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Al llegar el domingo XXII del Tiempo Ordinario, Monseñor Castillo habló sobre la importancia de asumir nuestro camino misionero como cristianos y anunciadores del Evangelio, dispuestos a entregar la vida como Jesús, que vino a mostrarnos que la religión no puede estar ligada al poder ni el dinero, sino a la inspiración y suscitación de la esperanza en el mundo: «Que todos sigamos el mismo camino y estemos dispuestos a cargar con nuestras cruces, a compartir nuestras historias y sanar mutuamente», dijo en su homilía.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

Comentando el Evangelio de Mateo (16,21-27), el arzobispo de Lima señaló que el Señor nos llama a todos a dejarnos llevar por su Espíritu, sin embargo, existen algunas resistencias que pululan en nosotros y obedecen a intereses personales o búsquedas individualistas ajenas a nuestra fe. Esto fue lo que sucedió con Pedro, quien se mostró resistente ante el anuncio de que el Hijo de Dios tendría que padecer y entregar su vida por amor a los demás. «¡No lo permitiré! Eso no puede pasarte», reaccionó Pedro.

«A veces, empezamos a querer distorsionar el camino de Jesús para que no nos toque las exigencias que tiene el seguir a un Dios que es amor y ha dado la vida, a un Dios que se ha anonadado a través de Jesús por nosotros. Nos cuesta el intentar reconocer que tenemos una misión, y esa misión implica, inclusive, el martirio de la muerte por anunciar el Evangelio. Jesús no es un masoquista que está buscando morir porque quiere inducirnos morbosamente a la muerte, eso no es cristiano; pero sí hay que afrontar los problemas con un fuerte compromiso y entrega total.», dijo el obispo.

«El único camino para tener vida, siempre es compartirla. Y esto no lo entiende Pedro porque tiene un problema en su fe», prosiguió el prelado. Pedro no tiene poca fe, sino una fe de pocos (oligopistía), porque la entiende desde la exclusividad de un grupo de élite, propio de los dirigentes de Israel, los sacerdotes, que habían ocupado el lugar de los reyes seis siglos antes. «Jesús viene a rectificar la forma negativa de cómo se trató la vida religiosa en Israel», agregó.

Monseñor Carlos explicó que el riesgo de distorsionar y evadir la realidad de las cosas también ocurre cuando intentamos cambiar el rol de la Iglesia y, en vez de suscitar el amor en el mundo, lo condenamos.

Vale la pena seguir a Jesús porque así se implantará el amor, si con el corazón, con la sangre, con todo nuestro ser, nos dejamos seducir por Él y el Espíritu nos guía.

En otro momento, nuestro arzobispo de Lima advirtió que, en el camino de la Iglesia, pueden presentarse «enormes tentadores» que desvían nuestra atención. Esta «tendencia satánica» es a la que se refiere Jesús cuando le dice a Pedro: «Ponte detrás de mi, satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios».

«La tentación permanente ocurre en todos nosotros, y todos tenemos una debilidad, pero el Señor ha suscitado en nosotros ese fuego ardiente que nos dice el libro de Jeremías (20,7-9) que permite el poder rectificar en la fe», aseveró el Primado del Perú.

La Iglesia no puede estar ligada al poder ni al dinero, la Iglesia está para servir a la gente.

Todas estas imágenes de Jesús como un rey que vence al mundo con poder, se han acumulado en la historia de la Iglesia, aseguró Monseñor Castillo. «Por eso es que el Papa Francisco propicia la reforma de la Iglesia, de lo contrario, se nos “cuelan” imágenes demasiado ampulosas. Es cierto que el Señor es poderoso, pero en el sentido del amor, porque su poder suscita, en las personas, una manera nueva de vivir y de ser».

Tenemos el deber de poder, en medio de las situaciones que vivimos, colocar la fuerza inagotable del amor, que es capaz de convencer y cambiar a todas las personas.

Finalmente, el arzobispo Castillo exhortó a unir esfuerzos para promover el encuentro entre las personas y ayudarnos a crecer en el amor: «Hermanos y hermanas, no nos dejemos tentar. Para poder salir de toda tentación, desamor y pelea, les propongo hacer un examen de cómo es mi historia con Dios en mi vida y cuál es mi vocación».

«Todos tenemos que preguntarnos: ¿Quién digo que es Jesús? ¿Cómo lo siento y lo vivo? La vocación y la misión sostienen nuestra fe, nos invitan a actuar de acuerdo al Espíritu Santo», es el mensaje de Monseñor Carlos Castillo en este domingo XXI del Tiempo Ordinario.

Siguiendo el ejemplo de Pedro, que supo identificar al Señor como el Mesías y el Hijo del Dios viviente, el prelado recordó que todos estamos llamados a reconocer al Dios vivo que se esconde en nuestra historia, para que, inspirados por su Espíritu, sepamos desarrollar nuestra vocación al servicio del Otro y aprendamos a ser evangelizadores en cada circunstancia de la vida.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Monseñor Castillo señaló que la liturgia de hoy nos permite comprender que, cuando identificamos profundamente nuestra fe y lo sabemos manifestar, adquirimos una identidad como cristianos que nos convierte en anunciadores del amor gratuito de Dios.

Esto se puede rescatar del Evangelio de Mateo (16,13-20), que nos recuerda cómo Pedro reconoce a Jesús como el Mesías y el Hijo del Dios viviente. «Pedro expresa con hondura lo que es el Señor y une dos tradiciones de la vida de Israel: 1) La tradición ancestral, que establece que Dios salvaría a su pueblo por medio del Hijo del Hombre. 2) Una tradición mucho más nueva y universal, que viene directamente de parte de Dios en la vida de Pedro, quien inspirado y movido por el Espíritu Santo, obedece lo que le dice y sabe identificar al Señor», explicó el prelado.

La actitud de reconocimiento de Pedro, sostiene el arzobispo, nos ayuda a entender que la fe «es un aceptar que Dios nos inspira y nos mueve y, por lo tanto, nos mueve a vivir nuestra misión, nuestra vida y a decir lo que Él nos sopla. El Señor nos suscita su Espíritu para actuar de acuerdo a Él. Y la fe es, sobre todo, una obediencia al Espíritu Santo que nos guía».

Pedro se ha dejado llevar por la inspiración del Espíritu. A veces, nosotros nos esforzamos por ser los mejores, pero ocurre que este esfuerzo no es de acuerdo a la suscitación del Espíritu, sino a nuestra manera de pensar, a nuestros intereses escondidos.

