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Al llegar el VI Domingo de Pascua, Monseñor Juan José Salaverry, presidió la Celebración Eucarística en la Basílica Catedral de Lima. En su homilía, el Obispo Auxiliar reflexionó sobre la importancia de construir una Iglesia mejor y una sociedad mejor desde la capacidad de escucha mutua y la comprensión de las realidades distintas que nos tocan vivir: «Tenemos que escuchar a los otros y construir comunión desde la escucha, no solamente de la escucha de los que nos dan la razón, sino de la escucha de los que piensan distinto y nos ayudan a contrastar», dijo.

Al inicio de su homilía, Monseñor Salaverry explicó que la lectura del Apocalipsis (21,10-14.21-23), trae como eje central la representación de un sueño, una imagen preciosa de la ciudad de ‘Jerusalén celeste’ que baja del cielo: «De igual manera, cuando nosotros vivimos hundidos en una realidad difícil; cuando somos probados en nuestra fe y esperanza, en nuestra paciencia; cuando vemos que el horizonte es turbio, ¡Qué bien nos viene soñar! El autor del Apocalipsis nos presenta esta visión como un sueño, un sueño producto de la Pascua, un sueño producto de la entrega de Jesús que muere en la Cruz, pero también que resucita para darnos vida», acotó.

A veces vemos una realidad difícil de entender y de vivir, y a pesar de ello, podemos alentar nuestra vida desde el sueño de una realidad mejor, de un mundo y un país mejor, de una Iglesia mejor.

«¿Cómo podemos llegar a construir una Iglesia mejor, una sociedad mejor y un país mejor? Ni la sociedad ni la Iglesia están exentos de división, pero el ánimo de todos los creyentes, de los pastores y de los laicos, debe ponerse en las manos de Dios para entender las realidades distintas que nos tocan vivir», expresó Monseñor Salaverry.

El último sábado 21 de mayo, Monseñor Juan José Salaverry, cumplió un año de su ordenación episcopal como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Lima.

Las decisiones se toman en comunión, escuchando a todos.

En otro momento, nuestro Obispo Auxiliar afirmó que, para hacer realidad el sueño del Apocalipsis, necesitamos promover espacios de escucha que nos permitan entender las realidades nuevas, especialmente antes de tomar decisiones: «Y las decisiones no son unilaterales, las decisiones se toman en comunión, escuchando a los laicos, a las personas que no comparten nuestra fe, a aquellas realidades distintas a las nuestras. Solo así podremos tomar decisiones certeras y eficaces desde el orden de la gracia y de la salvación», precisó.

Aprender a contemplar las realidades diversas.

Esta actitud de escucha y diálogo fue la misma que tuvieron los apóstoles en el Primer Concilio de Jerusalén, una actitud que, según Monseñor Juan José, debemos saber imitar como laicos y creyentes: «Necesitamos aprender a contemplar y visualizar las realidades diversas que componen nuestro país y nuestro mundo; aprender a escucharnos mutuamente, sinodalmente como diría el Papa Francisco, para tomar decisiones adecuadas y que esos sueños se hagan realidad, decisiones para poder vivir de acuerdo al Evangelio y generar fraternidad».

En ese sentido, el Evangelio del día (Juan 14 23-29), nos recuerda que para construir ese sueño del Reino, ese sueño de la Jerusalén celeste, «necesitamos hacer caso al Paráclito». Monseñor Salaverry hizo un llamado a no confundir la paz, que es un don de Dios, con el silencio cómplice de no decir nada para evitar problemas, con la ‘paz’ de quedarnos callados y pensar en nuestros intereses: «La paz que nos viene de Dios, es la tranquilidad de conciencia de haber cumplido con lo que el Señor nos pide, la tranquilidad de conciencia de estar bien con Dios y estar bien con los hermanos; la transparencia de nuestro corazón dispuesto a hacer testigos de la Resurrección», subrayó.

Necesitamos soñar y trabajar juntos, tanto Pastores como Pueblo de Dios, para construir este Reino de justicia y de paz. Pongamos nuestras manos y corazones bien dispuestos para que se haga realidad el sueño de la fraternidad universal, el sueño de una Iglesia más evangélica y más humana, el sueño de la reconstrucción de nuestro país.

La Celebración Eucarística de este VI Domingo de Pascua contó con la participación de representantes de distintas agrupaciones laicales que se reunieron en la II Asamblea Nacional de Movimientos Laicales del Perú.

El último sábado 21 de mayo, Monseñor Juan José Salaverry, cumplió un año de su ordenación episcopal como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Lima.

En el V Domingo de Pascua, Monseñor Guillermo Cornejo, Obispo Auxiliar de Lima, recordó la vida y el testimonio de servicio de Charles de Foucauld, nuevo santo de la Iglesia universal: “Tenemos muy presente a Charles de Foucauld, todo su testimonio, su vida, su entrega y renuncia al mundo como una entrega generosa para dedicarle su vida a Dios y al prójimo, a los pobres, a los que más sufren viviendo situaciones muy difíciles”, remarcó en su homilía.

Comentando el Evangelio de San Juan (13,31-35), nuestro Obispo Auxiliar remarcó el énfasis que pone Jesús acerca del amor: “Cuando entremos en la lógica del amor, si descubrimos que Dios nos ha amado infinitamente para hacernos capaces de amar como Él, sin medida, como dice San Juan: “amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios; el que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”, expresó.

Monseñor Cornejo reflexionó sobre la importancia de vivir en fraternidad, incluso a nuestros enemigos, a los que nos odian o nos rechazan: “Siempre amemos no solamente a quien nos ama, sino también incluso a quien no nos ama. Nuestro Señor nos dijo que la caridad sería la señal en que nos distinguirá, que seremos realmente sus discípulos”, reiteró.

La caridad es perdón; la caridad es comprensión; la caridad es bondad; la caridad es incapaz de negar a otro; la caridad es ser íntegro, es estar siempre atento para prestar un servicio a los demás; la caridad no piensa mal, no habla mal, no quiere mal para nadie ni siquiera para sus enemigos, a los que nos ofenden o maltratan.

De otro lado, Guillermo Cornejo señaló que, a pesar de los momentos difíciles que atraviesa nuestro país, nos falta fe, esperanza y caridad: “Levantemos nuestro Perú y a nuestra Iglesia con amor, con caridad, con fraternidad, siendo íntegros viviendo ese amor que Jesús nos está pidiendo hoy, sin olvidarnos de los que más sufren, de los que están pasando momentos difíciles y de aquellos que han muerto a causa del Covid-19”.

Finalmente, nuestro Obispo Auxiliar de Lima recalcó que sólo con fe, esperanza y amor podremos superar todas las dificultades: “Amar no significa estar aceptando cosas a otros; amar no significa estar aceptando cosas negativas; amar no significa servilismo; amar no significa aceptar las cosas que otros hacen, porque son mis amigos cuando sabemos que es mentira. El verdadero amor es el que viene de Dios y si en nuestra patria hubiera más amor, muchas cosas se resolverían. Necesitamos fe, esperanza y caridad, y vamos a pedir al Señor que se nos dé todo ello con entrega, con humildad y con sencillez”.

