camino sinodal de salida en misión, para que todos podamos encontrarnos como hermanos con el mundo y ayudemos a la gente, a los pequeños, a los confundidos, ayudemos a reparar las heridas y enjugar sus lágrimas», destacó.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

«Nos reunimos hoy, como lo hemos hecho siempre los días 18 de octubre de todos estos 370 años, porque queremos “cargar” con el Señor en nuestras vidas como Él cargó con nosotros, con nuestros pecados y nuestros males, con su solidaridad, porque Él bajó a la tierra para identificarnos con toda nuestra vida, con todos nuestros problemas», expresó el prelado al inicio de su homilía.

El Arzobispo de Lima explicó que en todos los pueblos del mundo se está viviendo una gran conmoción y un cambio de época que nos interpela: «Estamos avanzando, probablemente, a una nueva forma de vivir que no puede derivarse como consecuencia de la casualidad, porque si todo se deja a la casualidad, no decidimos el futuro que tendremos, no discerniremos ni escucharemos la voz del Espíritu para encontrar esa vida que vendrá. Y en medio de estas situaciones muy complejas de enfermedad, calentamiento global y crisis humana, estamos llamados a discernir aquellos signos interesantes que nos acercan a una humanidad hermana capaz de apoyarse, ayudarse, comprenderse y decidir juntos cómo queremos nuestro planeta».

El Señor vino para los pobres y para los pecadores, o sea, para los más frágiles. El cristianismo, la fe cristiana y la Iglesia, no son un grupo apartado de “puros” que le dicen a la gente: ¡Pecadores, ustedes merecen la condenación! El creyente, la Iglesia, está para salvar, para ayudar, para acompañar la vida del mundo, para comprender y aprender a sanar las heridas de todos.

Monseñor Castillo aseguró la Iglesia necesita escuchar los clamores de la gente para ponernos de acuerdo, de lo contrario, no podremos ser signo de esperanza para los demás.

En el año 2023 habrá la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, donde decidiremos las líneas principales a partir de un camino de escucha y diálogo con los niños, los jóvenes, las amas de casa, las personas con discapacidad, las personas confundidas, inclusive los ateos; porque si no escuchamos, nosotros no podremos responder adecuadamente.

Monseñor Carlos reiteró que debemos esforzarnos en hacer una humanidad fraterna, capaz de resolver juntos los grandes problemas del mundo: «Hemos rezado al Espíritu Santo para que nos acompañe en este camino sinodal, transformando lo que solíamos hacer cada 18 de octubre en situaciones normales: Primero se levanta la imagen del Señor de los Milagros, todos aplaudimos, empieza caminar y lo seguimos. El Señor va por nuestras calles bendiciendo a la ciudad, visitando, sobre todo, a los enfermos de los hospitales, teniendo compasión de nuestras debilidades. Nosotros también estamos llamados a seguir su ejemplo y tener una actitud en salida, siempre en misión», precisó.

Que el Señor se dé a nuestras vidas y lo acojamos para iniciar nuestro gran proceso sinodal con el aporte consciente y responsable de toda la Iglesia a nivel mundial.

«Las bases del verdadero poder son el servicio y el bien común, especialmente a los más necesitados. Y ése es el criterio para construir una Patria llena de esperanza y de alegría, aprendiendo a rectificar en el camino, aprendiendo a dar pasos y a construir nuevas relaciones con todos los que tienen buena voluntad». Con estas palabras de convocatoria a la concertación nacional, Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, presidió la Celebración Eucarística en especial intención por la salud y el bienestar de nuestro país.

Junto a la imagen del Señor de los Milagros, la Misa por la Nación celebrada en el Santuario Las Nazarenas, contó con la presencia del Presidente de la República del Perú, Sr. José Pedro Castillo Terrones; la Presidenta del Poder Judicial, Dra. Elvia Barrios Alvarado; la Presidenta del Consejo de Ministros, Sra. Mirtha Vásquez; el Alcalde Metropolitano de Lima, Jorge Muñoz Wells, ministros de estado y congresistas de la República.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo – Misa por la Nación (leer PDF)

Este año del Bicentenario de nuestra Independencia, celebramos el mes Morado, y allí el día de Oración por la Nación Peruana, esta vez bajo el lema “Hagamos grande nuestro Perú”.

