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Al llegar el III Domingo de Adviento, Domenica Gaudete (Domingo de la Alegría), el arzobispo de Lima hizo una exhortación a «dejarnos inspirar en el Espíritu del Señor» y «ser renacidos del amor de Dios» para proponer las soluciones que necesitamos en nuestro país y nuestra Iglesia.

«Es el año del hermanamiento nacional. Si no hay soluciones inspiradas, el ser humano tiende a construir construcciones desesperadas, y la única manera de salir de la desesperación es calmarnos en la Paz del Señor que, entregado en la Cruz y desde Niño, nació siempre en la pobreza y no temió a asumir la pobreza, el despojo, el horror, las dificultades, porque viene de parte de Dios a decirnos que Dios está con nosotros y no nos abandona», comentó en la homilía dominical.

Leer transcricpción de homilía del arzobispo de Lima.

Monseñor Carlos Castillo inició su homilía recordando que se acerca el día en que el Señor se hizo carne en María y nace para todos nosotros para llenarnos de alegría y de esperanza. «Toda la humanidad está llamada a ser salvada en el Señor porque Dios nos creó a su imagen, nos creó para ser semejantes a Él, y nos creó, entonces, para gozar de la alegría de su Reino a toda la humanidad: creyentes y no creyentes, extraños de otras religiones, personas que no conocen al Señor e, inclusive, todos los que cometen delitos y males. Todos somos llamados a ser renacidos del amor de Dios», afirmó.

El Primado del Perú explicó que, en este Tiempo de Adviento, debemos adorar al Señor y recibirlo a través de cada acontecimiento de nuestra sociedad, porque «el Señor está escondido dentro de nuestra historia, nace pequeño e insignificante. Hay signos que se realizan en donde el Señor está adelantando su Reino, haciendo posible que, en los gestos de solidaridad, de apertura de las personas, en la atención a los problemas fundamentales de su vida, esté ya presente Dios… ¡Y es por dónde hay que comenzar!», resaltó.

El arzobispo Castillo hizo un llamado a centrar nuestra vida en los momentos difíciles, en la solidaridad, en la unidad, en el servicio a las personas que más sufren. «El Señor ha venido para dinamizar nuestro catolicismo, para salir a servir en todas las circunstancias en que vivimos y vivir la alegría por anticipado», señaló.

Dejarnos penetrar por el Espíritu del Señor.

Monseñor Carlos meditó sobre el Evangelio de Mateo (11, 2-11), que nos habla de Juan Bautista y la situación convulsionada que se vivía. Mientras estaba en la cárcel, Juan envió a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?».

¿Por qué dudaba Juan? «Porque todo ser humano que es trejo, que es sincero y que es a carta cabal, es decir, una persona ética, siempre corre el riesgo de construir todo sobre la base de su propia decisión. Esto es importante, pero no es suficiente. Tenemos que dejarnos penetrar por el Espíritu del Señor que permite ir saliendo adelante en las situaciones difíciles, y que es el que necesitamos para inspirarnos en diversidad de soluciones», reflexionó.

Reconocer nuestros límites y purificarnos de todos los males que tenemos.

El arzobispo reiteró que Dios suscita en Juan al precursor de su Hijo, al precursor del Mesías. «Juan el Bautista se dedica a decir que, en medio de la situación difícil, primero, es necesario que todo el mundo reconozca el límite que tiene. Y esto es lo que todos tratamos de hacer en la situación difícil que vivimos hoy: reconocer la culpa que tenemos de los problemas que hay, empezar a purificarnos de todas las cosas y males que tenemos. Esto necesita hacerse porque es una condición importante para, verdaderamente, recibir al verdadero Mesías», indicó.

Personas trejas en la Iglesia para evitar un «catolicismo flojito».

El obispo de Lima destacó la actitud responsable de Juan Bautista, «un ser humano trejo capaz de enfrentar las cosas con lucidez». De igual manera, «necesitamos esas personas trejas en la Iglesia para sacarnos de encima un catolicismo flojito, un catolicismo permanentemente miedoso de afrontar los problemas. Ese catolicismo que nos dice: “Sí, yo soy católico, pero mejor no confieso mis pecados porque no quiero que se enteren”. Y tapa, tapa, tapa… tú me tapas, yo te tapo. También los católicos somos así. Y eso, ¿qué cosas genera cuando yo me tapo y tú me tapas? Corrupción, esconder las cosas y no enfrentarlas, no mirar cara a cara nuestros problemas», precisó.

Como católicos, tenemos la primera tarea de invitar a reconocer los límites que tiene nuestra vida humana para aprender a ser sinceros. Nos hemos habituado, enormemente, a un catolicismo de encubrimiento porque nos hemos acostumbrado a un catolicismo en que falta la reflexión, en que falta la sabiduría.

El prelado aseguró que «el verdadero catolicismo se vive a rostro abierto, a corazón abierto. Por eso, Juan Bautista fue muy importante para la Iglesia, y la Iglesia lo hizo santo católico, santo cristiano».

A los Misioneros Identes y la Hermandad de la Virgen de Guadalupe (Rímac).

En la Apertura del Centenario del Nacimiento de Fernando Rielo Pardal, Monseñor Castillo se dirigió a los Misioneros Identes para agradecerles por su testimonio de servicio. «Ustedes son testigos de Cristo. Que Dios los bendiga, los acompañe y los haga también “misioneros vayantes”, para que vayan por el mundo y por el país anunciando el Evangelio», dijo.