Al llegar el IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la misión que debemos seguir todos los cristianos: «anunciar el Evangelio con entrañas de misericordia» en cada situación de la vida, especialmente las más complicadas. En el día que festejamos a nuestras mamás peruanas, el Arzobispo de Lima dijo que toda madre es también Pastora, porque a través de su capacidad generadora de vida, aprendemos que Dios es amor gratuito y que la vida solo tiene sentido cuando somos gratuitos y compartimos lo que tenemos:

«En cada situación difícil, es necesario abrir la posibilidad de que volvamos a las entrañas de nuestra madre y podamos regenerar nuestra vida. Eso es urgente hoy día en la sociedad peruana, en la Iglesia peruana y en el mundo», comentó en su homilía.

Leer transcripción de homilía.

Monseñor Carlos agradeció a Dios por el testimonio de María Agostina Rivas López, nuestra ‘Hermana Aguchita’, servidora y pastora de la Amazonía que fue asesinada en 1990 por un grupo terrorista: «Aguchita, igual que el Señor Jesús, murió porque ella decidió entregar su vida para salvar la de otros. Ella se fue a meter en la boca del lobo en esos años del terrorismo para acompañar a la gente, y eso le costó la vida. Por eso, Aguchita es mártir de la Iglesia, testigo del amor de Dios. Hoy, la Amazonía tiene una santa entrañable», expresó.

Comentando el Evangelio de Juan (10, 27-30), el Obispo de Lima explicó que el Señor se presenta como un Pastor que conoce a sus ovejas y suscita la capacidad de escuchar su voz: «Para ser cristianos, para ser plenamente seres humanos, para tener vida plena y eterna, se necesita ser conocido por el Señor y escucharlo permanentemente», añadió.

Desarrollar nuestra capacidad de ser sinodales. Saber escucharnos y entendernos.

«Esta voz del Señor nos hace discípulos – prosiguió el Arzobispo Castillo en su reflexión dominical – nos hace seguirlo porque escuchamos su voz. Él nos conoce, nos contempla, nos comprende, nos ama y nos llama. María es discípula del Señor porque se dejó mirar y, suscitada por el amor de Dios, caminó siempre según la voluntad del Señor, entregando a su propio hijo».

El Primado del Perú reiteró el llamado del Papa Francisco a desarrollar nuestra capacidad de ser sinodales: «Hemos caminado muy dispersos, cada uno con su carisma, cada uno con su manera de ser, cada uno con sus intereses, pero eso, luego nos dispersa y no nos une. Es importante la vocación particular, pero unida a la vocación de ser una unidad entre todos los humanos, participando todos con nuestra palabra, con nuestro entendimiento», precisó.

Esa idea de que hay una Iglesia en donde unos mandan y otros obedecen, no es como el Buen Pastor que conoce a las ovejas, conversa con ellas, las comprende, las acompaña, las hace caminar juntas y es referencia para todos.

Monseñor Carlos aseguró que la sinodalidad es el camino que trazará el futuro de la Iglesia: «Nos vamos a encontrar con situaciones inéditas y hay que saber consultar con la gente, hay que pedir su opinión. Nos hemos habituado a una Iglesia en donde ‘ya está todo solucionado’ y simplemente repetimos las cosas, pero vamos a un mundo difícil en el que, solamente si conversamos y vamos construyendo juntos, escuchándonos mutuamente y comprendiéndonos, va a ser posible que la Iglesia sea significativa».

La madre también es pastora. Ella nos conoce y nos genera.

En esta misión de anunciar el Evangelio, no podemos olvidar el rol fundamental que cumple la mujer, especialmente la madre: «En la imagen de la madre, tenemos a una pastora que también nos conoce. No hay nadie que nos conozca mejor que nuestra mamá y nos llevó en el vientre. Y ese Señor, que también es Padre y Madre para nosotros, es generador de nuestra vida permanentemente, porque es un Dios que nos regenera», acotó el prelado en su homilía.

Si hay algo fuerte de una mujer, es su capacidad generadora, tan fuerte e importante que Jesús lo tomaba como ejemplo. Él llora por Jerusalén y emplea una fórmula femenina, dice: “Jerusalén, que matas a los profetas, cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a los pollitos”. Es una imagen femenina que es muy importante para nosotros porque todos tenemos esa dimensión generadora que une, que llama a la unidad y no crea divisiones.

En el día que también oramos por las vocaciones en todo el mundo, el Arzobispo de Lima afirmó que la vocación humana universal es ser unidos en el bien común de todos: «La Iglesia, tanto los sacerdotes que van a dirigir la Iglesia sinodal como los laicos, son agentes activos, protagonistas de la construcción de la unidad entre todos», resaltó.

Volver a las entrañas de misericordia para refundar el mundo.

El Monseñor Carlos explicó que «estamos teniendo un mundo, una sociedad y una Iglesia estériles, infecundos y secos», y por eso, necesitamos «volver a las entrañas de misericordia para que todo tenga sentido, alegría y belleza».

Antes de concluir, el Arzobispo Castillo pidió que todos seamos agentes activos y sujetos de evangelización que susciten el amor de Dios el mundo, sin imponerse: «Seamos discípulos y discípulas misioneros para que el amor de Dios se suscite desde la raíz más honda de este mundo y de la humanidad. Es posible un mundo distinto si volvemos a la belleza y grandeza de lo que hemos recibido: el amor gratuito de Dios que viene por la sangre de nuestra madre, por el canto de nuestra madre y por su respiración antes de nacer».

En el III Domingo de Pascua, Monseñor Carlos Castillo afirmó que todos estamos llamados a reconocer a Jesús Resucitado, presente en nuestra historia de manera sutil y servicial: «Tenemos que ir captando cómo el Señor está presente y dejarnos guiar por su mano. Esto es muy importante porque, solamente cuando se tiene esa actitud, no triunfalista, no alharaca, la Iglesia puede crecer, porque el Señor puede ir llenándonos con su Espíritu e inspirarnos a hacer sus obras, sus acciones», reflexionó en su homilía en la Catedral de Lima.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo.

Al comentar el Evangelio de hoy (Juan 21,1-19), el Arzobispo de Lima explicó que el Señor quiere la madurez de sus discípulos, por eso, aparece de manera sutil y servicial para acompañarlos en este nuevo proceso: «Si este acontecimiento no se hubiera vivido, los pescadores se hubieran dedicado únicamente a la pesca y no hubieran ido a pescar hombres», subrayó.

Más allá de la normalidad. La actitud de los discípulos después de la tragedia.

Jesús Resucitado ha querido aparecerse ante sus discípulos de manera incógnita, pero ellos aún se encuentran en la ambigüedad, intentando trabajar con normalidad después de la crisis que experimentaron por la muerte del Señor: «Ellos quieren volver a la antigua normalidad, y el Señor les va a hacer pensar y entender que esto no es posible, porque es necesario emprender algo nuevo. Y para ello, tiene que convencerlos de que su resurrección tiene un fruto», señaló el prelado.

