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Durante el rezo mariano del Ángelus, el Papa Francisco se mostró bastante preocupado ante los incendios que se vienen desarrollando en la región amazónica durante los últimos días, y pidió rezar para que, con el compromiso de todos, puedan ser domados lo antes posible.

“Estamos todos preocupados por los grandes incendios que se han desarrollado en el Amazonas. Recemos para que, con el compromiso de todos, puedan ser domados lo antes posible. Ese pulmón de bosques es vital para nuestro planeta”, comentó el Sumo Pontífice.

El mundo sufre junto con el Amazonas

En Latinoamérica la Iglesia Católica ha expresado su sentir acerca de este desastre natural mediante la publicación de diversos comunicados, entre los que destacan el del Consejo Episcopal Latinoamericano que pidió con urgencia “a los gobiernos de los países amazónicos, especialmente de Brasil y Bolivia, a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional a tomar serias medidas para salvar al pulmón del mundo. Lo que le pasa al Amazonas no es un asunto solo local sino de alcance global”.

Medidas serias y urgentes por parte de los gobiernos

Por su parte, los obispos brasileños manifestaron la urgencia de que “a los gobiernos de los países amazónicos, especialmente de Brasil y Bolivia, a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional a tomar serias medidas para salvar al pulmón del mundo. Lo que le pasa al Amazonas no es un asunto solo local sino de alcance global”.

Unir esfuerzos en el compromiso

En México, los obispos también se pronunciaron e hicieron un llamado a “unir esfuerzos en el compromiso”: “El desastre en la Amazonía nos recuerda que nuestro territorio está en peligro, ya que en nuestra Casa Común todo está interconectado. Es urgente que en el consenso de las naciones se tomen decisiones que corrijan las actitudes egoístas y destructivas emergidas del modelo económico tecnocrático, pero que también cada uno de los habitantes de esta Casa Común asumamos con seriedad compromisos y prácticas que protejan el Medio Ambiente”.

Hay que actuar rápidamente

La secretaria general de la Conferencia Episcopal Boliviana, otro de los países afectados directamente por el desastre, se dirigió al gobierno de su país para solicitar que declare a la región amazónica como: “zona de desastre nacional y que no se excluya incluso el acudir a la ayuda internacional”.

Mientras que los obispos de Paraguay expresaron que “este desastre natural no debe ser minimizado” e hicieron énfasis en que esto “debe alertarnos a actuar rápidamente como Latinoamérica y como país vecino”.

«Probablemente los pueblos amazónicos originarios nunca hayan estado tan amenazados en su territorio como lo están ahora”, ya lo había adelantado Francisco durante su visita a Puerto Maldonado en 2018. Un año después, el mayor pulmón que tiene nuestro mundo arde sin control y está más expuesto que nunca.

Con una gran diversidad de flora y fauna, la selva amazónica absorbe millones de toneladas de las emisiones de carbono del mundo, lo que la convierte en una de las herramientas más importantes que tenemos contra el cambio climático. Pese a a ello, humanidad parece no tomar conciencia de su importancia, y cada año vemos cómo se va reduciendo su territorio debido a la deforestación, la explotación desmedida de sus recursos, y recientemente, los incendios forestales.

Incendios forestales en incremento

Los incendios forestales siempre han sido un enemigo difícil de combatir, ya sea por su tardía detección, por su rápida propagación o por la imposibilidad de accesos a los sitios afectados. Solo en lo que va del año, el territorio amazónico ha sido testigo de al menos 72,850 incendios forestales, un incremento del 80% en comparación al año anterior, pero lo más preocupante es que más de nueve mil de estos incendios han empezado en los últimos días.

Esta catástrofe afecta a 5,5 millones de kilómetros cuadrados que albergan una cuarta parte de las especies de la Tierra, es decir, 30.000 tipos de plantas, 2.500 especies de peces, 1.500 de aves, 500 de mamíferos, 550 de reptiles y 2,5 millones de insectos.

Fuego y humo: la amenaza actual

Pero esta no es la única amenaza: muchas comunidades indígenas y culturas ancestrales en peligro de extinción están a punto de perderlo todo. Las pérdidas que hoy sufrimos tendrán un alto costo: deberán pasar muchos años para recuperar la biodiversidad.

“La amazonia, además de ser una reserva de biodiversidad, es también una reserva de cultura que debe preservarse”

Papa Francisco en Puerto Maldonado – Perú

Por si fuera poco, la expansión de humo generado por la magnitud de los incendios atenta contra la salud de los pueblos y comunidades cercanas. A pesar de que el fuego no ha llegado a la frontera peruana, algunas zonas de la región Madre de Dios se están viendo afectadas por la contaminación del aire que ingresa a través de la cuenca amazónica.

Crisis ambiental que se genera desde las ciudades

Muchos de los problemas que hoy se tienen a nivel ecológico, y sobre todo en la región amazónica, son generados en las ciudades. Nuestra acelerada vida de consumo es la principal fuente del calentamiento y destrucción masiva de la naturaleza, por lo que estamos llamados a tomar una mayor conciencia sobre nuestra manera de vivir para ayudar a la naturaleza que tanto nos necesita.

Tenemos la tarea de «repensar nuestra ciudad», como bien lo señala nuestro Arzobispo de Lima, Mons. Carlos Castillo, «repensar nuestra manera de vivir el cristianismo en las ciudades en función de aquello que está siendo destruido, y de las personas y pueblos que están siendo destruidos por obra de nuestro calentamiento”.

En el marco del Día Mundial Humanitario, las Naciones Unidas saludó a todas las personas que se encargan de trabajar en la ayuda humanitaria, recordando a la población el apoyo necesario para ayudar a los afectados por las crisis mundiales.

Este año, el Papa Francisco ha querido dedicar un mensaje vía twitter a todas las mujeres que se encargan de realizar acciones en favor de los más vulnerados por las crisis que tienen lugar en diferentes partes del mundo: 

El importante papel de la mujer

Karin Manente es uno de los trabajadores nombrados por el Papa, la líder brasileña, cuyo primer contacto con los afectados por el ciclón Idai en Mozambique marcó su papel como directora del Programa Mundial de Alimentos, en el país.

«Creemos que en nuestra respuesta es importante aprovechar y poner en primer plano el papel de la mujer. Esto se basa en el hecho de que tienen un papel fundamental en la sociedad, y también en la cuestión de la lucha contra el hambre. Así, por ejemplo, a nivel de las comunidades donde interactuamos, trabajamos con las comunidades, sus líderes y nuestra contraparte del gobierno para poner a las mujeres a la vanguardia».

El fenómeno natural causó cientos de muertes y afectó a más de 1,8 millones de personas cuando pasó por Mozambique en marzo.

Las mujeres en primera línea

El Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, también se pronunció en un video sobre la fecha donde dijo que «las mujeres en las acciones humanitarias están en primera línea” desde el apoyo a los civiles hasta la actuación ante los brotes de enfermedades.

Para Guterres, la presencia de la mujer es indispensable ya que «hace más eficaces las operaciones de socorro, aumentando su alcance. También mejora la respuesta humanitaria a la violencia de género, que aumenta durante las emergencias”

La organización de las Naciones Unidas, reafirma «el compromiso de fortalecer el papel de la mujer en las operaciones humanitarias» y para esto, una de las actividades que realiza es impulsar el intercambio de experiencias usando el hashtag #WomenHumanitarians, en los medios sociales.

Guterres dijo que los líderes mundiales y todas las partes en los conflictos, deben garantizar que los trabajadores humanitarios estén protegidos contra todo daño, tal como lo exige el derecho internacional y destaca que a pesar de los esfuerzos, las graves violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos continúan en todo el mundo y hace un llamamiento para que sean investigadas y enjuiciadas.