El Primado del Perú advirtió que uno de los problemas del mundo es que no actuamos por vocación ni inspiración. «Hemos funcionalizado todo, todo es operativo, calculado y fingido, al punto que las cosas no brotan del corazón, en donde está la fuente inagotable del amor».

Para evitar una «relación burocrática con la vida» y cumplir con nuestra misión en esta historia, Monseñor Carlos pidió practicar la caridad y sensibilidad por los que más sufren. En ese sentido, contamos con el testimonio vivo de tantos hermanos y hermanas que nos acompañaron en la Eucaristía de hoy: desde el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Perú, las madres de las ollas comunes y nuestra Cáritas Lima, hasta los misioneros del Instituto Id de Cristo Redentor y los jóvenes de la Pastoral Juvenil (próximos a vivir la JAJ 2023). Todos ellos nos recuerdan, indicó el arzobispo de Lima, que somos «misioneros de la ayuda de la gente por vocación».

Y esta capacidad de reconocer al Señor como el Hijo del Dios viviente, es resaltada por el Señor: “De ahora en adelante, tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Es decir, toda la Iglesia se fundamenta en el Pedro inspirado, el que obedece al Señor, el que no construye su manera de ser Papa, sino que se deja ser Papa.

«¿Y quién elige al Papa? Lo elige el Espíritu Santo en un cónclave. Nosotros aceptamos al Papa que el Espíritu Santo nos da. Esto también ocurre con los sacerdotes y los obispos … Venimos de una misión que nos ha dado el Señor, que no es por nosotros mismos ni porque somos la divina pomada, sino porque tenemos esa misión y la llevamos en vasos de barro», recalcó el obispo de Lima.

Todos estamos llamados a ser anunciadores y transparencia de Dios mismo en nuestros actos, en nuestras vidas. Y si es necesario, estar dispuestos a dar la vida para ayudar a los demás.

La Eucaristía celebrada en Catedral de Lima contó con la presencia de Monseñor Gilberto Gómez Gónzalez, obispo de la diócesis de Abancay. También participaron como concelebrantes el Padre Emerson Velaysosa y el Padre Arturo Alcos.

En la Eucaristía del domingo XX del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo pidió que superemos todos los prejuicios que nos impiden vivir la universalidad del amor gratuito de Dios. «Dejémonos curar por el Señor que nos ama. Ser católico significa vivir en apertura universal a todos los seres humanos, a los niños, a las mujeres, a los ancianos, a todos los que sufren, a todos los migrantes. Ésa es nuestra gran tarea en el corazón y en la sociedad», manifestó.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

En la homilía de hoy, Monseñor Castillo explicó que, mucho tiempo antes de Jesús, el pueblo de Israel había recibido la gracia y el don de conocer que Dios los ama, acompaña y alienta. «Era algo tan grande ser amados gratuitamente por Dios que esto no podía ser solamente para ellos, sino que debería ser universal», comentó.

Por eso, el Evangelio de Mateo (15,21-28) nos recuerda la misión de apertura a los demás pueblos, que también es la misión universal de la Iglesia, que no excluye a nadie del amor gratuito del Señor. La liturgia de hoy, en ese sentido, nos ayuda a comprender la importancia de ese amor universal.

Resulta que la mujer cananea proviene de los pueblos de Tiro y Sidón, región de gente muy acaudalada dedicada a la pesca y el comercio. Los galileos, en cambio, eran marginados muchas veces por su condición de campesinos y pescadores. Toda esta rivalidad histórica generó resistencias en los discípulos que, ante la insistencia de la mujer cananea por salvar a su hija, piden una respuesta del Señor. Pero Él responde agregando un elemento cultural: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel… No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»

¿A qué se refiere el Señor? Monseñor Carlos explicó que, debido a su maltrato con los campesinos de Galilea, los sirofenicios habían sido apodados «perros». Por eso, la respuesta de la mujer cananea esconde un reconocimiento de sus malas costumbres y tratos despreciativos: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»

Aquí se produce, sostiene nuestro arzobispo, una primera curación en la mujer cananea. Ella se arrepiente de las costumbres negativas y manifiesta su humildad al reconocer que la primera en falta a la universalidad del amor es ella misma. Frente a esta actitud, el Señor la acoge y la incluye, siendo pagana, dentro de los salvados. «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas», dice Jesús.

Esta mujer, poseída por la necesidad urgente de salvar a su hija y por la grandeza de Jesús, expresa su fe desde lo más profundo. Es una fe que implica renunciar a ciertas costumbres que impiden esa relación buena con Dios.

A la luz del Evangelio, el Primado del Perú hizo un llamado a que todos podamos curarnos de nuestras malas costumbres, especialmente, aquellas que marginan a los más humildes, muchos de ellos provenientes de pueblos provincianos. «Aquí todos valemos, en la Iglesia nadie sobra, todos están convocados, todos somos hermanos», recalcó el prelado.

La fe es relación íntima y personal con el Señor, es aprender a hacer una relación que nos permita dejar que nos vaya trabajando por dentro y creciendo en nosotros.

Finalmente, al conmemorarse el Día del Niño en nuestro país, el arzobispo Castillo recordó la gran convocatoria de las «Semillas de Santa Rosa», una campaña solidaria para abastecer las ollas comunes de nuestra ciudad de menestras y alimentos nutritivos. «De este modo podemos mejorar las ollas comunes que llegarán, sobre todo, a los niños. Ellos deben ser nuestra prioridad, y estamos muy agradecidos con todas las madres de distintas partes que se esfuerzan para que ellos se alimenten bien», refirió.

Siguiendo el ejemplo de Rosa de Lima, quien se entregó con el mismo amor universal de Jesús a los más pobres y despreciados, el Monseñor Carlos pidió que todas las donaciones de menestras sean entregadas a las parroquias más cercanas o a los almacenes de Cáritas Lima (jr. Chancay 282 – Cercado de Lima).

En un mundo en el que «todos vivimos desconfiando de todos», Monseñor Carlos Castillo invitó a renovar nuestra confianza en el Dios que es amor y no miedo, porque suscita en nosotros la capacidad de afrontar las situaciones de tempestad que nos impiden ver con claridad.

«Que con la ayuda del Señor, todos crezcamos en la confianza y en el amor para rehacer juntos un mundo mejor, porque todos estamos desconfiando de todos. Pidamos al Señor que su paz y su brisa nos tranquilice, para hacer las cosas con conciencia y sin enredos», invocó en su homilía.