Un eco de la resurrección en los discípulos ocurre cuando el Señor les pide echar las redes a pescar. Aunque no logran reconocer a Jesús, ellos se muestran más obedientes: «Hay signos de resurrección en los propios apóstoles que les han quedado del camino seguido con Jesús, pero ellos no lo saben. El Señor se aparece para hacer consciente lo que está ocurriendo, porque resucitado no es que se ha ido solamente al cielo, sino que está presente en la vida diaria de nosotros, viviendo permanentemente en el corazón de nuestros trabajos, de nuestros esfuerzos, de nuestros dolores, de nuestras crisis y de nuestros pesimismos por tanta tragedia que tenemos todavía hoy», argumentó Monseñor Carlos.

La compañía sutil y servicial de Jesús Resucitado.

La sorpresa de la compañía sutil del Señor contrasta con el lenguaje triunfante y glorioso que presenta el texto del Apocalipsis (5,11-14): “Sentado en el trono, tiene la gloria y el poder”. Es verdad que el Resucitado ha triunfado, pero no ha dejado la forma sutil y sencilla con la que caminó con sus discípulos. Por eso, el Señor aparece desconocido, como un servidor que invita, prepara el desayuno y acompaña.

Jesús está escondido en la historia y nosotros estamos escondidos con Cristo en Dios. Él aparece sutilmente si nosotros nos disponemos a dejarnos llevar por Él. 

Pedro reconoce los límites de su amor y Jesús lo alienta.

En otro momento, el Arzobispo Castillo profundizó sobre la actitud de Pedro, que antes de la muerte del Señor, creyó que Jesús era una especie de líder político que iba a resolver todos los problemas. “Te seguiré hasta la cárcel y la muerte”, incluso proclamó.

«Ahora, los discípulos se encuentran golpeados por la situación y están algo cambiados, reconociendo sus debilidades y errores, aceptando la realidad para dejarse guiar por la mano del Señor y por su Espíritu», explicó el Obispo de Lima en su homilía.

En ese sentido, Monseñor Carlos indicó que hay un diálogo que revela el aprendizaje de Pedro y el reconocimiento de sus límites:

En la primera pregunta, Jesús emplea la palabra ágape: “¿Me amas más que estos?”. Y Pedro responde con otra palabra: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. No es un te quiero con un amor total, sino que, la vida le ha mostrado que su amor es muy pobre. Pedro está queriendo decirle a Jesús que su amor existe, pero que tiene sus límites.

En la segunda vez sucede lo mismo, “Simón de Juan, ¿me amas?”, y él responde: “Tú sabes que te quiero”. La tercera vez es distinta, porque es una nueva pregunta: “Simón de Juan, ¿me quieres?”, es decir, me “fileo”, “¿solamente me quieres?”. Al oír esto, Pedro se entristeció y respondió: “Sí, Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que solamente te quiero”, o sea, que mi amor es todavía muy poco.

La verdadera actitud del cristiano resucitado es reconocer, con realismo, lo poco que somos, lo pecadores que somos. Solamente se puede ser vicario del Cristo en la tierra, responsable de la Iglesia, obispo o clero, si lo hacemos como un servicio humilde y sencillo. Y para eso tenemos que reconocer nuestro límite.

Somos cristianos pecadores, no cristianos triunfalistas.

Finalmente, Monseñor Castillo exhortó a reafirmar nuestra actitud como creyentes y cristianos resucitados, recordando que el Señor está escondido en nuestra historia presente: «no somos supermanes, somos personas que tenemos que ir captando cómo el Señor está presente, y obedeciéndolo poco a poco, dejándonos guiar por su mano», enfatizó.

El Arzobispo de Lima reiteró el llamado del Papa Francisco a vivir un tiempo de la misericordia para llamar a las personas a recapacitar e insistir que la Palabra de Dios puede remover montañas, entrar en la entraña de cada persona y convertirnos en seres que capaces de amar y actuar solidariamente.

Se necesita que todos los sectores del país, desde los más sencillos hasta los más grandes, desde los que tienen una función de ciudadano y los que tienen una función de dirigente del país, todos tenemos que ir cediendo, poco a poco, pero no ceder ante las componendas, tenemos que ceder ante el bien común, y eso supone un crecer y un madurar.

La Celebración Eucarística de este III Domingo de Pascua contó con la participación de Monseñor Alfredo Vizcarra, Obispo de Jaén, quien agradeció los gestos de solidaridad durante la campaña de ayuda humanitaria por el terremoto ocurrido en la región norte de la Amazonía.

En la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a retomar el camino de la gran tradición que nos dejó Toribio y transmitir su legado en las nuevas circunstancias: «En este momento de dificultad de nuestro país, encontremos cuáles son las nuevas formas de servir de la Iglesia y del Clero, cómo diseñamos un modelo que sólo sea servicio y no servirnos de los demás, para hacer de la Iglesia palpitación, sentimiento profundo, vida auténtica y testimonio del Señor, como lo hizo Santo Toribio», reflexionó el prelado durante su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

En el día que la Iglesia recuerda a Santo Toribio de Mogrovejo, Monseñor Castillo afirmó que es necesario aprender y reflexionar en torno a la vida y gestos de Toribio, que supo situarse en un momento álgido de la historia y generar una Iglesia capaz de acompañar a la gente y proponerle formas de vida, con un testimonio cristiano profundo capaz de convencer y generar algo realmente nuevo.

«Evangelizar siempre implica una consonancia con el pueblo, hablando su lenguaje, sus gestos y sus maneras. Y tenemos hoy día un pueblo muy sufrido y diversificado que necesita que le hablen en su lenguaje de sufrimiento y de dolor, para hablarle con esperanza», indicó.

El Arzobispo Castillo recordó que el nombramiento de Santo Toribio se dio en medio de circunstancias trágicas para el país: A fines del siglo XVI, Túpac Amaru I había sido asesinado vilmente en la Plaza de Cuzco, después de ser encarcelado en Sacsayhuamán y llevado a la pena del garrote. Ante esta situación, el virrey Toledo fue retirado del Perú por encargo del rey Felipe II. “Yo te mandé a servir reyes y evangelizarlos, no te mandé a matarlos”, fue el reclamo de Felipe II. En este contexto de crisis, resistencia y desazón, Toribio emerge como la persona indicada para gobernar con criterio y justicia, pero, sobre todo, con conocimiento de la realidad:

«Felipe II buscó no a un cura, no a un obispo, no a un religioso, buscó a un laico, porque, en ese momento, era la persona que mejor podía estar a la altura de la situación. Y, por esa razón, pensó que era mucho mejor que alguien que conociera la realidad y tuviera el criterio y juicio, pudiera gobernar la ciudad y la Iglesia del Perú», narró Monseñor Castillo.

