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En el domingo XIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo recordó que nuestra religión cristiana es «una religión de ojos abiertos», porque el Señor «nos enseñó a abrir los ojos a los signos de los tiempos» para que todos seamos evangelizadores y anunciadores de su amor.

Nuestro arzobispo de Lima hizo un llamado a que, como Iglesia, aprendamos a leer los signos nuevos que nos interpelan, generando espacios de escucha y acogida que hagan posible un Perú nuevo en un mundo nuevo (leer transcripción de homilía).

Transcripción de homilía del arzobispo de Lima

En alusión a la lectura del segundo libro de los Reyes (4,8-11.14-16a), que narra el gesto solidario de una mujer sunamita con el profeta Eliseo, acogiéndolo en su casa y preparándole una habitación pequeña; Monseñor Castillo explicó que tenemos que agradecer a los «sunamitas de hoy» que, con un gran sentido cristiano, acompañan los caminos de todos los que evangelizan el mundo, especialmente, en nuestro país, «donde hay una enorme consideración por los religiosos, agentes pastorales y sacerdotes».

Este sentido de la acogida viene – afirma el arzobispo de Lima – de que sabemos «que estamos para evangelizar y llevar una palabra de aliento», sobre todo, a la gente que más sufre. En la fe cristiana, acotó, «no se puede crecer si es que no sabemos escuchar», por eso, necesitamos que juntos «construyamos esta Iglesia con el favor de todos. Para ello, es indispensable que conversemos, porque en el último tiempo «tenemos un país de mudos, en donde todos estamos encerrados y nos insultamos».

Todos somos evangelizadores y anunciadores del Señor

Comentando el Evangelio de Mateo (10,37-42), el Primado del Perú recordó que «todos somos evangelizadores y anunciadores del Señor con nuestro testimonio», no solamente el párroco, el seminarista, la monja o el agente pastoral. Pero esta misión también conlleva una responsabilidad mayor: poner, en primer lugar, a Dios, es decir, actuar con fidelidad al Padre creador «que nos dio la condición fecundadora y regeneradora de la humanidad a todos».

Dios nos dio el don de la vida. A Él le debemos siempre el primer reconocimiento de nuestra vida.

Vivir en fidelidad a Dios puede ser difícil, advirtió el obispo de Lima, sobre todo, cuando anteponemos nuestras ambiciones e intereses personales. Sin embargo, tenemos que aprender ese camino de separar y distinguir lo que es propio del amor familiar y lo que es el interés común, la visión de los demás. «Estamos muy atados, hermanos, porque siendo un país católico, estamos acostumbrados a que, primero, honremos lo nuestro y después lo de los demás, después lo de Dios», reflexionó.

Asumir y seguir al Señor, por lo tanto, supone «asumir nuestras propias cruces y nuestras propias responsabilidades» para salir de nosotros mismos e identificarnos con el Señor.

Pero el Señor también nos dice que si todos somos profetas, entonces, tenemos que leer los signos de los tiempos, no solamente en la vida familiar, también en la vida social. «El profeta es una persona que anuncia y denuncia, anuncia cosas buenas y denuncia cosas malas. Todo cristiano tiene que ser un profeta, mucho más nosotros, los sacerdotes, que estamos ordenados para eso. Tengamos en cuenta que hay signos nuevos que es mejor que nos abramos a ellos y comprendamos, porque son signos que nos interpelan «, meditó el prelado.

La vida solidaria como condición de vida cristiana

Monseñor Carlos Castillo recalcó que seguir al Señor no solo consiste en cumplir los mandamientos y seguir las reglas que nos han puesto los sacerdotes, también es necesario tener la libertad espiritual para encontrar a Dios en el rostro del hermano que sufre. «Nos hemos acostumbrado a un cristianismo muy pasivo, muy de reglas establecidas y nada más. Tenemos que movernos y salir para ver cómo todos juntos como hermanos podemos intervenir», indicó.

Para ser cristiano, hay que ‘perder’ un poco nuestra vida para darla y compartirla con el Otro. Eso es lo que hizo Jesús: siendo Él que vino del Padre y su vida era la vida plena, entregó su vida y no se miró a sí mismo, sino que se compartió como don para salvarnos a todos.

Este camino, por lo tanto, es también una propuesta para aprender a ‘perder’ la vida, en el sentido que generemos vida, la donemos y no la malgastemos en cosas que no valen la pena. El arzobispo de Lima aseguró que este acto de donación lo hemos recibido, por ejemplo, en el origen de nuestra existencia, que nos fue dada gratuitamente por el amor de nuestras madres, dispuestas a arriesgar su propia vida para donarla a nosotros.

Este camino de desasimiento, de compartición de nuestra vida, es el elemento fundamental de todo cristiano que, entonces, sabe dar su lugar al amor a los hermanos y hacer la voluntad de Dios.

En otro momento, Monseñor Carlos señaló que nos hemos habituado mucho a una religión de “ojos cerrados”, creyendo que para amar a Dios «hay que cerrar los ojos porque está en lo más íntimo y en el corazón; pero resulta que, a veces, no abrimos los ojos para ver la realidad y qué cosas interesantes hay para desarrollar como cristianos en bien de los demás».

La religión cristiana es una religión de ojos abiertos, no de ojos cerrados, porque el Señor nos enseñó a abrir los ojos a los signos de los tiempos. Y, por eso, esta apertura nos permite también una relación de acogida con los demás.

La Solemnidad de San Pedro y San Pablo congregó al episcopado peruano, autoridades civiles, políticas y académicas, en una Eucaristía presidida por Monseñor Paolo Rocco Gualtieri. Nuestro Nuncio Apostólico ofreció esta Santa Misa por el Santo Padre Francisco, sucesor de San Pedro, «a quien le han sido entregadas las llaves para dirigir la Iglesia universal».

Por su parte, el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo, recordó que todos estamos llamados a continuar fortaleciendo el proyecto de la Iglesia misionera hacia las periferias que Francisco ha soñado, el proyecto de la sinodalidad.