Leer transcripción de homilía del arzobispo Carlos Castillo

Al comentar el Evangelio de este domingo XIX del Tiempo Ordinario, Monseñor Castillo explicó que el encuentro de Jesús con sus discípulos en medio de la tempestad, nos permite comprender que ser creyente es tener confianza en el Dios que nos ama:

«Los discípulos ya están pensando en que se viene el mundo abajo y el cielo se cae… una serie de cosas que estaban en la herencia religiosa antigua de Israel, pero que no eran la revelación de JAHWEH, porque, como se lee en la Primera Lectura del libro de los Reyes (19,9a.11-13a), Elías cree que el Señor se va a aparecer en el terremoto, en la tempestad, en el fuego, en el huracán. Y, ¿dónde se presenta el Señor?: En la suave brisa, porque JAHWEH es el Dios que es amor, que está con nosotros, que no nos abandona y que, por lo tanto, no nos da miedo, sino que suscita la confianza», señaló.

El Primado del Perú aseguró que necesitamos ir dejando los «dioses» que nos dan miedo, especialmente, cuando hacemos de la religión una serie de prácticas y ritos que nos impiden ir a lo principal: la confianza en el Señor para poder hacer sus obras de amor: «Quien es amado, comparte el amor; quien es alegre, comparte la alegría, anuncia la alegría misionera del Evangelio, como dice el Papa Francisco», insistió.

Todo cristiano es un cristiano misionero que anuncia la alegría misionera del Evangelio, una alegría que penetra en el mundo para mejorar la vida de los demás, no para destruir a nadie.

En otro momento, el arzobispo de Lima advirtió que la fe no debe confundirse con el adoctrinamiento que recibimos en la catequesis, porque «la fe es aprender a confiar en el Señor» y hay que ser un poco “sinvergüenzas” en ese sentido, es decir, «atrevernos a abrir nuevos caminos con confianza en el Señor y sin vergüenza».

Ver el rostro del Señor en medio de la tempestad.

Otro aspecto a destacar en la liturgia de hoy es que, ante la amenaza de una tempestad, los discípulos no ven el rostro del Señor y lo confunden con un fantasma. «¿Cómo puede ser que nuestras creencias sean más grandes que el reconocimiento del amigo?», preguntó el Monseñor. «A un amigo siempre se le mira al rostro y reconoce. Pedro era el más tempestuoso de todos, y cuando está a punto de hundirse, reconoce al Señor y le dice: ¡Señor, sálvame!«.

El prelado recordó que todos debemos tener una actitud permanente de confianza y reconocimiento al Señor, que está siempre a nuestro lado para ayudarnos a salir de las dificultades. Por eso, el arzobispo Castillo hizo una invitación a que hagamos una pequeña revisión de nuestras vidas para preguntarnos cómo va nuestra confianza: «Les recomiendo que cada uno, en su ser personal, en sus familias y todos como peruanos, nos preguntemos esta semana cómo va la confianza», reiteró.

Renovemos nuestra confianza en ese Dios que se presenta en la brisa, en la tranquilidad. Elevemos una oración al Señor en silencio, para pedirle su fuerza y calmar las tempestades que nos atormentan.

Pero esta revisión también va para la Iglesia y sus dirigentes: «Nosotros como sacerdotes, en la forma de vivir la Iglesia durante años, en esta forma “colonial” que ha tenido nuestra Iglesia, a veces, damos miedo a la gente. El sacerdote, el obispo y la Iglesia no están para dar miedo a nadie… ¡estamos para incentivar la capacidad de confiar y de crecer!», apuntó.

Necesitamos aprender a hacer las cosas no por costumbre, sino porque apreciamos el valor propio de cada uno y consideramos el bien de todos.

Solidaridad con el pueblo hermano de Ecuador

El arzobispo de Lima también se pronunció por la reciente tragedia ocurrida en el país hermano de Ecuador, que, a pocos días de las elecciones presidenciales, fue testigo del asesinato de uno de sus candidatos, Fernando Villavicencio: «Hay gente que quiere introducir el miedo a través de las amenazas, las agresiones y la violencia. Nosotros tampoco nos libramos de algo así, porque hay esa tendencia a hacer cualquier cosa con la vida de los demás. Cuando estamos atarantados por esas cosas, tendemos a tener desconfianza en el Señor, nos deprimimos, nos desesperamos y vemos fantasmas. Y cuando vemos fantasmas, vivimos paralizados», comentó.

La Eucaristía del domingo XIX del Tiempo Ordinario, contó con la presencia de los niños del Grupo Scout Lima 96 San Judas Tadeo. También recibimos la visita de los niños y jóvenes de la catequesis de la Parroquia El Sagrario.

Al llegar la Fiesta de la Transfiguración, Monseñor Castillo afirmó que todos estamos llamados a dejarnos iluminar por el Señor, escucharlo a través de la historia y no tener miedo de levantarnos para salir a anunciarlo. «Vamos a pedir al Señor que nos dé la gracia de cambiar, rechazar el miedo y levantarnos para hacer el bien». 

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Al inicio de su homilía, Carlos Castillo precisó que la Fiesta de la Transfiguración nos permite comprender hacia dónde vamos como creyentes, porque es la manifestación de que el Señor nos acompaña en nuestras contrariedades, dolores y miedos, para ser la luz de esperanza de que nos encontraremos definitivamente resucitados.

Según narra el Evangelio de Mateo (17,1-9), el Señor quiere empezar a generar esta reflexión en sus discípulos más cercanos, que aún no comprendían que nuestro Dios es misericordioso, amoroso y humano; un Dios que asume nuestra humanidad, nuestra fragilidad y sufre con nosotros.

Monseñor Castillo explicó que, en la Transfiguración, el Señor ha querido mostrar a sus discípulos «un pedacito del Reino de Dios», de tal manera que podamos contemplar la maravilla de la grandeza de su amor. Por eso, haciendo eco de las palabras del Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud, el arzobispo de Lima hizo un llamado a «dejarnos iluminar por el Señor», sobre todo, cuando tenemos un momento de oración y adoramos a Dios que se hace visible en la Eucaristía, cada vez que elevamos el Pan.

El Señor también transfigura el pan y el vino para que todos nosotros tengamos la experiencia de que Dios es amor y nos comparte su vida, nos da el pan, el alimento y el vino de la alegría.