Dirigiéndose a la Hermandad de la Virgen de Guadalupe, formada en la Iglesia San Lázaro, el arzobispo remarcó la importancia de practicar una hermandad comunitaria. «En eso hay que avanzar, porque no basta ser cargador una vez al año. Es necesario ser comunidad para acoger al Señor, testimoniarlo y vivirlo intensamente», declaró.

Alrededor de 80 niños y niñas acudieron a la Basílica Catedral de Lima para recibir el Sacramento de la Comunión. En el día que celebramos la Inmaculada Concepción de María, Monseñor Carlos Castillo aseguró que «todos podemos sentirnos partícipes de la Gracia abundante, exorbitante y enorme del amor de Dios en nosotros».

«Dios siempre nos ama y nos quiere perdonar. Si nosotros, que hemos sido amados por Dios y, además del Bautismo, recibimos la Primera Comunión, lo hacemos para alimentar nuestra capacidad de escuchar al Señor, de sintonizar con Él. El Señor nos comprende porque Él no nos retira su amor. Ese es el Dios de María», meditó en su homilía.

Comentando el Evangelio de Lucas (1, 26-38), que narra la Anunciación del Ángel Gabriel, Monseñor Castillo explicó que este relato nos recuerda la delicadeza que tiene el Señor para dirigirse a María: ¡Llena de gracia!, dice el Ángel. «Es decir, la abundante de gracia, porque es amada por Dios», indicó.

El arzobispo resaltó la actitud que tuvo María al aceptar el don de Dios: «María no se “comió” la reflexión, ella usó la cabeza. Todos debemos tener un cristianismo inteligente, reflexivo, porque hay mucha gente que nos quiere engañar por desesperación. Y nosotros, también, desesperados, queremos respuestas rápidas», afirmó.

Dios vive en María, en todas sus dimensiones, en todo su ser. Con María comienza la historia de aquellos que salen de la desgracia de vivir influidos por el pecado a la Gracia abundante, exorbitante, enorme, del amor de Dios en nosotros.

El Primado del Perú habló sobre la importancia de aprender a ayudarnos a vivir en la Gracia del Señor, permanentemente. ¿Y cómo se vive en la Gracia? «Primero, rechazando el temor, porque Dios siempre nos ama y nos quiere perdonar. Para eso, necesitamos la misma actitud de sabiduría de María», reflexionó.

Introducirnos en el amor de Dios y vivirlo intensamente.

En otro momento, dirigiéndose a los niños y niñas que participaron en el Sacramento de la Comunión, el obispo de Lima señaló que este camino iniciado nos introduce en el amor de Dios para vivirlo intensamente. «Quien vive de amor, busca el amor para todos en la humanidad y no para intereses egoístas, que son los que nos llevan a que nos “vendan” la Plaza de Armas», acotó.

El prelado también advirtió sobre los riesgos de vivir de forma desesperada, en modo «automático», sometiendo todas las decisiones de nuestra vida al robot, al teléfono inteligente. «¡No se queden en eso! ¡Pregunten más! El mundo está lleno de fake news, de cantidad de noticias falsas, inventos, preguntas mal hechas, problemas y desesperaciones, en donde la gente, por la ambición, va a pecar, se desespera y se “come” el Árbol de la ciencia del bien y del mal», comentó.

Al conmemorarse el 34.° Aniversario del Día de la Policía Nacional del Perú, Monseñor Carlos Castillo afirmó que todos estamos convocados a construir una República participativa por el bien común, capaz de hacernos sujetos de esperanza, sujetos de propuestas. «Tenemos que reconocer que nuestras fuerzas armadas y nuestras instituciones tutelares, especialmente, la Policía Nacional, han contribuido con sus vidas a poder hacer posible la solidaridad, la compañía a la gente», dijo en su homilía.

La Eucaristía celebrada en la Catedral de Lima, contó con la presencia del presidente de la República, Pedro Castillo Terrones; autoridades del Ejército del Perú, Marina de Guerra, Fuerza Aérea, oficiales, suboficiales y personal civil de la Policía.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

Monseñor Castillo destacó el trabajo activo y solidario de la Policía Nacional a lo largo de nuestra historia republicana, especialmente, en estos años de Pandemia. Este testimonio de servicio debe ser una inspiración para solucionar los problemas más apremiantes de nuestra sociedad. «Nos hemos gloriado de tener a nuestra policía, al ejército y la marina, subiendo los cerros a compartir lo que nos llegaba en Cáritas. Hemos podido tener una experiencia de amor verdadero que no tiene por qué desembocar en una lucha eterna destructora de nuestras relaciones, sino que es necesario que empecemos a entender que, más que pelearse, lo que importa es ver cuáles son los problemas principales y atenderlos ya», señaló.

Ustedes, hermanos de la Policía Nacional, son parte de esas instituciones tutelares que siempre procuran y han de procurar la vida común en la Patria.

En esa perspectiva, el arzobispo de Lima aseguró que todos estamos llamados a dar testimonio de que somos hermanos los unos de los otros, para vivir gratuitamente y transformar la historia abriéndola a un horizonte nuevo. «Hay que hacer el esfuerzo permanente de ver cómo salimos de las situaciones difíciles, tratando de comprender y, a través del diálogo, establecer formas de unidad que impliquen la capacidad, la nobleza de abrirse al Otro y dejar lo propio en favor del bien común», reflexionó.

Volver a nuestra vocación, a la vocación del Perú para la humanidad.

El obispo de Lima recalcó la importancia de vivir y amar a nuestra Patria desde las relaciones humanas y la historia común, reconociendo nuestras limitaciones y evitando las históricas tentaciones que han perseguido a nuestro país (la extorsión, la ambición, la corrupción, el interés propio).