«El Papa Francisco, el Pedro Apóstol de hoy, nos invita a seguir este único camino que nos conduce a la Resurrección. Lo está promoviendo en la Iglesia, pero, también, a creyentes y no creyentes. Estemos dispuestos a ser sensibles a los sufrimientos de las mayorías de la humanidad, emprendamos el proceso regenerador de la humanidad», ha dicho el Primado del Perú en su homilía. (leer transcripción)

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo

En alusión al Evangelio de Mateo (16,13-19), el arzobispo de Lima destacó las dimensiones sinodales de Jesús, que, además de caminar con sus discípulos hacia Cesárea de Filipo, realiza un gesto importante: pregunta y escucha. «Jesús no impone su proyecto, escucha lo que piensa la gente y lo que piensa el grupo que Él ha llamado. Es todo menos un impositivo y un autoritario», afirmó.

Jesús, escuchando lo que piensa la gente, no decide aclarar su identidad o corregir a aquellos que tienen otra interpretación. Monseñor Castillo explicó que el Señor busca entender los sentimientos de la gente sencilla, sus relatos y su narrativa, «porque quiere servirlos comprendiendo lo que sienten y valorando su intuición».

Este modo sinodal de Jesús también se aplica al momento de hablar con sus discípulos y preguntarles: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” Y la respuesta de Pedro es valorada por el Señor, no solo porque lo reconoce como el Mesías, el Hijo del Dios vivo, sino porque valora a Pedro como persona y lo declara bienaventurado. «En su respuesta, Pedro se ha dejado llevar por lo que Dios Padre le ha revelado en su experiencia de caminar con Jesús, de tal manera que también son sinodales las palabras de Pedro», remarcó el obispo de Lima.

Como Pedro, abandonar todo encerramiento empecinado e impositivo

Esta disposición de Pedro a renunciar de sus locas alusiones y arrogancia pecadora, es lo que, para el Primado del Perú, representa el fundamento de toda vida cristiana y humana: «la apertura a dejarse interrogar, interpelar y abandonar todo encerramiento empecinado e impositivo». También lo es para el Papa Francisco, que es signo de Jesús porque pregunta y escucha, valora y aprecia la participación de todos, llamándonos a la fraternidad.

En Francisco, la nota clave de inmensa reforma eclesial que se avecina, es la sinodalidad de Jesús, que hemos de plasmar como testigos en este mundo para hermanarlo y ayudarlo a impedir que se siga dividiendo y destruyendo.

El arzobispo Carlos Castillo aseguró que vivimos un tiempo complejo y desafortunadamente arrogante, basado solo en el “bussines” y en el cálculo del dios dinero, especialmente, «en el surgimiento de actitudes dictatoriales, guerreristas y arrogantes en todo el mundo, con desprecios y exclusiones hacia los vulnerables». Por eso, Francisco «sigue e invita a seguir en toda la Iglesia el único camino que lleva a la salvación: acoger y vivir los mismos sentimientos de Jesucristo».

Antes de la bendición final, Monseñor Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana (CEP), dirigió unas breves palabras en las que destacó el servicio y la misión del Papa Francisco, «primer Pontífice latinoamericano en la historia de la Iglesia católica, un Papa que, a sus 86 años, conduce la Iglesia con fortaleza y sabiduría y llevó a cabo la reforma de la curia romana a través de la constitución apostólica Praedicate Evangelium y un nuevo enfoque del Sínodo y la Sinodalidad con Episcopalis Communio».

La Solemnidad de San Pedro y San Pablo contó con la presencia de Su Eminencia Reverendísina, Cardenal Pedro Barreto Jimeno; el Excelentísimo Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, Arzobispo de Trujillo y presidente de la CEP; obispos de las diócesis hermanas, nuestros obispos auxiliares de Lima, y miembros del cabildo catedralicio.

Entre las principales autoridades civiles y académicas, destacan la presencia de ministros y ministras de Estado; el rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Carlos Garatea Grau; embajadores y miembros del cuerpo diplomático.

La comunidad del Rímac vivió la Fiesta de San Juan Bautista con una Eucaristía presidida por Monseñor Salaverry, el último domingo 25 de junio. En su homilía, nuestro obispo auxiliar aseguró que el milagro del nacimiento de Juan Bautista nos recuerda que «todos podemos ser generadores de vida».

Dirigiéndose a la comunidad de Amancaes, Juan José Salaverry señaló que estamos llamados a seguir «las huellas del precursor del Señor» para «sentir la gracia de Dios en nuestras vidas».

Monseñor Salaverry inició su homilía recordando la figura profética de Juan Bautista como anunciador de la llegada del Salvador, pero, sobre todo, celebrando el milagro de su nacimiento: «Una mujer anciana, Isabel, con un esposo también anciano que han vivido en fidelidad a Dios durante toda su vida, reciben la gracia de Dios de poder generar vida, generando la vida del Bautista, un hombre venido de manera sobrenatural por la fe de sus padres», recordó el obispo.

Dios preparó la llegada del Mesías con este milagro tan grande de permitir que estos dos ancianos puedan generar vida, dos ancianos con una fe inquebrantable.

Monseñor Juan José afirmó que, a través de este signo de amor, el Señor quiere revelarnos que es un Dios que permite la vida más allá de nuestros límites naturales. A veces, estos límites están marcados por una enfermedad o la edad, pero Dios «actúa para que generemos vida y amor». Y Juan Bautista «es un signo de esta vida que se genera si tenemos fe».

Dios nos regala su gracia, más allá de nuestros límites

Como segundo aspecto, Monseñor Salaverry explicó que el nombre de Juan Bautista también esconde un significado muy preciado. Si bien sus padres pudieron llamarlo según dictaba la tradición, Dios se manifestó y escogió el nombre de Juan, gesto que rompía con la costumbre de la época, y que nos enseña que el regalo de la gracia no puede estar sujeto a los límites humanos. «Nosotros, a veces, nos dejamos amarrar por las tradiciones, sin embargo, Dios actúa magníficamente, nos acompaña con su gracia», reflexionó.

Ello no significa que debamos ignorar las tradiciones de nuestro pueblo, pero siempre debe primar la presencia de Dios y su gracia para «disponer nuestro corazón abierto a la novedad que el Señor tiene para nosotros».