«Todos tenemos que contemplar al Señor para ser iluminados, es decir, llenarnos de la vitalidad de su Luz», reiteró nuestro arzobispo. Iluminados no es lo mismo que luminosos, como lo recuerda el Santo Padre en la JMJ. «Cuando nos creemos luminosos, nos volvemos tenebrosos; cuando nos creemos la divina pomada, resulta ser una “pomada de segunda” que ni siquiera sirve para lustrar zapatos. Y, ¿qué es lo que pasa cuando uno se autoconsidera “el men”, la “mujer maravilla” y los demás son “chusma”? Lo que hacemos es dividir la humanidad y no integrarla como hermanos», advirtió el prelado.

La tentación de creernos «luminosos» también existía en los discípulos, señaló el Monseñor Carlos. Ellos habían desarrollado una fe que buscaba imitar la ‘fe de los pocos’ (ὀλιγοπιστία – oligopistia), es decir, la fe de la élite que gobernaba Israel. Por eso, no podían comprender que el Mesías pase por sufrimientos e injusticias, ellos estaban tan felices que querían quedarse en el Monte Tabor para siempre. «No podemos quedarnos solo en el templo, tenemos que salir a enfrentar ese mundo para que se convierta en un mundo hermano», exhortó el obispo de Lima.

A veces, no queremos salir de nuestra comodidad porque estamos muy bien dentro del templo, pero este momento pacífico y lindo de la Liturgia, tiene que compartirse con el mundo para transmitir la alegría del Evangelio.

En otro momento, el arzobispo Carlos Castillo recordó los tres verbos que Francisco ha dejado a los jóvenes en todo el mundo: 1) resplandecer, dejarnos iluminar por el Señor, 2) escuchar siempre al Señor, y 3) no tener miedo, levantarnos y aprender a confiar en el Señor.

Entre los miedos que podamos tener, el Primado del Perú aseguró que los males reales son más peligrosos que los espirituales. Por ejemplo, el dios dinero corroe nuestro espíritu para anteponer la acumulación de bienes a costa del sufrimiento y la destrucción de las personas. «¿Cómo se destruye la ambición por el dinero? Compartiendo lo que tengo y buscando el bien de todos», aseveró Monseñor.

La Eucaristía, celebrada en la Basílica Catedral de Lima, contó con la presencia del Colegio de Nutricionistas del Perú y el Coro de niños de la Parroquia San Norberto. También acudieron los niños y jóvenes de los programas de Catequesis de la Parroquia El Sagrario.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

Llegado el domingo XVII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía en la Catedral de Lima. El prelado hizo un llamado a recoger la propuesta del Señor, que en el Evangelio de hoy, nos invita a vivir un cristianismo inteligente, capaz de discernir, profundizar y ponderar las cosas, de lo contrario, podríamos correr el riesgo de habituarnos a un «cristianismo de reglas donde todo ya está hecho» pero que no nos permite vivir en libertad.

«Solamente cuando hacemos juntos un discernimiento y una reflexión para ver juntos qué es más justo y adecuado, podemos salir adelante. No vivamos a espaldas de nuestros propios problemas, resolvamos las cosas con discernimiento y voluntad de ayudar, especialmente, a los más vulnerables, a los que sufren enormes injusticas y muerte», ha expresado el Primado del Perú.

La Santa Misa contó con la presencia de Monseñor Jordi Bertomeu, oficial del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. «Agradecemos la presencia de Monseñor Jordi, que ha venido por encargo del Santo Padre para que todo lo que ha sido malo en nuestra historia pueda esclarecerse y podamos seguir adelante con paz y esperanza. Solo se resuelven las cosas cuando se afrontan, no cuando se evaden», manifestó nuestro arzobispo.

Al inicio de su homilía, Monseñor Castillo se refirió a la liturgia de hoy como «un canto a un cristianismo inteligente» y «una poesía para que aprendamos juntos a discernir y expresar lo que estamos viviendo». Comentando el Evangelio de Mateo (13,44-52), que describe el Reino de Dios como un tesoro escondido, el arzobispo nos invitó a reflexionar sobre la propuesta del Señor, que quiere explicarnos cómo es nuestro Dios a través de parábolas. «Él nos ve a nosotros, a la humanidad, como el tesoro escondido en toda la creación que hizo. Y, por lo tanto, Él discierne y decide entre todas las cosas», señaló.

El obispo de Lima recordó que el Señor nos ha creado para ser semejantes a Dios, y esa semejanza significa «ser semejantes en inteligencia y sabiduría, aprendiendo a escoger las cosas más justas y adecuadas a las personas, sobre todo, aprendiendo a diferenciar y saber relacionarnos con la Creación».

Por ello, la parábola de hoy también hace hincapié en que el Reino de los cielos se parece las perlas finas de un comerciante, que es otra manera de decirnos que somos amados y considerados como «la perla más bella y fina que Dios ha podido crear, porque todos tenemos un valor que necesitamos reconocer, y Dios ha venido y enviado a su Hijo para que aprendamos a valorarnos», indicó.

Si no discernimos, no actuamos como el Dios que nos ha creado, y tendemos a hacer las cosas a nuestro modo. Actuar por interés es reducir a la persona humana, y eso ocurre cuando tenemos indiferencia ante las personas y las tratamos como cosas.

El arzobispo de Lima puso especial énfasis en la Primera lectura del libro de los Reyes (3,5.7-12), para resaltar las virtudes de Salomón, que en su condición como rey de Israel, no le pide a Dios riquezas ni grandezas, sino un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien. El prelado insistió en la importancia de que todo aquel que tiene la misión de ser dirigente en el país, asuma con responsabilidad sus decisiones y actúe de forma justa. «A veces, porque estamos distraídos y tenemos los intereses puestos en otra cosa, nos olvidamos de la gente», advirtió.

Salomón es reconocido por el Señor porque ha pedido inteligencia para discernir, ha pedido un corazón para entender. Es una inteligencia que está unida a los sentimientos, a las decisiones, que permite, además, tener esa capacidad de unir corazón con razón.

Carlos Castillo exhortó a vivir un cristianismo pensante, no un cristianismo lerdo que no sepa profundizar las cosas «porque todo ya está hecho». El Monseñor afirmó que, por mucho tiempo, nos hemos habituado «a un cristianismo de reglas, en donde no pensamos, porque es más fácil cumplir las reglas; pero, a veces, esas reglas no nos permiten tener libertad. La regla vale cuando sirve para profundizar e ir avanzando en libertad, y si nos oprimen y nos impiden el poder ser libres y discernir con nuestra cabeza las cosas con tranquilidad, con el corazón, entonces, no ayudan a ser humano», argumentó.