Arriesgarse en favor del prójimo

Desde el 19 de agosto de 2003, más de 4.500 trabajadores humanitarios han sido asesinados, heridos, detenidos, secuestrados o impedidos de cumplir con sus obligaciones de salvar vidas. Las Naciones Unidas estiman que un promedio de 280 trabajadores de este sector sufre ataques cada año, cifra que corresponde a cinco víctimas por semana.

El año pasado se produjo el segundo mayor número de ataques contra trabajadores humanitarios, con 405 empleados atacados, 131 muertos, 144 heridos y 130 secuestrados. En 2018 se produjeron un total de 226 incidentes.

Con un prefacio de su puño y letra, el Santo Padre presenta un libro editado por la LEV que recoge cinco años de reflexión sobre el trabajo de miles de asociaciones que luchan por un estilo de desarrollo justo e inclusivo.

El profundo valor y los desafíos de cientos de asociaciones sociales que luchan contra la exclusión en el mundo es el tema central de la presentación que el Papa Francisco ha escrito para el libro “La irrupción de los Movimientos Populares: Rerum novarum de nuestro tiempo”. Esta publicación de la Libreria Editrice Vaticana, preparada por la Pontificia Comisión para América Latina, será presentada en septiembre.

Para este volumen han dado una especial y valiosa contribución diversas personas – estudiosos, expertos, periodistas, eclesiásticos – coordinados por G. Carriquirry. Los textos son de Gianni La Bella, padre Michael Czerny, cardenal Peter Turkson, el sociólogo italiano Thomas Leoncini y el mexicano Rodrigo Gerra.

Presentación del libro:
“La irrupción de los movimientos populares. Rerum Novarum de nuestro tiempo”

Estoy particularmente gozoso de dar la salida a este volumen, fruto de la reflexión a más voces, de un grupo de estudiosos de distintas extracciones y competencias, que han hecho una relectura de la experiencia de los llamados «Movimientos Populares», reconstruyendo la génesis, los eventos, el desarrollo y el significado que este ciclo de encuentros ha tenido. Un evento de verdad inédito en la historia reciente de la Iglesia, sobre el cual es útil volver.

Este archipiélago de grupos, asociaciones, movimientos, trabajadores precarios, familias sin techo, campesinos sin tierra, ambulantes, limpia-vidrios de los semáforos, artesanos de la calle, representantes de un mundo de pobres, de excluidos, de los no considerados, de irrelevantes, que tienen olor “a barrio, a pueblo, a lucha” representan, en el panorama de nuestro mundo contemporáneo, una semilla, un renuevo que como el grano de mostaza dará mucho fruto: la palanca de una gran transformación social.

El futuro de la humanidad “no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio” [1].

Este pueblo de pequeños que he definido como “poetas sociales”, hombres de la periferia, de una vez al centro, como es bien narrado en el volumen, con su propio bagaje de luchas desiguales y de sueños de resistencia, han venido a poner en la presencia de Dios, de la Iglesia y de los pueblos, una realidad muchas veces ignorada, que gracias al protagonismo y la tenacidad de su testimonio, ha salido a la luz. Pobres que no se han resignado a sufrir en la propria carne de su vida la injusticia y el despojo sino que han escogido, como Jesús, dócil y humilde de corazón, de rebelarse pacíficamente “a manos desnudas” contra ello. Los pobres no son solamente los destinatarios preferidos de la acción de la Iglesia, los privilegiados de su misión, sino que también son sujetos activos. Por eso tenía la intención de expresar, a nombre de la Iglesia, a esta galaxia de hombres y asociaciones, que anhela la felicidad del “vivir bien” y no de aquel ideal egoísta de la “buona vida”, mi genuina solidaridad. Decidiendo acompañarlos en su caminar autónomo. Esta red de movimientos transnacionales, transculturales y de diversas culturas religiosas representa una expresión histórica tangible, en el modelo poliédrico [2] donde a la base se encuentra un diverso paradigma social, el de la cultura del encuentro. Una cultura que tiene que ver con el otro, el diverso a sí.

De la lectura de este volumen, que espero que ayude a tantos a comprender en profundidad, a dar mayor luz y significado al valor de estas experiencias, quiero brevemente subrayar algunos aspectos que me parecen importantes, en la esperanza que las palabras que les he dirigido a ellos hayan contribuido a solicitar en las conciencias de quienes rigen los destinos de este mundo, un renovado sentido de humanidad y de justicia, a mitigar las condiciones hostiles en las que los pobres viven en el mundo.

Los Movimientos Populares, y esto es lo primero que quiero subrayar, en mi opinión representan una gran alternativa social, un grito profundo, un signo de contradicción, una esperanza de que “todo puede cambiar”. En su deseo de no uniformarse en ese sentido único centrado sobre la tiranía del dinero, mostrando con su vida, con su trabajo, con su testimonio, con su sufrimiento que es posible resistir, actuando con coraje buenas decisiones y a contracorriente. Me gusta imaginar este archipiélago de “descartados” del sistema, que está comprometiendo al planeta entero, como “centinelas” que — aún en lo obscuro de la noche — escrutan con esperanza un futuro mejor.

El momento que estamos viviendo está caracterizado por un escenario inédito en la historia de la humanidad, que he tratado de describir a través de una expresión sintética: “más que como una época de cambios, como un cambio de época”, que es necesario comprender. Una de la manifestaciones más evidentes de esta mutación es la crisis transnacional de la democracia liberal, fruto de la transformación humana y antropológica, producto de la “globalización de la indiferencia”, a la que he aludido tantas veces, ha generado un “nuevo idolo”: el del miedo y la seguridad, de donde hoy uno de los signos más tangibles es la familiaridad que tantos tienen con las armas y la cultura del desprecio, característica de nuestra época, que un notorio histórico de nuestro tiempo ha definido como: “la edad de la rabia”. El miedo es hoy el medio de manipulación de las civilizaciones, el agente creador de xenofobias y de racismo. Un terror sembrado en las periferias del mundo, con saqueos, opresiones e injusticias, que explota como hemos visto en nuestro pasado reciente también en los centros del mundo Occidental.

Los Movimientos Populares pueden representar una fuente de energía moral, para revitalizar nuestras democracias, cada vez más claudicantes, amenazadas y puestas en mesa de discusión en innumerables factores. Una reserva de “pasión civil”, de “interés gratuito por el otro”, capaz de regenerar un renovado sentido de participación, en la construcción de nuevos agregados sociales que afronten la solicitud, mostrando una conciencia más positiva del otro. El antídoto al populismo y a la política-espectáculo está en el protagonismo de los ciudadanos organizados, en particular de aquellos que crean – como lo es en el caso de tantas experiencias presentes en los Movimientos – en su cotidianeidad, fragmentos de otros mundos posibles que luchan por sobrevivir a la oscuridad de la esclusión, de donde “crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”. [3] Los Movimientos Populares expresan cómo la “fuerza del nosotros” sea la respuesta a la “cultura del yo” que mira únicamente a la satisfacción de los propios intereses, cultivando – a pesar de su propia precariedad – el sueño de un mundo distinto y más humano.