Entre sus gestos más destacados, Santo Toribio fue uno de los principales gestores del Tercer Concilio Límense, el punto de partida para que se normen formas de evangelizar distintas, en las que se promueva la dignidad de los indios: «Tanto Toribio como los propios sacerdotes, eran representantes de la protección de los indios y el rechazo de cualquier tipo de abuso, representantes de la promoción de las personas, para hacer posible que la gente surgiera y se respondiera a la demanda tremenda que se había generado», explicó el Arzobispo.

El Arzobispo de Lima presidió la Eucaristía acompañado de sus obispos auxiliares, el Clero de Lima, los jóvenes seminaristas y el Pueblo de Dios.

La Iglesia evangeliza, no polariza. No poner la religiosidad en piloto automático.

Siguiendo los pasos de Toribio de Mogrovejo, el Monseñor Castillo aseguró que la Iglesia debe persistir en anuncia el Evangelio, no en polarizar o tomar posiciones partidarias que generen divisiones: «Hay que tener mucho cuidado de poner la religiosidad en piloto automático y preocuparnos únicamente en hacer nuestro horario de misa en la mañana, en la tarde y en la noche. Todos sabemos que un sistema así no es capaz de generar algo nuevo, o al menos, lo puede hacer de forma remota», acotó.

Toribio decidió no poner la religiosidad en piloto automático, sino ponerse él como misionero para ir a cada pueblo, sentarse a enseñar, aprender el quechua para hablar con la gente y escucharla, especialmente a la población más indígena.

Carlos Castillo reiteró que Santo Toribio buscó a la gente y no esperó a que vinieran a él: «Cuando buscó a la gente, aprendió a construir formas de Iglesia, por eso fue uno de los santos que más practicó la sinodalidad, no sólo con el Tercer Concilio Limense, sino con todos los encuentros que tuvo a lo largo de su camino», precisó.

Santo Toribio de Mogrovejo supo enraizar la fe en el corazón de la gente por conocimiento directo. Evangelizar siempre implica una consonancia con el pueblo que tienes delante, hablando su lenguaje, sus gestos y sus maneras.

Finalmente, dirigiéndose al Clero de Lima, el Arzobispo de Lima añadió: «Que a nadie le quepa duda de que Jesucristo está pasando cuando están en un hospital, en la parroquia, en el trato de la gente, en la organización del problema de la gente y en la palabra que dicen».

Queridos sacerdotes, entre ustedes tiene que desarrollarse la capacidad de autenticidad más profunda, como así lo quiso Toribio, una Iglesia misionera, una Iglesia espiritual, una Iglesia santa, pero también una Iglesia capaz de dar vida y esperanza a todo nuestro país.

En el II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, Monseñor Carlos Castillo aseguró que es necesario un cambio fundamental en nuestro país y en nuestra Iglesia que atienda el clamor de los pobres: «El Señor abre caminos en medio de las crisis, esas crisis son tanto sociales como personales, e implican, por nuestra parte, siempre considerarlas como una fuente inagotable para salir adelante y para crear. Miremos y toquemos las heridas, aprendemos a creer, inclusive, viendo lo contrario, porque nuestra fe en el Jesús Resucitado y misericordioso es irreversible e inalterable», expresó el prelado en su homilía en la Catedral de Lima.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Comentando el Evangelio de Juan (20, 19-31), el Arzobispo de Lima explicó que Jesús Resucitado ha querido expresar su misericordia hasta en tres ocasiones. Al decir: «Paz a ustedes» a sus discípulos, el Señor se coloca en medio de ellos, es decir, se aparece en medio de la crisis que vivían: «Como ha señalado el Santo Padre en el Angelus de hoy, las crisis no son pecado, son caminos que se abren para poder resolver problemas, porque son puntos de partida confusos para ir haciendo un camino y salir de ellas. Y solo salimos cuando el Señor nos da su paz para enfrentarlas y, curiosamente, nos da su paz mostrándonos sus heridas, aquello que ha sido el fruto más terrible de la crisis, de la tensión, de la agresión, de la mentira», manifestó.

«Esas huellas, esas heridas que dejó, son las que les dan la paz. Es curioso, porque nosotros a veces cuando sentimos necesidad de paz, necesitamos, más bien, estar lejos de todas las heridas y de todos los problemas. Y aquí el Señor los hace enfrentar, conocer y tocar los problemas. ¿Y por qué? Porque detrás de esas heridas, hay el amor infinito de Dios que siempre nos perdona», reflexionó el Obispo de Lima.

Todo cristiano, inclusive con dudas o crisis, también es amado de Dios.

El Primado del Perú indicó que, así como los discípulos tenían sus dudas y temores, es normal que como cristianos pasemos por un momento de crisis o incredulidad. Sin embargo, todos somos amados de Dios: «Todos necesitamos una Iglesia que comprenda que no todo lo podemos conseguir en el primer momento. Es una Iglesia que está, poco a poco, renunciando a creerse un grupo de perfectos y hacer una Iglesia cercana que comparte, también, la imperfección humana, los problemas, las dudas y las crisis», anunció.

La misericordia de Dios es eterna, inconmensurable e infinita. Dios siempre perdona, porque quiere hacernos participar de su amor gratuito, incondicional, sin tantas reglas ni normas. Este es un llamado a que todos podamos crear a partir de sentirnos y reconocernos amados misericordiosamente por el Padre.

En otro momento, Monseñor Castillo señaló que los discípulos, después de ver y tocar las heridas de Jesús, creyeron en lo que había acontecido: «Es bien interesante, porque el Evangelio (Jn 20, 19-31) dice “Porque has tocado, has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Podríamos decir que los apóstoles son los primeros que creen viendo. Nosotros, los que venimos después, creemos en la palabra de ellos y, por lo tanto, creemos sin ver».

Creer viendo lo contrario. Creer contra la corriente.

«Pero hay una generación que comenzó a gestarse durante la Colonia y que sigue hoy día hasta la República, en donde tenemos un modelo de cristiano nuevo. Los cristianos de América Latina, especialmente, los pobres creyentes, los que sufren maltratos, los que sufren agresiones, maledicencias, creen viendo lo contrario hecho por los cristianos. Es una tercera forma de creer, es decir, creer viendo lo contrario», reflexionó el Arzobispo Castillo.

En ese sentido, Monseñor Carlos recordó el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal Peruana sobre la compleja crisis política, social y económica que vive nuestro país: «Los obispos del Perú hemos hecho un pronunciamiento sobre el drama que está sufriendo nuestra nación por falta de sensibilidad humana, en donde los intereses se parapetan entre ellos y se olvidan de la gente sencilla, pero sobre todo, olvidan que están para servir y no para ser servidos», acotó.

El llamado que el Papa Francisco ha hecho para realizar la mejor política en el mundo y superar toda esa politiquería que solamente está llevando a la destrucción de nuestro país, necesita la atención de nuestra parte para salir de esta crisis. Y, por eso, nosotros estamos llamados a creer contra la corriente, a creer viendo lo contrario a lo que podríamos ver.