Estas capacidades para discernir y tener criterio, recalcó el arzobispo, también se presentan en la comparación del Reino de los cielos con una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. ¿Qué significa esto? «Que Dios nos ha creado diferentes a todos y nos ayuda a crecer, porque es un Dios inteligente que va viendo cómo se hacen las cosas, va siguiéndonos y siempre nos acompaña. Por eso, el Papa dice que Dios nunca nos abandona, porque nos da una ayudita para poder discernir», comentó.

El cristiano es alguien que va amalgamando y recogiendo las cosas interesantes de todo. Inclusive, Pablo dice: “prueben todo y quédense con lo bueno”, para que tengamos experiencia y recojamos de las experiencias lo mejor.

Por último, Monseñor Carlos hizo una invocación a que, con la contribución de todos, especialmente, con la sabiduría de las mujeres que han aprendido a comprender los problemas desde su propio sufrimiento y marginación, podamos regenerar nuestro país, corregir los errores que cometemos (como sociedad y como Iglesia) y resolver juntos los conflictos históricos del Perú.

La Celebración Eucarística por el 202º Aniversario de nuestra Independencia contó con la presencia de la Presidente de la República, Dina Boluarte, así como las máximas autoridades políticas, civiles, militares y policiales de nuestro país.

La Misa y Te Deum fue presidida por el Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Monseñor Carlos Castillo. Acudieron como concelebrantes Monseñor Paolo Rocco Gualtieri, Nuncio Apostólico en Perú; Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana; los obispos auxiliares de la Arquidiócesis de Lima y el Cabildo Metropolitano de Lima.

A continuación compartimos la homilía de Monseñor Carlos Castillo, en el marco de la Tradicional Misa y Te Deum por el 202º Aniversario Patrio de nuestra Independencia.

Homilía de Monseñor Carlos Castillo

Las lecturas bíblicas de esta fiesta Patria son una invitación a la alegría desbordante y permanente. Todo un desafío para nuestra fe y para nuestro estado de ánimo actual. Por ello, no podemos pasar desapercibido este llamado. Reflexionemos, dado que está en juego lo fundamental que hemos de afrontar hoy todos los peruanos: vivir como hermanos con justicia, esperanza y verdadera alegría.

1) Esten siempre alegres
Los textos que hemos leído provienen de tres épocas diferentes:

a) Desde la oscuridad de opresión a Asiria, surge la posibilidad de ver luz, y luz brillante en un Rey niño que será “nuestro”, el Emmanuel.  Israel siente este hecho histórico como signo de que YHWH les mandó un don, un regalo, un regalo gratuito;

b) Por otra parte, desde una situación aún peor, la opresión romana, estando además encinta, María, que ha recibido de Gabriel la noticia de que ella daría a luz al rey esperado, deja la cama y se levanta. Ha escuchado que la anciana Isabel también está encinta, y va sin demora a ayudarla; y al encontrarse ellas se llenan de alegría;

c) Pablo, invita a los primeros cristianos perseguidos a redoblar constantemente la alegría, teniendo mesura, no desesperación, y rescatando todo lo “verdadero, noble, justo, puro, amable y laudable” de la situación que viven, así como lo valioso que aprendieron de él, para que así los acompañe el Dios de la paz.

Detengámonos en el Evangelio: este encuentro de mujeres no es anecdótico y sin significado. No son dos mujeres distraídas a las que les sucede algo raro. Son dos mujeres conscientes de la historia trágica pero esperanzadora de su nación. Es cierto que son dos mujeres del pueblo sencillo creyente, pero de un sector que había cultivado y rastreaba los signos de Dios en su historia y, por lo tanto, conocían tantos problemas graves de su país como también intuían su esperanza. María de familia real-profética e Isabel de familia sacerdotal-profética, y en la durísima época romana en que las dos tradiciones habían sido expulsadas de la religión oficial, la primera después del exilio y la segunda durante la dinastía asmonea.

Dominaban Israel sacerdotes aristócratas saduceos, cómplices del imperio romano. Y se había cerrado la esperanza, como dice la expresión implícita en los evangelios “los cielos se habían cerrado”. Esos que dirigían Israel, solo imponían su poder insensible sin misericordia. Todo lo que hacían era juegos de poder y dinero, amarres y acuerdos bajo la mesa, despreciando a los débiles. Pero, más bien, la alegría entre Isabel y María viene de lo nuevo que es el servicio generoso y gratuito: ¿Cómo la madre de mi Señor viene a mí?, es decir, la Reina Madre se inclina a servir a una anciana parturienta. Jamás se vió este cambio como con María. El Rey que nacería sería, por eso, muy distinto, cercano, servidor, identificado con su pueblo, podríamos decir, incluso, “democrático”, y su Madre lo era también.

Por ello, la alegría no es una alegría vacía, cándida, como una risa psicosomática. Es una alegría que tiene razones profundas de justicia: Estas mujeres saben del sufrimiento de la mujer y de su dignidad y sienten que su Dios se fija en ellas, y ellas lo alaban porque cumple sus promesas. Y, así, asumen su responsabilidad de generar en sus propios cuerpos la esperanza de Israel, practicando actitudes de servicio a ese pueblo desde su ser más íntimo, para llenarlo de alegría desbordante. Se parecen un poco a nuestras mujeres de las ollas comunes.

2) ¿En qué nos puede ayudar esa luz para nuestro hoy?

Hace justo 200 años, en Lima y en todo el Perú, en el año segundo de proclamación la independencia, faltaba lo más importante: inventar una forma de convivir entre peruanos. Pero la aristocracia criolla fue la primera en quererse imponer. Por eso, el golpe de Estado contra la Mar para controlar la venida de Sucre y Bolívar. Algo más grave, del 18 de junio al 17 de julio de 1823, el general realista Canterac ocupó Lima. Y todo el gobierno y el congreso, primero, debieron huir al Callao y luego a Trujillo. Tampoco ese año hubo Te Deum.

Observemos esa oscura realidad de 1823, y veremos cómo la responsabilidad, al fin, se impone por sí misma tarde o temprano. El congreso de 1823, al final, toma con firmeza la situación y con espíritu de servicio emprende y toma las riendas de la situación gracias a sus miembros más lúcidos, y promulga la constitución del 12 de noviembre. Y sabedores de la indispensable ayuda de Bolívar, esos miembros más lúcidos colaboraron con él, pero no se doblegaron a sus ambiciones y estilos dictatoriales.