«Como dice el himno de la Policía Nacional: “Policía soy, de corazón, por vocación, noble y leal con la tradición de los heroicos policías de ayer. Doy mi juventud, mi abnegación, mi patriotismo y lealtad para servir con fe y honor a la gloriosa Policía Nacional y al Perú”. Hermanos, estamos llamados a volver a nuestra vocación, tenemos que preguntarnos cuál es la vocación del Perú para la humanidad», comentó el Primado del Perú.

Monseñor Carlos precisó que los cimientos que sostienen a nuestro país son la solidaridad y el desprendimiento, «ése es el “oro del Perú”, la solidaridad entre los pobres. Las personas, cuando hay una emergencia, se organizan solidariamente y hacen caso a lo que la primera constitución dice: la participación de toda la sociedad en el bien común».

Intentemos, juntos, buscar un camino unidos sobre una base común, y empecemos a superar los problemas de hambre, de miseria, de crisis, de corrupción, decidiendo abiertamente luchar contra eso.

Dirigiéndose a la generación de jóvenes policías, el prelado indicó que la juventud «es la esperanza de nuestro país» y necesita vivir experiencias de alegría, de solidez, de ejemplo, de parte de todos nosotros. «Es necesario saber desistir de nuestras propias tentaciones y ceder a que las nuevas generaciones limpien nuestro país con una limpieza que viene de un corazón abierto y sano», reiteró.

En el Segundo Domingo de Adviento, Monseñor Carlos Castillo explicó que debemos abrirnos a la novedad de Dios y aprender a amar como Él mismo nos ama, teniendo los mismos sentimietnos de Jesucristo. «Preparemos este tiempo como un tiempo de esperanza en medio de la situación difícil en la que estamos. Podemos salir de todo peligro y toda situación difícil si es que renunciamos a nuestros propios intereses para poder acordar el interés común. Eso requiere de apertura, tanto reconocer nuestros pecados, como de ser hombres y mujeres nuevos, sellados por el Espíritu del Señor, el Espíritu ardiente, el fuego del amor que pulula en nosotros», comentó en su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Reflexionando sobre la Primera Lectura de Isaías (Is 11, 1-10), el arzobispo de Lima recordó la promesa al pueblo de Israel, especialmente a la dinastía davídica, de donde vendría el Salvador. Esta promesa, explicó el prelado, «introduce en la humanidad un espíritu distinto, el Espíritu de Dios, que es sabio, inteligente, consejero y fortalecedor de las personas, que tiene sentido de ciencia y respeto por el Señor. Esa es la mejor traducción de la palabra “temor”, porque el Señor mismo dice que, en la fe cristiana, no hay temor, hay solamente amor. Y el amor expulsa al temor», indicó.

En alusión al Evangelio de hoy (Mateo 3, 1-12), el Monseñor Carlos afirmó que el llamado a la conversión de Juan Bautista debe interpelarnos a acoger el don del amor de Dios y reconocer nuestros límites, ceder ante las ambiciones de poder (como la de los fariseos y saduceos) y dejar de usar la religión para el interés personal.

Parte del proceso de conversión es tratar de respetar y ser justos como seres humanos, «organizar las cosas en forma justa y hacer posible que no nos destruyamos los unos a los otros». El Primado del Perú reiteró que el Bautismo en el Espíritu Santo y en fuego que anuncia Juan Bautista y nos da Jesús, debe inspirarnos a prepararnos en este tiempo de Adviento.

Una sincera conversión. ¡Todos somos hermanos!

«Den frutos», dice Juan Bautista. Sobre esto, el arzobispo de Lima aseguró que todos estamos llamados a una sincera conversión y no aparentar como que estamos en la fila de los arrepentidos. «¡Hay que hacerlo de verdad!», precisó.

A través de las palabras de Juan, también se esconden las palabras de Jesús. “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos”. Jesús es el que viene a traernos una noticia que está metida en el corazón de nosotros, pero que, a veces, nos es difícil reconocer: Dios es nuestro Padre, nosotros somos hijos y todos somos hermanos, los unos de los otros, y no tenemos derecho a destruirnos los unos a los otros. » Esto es La Revelación, esta es la entrada del Espíritu de Dios que nos hace hermanos, porque somos hijos del mismo Padre y nos da su propio Espíritu para que nos llenemos de capacidad de amar, aprendamos a amarnos en abundancia, nos reconciliemos de las situaciones más duras, aprendamos a ceder para el bien de todos», remarcó.

Preparar el Adviento arrepintiéndonos y acogiendo el Espíritu.

Monseñor Castillo señaló que es necesario aprender a tener una relación justa con los demás, por eso, en este Adviento debemos preparnos de dos maneras: 1) arrepintiéndonos de nuestros pecados, de los límites que tenemos, reconociendo que tenemos una serie de males a los cuales contribuimos muchas veces todos, porque todos somos pecadores. 2) acogiendo el Espíritu para ir siendo transformados por el Espíritu del amor gratuito de Dios Padre.

Charles de Foucauld: testimonio de amor por la gente sencilla.

Al cumplirse un aniversario más de la muerte de nuestro «hermano universal», San Carlos de Foucauld, asesinado en el África, el arzobispo Carlos resaltó la virtud de disponerse al Dios que lo encontró, lo sorprendió y lo transformó. «Lo sorprendió tanto que vivió en Marruecos, se dedicó a esa población, la amó con todo el corazón siendo una población musulmana y, además de eso, murió a consecuencia de un asesinato, lo mataron», explicó

Charles de Foucauld quiso dar testimonio como uno más y vivir humildemente en el desierto, acompañando a la gente sencilla.