Pedimos a nuestro Señor de los Milagros nos inspire para que la grandeza de nuestra Patria consista, sobre todo, en el don preciado de un corazón grande para amar, que se suscite en cada peruano y peruana, y en todos nosotros como pueblo verdaderamente libre, es decir, libre para amar y servir al bien común, en especial al bien de los mas débiles y marginados.

Pidámosle nos de aquel corazón misericordioso que Jesús, desde la cruz, aceptó la muerte, y no se quedó allí, como dijo nuestro Papa Francisco en el mensaje del año pasado, “por la fuerza de los clavos, sino por su infinita misericordia”, alejando de nosotros la imagen de un Dios que amenaza, y más bien, inaugurando en la humanidad la era del Dios Padre, dador de amor gratuito, por medio de su Hijo que entregó el Espíritu, gracias al cual comenzó hace más de 20 siglos la regeneración de la humanidad, como hija y para hacerse hermana por la fuerza de la fe.

Cuando murió Jesús en la Cruz, la vida de Israel no era fácil, como no lo es nuestra vida de hoy. Tampoco, hoy como ayer, en Jesús “no tenemos un sacerdote incapaz de padecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”.

Su contribución más grande, lejos del sacerdocio de la Antigua alianza fue la ser plenamente sacerdote laico – laico viene de la palabra laós, que significa pueblo – es decir, donante en sacrificio de su vida por compasión y sensibilidad ante el sufrimiento ajeno de su pueblo.

No tiene pecado Jesús, pero eso no lo hace sentirse ni creerse superior, ni actúa mirando desde las alturas del poder y la gloria, con desprecio, la vida del pueblo debilitado, sino que desde dentro de él, sin arrogancia y sin vanidad, se inscribe para podernos acercar sin miedo a Él, confiados, porque nos ama, en especial a los más pequeños.

Podemos acudir alegres a este trono de la gracia que, paradójicamente, es su cruz, ese impresionante trono que levantamos y paseamos por nuestras calles en condiciones normales, y al que seguimos para alcanzar, no sólo el ser perdonados, sino también para recibir la capacidad de perdonar, de amar y tener sensibilidad misericordiosa con todos, y en especial servir a los que más sufren, como dice el texto de hoy, “para su auxilio oportuno”.

Nuestra humanidad peruana está fuertemente golpeada. Las tensiones de una época de crisis global que exacerba los ánimos y nos impulsan a creer machaconamente en nuestras ideas prefabricadas, en nuestros ínfimos y diminutos intereses de grupo, en nuestros mezquinos prejuicios y costumbres, proyectos, planes, ambiciones y estrategias, que nos hacen creernos posesores de la verdad, de la solución, de la luz, y de la salvación, y lo peor, nos impulsan a  imponernos con artimañas, manipulaciones, intrigas, maquinaciones, mentiras, agresiones, e incluso armas; contrastan con el amor del Señor.

En el Evangelio de hoy, los mismos discípulos de Jesús se pelean por colocarse primeros en el poder y se lo piden nada menos que al servidor de la humanidad…Pero como dice Jesús: “no saben lo que piden”.

No es cualquier petición, no es la petición propia de momentos normales en que reclamamos el derecho natural de ser reconocidos como personas dignas.

Los hijos de Zebedeo hacen una petición ambiciosa y desesperada, en medio de una típica situación dramática humana y social, para Jesús y para su pueblo: traman los poderosos, tramaban la muerte de Jesús y el fin de un camino esperanzador.

Las situaciones de crisis desesperan a las personas y desbocan las falsas o locas ilusiones. Y en estas situaciones, surgen deseos desmedidos: dicen los discípulos: “¡Queremos que nos concedas cualquier cosa que te pidamos!”