Ojalá pudiéramos decir nosotros, de la misma forma que se ha dicho del Bautista, que la mano del Señor está siempre sobre nosotros, bendiciéndonos, recreándonos y haciéndonos nuevos.

Nuestro obispo auxiliar hizo un llamado a seguir el ejemplo de Juan Bautista, quien preparó con tesón el camino de la llegada de Jesús, desde sus límites, pero entregando su vida hasta el final.

Finalmente, dirigiéndose a toda la comunidad de Amancaes y a los miembros de la Hermandad de la Parroquia San Juan Bautista, Monseñor Salaverry agregó: «Que esta fiestas de San Juan nos llene de alegría, pero de una alegría santa, con conversión. Juan Bautista tenía una vida austera, predicando lo que se vive, predicando el Evangelio y preparando el camino para el Señor».

La Eucaristía celebrada en la Parroquia San Juan Bautista de Amancaes, contó con la presencia del Padre Emerson Velaysosa Fernández (Párroco), el Padre Javier Cusihuaman, y la hermandad de la Parroquia.

En el domingo XII del Tiempo Ordinario, Monseñor Carlos Castillo recordó que el anuncio del Evangelio no se reparte, sino que se comparte desde nuestra experiencia y con el testimonio de nuestra vida:

«Eso brota del corazón, eso no se controla, eso lo hacemos juntos todos. No teman, anuncien el Evangelio, testimonien el sentido gratuito de sus vidas. Y, en ese sentido, todos nos convertimos en testigos. El Santo Padre lo ha recordado el día de hoy al señalar que perdemos mucho el tiempo en cosas que no valen la pena, y no nos centramos en las más importante, que es ser felices, ser hermanos, ser amigos y compartir nuestra vida con los demás», dijo el arzobispo en su homilía.

Leer transcripción de la homilía del arzobispo de Lima

En alusión al Evangelio de Mateo (10,26-33), Monseñor Castillo afirmó que, cuando el Señor llama a sus discípulos a no tener miedo y anunciar el Evangelio, también lo está haciendo con nosotros. El problema es que, a veces, confundimos las cosas y pensamos que para anunciarlo «hay que ser muy experto y saber todo el catecismo de la Iglesia Católica, aprender de memoria la doctrina y una serie de leyes». Y, aunque todo ello sea importante, debemos recordar que, en primer lugar, estamos llamados a compartir la alegría del Evangelio con nuestro testimonio, con nuestra experiencia vital.

«Esta alegría del Evangelio es la que hemos vivido nosotros cuando nos hemos encontrado con Jesús. Él nos ha interpelado, nos ha acompañado, y cada uno tiene una experiencia distinta,porque los caminos hacia Jesús son diferentes, pero es el mismo Jesús vivido intensamente de diversas formas», ha expresado el prelado.

Nos hemos habituado a un cristianismo de doctrinas en donde la vida personal no cuenta. Hoy, el Señor nos invita, a través de los discípulos, a no tener miedo de expresar nuestra experiencia de sentir a Dios de distintas maneras. Y así, anunciar el Evangelio en distintas circunstancias.

El arzobispo remarcó que la Iglesia no puede construirse de espaldas a la realidad, por lo que es vital la presencia de las comunidades de laicos y laicas en el anuncio del Evangelio. «Solamente cuando construimos positivamente, escuchando la opinión de todos, reconociendo a las personas y creando fraternidad, es que recuperamos el sentido de las cosas», manifestó.

No tener miedo de alzar nuestra voz para recapacitar

Pero Jesús también ha querido advertirnos que pueden haber personas que se opongan al anuncio del amor de un Dios que nos ama y nos perdona siempre. «Hay quienes se organizan, persiguen, maltratan y hasta matan el cuerpo de quien anuncia, con su testimonio, la verdad de lo que pasa. Pero el Señor nos consuela diciéndonos: “No pueden matar el alma”, que no solamente es el alma espiritual que está unida al cuerpo, sino es todo lo que tiene sentido», explicó.

«Los grandes de este mundo imponen las cosas de tal manera que producen un miedo en las personas para que callen y no se sepan los problemas, las realidades, las mentiras, las asechanzas, las calumnias, las estratagemas, la sinuosidades, los actos ambiciosos que existen detrás de muchos actos en el mundo. Hay muchos problemas en los países porque cada uno va a lo suyo, y eso tiene que ser denunciado y se tiene que alzar la voz. Y esa voz tiene que ser prudente, pero certera y capaz de ayudarnos a recapacitar a todos», reflexionó Monseñor Castillo.

El cristiano, desde el inicio, es un misionero que anuncia con el corazón de su vida todo lo que pasa, sabe anunciar el amor y denunciar el odio, la injusticia, el maltrato.

Monseñor Carlos Castillo precisó que las personas que planifican destruir a los demás o manipulan las instituciones para monopolizar el poder, en realidad, están tramando el sinsentido de las cosas, la tiranía, la destrucción de la sociedad y de las personas. «Quien destruye un cuerpo o destruye una sociedad en base al monopolio, el control y la tiranía, finalmente, termina en una actitud caótica y suicida. Inclusive, por esas personas que intentan dominios absolutos y controles de todo tipo, tenemos que rezar, para que salgan de la locura, del apasionamiento y de la dictadura de su concepción del mundo, de su encerramiento», sostuvo.

Tenemos que evangelizar y anunciar el amor como fuente de todo, pero, también, como corrección del modo de comportarse. Y eso requiere que vayamos al sentido de las cosas.

El obispo de Lima reiteró que tenemos la misión de incentivar, en cada uno de nosotros, la capacidad de anunciar el Evangelio: «Todos somos evangelizadores, todos podemos comunicar la grandeza y la belleza de la experiencia de fe que tenemos».

«Es bonito cómo el anuncio del Evangelio está presente. Por ejemplo, siempre que vengo acá, veo la plaza de los Héroes Navales llena de jóvenes preparando los bailes de sus pueblos. Allí los chicos están comunicando el Evangelio por medio de la alegría, de la alegría de la fiesta», comentó emocionado.