En el inicio del Tiempo de Adviento, Monseñor Carlos Castillo habló sobre la importancia de vivir nuestra fe con una actitud de lectura permanente de la realidad para rastrear a Dios, escucharlo e identificarlo en el corazón de las situaciones. «Que este Adviento nos ayude a esperar al Señor en forma muy concreta, a través de la decisión firme de vivir unidos y no separados ni maltratados por quienes ambicionan y deben renunciar a sus ambiciones», meditó el prelado.

En la Homilía de hoy, el arzobispo de Lima recordó que el Adviento es una oportunidad para iniciar el camino de «una vida cristiana de alerta permanente, de vigilia, de tener los ojos abiertos». Como diría San Pablo (Rom 13, 11-14a): “Ya es hora de despertar del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca de cuanto comenzamos a creer”.

El prelado precisó que, como cristianos y creyentes, debemos irradiar el amor del Señor en la historia y en las situaciones concretas: «Todos estamos llamados a una actitud de disposición a la voluntad de Dios, que se manifiesta, justamente, porque el Señor vendrá, ha venido y viene permanentemente en el presente».

Dios se arraigó en el corazón de la historia.

Comentando el Evangelio de Mateo (24, 37-44), el arzobispo explicó que la imagen del Hijo del Hombre nos permite comprender la cercanía de Dios, que manda a su propio Hijo y se arraiga en el pueblo de Israel, en el corazón de la historia. Y todos podemos ser «hijos de hombre» si encarnamos el amor de Dios en nuestra vida, entregándola por los demás.

«Estamos llamados vivamente, hermanos, a unirnos en iniciativas que permitan, en el corazón de nuestra Patria, obedecer a Dios. Y obedecer a Dios significa obedecer la voluntad del bien común y el bienestar de todos los peruanos. Y, por eso, se debe desistir permanentemente de ambiciones propias para ver el bien de todos. El Hijo del Hombre fue así, decidió no bajarse de la Cruz para plantar en nuestra historia una esperanza de amor solidario con todos, perdonando a todos y ayudando a que todos recapacitemos», señaló el Monseñor Carlos.

No practicar un «cristianismo distraído», indiferente.

En otro momento, el Primado del Perú advirtió sobre los riesgos de practicar un «cristianismo distaído», que solo piensa en la salvación del alma individual y no mira el conjunto, que piensa solamente en sí mismo y no en los demás. Este «cristianismo distraído», afirma el obispo de Lima, es indiferente al sufrimiento ajeno.

Por ello, el Adviento nos exhorta a permanecer en vigilancia y esperar al Dios de la salvación, sin imponerlo a nadie, sino suscitando su amor y la unidad entre todos. «Eso requiere, por parte de cada uno de nosotros, una enorme conciencia que nos permita salir de los embrollos tanto familiares, personales, de barrio, de grupo, de municipio; pero, también, salir de los problemas del país, airosos, para que todos vivamos felices», reflexionó Monseñor Castillo.

Desistir de nuestros intereses y encontrar vías de solución.

Finalmente, el arzobispo de Lima valoró los esfuerzos de la Misión de OEA en Perú, dispuestos a conversar con las diferentes instituciones del Estado y la sociedad para lograr, en forma equilibrada, un tipo de solución a los problemas. El prelado reiteró que es necesario «desistir de nuestros intereses y encontrar vías de solución, que para eso han sido elegidas las autoridades, todas». También destacó la voluntad de convocar a un Consejo de Estado para «ponerse de acuerdo y ayudarnos a todos a recapacitar, a fortalecer y solidificar nuestro Estado, que es un Estado que ha sido conseguido con sangre, sudor y lágrimas».

En este Adviento, intentemos llegar a la Navidad felices, porque logramos inspirar, desde el propio pueblo, para que haya entendimiento, claridad y servicio al interés nacional, a los problemas que estamos teniendo de hambre, de miseria y de enfermedad, y que necesitamos ponernos en el centro, como problemas, para poderlo solucionar.

La Eucaristía por este I Domingo de Adviento, contó con la participación del Colegio de Biólogos del Perú; el Centro de Capacitación e Investigación, Consultoría y Servicios en Tránsito, Transporte Terrestre: Luz Ambar; y la Asociación Comité Regional de Defensa de los Derechos de la Región de Pasco «ACORD – DDRP».

¡Viva Cristo Rey! ¡Y vivan los jóvenes! La juventud de nuestra Arquidiócesis se hizo presente en la Basílica Catedral de Lima con su entusiasmo, sus cánticos y su alegría. En la homilía, Monseñor Carlos Castillo hizo un llamado a escuchar las iniciativas de los jóvenes, a conversar sinodalmente y reconocer al Dios «invisible» que actúa en lo visible, es decir, en los últimos de la Tierra, «en aquellas personas que nosotros hacemos invisibles porque no queremos ver la realidad».

«Que el Señor Crucificado, el “insignificante” de Galilea que murió en Jerusalén crucificado, sea para todos, motivo de colocarnos en el lugar de los insignificantes, de los que no cuentan, para darles fuerza, ánimo y esperanza», expresó el prelado en su reflexión dominical.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Meditando sobre la Liturgia de hoy, el arzobispo de Lima ha recordardo que Jesucristo es Rey, pero un «rey» opuesto a la concepción humana de los reyes poderosos, porque «no está en su trono ni manda como si fuera un dictador que agrede a la gente, lleno de joyas y de perfumes». Jesús es un Rey humilde y sencillo que «reina porque está en el corazón de los últimos de la Tierra», precisó.