Jesús escucha lo que dicen, y se pone a su disposición, se abre a comprender la demanda. Cuando Jesús va a entender que sus propios discípulos han sustituido la belleza de la cercanía del Reino del amor, por la ambición del poder político, y por eso, es que desean si medida ser príncipes, y piden sentarse junto al Rey, uno a la derecha y otro a la izquierda, cuando Jesús comprende esto, lo hace porque sabe que en crisis dramáticas, curiosamente, nos emborracha, no el deseo de dignidad para todos, sino el deseo de poder desmedido, absoluto, y marginalizador. Nos creemos dioses. Y somos capaces de anteponer “mi” plan, “mi” ambición, “mi” primer lugar, “mi” programa, “mi” ideología, “mi” grupo, “mi” costumbre, “mi” prejuicio, “mi” carácter, “mi” odio, “mi” deseo, en lugar del bien de todos, y sobre todo, del bien de los mas humillados.

Las situaciones dramáticas, nos hacen perder la cabeza, porque hemos perdido el sentido, el corazón, y por ello también, las razones del corazón, hemos perdido lo elemental, la sabiduría que pedía Salomón a Dios y que estamos llamados también a pedir todos: “un corazón atento para realizar la justicia en tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”.

Los discípulos no pedían este corazón inteligente, pedían con desesperación el poder por el poder.

…“¡No saben lo que piden!”. El primer lugar… para mi….¡No saben lo que piden!

Jesús, que ve la honda locura en que han entrado sus discípulos, los quiere ayudar. Quiere llevarlos al fondo del drama que está ocurriendo para que recapaciten, para que bajen a la realidad.

“¿Podrán beber el cáliz que me están preparando mis enemigos, y el bautismo de sangre que se me viene?”, dice el Señor. Y los vuelve a meter en el drama para que pisen tierra.

El “principio realidad” de lo que realmente acontece dramáticamente, y que tanto ama el Papa Francisco, es un principio para dejar de imaginarnos castillos en el aire, locas ilusiones que nos contaminan, mentiras que nos creemos a ciegas, pretensiones inalcanzables que perseguimos, abolengos que no tenemos, glorias que están solo en nuestra imaginación y amenazan nuestra sensibilidad, nuestra intuición, nuestra creatividad, nuestra poesía y capacidad critica, nuestra lucidez.

Así, en los momentos difíciles de las crisis dramáticas, nos creemos lo máximo, nos obcecamos y despreciamos a los demás. Pero Jesús nos baja de las nubes: ”¡No saben lo que piden!” ¡Han perdido el norte!

Ya en la realidad, caídos de su nube, Santiago y Juan confiesan su voluntad de seguirlo y responden: “podemos”, “podemos beber el cáliz”; “podemos bautizarnos con tu bautismo”. Pedro también le decía: “Te seguiré hasta la cárcel y la muerte”.

Ponen toda su confianza en sí mismos. Esto es solo una promesa sincera y una ilusión también – que a la larga se cumplió porque todos ellos murieron mártires – pero que en lo inmediato no se dio, porque abandonaron al Señor que decían seguir.

Jesús es respetuoso de la intención sincera que le declaran y no se las recrimina. Aquí solamente Jesús les advierte, en una previsión honda, que seguramente era verdad que lo acompañarían tarde o temprano en el sufrimiento solidario.

Pero Jesús desactiva lo mas importante: la loca ambición del poder por el poder, sin sentido y llena de ceguera. Les dice:“el lugar en que piden sentarse ya está reservado”, es decir, llegaron tarde. Y además les dice: “a mi no me toca concederlo, no está en mis manos….”, es decir, ¡Mala suerte!

Esta ironía de Jesús nos recuerda cómo la alegría permite abrir un nuevo camino. El Señor bromea con ellos para ir al fondo. Y Jesús desmonta nuestro afán desesperado porque quiere educarlos, educar a sus discípulos y educarnos a todos y a todas, y más a su Iglesia.