El Arzobispo de Lima hizo un llamado a salir de los entrampamientos y de los enredos: «Hay una tarea nuestra de ser buenos ciudadanos y, para eso, tenemos que organizarnos como ciudadanos, pacíficamente, pero con la capacidad fortalecida por nuestra fe de inventar juntos soluciones que vayan en el sentido de la solidaridad», subrayó.

Un cambio fundamental que atienda el clamor de los pobres.

Monseñor Castillo se solidarizó con el Cardenal Pedro Barreto, quien en los últimos días fue insultado: «Monseñor Barreto, trató, intentó llamar a una forma de organizar las cosas en donde los mejores ciudadanos pudieran participar y crear mejores condiciones de personas para poder dirigir lo que está pasando y rectificar este caos en el que estamos. Desgraciadamente, ha sido insultado, pero eso es lo de menos, porque sabemos que el Señor perdona y nosotros estamos para perdonar. Pero es necesario que se diga con toda claridad, como lo ha hecho nuestra Conferencia Episcopal, que es necesario un cambio fundamental que atienda el clamor de los pobres, porque tenemos heridas gravísimas que no están siendo solucionadas. Y esas cosas no se arreglan con pequeños consejos o pequeñas conversaciones. ¡No! Se arregla con gente honesta y seria que enfrente las cosas, y que no sea un grupo de personas que, simplemente, se retroalimentan entre ellos», exhortó.

A más de dos años del inicio de la Pandemia, el Pueblo de Dios se congregó en la Basílica Catedral de Lima para celebrar la alegría de la Pascua y el anuncio de Jesús Resucitado. En su homilía, Monseñor Carlos Castillo explicó que, en medio de la situación trágica y dramática que vive la humanidad, estamos llamados a renovar nuestra fe en la resurrección, meditando y profundizando en nuestras acciones a partir del diálogo fecundo entre todas las instituciones:

«La Iglesia debe ayudar a fortalecer la capacidad amante de todos los cristianos del Perú y orientar a anunciar el Evangelio con amor. Tenemos que saberlo hacer sobre la base de un amor y respeto profundo basado en la justicia, para que no sea un barniz lo que anunciamos, sino un testimonio real de que aquí, solucionando nuestro problemas, aportamos a solucionar los de la humanidad», anunció.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

El Arzobispo Carlos Castillo aseguró que, con el acontecimiento de la resurrección, nuestro amor y nuestra esperanza se ha renovado, especialmente después de la injusta condena que recibió el Señor: «En medio de la tragedia que estamos viviendo, sigamos tenazmente basados en la fuerza del Señor para buscar soluciones hábiles que permitan la paz, renunciando a las cosas accesorias y apuntando a lo central: responder a las necesidades de nuestro pueblo, llenar las ollas comunes vacías, ponernos de acuerdo para tener trabajo digno y que no suba el costo de vida», afirmó.

Esta es una tarea, no solamente de los gobernantes, es tarea de todo el pueblo, nuestras familias y barrios, para aprender a conversar, escucharnos y organizarnos.

Comentando el Evangelio de Juan (20, 1-9), Monseñor Carlos explicó que la resurrección fue algo difícil de comprender en los discípulos del Señor, golpeados con el drama de su muerte y enfrentados a muchas situaciones adversas: «Son pocos los que comienzan a recapacitar y a darse cuenta. La esperanza siempre es difícil, pero está escondida en el corazón de las situaciones difíciles, porque están marcadas por el pecado; y el ser humano necesita de la ayuda de Dios para superar situaciones de pecado personal y social, inclusive de pecado mundial», acotó.

El Evangelio de hoy nos permite entender la primera actitud de contrariedad que tuvo María Magdalena al encontrar el sepulcro vacío: «Esta piedra quitada del sepulcro, en vez de anunciarle que Jesús ha resucitado, la asusta y desespera. Entonces echó a correr a contarle a los discípulos la ‘mala noticia’: ¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto! Es decir, ha interpretado las cosas sobre la base de lo primero que vió, con una mirada superficial», manifestó el Obispo de Lima en su homilía.

“¡Se han robado al Señor!”. Es lo que nos pasa a todos los peruanos y a todo el mundo cuando existe algo serio y exageramos las cosas, nos desesperamos, nos angustiamos y decimos las primeras palabras que se nos dan como reacción inmediata.

Por su parte, los discípulos también salen a correr preocupados, como todos nosotros que estamos preocupados por los problemas que ocurren en nuestro país y en el mundo: «El Santo Padre ha dicho que después de una terrible Pandemia de dos años, esperábamos que las cosas pudieran retomarse y ordenarse con paz. Pero algunos ‘Caínes’ han decidido que suframos mucho más, con el dolor de los niños, de las mujeres, de las ciudades bombardeadas, de la cantidad de peregrinos que hay en el mundo. Lo mismo ocurre con nosotros cuando salimos a las calles porque hay una injusticia que se está produciendo y tiene que cambiarse», subrayó Carlos Castillo.

«Ver profundamente» con el alma y el corazón para encontrar a Jesús Resucitado.

Al llegar al sepulcro, se producen distintas miradas en los discípulos, reitera nuestro Arzobispo: «Y estas miradas son muy importantes para aprender a creer, recobrar la esperanza y creer en la resurrección, para ser discípulos misioneros en salida».

Pedro, por ejemplo, entró y vio las vendas en el suelo, mientras que el sudario con el que habían cubierto la cabeza del Señor estaba enrollado, puesto aparte. Cuando esto sucede, la mirada superficial de María Magdalena se transforma, ahora, en una mirada mucho más tranquila. Y Pedro «mira», analiza las cosas, pero eso siempre tiene un problema: es una mirada objetiva y analítica, fría, por lo tanto, Pedro aún no cree lo que acaba de acontecer.

Finalmente entró otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, pero al entrar “vió y creyó”. ¿Qué tipo de “ver” es este? ¿Es un “ver” superficial? ¿Es un “ver” analítico y frío? No, se trata de un «ver profundamente», «ver con el alma y con el corazón» para creer.

Este es el destino de todo creyente: no ser un creyente superficial que se impresiona por las cosas fácilmente, ni uno frío o analítico. El creyente debe dejarse interrogar por las cosas, pero luego, profundizarlas y tomarlas con responsabilidad.

Monseñor Castillo señaló que creer en la resurrección es también una exigencia y una responsabilidad, porque tenemos que comprometernos con la causa de Jesús: «Esto siempre nos cuesta un poquito más, porque somos humanos y frágiles. Y el Señor, que sabe esto, tiene la paciencia de ayudarnos poco a poco a madurar en la fe», precisó.

La Iglesia debe ayudar a fortalecer la capacidad amante de todos los cristianos del Perú y orientar a anunciar el Evangelio con amor. Tenemos que saberlo hacer sobre la base de un amor y respeto profundo basado en la justicia, para que no sea un barniz lo que anunciamos, sino un testimonio real de que aquí, solucionando nuestro problemas, aportamos a solucionar los de la humanidad.

La Celebración Eucarística en el Domingo de Pascua contó con la participación de la Hermandad de la Santísima Virgen del Carmen y el Colegio de Biólogos del Perú.