En ese sentido, Monseñor Carlos habló sobre la importancia de dirigir nuestra mirada y atención al que está en el último lugar y se identifica con la gente. «Eso es lo que necesita ser la Iglesia, “hueso de los huesos” de la gente, de los pobres, de los humildes; “carne de la carne” de los jóvenes, que tienen sus problemas y que necesitan de un Mesías que realmente los dirija, que conozca la vida de la gente, sus trajines y problemas», indicó.

Jesús es imagen del Dios «invisible» que actúa en lo visible.

En otro momento, el prelado profundizó en el significado de la expresión: Cristo es la imagen de Dios invisible, que se lee en la Segunda Lectura (Col 1, 12-20).

Esta es una frase que nos ayuda a comprender que el Mesías se coloca en el lugar de los invisibles, es decir, es «invisible» porque se identifica con aquellos que nadie se da cuenta, de aquellas personas que nosotros hacemos invisibles porque no queremos ver la realidad. «Eso es uno de los problemas más serios en la Iglesia: haber invisibilizado a Jesús, pero como Él es imagen del Dios “invisible” que actúa en lo visible, entonces, tenemos que tratar de detectarlo, de comprenderlo y de descubrirlo», explicó el arzobispo.

Inspirar y ayudar a fortalecer las iniciativas de los jóvenes.

El obispo de Lima se ha dirigido a las comunidades de jóvenes para reconocer y valorar el aporte de sus ideas en la última Jornada Arquidiocesana de la Juventud (JAJ), vivida en septiembre de este año. El prelado aseguró que, en muchos momentos de la historia, los jóvenes han sido despreciados y colocados como «carne de cañón», pero el Señor los alienta y los inspira a levantarse en medio de las adversidades. «Estamos llamados a tener atención, sobre todo, a las iniciativas que ya los jóvenes están tomando hoy día», reiteró.

Esta Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que viene, es para levantarnos y correr deprisa, sin demora, para actuar en favor de los más necesitados. Y tenemos que ver la manera de inspirar y ayudar a fortalecer las iniciativas que los jóvenes están tomando.

El Primado del Perú afirmó que, para solucionar los problemas, es necesario promover el consenso y la escucha de todos: «Los problemas se solucionan desde abajo y, poco a poco, se va organizando para que se solucionen desde arriba. No estamos para dar órdenes, estamos para compartir el camino juntos y hacer pasos definitivos que ayuden a que la Iglesia descanse en sus laicos jóvenes, en los laicos y laicas de toda la Arquidiócesis», reflexionó.

Carta del Arzobispo a las y los jóvenes de Lima.

Monseñor Castillo también anunció la difusión de una «Carta a las y los jóvenes de Lima», la primera de una serie de publicaciones en donde se abordarán diversos temas de la Pastoral Juvenil. El prelado adelantó que se trabajará en una amplia asamblea general de todos los grupos juveniles de la Iglesia de Lima para que, juntos, «decidamos la organización nueva que vamos a tener en adelante».

Descargar la «Carta a las y los jóvenes de Lima»

Este domingo 13 de noviembre, la Basílica Catedral de Lima acogió a los 70 miembros de la comunidad académica de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), entre estudiantes y administrativos, quienes recibieron el don del Espíritu Santo a través del Sacramento de la Confirmación.

En su homilía, Monseñor Carlos Castillo reflexionó sobre la importancia de vivir la belleza de la fe a través del testimonio de los jóvenes, conversando sobre sus problemas, escuchando al Señor en cada situación de la vida, y tratando de entender cómo está presente el Espíritu en las relaciones humanas.

A inicios de año, 70 jóvenes de la comunidad del Centro de Asesoría Pastoral Universitaria (CAPU) de la PUCP, comenzaron un camino pedagógico de preparación hacia la Confirmación. Al llegar el día más importante de este proceso, los jóvenes se congregaron en la Catedral de Lima para decirle Sí a Jesús y recibir el Sacramento de manos del arzobispo de Lima.

En ese sentido, Monseñor Castillo explicó que la Confirmación marca una nueva etapa en la vida de toda persona: ser un cristiano reflexivo que sabe re-pensar y vivir la fe como «un proceso creador ante la situación y el dolor ajeno, en cada circunstancia y en cada momento, no repitiendo fórmulas o petrificándose en costumbres».

El Primado del Perú, quien también se desempeña como docente del Departamento Académico de Teología PUCP, resaltó que la experiencia compartida en el CAPU durante este año de formación, es la «experiencia de la comunidad cristiana que sabe vivir en la diversidad y promover relaciones de amistad de generación en generación». Ahí es donde habita el Señor, en las relaciones humanas.

El prelado recordó que la pastoral universitaria en nuestra Arquidiócesis fue un camino iniciado por el Cardenal Augusto Vargas Alzamora, y que 25 años después, continúa creando espacios llamados a ser «una muestra para compartir con las demás universidades».

La misión de irradiar y testimoniar la fe.

Comentando el Evangelio de hoy (Lc 21, 5-19), el obispo de Lima meditó las palabras de Jesús en alusión a la belleza y solidez del templo de Jerusalen: Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido, dice el Señor.

¿Qué nos dice Jesús con estas palabras? Que el punto esencial de todos los templos no está en su belleza ni en su antiguedad, al contrario, «si el templo existe, existe por la fe de la gente como muestra de la belleza con la cual debe anunciarse y vivirse. Si eso no se vive, si esa fe no se irradia ni se testimonia, si esa fe “se encierra” en el templo, se produce una “cueva de bandidos”. Eso ha ocurrido en muchas religiones, y todavía está el riesgo de producirse en nuestra Iglesia católica», advirtió el arzobispo.

Un llamado a la conversión personal, social y eclesial.