Participar vivamente del amor gratuito de Dios

Finalmente, el arzobispo de Lima hizo énfasis en que las cosas grandes de la vida no se hacen por utilidad, se hacen por generosidad, por actitud gratuita. «Hoy estamos aquí por amor, y eso tiene mayores consecuencias para la vida que si viniéramos a rezar solo para que nos suban el sueldo o baje el costo de la vida», aseguró.

«El objetivo principal de venir a Misa y de orar, es participar vivamente del amor gratuito de Dios. Y eso tendrá  muchas consecuencias gratuitas que el Señor tendrá que decir cuáles son. Sus milagros vendrán no a consecuencia de que yo “compro” los milagros. Esa ambición increíble por obtener recursos a costa de mi esfuerzo y de mis especulaciones económicas, ha llevado a pensar que todo está en nuestras manos y que ya lo gratuito, lo humano, no existe», advirtió el Monseñor.

La Eucaristía del domingo XII del Tiempo Ordinario contó con la participación de la Hermandad de Oración a Jesús de Nazareno de Ayacuchanos Residentes en Lima.

El último miércoles 21 de junio, la comunidad rímense celebró los 140 años de reconocimiento canónico de la Hermandad del Señor Crucificado del Rímac, con una Eucaristía presidida por Monseñor Juan José Salaverry.

Inspirado en la Liturgia del día, Monseñor Salaverry explicó que, en la vida de los creyentes, «tenemos que ser generosos para con Dios y con los demás», sembrando sin tacañería, es decir, con actitudes solidarias. Sin embargo, el obispo advirtió que la generosidad no consiste en dar mucho, sino en «dar lo que tenemos y podemos desde nuestra sencillez y limitaciones, pero con amor para sembrar abundantemente».

Eso fue lo que hizo aquel niño que encontró, a orillas de una acequia grande del antiguo barrio del Limoncillo, un lienzo al óleo de la imagen del Cristo Crucificado. La fe de ese pequeño llamado Pedro Salazar Quezada, lo convertiría en el fundador de una Hermandad que ha sabido constituirse de forma sólida con el paso del tiempo.

Cultivar nuestra fe desde una íntima relación con Dios

En otro momento, Monseñor Juan José habló sobre la importancia de vivir con espíritu, interiormente la relación con Dios. En ese sentido, el Evangelio de Mateo (6, 1-6), nos recuerda las palabras de Jesús: «Cuando hagas oración, hazlo en la intimidad… Cuando des limosna, que no te vean… Cuando ayunes, perfúmate la cabeza para que no se den cuenta que has ayunado».

«El Señor nos pide una serie de prácticas religiosas llevadas a cabo desde el corazón, para buscar y promover la intimidad con Dios, no para ser vistos por los demás», sostuvo el obispo auxiliar de Lima.

Pero cultivar nuestra fe desde una íntima relación con Dios no supone quedarnos en el intimismo, es decir, en una «práctica religiosa hacia dentro sin mirar al Otro». Por ello, Monseñor Salaverry precisó que «si no hay comunión con Dios en lo más profundo, nuestro corazón puede embargarse de odio y división; pero si Dios está en lo más íntimo de nuestro corazón, en la oración y el ayuno, entonces, podemos compartir con los demás el desbordamiento de ese amor que recibimos».

Y dirigiéndose a la comunidad de la Hermandad del Cristo Resucitado del Rímac, a los hermanos veteranos y aspirantes, Monseñor Juan José añadió: «La Iglesia de hoy necesita muchísimo de los laicos, porque ustedes son la gran fuerza de la Iglesia; pero necesitamos laicos que crezcan en esa devoción que a ustedes les caracteriza cuando cargan al Señor con fe, con una fe que brota desde lo más íntimo hacia afuera, y que siempre debe estar presente en sus vidas, no solo al momento de cargar al Señor».

Una procesión es una manifestación de fe hacia afuera, hacia las calles y al mundo. Y lo hacemos para anunciar el Evangelio, para decir que Cristo es el centro de nuestra vida.

Finalmente, Monseñor Salaverry afirmó que, a través de la experiencia de la vida comunitaria y solidaria, podemos acercarnos a Dios y unir a nuestro pueblo con Dios, porque cada vez que extendemos nuestra mano para ayudar a alguien, estamos mostrando el rostro misericordioso y solidario del Crucificado.

Que el Señor viva como árbol sembrado en medio de los hogares de todo rímense, para compartir el fruto del amor que nos da el árbol de la Cruz.

La Eucaristía por los 140 años de la Hermandad del Señor Crucificado del Rímac, contó con la presencia del Padre Frederic Comalat, Párroco de la Parroquia San Lázaro.

En el domingo XI del Tiempo Ordinario, nuestros hermanos cusqueños y quechuahablante llegaron a la Catedral de Lima para traer la alegría y el colorido de la festividad del Señor de Qoyllur Rit’i. Acompañado de más de 30 imágenes sagradas ubicadas alrededor de la basílica, Monseñor Carlos Castillo oró por todos los papás peruanos que celebran su día.

Durante la Eucaristía, el arzobispo de Lima recordó a todos los fallecidos en Cusco a causa de las manifestaciones sociales a principios de año: «Lo hacemos, especialmente, porque no podemos olvidar. No es posible olvidar cuando se ha cometido gravísimos errores que no se pueden esconder. No basta con decir solamente perdón, también es necesario reparar y corregir maneras de actuar. Solamente así podemos tener verdadero futuro», expresó.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo

Visiblemente emocionado por la presencia de las comunidades quechuahablantes, el arzobispo de Lima inició su homilía indicando que nos encontramos en un «momento decisivo para rehacer nuestra Patria», de tal manera que todos nos sintamos ciudadanos sin excluir a nadie, porque en nuestro país «todos somos necesarios, nadie está de sobra».

«Toda esta Catedral llena de colores, de vestimentas, danzas y de vida», representa «la Patria que necesitamos: un Perú multicolor, multilingüe, multihermano». Por ello, el prelado exhortó a dejar nuestras diferencias y aprender a comprendernos, porque «todos somos dignos y estamos llamados a vivir en libertad y con toda nuestra identidad desarrollada».

Dios es amor y misericordia. Expulsar el temor de nuestra vida.