Vigilia Pascual – Sábado de Gloria (Catedral de Lima).

En el Santuario de Las Nazarenas, se llevó a cabo el tradicional Sermón de las Siete Palabras, con la participación de los sacerdotes de nuestra Arquidiócesis de Lima. A continuación compartimos las frases más destacadas de este Viernes Santo.

Primera Palabra: «Padre, perdónalos porque no saben lo que haces»

Reflexión del Padre César Oré

La primera palabra de Jesús en la Cruz es una invocación a Dios, es una súplica, pero no por sí mismo, sino por los demás. Él es el inocente que se inmola, el sentenciado injustamente con la complicidad de aquellos que tenían que buscar la verdad y la justicia, aquel que calla y no se atrinchera ante sus verdugos, ni tampoco se victimiza.

El rostro de Dios que Jesucristo nos muestra, no es el de un Dios vengativo y justiciero, de un Dios lejano e imponente; es el Dios cercano que se deja ver en los gestos sencillos de amor verdadero, de ternura, de solidaridad, de compasión y de perdón; y que hemos podido ver a lo largo de estos tiempos difíciles que nos toca afrontar.

Aún nos conmueve el dolor humano por el fallecimiento de nuestros seres queridos a lo largo de esta Pandemia, así como las imágenes desgarradoras del sufrimiento producido por la guerra, el desentendimiento, la falta de posibilidades para el desarrollo de los pueblos, el hambre, la miseria, la enfermedad, la desolación, el abandono, la injusticia, la corrupción, la desesperación y el olvido.

Jesucristo no “utiliza” a Dios, ni el nombre de Dios para invocar una violencia que venga de lo alto, como sí se lo insinuaron en un momento algunos de sus discípulos: “Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?” (cfr. Lc 9,54).

No se puede utilizar la religión para justificar la violencia en el mundo, no se puede pretender utilizar a Dios para justificar el odio y la muerte, que tanto vemos a nuestro paso, signos de inhumanidad, signos de oscuridad, de ceguera; no se puede pretender utilizar a Dios para los propios fines y conveniencias: Dios no se presta al juego de la destrucción de sus hijos y de sus creaturas, de aquello que en su bondad nos ha sido confiado.

Una religión sin corazón, sin amor y perdón, es una religión sin Dios, pues “el nombre de Dios es misericordia” (Papa Francisco); el Dios de Jesucristo, el Padre, es misericordia. Jesucristo se abraza a la Cruz tan fuertemente en la entrega generosa de su vida que no puede hacer otra cosa que perdonar viviendo lo que ha aprendido y visto en el Padre, en su Padre.

El perdón que Dios ofrece es gratuito y transformante. Es mucho por lo cual tenemos que pedir perdón a Dios por nuestros pecados, nuestras fallas y limitaciones; somos frágiles sostenidos por Dios y estamos puestos en sus manos.

Vivamos este Viernes Santo como día de perdón desde la profundidad de la vida cristiana que hemos recibido y que quiere ser fecunda a través del perdón, el amor y la misericordia.

Segunda Palabra: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»

Reflexión del Padre Arturo Alcos.

El buen ladrón le dice: «Jesús, acuérdate de mi cuando entres a tu Reino». En el lenguaje de la Biblia, este verbo, acuérdate, tiene una fuerza particular porque es una palabra de certeza y de confianza. Y ante este pedido, Jesús le responde: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

El Señor decidió mirar con misericordia a un hombre que había cometido muchos pecados, un asesino, revoltoso. Pero este buen ladrón tuvo 4 cosas:

En primer lugar, se reconoció pecador como un gran ejemplo de conversión. Dimas sabe que la vida de los tres se va de un modo inexorable. El buen ladrón recuerda la Justicia divina, muy superior a la justicia humana, y como es lógico le invade el temor. Por eso le invita al arrepentimiento al otro ladrón; diciéndole: ¿Ni siquiera estando en el suplicio temes a Dios?

En segundo lugar, el buen ladrón comprende que sólo perdona de verdad el que ama. Y Jesús, en su primera palabra, perdonaba a los que le clavaron al madero. No pide un alivio para el dolor que padece, sino el consuelo del nuevo Reino que Jesús había instaurado.

En tercer lugar, el buen ladrón supo defender a Cristo. Y defender a Cristo significa defender la vida y la dignidad de la persona. La Iglesia Católica proclama que la vida humana es sagrada. Tenemos que defender la vida desde el primer instante de su concepción, hasta el último aliento. Creemos que toda persona tiene un valor inestimable, que las personas son más importantes que las cosas y que la medida de cada institución se basa en si amenaza o acrecienta la vida y la dignidad de la persona humana. Por lo tanto, toda persona tiene un derecho fundamental a la vida y un derecho a todo lo necesario para vivir con decencia.

Finalmente, el buen ladrón supo sufrir y aceptó morir: «Esto me toca a mi porque me lo merezco», es decir, aceptó lo que le correspondía en lugar de proferir insultos como el otro ladrón, renunciando a pelear contra Jesús. Ya en esta vida, la mayor felicidad se consigue en la amistad, porque el ser humano es esencialmente amoroso. En el cielo, la amistad plena y feliz, se da con Jesús Dios y Hombre verdadero, con Dios Padre, con Dios Espíritu Santo, con la Virgen Santísima y con todos los santos. Que asi sea. Que Dios los bendiga.

Tercera Palabra: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre»

Reflexión del Padre Víctor Soliz.

El Señor ha querido fijar su mirada en el discípulo amado y María. ¿Quién es ese discípulo amado? Nos dice la tradición que es el apóstol Juan, pero en realidad ese discípulo amado, esa discípula amada, somos tú y yo hoy día.

¿Estamos recibiendo a María como nuestra madre? ¿La aceptamos como nuestra? Ella, asume en ese momento junto a Jesús, la voluntad del Padre Dios para que se involucre en el misterio de lo que está sucediendo. Y María quiere enseñarnos a ser discípulos de Cristo en cada momento y en cada circunstancia.

Hoy estamos llamados a seguir a Jesus, a seguir a María, a dejarnos inspirar por su Espíritu, a sentir cada palabra del Evangelio y llenar nuestro corazón de alegría. Como buena discípula, María meditaba todo lo que decía y hacía Jesús. En sus actitudes, hay que aprender de sus gestos, hay que aprender de sus palabras.

Cuarta Palabra: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?»

Reflexión del Padre Jaime Llamas.

En mayor o menor medida, todos comprendemos lo que es la soledad o el abandono, así como los efectos que eso puede llegar a tener en una persona. Cuántas profundas heridas a causa del abandono, cuántas vidas heridas por el egoísmo y la indiferencia. Es doloroso constatar que aún hay padres que abandonan a sus hijos, o hijos que abandonan a sus padres ancianos o en necesidad. Es duro reconocer que, en nuestra sociedad, hay tantos que son descartados y a los que a veces no prestamos atención ni ayudamos. Y nuestras indiferencias llevan a algunas personas a dudar de Dios o a sentirse abandonados de Él.