El crecimiento de las desigualdades, ahora globalizadas y transversales – y no solamente, económicas, sino sociales, cognitivas, relacionales e intergeneracionales -, es reconocido unánimemente como uno de los más graves desafíos con los cuales la humanidad tendrá que medirse en las próximas décadas. Fruto de una economía cada vez más separada de la ética, que privilegia el lucro y estimula la competencia, provocando una concentración de poder y de riqueza, que excluye y que pone a la puerta como “al pobre Lázaro” a miles de millones de hombres y mujeres. El “presente” para millones de personas es hoy una condena, una prisión, marcada por la pobreza, por el despojo, por la falta de trabajo, pero sobre todo por la ausencia de futuro. Un infierno al debemos ponerle fin.

En este sentido, los Movimientos Populares, – con su “resiliencia” – representan una resistencia activa y popular a este sistema indolátrico, que excluye y que degrada, y con su experiencia cuentan cómo la rivalidad, la envidia y la opresión no son necesariamente agentes de crecimiento, mostrando – por el contrario – que también la concordia, la gratuidad y la igualdad pueden hacer crecer el producto interno bruto.

Las tres T

El derecho a las “tres T”: tierra, techo, trabajo, derechos inalienables y fundamentales, representan los prerequisitos indispensables de una democracia no solo formal, sino real, en la cual todos los hombres, independientemente de su ingreso o de su posición en la escala social, son protagonistas activos y responsables, actores del propio destino. Sin participación, como algunos ensayistas contenidos en este libro han argumentado bien, la democracia se atrofia, llega a ser una formalidad porque deja fuera al pueblo de la construcción de su propio destino.

Quiero empeñar una palabra sobre la tercera de estas «T», que según la Doctrina social de la Iglesia es un derecho sagrado. En los últimos años el mundo del trabajo ha cambiado vertiginosamente. Las recaídas antropológicas de estas transformaciones son profundas y radicales, y sus efectos no son del todo claros. Estoy convencido desde hace tiempo que en el mundo postindustrial no hay futuro para una sociedad en la que solamente existe el “dar para tener” o el “dar por deber”.

Se trata “de crear una nueva via de salida a la sofocante alternativa entre las tesis neoliberales y las neoestatales. Los Movimientos Populares son, en este sentido, un testimonio concreto, tangible, que muestra que es posible contrastar la cultura del descarte, que considera a los hombres, mujeres, infantes y ancianos como excedencias inútiles — y muchas veces dañinas — del proceso productivo, a través de generar nuevas formas de trabajo, centradas en la solidaridad y la dimensión comunitaria, en una economía artesanal y popular. Por todo esto he decidido unir mi voz y de sostener la causa de tantos que realizan los oficios más humildes — las más de las veces, privados del derecho de remuneración digna de la seguridad social y de una cobertura de pensiones —. En este estado de parálisis y desorientación la participación política de los Movimientos Populares puede vencer a la políitica de los falsos profetas, que explotan el miedo y la desesperación y que predican un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria.

Todo cuanto les he dicho a ellos, como bien demuestra este volumen, está en plena sintonía con la Doctrina social de la Iglesia y con el Magisterio de mis predecesores. Espero, en este sentido, que la publicación de este libro sea un modo para continuar — aunque sea a la distancia — a reforzar estas experiencias, que anticipan con sus sueños y con sus luchas, la urgencia de un nuevo humanismo, que ponga fin al analfabetismo de compasión y al progresivo eclipse de la cultura y de la noción de bien común.

Francisco

  • [1] Encuentro con los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, 9 de julio de 2015.
  • [2] Evangelii Gaudium.
  • [3] Encuentro con los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, 9 de Julio de 2015.

El Papa Francisco nos recuerda que la llegada de Jesús al mundo, coincide con el momento de las decisiones importantes: la opción por el Evangelio no puede posponerse.

El Papa Francisco en la reflexión durante la oración del Ángelus retoma dos elementos presentes en la lectura de Lucas 12: 49-53. El primero: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! (v. 49) y el segundo: «¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. «(Lc 12,51).

El Papa explica que “estas palabras tienen el propósito de ayudar a los discípulos a abandonar toda actitud de pereza, apatía, indiferencia y cerrarse a recibir el fuego del amor de Dios; ese amor que, como nos recuerda San Pablo, «ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo» (Rom 5: 5).

El deseo más ardiente de Jesús

Francisco nos anima a ver lo que Jesús revela a sus amigos: “Su deseo más ardiente: traer a la tierra el fuego del amor del Padre, que ilumina la vida y a través del cual el hombre se salva. Él nos llama a difundir este fuego en el mundo, gracias al cual seremos reconocidos como sus verdaderos discípulos”.

El fuego del amor, encendido por Cristo en el mundo a través del Espíritu Santo, es ilimitado, universal, afirma el Papa, por eso: “El testimonio del evangelio quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos, con una sola preferencia: la de los más pobres y los excluidos”. Y añade: “La adhesión al fuego de amor que Jesús trajo a la tierra envuelve toda nuestra existencia y requiere la adoración de Dios y también la voluntad de servir a nuestro prójimo. Adoración a Dios y voluntad de servir al prójimo”.

Adoración a Dios y servicio al prójimo

Él servicio al prójimo es el resultado de la adhesión al fuego del amor que Jesús trajo a la tierra. En este momento, el Papa expresa: “Pienso con admiración en tantas comunidades y grupos de jóvenes que, incluso durante el verano, se dedican a este servicio en favor de los enfermos, los pobres y las personas con discapacidad”. Y añade: “Así, el Evangelio se manifiesta verdaderamente como el fuego que salva, que cambia el mundo a partir del cambio del corazón de cada uno”.

En la segunda afirmación, el Papa afirma: “Él vino a «separar con fuego» lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto”.

No se puede ser cristiano y atentar contra el prójimo

Luego explica: “En este sentido, llegó a «dividir», a poner en «crisis», pero de manera saludable, la vida de sus discípulos, rompiendo las ilusiones fáciles de aquellos que creen que pueden combinar la vida cristiana y compromisos de todo tipo, prácticas y actitudes religiosas contra el prójimo”.

El Papa puso el ejemplo: “¡cuántos, cuántos cristianos autodenominados van al adivino o la adivina para que les lean la mano! Y esto es superstición, no de Dios.  Se trata de no vivir hipócritamente, sino de estar dispuesto a pagar el precio por elecciones consistentes con el Evangelio”.

Para el Papa Francisco, el hecho de llamarnos cristianos tiene unas implicaciones concretas: “Es bueno llamarnos cristianos, pero sobre todo debemos ser cristianos en situaciones concretas, dando testimonio del Evangelio, que es esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos”. Finalizó su alocución pidiendo que María nos ayude a propagar el fuego que trajo Jesús “con nuestra vida, a través de decisiones decisivas y valientes”.

“La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos, especialmente para cuantos están afligidos por dudas y tristezas, y viven con la mirada dirigida hacia abajo”, comentó el Papa Francisco en la Solemnidad de la Beata Virgen.

Ante los afligidos que viven con la mirada dirigida hacia abajo, “persiguiendo cosas de poca importancia: prejuicios, rencores, rivalidades, envidias, bienes materiales superfluos”, el Papa recuerda que María invita a levantar la mirada a las «grandes cosas» que el Señor ha realizado en ella:

“Cada vez que tomamos el Rosario en nuestras manos y le rezamos, damos un paso adelante, hacia la gran meta de la vida”. Dejémonos atraer por la verdadera belleza, no nos dejemos absorber por las pequeñas cosas de la vida, sino escojamos la grandeza del cielo. Que la Santa Virgen, Puerta al cielo, nos ayude a mirar cada día con confianza y alegría allá, donde está nuestra verdadera casa”.

María pequeña y humilde es asunta al cielo

En otro momento, el Sumo Pontífice recordó que “María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la más alta gloria. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, alcanza la eternidad en alma y cuerpo”.