Debemos mencionar el legado profundo de un político, ideólogo y gran cristiano: José Faustino Sánchez Carrión, quien nos dejó estas palabras:

“Un Representante Padre de la Patria, debe estar desnudo de aquellas pasiones que solo devoran a los que ansían el mando y el poder para esclavizar a sus compatriotas (…)”

Así, acusaba también a aquellos que, no teniendo el poder, lo buscaban agazapados:

“…todo tirano que no está́ en los primeros puestos es un enemigo opuesto de la sociedad, y cuando los consigue, entonces manifiesta todo el fondo de su negro carácter (…).

Desde hace un año, cuando se fueron desvaneciendo muchas esperanzas por aquella estrecha ambición que no supo interpretar el sentir popular, la totalidad de las encuestas nos muestran de modo contundente que ese desvanecimiento ha continuado, y detectan la más grave separación y distanciamiento entre las capas dirigenciales, sobre todo, las políticas y la vida del pueblo sencillo y sus graves sufrimientos y demandas. Parece que no se dieran cuenta de que nuestro pueblo existe, sufre y demanda cambios urgentes.

Parangonando nuestra situación con el texto de Isaías (9, 1-3. 5-6): “El pueblo que caminaba en tinieblas”, el Perú de hoy, todavía no ve la luz en esta situación concreta e histórica. Mas bien, es un pueblo “vejado y abatido como ovejas sin pastor”, que siente el peso de la oscuridad y la confusión.

En efecto, muy pocas veces hemos llegado al 28 de julio en una situación igual de incertidumbre, tensión y división política como la que hoy vivimos. Por eso, desde mi misión, me corresponde hacer, con todo respeto, la invocación a las máximas autoridades del país a colocarse, por unos minutos, en la situación de aquellos que más sufren, afrontando cara a cara nuestros desaciertos y los graves males en que hemos incurrido, incluidas, las muertes que esperan aún justicia y reparación.

Como Iglesia no estamos para dar soluciones estratégicas o tácticas que corresponden al campo estrictamente político y económico. Pero no puede quedarse muda ante el relajamiento humano y ético de la Patria. No puede dejar de llamar a todos a la unidad para un programa mínimo común y efectivo que prevea afrontar, con el concurso de todos, los sectores sociales y políticos, la urgente necesidad de afrontar la situación dramática que se avecina, fortaleciendo y anchando la participación y la democracia, en vez de restringirla, dando preferencia a los más vulnerables, sin abandonar a nadie, sino favoreciendo la solidaridad en la salud, la alimentación básica, el trabajo, la educación, la previsión antes del fenómeno del niño y otras tantas urgencias.

La fe no se relaciona con lo político directamente, sino a través de educar nuestra sensibilidad humana y velar por ella, tratando de superar nuestras cegueras y mezquindades. Por eso, reafirmando nuestra misión evangelizadora, y actuando como Iglesia solidaria y pastoral, sabemos que su incidencia ética en la vida social puede ser una luz que permita corregir, alentar y abrir el horizonte de un amplio futuro que nos hermane eficazmente como peruanos.

3) Escuchar, comprender, apreciar, valorar y promover

La nación somos todos y ningun interés particular de personas, familia o grupo, puede hacerse de nuestro patrimonio como su monopolio (Const 1823: 1-2). Nuestro pueblo sigue siendo protagonista de su historia, y debemos apreciarlo y alentarlo. Y si todo es de todos, valoremos también los descontentos y rechazos populares que condenan nuestros malos actos como dirigentes del país y nos exigen rectificaciones claras, oportunas y justas.

Superemos la indiferencia y rehabilitemos la mejor política por el bien común de la nación. A los 10 años de su pontificado, el Papa Francisco habla en directo de la importancia de hacer política como medio para que los valores de la vida humana y del bien común sean protegidos; dice: “la politica es una de las formas más altas de la caridad porque busca el bien común…trabajar por el bien común es el deber de un cristiano”.

Por ello, demos todos y todas un paso más. Apreciemos la iniciativa creadora de nuestro pueblo en vez de despreciarla, como muchas veces pasa entre las dirigencias sociales, políticas y económicas, y también culturales e inclusive las eclesiales. En la Iglesia estamos tratando de dar ese paso, pero aun tenemos serias dificultades, por eso, es que pedimos también perdón.

Escuchemos, comprendamos, apreciemos, valoremos y promovamos la subjetividad social popular de todos los rincones de la Patria, para actuar según el Evangelio, con oportunidad, con esperanza, y con la alegría que caracteriza al Perú de todas las sangres que todos amamos de corazón.

Felices Fiestas Patrias y que nos reencontremos como peruanos en la esperanza.

Al iniciarse la Semana de Reflexión por el Perú, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía del domingo XVI del Tiempo Ordinario unido a nuestra Iglesia Universal que hoy celebra la III Jornada Mundial de los Abuelos y Adultos Mayores.

«Los cristianos somos realistas y partimos de la realidad, tratamos de detectar dónde está el Señor, qué nos pide y cómo nos desafía la situación para actuar como Él actuó, entregando la vida. Ese es el país que queremos, un país en donde todos podamos caber sin excluir a nadie. Y por eso, ayudémonos en esta tarea con inteligencia y sencillez, sin apresurarnos y sin atontarnos.», ha comentado el prelado en su homilía.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima

La Primera Lectura del libro de la Sabiduría (12,13.16-19), señaló Monseñor Castillo, nos recuerda que la fuerza de Dios no es agresiva ni impositiva, sino es una «fuerza suscitadora de algo nuevo, es la fuerza del amor que el Señor introdujo como principio de existencia para todos». Por eso, todos hemos sido creados para amar y todos compartimos la misma condición de hijos y hermanos, porque reconocemos al mismo Padre y a la misma Madre, que es nuestro Dios.

La fuerza y el poder de Dios no son arbitrarias. A pesar de tener el poder para hacer lo que quiere, Él nos gobierna con indulgencia y espera pacientemente «a que se desarrollen nuestras capacidades humanas de reconocer nuestros errores, rectificarnos y retomar el camino para el cual hemos sido creados».

Esta actitud de paciencia es la que el Señor quiere enseñarnos con la Parábola de la cizaña y la semilla. Mientras que los servidores del amo están preocupados por arrancar la semilla de la cizaña sin pensar el sacrificio que ello representa, el Señor, que es sabio y cuya fuerza es suscitación de esperanza, espera que ambas semillas crezcan para separar el grano de la paja, lo malo de lo bueno.