En labios de Jesús la frase: “Elí. Elí, lamá sabaktaní” que traducimos como “Dios mío, Dios mío. ¿por qué me has abandonado?” no es una frase que manifieste falta de fe, ni mucho menos una ofensa a Dios. Hay que considerar que, por una parte, el Señor Jesús expresa el sentimiento que lo embarga en ese momento, con ese dolor físico y moral indescriptibles, pues estaba cargando con las culpas de los hombres y mujeres de todos los tiempos. Pero también con esta frase, representa a la humanidad sufriente y abre para ella una perspectiva de esperanza.

Por ello, no dudemos ni reneguemos de Dios en la tribulación. Más provecho espiritual sacaríamos al tomar conciencia de las muchas veces que los seres humanos abandonamos a Jesús para ir tras falsos dioses. En verdad, cuántas veces sustituimos a Dios al hacernos ídolos: el dinero, el desenfreno, el hedonismo, etc. Esa toma de conciencia de nuestros abandonos a Dios puede ser el inicio de una sincera conversión. En la Cruz, Jesús también experimentó nuestros injustos abandonos, sin embargo, nos sigue amando hasta el extremo y llamando a volver a Él.

Quinta Palabra: «Tengo Sed»

Reflexión del Padre Dionicio Alberca.

No se trata simplemente de la sed de un hombre crucificado que está a punto de morir, sino del último deseo del Dios hecho hombre, la Palabra hecha carne que puso su moral entre nosotros. Jesús tiene sed de hacer de este mundo el Reino de Dios, Él tiene sed de restablecer la comunión con Dios y la comunión entre los seres humanos.

Se ha exigido tantas veces – y se continúa exigiendo – que todos se laven las manos para no ser contagiados por el Covid-19, pero mucha gente no tiene agua para satisfacer sus necesidades básicas, y tiene que comprar el agua a precios exorbitantes. Nuestro pueblo tiene sed de un clamor que lamentablemente aún no es atendido, pero también hay otros tipos de sed que están a niveles más profundos y que se ignoran en todos los ámbitos de la vida.

Ante la crisis política, económica y moral, tenemos sed de bienestar, sed de justicia frente a una cultura del descarte y de tanta desigualdades, sed de paz en un mundo que se desangra por la violencia y la guerra, sed de asistencia médica gratuita y de calidad, sed de vivir con la dignidad de ser seres humanos e hijos de Dios.

Es necesario discernir los tipos de sed que tenemos como sociedad y como Iglesia de Lima. Todos tenemos sed de alegría, tratamos de evitar el vinagre de la amargura del odio y del rencor. Y para ello, es necesario hacer el discernimiento de la realidad para descubrir la voluntad de Dios. ¿Qué nos pide el Señor ante las necesidades y aspiraciones de nuestro pueblo? La sed de Jesús nos compromete a satisfacer la sed de nuestro pueblo sufrido.

Sexta Palabra: «Todo está cumplido»

Reflexión de Fray Rafael Hurtado.

La muerte de Jesús representa también un acto de amor y de amistad por nosotros, especialmente por sus predilectos, los pobres, los excluidos, los migrantes, los pecadores. Elevado en la Cruz, Jesús muere amando, obedeciendo y confiando en la voluntad de Aquel que le ha enviado.

Al término de su vida, Jesús entendió que debía morir para dar vida, entregándolo todo para ganarnos a todos y confiar en su Santa obediencia a la voluntad del Padre. Jesús nos enseña que vivir no significa pasar por encima de los obstáculos, ni mucho menos al término de nuestra existencia, ganando el mundo entero con todas sus apetencias. La confirmación de nuestra misión en la vida, como en la de Jesús, consistirá aún aceptar la vida del Padre eterno.

Jesús cargó el pecado del mundo sobre sus hombros, y las faltas humanas cayeron sobre su cuerpo. Por eso, la plenitud y la consumación de nuestro Señor Jesucristo fue el amor total y completo que nos dio y dejó al mundo entero.

Con sus últimas palabras, Jesús nos ofrece la continuidad de su misión en clave de minoridad y salvación. Él nos insiste en despertar del sueño torpe e ilusorio al que la modernidad individualista y egoísta nos inducey fuerza a creer. Ahora es tiempo de consumar nuestra misión siguiendo a Jesús.

Séptima Palabra: «Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu»

Reflexión del Padre César Mesinas.

Con su última palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, el Señor está afirmando que ha cumplido con su misión, ha hecho lo que tenía que hacer y cumplido con el encargo que el Padre le dio. El Señor ha dado la vida por todos, ha muerto por el bien de todos, y ahora, se dispone en las manos del Padre.

El Señor, a través del sacrificio de su vida, nos ha dejado muchas enseñanzas. Nosotros estamos llamados a aprender a ser como Jesús, a imitar sus gestos y sus actitudes, a recorrer sus mismos caminos, a ir de pueblo en pueblo para anunciar el Evangelio.

La respuesta de Jesús antes de su muerte, debe ser también la nuestra. Algún día nos tocará partir, porque todos tendremos que morir, no sabemos cuándo, unos antes, otros después, algún día tendremos que dejar esta historia. Lo mejor que nos podría pasar es que, cuando salgamos de este mundo hacia el encuentro con el Padre, podamos decirle al Señor, a nuestro Padre Dios: “¡Misión cumplida!”, porque en la rendición de cuentas nos van a preguntar qué hemos hecho con nuestra vida. No nos van a preguntar cuánta plata teníamos o qué ropa usábamos, la pregunta principal girará en torno a lo que hemos hecho en esta vida, cuánto hemos hamado y si hemos logrado cumplir con nuestra misión en el mundo.

Que esta Semana Santa nos ayude a todos a crecer como cristianos y a ser más efectivos en el cumplimiento de la misión que nos toca realizar. Amén. 

Monseñor Carlos Castillo presidió la Celebración de la Cena del Señor e imitó el gesto del Señor de lavar los pies a sus discípulos. Este año, el grupo representativo estuvo conformado por nuestros jóvenes de la Pastoral Juvenil: «El Señor se ha querido poner en el corazón de los jóvenes, de los servidores(…) Los jóvenes de todo el mundo están queriendo algo realmente nuevo, y eso nuevo el Señor lo viene a traer», expresó el prelado en su homilía.

Homilía de Monseñor Castillo (Leer transcripción)

La Basílica Catedral de Lima se llenó de la alegría y el espíritu de los jóvenes, elegidos para participar en el Lavado de los Pies. Comentando el Evangelio de Juan (13, 1-15), el Arzobispo de Lima explicó que el Señor nos invita a todos a ser servidores por medio de la institución de la Eucaristía y el Lavado de Pies, dos gestos diferentes pero que esconden el mismo significado:

«Hoy día, como cada año, cuando celebramos este rito de la Última Cena, celebramos también el recuerdo de la consagración del Cuerpo y Sangre del Señor mediante las formas del pan y del vino, pero introducimos esta pequeña ceremonia del Lavado de los Pies, que significa el punto de partida concreto de lo que es la Eucaristía: compartir el pan y servir con el mismo camino de sencillez gratuita y generosa de tantos servidores, de tantos inocentes, de tanta gente que sufre y que sostiene el mundo con su trabajo, pero que no es compensada por el egoísmo humano», reflexionó el Obispo de Lima.