Allí (en el cielo) nos espera como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa

“Nosotros estamos en camino, peregrinos a la casa de allá arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asumida a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor”, concluyó.

“Hogar de la Vida” o “Vidawasi” es el nombre del nuevo hospital oncológico pediátrico construido en ciudad de Yanahuara, en el distrito de Urusco en Cusco – Perú. El proyecto busca generar el clima de un hogar a todos los pacientes.

La instalación que cuenta con más de 12 hectáreas de terreno para ayudar a niños con cáncer, cuenta con el apoyo total de la Santa Sede, que se manifestó con la presencia de Mons. Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico del Perú durante la presentación del proyecto.

Presentación y apoyo de la Santa Sede

El pasado 10 de agosto tuvo lugar la presentación del proyecto, en el acto estuvo presente Jesús Dongo, fundador de la asociación “Vidawasi”, y diferentes autoridades eclesiásticas como el Nuncio Apostólico en Perú, Mons. Nicola Girasoli, junto con el Arzobispo de Cusco, Mons. Richard Alarcón, en representación de la Santa Sede, quien ha manifestado su apoyo y aprobación a dicho proyecto.

“Vidawasi es una bendición para todos los peruanos – expresó Mons. Girasoli – porque es un trabajo hecho con corazón y solidaridad, donde todos los niños con cáncer encontrarán la curación de sus dolencias y la tranquilidad que necesitan gracias a la ubicación estratégica de este centro en el Valle Sagrado de los Incas”. Por su parte, el fundador de Vidawasi, Jesús Dongo, agradeció a la Iglesia católica “por ser una de las primeras instituciones en abrir sus puertas para acometer este proyecto”.

Además, Dongo se mostró agradecido por el apoyo que la Iglesia universal está brindando al proyecto: “El nuncio apostólico, monseñor Nicola Girasoli, nos ha visitado para conocer Vidawasi ante la concesión realizada por el arzobispo de Cusco, lo cual nos honra y nos llena de responsabilidad en la labor de amor y servicio que proyectamos. Así también, hemos merecido la bendición del Santo Padre a través de la Secretaría de Estado del Vaticano”, comentó

500 niños al día es la meta

Jesús Dongo, fundador de la organización no gubernamental Vidawasi, manifestó que su principal objetivo es poder llevar una ayuda a todos aquellos pacientes oncológicos infantiles que no cuentan con los recursos necesarios para atenderse.

“Nos hemos propuesto construir el Primer Hospital Oncológico Pediátrico y cirugías de alta complejidad para el Perú. Un centro que permitirá desconcentrar los saturados servicios de la ciudad de Lima para que las familias de escasos recursos de las zonas alto-andinas y de todo el Perú puedan acceder a atención médica de sus niños con altos estándares en ciencia, dignidad y amor por los que sufren”, explica Jesús.

La meta del hospital es poder atender a 500 niños al día, pero no es lo único que quiere brindar la fundación Vidawasi, el proyecto contempla la construcción de una ciudad en la que habrá albergues familiares, zonas de voluntariado, incluso una plaza principal, y de esta manera lograr que las familias afectadas se sientan como en casa.

Apoyos institucionales

Además de contar con el total apoyo de la Santa Sede, el proyecto del hospital cuenta con diferentes instituciones auspiciadoras a nivel mundial, entre las que contamos el Hospital Sant Joan de Déu y la Fundación Puigvert de Barcelona, el Hospital Teletón para Niños Oncológicos de México y el Hospital St. Jude de Estados Unidos, como las más destacadas.

En el Perú, cuentan con el respaldo de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, primer aliado de Vidawasi, el Hospital del Niño de Breña, el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas, el Instituto Peruano de Energía Nuclear, entre otros.

Con ocasión de los 160 años de la muerte de San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars y patrono de los párrocos, el Papa Francisco remitió una carta a los sacerdotes de todo el mundo, manifestándoles su agradecimiento y animándoles a vivir con fidelidad su vocación.

A continuación, el texto completo de la Carta del Santo Padre Francisco a los Sacerdotes en ocasión del 160º aniversario de la muerte del santo Cura de Ars:

Carta del Santo Padre a los sacerdotes

A mis hermanos presbíteros.

Queridos hermanos:

Recordamos los 160 años de la muerte del santo Cura de Ars a quien Pío XI presentó como patrono para todos los párrocos del mundo[1]. En su fiesta quiero escribirles esta carta, no sólo a los párrocos sino también a todos Ustedes hermanos presbíteros que sin hacer ruido “lo dejan todo” para estar empeñados en el día a día de vuestras comunidades. A Ustedes que, como el Cura de Ars, trabajan en la “trinchera”, llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt 20,12) y, expuestos a un sinfín de situaciones, “dan la cara” cotidianamente y sin darse tanta importancia, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado. Me dirijo a cada uno de Ustedes que, tantas veces, de manera desapercibida y sacrificada, en el cansancio o la fatiga, la enfermedad o la desolación, asumen la misión como servicio a Dios y a su gente e, incluso con todas las dificultades del camino, escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal.

Hace un tiempo manifestaba a los obispos italianos la preocupación de que, en no pocas regiones, nuestros sacerdotes se sienten ridiculizados y “culpabilizados” por crímenes que no cometieron y les decía que ellos necesitan encontrar en su obispo la figura del hermano mayor y el padre que los aliente en estos tiempos difíciles, los estimule y sostenga en el camino[2].

Como hermano mayor y padre también quiero estar cerca, en primer lugar para agradecerles en nombre del santo Pueblo fiel de Dios todo lo que recibe de Ustedes y, a su vez, animarlos a renovar esas palabras que el Señor pronunció con tanta ternura el día de nuestra ordenación y constituyen la fuente de nuestra alegría: «Ya no los llamo siervos…, yo los llamo amigos» (Jn 15,15)[3].

DOLOR
«He visto la aflicción de mi pueblo» (Ex 3,7).

En estos últimos tiempos hemos podido oír con mayor claridad el grito, tantas veces silencioso y silenciado, de hermanos nuestros, víctimas de abuso de poder, conciencia y sexual por parte de ministros ordenados. Sin lugar a dudas es un tiempo de sufrimiento en la vida de las víctimas que padecieron las diferentes formas de abusos; también para sus familias y para todo el Pueblo de Dios.

Como Ustedes saben estamos firmemente comprometidos con la puesta en marcha de las reformas necesarias para impulsar, desde la raíz, una cultura basada en el cuidado pastoral de manera tal que la cultura del abuso no encuentre espacio para desarrollarse y, menos aún, perpetuarse. No es tarea fácil y de corto plazo, reclama el compromiso de todos. Si en el pasado la omisión pudo transformarse en una forma de respuesta, hoy queremos que la conversión, la transparencia, la sinceridad y solidaridad con las víctimas se convierta en nuestro modo de hacer la historia y nos ayude a estar más atentos ante todo sufrimiento humano[4].

Este dolor no es indiferente tampoco a los presbíteros. Así lo pude constatar en las diferentes visitas pastorales tanto en mi diócesis como en otras donde tuve la oportunidad de mantener encuentros y charlas personales con sacerdotes. Muchos de ellos me manifestaron su indignación por lo sucedido, y también cierta impotencia, ya que además del «desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza»[5]. Numerosas son las cartas de sacerdotes que comparten este sentir. Por otra parte, consuela encontrar pastores que, al constatar y conocer el dolor sufriente de las víctimas y del Pueblo de Dios, se movilizan, buscan palabras y caminos de esperanza.