Un cristianismo inteligente que sabe actuar con oportunidad y sencillez

El obispo de Lima explicó que, aunque la semilla de cizaña fue sembrada mientras el dueño dormía, es decir, traidoramente, todos estamos llamados a recuperar lo bueno de la humanidad, sin apresurarnos ni tomar decisiones rápidas. Es, por tanto, una invitación a pensar, a iniciar un camino inteligente en el que, como cristianos responsables, actuamos con sabiduría y sencillez en el momento oportuno.

«¿Qué importancia tiene el que pensemos? Como el Señor es sabiduría y su fuerza suscita, hay que tener sensibilidad para sentirla. Y qué bonito que, como pueblo cristiano, estemos empezando a aprender que no es cuestión de precipitarse, sino que es necesario calmarse para entender qué hacer. Ése es el camino inteligente, ése es el cristianismo inteligente que nos ha enseñado el Señor, no un “cristianismo de callados” en donde nos atontamos, ni un cristianismo de apurados que lo que hacen es generar más problemas. Es un cristianismo inteligente que sabe guardar las cosas en el corazón y sabe actuar con sabiduría y sencillez en el momento oportuno», reflexionó el prelado.

Aprender de la sabiduría de los ancianos y el legado de nuestros héroes nacionales

Respecto a la III Jornada Mundial de los Abuelos y Adultos Mayores, Monseñor Castillo afirmó que, al igual que la semilla de trigo, nuestros ancianos han aprendido a crecer poco a poco, y todas estas experiencias vividas son compartidas con las nuevas generaciones, especialmente con nuestros niños y jóvenes.

De igual manera, el arzobispo de Lima recordó la sabiduría de nuestros héroes nacionales, quienes estuvieron dispuestos a sacrificar la vida por el bien común. En el día que homenajeamos a José Abelardo Quiñones, es importante que reflexionemos sobre el bien común en el Perú que amamos, sobre todo, ahora que hay «tendencias humanas que pueden llevarnos a las cizañas» si no miramos más allá de nosotros mismos y nos enceguecemos:

«La ambición siempre enceguece, por eso, los cristianos estamos atentos al pecado. Los cristianos ni somos unos ilusos que soñamos mundos inexistentes o de fábulas, ni somos impulsivos que nos dejamos llevar por la primera cosa que se nos ocurre. Los cristianos somos realistas y partimos de la realidad, tratamos de detectar dónde está el Señor, qué nos pide y cómo nos desafía la situación para actuar como Él actuó, entregando la vida», aseveró. 

Díganme si no se parecen todas las actitudes de nuestros héroes nacionales a la actitud de Jesús en la Cruz, que sufrió terriblemente, pero prefirió hacerlo para dejarnos un signo de esperanza y amor que, luego, es posible replicarlo en miles de formas en nuestra vida.

En otro momento, nuestro arzobispo saludó los gestos solidarios de nuestros 12 decanatos, que durante el sábado 22 de julio participaron comunitariamente en un pasacalle por la reconciliación, la esperanza y la regeneración del Perú. «Este es un signo de que la Iglesia también se suma a este sentir general de que las cosas tienen que resolverse firmemente, pero resolverlas en paz», reiteró.

La Eucaristía del XVI del Tiempo Ordinario contó con la presencia del Consejo Pastoral Arquidiocesano, representantes de la Parroquia La Virgen Medianera, y nuestros jóvenes de la confirmación de la Parroquia El Sagrario.

En alusión a la parábola del sembrador que narra el Evangelio de Mateo (13, 1-23), el arzobispo de Lima recordó que todos estamos llamados a ser tierras acogedoras que permitan «que la semilla de la Palabra del Reino se deposite en nosotros para que esta tierra, este pueblo, pueda convertirse en un jardín de hermanos y hermanas distintos que se aprecian, se quieran y superan los grandes problemas históricos que llevan».  (leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo)

En el día que también celebramos la Fiesta de la Virgen del Carmen, Monseñor Castillo señaló que su visita a la Catedral de Lima nos ayuda a comprender cómo la vida cristiana se puede desarrollar siempre que nosotros «tenemos las actitudes de María, porque ella sabe acoger la Palabra de Dios para hacer reverdecer el mundo a través de la entrega de su Hijo».

La Virgen del Carmen es la tierra buena en que se depositó Jesús y generó la evangelización, el anuncio alegre de la Palabra que fecunda nuestras vidas y nos quita la esterilidad.

En todo momento – explicó el prelado – el Señor quiere hacer reaccionar a su pueblo llamándolo a la conversión del corazón. «Él nos llama a repensar cómo vamos a construir nuestras vidas, no solamente como individuos, no solamente en nuestra alma, sino en todo el ser de relaciones humanas de nuestro país», insistió. 

El Señor nos llama a repensar nuestras vidas desde la tierra que seamos. No importa que no sea perfecta, lo importante es que sea una tierra disponible para vivir el Reino de Dios de forma anticipada, con justicia, amor verdadero, relaciones estables y generativas de vida para todos. 

El obispo de Lima aseguró que el Señor ha venido para quedarse en nuestras vidas y desarrollar en nosotros la capacidad de profundizar. Sin embargo, la persona que ya se siente «predeterminada» según sus convicciones, creencias o fanatismos, no se puede dejar «sembrar» por el Señor, porque repulsa la Palabra y no se deja penetrar por ella.

El Señor no es alguien que busca imponer una dictadura. Dios no nos quita la libertad, Él suscita en nosotros la capacidad de abrirnos y comprender. Si queremos que el mundo vaya adelante, más que obedecer una norma, seamos fieles a la suscitación que nos hace el Señor. 

Monseñor Castillo reiteró que el Señor nos ha dado su Palabra en la historia, la Palabra del Reino, que se va desarrollando e irradiando a través de nuestras acciones humanitarias, a través de la solidaridad y la amistad social. Por eso, todos tenemos el compromiso de buscar el hermanamiento entre peruanos y peruanas, con la esperanza de hacer del Perú un jardín que, bajo el amparo de la Virgen del Carmen, Patrona de nuestra ciudad, todos podamos florecer.

Se anuncia la Jornada Arquidiocesana de la Juventud 2023

En el momento de la ofrenda, los jóvenes de la Pastoral Juvenil de nuestra Arquidiócesis de Lima, encomendaron a nuestra Virgen del Carmen la próxima Jornada Mundial de la Juventud que se desarrollará en Lisboa junto al Santo Padre Francisco: «Los jóvenes de Lima venimos para seguir tu ejemplo de amor y servicio. Tu vida nos inspira a ponernos en camino para servir y dejarnos enamorar por la mirada de Dios. Y llenos de su Gracia, podamos ser testigos del amor en el mundo», expresaron.