Es posible cambiar el mundo en favor de toda la humanidad.

En otro momento, Monseñor Carlos aseguró que estamos al borde de un cambio completo de época, y son los jóvenes quienes van a heredar este mundo marcado por la desgracia y la ambición del poder: «Tenemos que transmitir el sentido que la Iglesia tuvo desde su origen para salvar al mundo: el servicio», reafirmó el Primado de la Iglesia Peruana. «Si nosotros tenemos la desgracia de no poderles entregar un mundo mejor, por lo menos les entregamos lo que luchamos como creyentes, como testigos del Evangelio en este mundo, para que ustedes mantengan la esperanza y la expectativa de que hoy es posible cambiar el mundo en favor de toda la humanidad, en especial, de los más necesitados», precisó.

El Señor ha venido a lavarnos para que nosotros aprendamos a lavar a los demás. Él nos ha querido enseñar que los primeros están para servir a los últimos.

El Arzobispo de Lima afirmó que, para comprender a Dios, únicamente necesitamos comprender el misterio de su amor gratuito y generador de vida: «Dios decidió crearnos a nosotros, al mundo, y decidió anonadarse para que existiéramos. Por eso decimos que hemos sido creados de la nada, porque Dios se anonada como la madre cuando tiene que parir al hijo, y cuando tiene que llevarlo en su seno; se anonada para que el otro sea. La lógica de la vida es el servicio, anidar al otro para que sea», subrayó.

El amor verdadero es el amor que deja existir, promueve, retira sus propios intereses y renuncia a sus propios poderes.

El grito solidario de un pueblo que clama justicia.

Antes de finalizar, Monseñor Castillo se pronunció sobre las manifestaciones en todo el país para pedir justicia por el caso de una menor de 3 años, víctima de secuestro y abuso en la ciudad de Chiclayo: «Los gritos que escuchamos en las calles, son gritos de solidaridad y de exigencia, de clamor y de justicia en favor de una pequeña niña. Estas cosas terribles y monstruosas que ocurren en nuestro país necesitan ser radicalmente corregidas».

Este Jueves Santo, Monseñor Carlos Castillo presidió la Santa Misa Crismal acompañado de los obispos auxiliares, el Clero de Lima y el Pueblo de Dios. También estuvo presente Monseñor Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico en el Perú.

Durante su homilía, el Arzobispo de Lima recordó que la renovación de las promesas sacerdotales debe inspirarnos a dar un testimonio del Señor con creatividad, sin miedo, sabiendo anunciar el Evangelio en las situaciones concretas de nuestra realidad para repensar nuestras ideas y orientaciones en favor de que el mundo se convierta en un mundo humano, como lo quiso el Señor, a imagen y para semejanza suya. (leer transcripción de homilía)

Homilía de Monseñor Carlos Castillo (Transcripción).

Después de dos años de Pandemia, nuestra comunidad del Clero volvió a congregarse en la Basílica Catedral de Lima para participar de la Misa Crismal. Comentando el Evangelio de Lucas (4,16-21), Monseñor Castillo explicó que el Señor ha querido empezar su ministerio entrando a la sinagoga de Nazareth y respetando las condiciones de religiosidad y creencia que los hebreos tenían en ese momento sinagogal: «Jesús entra en medio de las costumbres de la vida del pueblo y enseña que su misión se tiene que dar en el ‘hoy’, en las situaciones concretas. De igual manera, hemos de anunciar en el ‘hoy’ de las circunstancias difíciles del mundo, el Evangelio, la buena noticia de que Dios nos ama y es la Gracia que salva a la humanidad.», acotó.

Situar nuestro ministerio sacerdotal en las personas, como lo hizo Jesús.

El Arzobispo Castillo afirmó que todo ministerio sacerdotal pasa por una exigencia muy grande: «Está llamado a situarse otra vez, no solamente en los tiempos, sino en las personas. Si el Señor fue enviado a anunciar el Evangelio a los pobres, tenemos que reconocer dónde están esos pobres, qué esperanzas tienen, qué sueños, qué dolores, qué maltratos, qué enfermedades, qué situaciones complicadas, qué violencia, qué procesos destructivos, pero también qué alegrías, qué esperanzas, qué ensueños, qué proyectos», reiteró.

En ese sentido, el Obispo de Lima destacó el gesto que ha tenido el Papa Francisco para que en el próximo Sínodo de la sinodalidad, sean los pobres de la tierra quienes puedan expresarse.

Todos estamos llamados a detectar esas nuevas periferias y cegueras de las cuales hemos de salir, para repensar nuestras ideas y orientaciones en favor de que el mundo se convierta en un mundo humano, como lo quiso el Señor, a imagen y para semejanza suya.

Monseñor Carlos aseguró que estamos llamados a colocarnos en la entrada de misericordia del Señor: «El Señor está clavado allí para que comprendamos que cada uno de nosotros somos obra de la misericordia. Y en nosotros, la misericordia y el amor entrañable, es posible siempre, es posible hoy».

Practicar un ejercicio de la presencia de Dios en el hoy.

En otro momento, el Arzobispo de Lima indicó que los ritos y las repeticiones en la Iglesia no son para volver a un pasado, sino para construir un futuro y volver al sentido hondo: «Los cristianos no somos pasadistas, somos tradicionalistas. Y la tradición significa el ejercicio de la presencia de Dios en el hoy, para continuar construyendo la tradición y transformando el mundo, y también creciendo, como el Señor, en estatura, sabiduría y gracia, haciendo madurar nuestras vidas y las de nuestro pueblo; no aniñar el pueblo con repeticiones que no son capaces de intuir y de hacer despertar a las personas, a su consciencia y a su responsabilidad», precisó.

Continuar el camino del sacerdocio con libertad y entrega generosa.

Dirigiéndose al Clero de Lima, Monseñor Castillo hizo un llamado a participar con el corazón de la renovación de las promesas sacerdotales y aceptar continuar este camino con libertad y entrega generosa, disponibles a que el Espíritu nos hable para responder bajo su inspiración: «El Papa les ha dicho a los sacerdotes de Roma que es necesario salir de una cierta ‘mundanidad espiritual’. Ciertamente, tenemos que hacer todavía un combate espiritual porque hay muchas tentaciones en el día de hoy, como el funcionalismo y el pragmatismo, pero que son cosas que, si nosotros profundizamos en la abundancia del Espíritu, van a salir poco a poco. Ésa es la mejor manera de salir de las tentaciones. Evitemos el pelagianismo de que, flagelándonos, arreglamos todas las cosas», subrayó el prelado.

Demos testimonio del Señor con creatividad y frescura, sin miedos, confiados plenamente en el Dios que nos ama.

Central telefónica
(511)2037700