Sin negar y repudiar el daño causado por algunos hermanos nuestros sería injusto no reconocer a tantos sacerdotes que, de manera constante y honesta, entregan todo lo que son y tienen por el bien de los demás (cf. 2 Co 12,15) y llevan adelante una paternidad espiritual capaz de llorar con los que lloran; son innumerables los sacerdotes que hacen de su vida una obra de misericordia en regiones o situaciones tantas veces inhóspitas, alejadas o abandonadas incluso a riesgo de la propia vida. Reconozco y agradezco vuestro valiente y constante ejemplo que, en momentos de turbulencia, vergüenza y dolor, nos manifiesta que Ustedes siguen jugándose con alegría por el Evangelio[6].

Estoy convencido de que, en la medida en que seamos fieles a la voluntad de Dios, los tiempos de purificación eclesial que vivimos nos harán más alegres y sencillos y serán, en un futuro no lejano, muy fecundos. «¡No nos desanimemos! El señor está purificando a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a Sí. Nos permite experimentar la prueba para que entendamos que sin Él somos polvo. Nos está salvando de la hipocresía y de la espiritualidad de las apariencias. Está soplando su Espíritu para devolver la belleza a su Esposa sorprendida en flagrante adulterio. Nos hará bien leer hoy el capítulo 16 de Ezequiel. Esa es la historia de la Iglesia. Esa es mi historia, puede decir alguno de nosotros. Y, al final, a través de tu vergüenza, seguirás siendo un pastor. Nuestro humilde arrepentimiento, que permanece en silencio, en lágrimas ante la monstruosidad del pecado y la insondable grandeza del perdón de Dios, es el comienzo renovado de nuestra santidad»[7].

GRATITUD
«Doy gracias sin cesar por Ustedes» (Ef 1,16).

La vocación, más que una elección nuestra, es respuesta a un llamado gratuito del Señor. Es bueno volver una y otra vez sobre esos pasajes evangélicos donde vemos a Jesús rezar, elegir y llamar «para que estén con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,14).

Quisiera recordar aquí a un gran maestro de vida sacerdotal de mi país natal, el padre Lucio Gera quien, hablando a un grupo de sacerdotes en tiempos de muchas pruebas en América Latina, les decía: “Siempre, pero sobre todo en las pruebas, debemos volver a esos momentos luminosos en que experimentamos el llamado del Señor a consagrar toda nuestra vida a su servicio”. Es lo que me gusta llamar “la memoria deuteronómica de la vocación” que nos permite volver «a ese punto incandescente en el que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino y con esa chispa volver a encender el fuego para el hoy, para cada día y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena»[8].

Un día pronunciamos un “sí” que nació y creció en el seno de una comunidad cristiana de la mano de esos santos «de la puerta de al lado»[9] que nos mostraron con fe sencilla que valía la pena entregar todo por el Señor y su Reino. Un “sí” cuyo alcance ha tenido y tendrá una trascendencia impensada, que muchas veces no llegaremos a imaginar todo el bien que fue y es capaz de generar. ¡Qué lindo cuando un cura anciano se ve rodeado y visitado por esos pequeños —ya adultos— que bautizó en sus inicios y, con gratitud, le vienen a presentar la familia! Allí descubrimos que fuimos ungidos para ungir y la unción de Dios nunca defrauda y me hace decir con el Apóstol: «Doy gracias sin cesar por Ustedes» (Ef 1,16) y por todo el bien que han hecho.

En momentos de tribulación, fragilidad, así como en los de debilidad y manifestación de nuestros límites, cuando la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación[10] fragmentando la mirada, el juicio y el corazón, en esos momentos es importante —hasta me animaría a decir crucial— no sólo no perder la memoria agradecida del paso del Señor por nuestra vida, la memoria de su mirada misericordiosa que nos invitó a jugárnosla por Él y por su Pueblo, sino también animarse a ponerla en práctica y con el salmista poder armar nuestro propio canto de alabanza porque «eterna es su misericordia» (Sal 135).

El agradecimiento siempre es un “arma poderosa”. Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, generosidad, solidaridad y confianza, así como de perdón, paciencia, aguante y compasión con los que fuimos tratados, dejaremos al Espíritu regalarnos ese aire fresco capaz de renovar (y no emparchar) nuestra vida y misión. Dejemos que, al igual que Pedro en la mañana de la “pesca milagrosa”, el constatar tanto bien recibido nos haga despertar la capacidad de asombro y gratitud que nos lleve a decir: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador» (Lc 5,8) y, escuchemos una vez más de boca del Señor su llamado: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres» (Lc 5,10); porque «eterna es su misericordia».

Hermanos, gracias por vuestra fidelidad a los compromisos contraídos. Es todo un signo que, en una sociedad y una cultura que convirtió “lo gaseoso” en valor, existan personas que apuesten y busquen asumir compromisos que exigen toda la vida. Sustancialmente estamos diciendo que seguimos creyendo en Dios que jamás ha quebrantado su alianza, inclusive cuando nosotros la hemos quebrantado incontablemente. Esto nos invita a celebrar la fidelidad de Dios que no deja de confiar, creer y apostar a pesar de nuestros límites y pecados, y nos invita a hacer lo mismo. Conscientes de llevar un tesoro en vasijas de barro (cf. 2 Co4,7), sabemos que el Señor triunfa en la debilidad (cf. 2 Co 12,9), no deja de sostenernos y llamarnos, dándonos el ciento por uno (cf. Mc 10,29-30) porque «eterna es su misericordia».

Gracias por la alegría con la que han sabido entregar sus vidas, mostrando un corazón que con los años luchó y lucha para no volverse estrecho y amargo y ser, por el contrario, cotidianamente ensanchado por el amor a Dios y a su pueblo; un corazón que, como al buen vino, el tiempo no lo ha agriado, sino que le dio una calidad cada vez más exquisita; porque «eterna es su misericordia».

Gracias por buscar fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo, sosteniéndose mutuamente, cuidando al que está enfermo, buscando al que se aísla, animando y aprendiendo la sabiduría del anciano, compartiendo los bienes, sabiendo reír y llorar juntos, ¡cuán necesarios son estos espacios! E inclusive siendo constantes y perseverantes cuando tuvieron que asumir alguna misión áspera o impulsar a algún hermano a asumir sus responsabilidades; porque «eterna es su misericordia».

Gracias por el testimonio de perseverancia y “aguante” (hypomoné) en la entrega pastoral que tantas veces, movidos por la parresía del pastor[11], nos lleva a luchar con el Señor en la oración, como Moisés en aquella valiente y hasta riesgosa intercesión por el pueblo (cf. Nm 14,13-19; Ex 32,30-32; Dt 9,18-21); porque «eterna es su misericordia».

Gracias por celebrar diariamente la Eucaristía y apacentar con misericordia en el sacramento de la reconciliación, sin rigorismos ni laxismos, haciéndose cargo de las personas y acompañándolas en el camino de conversión hacia la vida nueva que el Señor nos regala a todos. Sabemos que por los escalones de la misericordia podemos llegar hasta lo más bajo de nuestra condición humana —fragilidad y pecados incluidos— y, en el mismo instante, experimentar lo más alto de la perfección divina: «Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso»[12]. Y así ser «capaces de caldear el corazón de las personas, de caminar con ellas en la noche, de saber dialogar e incluso descender a su noche y su oscuridad sin perderse»[13]; porque «eterna es su misericordia».

Gracias por ungir y anunciar a todos, con ardor, “a tiempo y a destiempo” el Evangelio de Jesucristo (cf. 2 Tm 4,2), sondeando el corazón de la propia comunidad «para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios y también dónde ese diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto»[14]; porque «eterna es su misericordia».