Por lo tanto, la Liturgia de hoy, en esta confirmación universitaria, es un «llamado a la conversión personal, social y eclesial, en las sociedades, en el mundo, pero, especialmente, en la Iglesia». Monseñor Castillo reiteró que debemos «inundar al mundo del amor del Señor» desde la «vivencia de la justicia y de las relaciones sanas que permitan un testimonio que ayude a superar los problemas».

Esta misión personal y social implica un cambio en todos los aspectos de la vida que generen maltrato, estilos de vida ostentosos y cantidad de problemas con los cuales confundimos la fe. «La fe no está en la ostentación ni en el dinero, ni en el lujo de los ropajes o en la grandeza de las catedrales. La fe está en el testimonio vivo que comenzó con Jesús. Él, pudiendo haberse bajado de la Cruz, no quiso hacerlo, para mostrar que Dios es misericordioso, abre el camino del perdón y pacifica a una humanidad violenta».

Moderar la vida del mundo a través de la hermandad.

En otro momento, el arzobispo de Lima exhortó a los jóvenes confirmados a «ser testigos del mismo amor de Cristo en la Cruz», especialmente ahora que el mundo afronta la peor crisis económica y ecológica de la historia: «Necesitamos moderar la vida del mundo por medio de la hermandad, ayudarnos unos a otros a ser testigos del mismo amor de Cristo en la Cruz. Él es el único que conduce a la Resurrección de los seres humanos, de la vida, de la ecología y de toda la creación», destacó.

Necesitamos, poco a poco, aprender a acoger lo bueno del pasado, recoger la inspiración del presente, caminar hacia el futuro con nuevas iniciativas y transformar la Iglesia sinodalmente, siempre haciéndolo con el mismo modo original de Jesús, pero siempre abiertos a que todo pasa y todo queda.

En el marco del 182 Aniversario del Primer Colegio Nacional de la República Nuestra Señora de Guadalupe, Monseñor Carlos Castillo presidió una emotiva Eucaristía junto al personal educativo, egresados veteranos y todo el alumnado de la institución.

En su homilía, el arzobispo de Lima aseguró que la fe en María de Guadalupe nos alienta, nos protege y nos inspira a «abrir» paso en la historia, de manera pacífica, con la inteligencia y la sabiduría de la Madre. «El diálogo de generaciones es el que, durante siglos, ha permitido que ustedes puedan tener figuras importantes como antecesores, estudiantes y maestros, porque ellos han sabido dialogar entre generaciones y ayudarse», comentó.

El Colegio Nacional Guadalupe es el Alma mater de muchas generaciones que han pasado por sus aulas, entre maestros y estudiantes. En ese sentido, Monseñor Castillo afirmó que, en la vida de un colegio, nos acogemos todos desde la búsqueda por conocer; pero hay «un saber más grande» que consiste en la comunicación de una generación a la otra. «Este colegio está dedicado a María, que está en el ápice, en el inicio de la salvación, en la matriz de la vida cristiana, la Madre», añadió.

Cultivar el diálogo y aprender de la experiencia vivida.

Pero, ¿qué representa que un colegio sea Alma mater? El prelado precisó que, con el paso de los años, el Colegio Guadalupe ha sabido cultivar el diálogo para «compartir lo que sienten y viven». Ello se ve reflejado en uno de sus principios emblemáticos: “El decoro o la decencia está en dar la vida por la Patria”. Por tanto, es necesario persistir en aquellos valores que recibimos de la Madre Patria: «en la ‘Madre’ llamada María, y en la ‘Patria’ llamada Colegio Virgen de Guadalupe», acotó.

Dirigiéndose a los jóvenes estudiantes, el Primado del Perú aconsejó que sepan escuchar a los maestros, aprender de su experiencia y valorar la sabiduría que tienen. De igual manera, a los maestros, recomendó promover las potencialidades de sus alumnos, valorando y apreciando sus aportes.

Monseñor Carlos recordó que «los últimos», es decir, las nuevas generaciones, son los elegidos por el Señor para «abrir» la historia. «El Señor hace la historia haciendo nacer a personas. ¡Y siempre elige al último de la familia! (David, José, Jacob). Los últimos, los jóvenes, abrirán un nuevo camino si somos abiertos a sus iniciativas y comprendemos todos sus valores, en medio de sus confusiones», recalcó.

Aprender a vivir en esta vida la gratuidad.

En otro momento, el obispo de Lima explicó que la vida nos es dada de manera gratuita, sin condiciones, como el amor que recibimos en el vientre materno antes de nacer. «La primera experiencia humana no es el nacer, es el ser engendrado y acompañado en el vientre materno. Como es inconsciente, es una sabiduría que adquirimos sin que lo sintamos en la cabeza, pero lo sentimos en el cuerpo. Y eso guía nuestra cabeza como una brújula».

Este amor absolutamente incondiconal que recibimos de nuestras madres (además de compartir líquidos, sangre, respiración y fluidos durante nueve meses), es el mismo que recibimos por parte del Padre Creador. «No hay ninguna decisión que podamos tomar o medir, si no partimos de que todo es gratuito y de que, por lo tanto, el futuro está en la fuente: aprender a vivir en esta vida la gratuidad», reflexionó el arzobispo.

Nuestra tarea, nuestra misión, es tratar de que este mundo se parezca a esa fluidez del amor maternal, gratuito e incondicional, con la que fuimos engendrados.

Finalmente, Monseñor Castillo habló sobre la importancia del Pacto Educativo Global, la iniciativa del Papa Francisco por una transformación cultural profunda, integral y de largo plazo, a través de la educación.