Jesús quiere que no perdamos el sentido de la realidad y nos dirijamos a donde es adecuado y justo ir. No a donde nuestras desesperadas ilusiones nos llevan, es decir, a la locura, al caos.

La cosa es seria porque los otros diez discípulos están en la misma loca ilusión: ¡Estaban indignados contra Santiago y Juan!”, típica disputa de poder. Propio de la situación de crisis dramática es el peligro de la locura generalizada. Y por ello, Jesús la desmonta, y en medio del momento crítico educa con paciencia:

“Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, pues el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, que sea su servidor. Y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea esclavo de todos; que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por la multitud.”

El Señor no nos dice que no pretendamos ser los primeros, pero para servir y no para ser servido. Este camino que Jesús siguió en la Cruz nos sigue recorriendo hoy día en nuestros quehaceres diarios, especialmente en quienes tenemos responsabilidad en el país. Dejémonos interrogar y resucitar por las palabras de Jesús:

“No será así entre ustedes”, mucho más si somos creyentes, pero también eso va para todos. Las bases del verdadero poder son el servicio y el bien común, especialmente a los más necesitados. Y ése es el criterio para construir una Patria llena de esperanza y de alegría, aprendiendo a rectificar en el camino; aprendiendo a dar pasos y a construir nuevas relaciones con todos los que tienen buena voluntad, se irradia la sensibilidad que permite que tengamos un ancho corazón para servir, para amar y para reconstruir todas las heridas que todavía nos quedan en nuestro amado Perú, amado también por el Señor, con la generosidad del Señor de los Milagros.

Que Dios los bendiga, los acompañe y nos acompañe a todos. Amén.

En este Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo explicó que el Señor nos llama a seguir su camino de entrega generosa y gratuita en la Cruz, dejando nuestras mezquindades, tacañerías y egoísmos, dejando nuestra mentalidad de rico para salir en misión al servicio de los demás: «Es difícil que una persona ambiciosa que solamente se mira a sí misma, entre en el Reino, pero es posible entrar al Reino si es que nos dejamos llevar por la gracia de Dios que tiene la capacidad de que abramos los brazos, el corazón y nuestras manos para ayudar al otro. Vivir de acuerdo a esta generosidad gratuita con que Dios nos ha creado es aprender a ser cristianos», reflexionó en su homilía (leer transcripción).

Transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Comentando el Evangelio de Marcos 10,17-30, que narra el diálogo entre Jesús y el hombre rico que buscaba alcanzar la vida eterna, el Arzobispo de Lima indicó que el Señor ha querido caminar con la humanidad para acompañarla, educarla con paciencia y entregarnos una sabiduría que permita cambiar las situaciones para realizar el Reino de Dios en esta tierra: «ésa es nuestra misión, nuestra tarea, pero no es algo que dependa solo de nosotros, sino de cuánto Dios nos ilumine.

Recordando las palabras del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo, Monseñor Carlos aseguró que la fe no es un deber, un hacer para tener, entendiendo que para alcanzar la vida eterna hay que hacer muchas cosas y esfuerzos grandes: «el problema grande es que la fe no depende de nosotros, sino que es un regalo que aceptamos y que nos dinamiza de acuerdo al don que recibimos. Es cierto que nuestra fe depende de nuestra participación, pero primero está el don de Dios que nos vuelve a nuestros orígenes, a la imagen que Dios depositó en nosotros: ser consecuencia de un acto de gracia, de bondad infinita que nos vuelve gratuitos y nos permite compartir nuestras vidas», expresó el prelado.

Uno de los grandes problemas humanos es tender a ser tacaños, porque necesitamos existir y nos preocupamos por nosotros mismos. Eso es razonable, pero llega un momento en el que podemos dejar de mirar más allá de nosotros mismos, y eso es imprudente, porque somos una comunidad y los demás tienen necesidades también. Requerimos, más bien, compartir, salir de nosotros mismos y abrirnos porque el Señor nos creó para el otro.

Acompañamos a Dios en procesión diaria con el hermano que viene a nosotros.