Gracias por las veces en que, dejándose conmover en las entrañas, han acogido a los caídos, curado sus heridas, dando calor a sus corazones, mostrando ternura y compasión como el samaritano de la parábola (cf. Lc 10,25-37). Nada urge tanto como esto: proximidad, cercanía, hacernos cercanos a la carne del hermano sufriente. ¡Cuánto bien hace el ejemplo de un sacerdote que se acerca y no le huye a las heridas de sus hermanos![15]. Reflejo del corazón del pastor que aprendió el gusto espiritual de sentirse uno con su pueblo[16]; que no se olvida que salió de él y que sólo en su servicio encontrará y podrá desplegar su más pura y plena identidad, que le hace desarrollar un estilo de vida austera y sencilla, sin aceptar privilegios que no tienen sabor a Evangelio; porque «eterna es su misericordia».

Gracias demos, también por la santidad del Pueblo fiel de Dios que somos invitados a apacentar y, a través del cual, el Señor también nos apacienta y cuida con el regalo de poder contemplar a ese pueblo en esos «padres que cuidan con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante»[17]. Agradezcamos por cada uno de ellos y dejémonos socorrer y estimular por su testimonio; porque «eterna es su misericordia».

ÁNIMO
«Mi deseo es que se sientan animados» (Col 2,2).

Mi segundo gran deseo, haciéndome eco de las palabras de san Pablo, es acompañarlos a renovar nuestro ánimo sacerdotal, fruto ante todo de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Frente a experiencias dolorosas todos tenemos necesidad de consuelo y de ánimo. La misión a la que fuimos llamados no entraña ser inmunes al sufrimiento, al dolor e inclusive a la incomprensión[18]; al contrario, nos pide mirarlos de frente y asumirlos para dejar que el Señor los transforme y nos configure más a Él. «En el fondo, la falta de un reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites es lo que impide a la gracia actuar mejor en nosotros, ya que no le deja espacio para provocar ese bien posible que se integra en un camino sincero y real de crecimiento»[19].

Un buen “test” para conocer como está nuestro corazón de pastor es preguntarnos cómo enfrentamos el dolor. Muchas veces se puede actuar como el levita o el sacerdote de la parábola que dan un rodeo e ignoran al hombre caído (cf. Lc 10,31-32). Otros se acercan mal, lo intelectualizan refugiándose en lugares comunes: “la vida es así”, “no se puede hacer nada”, dando lugar al fatalismo y la desazón; o se acercan con una mirada de preferencias selectivas que lo único que genera es aislamiento y exclusión. «Como el profeta Jonás siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos…»[20], los cuales lejos de hacer que nuestras entrañas se conmuevan terminan apartándonos de las heridas propias, de las de los demás y, por tanto, de las llagas de Jesús[21].

En esta misma línea quisiera señalar otra actitud sutil y peligrosa que, como le gustaba decir a Bernanos, es «el más preciado de los elixires del demonio»[22] y la más nociva para quienes queremos servir al Señor porque siembra desaliento, orfandad y conduce a la desesperación[23]. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o con nosotros mismos, podemos vivir la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, que los padres de Oriente llamaban acedia. El card. Tomáš Špidlík decía: «Si nos asalta la tristeza por cómo es la vida, por la compañía de los otros, porque estamos solos… entonces es porque tenemos una falta de fe en la Providencia de Dios y en su obra. La tristeza […] paraliza el ánimo de continuar con el trabajo, con la oración, nos hace antipáticos para los que viven junto a nosotros. Los monjes, que dedican una larga descripción a este vicio, lo llaman el peor enemigo de la vida espiritual»[24].

Conocemos esa tristeza que lleva al acostumbramiento y conduce paulatinamente a la naturalización del mal y a la injusticia con el tenue susurrar del “siempre se hizo así”. Tristeza que vuelve estéril todo intento de transformación y conversión propagando resentimiento y animosidad. «Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo Resucitado»[25] y para la que fuimos llamados. Hermanos, cuando esa tristeza dulzona amenace con adueñarse de nuestra vida o de nuestra comunidad, sin asustarnos ni preocuparnos, pero con determinación, pidamos y hagamos pedir al Espíritu que «venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos las costumbres, abramos bien los ojos, los oídos y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado»[26].

Permítanme repetirlo, todos necesitamos del consuelo y la fortaleza de Dios y de los hermanos en los tiempos difíciles. A todos nos sirven aquellas sentidas palabras de san Pablo a sus comunidades: «Les pido, por tanto, que no se desanimen a causa de las tribulaciones» (Ef 3,13); «Mi deseo es que se sientan animados» (Col 2,2), y así poder llevar adelante la misión que cada mañana el Señor nos regala: transmitir «una buena noticia, una alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). Pero, eso sí, no ya como teoría o conocimiento intelectual o moral de lo que debería ser, sino como hombres que en medio del dolor fueron transformados y transfigurados por el Señor, y como Job llegan a exclamar: «Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). Sin esta experiencia fundante, todos nuestros esfuerzos nos llevarán por el camino de la frustración y el desencanto.

A lo largo de nuestra vida, hemos podido contemplar como «con Jesucristo siempre nace y renace la alegría»[27]. Si bien existen distintas etapas en esta vivencia, sabemos que más allá de nuestras fragilidades y pecados Dios siempre «nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría»[28]. Esa alegría no nace de nuestros esfuerzos voluntaristas o intelectualistas sino de la confianza de saber que siguen actuantes las palabras de Jesús a Pedro: en el momento que seas zarandeado, no te olvides que «yo mismo he rogado por ti, para que no te falte la fe» (Lc22,32). El Señor es el primero en rezar y en luchar por vos y por mí. Y nos invita a entrar de lleno en su oración. Inclusive pueden llegar momentos en los que tengamos que sumergirnos en «la oración de Getsemaní, la más humana y la más dramática de las plegarias de Jesús […]. Hay súplica, tristeza, angustia, casi una desorientación (Mc 14,33s.)»[29].

Sabemos que no es fácil permanecer delante del Señor dejando que su mirada recorra nuestra vida, sane nuestro corazón herido y lave nuestros pies impregnados de la mundanidad que se adhirió en el camino e impide caminar. En la oración experimentamos nuestra bendita precariedad que nos recuerda que somos discípulos necesitados del auxilio del Señor y nos libera de esa tendencia «prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas»[30].

Hermanos, Jesús más que nadie, conoce nuestros esfuerzos y logros, así como también los fracasos y desaciertos. Él es el primero en decirnos: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre Ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrar alivio» (Mt 11,28-29).

En una oración así sabemos que nunca estamos solos. La oración del pastor es una oración habitada tanto por el Espíritu «que clama a Dios llamándolo ¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Ga 4,6) como por el pueblo que le fue confiado. Nuestra misión e identidad se entienden desde esta doble vinculación.

La oración del pastor se nutre y encarna en el corazón del Pueblo de Dios. Lleva las marcas de las heridas y alegrías de su gente a la que presenta desde el silencio al Señor para que las unja con el don del Espíritu Santo. Es la esperanza del pastor que confía y lucha para que el Señor cure nuestra fragilidad, la personal y la de nuestros pueblos. Pero no perdamos de vista que precisamente en la oración del Pueblo de Dios es donde se encarna y encuentra lugar el corazón del pastor. Esto nos libra a todos de buscar o querer respuestas fáciles, rápidas y prefabricadas, permitiéndole al Señor que sea Él (y no nuestras recetas y prioridades) quien muestre un camino de esperanza. No perdamos de vista que, en los momentos más difíciles de la comunidad primitiva, tal como leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la oración se constituyó en la verdadera protagonista.