«Si algo falta en el mundo es educación humana, aprender a querernos y apreciar todo lo que valemos. Los profesores no están aquí, como diría Freire, para «depositar» sus conocimientos en los estudiantes, como si fueran un banco. Somos todos seres humanos con capacidades que deben promoverse y alentarse», indicó el prelado.

En el día que celebramos la VI Jornada Mundial de los Pobres, convocada por el Santo Padre, Monseñor Carlos Castillo ha recordado, en su homilía, que «Dios construye la historia desde los últimos» y nos interpela desde los más necesitados. Por eso, no es posible el amor sin una opción preferencial por los pobres. «Con tantas guerras y revoluciones que estamos viviendo, con tantas ambiciones que nos acechan, nuestro lugar es ese: evangelizar por medio del testimonio pacificador del cristianismo», afirmó en su homilía.

El prelado precisó que la tarea del cristiano es dejarse inspirar en el Señor y ser testigo de ese amor gratuito en cada situación, tanto a nivel personal, familiar o barrial, como a nivel social, económico y político.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

Como todos los domingos, el arzobispo de Lima presidió la Eucaristía desde la Basílica Catedral de Lima, donde compartió su reflexión en alusión al Evangelio de hoy (Lc 21, 5-19), que anuncia el camino a seguir por los cristianos en medio de las situaciones del mundo: Los perseguirán a ustedes y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí, dice el Señor.

En ese sentido, Monseñor Castillo afirmó que Jesús ha venido para «introducir un factor que permita, no solamente la salvación de los buenos y de los que viven en forma justa, sino, también, la conversión del mundo entero». Se trata de un primer anticipo al Reino de amor, de justicia y de paz, que el Señor quiere introducir en la vida humana.

No enardecerse, no violentarse contra el mundo violento.

En esa misma línea, la liturgia de hoy nos invita a tener una actitud cristiana fundamental: Cuando oigan guerras y revoluciones, cuando están en esa situación, no tengan pánico. El arzobispo de Lima explicó que la primera actitud del cristiano es «no enardecerse, no violentarse con el mundo violento, sino mantener la serenidad».

Cada vez que mantenemos la calma y actuamos con prudencia, simultáneamente, mantemos la esperanza. «La esperanza nos permite, en medio de las situaciones complicadas, tener la serenidad suficiente para adquirir sabiduría y visualizar por dónde está el Señor. Y todos sabemos que, cuando tuvo Jesús una situación sumamente complicada, sabemos dónde se colocó y por qué no se bajó de ahí: por su infinita misericordia», comentó el prelado.

Dar testimonio del Señor. Propagar esa fuente inagotable de esperanza.

En segundo lugar, Monseñor Carlos resaltó que los cristianos somos, en el mundo, una comunidad de personas «que está para dar testimonio del Señor», como tantas personas y mártires de nuestra historia dispuestos a «desprenderse totalmente de la propia vida para decir en una situación difícil: el amor es lo que falta».

Este es el camino de todo aquel que quiere dar testimonio después de haber vivido la experiencia del amor gratuito del Señor: transmitirla, contarla y reproducirla en su propia vida.

Dar testimonio del Señor, por otro lado, no es sinónimo de poder o creerse «supermanes». El obispo de Lima manifestó que la Iglesia no está «llamada a generar o producir en la vida superhombres, sino, simplemente, gente humilde que sabe que hay principios elementales para vivir (como la hermandad) y que eso se propague como una savia, como una fuente inagotable de esperanza».

El arzobispo Castillo reiteró que todos estamos llamados a interpelarnos para pensar cuál es nuestro lugar y dónde vamos a poner nuestro testimonio cristiano en cada situación que vivimos, pero, sobre todo, cómo podemos aportar nuestro granito de arena para pacificar, para desmilitarizar el país, para “des-armar los corazones”, como dice el Santo Padre.

La pacificación de la sociedad no es sinónimo de pasivismo. Ser pacífico no es ser pasivo, es ser un trabajador de la paz.

En memoria de Juana La Rosa: testimonio de la música y el canto.

En su homilía dominical, Monseñor Carlos dedicó unas palabras por el repentino fallecimiento de la maestra Juana La Rosa Urbani, referente en la actividad coral de nuestro país y formadora de varias generaciones de cantantes y músicos, entre ellos, el Coro y Conjunto de Cámara de la PUCP (durante 54 años):

«Como maestra, Juanita La Rosa ha pasado anunciando el testimonio de la música y el canto. Ella siempre se inspiró en la música, la musa, y “se dejó patear por la musa”, como decimos en castellano».

«Todos estamos llamados, como cristianos, a dar testimonio de la Resurrección y de la vida, porque Jesús Resucitado nos ha mandado el Espíritu Santo para que, permanentemente, discernir y encontrar maneras de seguir diciendo esa Palabra con oportunidad, pero, también, con claridad», es la reflexión que nos deja Monseñor Carlos Castillo en la homilía de este domingo XXXII del Tiempo Ordinario.

El prelado también recordó el testimonio de vida y de servicio del Cardenal Augusto Vargas Alzamora, a pocos días de celebrarse los 100 años de su natalicio.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

En su homilía dominical, Monseñor Castillo hizo especial énfasis en la perspectiva grande del futuro que nos plantea la liturgia de hoy, ya sea en el texto de Macabeos (7, 1-2. 9-14), con una referencia a la persecución y el maltrato de los seléucidas a los hebreos (y su esperanza en la resurrección); como en el Evangelio de Lucas (20, 27-38 ), que revela la concepción sobre la resurrección de la aristocracia sacerdotal (saduceos), limitada a la continuidad generacional de la fama, el apellido y el honor de la casta sacerdotal.

Comprometer nuestras vidas por dar vida a los demás.