En alusión al Evangelio de Mateo, en el que Jesús envía a los doce Apóstoles a proclamar que “el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 10,7), el obispo de Lima destacó la mirada compasiva y misericordiosa del Señor por su pueblo, extenuado y abandonado como ovejas sin pastor por todo el drama que se vivía en Israel, un drama acentuado por los intereses propios de sus gobernantes.

Esa mirada del Señor es también la mirada del Padre Dios que había acompañado toda la vida de Israel, pero que algunos quisieron interpretarlo de otro modo, adjudicándole la imagen de un Dios que infunde temor y miedo en la gente. «Pero en Dios no hay odio ni castigo» – precisó el arzobispo Castillo – «Dios es amor y solo amor»; por eso, tenemos que expulsar el temor de nuestra vida y reiniciar nuestra comprensión de la fe para acabar con esa creación del miedo generalizado como condición para amar a Dios.

El Señor nos envió a Jesús para que con sus ojos y su corazón misericordioso, nos muestre permanentemente que Dios no nos abandona, que es nuestro Padre y nuestra fuerza para poner en orden un mundo injusto, para generar la participación de todos en la vida.

Monseñor Carlos Castillo explicó que, al llamar a sus discípulos por su nombre y darles autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad, el Señor quiere que todos nos sintamos convocados a ser hermanos y asumir nuestra misión: anunciar el Evangelio y pacificar el mundo con nuestra entrega.

«Jesús les dio a sus discípulos autoridad para expulsar a espíritus inmundos. Y eso es lo que vamos a hacer hoy día en esta fiesta, “sacarnos todos los demonios”, es decir, sacarnos todos los odios para hermanarnos. Todo cristiano es un discípulo misionero, y todos tenemos la tarea de espantar demonios, de corregir y de levantar a las personas de sus males y heridas, de sus enfermedades, de su soledad y depresión», aseguró.

La Iglesia es fuente de fraternidad, no de tiranía

En otro momento, el Primado del Perú habló de la importancia de continuar el camino de la sinodalidad para lograr ser una Iglesia participativa. A esto nos convoca hoy el Papa Francisco: a caminar juntos, conversar y decidir comunitariamente. Lamentablemente, «en la Iglesia eso se ha perdido» y «una persona sola no puede decidir», se necesita de la ayuda mutua y el aporte de todos. «El Papa dice que la Iglesia no puede seguir dando testimonio de tiranía, porque tiene que ser fuente de fraternidad y vivirla en la Iglesia», recalcó.

El Papa Francisco quiere una Iglesia que se abra para conversar las cosas, no para solucionarlas con mandatos y reglas, con fórmulas en donde uno cree que, por aprenderlas, ya es cristiano. El Señor no vive de fórmulas, su Palabra es viva, entra en el corazón, anima, alienta, fortalece y hace crecer.

«Yo siempre he pensado que, si nuestra imagen del Señor de los Milagros en Lima o las imágenes que todos traemos del Cristo Crucificado, las seguimos con devoción porque nos recuerdan también nuestra historia de pueblo crucificado y maltratado. Evidentemente, eso nunca nos dará derecho a la violencia, pero sí al empuje constante, terco, siempre con ahínco, de hacer y construir la paz, de denunciar todo aquello que es violencia contra nosotros y contra cualquiera que la pueda sufrir. La violencia, hermanos, es injusta, no mira el bien a la persona, hace y deshace con los demás», reflexionó el Monseñor Carlos.

La religión no es un negocio, es un intercambio de dones gratuitos

Finalmente, el arzobispo de Lima profundizó en las palabras del Señor: “Gratis han recibido, denlo gratis”, para recordarnos que nuestra existencia es fruto del don amoroso y gratuito de Dios, que nos da la vida sin pedir nada a cambio. «Esto es muy importante, hermanos, porque siempre hay el problema de que podemos convertir la religión en negocio, y todos tenemos que corregirnos de eso», advirtió.

La religión no es un negocio, es un intercambio de dones gratuitos. Tenemos que mejorar nuestra Iglesia, mucho más si la mayor parte la conforman los más pobres. Necesitamos una regeneración de la Iglesia para que seamos verdaderos testigos de lo que el Señor nos pide.

Entre las principales imágenes que acompañaron la Eucaristía presidida por el arzobispo de Lima, destacan: el Señor de Qoyllurit´i, la Virgen Inmaculada Concepción de Ninabamba, el Señor de Huanca, el Señor de Pampakcucho, el Señor de los Temblores, la Virgen Asunta, la Virgen del Rosario, el Patrón San Sebastián del Cusco, el Patrón San Jerónimo.

Miles de personas se congregaron en la Plaza Mayor de Lima para celebrar la Solemnidad del Corpus Christi 2023. Acompañados por nuestras delegaciones parroquiales, obispos, sacerdotes, religiosos, agentes pastorales y laicos, la Eucaristía presidida por Monseñor Carlos Castillo, se ofreció en especial intención por la pronta recuperación del Papa Francisco.

«Unidos a la Iglesia universal, en la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo, expresados en la Hostia que nos reúne en unidad, rezamos también por el Santo Padre Francisco, uniéndonos a ese cuerpo, a esa alma, a esa voz, a  esa palabra universal de Pastor que nos acompaña siempre esperando en el Señor», manifestó el prelado en su homilía.

Bajo el lema: «Te reconocemos, Señor, al partir el Pan», gracias a la donación desinteresada de nuestras comunidades parroquiales, los jóvenes de la Pastoral Juvenil y Cáritas Lima lograron reunir más de una tonelada y media de víveres y menestras solidarias que se compartirán con las madres de las ollas comunes de nuestra ciudad.

Leer transcripción de homilía de Monseñor Carlos Castillo

Nuestra Iglesia de Lima, tan diversa en sus carismas como en su testimonio de servicio y solidaridad, se dio cita en el corazón de la capital peruana para vivir la Fiesta del Corpus Christi. Desde muy temprano, las delegaciones parroquiales fueron llegando con sus donaciones para «compartir el pan» y unirnos en el espíritu sinodal que nos convoca el Santo Padre.