Hermanos, reconozcamos nuestra fragilidad, sí; pero dejemos que Jesús la transforme y nos lance una y otra vez a la misión. No nos perdamos la alegría de sentirnos “ovejas”, de saber que él es nuestro Señor y Pastor.

Para mantener animado el corazón es necesario no descuidar estas dos vinculaciones constitutivas de nuestra identidad: la primera, con Jesús. Cada vez que nos desvinculamos de Jesús o descuidamos la relación con Él, poco a poco nuestra entrega se va secando y nuestras lámparas se quedan sin el aceite capaz de iluminar la vida (cf. Mt 25,1-13): «Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco Ustedes, si no permanecen en mí. Permanezcan en mi amor (…) porque separados de mí, nada pueden hacer» (Jn 15,4-5). En este sentido, quisiera animarlos a no descuidar el acompañamiento espiritual, teniendo a algún hermano con quien charlar, confrontar, discutir y discernir en plena confianza y transparencia el propio camino; un hermano sapiente con quien hacer la experiencia de saberse discípulos. Búsquenlo, encuéntrenlo y disfruten de la alegría de dejarse cuidar, acompañar y aconsejar. Es una ayuda insustituible para poder vivir el ministerio haciendo la voluntad del Padre (cf. Hb 10,9) y dejar al corazón latir con «los mismos sentimientos de Cristo» (Flp 2,5). Qué bien nos hacen las palabras del Eclesiastés: «Valen más dos juntos que uno solo… si caen, uno levanta a su compañero, pero ¡pobre del que está solo y se cae, sin tener nadie que lo levante!» (4,9-10).

La otra vinculación constitutiva: acrecienten y alimenten el vínculo con vuestro pueblo. No se aíslen de su gente y de los presbiterios o comunidades. Menos aún se enclaustren en grupos cerrados y elitistas. Esto, en el fondo, asfixia y envenena el alma. Un ministro animado es un ministro siempre en salida; y “estar en salida” nos lleva a caminar «a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: delante, para guiar a la comunidad; en medio, para mejor comprenderla, alentarla y sostenerla; detrás, para mantenerla unida y que nadie se quede demasiado atrás… y también por otra razón: porque el pueblo tiene “olfato”. Tiene olfato en encontrar nuevas sendas para el camino, tiene el “sensus fidei” [cf. LG 12]. ¿Hay algo más bello?»[31]. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos! La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo evangelizador que marcó toda su existencia.

Hermanos, el dolor de tantas víctimas, el dolor del Pueblo de Dios, así como el nuestro propio no puede ser en vano. Es Jesús mismo quien carga todo este peso en su cruz y nos invita a renovar nuestra misión para estar cerca de los que sufren, para estar, sin vergüenzas, cerca de las miserias humanas y, por qué no, vivirlas como propias para hacerlas eucaristía[32]. Nuestro tiempo, marcado por viejas y nuevas heridas necesita que seamos artesanos de relación y de comunión, abiertos, confiados y expectantes de la novedad que el Reino de Dios quiere suscitar hoy. Un Reino de pecadores perdonados invitados a testimoniar la siempre viva y actuante compasión del Señor; «porque eterna es su misericordia».

ALABANZA
«Proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46).

Es imposible hablar de gratitud y ánimo sin contemplar a María. Ella, mujer de corazón traspasado (cf. Lc 2,35), nos enseña la alabanza capaz de abrir la mirada al futuro y devolver la esperanza al presente. Toda su vida quedó condensada en su canto de alabanza (cf. Lc 1,46-55) que también somos invitados a entonar como promesa de plenitud.

Cada vez que voy a un Santuario Mariano, me gusta “ganar tiempo” mirando y dejándome mirar por la Madre, pidiendo la confianza del niño, del pobre y del sencillo que sabe que ahí esta su Madre y es capaz de mendigar un lugar en su regazo. Y en ese estar mirándola, escuchar una vez más como el indio Juan Diego: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón? ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?»[33].

Mirar a María es volver «a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes»[34].

Si alguna vez, la mirada comienza a endurecerse, o sentimos que la fuerza seductora de la apatía o la desolación quiere arraigar y apoderarse del corazón; si el gusto por sentirnos parte viva e integrante del Pueblo de Dios comienza a incomodar y nos percibimos empujados hacia una actitud elitista… no tengamos miedo de contemplar a María y entonar su canto de alabanza.

Si alguna vez nos sentimos tentados de aislarnos y encerrarnos en nosotros mismos y en nuestros proyectos protegiéndonos de los caminos siempre polvorientos de la historia, o si el lamento, la queja, la crítica o la ironía se adueñan de nuestro accionar sin ganas de luchar, de esperar y de amar… miremos a María para que limpie nuestra mirada de toda “pelusa” que puede estar impidiéndonos ser atentos y despiertos para contemplar y celebrar a Cristo que Vive en medio de su Pueblo. Y si vemos que no logramos caminar derecho, que nos cuesta mantener los propósitos de conversión, digámosle como le suplicaba, casi con complicidad, ese gran párroco, poeta también, de mi anterior diócesis: «Esta tarde, Señora / la promesa es sincera; / por las dudas no olvides / dejar la llave afuera»[35]. «Ella es la amiga siempre atenta para que no falte vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolor de parto hasta que brote la justicia… como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del Amor de Dios»[36].

Hermanos, una vez más, «doy gracias sin cesar por Ustedes» (Ef 1,16) por vuestra entrega y misión con la confianza que «Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la “piedra viva” (cf. 1 P 2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo»[37].

Dejemos que sea la gratitud lo que despierte la alabanza y nos anime una vez más en la misión de ungir a nuestros hermanos en la esperanza. A ser hombres que testimonien con su vida la compasión y misericordia que sólo Jesús nos puede regalar.

Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.

Fraternalmente,

Francisco

Roma, junto a San Juan de Letrán, 4 de agosto de 2019.
Memoria litúrgica del santo Cura de Ars.


[1] Carta ap. Anno Iubilari: AAS 21 (1929), 313.

[2] Conferencia Episcopal Italiana (20 mayo 2019). La paternidad espiritual que impulsa al Obispo a no dejar huérfanos a sus presbíteros, y se puede “palpar” no sólo en la capacidad que estos tengan de tener abiertas sus puertas para todos sus curas sino en ir a buscarlos para cuidar y acompañar.

[3] Cf. S. Juan XXIII, Carta enc. Sacerdotii nostri primordia, en el I centenario del tránsito del santo Cura de Ars (1 agosto 1959).

[4] Cf. Carta al Pueblo de Dios (20 agosto 2018).

[5] Encuentro con los sacerdotes, religiosos/as, consagrados/as y seminaristasSantiago de Chile (16 enero 2018).

[6] Cf. Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile (31 mayo 2018).

[7] Encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Roma (7 marzo 2019).

[8] Homilía en la Vigilia Pascual (19 abril 2014).

[9] Gaudete et Exsultate, 7.

[10] Cf. J. M. Bergoglio, Las cartas de la tribulación, Herder 2019, p. 21.

[11] Cf. Encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Roma (6 marzo 2014).

[12] Retiro con ocasión del Jubileo de los Sacerdotes, Primera Meditación (2 junio 2016).

[13] A. Spadaro, Intervista a Papa Francesco, “La Civiltà Cattolica” 3918 (19 settembre 2013), 462.

[14] Evangelii Gaudium, 137.

[15] Cf. Encuentro con los sacerdotes de la Diócesis de Roma (6 marzo 2014).

[16] Cf. Evangelii Gaudium, 268.

[17] Gaudete et Exsultate, 7.