En el primer caso (persecusión de los seléucidas), el arzobispo de Lima explicó que los hebreos testimoniaban su esperanza «dejando que los destruyeran», pero, manteniendo «la moral del amor a su pueblo y a su tradición profunda». De igual manera, en nuestra historia Patria hemos tenido a personas que prefirieron morir a vivir una vida indigna, como el caso de Túpac Amaru (a quien celebramos el 4 de noviembre): «Recordamos (este día) para ver que hubo 100 mil muertos que quisieron testimoniar que es necesario un Perú distinto, como se deseaba esta gesta que fue precursora de toda la historia posterior, (pero con unas
masacres que no deben volver a ocurrir). Nunca nos cansaremos de decir que nuestro país descansa sobre mártires nobles (muchos de ellos absolutamente católicos y cristianos), que fundaron la Patria sobre la base, justamente, de su entrega generosa», comentó.

En la actualidad, tenemos muchos mártires que han muerto entregando su vida, como los enfermeros y médicos que murieron en la Pandemia. En ese sentido, el Primado del Perú precisó que la «humanidad se ha de fundar siempre sobre el testimonio de las personas que contribuyeron con su vida a construir el mundo y las naciones, mucho más en el Perú, en donde, quizás, haya una semejanza entre la imagen del Señor de los Milagros que recorre nuestras calles y el ejemplo que quisiéramos seguir nosotros: esa inspiración que nos da para que, en cada momento de la vida, comprometamos nuestras vidas por dar vida a los demás».

Nuestro destino final y pleno, hermanos y hermanas, es vivir en Dios, como nuestro Padre, porque somos sus hijos y, por lo tanto, ya desde ahora hemos de testimoniarlo siendo hermanos los unos de los otros.

Reconocer la Resurrección como regeneración de la humanidad.

Como segundo aspecto, Monseñor Carlos reflexionó a partir de la actitud tendenciosa y maliciosa de los saduceos al plantearle a Jesús un problema tan extraño como insólito: el caso de una mujer que se casa con todos sus hermanos. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer?, preguntan los saduceos.

Esta situación, explica el Obispo de Lima, pone en evidencia la concepción que tenían los saduceos de la resurrección: se da en las generaciones que nos suceden y que mantienen la fama, el apellido y el honor de la casta sacerdotal. Para ellos, «resucitar» era tener siempre un germen en esta Tierra que siguiera su prestigio y su apellido.

Sin embargo, pretender perpetuarse en esta vida y ser inmortales, es una loca ilusión que los seres humanos pensamos cuando poseemos, ganamos dinero y devoramos todo a nuestro paso. Por eso, Jesús recrimina la confusión y la frivolidad de los sacerdotes, pero, sobre todo, «su incapacidad de ver más lejos, su ser absolutamente ensimismados y, por lo tanto, renunciantes a la vida futura».

Poner la esperanza solamente en esta vida para perpetuarla, presupone el no reconocer que la vida nos ha sido dada, no reconocer la Resurrección como regeneración de la humanidad, como ha dicho el Papa hoy. Eso no se puede “conquistar”, más bien, así como fue un don la vida, también es un don la Resurrección que viene de parte del Señor, que es nuestra esperanza.

Por lo tanto, los saduceos han renunciado a la «esperanza esperante», que es la fuente inagotable de la creatividad del ser humano. Esta esperanza no se puede preveer ni calcular, pero permite que podamos abrir nuevos caminos en la historia, porque siempre esperamos más. «La esperanza esperante es la que siempre nos permite esperar más y abrirnos más y, por lo tanto, tener más capacidad de recibir los dones del Señor», recalcó el arzobispo.

El prelado advirtió que no debemos confundir la «esperanza esperante» de nuestra fe con la «esperanza esperada». La segunda, es previsible y no da la motivación de esperar «algo más», por el contrario, solo invitan a la desesperación.

La vida debe entenderse como un proceso generativo abierto, capaz de poder crear y recrear el mundo, pero sin los caprichos y la seducción que tenían los saduceos de empoderarse y no dejar que nadie más vaya adelante.

Anticipar el futuro y vivir como resucitados.

Finalmente, Carlos Castillo se refirió a los dos momentos de los que habla Jesús: el hoy y el futuro. Esto no puede entenderse en un orden cronológico, sino que ya, hoy, «podemos anticipar el futuro y vivir como resucitados».

¿Quién es el que da vida a los demás? El que es testigo de la Resurrección y no tiene miedo a morir, sino que entrega su vida como testimonio anticipado de allí a donde vamos, a encontrarnos con el Dios de los vivos y, por lo tanto, no practica la “viveza”, sino la vitalidad de la vida.

A 100 años del natalicio de Vargas Alzamora.

En su alocución, Monseñor Carlos recordó al distinguido arzobispo de Lima y Cardenal del Perú, Monseñor Augusto Vargas Alzamora, en el marco de los 100 años de su natalicio (9 de noviembre). El prelado afirmó que la vida de don Vargas Alzamora «fue un testimonio de veracidad y de entrega capaz de cuestionar y convocar a recapacitar en las situaciones más difíciles».

Antes de concluir, el arzobispo Castillo añadió:

Que el Señor nos ayude a todos en este camino difícil de la humanidad, en donde necesitamos nuevos testimonios que anticipen la vida futura en la vida presente llena de amor y de esperanza.

La Eucaristía, en la Basílica Catedral de Lima, contó con la participación de las promociones de médicos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: Promoción «Nicanor La Torre y Porcel» (Bodas de Oro) y Promoción 69 «A» (45 años), ambos de la Facultad de San Fernando. También asistió la Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral de Lima y de Santo Domingo.

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