En este espacio de gozo y hermanamiento, nuestro arzobispo de Lima presidió la Eucaristía y meditó sobre la importancia de dejarnos transformar en la Comunión para comprometernos y compartir el pan de nuestra vida con los demás, sirviendo a nuestro país y los más vulnerables. Por ello, Monseñor Carlos afirmó que la vida eterna que nos da Jesús, culmina en la Gloria del Padre, pero comienza aquí, sirviendo y hermanando: «Quien ama tiene vida eterna ya, ahora», remarcó.

En alusión al Evangelio de Juan (6,51-58), que nos recuerda que el Señor es el Pan vivo bajado del cielo, el Primado del Perú explicó que los sacerdotes del templo se rehusaron a escuchar la profundidad de las palabras de Jesús y, en cambio, distorsionaron su mensaje porque iba en contra del «mundito exclusivo» que habían formado entre ellos.

La mentalidad hebrea de aquella época se ufanaba de la tradición que heredaba de Moisés, apegándose a ritos únicos y rigurosos que no permitían abrirse a la novedad. «Se había generado un conjunto de costumbres religiosas que estancaron a Israel en el solo recuerdo de Moisés y, por tanto, se refugiaron en el pasado y olvidaron que ese pan del desierto, del Maná, estaba orientado a un pan nuevo, distinto, que Dios había prometido a Israel», argumentó el arzobispo.

«Los sacerdotes del templo incentivaron al pueblo a creerse pueblo privilegiado, y a creer que ese regalo del Maná había sido dado por un mérito que habían hecho. Y por eso, había que ser “puros”, ser “perfectos”, sin mancha, e incentivaron a sentirse superiores», acotó.

Pero alimentación pasajera sin compartir con los otros – advirtió el obispo de Lima – puede «alimentar» otros intereses individuales como el egoísmo, las ambiciones personales, la corrupción y la indiferencia.

Toda la historia de Israel es la progresiva y paciente enseñanza de Dios para que su pueblo aprenda a amar y a servir a los demás pueblos. Ese también es el camino de la Iglesia.

Monseñor Castillo aclaró que comer el Cuerpo del Señor es «asumirlo en nuestra vida para ser como Él. A veces, comemos el Pan de la Eucaristía, el Pan partido, pero nos detenemos en el darnos. Y como Iglesia de Lima tenemos que ser signo de la unidad que debe existir en nuestro país para salir adelante todos, porque nadie se salva solo», aseveró.

Jesús es considerado un destructor de la fe hebrea, es rechazado por juntarse y comer con los pecadores. Pese a sus palabras, los judaizantes no lo ven como cumplir de promesas porque ya no esperan que se realice nada más. El arzobispo de Lima aseguró que este tipo de actitud se presenta en la actualidad cuando somos renuentes a entrar en el proceso de conversión que el Papa está reclamando en toda la Iglesia mundial.

«Esta ideología del purismo que no acepta saborear y gustar a Jesús para asumirlo, cree que el Señor comparte el pan porque quiere ser rey. Pero Él no quiere ser ni un Moisés ni gobernar como rey, Jesús compartió el pan para ser el servidor crucificado que se pone en el lugar de los últimos, y comparte su Cuerpo y su Sangre con nosotros para suscitar y resucitar nuestra capacidad de amar generosamente», reflexionó el prelado.

Cuando contemplamos y asumimos el Pan sencillo del Señor, alimentamos el compartir nuestra vida, para que nos transformemos todos en un pueblo donde vivamos la justicia, el derecho, el reconocimiento de cada persona y generación, el respeto a la mujer, a cada lengua, sea quechua, aymara, shipibo conibo, awajun, asháninka, y tantas otras que son el Perú.

Dirigiéndose a toda la Iglesia de Lima reunida para compartir el Pan Eucarístico y el pan de la solidaridad, Monseñor Castillo añadió:

«Si queremos un Perú feliz y una Iglesia comprometida con la Patria, no comulguemos sin dejarnos transformar en hermanos comprometidos, en Hostia Santa también nosotros para ser compartida, sirviendo a nuestro país y a los más vulnerables. Dejemos que Jesús nos siga transformando según la voluntad del Padre; dejémonos convertir en un solo pueblo de amor y de acogida sin marginación ni maltrato, mucho menos de desprecio y de muerte, como ya ha sucedido en nuestro país y también en nuestra Iglesia, por lo que hemos de pedir perdón reparador, afrontando con responsabilidad los males cometidos y uniéndonos a un proyecto común como ciudadanos y como hermanos», concluyó.

Al término de la Eucaristía, se dio inicio el recorrido procesional del Corpus Christi, pasando por los cuatro altares ubicados alrededor de la Plaza Mayor. Acompañaron este camino nuestros obispos auxiliares, sacerdotes, seminaristas, jóvenes, hermandades, estudiantes de los colegios parroquiales y laicos.

Por su parte, los jóvenes de la Pastoral Juvenil, en coordinación con Cáritas Lima, recibieron desde muy temprano las donaciones que fueron llegando para nuestras madres de las ollas comunes. Antes de la bendición final, Monseñor Castillo anunció que se reunió más de 1.5 toneladas de víveres.

La Parroquia San Norberto, ubicada en la urbanización Santa Catalina del distrito de La Victoria, celebró su sexagésimo aniversario con una Eucaristía presidida por Monseñor Juan José Salaverry. En compañía de toda la comunidad, del Párroco Ricardo Fernández Sanabria y de su vicario parroquial Hugo Risco, nuestro obispo auxiliar de Lima afirmó que el testimonio de vida de San Norberto es fuente de inspiración «para que nuestra vida sea un proceso continuo de conversión»

«Si queremos una Parroquia norbertina, no será tanto por el color blanco de su hábito o las insignias que nos pongamos, sino por el sello que debe marcar la espiritualidad de San Norberto en la vida de cada uno de los fieles. Hagamos el bien y dejemos el mal, construyamos juntos esta Iglesia», reflexionó Monseñor Salaverry durante su homilía.

«Estos 60 años dejan una huella profunda en la vida de la Iglesia. Y tener a la figura de San Norberto animando la vida del Pueblo de Dios, es una gracia importante que debemos de valorar», con estas palabras, Monseñor Salaverry se dirigió a toda la comunidad norbertina que se congregó para festejar 60 años del camino pastoral de la parroquia.