El Primado de la Iglesia peruana afirmó que pese a no haber procesiones en este mes morado por la Pandemia, nosotros podemos acompañar a Dios en procesión diaria con el hermano que viene a nosotros: «también acompañemos a los hijos, a los amigos, al barrio, al país, a los problemas que tenemos, y aprendamos a salir de nosotros mismos. No hay mejor manera de salir del egoísmo que uniendo y acogiendo en nosotros el don gratuito del Señor que viene en nuestra ayuda, el que nos ha creado y es nuestro Padre», destacó.

Hermanos y hermanas, no nos distanciemos de los orígenes que hemos tenido. Hagámonos, más bien, solidarios con todos aquellos que necesitan, porque todos nosotros somos también necesitados, y más vale hermanarnos que separarnos. 

«¿Cuánto de nuestra vida quiere depender de nosotros mismos y cuánto estamos dispuestos a que dependa realmente de Dios? ¿Cuánto es posible que, en cada uno de nosotros, podamos re-cuestionar todo el fundamento de una vida basada en el esfuerzo, pero que no es la última palabra de todo? Y por lo tanto, ¿Cuánto estamos dispuestos los que tenemos y los que no tenemos a cambiar nuestra mentalidad? Los que tenemos porque teniendo, lo acumulamos, lo concentramos en nosotros mismos y nos enriquecemos. Y los que no tenemos porque actuamos con mentalidad de rico y aspiramos a lo mismo: a tener y poseer, de tal manera que es un enfrentamiento permanente de todos contra todos por poseer, cuando en realidad todo lo que tenemos viene de un don que se comparte, un regalo», reflexionó el Arzobispo.

Todos estamos buscando la vida eterna, y no solamente para irnos a la otra vida, sino que esta vida tenga sentido. Y la vida eterna en el Evangelio es el amor, el amor sí es eterno, y el amor gratuito mucho más.

El Señor introduce la categoría del otro, la perspectiva del pobre.

La respuesta de Jesús al hombre rico es la propuesta de un camino de servicio y gran desprendimiento: dejar todo y compartirlo con los pobres. Al decir estas palabras, explica Monseñor Castillo, el Señor introduce en la vida de este hombre la categoría del otro, es decir, la percepción, la perspectiva del pobre. Por lo tanto, seguir el camino de Jesús es salir en misión para centrar nuestra vida en el corazón de los que más sufren: «Jesús lo invita al camino de seguirlo, pero que es seguirlo en el camino de su Cruz, de su entrega generosa, de su no mirarse a sí mismo, sino mirar el bien de los demás», acotó.

«Tenemos un país en donde hay abundancia permanente de pobres por siglos y seguimos teniendo mentalidad de rico, y eso es una cosa grave, no pensar que existen otros más allá de nosotros. Lo digo porque en los últimos meses hemos visto todo este clamor por un cambio en el país, y simultáneamente, hemos visto cómo la ciudad de Lima está concentrada más en una especie de distancia del país, pero no solamente esa distancia es de los sectores más ricos de Lima, también de los sectores pobres, porque cuando se tiene algo ya no se quiere dejar, y entonces pensamos que es mejor que otros no vengan porque nos hacen competencia», recalcó el Arzobispo de Lima.

Toda esta mentalidad egoísta y posesiva nos lleva a un problema muy grande: no da felicidad a todos, no da vida eterna, no da amor y alegría. Por eso, una experiencia profunda como la de Jesús, nos llama a la solidaridad antes de seguir al Señor. Esta capacidad de salir de uno mismo y de no ambicionar, sino de tener una visión más amplia, es la que está en las personas que han sido tocadas por la fe cristiana en nuestro país, como nuestras enfermeras, como cientos de personas anónimas y mártires de la Pandemia.