[18] Cf. Misericordia et Misera, 13.

[19] Gaudete et Exsultate, 50.

[20] Gaudete et Exsultate, 134.

[21] Cf. J. M. Bergoglio, Reflexiones en esperanza, LEV 2013, p. 14.

[22] Journal d’un curé de campagne, 135. Cf. Evangelii Gaudium, 83.

[23] Cf. Barsanufio, Cartas; en V. Cutro – M. T. Szwemin, Bisogno di paternità, Varsavia 2018, p. 124.

[24] Cf. El arte de purificar el corazón, Monte Carmelo 2003, p. 60.

[25] Evangelii Gaudium, 2.

[26] Gaudete et Exsultate, 137.

[27] Evangelii Gaudium, 1.

[28] Ibíd., 3.

[29] J. M. Bergoglio, Reflexiones en esperanza, LEV 2013, p. 26.

[30] Evangelii Gaudium, 94.

[31] Encuentro con el clero, personas de vida consagrada y miembros de consejos pastorales, Asís (4 octubre 2013).

[32] Cf. Evangelii Gaudium, 268-270.

[33] Cf. Nican Mopohua, 107, 118, 119.

[34] Evangelii Gaudium, 288.

[35] Cf. A. L. Calori, Aula Fúlgida, Buenos Aires 1946.

[36] Evangelii Gaudium, 286.

[37] Homilía en la Vigilia Pascual (20 abril 2019).

El Papa Francisco comentó la parábola de Jesús sobre el «rico necio» y subraya que la búsqueda frenética de bienes materiales encadena el corazón, lo distrae del «verdadero tesoro que está en el cielo» y es a menudo «fuente de inquietud, adversidad, prevaricación y guerra”.

“Los bienes materiales son necesarios para la vida, son un medio para vivir honestamente y compartir con los más necesitados”: fue la afirmación del Papa Francisco a la hora del Ángelus dominical. Ante los fieles romanos y peregrinos congregados en la soleada Plaza de San Pedro, el Pontífice reflexionó sobre el pasaje del evangelista Lucas, que relata la actitud de un rico insensato que le pide a Jesús que resuelva una cuestión de herencia familiar.

Cristo, subraya el Papa, «exhorta a estar alejados de la codicia, es decir, de la avidez del poseer», y relata la parábola del rico «que se cree feliz porque ha tenido la fortuna de un año excepcional y se siente seguro de los bienes acumulados». Pero pronto sus proyectos de tranquilidad y bienestar durante muchos años entran en contraposición con los de Dios.

En lugar de «muchos años», explica Francisco, Dios señala al rico la inmediatez de «esta noche: esta noche morirás»; en lugar del «goce de la vida» les presenta la «entrega de la vida», con el consiguiente juicio. La conclusión de la parábola, formulada por el evangelista, es de singular eficacia: «Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios». «Es una advertencia que revela el horizonte hacia el que todos estamos llamados a mirar».

El Pontífice recuerda  que el Señor “nos invita a considerar que las riquezas pueden encadenar el corazón y distraerlo del verdadero tesoro que está en el cielo”, como dice también San Pablo en la segunda lectura de hoy, invitando a buscar “las cosas de allí arriba, no a las de la tierra”:

“ Esto no quiere decir alejarse de la realidad sino buscar las cosas que tienen un verdadero valor: la justicia, la solidaridad, la acogida, la fraternidad, la paz, todo lo que constituye la verdadera dignidad del hombre ”

El Papa invita a “buscar una vida realizada no según el estilo mundano, sino según el estilo evangélico: amar a Dios con todo nuestro ser, y amar al prójimo como Jesús lo amó, es decir, en el servicio y en el don de sí mismo”, porque – explica –  “el amor así comprendido y vivido es la fuente de la verdadera felicidad, mientras que la búsqueda desmesurada de los bienes materiales y de las riquezas es a menudo fuente de inquietud, adversidad, prevaricación y guerra”.

«Que la Virgen María, expresa finalmente Francisco, nos ayude a no dejarnos fascinar por las seguridades que pasan, sino a ser cada día testigos creíbles de los valores eternos del Evangelio».

Desde hace dos años nuestro país cuenta con la estrecha colaboración de Monseñor Nicola Girasoli, Nuncio Apostólico en el Perú. Conocido por su gran entusiasmo y espíritu juvenil, tuvimos la oportunidad de conversar con él sobre diferentes temas de interés para la Iglesia universal.

Estar con la gente, caminar con la gente

“Mis primeros meses fueron dedicados totalmente a la preparación de la visita del Papa Francisco, un gran suceso porque el pueblo peruano demostró que quiere estar con el sucesor de Pedro”, comentó.

Mons. Nicola se mostró feliz de servir a nuestro país y caminar con el pueblo de Dios: “Yo tengo la nunciatura siempre abierta para recibir grupos, movimientos, tenemos un centro de escucha donde la gente viene, presenta sus problemas. Hacemos lo que dice el Papa Francisco, estar con la gente, caminar con la gente”.

“El Nuncio debe ver como el Papa, debe querer como quiere el Papa, debe hacer, en la medida de lo posible, lo que hace el Papa, ésta debe ser la misión del Nuncio”

Los nuncios deben ser misericordiosos

Refiriéndose al reciente encuentro con los nuncios apostólicos de todas partes del mundo, Monseñor Nicola recordó que “el Papa Francisco valora muchísimo el servicio que brindan los nuncios apostólicos, por eso, ya es la tercera vez en 6 años que el Papa convoca a todos los nuncios para decirnos que debemos practicar y vivir esta palabra de Jesús, y ser misericordiosos como el Padre, como Dios misericordioso”, indicó.

También adelantó que se producirá un cuarto encuentro mundial de nuncios en el año 2022.

Sínodo de la Amazonía: el centro de la atención mundial

Sobre el Sínodo para la Amazonía a realizarse en el mes de octubre, el Nuncio Apostólico en el Perú explicó que Francisco “quiere concientizar, llamar la atención del mundo sobre el territorio”,  y aclaró que la intención es “poner al centro de la atención mundial a la Amazonia”.

También se refirió a la reciente publicación del “Instrumentum Laboris”, documento de trabajo donde “se ponen todas las propuestas que han circulado” y del que se tiene grandes expectativas de esperanza y de inclusión.

Los jóvenes tienen un rol participativo

“El Papa quiere muchísimo a los jóvenes, porque el Papa dice, Dios es joven; segundo, el Papa dice que los jóvenes deben tener un rol importante, participativo en la Iglesia y no solamente el rol de esperanza” comentó el Nuncio.

“Los jóvenes sueñan, sueñan mucho, nosotros los adultos ya no soñamos mucho o no creemos mucho a los sueños, el Papa dice: Sigan sus sueños, no se dejen robar la esperanza”.

“El Papa dice a los jóvenes que se ensucien, que se involucren, que hagan lío, que hagan escuchar sus voces porque son ellos los que pueden ayudar a hacer el cambio» – agregó – «el Papa les dice a los jóvenes que no se jubilen antes de tiempo, que no vivan como jubilados, sentados, que se involucren”.

Una Iglesia de pie

Finalmente se refirió a la próxima ordenación episcopal de los dos nuevos Obispos Auxiliares de la Arquidiócesis de Lima, y destacó que su labor es muy importante porque “están para ayudar al Obispo en el camino pastoral”

“Yo digo como son dos, van a ser las dos alas que van a ir acompañando el ministerio de Mons. Castillo para hacerlo volar. Como dice el lema: ¡Levántate!, como Jesús nos dice en el evangelio, porque necesitamos una Iglesia que esté de pie”, puntualizó.

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