Primera conversión: «Deja el mal y acepta el bien»

Monseñor Juan José recuerda que el testimonio de conversión de San Norberto representa un llamado a la conversión pastoral de nuestra vida personal y comunitaria que puede traducirse en tres momentos: «San Norberto fue hijo de unos grandes señores feudales que, siguiendo la costumbre de las familias de aquella época, aceptó ser religioso sin estar muy convencido de su propia vocación. Y en el camino empezó a descubrir la conveniencia de andar con el obispo y estar en los lugares principales. Él buscaba obtener beneficios y estatus, como si la vida religiosa y clerical fuese un estatus. Pero el Señor purificó su corazón y, en un momento de conversión, recibió una luz que le dijo: ¡Deja el mal y acepta el bien!».

Este primer momento de conversión del santo alemán es también una enseñanza que se aplica en cada momento de nuestra vida: «El Señor le habló a San Norberto como nos puede hablar a cualquiera de nosotros: “Deja el mal y haz el bien”. Y San Norberto purificó su vocación y se puso a hacer penitencia, se fue al monte para vivir una vida de ermitaño y cambiar su vida», comentó nuestro obispo auxiliar.

Segunda conversión: Dedicarse a la vida apostólica y acercarse al pueblo.

Un segundo momento en la conversión de San Norberto, nos comenta Monseñor Salaverry, es la conversión a la vida apostólica: «Respondiendo al llamado del Señor, entró a un monasterio benedictino para seguir creciendo en la fe, pero, después, se dio cuenta que Dios le pedía algo más. Aquí se produce una segunda conversión, un quiebre en la historia de la vida religiosa, y decide dedicarse a la vida apostólica».

De esta manera, San Norberto pasa de la contemplación profunda apartada de la vida cotidiana a vivir cerca del pueblo, «Como diría el Papa Francisco: “un hombre en salida”, porque abrió las puertas de la comunidad premostratense para ir y acercarse a la gente y a las ciudades», afirmó el prelado.

Tercera conversión: la conversión pastoral

El tercer momento de conversión, afirma nuestro obispo auxiliar, fue asumir el episcopado y el camino de una conversión pastoral. Esto supuso que deje la Orden de Canónigos Premostratenses, una orden religiosa de canónigos regulares que él mismo había fundado.

Como Arzobispo, San Norberto debió enfrentarse ante el desafío de un proceso de renovación en la Iglesia, “porque el clero estaba mal formado y tenía una vida un poco disoluta”. El santo Patrón, entonces, con báculo en mano, comenzó a poner orden y promover la conversión pastoral en el corazón de la Iglesia.

En varios episodios de la vida de San Norberto, vemos un espíritu grande capaz de dejar el mal y optar por el bien, capaz de renunciar a las glorias y a los honores para vivir en la humildad y en el recogimiento.

Finalmente, dirigiéndose a toda la comunidad norbertina, Monseñor Juan José Salaverry aseguró que estos 60 años de vida parroquial son una gracia para todo el distrito de La Victoria, porque fueron fundados en base a la fe, el amor y el servicio de misioneros, sacerdotes (inicialmente los padres norbertinos y, luego, los padres diocesanos), y laicos que cimentaron las columnas fuertes de esta Iglesia.

Hay que darle gracias a Dios por todos los padres que han pasado por esta Parroquia, cada uno según su estilo, pero dejando las huellas de su camino pastoral y aportando con su sencillez para tener una Parroquia sólida. La única manera de construir Iglesia no es dividiendo, sino haciendo el bien, como San Norberto, para agradar a Dios y servir al prójimo.

En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Monseñor Carlos Castillo recordó que nuestro Dios verdadero es Uno y comunidad, es solidaridad y familia. Por eso, todos tenemos la capacidad de crecer en comunidad, de servir y alentar, porque somos hechos para ser felices amando y compartiendo, no para vivir individualistamente, encerrados en nosotros mismos.

Leer transcripción de homilía del arzobispo de Lima.

En su alocución de hoy, Monseñor Castillo explicó que la Festividad de la Santísima Trinidad nos ayuda comprender el misterio del amor de Dios, «un Dios que no es solitario, es solidario y es familia de amor eterno». Por lo tanto, todos estamos llamados «a participar de esa familia en donde venimos del Padre, caminamos en el Hijo, y Él nos conduce, en el Espíritu, hacia el Padre». Y la Iglesia también camina en ese amor, dialogando y formando una comunidad donde todos participamos.

«Nuestro destino final es participar del amor pleno de Dios, porque fuimos creados a imagen y para ser semejantes a Dios. Pero ser semejantes a Él no es endiosarse, sino participar hondamente del amor del Padre, del amor de esta familia que es el fundamento de todo», expresó.

En alusión al Evangelio de Juan (3, 16-18), el obispo de Lima afirmó que, a pesar de que el mundo es pecador, el Señor no desprecia al mundo, sino que lo sigue amando y acompañando, tratando de que cada uno pueda abrirse a creer en esta experiencia vital y verdadera del amor. Por eso, el evangelista Juan recuerda que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su unigénito para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

En el fundamento de nosotros está la capacidad de amar, por eso, todos estamos hechos “para adelante”, para mirar al Otro. No somos hechos individualistamente, encerrados en nosotros mismos. Nosotros somos hechos para ser felices amando y compartiendo. 

El Primado del Perú precisó que, cuando decimos que Dios amó al mundo totalmente, debemos recordar que «nuestra naturaleza es la creada por Dios» y esa naturaleza nos impulsa a salir de las situaciones difíciles con apertura, diálogo, conversación y esclarecimiento.

Aprender a ser hermanos para recomponer el mundo.

En otro momento, el arzobispo de Lima aseveró que el signo de la Trinidad nos convoca a aprender a ser hermanos para resolver todos los problemas de la humanidad. En ese sentido, hay muchos testimonios que son muestra de la Trinidad, personas que han entregado su vida completamente por nosotros, como nuestras madres.

«Este aprendizaje de ser hermanos es duro y difícil, pero podemos lograrlo si nos dejamos llevar por el Espíritu que nos inunda, y que es el mismo Espíritu del Padre que nos reveló Jesús con su entrega generosa hasta la muerte y muerte de Cruz», reflexionó.