De igual manera, se anunció que este año se desarrollará la Jornada Arquidiocesana de la Juventud (JAJ) 2023 en nuestra Iglesia de Lima. «Bajo tu inspiración, Madre, queremos que esta jornada sea un encuentro de unidad, diálogo y oración. Y que podamos servir renovados para suscitar en nuestra sociedad una nueva forma de ser hermanos».

Lema de la Jornada Arquidiocesana de la Juventud: «Joven, con la mirada de Dios a María ¡Levántate a servir con alegría!»

La Eucaristía celebrada en Catedral de Lima contó con la presencia del Padre Comisario de la Orden Carmelitas Descalzos del Perú, Fray Gróver Cáceres Rivera. También estuvo presente el Alcalde de Lima, Rafael López Aliaga; las hermandades carmelitas y hermanas del Monasterio del Carmen.

Basado en la Liturgia de hoy, Monseñor Carlos Castillo recordó que estamos llamados a encontrar al Señor en lo más hondo del sentido vivo de las personas pequeñas y sencillas, porque son quienes viven y sienten las necesidades más grandes de nuestra humanidad. «Todo lo que vivimos en la Iglesia, toda la fe, toda la esperanza, toda la caridad, es la de Dios, que viene especialmente a los que son humildes y mansos», dijo en su homilía (leer transcripción).

Al inicio de la Eucaristía, el arzobispo de Lima envío un fraterno saludo a Monseñor Robert Francis Prevost, O.S.A., quien ha sido considerado por el Papa Francisco en el próximo Consistorio para la creación de 21 nuevos cardenales. Desde Roma, el Cardenal Prevost, quien también desempeña el cargo de Prefecto del Dicasterio para los Obispos, agradeció las felicitaciones de Monseñor Castillo y dirigió unas breves palabras a nuestra Iglesia peruana (de la que formó parte varios años como obispo de Chiclayo): «A servir donde la Iglesia nos llama. Cuento con sus oraciones», expresó.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo

Comentando el Evangelio de Mateo (11,25-30), el obispo de Lima afirmó que las palabras de acción de gracias al Padre dichas por Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla», son palabras profundas de emoción que nos revelan la importancia de compartir el don de la fe y traducirlo con nuestro comportamiento.

El Señor había notado, contó el Monseñor, que no había un gesto de conversión en las tres ciudades más religiosas de Galilea (Corozaín, Betsaida y Cafarnaún). Pese a haber predicado la Palabra, no había un propósito de conversión en estos pueblos «porque no había un cambio de la vida en algo fundamental: compartir el don de Dios con los hermanos».

Compartir el don de la fe y no encerrarnos en nuestras costumbres

«Si recibimos el don de la fe, de la alegría, hay que compartirlo. Si somos sanados, tenemos que ayudar a sanar al otro. Eso es lo que no veía Jesús en esas tres ciudades muy religiosas, y este es el riesgo de los países y las sociedades en donde se piensa que, por ser muy religioso, ya se posee a Dios y se posee la verdad, como si no hubiera nada más por comprender», advirtió el prelado.

El Primado del Perú sostuvo que los extremos de sectarismo y el encerramiento en las costumbres, endurecen el corazón, nos parapeta y nos enreda, olvidando por completo que “el centro de la fe es amar, comprender y abrirse al Otro”. Por eso, este orgullo, esta vanidad religiosa, es muy criticada por Jesús, «porque esas tres ciudades tenían mucha influencia del grupo fariseo. Y el grupo fariseo había establecido un sistema de control de tal manera que todo el mundo repitiera lo mismo y no se cambiara nada. Y como la influencia de los fariseos era fuerte, Jesús empieza a darse cuenta de que los únicos que han entendido y se convierten son los pequeños, los sencillos, la gente simple y humilde».

«A veces, pensamos que la religión es repetir las cosas de siempre – reflexionó el arzobispo – y cuando hay algo nuevo que tiene que mejorar, algún error que hay que corregir, nos resistimos a corregirlo porque decimos que ‘siempre se hizo así, ya no se puede cambiar'».

Carlos Castillo reiteró que nuestra religión siempre debe estar atenta por dónde aparece el Señor, porque «Él ha resucitado, sigue apareciendo en la historia y, por medio de su Espíritu, sigue ayudándonos. Por eso, tenemos que identificar de qué maneras podemos construir la hermandad, construir formas de anticipar el Reino de Dios en esta historia».

Todo cristiano es un misionero y un testigo. Es aquel que, permanentemente, está atento a su Señor en la historia. Él nos orienta a un cristianismo de “ojos abiertos”, no de ojos cerrados y obtusos, sin sabiduría. El Señor nos vuelve sabios, nos hace discurrir, madurar y crecer como personas, porque nos hace ser libres.

El arzobispo de Lima recalcó que, si en la fe no hay libertad, entonces, no podemos hablar de fe, porque la verdadera fe cristiana nos inspira a confiar unos en otros, y nos moviliza a buscar juntos soluciones a los problemas. «Estamos llamados por el Santo Padre, que ha descubierto esa maravillosa fórmula que la propone a todos, esa forma sinodal de caminar juntos e ir conversando sobre cómo vamos a hacer nuestra Iglesia».

El Papa recordó esta mañana que Dios quiere revelarse a nosotros por medio de hechos liberadores y re-conformadores de la vida. Él nos libera para que hagamos una vida nueva que sea siempre un seguimiento de la revelación del Señor en nuestra historia. 

Nuestro arzobispo indicó que la humanidad de los pequeños es prioridad en la Iglesia, porque son los que comprenden y sienten más hondamente los problemas. Por eso, el Señor anuncia “Vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados porque yo los aliviaré”, para decirnos que «todo lo que vivimos en la Iglesia, toda la fe, toda la esperanza, toda la caridad, es la de Dios que viene especialmente a los que son humildes y mansos, porque van a encontrar descanso para sus vidas y esperanza».

Antes de finalizar, Monseñor Castillo, unido a las intenciones de nuestra Iglesia peruana, pidió por el Cardenal Robert Prevost, quien desde el 30 de septiembre formará parte del Colegio Cardenalicio: «Que Monseñor Prevost, a quien el Señor lo ha colocado en un puesto alto de la dirección de la Iglesia, humildemente, pueda servir al Señor desde ahí y hacer que haya buenos obispos para nuestros pueblos».

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