Desde este domingo 10 de octubre, la imagen del anda del Señor de los Milagros se expondrá en el Monasterio Las Nazarenas para reencontrarse con sus fieles después de dos años. Durante la ceremonia de apertura, Monseñor Carlos Castillo explicó que aunque no podamos reunirnos en procesión, el Señor sigue recorriendo las calles de nuestro pueblo a través del paso de nuestra vida diaria: «Toda nuestra ciudad se estremece y realiza en el corazón de su vida, de sus calles, de sus casas, una actitud de acompañamiento. Y acompañar al Señor es seguir el mismo camino que Él hizo: servir, cuidar, alentar, ayudar y dar esperanza», expresó el prelado.

Nuestro país está urgido de reconciliación, de reencuentro en torno a los problemas más álgidos que tenemos los peruanos y tienen relación con el hambre, la miseria, la injusticia, la enfermedad. Y para eso es que estamos en un camino de conversión.

«Cada año hemos acompañado al Señor de los Milagros, y en un día como este, lo levantábamos para que camine en nuestras calles» – prosiguió el Arzobispo de Lima – «Ahora somos nosotros que venimos a acompañarlo en una procesión personal para salir en misión y acompañar a los que sufren mayores dificultades, especialmente en la enfermedad. Y esto ocurre cuando somos penetrados hondamente por aquel amor que el Señor expresó en su entrega generosa en la Cruz. Podía haberse bajado de la Cruz – porque Él era inocente y murió por los culpables – pero no quiso hacerlo, porque en Dios no hay odio ni injusticia, no hay venganza ni arrogancia, ambición ni rivalidad, Dios suscita en nosotros su amor entregando a su Hijo y entregándonos su Espíritu».

Una procesión personal que nos inspire a salir en misión.

Monseñor Carlos aseguró que es necesario un cambio en nuestra actitud para solucionar los problemas de manera pacífica, teniendo un país estable que no permita que la pobreza siga desarrollándose como una epidemia peor que la Pandemia:

«El Señor viene en nuestra ayuda para alentar y fortalecer nuestra humanidad, porque somos todos hermanos y hermanas, Fratelli Tutti, como dice el Santo Padre. Y por primera vez en la historia de nuestra sociedad, tenemos una ocasión para que el gran cambio del Perú sea un cambio espiritual, con nuevos valores, con las actitudes del Señor, con su generosidad, con su paciencia, tratando de comprender que en el otro – por más que piense como piense y sienta como sienta – hay algo más grande: ser hijo de Dios, reflejo del amor del Padre, capaz de abrirse, de cambiar y de mejorar», resaltó el Primado del Perú.

«Cargar» al Señor de los Milagros con nuestras vidas.

El Arzobispo de Lima reiteró que todos estamos llamados a encontrarnos: «El Señor nos hace encontrarnos, el Espíritu de este amor difundido por nuestra ciudad, por siglos, tiene que dar fruto. Agarrémonos a su Espíritu y a su entrega generosa, y que la imagen nos recuerde lo más hondo que tenemos todos: hemos sido creados para amar como Él amó», precisó.

Ahora vamos a «cargar» al Señor con nuestras vidas, y después, cuando podamos repararnos de esta situación difícil, vamos a vivir la Liturgia de cargarlo ya por las calles, una vez que hemos cargado con todos los problemas que tenemos en el país y los hemos empezado a solucionar.

Finalmente, Monseñor Castillo saludó la iniciativa y la creatividad que tuvieron las hermanas Carmelitas y la Hermandad del Señor de los Milagros para vivir una procesión distinta: «esta será una procesión personal que nos permitirá contemplar el rostro del Señor y mantener una íntima relación de oración, pero que necesita también un proceso de conversión por nuestra parte para salir en misión y ser un milagro para los demás», acotó.

Como se recuerda, desde el 10 de octubre, la imagen del anda del Señor de los Milagros será expuesta dentro del Monasterio Las Nazarenas, en el Salón de Andas, hasta el 31 del mismo mes desde las 7:30 am hasta las 6:00 pm. En el horario indicado, los fieles podrán venerar la imagen del Señor de los Milagros ingresando por Avenida Tacna, siempre cumpliendo las medidas de distanciamiento y bioseguridad pertinentes.

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