Animémonos, porque este Dios que nos ha revelado Jesús nos está siempre animando a recomponer este mundo con su amor y nos sitúa ante situaciones adversas que hemos de resolver con la maravilla de su paciencia.

En compañía de las madres de las ollas comunes de nuestra ciudad, Monseñor Carlos Castillo presidió la Eucaristía por la Solemnidad de Pentecostés. El prelado hizo un llamado a dejarnos llevar por el Espíritu Santo que nos «convoca a salir de los encerramientos» y nos envuelve con una «fuerza que emerge y contagia todas las relaciones humanas» para superar los dramas históricos que afrontamos y convertirnos en seres capaces de actuar generosamente.

«El Espíritu Santo suscita en nosotros acciones serviciales, capaces de imaginar juntos nuestro Perú y nuestro mundo unido. Y así, la guerra acabe, las tensiones acaben, los odios y los afanes de poder desmedidos terminen», expresó en su homilía (leer transcripción).

Leer transcripción de homilía de Monseñor Castillo.

La Iglesia de Lima vivió la Fiesta de Pentecostés con la presencia significativa de nuestras madres de las ollas comunes. Junto a ellas, también acudieron los principales actores que participaron durante el llamado urgente a la solidaridad (en tiempos de huaicos y lluvias): agentes pastorales, voluntarios, empresarios, cáritas hermanas, colegios, universidades, hermandades y familias donantes.

En su homilía, el arzobispo de Lima aseguró que la celebración de Pentecostés es un signo vivo de que el Espíritu Santo continúa haciendo su misión y labor en toda nuestra historia humana, porque «nos hace conducir, por obra de Él, a entregar nuestra vida a la gente sencilla, perdonándola y animándola a vivir en la esperanza de que vamos hacia al Padre, hacia la vida plena».

Monseñor Castillo precisó que es importante que nos dejemos guiar por la fuerza del Espíritu, que nos interpela como Iglesia y sociedad, y nos convoca a responder a las necesidades con iniciativas de hermandad. Un claro ejemplo es toda la experiencia comunitaria y solidaria de las hermanas de las ollas comunes, «transmisoras del Espíritu», porque representan esa fuerza arrolladora y promotora capaz de recrear y contagiar al mundo con su amor:

«Ellas, inspiradas, han logrado darnos un mensaje de fondo, porque han testimoniado al Espíritu Santo y se han dejado llevar, a veces, sin darse cuenta. Solamente cuando alguien actúa, puede ser testigo del Espíritu», reafirmó.

En el momento de la ofrenda se formó una cadena solidaria para representar simbólicamente la red del hermanamiento que hace posible el sostenimiento de las ollas comunes.

Una fuerza que emerge y contagia todas las relaciones.

En alusión a la Liturgia de hoy, el Primado del Perú explicó que se había producido en los discípulos un encerramiento por el miedo y temor. Es en esta situación de dificultad y contrariedad que el Espíritu Santo se manifiesta como un viento huracanado, y se dispersa en ellos como un fuego suave, un fuego de amor que los hace hablar en diferentes lenguas y, aún así, entender lo que dicen. ¿Qué clase de lenguaje es este?

«Ese es el lenguaje de Cáritas, ese es el lenguaje de las ollas comunes, ese es el lenguaje de todas las instituciones, colegios, grupos voluntarios que han hablado en el último tiempo, de nuestros empresarios y amigos que se han unido a esta causa. Ese es el lenguaje que todo el mundo entiende, el lenguaje del amor que, además, atraviesa todas las lenguas de la Tierra, y que es el único que permite entender el sentido verdadero de lo que es la humanidad», aseveró el Monseñor.

Este Espíritu que nos dinamiza es el mismo que nos impulsa a salir a ver y servir a los hermanos, así lo señaló el arzobispo Castillo: «Si estamos reunidos, ahora, aquí, es para salir después a servir, para hacer algo más grande, de acuerdo a lo que el Espíritu nos vaya inspirando», puntualizó.

El Espíritu Santo es creador, convocador y suscitador.

En otro momento, el obispo de Lima hizo eco de las palabras del Papa Francisco en la misa de hoy celebrada en San Pedro: el Espíritu Santo es un Espíritu creador, convocador y suscitador.

«Es creador porque, actuando, transforma la vida triste y dividida de los seres humanos, para superar los dramas históricos que se desarrollan en distintas partes por el cambio climático, para unirnos por la paz y acabar con la guerra», reflexionó el prelado.

«Es un Espíritu convocador a ser Iglesia, porque la Iglesia es convocada a salir de los encerramientos por miedo y temor. Siempre hay el riesgo, en la Iglesia, de encerrarse, de mirarse el ombligo, de estar todo el día quejándose y, sobre todo, hay esos encerramientos que son para planear el mal y desarrollar los propios egoísmos. El Espíritu convocador nos saca de esos encierros», argumentó Monseñor Carlos.

Y finalmente, el Espíritu suscitador «es el que sopla sobre sus discípulos y efunde, es decir, nos vuelve efusivos, sensibles y capaces de actuar generosamente.

Con la Palabra se recapacita, con el Espíritu se hace caso a la Palabra, y con la fuerza del Espíritu se realiza la esperanza de la humanidad de ser hermanos, que es la esperanza de Dios.

Finalmente, el obispo de Lima hizo un llamado a rectificar aquellas actitudes que nos impiden vivir una verdadera conversión y «sanar el alma de los peruanos». Para ello, debemos disponernos a acoger al Espíritu:

«Vamos a pedir al Señor que ahí donde hay conciliábulos diabólicos, “amarres” e intereses propios en función de ambiciones, se transformen en actitudes rectificadoras por medio de la fuerza general de la transmisión del Espíritu que hacemos», acotó. 

Que Dios las bendiga, hermanas de las ollas comunes. Gracias por sus iniciativas, por enseñarnos ese camino. Gracias a nuestras  Cáritas Lima y a las Cáritas hermanas que han trabajado hondamente en esta red solidaria. A los colegios, a los empresarios, a las comunidades, a las hermandades, a las voluntarias, a las parroquias de Lima que se han asociado vivamente en todo este camino.

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